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Se trata de una serie de relatos que ponen, por lo general a individuos comunes, en situaciones extraordinarias, donde según la historia, se hacen presente lo paranormal, lo heroico, lo fantástico o el horror mismo.
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Seitenzahl: 75
Veröffentlichungsjahr: 2015
A Griselda y Victoria, mi esposa e hija, quienes siempre me acompañan.
Al momento de presentar un primer libro es natural que se amontonen palabras de expectativa, cargadas de sentimiento y buenos deseos. Pero en realidad, y reflexionando un poco sobre el asunto, PASADIZOS simplemente es eso: Pasadizos.
Es un intento de colarme por espacios muy diminutos, usando la imaginación como disparador, visitar realidades alternativas, finales posibles en una cotidianeidad desconcertante. A través de esta serie de relatos propongo un viaje a lo inesperado. En el transcurso del mismo los personajes protagonizan diferentes situaciones. Algunas anidan en lo cotidiano de la existencia y la condición humana, aunque no siempre se muestre. Otras apenas se sitúan un paso al costado de lo habitual. Aunque también tenemos excursiones directas hacia lo desconocido, donde alcanzamos a vislumbrar retazos de lo asombroso; y en ocasiones, los protagonistas no son más que meros testigos de realidades imposibles de modificar, u eventuales relatores de hechos increíbles.
A través de un proceso de inmersión que atraviesa las fronteras subconscientes para llegar a reinos arquetípicos donde lo extraordinario está representado por las cosas de todos los días, y lo ordinario es la magia, el misterio y el retorno a épocas desaparecidas del inconciente colectivo.
Pero también es una visita a futuros posibles o realidades que apenas están a un costadito del mundo que aceptamos como reales y previsibles.
Los invito a este viaje, para filtrarse y echar un vistazo a personajes envueltos en situaciones particulares… Pasadizos. Escapadas juguetonas que a veces culminan en tragedia. O la sensación no siempre certera de estar viviendo otra vida. Infiernos y paraísos particulares.
Mi vida es larga. Casi parece eterna.
En un momento de reflexión puedo resumir toda mi existencia en unas cuantas palabras.
En verdad mucho se dijo de mí.
Negaron mi existencia. Minimizaron el alcance de mis poderes. Fui ridiculizado, buscado, temido y odiado. Me redujeron a un simple concepto. Pero ninguno de los que me encontró se preocupo por hacerme una pregunta, una sola:
– ¿Quién eres realmente?
Se escribió mucho sobre mí. Comedias, sátiras, leyendas, textos informativos, parodias e historietas. Me representaron de distintas maneras. Más o menos terribles. Más o menos ridículas. Apuesto galán, tentadora doncella o monstruo abominable. Todo era útil a sus fines.
Muchos justificaron sus actos amparándose en mi supuesta influencia. El egoísmo más brutal, la crueldad más absoluta, la codicia más despiadada, la lujuria más desmedida.
Muchos nombres me dan. Todas las culturas de la historia me mencionan.
Muchos hombres, en un alarde desmedido de soberbia, invocan mi presencia, y cuando al fin acudo a su llamado lloran y se esconden. O lo que es peor: pretenden engañarme creyéndose capaces de negociar conmigo.
La miseria, el dolor, la corrupción y la mentira en el mundo se me atribuyen. Dicen que pactando conmigo se consigue en breve lo que Él no da en décadas y que el único precio que exijo es el alma. ¿Acaso no se dan cuenta que yo no pacto con nadie? Mucho menos con un simple mortal. ¿Para qué voy a querer el alma de un hombre?
Pactos, rituales de brujería, maldiciones y muerte, de todo eso me hacen responsable. ¡Pura difamación! ¡Tan ciegos y sordos están!
Sí. Existo.
Pero jamás tenté a nadie. No me alimento de almas. No necesito de pecadores en mi Reino. Porque en verdad no tengo reino propio. No existe el infierno. No hay lugar donde puedan ir los condenados por su propia perfidia. No me inmiscuyo en los asuntos de los hombres, ni hoy ni nunca.
Sólo soy alguien triste. Alguien olvidado.
Yo era hermoso y dulce. Yo lo amaba a Él y nunca lo desafié. Nunca en mi larga existencia me disfracé de serpiente y tenté a mujer alguna. Jamás. Simplemente fui suprimido. Y por más años que la suma de la vida de todos los hombres que han vivido hasta ahora, he llorado.
Fui su primer hijo. Creado, al igual que los demás, con un suspiro. Era obediente. Lo alababa y me desvivía por atenderlo, por eso creo al hombre. Conmigo las cosas eran demasiado fáciles y Él necesitaba ocuparse, replantearse a cada paso su Creación. Justificar la posterior existencia de santos, profetas, mártires, herejes y todo aquello que muchos llaman Fe.
He estado solo en una zona sin tiempo y sin lugar, totalmente excluido, víctima de esta siniestra leyenda que se tejió en torno a mí.
Y tuvieron un Salvador. Alguien a quien amar y escuchar, seguir y traicionar, para después crucificarlo.
Triste estoy. En todas partes y sin lugar. La gente inventó un personaje con mi nombre para reducirlo al papel de opositor. Y Él con el sólo acto de permitir que la leyenda persistiera me excluyó y olvidó.
No existe poder en mí. El mal que hay en el mundo es absoluta responsabilidad de los hombres.
Simplemente soy un ángel errante, ni siquiera un perseguido. Yo soy el más triste de todos.
Aquella tarde la llovizna se había vuelto chaparrón, los peones apuramos el tranco y nos cobijamos en la cocina. Al entrar inmediatamente nos vimos invadidos por los múltiples aromas que se mezclaban y confundían, el puchero del mediodía, las empanadas de ayer, las tortas fritas que la casi maternal Zulema nos había preparado para matear ganándole en dos trancos a la lluvia y al apurón de esta tarde de sábado.
Entre mate y mate comentamos sobre las tareas del día, algunas forzosamente interrumpidas, después una partida de truco a las apuradas. Había buen ánimo a pesar de que los más jóvenes debimos renunciar a nuestros planes de arrimarnos hasta el bailongo de los Pereyra, pues entre nubarrones y relámpagos el Cielo había impuesto su voluntad. No faltaron las cargadas al “Rusito” de quien se decía que andaba medio entreverado con la hija del medio, pero los planes de conquista deberían esperar.
Luego vino la cena, seguida por una sobremesa en donde reinaba ahora cierta calma, cierta quietud. Alguno se fue a dormir. La velada transcurría y los cuentos de ánimas en pena y luces malas no tardaron en aparecer. Los más veteranos se cruzaban miradas cómplices mientras que el más jovencito reía nerviosamente.
Yo, recién llegado a esos pagos, elegí callarme y escuchar, guardándome mis propias historias para otra ocasión.
Cuando las luces malas y los puestos embrujados agotaron su repertorio el viejo Olegario carraspeo dos veces y su voz se abrió paso entre las demás. Pronto el silencio se hizo general y todos centramos nuestra atención en él. Afuera llovía mansamente. Alguno se preparó unos mates. Todos esperaban que Olegario, el viejo puestero, rescatara de su memoria alguna de sus numerosas historias.
Y así empezó:
“Lo que les voy a relatar no lo viví, me lo contaron cuando era un crío. Según me dijeron sucedió pocos años después de que vencieran al último malón, cuando no había aún tantos alambrados y en la provincia faltaban muchos partidos por fundar.
Cesario era un paisano de los que ya no quedan. Atento, enemigo de las palabras innecesarias, manos firmes para la rienda, el lazo y el rebenque. Muñeca hábil con el facón, corajudo pero prudente.
Había cobrado unas chambas y decidió marcharse de la estancia El Peludo, de donde no lo querían dejar ir. Para buscar otro rumbo, otra suerte, movido por quién sabe qué fuerza misteriosa. Y así cabalgó rumbo al poniente. Todo su emprendao era humilde, salvo el recado de lujo que llevaba en el caballo de reserva, recado que le había ganado a un chambón insistente, que lo había apostado mano a mano contra su rebenque. Al principio Cesario se había negado, pues no era amigo de aprovecharse, bien sabia por experiencia de conocedor que el caballo del otro no podía ganar. Pero el otro insistió y Cesario aceptó, después de todo su rival era lo suficientemente grandecito como para hacerse cargo de sus acciones.
Pasaba los cuarenta y era un gaucho curtido, por lo tanto no le importó parar en aquella tapera no lejos de las ruinas de un fortín, cuando la noche lo sorprendió.