Pasión en Estambul - María Cristina Adassus - E-Book

Pasión en Estambul E-Book

María Cristina Adassus

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Beschreibung

Ambientada en esta mágica ciudad de Turquía, Pasión en Estambul narra el nuevo desafío al que se deberá enfrentar Ömür Sadik, el turco nacionalizado argentino protagonista de Ojos Negros entre luces y sombras y Ellas... las elegidas. Como abogado defensor, deberá probar en un juicio la inocencia de un famoso cirujano acusado de haber asesinado a su esposa. La mayoría de sus representados son personas con bajos recursos, procesados injustamente por estigmatización o discriminación. Un hombre íntegro, altruista y generoso que desafía la corrupción y la burocracia con el único y firme propósito de impartir justicia. En esta historia también entran en escena otros personajes, que con sus pasiones, infidelidades y relaciones tóxicas, crearán un ambiente cargado de misterio a la que se sumará una fiscal de muy pocos escrúpulos que pondrá de cabeza la responsabilidad profesional y la tranquilidad familiar del conocido abogado. Personajes plagados de intrigas, ardides y pesares, que se cruzarán con el protagonista tejiendo un entrelazado de amores prohibidos o consentidos en un escenario de mini historias apasionadas, adúlteras y dañinas. En el devenir de la trama, fluctuando entre el romanticismo, el erotismo y las traiciones, nos preguntamos: ¿llegará Ömür Sadik a probar la inocencia del famoso cirujano? ¿cuál es el objetivo que pretende la fiscal? ¿saldrán a la luz los secretos que ocultan algunos de los personajes? Pasión en Estambul, la novela que dejará sin aliento a los lectores, y que siendo un thriller de ficción no se aleja demasiado de la realidad.

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María Cristina Adassus

Pasión en Estambul

Adassus, María Cristina Pasión en Estambul / María Cristina Adassus. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4828-3

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Contacto del autor: María Cristina Adassus crisadassus­[email protected]

A mis hijos Emiliano, Facundo y Lucía

Tabla de contenido

Prólogo

Agradecimientos

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Epílogo

Prólogo

Todo escrito está tocado por lo autobiográfico. Aun los que se sitúan bajo el amplio paraguas de la ficción. Pasión en Estambul es ejemplo de esto. Precedida por Ojos negros entre luces y sombras, y Ellas…las elegidas, ésta es la tercera novela de la trilogía escrita por María Cristina Adassus que se centra en el personaje de Ömür Sadik. Los tres relatos están anclados en la creciente relación de la escritora con Turquía. Son historias en las que su Argentina natal tiene innegable presencia pero que, a medida que avanzan, ahondan en la sociedad turca.

El acercamiento de María Cristina Adassus a Turquía parte de su consumo de las series televisivas de ese país, pero no se queda allí. Ese es apenas el pórtico de entrada. Marcada por la docencia y apoyada en la investigación, María Cristina Adassus teje sus historias y se adentra no solo en el diseño de personajes y tramas, sino también en el conocimiento de Turquía y su cultura. Y en ese camino la acompañan sus lectores. De esta manera, en Pasión en Estambul profundizan su entendimiento y hacen más sólida su relación con un país que ya solo les es distante en términos geográficos.

A la vez, María Cristina Adassus nunca pierde de vista algunos de los problemas globales que, lamentablemente, nos afectan: el terrorismo, la trata de personas, la prostitución, la explotación y el acoso sexual. Al escribir entre lo local y lo global, entre lo que nos es familiar y lo que se siente exótico, la autora de Pasión en Estambul nos recuerda que la materia prima de toda historia es la complejidad de la condición humana. Y, por lo tanto, siempre se sentirá cercana, aunque ocurra en un lugar lejano.

Carolina Acosta-Alzuru

Agradecimientos

A mi familia siempre: mi esposo Juan Carlos; mis hijos Emiliano y Griselda; Facundo y Luisina; Lucía y Gonzalo.

A mis nietos Alejo, Maia, Sara, Sofía, Máximo y Delfina y a mis tres nietos del corazón Candela, Joaquín y Ciro.

A mi muy querida amiga M. U. quien me permitió inspirarme en algunas partes de su increíble historia de amor representada en la novela por Hassan y Pinar.

A Mónica Godó Soler, amiga española, filóloga y correctora de todos mis textos.

A Carolina Acosta-Alzuru, amiga venezolana, residente en Estados Unidos, Periodista y Profesora Académica de la Universidad de Georgia, USA, quien, con un lenguaje inteligente, claro y preciso, escribió el Prólogo de esta novela.

A Mercedes Opel, Abogada argentina-suarense, por su colaboración incondicional en los temas legales que se relatan en algunos capítulos.

A Can Yilmaz, Abogado turco, por su cortesía al contestar mis mails instruyéndome en algunos temas sobre el funcionamiento de los Sistemas Legales en Turquía y por despejar mis dudas con respecto al dictado de sentencias de acuerdo a la Ley Criminal Turca.

Un agradecimiento muy especial a Lucía y Gonzalo por permitir que su imagen ilustre la portada del libro.

A la Paciencia, una virtud que muchas veces se me hizo esquiva debiendo hallarla en esos pasillos ocultos de mi mente.

Al Tiempo, ese lapso de vida que en parte fue inexorable, en parte inquebrantable, pero finalmente resultó brillante cuando el día que me propuse logré escribir la palabra FIN en la novela.

A la Inspiración, tantas veces ansiada y tantas veces interrumpida por distintos contratiempos que me llevaron a buscarla y encontrándola donde la había dejado.

Y a ustedes, mis queridos lectores, por esperar con ansias el lanzamiento de Pasión en Estambul, que como lo dice su título, está escrita con absoluta pasión.

Turquía siempre fue el escenario de mis novelas.

Cuando pisé Estambul por primera vez, esta milenaria ciudad, sentí quimeras en mi subconsciente, viéndola como una caja de sorpresas que, esperando por mí, me revelara los secretos que guarda dentro.

A medida que escribía esta novela, fui trazando mi propio mapa de Estambul, señalando, investigando, recorriendo, descubriendo esos barrios que se mencionan. Mi mouse se desplazaba yendo y viniendo, con el lógico temor a equivocarme y es probable que, mucho o poco, me haya equivocado en datos geográficos, distancias o descripciones, pido perdón por eso y por la arrogancia de sentirme la dueña de una ciudad que no me pertenece sanguíneamente ni se parece en nada al lugar donde vivo.

No niego que esa primera vez llegué bajo el efecto dominante de ciertas novelas turcas, las cuales me habían mostrado una ciudad melancólica, en las que se censuran algunas escenas románticas y se muestra la violencia con toda su crudeza como algo natural en la vida de sus habitantes. Por el contrario, la realidad me presentó una Estambul ultramoderna y ambiciosa que supo mezclar la cortesía con el descaro, respetando profundamente su cultura y sus tradiciones. Muy bien aferrada a su pasado, como si hubiera tirado un ancla a las aguas del Bósforo, como si aún caravanas de camellos atravesaran la Ruta de la Seda desprendiendo a su paso murmullos de Oriente con olores a menta, azafrán y canela.

Es verdad lo que dice el autor y periodista andaluz Javier González-Cotta en su libro Estambul paseos, miradas, resuellos: «El vuelo suave de las gaviotas y los cormoranes blancos que se dirigen a la bocana del Bósforo, atenúa el supuesto recelo de la ciudad. Es cierto lo que he escuchado o solo soñado con cierto placer delirante. Si uno está atento y aguza sus sentidos, observará que la nostalgia se despereza y levita sobre la pesadumbre maravillosa de la ciudad, aunque aparente estar disfrazada bajo un cielo sin fuerza, falto de plenitud ».

Así es Estambul, un poco sacudida por el vértigo y otro poco envuelta en la quietud de sus ondulantes colinas, románticos y dorados atardeceres, plateados y bulliciosos amaneceres.

Así la describo en estas páginas, intentando despertar sentimientos y emociones en la imaginación del lector, donde la pasión, en cualquiera de sus expresiones, envuelve a los protagonistas como en madejas enredadas dentro de un cesto.

María Cristina Adassus

“Cuando una gran pasión se apodera del alma, el resto de los sentimientos se apretujan en un costado”

Lucy Maud Montgomery

Capítulo I

Todo lo que la rodeaba se veía iluminado, como si fuera de oro. Sinem estaba tan a gusto disfrutando de ese paisaje, que se sintió parte de un cuadro recién pintado. Había deseado tanto tiempo pasar unos días en ese paraíso… El trabajo, el jardín de infantes de las pequeñas, el hogar, todo les había absorbido el tiempo sin dar espacio ni para tomarse unas cortas vacaciones. Gracias a los fines de semana, los cuatro podían salir a pasear, ir a algún parque, visitar parientes o amigos, siendo eso lo mucho o poco que podían hacer.

Ahora, en ese instante, no existía nada más hermoso que estar ahí, en la playa, con el sol pegando en su cuerpo, sintiendo el intenso aroma a fresa que despedía su piel.

Caminando sin prisa sobre la arena todavía tibia, se acercó a la orilla contemplando los cambiantes colores que producían los movimientos de las olas al romperse. En esa tranquilidad cerró los ojos para escuchar la sonoridad del mar. Jugando con sus manos y sus pies, salpicó la espuma blanca que se desvanecía al viento y pequeñas gotas cayeron en sus labios dejando un suave sabor salado.

Respirando profundamente ese aire puro, regresó, desplegó la lona que llevaba en el bolso y al sentarse un impulso la llevó a hundir sus manos en la arena y, como una niña, fue dejándola escurrir despacio de entre sus dedos, imaginando que un reloj de arena le estaba revelando un imponderable presente, como ofreciéndole una agradable sensación de plenitud.

Poniendo una melodía relajante desde el celular, se tendió boca abajo, desprendió las tiras del corpiño para que el sol no dejara sus huellas, permitiendo que sus rayos acariciaran su piel, mientras gotas de sudor corrían una carrera por su espalda desnuda.

Cuando Ömür le mostró los pasajes de avión para ir una semana a Kaş, no lo pudo creer. Sorpresa, alegría, preocupación la invadieron en segundos.

Las preguntas no se hicieron esperar.

—¿Y esto? —preguntó Sinem.

—Ábrelo… —dijo él esperando su reacción.

Al descubrir el contenido del sobre, Sinem no pudo resistir la tentación de responderle con un beso apasionado.

Su asombro fue mayúsculo porque nunca habían hablado de ese fantástico lugar ni de ningún otro y por supuesto que se ilusionó aunque la asaltaron algunas dudas al pensar en las niñas y en su trabajo.

Pero Kaş, ¿cómo resistirse a esa joya repleta de historia y playas únicas?

Tanto Ömür como ella conocían Kaş, aunque nunca habían estado juntos allí. Le pareció una idea genial y muy romántica por parte de él: vacacionar solos en esa costa turquesa.

Cuando pensaba en el verano disfrutando del mar y la playa, siempre se le aparecía ese lugar tan mágico pero tan lejano a la vez.

Aunque no muy grande, la ciudad costera de Kaş, al sur de Turquía, alberga algunas de las más hermosas playas del Mediterráneo, repleta de rincones que parecen salidos de una película, donde las flores de buganvilias pintan las calles empedradas de violeta e invitan a pasear por horas y horas familiarizándose con el paisaje. Una zona tranquila, ideal para disfrutar de una linda semana de descanso, lejos del vértigo de la cosmopolita Estambul.

—¡Amor! ¿Es verdad lo que tengo en mis manos? —preguntó sabiendo de antemano lo que Ömür respondería.

Su corazón comenzó a palpitar de manera desmesurada.

—Por supuesto, son las vacaciones que nos merecemos. Nuestra luna de miel tan postergada —insinuó con un pellizco en su mejilla.

—Tienes razón querido, pero… —dijo haciendo una pausa, dando lugar a la importancia de sus prioridades.

—Sin peros —interrumpió sin darle tiempo a las excusas—, ya puedes ir pidiendo los días de permiso en tu trabajo y comenzar a preparar las maletas.

Sabiendo que su marido no era ningún improvisado, que seguramente tenía todo calculado, asimismo preguntó:

—Ömür, estoy feliz, más que feliz, pero las nenas ¿Qué haremos con ellas?

—Ya tengo todo solucionado —dijo tomándole el rostro y mirándola con cariño—. Nuestra amiga Eylen, como de costumbre, se ofreció a tenerlas en su casa, sabes que junto a su pequeña Elif, nuestras niñas la pasan muy bien.

—Pobre Eylen ¿no será abusar demasiado de su generosidad?

Sinem conocía de sobra la bondad de su gran amiga. No llevaban muchos años de amistad pero con el tiempo, el cariño y la confianza entre ellas había ido aumentando y fortaleciendo ese sentimiento. Se habían conocido en Estambul, en el departamento de soltera de Sinem, en la época en que Ömür hacía poco que se había establecido para siempre en la ciudad. Eylen, su esposo Kerim y Ömür eran amigos entre sí desde 2016, y esa amistad quedó para siempre. Tanto Eylen como Kerim siempre estaban, en las buenas y en las malas y eso era recíproco.

—No amor, salió de ella. Cuando le hablé que quería tomarme unas vacaciones en Kaş con la familia me dijo:«tienen que ir solos, es un lugar para enamorados, yo me quedaré con ellas ».

—¡Mentiroso! —dijo Sinem riendo.

—Pregúntale si no me crees —dijo Ömür más serio mientras le acercaba el celular.

—Está bien, ¡te creo amor! Pero me has sorprendido tanto que tendré que hacerme a la idea de dejarlas por siete días, ¡las extrañaré!

—Bueno, entonces nos quedamos… —contestó un poco en serio y un poco en broma.

—¡Anda, malo! ¿Acaso tú no?

—¡Obvio que sí! Pero también quiero estar contigo a solas en nuestras primeras vacaciones; desde que nos conocimos hasta hoy, los cuatro no nos hemos separado nunca. Será como ponernos a prueba.

—¿A qué te refieres? ¿A nuestro amor?

—¡Nooo Sinem! A estar sin nuestras hijas.

—Ah, me asustaste. Pensé que dudabas de lo nuestro.

—Tontita, ven aquí —dijo atrayéndola y pegando su boca a la de ella—. Jamás dejaré de amarte.

Ömür, desde que vivía en Estambul, había adquirido una excelente reputación como abogado defensor, siendo muy disputado para causas importantes que luego se convertían en noticias mediáticas, lo que le fue otorgando gran notoriedad y reconocimiento en la ciudad. Y no solo por eso. Su nombre también era muy conocido en todo el país por haber dado muerte a Abdul Doğan, el terrorista más buscado en aquella época nefasta, donde todo era terror y muerte en distintas ciudades de Turquía y además, porque años más tarde, una mafia que operaba desde Argentina hacia distintos países, lo trajo de vuelta tras la búsqueda de una joven argentina secuestrada por tratantes de personas, logrando encontrarla con vida y desbaratar así la banda.

Cuando se mencionaba a Ömür Sadik en los distintos medios, ya se lo asociaba a estos hechos.., muy a su pesar, porque era un profesional de bajo perfil, un abogado responsable y competente que lo que menos deseaba era ser noticia en los medios.

Por otro lado, Sinem como periodista de la GNN había sido galardonada con el Premio Raif Badawi por su actitud destacada y valiente al colaborar junto a Ömür en la investigación y la identificación de la mafia de trata de personas que operaba en Adana en 2019.

Sinem venía de una familia de clase media y de una casta de periodistas de reconocido prestigio. Sus padres habían desempeñado un importante rol como corresponsales de la GNN de Turquía en la Guerra del Golfo en el año 1990.

Sinem además de estudiar periodismo tenía una licenciatura en Política Internacional y una Maestría en Paz Internacional y Resolución de Conflictos, pero su profesión se inclinó hacia la investigación de la trata de personas a raíz de la desaparición de Aysel Çelik, su íntima amiga, una conocida bailarina y coreógrafa, engañada, captada y asesinada por una red de trata ucraniana. Sinem, en ese entonces, movilizó cielo y tierra para dar con el paradero de Aysel, convocó a marchas para pedir por la aparición con vida de la joven, viajó a Kiev varias veces desoyendo el consejo de sus padres. El peligro siempre estuvo latente, huyendo, escondiéndose, descubriendo con horror un negocio espurio, un submundo de sexo, prostitución, venta de jóvenes y lavado de dinero. Su valentía había llegado a tal extremo, que los captores al verse acorralados, asesinaron a Aysel sin piedad dejando el cuerpo desnudo frente al departamento que Sinem había rentado y desaparecieron. El caso había quedado impune. Devastada por la tristeza y durante un tiempo, se sintió culpable por no haber podido salvarla de las garras de esos depravados. Su profesión resultó ser el bálsamo que de a poco la fue sacando de esa dura experiencia.

Después de incorporarse al staff de periodistas de la GNN, comenzó a recorrer los momentos más tensos que se vivieron en el país. Comenzaron los ataques terroristas en Turquía y Sinem, siempre caminando por la línea más delgada de su seguridad, corría tras las noticias. Su nombre empezó a sonar muy fuerte en el ambiente al lograr las notas más sobresalientes, solo una quedó sin cumplir, a la que nunca había podido acceder: entrevistar al turco-argentino que salvó a Turquía de los terroristas. Esa persona era ni más ni menos que Ömür Sadik.

Una suave brisa fresca interrumpió sus pensamientos, fue como si una nube se hubiera interpuesto entre ella y el sol. Giró sujetándose el corpiño desatado de su bikini y se encontró con la humanidad de Ömür.

—Amor, ¿cómo te fue?

—¡Espectacular! Deberías venir conmigo, descubrirías un mundo increíble —contestó aún con su traje de buceo puesto, mientras algunas gotas saladas caían sobre ella.

—No cariño, no me convencerás. No me atrae el mundo submarino, prefiero tierra firme, tomar sol en esta quietud, observar el mar desde la superficie. Y a ti ¿qué es lo que te gusta de ese mundo acuático? ¿Quizá reencontrarte con el alma de Eloísa?

—¿Cómo se te ocurre pensar eso? —dijo al borde de arrepentirse de haber ido a bucear.

—Perdóname, no sé lo que digo. A veces, cuando te veo pensativo mirando el mar, siento como una sana envidia de esa hermosa mujer que tanto amaste.

—¡Por Alá Sinem! No volvamos otra vez con lo mismo. Solo estás tú en mi corazón, Eloísa está en el pasado, solo la recuerdo como la madre de Lucía y siempre será así —tiró la frase que siempre le funcionaba cuando surgía ese tema.

Pero en la memoria de Ömür había quedado grabado para siempre el último deseo de su esposa muerta.

«Mi vida, quiero que me arrojes al mar, el fiel testigo de nuestro amor, allí estaré para ti hasta la eternidad. Cuando no encuentres las respuestas, cuando te sientas solo, mira el mar, donde estés, y allí me encontrarás ».

La voz de Sinem lo trajo de vuelta a la realidad.

—Tienes razón, soy una tonta. ¿Me perdonas? —dijo mirándolo mimosa.

—Mmm, no sé…, tendrías que esforzarte más para que te perdone —dijo sentándose a su lado mientras la recorría con una mirada casi obscena.

—¿Algo como esto? —preguntó sentándose en sus piernas.

—No, no alcanza…, necesitas más esfuerzo —exigió deseando que sus fantasías se hicieran realidad.

—¿Así? —preguntó abrazándolo y abriendo su boca para hurgar con su lengua dentro de la suya.

—Ahí está mejor —contestó tomándola de la cintura y correspondiendo a ese ardiente beso.

Ömür se apartó para quitarse el traje de neoprene quedándose en short de baño.

—Vayamos a bañarnos, el agua está ideal —invitó Sinem, evitando adrede que Ömür se excitara más.

Ella deseaba que ese juego, previo a lo que se vendría luego, resultara intenso, duradero.

Tomados de la mano entraron en el mar saltando como dos adolescentes, disfrutando cada ola, salpicándose mientras sus cuerpos ardientes se estremecían al contacto frío de las gotas. Cuando el agua les llegó a los hombros volvieron a abrazarse sin apartar sus miradas. Las manos de Ömür se movieron buscando esos lugares secretos. Las caricias comenzaron a ser más atrevidas a medida que el fuego de la pasión los encendía. Sinem tragó saliva, sintiendo al momento la comezón en esos lugares; ellos nunca habían experimentado algo así. Estaban compartiendo algo tan especial, que los encajaba cada vez más en el espejismo de ese inmenso océano. Los roces de sus piernas, de sus torsos comenzaron a afectar sus sentidos. Ömür comenzó a acariciar sus muslos.

—Alguien puede vernos, mi amor —se preocupó ella.

—Estamos en medio del mar, podemos perder la cabeza un poco ¿no te parece? —dijo él queriendo continuar, dejarse llevar y encontrar el placer allí mismo, sin pudores, solo sintiéndose uno al otro.

—No Ömür, no me siento cómoda, podrían vernos —dijo a pesar de que a ella también le hubiera gustado hacer el amor ahí.

—Entonces vayamos a la cabaña —dijo saliendo del agua mientras la abarcaba con sus largos brazos.

Dentro de la habitación y sin dejar de mirarse a los ojos, se secaron uno al otro. Los rayos del sol, que indiscretos se asomaban por la ventana, parecía que no querían perderse el preámbulo de lo que sería una tarde de pura pasión.

El calor de sus cuerpos era tan atrayente que las ganas de estar más cerca fue inevitable. Los brazos de Ömür se cerraron en su cintura. Sinem lo rodeó por el cuello sintiendo su erección. Él abrió sus labios con los suyos mientras la fundía en su pecho. Ese roce del short sobre sus piernas desnudas la tentó, deseó un contacto más íntimo.

Sinem, sin hablar, deslizó sus dedos por su vientre, tocar su vello ennegrecido la exaltó. Sin titubear desató el cordón del bañador para introducir su mano.

—Esto es maravilloso —dijo Ömür tirando de la cinta que ataba el corpiño para dejarla solo con sus bragas—. Estar solos, tú y yo, sin pensar en nadie más que en nosotros, no tiene precio —dijo más encendido.

Sinem estaba tan excitada como lo estaba él. Segundos después los dos estaban apretándose contra sí, piel con piel, cayendo en el sofá, acariciándose uno al otro con ansiedad. Sinem respiró hondo al caer, pero no lo soltó, se aferró a su cuello para besarlo como una leona hambrienta. Mientras se mezclaban sus alientos y se desbocaban sus corazones sintió que sus manos la exploraban. Entre suaves mordidas, jadeos y besos húmedos que se deslizaban por su piel, ambos se deshicieron de las pocas prendas que quedaban, causándoles un torbellino de sensaciones a la vez que se deleitaban con caricias más osadas.

Ömür dejó escapar un quejido cuando ella rozó su virilidad; él apoyó una mano en el brazo del sofá para que su peso no la aplastara. Sinem ocultó su rostro en su torso respirando el aroma que despedía su piel, su olor único y tan suyo; en tanto él fue buscando su boca, su cuello, sus senos, incentivando el placer. Ella comenzó a mover sus caderas y él, interpretando el llamado, siguió el ritmo. Con un encuentro de lenguas, entró en ella con una lentitud torturadora que la excitó tanto que sin piedad clavó sus dedos en su espalda arqueándose, como una hoja que se dobla con el peso del rocío, y así recibirlo mejor.

Gimiendo, Sinem enroscó las piernas en su cintura, y como en cámara lenta, se fueron deslizando hasta caer en la alfombra. Ella quedó encima de él que acariciaba sus nalgas volviendo a encontrar el ritmo.

—¡Cómo te deseo, amor! —dijo él pensando en voz alta por el desborde de la pasión.

Sinem quiso decir lo mismo, pero la excitación solo le permitió jadear. Ömür, que sabía dónde acariciar, con delicadeza y precisión fue llevándola casi hasta el final para luego apartar sus manos y volver a empezar.

Ella dejó escapar un fuerte quejido de placer cuando él sujetó sus caderas empujando por última vez. Ambos vieron las estrellas con los ojos cerrados hasta que por fin terminaron agotados y saciados de tanto placer desenfrenado.

Ömür acarició sus cabellos mientras recuperaba la respiración. Se miraron apretándose más todavía y volvieron a besarse.

Fue hacer el amor como antes. Sinem no recordaba cuando había sido la última vez que había gozado tanto, expresándose tan libremente, con gemidos y exclamaciones, sin el temor a ser escuchados.

Los interrumpió el timbre del celular de Ömür.

—Es Kerim —dijo Ömür mirándola extrañado.

«Qué raro, pensó Sinem alarmada, ¿habrá pasado algo con las nenas? ».

Kerim y Ömür habían forjado una amistad que se había mantenido en el tiempo. Como policías siempre habían sido inseparables en la lucha contra el terrorismo. Y junto a Tekin, el otro amigo abatido en uno de esos ataques, habían estrechado un fuerte vínculo, y cuando ocurrió la tragedia, el duelo lo sobrellevó Kerim. Para Ömür, el hecho de que su amigo haya tenido que enfrentarse a esa pérdida prácticamente en soledad, había sido angustiante. Al estar herido de gravedad y enterarse tiempo después que Tekin había muerto y que no había podido estar junto a Kerim para despedirlo hacia su última morada, siempre había tenido para él un valor emocional incalculable.

Kerim también era de esas personas a quien se le podía confiar sus más íntimos secretos, Ömür sabía que lo que le contaba a Kerim, moría en Kerim.

Se habían conocido en el campo de operaciones militares de Estambul y enseguida armonizaron, había sido una cuestión de piel. Kerim estaba casado con Eylen y pronto sería padre, una situación que Ömür anhelaba mucho ya que estaba recién casado con su primera mujer, Eloísa, y esos planes se habían visto interrumpidos por su decisión de enrolarse en las filas del ejército turco.

Kerim fue el primero en escuchar a Ömür cuando le confesó que estaba enamorado de Sinem, y esa amistad tan leal se mantenía intacta.

—¡Hola Kerim! Dime y que sea importante, ya sabes que no estoy para nadie.

—¡Disculpa, hermano! Lo que menos hubiera querido es molestarte. No es para que se asusten, dile a Sinem que es por trabajo —dijo algo titubeante.

—¡No, no puedo perdonarte, viejo! Estoy de vacaciones, tengo el bufete cerrado, ¿qué pasa? —preguntó mientras le hacía una seña a su esposa de que la llamada no era preocupante.

—No tienes que interrumpir tu descanso. Te llamo solo para informarte, seguro que no se han enterado, porque me imagino lo ocupados que estarán —Se notó el doble sentido que le dio a la frase—. El país está conmovido con lo que pasó en las últimas horas. ¡Los noticieros no hablan de otra cosa!

—¿Por qué, qué pasó? —preguntó alarmado.

—Han asesinado a la mujer del cirujano Hassan Baskin.

—¿Zeynep Altun? —volvió a preguntar incrédulo.

—Sí, la misma.

—Y ¿sabes algo más? ¿Quién la mató, por qué? —averiguó algo más interesado.

—Bueno, por eso te llamo, para que te prepares, sus hijos te quieren como abogado defensor —dijo sabiendo que Ömür como profesional no dejaría pasar ese dato.

—¿Los hijos? ¿Quién es el acusado? —interrogó ya metido de lleno en el tema, como bien pensó su amigo.

—Nada menos que el marido —dijo Kerim ahora con el tono habitual de trabajo.

Ömür se quedó sin habla y miró a Sinem que no dejaba de observarlo. Sin más, agradeció el llamado y se despidió de su amigo.

Su mente divagó pensando en esa conversación, en tanto que Sinem lo siguió observando en un silencio que se hizo ensordecedor.

Al darse cuenta de la expresión de ella, Ömür reaccionó con optimismo y cambió de tema.

—Si no hace demasiado calor, ¿qué te parece si mañana comenzamos el día dando un paseo por los alrededores de Kaş? —dijo a modo de invitación.

—¡Sí, me encanta la idea! Podemos caminar, tomar fotografías y entrar a las tiendecitas para comprar regalos a nuestras hijas y amigos… —contestó Sinem con entusiasmo.

—Preparemos una mochila sin mucho peso, con lo justo y necesario, para poder recorrer —agregó él un tanto disperso por la inquietud que le originó el llamado.

—No nos olvidemos de llevar agua para hidratarnos —Sinem hablaba pero no cesaba de estudiar el semblante de Ömür, lo conocía muy bien, lo notó algo distante.

No se equivocó. El llamado de Kerim lo había dejado pensativo. Quiso abstraerse para seguir disfrutando de esos pocos días, pero tenía que hacer un gran esfuerzo, sabía que al regresar lo esperaba un caso, si es que lo aceptaba, muy complicado.

—Ömür, ¿te tiene preocupado el llamado de Kerim? Sé que es por trabajo e intuyo que complejo, si quieres regresamos —dijo intentando que su voz sonara despreocupada al mencionar la vuelta a casa.

—No, mi amor, ¡ni loco pienso en volver! Cuando finalice nuestro viaje me ocuparé de pensar en lo que me espera en Estambul. Ahora tenemos que aprovechar al máximo estos días. Me servirán para recargar energías y a ti también porque es seguro que te espera una ardua tarea.

—¿A qué te refieres? —dijo sorprendida.

Los interrumpió el sonido del celular de Sinem. Era Ismail.

—A eso me refiero —contestó Ömür señalando el móvil con su cabeza.

—¿Qué pasó Ömür? Me estás asustando ¿Qué te dijo Kerim? —siguió preguntando mientras el teléfono no cesaba de sonar.

Ella sospechó que sus respuestas los transportarían a un nuevo escenario.

—Encontraron muerta a Zeynep Altun —dijo y agregó—: atiende y te enterarás.

Sinem tratando de ordenar lo que estaba escuchando y sin dejar de mirar la seriedad de su rostro, atendió a su colega manteniendo con él casi el mismo diálogo que tuvo Ömür con Kerim.

Asombrada y confundida, escuchó las palabras de Ismail a quien conocía muy bien. Él no la llamaría en sus vacaciones si la noticia no fuera de gran impacto.

Sinem había estudiado toda su carrera en la universidad de Estambul junto a Ismail Bulut. Desde esa época, ellos eran grandes amigos, además de compañeros y colegas, trabajando juntos en el canal de noticias GNN. Habían cubierto notas muy importantes recorriendo el país, investigando y descubriendo casos en colaboración con la policía.

Ismail era la antítesis de Ömür. Si bien ambos eran tipos guapos, a diferencia de Ömür, de ojos muy negros, morocho, tez cetrina, bien turco, Ismail, al tener raíces alemanas, tenía su barba y sus cabellos rubios y sus ojos celestes. Sinem siempre le repetía que más que periodista debería haber sido modelo.

Ismail había estado enamorado de Sinem y algo, muy poco, había habido entre ellos. Cuando Sinem se dio cuenta de que no sentía nada por él, cortó la relación, pero nunca dejaron de ser amigos. Es más, fue al primero que le confió su amor por Ömür, pensando que él ya no la amaba. Esta revelación lo dejó desconsolado, porque aún no había podido olvidarla. Para su alivio, Ismail logró hacer ese duelo y mantener una sincera y fuerte amistad.

Si bien Ömür también ya había aceptado ese vínculo entre su esposa y su colega en la época en que la había conocido y tratando de disimular su orgullo, muchas veces los celos lo habían traicionado. Incluso en la actualidad, en situaciones en las que Ismail la saludaba con un beso en la mejilla o le decía “qué bonita estás”, no podía evitar sentir celos, cosa que lo enojaba consigo mismo, porque era consciente de que Ismail no tenía malas intenciones, todo lo contrario, quería a Sinem realmente como una amiga.

Cuando Sinem cortó la comunicación con su colega, miró a su esposo comprendiendo la gravedad de lo que había pasado en Estambul.

—Encontraron muerta a Zeynep Altun —repitió como un autómata.

—Si, y los hijos quieren contratarme para la defensa del padre, porque por lo que se sabe, es el único sospechoso —dijo explicando el llamado de Kerim.

—¡Qué horror! ¿Qué habrá pasado? Se veían tan bien juntos en las fotografías…, parecían una pareja perfecta —manifestó ella con cara de espanto.

—No prejuzguemos, el caso está en plena investigación —agregó— ¡Bueno, basta de hablar de trabajo! —exclamó Ömür levantándose de un salto—. Vámonos a descansar que mañana temprano nos espera Kaş y sus secretos históricos.

Sinem se quedó pensando que Ömür tenía razón: ella acostumbrada a correr tras la primicia, a involucrarse en los acontecimientos más resonantes, a viajar hacia los rincones más lejanos, a traspasar fronteras y mares de ser necesario, no se privaría de investigar qué drama había atravesado esa familia para que tuviera un final tan trágico.

A la mañana siguiente, bien temprano, salieron tomados de la mano, dispuestos a recorrer y visitar todo lo que iban encontrando a su paso.

La temperatura fue en aumento por lo que cada tanto se refrescaban con un baño rápido. Así fue como conocieron la playa Pequeña Pebble, muy pintoresca y muy cerca de donde se alojaban. Una playita diminuta enclavada en un cañadón donde modernos restaurantes con terrazas con vistas al mar esperan a los turistas. Era dificultoso caminar por allí porque no es una playa de arena sino de guijarros. Fue casi una visita obligada porque les quedaba a la pasada.

Recorrieron la Gran Pebble, que si bien es una hermosa playa también de guijarros con aguas turquesa, al estar algo alejada de la ciudad, caminar resultó bastante agotador y además demasiado concurrida para la tranquilidad que Ömür y Sinem buscaban..

Al llegar al puerto, tomaron un taxi acuático que los dejó en Nuri, en Limanağzı, una playa ubicada en una bahía en diagonal a Kaş. Su estratégica orientación hace que el sol brille mucho tiempo más; las aguas ladronas le roban el color verde a las altas colinas que se ubican detrás.

La excursión en barco tenía varias paradas en zonas de la bahía habilitadas para bañarse y la visita estrella era a una isla más apartada, en cuyo alto se encuentra un castillo que luego visitarían. Para ellos, que buscaban máxima tranquilidad, eso era un auténtico paraíso.

El guía a bordo del barco narró las anécdotas y el pasado de la bahía de Kekova.

—En el fondo del mar aún pueden apreciarse utensilios que utilizaban los licios y en las zonas más descubiertas, en la superficie de la tierra, aún se ven restos de aquella civilización.

—Es increíble comprobar cómo puede mantenerse en pie después de dos mil años —dijo Sinem observando la transparencia del agua.

—Me encanta el lugar, tuviste una idea genial al elegir esta playa —dijo Ömür, tirándose literalmente en la lona que Sinem había desplegado sobre la arena.

—¿Estás cansado? Podemos volver si quieres —dijo Sinem con picardía.

—¡Para nada! Me gusta esta tranquilidad y estas aguas transparentes. Hay una historia ahí debajo con los restos de Kekova.

—Si, lo sé. Menos mal que es una zona protegida y está prohibido nadar sino ya te hubieras zambullido a bucear —dijo haciéndose la celosa.

—No, mi cuota de buceo ya la tuve ayer, ahora y lo que resta de los días se los dedicaré a mi mujercita —agregó tomándola de la mano y tumbándola a su lado.

—¡Ay cómo te amo! —dijo besándolo.

—No busques guerra que la encontrarás… —amenazó en broma pero no tanto.

—Que te bese no significa que estoy buscando otra cosa —dijo ella haciéndose la interesante y tirándose encima sin dejar de mirarlo a los ojos.

Los dos empezaron a sentir las mismas sensaciones del día anterior.

—¡Te dije que no me busques! —dijo dándole la vuelta y haciéndole cosquillas.

—¡No, no, para Ömür! —gritó retorciéndose y muerta de risa.

Sinem quiso huir de sus garras pero quedó atrapada bajo el cuerpo y la fuerza de Ömür.

—¡Basta Ömür! —dijo más fuerte sin parar de reír.

—Basta, pero te gusta ¿no? —dijo él pasando de cosquillas a caricias.

—¡Ahora verás! —exclamó ella y con todas sus fuerzas se dio vuelta y a horcajadas sobre él comenzó a hacerle cosquillas también.

El placer que Sinem sintió ante esa sensación de poder, el goce placentero entre cosquilleos y rozar las diferentes partes del cuerpo de su hombre, hizo encender la llama.

Utilizando la yema de los dedos con un ritmo continuo pero lento y suave, las cosquillas se convirtieron en roces más eróticos.

Ömür, debajo, se dejó explorar en ese juego que iba aumentando el deseo, despertando sus sentidos.

Sinem, como una experta, cubrió los ojos de Ömür con un pañuelo y utilizó sus propios cabellos como si fueran una pluma, tocando muy suavemente sus zonas más sensibles. Luego su lengua fue lamiendo el cuello, las tetillas, el vientre, mientras sus manos se enredaban con las suyas.

—¡Ay amor, me quieres matar! —gimió él disfrutando.

—Es un juego…, para cuando regresemos a la cabaña —dijo besándolo en la boca y huyendo hacia el agua—. ¡Vamos, ven a refrescarte, lo necesitas! —gritó burlándose de su excitación.

—¡Maldita bruja! ¡Ya te agarraré esta noche! —amenazó incorporándose mientras sujetaba su erección con una mano en el bolsillo del short.

Ömür corrió tras ella alcanzándola para levantarla en sus brazos y besarla con ganas de dejarla desnuda.

A la hora del atardecer hicieron una breve parada en Simena, una ciudad histórica y pintoresca del siglo VI a. C. que se caracteriza por conservarse casi tal cual a lo largo de los siglos, y que actualmente se la conoce como Kaleköy. Tiene una interesante mezcla de historia y naturaleza con muy poco acceso por tierra lo que la convierte en una parada ideal para la exploración. Desde la orilla, se pueden ver antiguas casas de piedra dispersas por la ladera que conducen a las ruinas del castillo de Simena.

—La verdad es que con este calor, no es nada fácil subir tantas escaleras —se quejó Ömür dando muestras de cansancio.

—Pero valió la pena el esfuerzo por las vistas impresionantes que estamos disfrutando, amor —agregó Sinem algo cansada también.

Finalizaron la jornada visitando las ruinas de la Tumba del León del siglo IV a. C., un mausoleo real conservado desde el período licio hasta la actualidad y el antiguo anfiteatro romano, que a simple vista no les pareció que fuera una gran cosa, pero a medida que se iban acercando, se dieron cuenta hasta qué punto es enorme. Al subir los escalones para conseguir una buena panorámica, percibieron que lo único pequeño había sido esa primera impresión.

Fueron unas vacaciones de ensueño; los días, a pesar de que se pasaron volando, los gozaron, se divirtieron, conocieron lugares asombrosos y lo mejor de todo fue que se devoraron hasta enloquecer de pasión.

Mientras tanto en Estambul, el avispero continuaba alborotado.

Capítulo II

El barrio distinguido de Estambul, es sin dudas Içerenköy en el distrito de Kadiköy. Con la llegada de famosos y familias adineradas, se ha ido convirtiendo con el tiempo en una de las zonas más cotizadas de la ciudad.

Recorriendo sus calles se pueden apreciar innumerables mansiones de distintos estilos y tamaños que ocupan grandes predios, mostrando la opulencia en la que viven sus ocupantes.

En una de esas mansiones o villas, como acostumbran a llamarlas los turcos, vivía la familia Baskin, un matrimonio millonario y sus dos hijos.

Derrochaba lujo por fuera y por dentro. La fastuosa vivienda, muy al estilo otomano valuada en más de un millón de dólares, se encontraba enclavada en el medio de un solar de dos mil metros cuadrados, rodeada de jardines diseñados por afamados paisajistas, cercada por una reja de hierro forjado y sostenida por pilares de concreto, viéndose imponente desde el exterior.

No faltaban las amplias cocheras para guardar la Ferrari, el Lamborghini, el Land Rover y el último modelo de la pick up Nissan, en los cuales se movilizaba la familia.

Detrás de la mansión, al aire libre, una larga piscina y hermosas reposeras a su alrededor completaban el predio.

Todo esto daba cuenta del nivel de vida que llevaban sus moradores, su poder adquisitivo, su status social dentro de una élite exclusiva solo para adinerados.

Pero ¿quiénes eran estas personas? ¿cómo habían amasado esa cuantiosa fortuna?

Hassan Baskin y su bella esposa Zeynep Altun, eran los dueños de esa lujosa villa. Tenían dos hijos, Alper de veintidós años, estudiante de abogacía, y Dilara de quince, aún en la escuela secundaria.

Hassan, nacido en Ankara, venía de una estirpe de científicos y prestigiosos médicos. Su abuelo paterno, físico de profesión, había sido reconocido por su contribución a la física nuclear y al desarrollo de la ciencia en Turquía, sin olvidar su labor como docente y en la formación de discípulos gracias a su calidad como profesor para transmitir sus conocimientos sobre las cuestiones referentes a la física.

Su padre, un conocido neurocirujano, había sido miembro activo de la Asociación de Trauma Ortopédico, también de la Sociedad Turca de Ortopedia y Traumatología y consultor de varias revistas nacionales e internacionales, ganando varios premios a lo largo de su carrera.

Su madre, médica neuróloga, se había especializado en cirugías de tumores cerebrales en la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos y también había sido miembro de la Cámara Médica de Ankara.

Todos estos conocimientos médicos y científicos fueron los genes que Hassan había heredado de su familia y el linaje que le había aportado el apellido Baskin. Estudió Medicina en la Universidad de Ankara y más tarde se especializó en Neurocirugía en Estambul. Era un excelente profesional que rápidamente logró reconocimiento cuando se vio frente a la mesa del quirófano para operar con éxito al Ministro de Justicia de aquel entonces, quien había sufrido un accidente automovilístico con graves consecuencias en su columna vertebral con el riesgo de quedar parapléjico.

A lo largo de los años acumuló diversos reconocimientos siendo elegido también por la Academia de Ciencias de Turquía para recibir el Premio al Joven Médico Destacado del Año.

Zeynep Altun era una hermosa jovencita de veinte años, de cabello castaño claro, ojos celestes, modelo de profesión desde los dieciséis que estaba comenzando sus primeros pasos como empresaria de una línea de cosméticos, una industria que en aquellos tiempos estaba teniendo una presencia importante en el país. Su fama en las pasarelas para diseñadores de renombre en la alta costura hizo crecer su patrimonio sin depender del dinero de sus padres, teniendo libertad e independencia económica para realizar sus propias inversiones. Zeynep, que había nacido en Estambul en el seno de una familia acomodada, también había heredado de ellos, sobre todo de su padre, el hábil manejo de la administración empresarial, y, con el objetivo de invertir el dinero que ganaba fue tentada por una fábrica de perfumes y cosméticos a llevar su nombre para, años más tarde, vender el glamour a ricos y famosos abriendo su propia cadena regentando un staff de empleados cualificados. Una empresa que abarcaba no solo productos de belleza sino también una línea de perfumes y anteojos con su marca registrada. Ella tenía un slogan para publicitar sus ventas: «La pasión está impregnada en la fragancia de la flor de azahar y la vainilla. Fragancias que trascienden, que dejan huella, que encienden los sentidos ».

En aquel año y en una discoteca de la Istiklal Caddesi1, la más famosa de Estambul, donde el bullicio y la actividad se vive día y noche, Hassan y Zeynep fueron presentados por un grupo de amigos en común. El flechazo entre ellos fue inmediato.

Cuando comenzaron a salir, Hassan estaba enyesado, pues había sufrido una quebradura de tobillo como consecuencia de una lesión provocada por una caída jugando al golf. Esa lesión y a pesar de haber sido operado, le dejó una renguera apenas perceptible.

Un médico guapo muy codiciado por las mujeres que había comenzado a hacerse reconocido en su profesión y una modelo famosa era una buena combinación en lo sentimental. Hassan y Zeynep habían sido protagonistas de un romance que había dado mucho que hablar, incluso llegando a analizar si tal relación perjudicaría al médico. Sin embargo, resultó todo lo contrario, había sido beneficioso para su carrera dándole mayor popularidad en el seno de un círculo adinerado aumentando las consultas y los pacientes.

Las fotografías y videos que se obtenían de manera clandestina, sin que los protagonistas advirtieran la presencia de los fotógrafos, no habían dejado dudas de que eran novios, ya que se los había podido ver muy enamorados en lugares pintorescos como Capadocia y Éfeso y también al ser vistos en la función estreno del famoso bailarín y coreógrafo de ballet Tan Sağtürk. Imágenes que pronto recorrieron las revistas del corazón, hasta que Marie Claire2 logró la exclusiva y en un reportaje, que provocó un cortocircuito mediático en las páginas de la prensa rosa, la flamante pareja confirmó la relación.

Reportera:

Compartieron en las redes una foto juntos muy elocuente ¿significa que ya no se ocultan?

Hassan:

Intentamos mantenernos en secreto pero al ser vistos y fotografiados en una corta escapada de fin de semana, decidimos poner fin a los rumores y blanquear nuestra relación.

Reportera:

Y tú Zeynep ¿cómo te sientes al estar enamorada?

Zeynep:

Estoy feliz, muy bien, porque siento que estamos en la misma sintonía.

En la fotografía se los veía sonrientes mientras se tomaban cariñosamente las manos.

Con sus declaraciones, el perfil de hombre narcisista, inmaduro y mujeriego echó por tierra los conceptos que los medios tenían del cirujano.

Por su parte, la entonces modelo, con sus contundentes respuestas, demostró ser una mujer fuerte, independiente, con una imagen de identidad íntima, sexy, bella y una sexualidad inquietante, alejándose de las heroínas virtuosas de corte patriarcal teniendo bien ganada la fama de devoradora de hombres.

Después de tres años de noviazgo ellos se casaron y al mismo tiempo Hassan fue designado jefe del Servicio de Neurocirugía del hospital Amerika. Luego la familia partió a Alemania donde el médico se especializó en Neurología Intracraneal. Al año y medio nació su primer hijo, Alper. Al regresar, comenzaron con el proyecto y construcción de la villa para meses después instalarse en el barrio de Içerenköy donde nació Dilara.

A sus cincuenta años y ya alejada de las pasarelas, Zeynep no había perdido ni la belleza ni el glamour. A pesar de su edad seguía manteniendo una figura casi perfecta gracias a que practicaba deporte y gimnasia con rigurosidad y si lo consideraba necesario pasaba por un cirujano plástico, cuestión de borrar alguna que otra arruguita de su bello rostro. Era admirada y envidiada por sus pares.

Siguió enfocada en su rol de empresaria. Su cadena de productos para la mujer nunca dejó de crecer y en los últimos años también se había ido expandiendo hacia el comercio exterior, sobre todo en los países vecinos del lado europeo. Su empoderamiento fue significativo y relevante.

Su imagen siempre estaba en las noticias ya sea por su actividad laboral o por su vida privada, siendo esta última el centro de atención de los reporteros.

En un evento especial realizado anualmente, la revista Marie Claire bajo el lema «Mujeres que brillan » rindió tributo al talento femenino. Ese año Zeynep fue la elegida por ser la referente y fuente de inspiración por sus logros y su fuerza vital, catalogándola como “una mujer que brilla con luz propia”.

En el reportaje, las respuestas de Zeynep fueron muy claras.

Reportera:

¿Cuáles son las claves para brillar con luz propia en tu día a día?

Zeynep:

La seguridad que tengo en mí misma. Soy positiva, alegre, tengo buen sentido del humor y eso es lo que me hace estar viva. Soy muy fiel a lo que siento, no hago nada en lo que no crea.

Reportera:

Las mujeres brillantes como tú ¿nacen o se hacen?

Zeynep:

Yo creo que es una mezcla. Hay una parte innata en nosotras, tenemos ese brillo especial que forma parte de nuestra esencia, de nuestra propia forma de ser. Y la otra parte se hace cultivándola con nuestro trabajo, con el empeño que ponemos para seguir creciendo y con nuestro deseo de cumplir los sueños. También es verdad que con el tiempo ese brillo se puede ir apagando si no enfrentamos la vida con optimismo y buena actitud.

Reportera:

¿Cuál es el mejor consejo que les darías a las mujeres para que su brillo se vea reflejado?

Zeynep:

Que sigan soñando, que sean fieles a sí mismas sin que les afecte lo que opinen los demás. Si tienen constancia, ese brillo no se apagará. De esta manera nada ni nadie las detendrá.

Su alta exposición pública dio lugar a rumores de que mantenía supuestos amantes, algo que nunca desmintió porque no le importaba el qué dirán, lo que menos le preocupaba era lo que pensaran de ella.

Quienes conocían su entorno familiar sostenían que Zeynep podía ser muy dulce y comprensiva, pero con frecuencia había que contenerla porque muchas veces era una bomba de tiempo a punto de estallar, su personalidad fuerte no le permitía ahorrar palabras a la hora de reclamar o contestar y los que más sufrían sus iras eran sus empleados y su marido. Hassan sabía, porque la conocía muy bien, que después de la tempestad siempre venía la calma y con los años había aprendido a no prestar atención a esas reacciones, incluso sonreía con ironía cada vez que Zeynep lo amenazaba con que lo iba a abandonar, pero al rato regresaba pidiendo perdón y Hassan la perdonaba.

Al filtrarse toda esta intimidad matrimonial surgieron los interrogantes:

«¿Será el fin del amor?

¿Quién es el famoso amante de Zeynep Altun?

¿Es verdad que la mediática empresaria de cosméticos mantiene una doble vida? »

Por otro lado Hassan se dedicaba a su profesión y a jugar al golf, su deporte favorito del que, dicho sea de paso, era un excelente jugador. Su profesión de cirujano le permitía una concordancia perfecta para practicar ese deporte, excelente visión para ver la pelota y muy buen pulso para manejar los palos, una sincronización óptima, con gran técnica y precisión. Cuando se encontraba en el campo de golf su mente no pensaba en otra cosa más que en jugar lo mejor posible. Su concentración se podía comparar con la misma que tenía cuando se encontraba frente a la mesa de operaciones. Estas aptitudes le hicieron ganar muchos premios en distintos lugares del país; participar en torneos regionales y nacionales eran su cable a tierra ya que las muchas cirugías complejas que debía realizar, en algunas oportunidades lo dejaban estresado.

Esas escapadas sin su esposa también dieron lugar a habladurías. Se decía que tenía una amante, algo que nadie podía afirmar, porque nunca lo habían visto con otra mujer que no fuera Zeynep.

Los hijos ya estaban acostumbrados a los chismes de la prensa. Alper, estudiando en una universidad de Ankara el último año de abogacía, no daba crédito a las habladurías, y Dilara, en un intercambio estudiantil en Nueva York ni se enteraba de lo que se decía de sus padres.

Cuando ocurrió la tragedia todo salió a la luz. La villa del barrio más exclusivo de Estambul se hizo de cristal. Algo se rompió y las apariencias se hicieron añicos. Lo que estaba oculto comenzó a dejarse ver; hizo falta una desgracia para que esta historia de fantasía, tal como había nacido, se evaporara entre los silencios de las paredes, convirtiéndose en gritos y llantos. Esas vidas que parecían perfectas dejaron al desnudo sus miserias humanas.

Comenzaron a resonar palabras lejanas de otros conocidos de la pareja que aseguraban que a pesar de vivir bajo el mismo techo ya había dejado de existir el enamoramiento de sus inicios, por eso ella había buscado el afecto en otros hombres dispuestos a escuchar sus angustias y a complacer sus pasiones.

A raíz de todos estos comentarios, algunos meses después Hassan salió al cruce negando la posibilidad de desavenencias.

Esos constantes viajes a congresos de Medicina llevaron a Zeynep a formar un grupo con otras siete amigas al que ellas mismas lo nombraron “Las desveladas” y con las que se reunía hasta altas horas de la noche cuando los maridos estaban ausentes.

La noche fatal, aprovechando que Hassan había viajado a Adana para participar de un torneo de golf con un grupo de amigos, algunos eran los esposos de las amigas de Zeynep, acordó salir a cenar con ellas. Poco después de las veinte partió desde su casa rumbo a Dragos Sosyal, un restaurant con vista al mar, a poco más de diez minutos de su casa. Junto a ellas compartió una cena acompañada con una buena bebida espumante. A las doce de la noche abandonaron el lugar para culminar la velada en la villa de Ada Gülsoy, una de las amigas, que también vivía en el barrio de Içerenköy.

Ese sábado Zeynep se despertó más temprano, extrañaba su cama. Hacía tres días que se había mudado al cuarto de Alper hasta que terminaran de pintar el suyo. Tocó el timbre llamando a la mucama para que le alcanzara el desayuno, como lo hacía siempre.

—Buenos días señora —dijo entrando la mujer con la bandeja—. Llegó la revista Marie Claire. Muy buena la nota que le hicieron.

—Buen día Feride. Gracias querida ¿Alguna novedad? —preguntó sentándose mientras acomodaba las almohadas en su espalda.

—El pintor no vino y tampoco avisó nada.

—Yo le dije que hoy no viniera, me olvidé de decirte. Tengo que ordenar mi vestidor y de paso necesito encontrar unos vestidos para llevarle a mi modisto ¿Llamó mi marido?

Al nombrar a Hassan recordó la despedida que habían tenido la noche anterior.

—Si señora, dijo que llegó bien a Adana. También llamó su madre diciendo que no se olvide que la espera a almorzar.

—Está bien Feride, gracias. Ah, espera…, puedes tomarte el fin de semana libre. Quiero descansar sin nadie que me moleste.

—Gracias señora. Esperaré que usted desocupe el cuarto para limpiarlo y me retiraré.

—Bien. Te veré el lunes entonces —dijo bebiendo el café en tanto hojeaba la revista con el reportaje y las fotografías de su imagen a todo color.

Terminado su desayuno hizo dos llamados telefónicos, luego se levantó y se duchó. Salió desnuda del baño hacia el cuarto. Al verse reflejada de cuerpo entero en el espejo, a sus cincuenta años se sentía conforme consigo misma y con la figura que le devolvía. Ella tenía amigas que a su misma edad aparentaban diez años más. Practicaba yoga y pilates a diario lo que le permitía mantenerse en forma, y además, tener una vida sexual muy activa, ya que según los psicólogos, el sexo liberaba endorfinas, por eso ella se sentía tan bien.

«El placer sexual tiene muchos otros beneficios, mejora la salud y también el sueño. Tras “retozar”, Morfeo me toma entre sus brazos como por arte de magia », se dijo a sí misma con una sonrisa.

En su Lamborghini partió hacia la casa de su madre. Era una rutina almorzar con ella los sábados. Desde que había enviudado ella se había aferrado mucho a Zeynep, porque Tuba, la hija mayor, era bastante desaprensiva y Alí, el menor, se ocupaba de su trabajo y de su familia y a su madre la visitaba solo de tanto en tanto.

Charlaron de todo, más que nada del reportaje que le había hecho la revista en su último ejemplar. El orgullo que sentía su madre por Zeynep era notable. La veía triunfadora, emprendedora, activa, ignorando por supuesto todo lo que se hablaba de ella como así también la extraña relación que su hija tenía con su yerno.

A las cuatro de la tarde se despidieron y Zeynep partió hacia el taller de su modisto. Allí estuvo casi tres horas probándose los vestidos que le había traído para arreglar y de paso cambiarse, dijo, para la cena que tendría esa noche con sus amigas “las desveladas” en elDragos Sosyal Tesisleri.

—¿Es ese restaurante que está en la costa frente a las islas Príncipe? —preguntó el modisto Tülay.

—El mismo. Es un lugar divino. A mí me encanta ir cuando quiero evitar la vida agotadora de la ciudad. Me hago un tiempito con mis amigas, comemos rico y nos divertimos mucho.

—No lo conozco, pero muchas de mis clientas siempre me cuentan que tiene una vista increíble; del exquisito aire de mar que se respira y de lo bien que se come.

—Y no te han mentido Tülay. El paisaje es tan fascinante al atardecer que atrae a todo Estambul. Yo que busco tranquilidad a veces ahí no la encuentro —agregó riendo—. Bueno querido, me voy porque se me hace tarde.

Debido a la lluvia torrencial que caía y al estado del tránsito a esa hora condujo quince minutos de más hasta llegar a su destino, el cual no era el restaurante. Ella estacionó el vehículo en la zona de Kartal Bridge.

Zeynep estaba dispuesta a ponerle fin a esa relación tóxica que estaba manteniendo con Erkan, y también porque ya se había tornado peligrosa. Él se había vuelto posesivo, celoso, autoritario, dejando al descubierto ciertas conductas violentas. Ya había dejado de ser el tipo de hombre que le había atraído en sus comienzos, el caballero elegante y de finos modales. A veces había llegado a temerle., como aquel día cuando él la había atado al respaldo de la cama inmovilizándola. Si bien ella llegó a un terreno inimaginable de placer, fue consciente de que si dejaba que esos juegos avancen, todo terminaría mal. Erkan no medía sus fuerzas en esos actos y eso la decidió a querer cortar para siempre con la relación.

Con Hassan llevaba muchos años de casada y la emoción de tener una aventura sin trascendencia con alguien le había empezado a dar vueltas en la cabeza. Tenía sentimientos encontrados con respecto a llevar a cabo una idea como esta, más que nada porque no quería serle infiel ni herirlo a pesar de que la relación entre ellos ya no era la misma. Pero Hassan llegaba muy tarde por las noches a causa de su profesión y muchos fines de semana se ausentaba para jugar al golf, la cuestión era que en la cama pasaba poco y nada…, algo había empezado a fallar entre ellos. Y Zeynep se sentía mejor que nunca, con sus hormonas revolucionadas y vistiendo ropa interior bien sexy tenía la sensación de estar preparada para cualquier ocasión, como un cowboy con dos pistolas en el lejano oeste. Tenía que pasar algo para romper esa monotonía y si ese algo o alguien se cruzaba no lo dejaría pasar.

Días después Zeynep, junto a un grupo reducido de amigos y compañeros de trabajo, fue invitada al cumpleaños de una de sus empleadas de alto rango. Entre los invitados se encontraba Erkan Soysül, un tipo muy varonil, alto, corpulento y musculoso, de cabellos castaños y una voz muy seductora. Nunca había coincidido con él fuera del ámbito laboral, sin embargo esa noche al sentarse juntos ella se sintió atraída por él como si lo viera por primera vez, quizá había sido su aroma irresistible o sus manos bien cuidadas y a Erkan le había pasado lo mismo, no podían dejar de mirarse, eran como un imán atraídos sin remedio el uno hacia el otro.

Mantuvieron una conversación muy entretenida durante toda la velada, hablando de trivialidades. Erkan le contó que era soltero, que practicaba natación y le gustaba con pasión el trabajo que realizaba en las empresas de Zeynep. Por su parte ella no ocultó que estaba casada, porque él al no preguntar supuso que conocía todo de su vida.

De aquel cumpleaños salieron todos un poco pasados de alcohol. Erkan la invitó a Zeynep a tomar un café en su piso ubicado en pleno centro de Kartal Bridge, un edificio nuevo y moderno que no pasaba desapercibido. Era un departamento de soltero, pequeño, con la decoración bien masculina, pocos adornos, un equipo de sonido, un escritorio con su computadora, un gran ventanal a la calle y un cómodo sillón tapizado en color neutro frente a un televisor de inmensas proporciones.

—Ponte cómoda, mientras tanto traeré algo para tomar —dijo desapareciendo.

En lugar de café, Erkan volvió con dos tragos preparados con vodka.

—¿Y el café? —preguntó ella algo nerviosa.

—Esto es para desinhibirnos un poco y brindar por esta nueva amistad —contestó él acercando su copa a la de ella.

Después de brindar Erkan dejó la copa en la mesa de centro y mirándola a los ojos pasó su mano con lentitud por detrás de sus cabellos y la besó en la boca de una manera que hacía tiempo que Hassan no lo hacía. Sus mejillas se enrojecieron por el ardor que le provocó ese beso tan apasionado y quiso ocultar lo que empezó a sentir en su interior, pero la intensidad del momento fue aumentando el incendio entre ellos.

—Perdona, necesito tomar un vaso de agua —dijo ella buscando la cocina y tratando de calmar su excitación.

—Ven, te acompaño, es por acá —dijo guiándola.

Mientras Zeynep bebía el agua, Erkan la tomó por detrás y la apretó contra su cuerpo, comenzando a besarla mientras sus brazos rodeaban su cintura. Ella sintió el calor de su fuego y su respiración acelerada en su cuello. Sin poder resistirse más, Zeynep giró su cuerpo y empezaron a besarse dejándose llevar por ese calor como si les hubieran puesto una droga en la bebida. La excitación de los dos fue aumentando más y más, hasta que Erkan, tomándola de la mano, la llevó al dormitorio que se encontraba iluminado solo por las luces amarillentas de las farolas de la calle que entraban desde la ventana. Contra la puerta cerrada ellos se besaron como comiéndose.

—¿Quieres hacerlo? —preguntó él casi en su boca.

—Es lo que más quiero —respondió ella acallando la voz de su conciencia.

Cautivos de un deseo incontrolable, volvieron a besarse mientras se quitaban la ropa, desenfrenados, al mismo tiempo que se acercaban a la cama.

—¿Seguimos? ¿Estás segura? —insistió él.

—Plenamente segura —dijo ella decidida.

—Entonces te haré de todo —contestó Erkan queriendo saciar su apetito sexual..

Ella se dejó caer sobre las inmaculadas sábanas mientras él se recreaba con el paisaje que veía. La fogosidad ardía por sus venas, la respiración de ambos se aceleró y toda esa locura pasional que inundó la habitación se convirtió en un bosque en llamas.

Así comenzó Zeynep a serle infiel a su esposo. Sin comprender aún su comportamiento, no lograba controlar una excitación permanente ni el deseo continuo de estar con Erkan para revivir esos momentos tan ardientes. Y cuando no podían verse, lo tenía a Hassan con quien volcaba todo ese deseo pasional.

La aventura duró unos cuantos meses hasta que el peligro sonó como una campanilla en su cabeza. El clima amenazante la había capturado apoderándose de su cuerpo. Cuando Erkan se dormía, después del sexo y escuchaba que sus ronquidos suplantaban las canciones con sonidos de violines que salían del equipo de audio, sentía tanta rabia que le entraban ganas de asfixiarlo con la almohada.