Pensar al día - Guido Stein - E-Book

Pensar al día E-Book

Guido Stein

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Beschreibung

Disponemos de más información que nunca, pero sigue siendo difícil vivir en la realidad, atenerse a lo que se ve y no a lo que se quiere ver. Por mucho que nos empeñemos, las cosas son como son, y hemos de construir sobre la realidad. Verdad y libertad se co-implican. Mentira y coacción también. Pensar al día ofrece cuatro radiografías de actualidad que buscan traspasar la espesa opacidad de luces y sombras que se entrelazan en el ámbito sociopolítico, económico y digital. Solo un buen diagnóstico puede encaminarnos a una sociedad más saludable, y el ansia de entender permite penetrar la realidad para luego mejorarla.

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GUIDO STEIN

PENSAR AL DÍA

Cuatro radiografías y un diagnóstico

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2024 byGuido Stein

© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6751-5

ISBN (edición digital): 978-84-321-6752-2

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6753-9

ISNI: 0000 0001 0725 313X

PRÓLOGO

Vivimos más al día que nunca, yo diría al minuto, pero no sé si pensamos a la misma velocidad. La propuesta de este libro, que invita al inusual deporte de reflexionar, es tan atrevida como imprescindible, es casi una emergencia vital.

En sus otros libros fui convocada para discurrir juntos un título, que es un juego de complicidad interesante si conoces bien al autor, como es el caso. Esta vez, lo de las “radiografías de la realidad” fue una tentación irresistible a colarme más allá de la portada. Y aquí estoy, aprovechándome de jugar en casa, para sacar a la medicina al campo y mostrar su papel social sanador.

En aquel otoño, en que Guido y yo paseábamos nuestro noviazgo por la vera del Bidasoa, nuestro amigo Alejandro Llano, no necesita presentación, solía inspirarnos con reflexiones tan certeras como inolvidables. Esta es la que me inspira estas letras «…para ser original hay que volver al origen…», y ¿no os parece que lo más original es siempre la naturaleza humana? A mi sí.

La ecología ha irrumpido en nuestras vidas con fuerza incontestable y habilidad educativa, así, y hemos aprendido a cuidar el planeta y a valorar más la naturaleza, ¡qué buena noticia! Sin embargo, tengo la impresión de que se nos ha olvidado el ser humano, y redescubrir el valor de su naturaleza. Estoy convencida de que las radiografías del profesor Stein serán incitadoras del pensamiento que reclama el momento, y sin duda mostrarán una imagen confiable de la cultura actual que permitirá al lector hacer su diagnóstico.

La aproximación científica es siempre el primer paso en la práctica médica, pero el enfermo, al igual que la realidad, esperan de nosotros algo más. Podemos ser terapéuticos, que no significa curarlo todo, pero implica siempre compromiso con la fragilidad; involucrarse.

Me gusta decir que la medicina del futuro es la medicina del cuidado. Para aprender a cuidar necesitamos recuperar la amistad con la naturaleza humana, en una visión un tanto contracultural pero verdaderamente sostenible del ser humano.

El ecosistema digital, que es nuestra selva cotidiana, reclama un abordaje en tiempo, intención, carácter y contenido que no sepulte nuestra creatividad y nos resucite de la desatención constante. La sociedad de nuestros días está desafinada y así lo muestran las agendas desbordadas de las consultas de psiquiatría. La literatura científica más reciente y robusta pone en evidencia como las pantallas se están llevando nuestro bienestar emocional sin que apenas nos demos cuenta.

Agradezco amorosamente a mi alter ego que me brinde la ocasión de ser la telonera de su diagnóstico con esta canción: que el ser humano rescate al ser humano. Cuánto puede entusiasmar a las personas tener una causa común. Estamos a tiempo de: levantar la mirada, tocar papel y estrechar la mano, contemplar las hojas de los árboles, escribir una carta y recuperar el inmenso valor de la comunidad, para salir de la soledad, que ya se etiqueta de nueva enfermedad.

En ese volver al origen y difundir una ecología original, no nos va a quedar más remedio que encumbrar referentes nítidos a los que mirar, pues la novedad infinita del scroll up continuo nos tiene un tanto distraídos, insatisfechos y perdidos.

La sociedad tiene sed de humanidad y de identidad personal. Me da a mí que esta last call a dedicar tiempo a pensar, que nos lanza mi autor favorito, va a ser una parada inesperada, pero clave, para redescubrir nuestra naturaleza y empezar a cuidarnos de verdad.

Luisa González

Esposa. Madre. Médico anestesista.

Activista social de los cuidados.

Vicepresidenta del Colegio de Médicos de Madrid

y presidenta de su Fundación.

Introducción

«Todo el mundo está afiliado a una filia o a una fobia».

(Ramón Gómez de la Serna)

La velocidad creciente con la que el tiempo se desliza a medida que se cumplen años, y que presagia que nos tendremos que apear de él más pronto, me espolea a escribir al día. Encararse con una pantalla en la que se proyecta una página de word en blanco es una manera de asomarse a la vida, y considerar cómo nos la estamos tomando.

El dilema entre mentir o reflejar lo que en realidad ocurre acecha a la vuelta de cada folio digital; con el insobornable peaje de que mentir implica siempre saber que se miente. No vale con escabullirse y pretender que sólo se trata de cambiar cronológicamente de opinión; este cambio, aparentemente inocuo, dista mucho de darse cuenta del error en el que uno se encontraba, para, en consecuencia, sustituirlo por un nuevo juicio corregido; encierra, en cambio, una pasión tan antigua como humana: las personas antes nos confirmamos que nos rectificamos. ¡Con lo rejuvenecedor que es deshacerse de “michelines mentales” de prejuicios!

La realidad de lo real sólo se puede desvelar desde la libertad inteligente del que la mira en su esfuerzo por atenerse, ni más ni menos, a lo que ve; a la postre, ambos conceptos, libertad y verdad, se co-implican. Aún para mentir hay que ser libre, ya que nuestra habilidad para mentir es uno de los pocos datos evidentes y demostrables que confirman la existencia de la libertad humana. Sólo es posible mentir a sabiendas.

Pensar al día se inspira en las reflexiones suscitadas en el día de cada día, que he pergeñado con irregular regularidad, a salto de mata, con el oído pegado al pálpito de lo que no se cuenta, aunque cuente; con la determinación renovada en cada párrafo de no expresar lo que uno no piensa ni siente; y con la osadía de aspirar a la cabeza y al corazón del lector. No pocas de esas reflexiones cristalizaron originalmente como tribunas de opinión para Eldiario.es

Nunca he abrigado el anhelo de ser neutral, sino de reflejar lo que hay, con la autonomía propia de la voluntad humana. La Dirección del Periódico siempre ha respetado escrupulosamente mis opiniones vertidas. A pesar de las diferencias en las perspectivas y en las lentes, los dos hemos sido capaces de ir recíprocamente del brazo de quien no piensa como nosotros. Sin esta condición necesaria la democracia no pasaría de algo fake.

Ambos estamos de acuerdo con el filósofo medieval, Anselmo de Canterbury, cuando muestra, con el ingenio y la brillantez que envuelven sus razomientos, que la existencia de la voluntad humana está caracterizada íntimamente por la libertad:

El hombre puede ser atado a pesar suyo, porque puede ser atado sin que quiera; puede ser torturado a pesar suyo, porque puede ser torturado sin que quiera; puede ser muerto a pesar suyo, porque puede ser muerto sin que quiera; pero no puede querer a pesar suyo, porque no puede querer no queriendo querer. Pues todo el que quiere, quiere su propio querer.

Las siguientes páginas expresan el singular juicio del autor, conforman una perspectiva personal y pretenden interpretar de un modo desinteresado pequeñas parcelas de un mundo que no deja de sorprenderle; a la postre, se trata de secundar el interés por conocer y ocupar un lugar propio. Sin el uso constante de la inteligencia la vida flota en la superficialidad de las impresiones, sacudida por los acontecimientos, ausente del sentido que la envuelve, sin percibir el horizonte hacia el que se orienta desde su inicio; sin esa luz la pasión por vivir se escapa como el agua entre los dedos.

La visión poliédrica que aportan los textos se agrupa en cuatro capítulos denominados genéricamente radiografías, porque apuntan a fotografías realizadas desde el interior de cada asunto abordado, si bien la radiación electromagnética que traspasa cuerpos opacos ha sido reemplazada por una inteligencia, más bien turbia, que ansía entender más allá de los conceptos que esgrime. Las páginas se deslizan desde los escorzos sociales hasta proyecciones sobre un futuro que ya nos envuelve, pasando por reflexiones al hilo de la política del ciudadano de a pie, la economía que afecta a nuestras vidas o la lluvia digital que nos cala enterándonos. Las cuatro perspectivas descansan en las zonas comunes que operan como cimientos de un diagnóstico integrador.

Dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco que aquel que ha aprendido a dolerse y complacerse como es debido, ha recibido una buena educación; en definitiva, reconoce lo bueno como bueno, lo malo como malo, o lo bello como bello, y acomoda su sentir en consecuencia. El lector al leer siempre juzga al autor, y eso está muy bien.

***

Los agradecimientos me llevan al trabajo de Teresa García de Santos, asistente de Investigación de IESE Business School, y al propio IESE, ni una ni otro tienen sustitutos válidos; siguen por Ignacio Escolar y su equipo de Opinión, y acaban donde, en realidad, siempre empiezan; Luisa, que es mucho más que una radiografía en tres dimensiones de la no comprada gracia de la vida, y que hemos reproducido en seis originales: Jaime, Alicia, Luisa, José-Otto, Guido y Juan.

I. RADIOGRAFÍA SOCIAL: REALIDAD Y EXPECTATIVA

«Es que estamos fatal»

Es una frase entre jocosa y apocalíptica que, desde hace un par de años, se escucha constantemente en la calle y, en especial, en las consultas de los psiquiatras y psicólogos clínicos, saturadas de pacientes. Empezó siendo una mera guasa urbana, como agur a la pandemia, pero ha mutado en un lamento vano por reiterado. ¿Qué ha pasado para que nos autosugestionemos en clave negativa, incluso, hasta adoptar tintes tan desesperanzados? ¿Llega realmente la sangre del desaliento al río de nuestro día a día?

Es un dato empírico que la confluencia de los factores generalizados de velocidad, prisa, aturdimiento, apremio, irreflexión, pesimismo o rigidez generan biografías ansiógenas. Basta con salir a la calle para confirmar que nos mostramos habitualmente en un estado de alerta sostenido, con mal pronóstico, que en más casos de los reconocidos rompe las historias personales en fragmentos deslavazados.

Asimismo, abundan los indicios que apuntan a que nos hemos convertido en intolerantes al dolor, al aburrimiento y, por lo tanto, a la espera. Valoramos más las expectativas por lo que aún no existe (y quizá nunca llegue a ser), que lo que la vida cotidianamente nos brinda; lo ficticio induce ambiciones inmoderadas, que, a su vez, reclaman presuntas satisfacciones inmediatas.

Ante la decepción por el desengaño de que lo ansiado no comparece al momento, ni tampoco después, nos afanamos en vías de escape, que distorsionan el sentido de cada día a fuerza de sensaciones fulminantes. La impaciencia nos conduce a sufrir de modo generalizado una falta de perspectiva vital; hemos dejado de recurrir a las luces largas de la inteligencia y la voluntad, para deambular con pasos cortos y envueltos en un ambiente atosigado, entre atormentados y perplejos.

Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, como ironizaba en serio Ortega hace un siglo, para advertir que en el fondo no estábamos interesados en hacer el diagnóstico y embarcarnos en el tratamiento, sino en seguir la inercia del mundo circundante; una práctica negligente con intenso sabor local.

Por cierto, la negligencia en su etimología griega es la akedia, acedia en castellano (no confundir con el pescadito que lleva tilde), que justamente denota la flojera interior anudada por la amargura y la tristeza. Los filósofos medievales se referían con ella al mal de vivir, que ahogaba las ganas, justamente, de seguir existiendo. A base de languidez y tedio uno mismo se convierte en la carga más insoportable que ha de sobrellevar. La acedia entraña un sentimiento desolador, que tiñe nuestro espíritu, y para el que nuestro tiempo carece de resortes suficientes de cómo afrontarlo y superarlo. La educación del carácter supone hoy una prioridad social.

La satisfacción instantánea ha arrebatado el poder de nuestra subjetividad, sumida en una crisis adicional de atención, que le impide pensar cabalmente, y ha centrifugado las cavilaciones alrededor del ego, que nos alejan de la realidad y nos conducen a la autosugestión, que, a su vez, opera como un pozo con magnetismo en su fondo.

Sabemos que crecemos interiormente a base de fracasos más que de éxitos, ya que los primeros nos ayudan a tomarnos la vida con realismo y lucidez; contribuyen, en definitiva, a hacer carne de nuestra propia carne la enseñanza de que lo realmente relevante no es lo que de hecho a uno le pasa, sino cómo cada uno se toma lo que le pasa.

La actitud siempre subjetiva, por serlo de un sujeto, es el venero de los sentimientos de largo alcance y de las emociones a corto. Ese talante íntimo es capaz de trocar una plúmbea mirada en blanco y negro en la vivacidad multicolor y rebosante, que arropa la verdadera pasión por vivir; la inconfundible pasión que entreteje la ilusión con el sentido y que hincha de esperanza cada hora personal e intransferible.

Estas páginas, y las que les siguen no caen bajo el género editorial de autoayuda; sin embargo, su lectura pretende surtir el efecto de detener la prisa, animar a pararse, porque para pensar hay que pararse a pensar, aunque se al día, y ofrecer una visión lúcida y de conjunto en un momento histórico donde predominan las miradas fragmentadas y los diagnósticos parciales.

Cuando la vida se estanca

«Un par de minutos es todo lo que vive alguien durante una vida. Lo que pasa es que nadie se entera porque existe la creencia de que vivir mucho es que te pasen muchas cosas, pero yo creo que vivir mucho es saber qué cosas te están pasando. Y suelen ser pocas, ¿no?». Se pregunta, sin ningún resquicio de duda, Manuel Jabois por boca del personaje principal de su novela Miss Marte.

Para vivir mucho hay que concentrarse en pocas vivencias, parece señalar el autor. La contradicción es sólo aparente para una mirada estereoscópica de la realidad, que se ayuda de una ilusión, ver dos imágenes diferentes a la vez, y así poder apreciar la profundidad de la realidad. Una imagen sola no alcanza a reflejarla.

Mientras nos acercamos al meridiano de un otoño envuelto en temperaturas veraniegas, otra contradicción aparente, y mientras se alejan despacio los restos de la pandemia, la salud mental de los ciudadanos no mejora ni a ese ritmo parsimonioso. Los psiquiatras y psicólogos que conozco dicen que no les dejamos en paz ni unos minutos para comer. Quizá nunca habíamos estado tantos tan desequilibrados anímicamente a la vez.

El día de cada día ya no es lo que era: nos han cambiado sin preguntarnos, y hemos cambiado sin pararnos a pensar por qué, ni hacia dónde. La frescura del gusto por existir ha sido reemplazada por un deambular envuelto en una tupida maraña de agobios intrascendentes. Carecemos de la claridad que sólo puede proceder de la no comprada y misteriosa gracia de la vida.

Se dice que si un neurótico pudiera descuidarse un momento, se curaría al liberarse de su tremenda fijeza en los detalles. Nos sobran realidades fragmentadas que nos atenazan por su estrechez, y nos falta tomarnos algo menos en serio. Vivimos un dramatismo excesivo.

Miss Marte piensa que «para conocer a alguien no hay que preguntarle todo el rato por el pasado, para conocer a alguien hay que dejarlo en paz». Carecemos del sosiego, ahora se pronuncia mindfulness, que sustenta el desequilibrio armonioso que aleja la ansiedad, la tristeza y el dolor. Escasea la calma que favorece una concordia básica, antídoto eficaz de patologías sociales que atosigan la vida en común. La primera consecuencia es la premura con la que nos deslizamos hacia la soledad entre los demás, cuajada de toneladas de malhumor.

¿No padecerán nuestros sentimientos una sobrevaloración distorsionante? El recurso a unas emociones intensas y crecientes no está surtiendo el efecto deseado de una vida más plena. Las expectativas sobre nosotros mismos y sobre el mundo, de las que vamos cada vez más cargados, debutan a menudo con escaso éxito. Nuestra vida transcurre como una promesa inalcanzable, desembocando una y otra vez en la insatisfacción de unos proyectos que no son tan especiales como anhelábamos. Conviene advertir que no todo lo que pasa en nuestra vida ha de ser necesariamente “chulo” o “funny”, a costa de perder quilates de realidad. Se puede aspirar a lo imposible, pero sólo se puede elegir entre lo real.

Hemos de ser capaces de encarar con esperanza y fuerza la decepción, el fiasco, incluso la derrota, porque forman parte del proceso por el que llegaremos a ser nuestra mejor versión.

«El recurso a los psicofármacos —advierte la psicoterapeuta Mariolina Ceriotti— representa un apoyo muy eficaz, porque logran moderar rápidamente las emociones y los sentimientos, y disminuyen su impacto; precisamente por eso, su uso puede suponer a veces un atajo peligroso en el afrontamiento de los problemas complejos de la existencia». Yugular una depresión incipiente es absolutamente deseable; mantener nuestra voluntad tersa ante la adversidad también.

Cuando la vida se estanca, es la hora de la gestión de uno mismo, empezando por dotar de sentido a lo que nos pasa y regular eficazmente nuestras emociones. Nadie lo podrá hacer por nosotros, mejor que nosotros.

No tenemos abierto un crédito a la vida, que hayan de abonarlo otros, porque nadie nos debe nada. La condición necesaria para vivir con plenitud el presente es corregirnos y renunciar a cargar a los demás con nuestra responsabilidad. Las generaciones que nos siguen no se han merecido quedar expuestas a nuestras contradicciones sin digerir, emociones centrifugadas y frustraciones artificiales.

Como nos recuerda Harry Styles en As it was, lo bueno que hemos vivido nos acompaña y renueva:

When everything gets in the way

Seems you cannot be replaced

And I’m the one who will stay, oh

In this world, it’s just us

You know it’s not the same as it was.

Si la vida tiembla, para ser fuerte no basta con hacer pesas

La nueva y quizá antepenúltima variante del virus de marras nos está poniendo a prueba por enésima vez. Las medidas sanitarias y sociales, las decisiones políticas y empresariales, las angustias familiares y personales, no nos pillan desprevenidos, sino advertidos y entrenados. No cabe la ingenuidad que nace del venero de la ignorancia de uno mismo.

Aunque nos encontramos con las fuerzas justas, vitalmente desfondados y psicológicamente saturados, la evidencia empírica es incontrovertible: aceptamos con espíritu de superación la faena que nos ha asignado el destino. Las fases previas de la crisis nos han espabilado: vivimos a flor de alma. Si en el inicio de 2019 hubiéramos actuado como lo estamos haciendo a finales de 2021, otro gallo nos hubiera cantado. Entonces le tomamos el pulso a la vida y no lo encontramos. Tardamos hasta que la vida se replegó sobre sí misma.

Nadie sabe lo que va a pasar mañana, pero sí cuál va a ser su carácter, sus deseos y energías, y, por lo tanto, cuáles serán sus reacciones ante lo que vaya a pasar, que ya está ocurriendo. Al profetizar el futuro se hace uso de la misma función intelectual que para comprender el pasado. Miremos, por lo tanto, a lo que hemos andado: juntos hemos superado las primeras y las siguientes andanadas, desgraciadamente no sin unas víctimas cuantiosas (una ya es demasiado) y dolorosísimas, no sin errores de bulto, y no sin comportamientos que hoy causan vergüenza y rechazo; juntos hemos aprendido que anticiparse es esencial; que si todos no hacemos lo que hay que hacer, no somos suficientes; que las estrategias de vacunación funcionan pero es preciso hacer más y más en nuestros entornos personales, profesionales y sociales; que la prevención nunca es excesiva; que nos podemos ayudar exigiéndonos con el afecto que no consiguen llenar las buenas maneras; y, muy especialmente, somos conscientes de que esta carrera contra el virus no se encuentra aún en la recta final.

Afrontamos un sprint al que le va a seguir otro y otro. Hemos de estar en forma llenando con abundancia nuestro stock de deseos que desplacen los miedos y la memez. No es hora de las pesas para desarrollar musculatura, sino de fortalecer las mejores versiones de nuestra voluntad y sensibilidad.

La psicología nos enseña que las expectativas tiran de nuestros comportamientos, independientemente de que sean acertadas o erróneas, adecuadas o excesivas. Conviene no equivocarnos porque el resultado no tardará en comparecer en forma de más dolor y más frustración, sin que los previos hayan sido asimilados, o, menos aún, olvidados.

Cada generación ha de combatir sus combates con un latido propio, lo que Ortega denominaba su sensibilidad vital, que encierra una actitud desde la que se siente la existencia de una manera determinada; que deja fluir su propia espontaneidad, una vez ha recibido de la anterior lo vivido. Copiando nuestros mejores momentos, como hacen los artistas de raza, seguiremos afrontando con eficacia el día de cada día que nos espera. Con eliminar las omisiones en las que incurrimos desde hace tres años, ya le llevaríamos una considerable ventaja al enemigo.

El cierre amargo de un año que soñábamos distinto invita a darnos cuenta de que no nos la jugamos sólo a la carta de gozar de buena salud, aunque la sentimos con razón gravemente amenazada, sino de saber qué hacer con la propia salud. Nuestra intimidad nos grita que necesita más: algo en lo que gastar todas las energías con sentido y plenitud.

La gravedad de la vida se debe a que uno puede errar una vida entera. Lo que no tiene valor al final, tampoco lo tiene ahora. Nuestra época no es la que ahora acaba, sino justamente la que ahora empieza. Puede que baste con advertir que en una oscuridad como la que nos envuelve, el ruiseñor canta sin parar, pero no canta para sobrevivir, sino que sobrevive para cantar.

Anticipar las realidades futuras

Hace casi cien años, en una época de dolorosa incertidumbre pareja a la que nos ha tocado en suerte vivir, el poeta y dramaturgo anglosajón Thomas Stearns Eliot abordaba en el primero de sus Cuatro Cuartetos la necesidad del individuo de habitar el momento presente para ser consciente del tiempo y de su lugar en un mundo, que él anhelaba ordenado, y que ya he citado en un tiempo pasado, que vuelve a mi memoria presente:

El tiempo presente y el tiempo pasado

Acaso estén presentes en el tiempo futuro

Y tal vez al futuro lo contenga el pasado.

Si todo tiempo es un presente eterno

Todo tiempo es irredimible.

Lo que pudo haber sido es una abstracción

Que sigue siendo perpetua posibilidad

Sólo en un mundo de especulaciones

Lo que pudo haber sido y lo que ha sido

Apuntan a un fin que es siempre presente.

Las Navidades de 2020, con el parón que suponen en nuestra actividad del día de cada día, nos han recordado con menos sutileza que profundidad, que la educación de nuestra voluntad no acaba nunca. A diferencia de lo que ha pretendido el presidente con sus nueve jueces que no le han juzgado, las adversidades vitales nos ponen realmente a prueba, queramos o no: el Año que cerramos ha traído consigo un chorro de ellas; el Año que inauguramos no cambiará de tónica. Ser capaces de superar esas y otras adversidades nos alejan de la frustración, cruce antropológico de un hoy que se escurre sin cesar, en el que se dan cita, como advierte el poema, el pasado que ya no es, pero que ha impreso su huella, y el futuro que todavía no ha comparecido, aunque en su ausencia real oprime sin tregua.

Una de las paradojas de nuestra vida estriba en que nos alimentamos más de expectativas y futuribles («Lo que pudo haber sido es una abstracción… perpetua posibilidad... en un mundo de especulaciones»), que de realidades palmarias. Pocas de las primeras llegarán a realizarse, pero las disfrutamos y padecemos en su ausencia real con tal intensidad que afrontamos las segundas, desgastados anímicamente.

Tengo dudas de que para ser plenamente feliz hayamos de exprimirnos en una existencia acotada por el presente, porque acredita una porción menuda de nuestra vida, cuyo vector íntimo apunta al porvenir del porvenir. Todo lo vivimos mordidos por un hoy fugaz que se sucede sin pausa (“un presente eterno”), que a la vez que nos enseña a no pedirle a la vida lo que no nos puede dar, nos empuja a desear sin fin, como si estuviéramos envueltos en un imposible necesario. ¿No se tratará a la postre de un tour de force de cada uno consigo mismo, en el que se requiere esfuerzo y destreza con el aliciente de un tiempo tasado?

El 2021 ya ha empezado a pasar, de ahí que urja que lo abordemos con energía personal e intransferible, sin veleidades. «El ideal, cuando lo es, ni es fantasía ni es ensueño; es la actualización de una realidad futura», recuerda Ortega y Gasset. Cuanto ocurre no puede hacernos perder la sensibilidad para lo que debe ocurrir.

Inseguridad y narcisismo

«Vale más tener el corazón alegre que la vida feliz, pues un corazón alegre lo suple todo».

(Ramón Gómez de la Serna).

Sin ser un virus, la hipervaloración disfuncional del yo se ha extendido como una mancha de aceite por las casas y las calles, ha llegado a los patios de los colegios envuelto en redes sociales, trastorna el día a día de las organizaciones, y supura en la vida social y política. Las mitologías griega y latina nos cuentan, echando mano de distintas versiones, que Narciso era un joven tan bello como desaprensivo. Su madre, la ninfa Liríope, preocupada como las madres que atisban los peligros, o se los imaginan, consultó al vidente Teresias acerca del futuro de su hijo, a lo que este le contestó que su vida sería longeva si nunca llegaba a conocerse a sí mismo. La ignorancia es una fuente de audacia que nos empuja a mirar hacia fuera y a actuar protegidos por un déficit de conciencia; mientras que la flexión sobre uno mismo permite reconocer la verdad acerca de quienes somos, y la sombra de lo que no seremos.