Pedro Minio - Benito Pérez Galdos - E-Book

Pedro Minio E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Pedro Minio es una obra de teatro de Benito Pérez Galdós. Trata sobre un seductor y caradura que acaba en un asilo religioso a su vejez. Allí se enamorará de una mujer y experimentará unos últimos momentos de felicidad. Sin embargo, todavía se cierne una amenaza sobre sus últimos momentos de vida: un pariente pretende fundar un nuevo asilo mucho más siniestro e internarlo en él.-

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Benito Pérez Galdós

Pedro Minio

COMEDIA EN DOS ACTOS

Estrenada en el Teatro Lara, de Madrid, el 15 de Diciembre de 1908.

Saga

Pedro MinioCopyright © 1870, 2020 Benito Pérez Galdós and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726495256

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

PEDRO MINIO, asilado (65 años)

Sr. Rubio.

LADISLADA, asilada (60)

Sra. Rodríguez.

ABELARDO (40)

Sr. Puga.

HORTENSIA, su esposa (50)

Srta. Alba.

FANNY, hija de Hortensia (20)

Srta. Latorre.

PEPE TERRANOVA (25)

Sr. Barraycoa.

EL MARQUÉS DE LOS PERDONES, Patrono y Director del Asilo (60)

Sr. Pacheco.

EL DOCTOR (40)

Sr. Mata.

LA SUPERIORA (Madre Luisa) (40)

Sra. Ortiz.

SOR BONIFACIA (25)

Srta. Moreno.

SOR VICENTA (25)

Srta. Pardo.

LA MILAGROS, asilada (98)

Srta. Toscano.

PASCASIA, idem (65)

Srta. Acebedo.

ETELVINA, idem (60)

Srta. Otero.

POLIDURA, asilado (70)

Sr. Mora.

DON TELEMACO, idem (70)

Sr. Romea.

BERDEJO, idem (70)

Sr. Simó Raso.

Viejas y viejos. Hermanas de la Caridad.

 

La acción en Madrid, en el Asilo de Nuestra Señora de la Indulgencia.

___________

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie sin su permiso podrá traducirla, ni reimprimirla, en España, ni en ninguno de los países con los cuales haya celebrados ó se celebren tratados internacionales de propiedad literaria.

Los Comisionados de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder ó negar el permiso de representación, como también del cobro de los derechos de propiedad.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

 

EST. T1P. DE LA VIUDA É SHIJOS DE M. TELLO

C. de San, Francisco, 4.

ACTO PRIMERO

Primer patio de recreo en el Asilo de Nuestra Señora de la Indulgencia.—Á la izquierda, primer término, puerta grande que comunica con el locutorio, salas de recepción y con el exterior del edificio.—Á la derecha, primer término, puerta pequeña y ventanas que corresponden á las habitaciones del Patrono y Director, Marqués de los Perdones. En último término, derecha, un arco ó puerta grande que conduce á diversas dependencias del edificio; en último término, izquierda, un arco que conduce á la enfermería.—En el fondo, valla verde de madera, con puerta central practicable, que da paso á un segundo patio ajardinado y á la huerta de recreo.—Arboles corpulentos dan apacible sombra á la escena.—Banco fijo á la derecha; tras él un velador ó mesilla; otra mesa rústica mayor á la izquierda; sillas rústicas.—Es de día.—Izquierda y derecha se entienden del espectador.

ESCENA PRIMERA

El Marqués, La Superiora, El Doctor, que salen de la casa de la Dirección; Hortensia, Fanny, Terranova, Sor Bonifacia, que entran por la izquierda.

 

Marqués. —(Gozoso, guardando un manuscrito que han leído los tres.) Resulta de esta Memoria que en el quinto aniversario de su fundación, nuestro Asilo de Ancianos se halla en estado por demás próspero y floreciente.

Doctor.— Glorioso, señor Marqués. Diga usted que es el mayor éxito del siglo.

Superiora. —Exito de fe y caridad.

Doctor. —Y de administración, Madre Luisa.

Marqués. —En nuestras manos fructifica el árbol plantado por la santa fundadora. Reventaríamos de orgullo si fuera lícito envanecerse por el cumplimiento del deber.

Superiora. —Y ahora, cada cual al suyo, Doctor.

Doctor. —Yo á mi enfermería.

Superiora. —Yo á distribuir los servicios de la tarde. (Al dirigirse á la izquierda ve venir gente.) ¡Ay! visita tenemos.

Doctor.— (Mirando.) Son las norte-americanas, mis pomposas clientes.

Marqués. —¿Otra vez? ¿Vienen la madre y la hija?

Doctor. —Y el prometido de ésta, Pepe Terranova, hijo del Marqués de Costafirme. Creo que han ajustado ya la boda...

Marqués. —Las riquezas buscan blasones... y los encuentran al primer ojeo.

Superiora.— Ayer, al despedirse, anunciaron que hoy repetirían la visita. Parece que quieren fundar una institución como ésta.

Marqués. —(Incrédulo.) Habrá que verlo.

Doctor. —Estos pobres millonarios aburridos se distraen imitando lo inimitable. (Entran por la izquierda Hortensia, Fanny, Terranova y Sor Bonifacia. Hortensia es aparatosa, corpulenta; viste con recargado lujo. Fanny, jovencita espigada, viste con elegancia. Su prometido, Terranova, es un distinguido aristócrata. Sor Bonifacia es joven y bella.)

HORTENSIA.— Señor Marqués, otra vez nos tiene aquí... ¿Qué tal?

Marqués. —Señora y señorita, encantado de ver á ustedes.

Hort. —A usted, Doctor, ya le vimos en casa. (Saludando.) Madre Luisa...

Terranova. —No he podido contenerlas, Marqués. No se han avenido á poner media semana entre la primera y la segunda visita.

Hort.— Perdone usted nuestra impertinencia. Somos entrometidas, molestas, pegajosas. Queremos ver todo.

Fanny.— Nuestro fisgoneo no se satisface con ver: queremos el examen minucioso, la comparación...

Marqués. —Mucho me agrada.

Doctor.— (Aparte á la Superiora.) No las crea usted. Sus ojos yen mucho; sus almas nada.

Fanny.— Nuestro objeto es ilustrarnos, aprender.

Marqués. —Este Asilo de Nuestra, Señora de la Indulgencia, fundado por mi esposa, no tiene secretos para nadie, y menos para los que vienen á estudiar su admirable organización.

Doctor.— Yo, con permiso de ustedes, voy á mi visita en la enfermería. Luego nos reuniremos... Y á propósito de enfermos, Hortensia, ¿no ha venido su esposo?

Hort.— ¡Pobrecillo! Con nosotras entró... Pero como buen artrítico y cardiaco, no puede andar á prisa. Ya llegará.

Doctor.— ¿Habrá ido al masaje, como le ordené esta mañana?

Sor Bonifacia. —NO, señor: está en casa. Entró en la farmacia para tomar una medicina.

Doctor.— Luego le veré. Con su permiso... (Vase por la izquierda, segundo término.)

ESCENA II

Los mismos, menos El Doctor.

 

Marqués. —Empezarán ustedes por esta parte, todo lo que comprende la vida material, desde los dormitorios á las cocinas.

Superiora.— (Señalando al fondo.) Más adentro verán la capilla, las salas y jardines de recreo.

Fanny.— (A Sor Bonifacia.) ¿Según parece, están aquí los asilados muy divertidos?

Sor Bonifacia. —De algún modo hemos de aliviar las tristezas de la vejez.

Marqués.— No me corresponde ni una parte mínima en la gloria de esta fundación. Todo es obra de mi santa esposa, que ya goza de Dios. Los mejores años de su vida consagró Mercedes á planear y realizar este soberano instituto. Y al darle el título y advocación de Nuestra Señora de la Indulgencia, nos dejó un emblema de la grandeza de su sentir divino, de su pensar humano. (Colocación de las figuras de izquierda á derecha: Terranova, Sor Bonifacia, Fanny, Hortensia, el Marqués, la Superiora.)

Superiora.— No ha nacido mujer que se le iguale. En su alma sublime, la piedad religiosa dejaba largo espacio á la piedad humana, y aun lugar para el sentido de la organización y del método y para el exquisito gusto en todas las cosas.

Terranova. —Fué sin duda mujer extraordinaria, genial.

Fanny.— ¡Lástima que abandonara el mundo tan pronto!

Sor Bonifacia.— La santa Madre Mercedes vive siempre en nuestros corazones.

Hort.— Virtud, pasión de la beneficencia, inmenso caudal, todo lo tuvo esa señora, y todo lo aplicó á dar sustento y amparo á la vejez desvalida.

Superiora.— El recreo es aquí tan importante como el alimento y el abrigo. Con él se procura dar satisfacciones á los que ó no las tuvieron nunca, ó las olvidaron al caer en la extrema pobreza.

Hort. —¿Y trabajan?

Marqués.— Trabajo poco, y sólo en concepto de entretenimiento. En las horas de expansión, que son las más del día, se les permite divagar en grupos por éste y otros patios y jardines, sin separación de sexos. Todo tiende á mantener en los veteranos de la vida la placidez del ánimo. Por este medio fomentamos la cordialidad entre ellos y el amor á la institución. Se alienta todo sentimiento noble y todo estímulo de distracción inofensiva.

Fanny. —Nos han dicho que fuman y beben... que tienen billares, café, tío-vivo, juegos no prohibidos, estanco y algo de taberna...

Superiora. —De todo hay un poco.

Hort. —(Sorprendida.) Y habiendo todo eso, ¿hay paz?

Marqués.— Una paz admirable.

Hort. —Señor Marqués, yo quisiera comprobarlo. Perdone mi desconfianza.

Marqués. —Cuando usted guste.

Hort.— Por ahora, veremos el local, éste y el otro departamento, todo muy limpio, ya se sabe.

Fanny.— Todo muy bonito. Pero es ver simplemente la mitad ó parte mínima de las cosas.

Hort. —Quisiéramos ver lo principal, el funcionamiento de esta enorme máquina.

Terranova. —La vida, el alma de la institución.

Marqués.— Para eso necesitamos tiempo. Mañana, pasado mañana, cuando gusten, vénganse á pasar un día con nosotros... A las doce les daré de almorzar, aquí, en mi residencia.

Fanny.— (Gozosa.) Sí. Mamá, di que sí.

Hort. —Vendremos, sí, señor.

Marqués.— Yo vivo aquí como un ermitaño, humildemente, sobriamente. Pero trataré de que la penitencia que les impongo sea moderadita.

Terranova. —Diga usted, Hortensia, que el ermitaño nos dará un trato de príncipes.

Marqués. —Eso no: trato de medianía decente. ¿Aceptan?

Hort. —Sí, señor, y muy agradecidas.

Marqués. —Pues ahora sigan su visita, para conocer todo el cuerpo de esta gran alma de la Indulgencia.

Superiora. —La Hermana Bonifacia les acompañará. (Cuando se disponen á salir, entra por la izquierda Abelardo, sostenido por la Hermana Vicenta.)

ESCENA III

Los mismos.—Abelardo, Sor Vicenta. Abelardo es hombre como de cuarenta años, atrozmente envejecido, trémulo, de andar inseguro. La Hermana Vicenta, joven y linda, le trae cogido del brazo.

 

Hort. —Abelardo, eres una impedimenta horrible.

Abelardo. —No puedo... me canso... Esta bondadosa Hermanita me llevó á la Farmacia para darme las gotas de estrofanto.

Hort. —¿Vienes con nosotras?

Abelardo. —Seguid, seguid. Yo me tomaré aquí otro descanso.

Fanny.— Y aquí tienes al Doctor, que pronto saldrá de la enfermería.

Marqués.— (Llevándole al banco, á la derecha.) Aquí estará muy bien.

Abelardo.— Gracias, señor, por su bondad.

Hort. —Luego te recogeremos.

Abelardo. —No estoy para ver una sala y otra sala, y subir y bajar escaleras. Me mareo, me rindo... Luego me contaréis. (Se van por la derecha Hortensia, Fanny, Terranova y Sor Bonifacia.)

Marqués. —Nosotros, con su licencia, nos retiramos... Sor Vicenta le acompañará hasta que vuelva su familia. Puede pasar á mis habitaciones, si gusta.

Abelardo. —Gracias: estoy aquí muy bien, al fresco. Gracias.

Marqués.— Hasta después.

Superiora. —(Aparte al Marqués, retirándose lentamente.) ¡Desdichado señor! La fatua de su mujer le trata como á un niño molesto... ¿Pero no sabe, señor Marqués? (Sigue contándole en voz baja un caso extraordinario.)

Sor Vicenta.— (En pie, junto á don Abelardo.) Señor, la continua ingestión de medicamentos es cosa mala.

Abelardo.— ¿Es usted médica?

Sor Vicenta.— Ya sabe que soy la farmacéutica de la casa.

Marqués. —(Aparte á la Superiora, muy sorprendido.) ¿Pero es cierto?

Superiora.—