Pequeña y gran historia de la Ciudad Prohibida - Bernard Brizay - E-Book

Pequeña y gran historia de la Ciudad Prohibida E-Book

Bernard Brizay

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Beschreibung

Tras sus muros carmesí, la Ciudad Prohibida de Pekín esconde mil secretos. Vedada al público (de ahí su nombre), este increíble recinto medieval, diez veces más grande que el palacio de Versalles, fue la residencia de los veinticinco emperadores de las últimas dinastías chinas, Ming (1368-1644) y Qing (1644-1912). Como sus familias y cortes sólo salían de esta «ciudad dentro de la ciudad» en contadas ocasiones, todas las decisiones políticas y administrativas se tomaban allí, alimentando el aura de secreto y misterio. Bernard Brizay nos lleva al corazón de la ciudad prohibida, representación simbólica del poder absoluto de sus ilustres moradores. Más que un relato sobre los soberanos y su ejercicio del poder, lo que el autor desvela es la vida cotidiana de la corte, sus tortuosas intrigas, sus innumerables complots, sus rituales, sus tácitas jerarquías internas y su ambivalente ceremonial. Por primera vez se presta especial atención a los eunucos, figuras clave de la burocracia imperial, que actuaban como consejeros, confidentes de los soberanos y concubinas, y maestros espías. En este relato vivo y ameno, el autor da vida a la historia gloriosa y trágica de este monumento emblemático del poder imperial chino.

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Título original: Petite et grande histoire de la Cité interdite

© Perrin, Paris, 2023

© De la traducción del francés: Blanca Gago

Revisión: José Pons Bertran

© Editorial Melusina, slu

www.melusina.com

Reservados todos los derechos de esta edición

Primera edición: enero 2024

Diseño de cubierta: Araceli Segura

Imagen de cubierta: Cuadro de la dinastía Ming de la Ciudad Prohibida

(circa siglo xv) © Bridgeman Images

isbn:978-84-18403-83-5

A Brigitte. A su sonrisa

«Cuando vemos los monumentos y edificios que tienen Italia y Francia, no sentimos sino indiferencia y desprecio ante lo que vemos en el extranjero. Sin embargo, cabe señalar una excepción: el Palacio Imperial de Pekín y su Palacio de Verano. Todo allí es magnífico y bello de verdad, ya sea en el diseño o en la construcción, y me maravilla el hecho de que nunca he tenido a bien contemplar nada parecido.»

Jean-Denis Attiret1

«El genio natural de los chinos es, como el de los romanos, una elección de noble simplicidad, de poder surgido de manera espontánea a partir de una disposición ordenada. En Pekín es donde podemos comprender mejor uno de los aspectos del genio chino […] Si existe un país donde el urbanismo y la arquitectura, la arquitectura y la decoración son un mismo razonamiento del espíritu, capaz de abrazar vastas perspectivas así como minúsculos entramados repletos de detalles, ese país es China.»

Claude Larre2

«La belleza arquitectónica de todos esos edificios reside, sobre todo, en su estructura clara y natural, la perfección del equilibrio, la simetría de la composición, los poderosos contrastes de color, la ubicación en terrazas elevadas y la unidad de estilo y voluntad artística. Todo participa en la formación del conjunto: el laberinto de los muros, los pasillos, las columnatas y las techumbres forman una sola y magnífica obra de arte; no una creación individual, sino el fruto de un desarrollo progresivo, conforme a las reglas de la arquitectura, así como a las antiguas tradiciones de poderío y esplendor, siempre soberanas en la construcción de los grandes palacios imperiales de China.»

Osvald Sirén3

«Ninguna capital, ni siquiera la Roma de los césares, se trazó con semejante unidad y audacia. Todas esas murallas convergentes están calculadas para conformar un marco imponente de poder supremo; todo contribuye a un solo pensamiento dominante: exaltar el poder y la magnificencia del monarca y rodear su trono de gloria y majestad.»

Alphonse Hubrecht4

1. Jean-Denis Attiret, «Carta a la señora d’Assault», 1 de noviembre de 1743, en Lettres édifiantes et curieuses, París, Société du Panthéon littéraire, 1843, p. 786.

2. Claude Larre, Les Chinois, París, Lidis-Brépols, 1981, p. 397.

3. Osvald Sirén, Les Palais impériaux de Pékin, París-Bruselas, G. Vanoest Éditeur, 1926, p. 22.

4. Alphonse Hubrecht, Grandeur et suprématie de Pékin, Éditions You-Feng, 1928, reed. 2005, p. 124.

Contenido

Mapas

Prólogo

Primera Parte. La Ciudad Prohibida bajo la dinastía Ming

1. La parte oficial

Denominación de la Ciudad Prohibida

El origen de la ciudad de Pekín

Pekín bajo la dinastía Yuan

Yongle usurpa el poder

Una decisión «capital»

Una elección ilógica, aunque política y estratégica

La arquitectura civil

Yongle, el gran arquitecto de Beijing

Una obra titánica

La construcción de la Ciudad Prohibida

Inicio del paseo

El palacio de la armonía suprema

El salón del trono

El palacio de la armonía central

El palacio de la preservación de la armonía

2. La parte privada

Los tres palacios posteriores

Los seis palacios del oeste y los seis palacios del este

El jardín imperial

El final de la construcción de la Ciudad Prohibida

La ciudad imperial, una dependencia esencial

El pánico a los incendios

Los tejados de la Ciudad Prohibida

El color, «una impronta única en su género»

Muros y murallas: las fortificaciones de Pekín

El yin y el yang

El dragón, símbolo de poder

Las parejas de leones

Otros símbolos de poder

Las pinturas

En torno al palacio imperial

La faz sombría de la ciudad

3. Los emperadores

4.Los eunucos

El origen de los eunucos

Luchas de clanes severas y perpetuas

Una intimidad interesada

La desconfianza hacia los altos funcionarios

La dirección del ceremonial

«Y le cortaron el… y los…»

¿Por qué un hombre se convierte en eunuco?

¿Cómo se convierte un hombre en eunuco?

El papel de los eunucos

La vida privada de los eunucos

Las particularidades de los eunucos

5. Emperatrices, esposas y concubinas

Emperatrices, reinas del harén

Las concubinas, mujeres envidiadas pero casi siempre desgraciadas

¿El triste destino de las concubinas imperiales?

La poligamia

La elección de las concubinas

La educación sexual de los emperadores

El ritual del dormitorio

¿Eran imprescindibles los eunucos?

6. Los emperadores Ming en la Ciudad Prohibida

Los quince emperadores Ming

Yongle, el gran emperador de la dinastía Ming

El almirante Zheng He

La edad de oro de la porcelana

Hongxi, el reinado más breve

Xuande, la edad de oro de los Ming

Zhengtong, una vida de novela

1450, el poder creciente de los eunucos

Un golpe de estado fallido

Chenghua y la concubina Wan Guifei

La historia novelesca de un hijo oculto

Hongzhi, el emperador irreprochable

Zhengde, uno de los emperadores más detestables

Wei Zhongxian, un eunuco de pésima reputación

Jiajing, el largo reinado de un sádico

Longqing, igual que su padre…

7. Wanli, el emperador indolente

La Ciudad Prohibida con Wanli

Unos inicios prometedores

La huelga de poder

Un caso patológico

Las mujeres de Wanli

La prisionera de un «palacio frío»

Los sucesos de la corte

Problemas militares y económicos

Los costes de la corte

Dingling, la tumba de Wanli

Matteo Ricci y los primeros misioneros jesuitas

8. La caída de los Ming

Tianqi, el emperador iletrado

Los sabios audaces de la academia Donglin

Wei Zhongxian, el «eunuco dictador»

Chongzen, el último emperador de los Ming

25 de abril de 1644, el último día de los ming

El suicidio del emperador

Las causas del declive de la dinastía Ming

Segunda Parte. La Ciudad Prohibida bajo la dinastía Qing

9. Una transición dinástica muy agitada

Li Zicheng ocupa Pekín

El infortunio de un general

Los manchús en Pekín

Shunzhi, el primer emperador de los Qing

Bumbutai, una fuerte personalidad

La Ciudad Prohibida, adoptada tal y como es

Con edificios restaurados…

… Pero descuidados

Un gran constructor

El fin de la dominación de los eunucos

Neiwufu, la casa imperial

El patio interior

10. Tres «déspotas ilustrados»

Kangxi, el rey sol de China

Unos comienzos difíciles, pero logrados

Dos entidades administrativas

Un déspota ilustrado

Una desilusión tardía

Instrucciones sublimes y familiares

La misión jesuita francesa de Pekín

Los jesuitas y el calendario

Yongzheng no fue un emperador de transición

Qianlong y el apogeo de la dinastía

El emperador de las artes y las letras

Castiglione, un pintor jesuita en Pekín

La jornada del emperador

La embajada de lord Macartney

Un final de reinado difícil

11. Las mujeres de Qianlong

La emperatriz viuda Chongqing

La dama Fuca, emperatriz Xiao Xian

La concubina Rong Fei

La emperatriz Ulanara

Dun Fei, culpable de asesinato

La dama Wei, emperatriz xiaoyi a título póstumo

12. La vida cotidiana

Las damas de la corte y las sirvientas

El código de vestimenta

La mesa imperial y los servicios alimentarios

Los banquetes imperiales

La calefacción y la refrigeración

Los cuidados médicos

Los cultos religiosos

La música

El teatro

Los tesoros imperiales

13. Cixí

1800, la fecha de transición

La Ciudad Prohibida permanece

Cixí, esposa imperial

Una personalidad tan temible como temida

Una víctima de las calumnias

Un guion perfecto

Cien días de reformas

El golpe de estado

Los 55 días de Pekín

Perla, la favorita Zhen, arrojada a un pozo

La profanación del palacio imperial

A Cixí no le gusta la Ciudad Prohibida

Memorias de una dama de la corte

Der Ling y Katherine Carl

Memorias de un eunuco

Las muertes casi simultáneas de Guangxu y Cixí

14. Puyi, el último emperador

La expulsión de los eunucos

La muerte simbólica de la Ciudad Prohibida

La Ciudad Prohibida vista por los escritores franceses

Epílogo

Anexos

Cronologías

Dinastías chinas

Los emperadores Ming y Qing

Cartas y planos

Bibliografía

Libros de arte en francés

Libros de arte en inglés

Libros en francés

Libros en francés sobre los eunucos

Libros en inglés

Libros en inglés sobre los eunucos

Mapas

Prólogo

Roma se fundó hace dos mil quinientos años. París tiene más de dos mil años. Según el proverbio, Roma no se hizo en un día, ni tampoco París. Sin embargo, Pekín, la capital de China, no tiene más de seiscientos años, y solo tardó quince en construirse.

China cuenta con muy pocos monumentos que constituyan un legado del pasado. La Ciudad Prohibida es una excepción, y el hecho de que siga en pie hoy en día es casi un milagro, pues está enteramente construida en madera.

La Ciudad Prohibida de Pekín es, por encima de todo, una obra arquitectónica. Su nombre, cargado de misterio, invita a soñar. Se trata de un lugar mítico, único en el mundo, que hay que ver antes de morir (Xi Jinping, el presidente chino, expresó su deseo de que todos los ciudadanos pudieran visitarla al menos una vez en la vida). «Un espacio laberíntico encerrado entre muros monumentales, que uno nunca se cansa de volver a visitar», añade al respecto Pierre-Étienne Will, profesor del Collège de France.1

«Hoy en día, no existe ningún palacio real o imperial de importancia comparable», afirma una guía turística de 1937 escrita por el capitán Maurice Fabre. Sus palabras son exactas, pues se trata del mayor complejo palaciego del mundo, así como el mayor conjunto de construcciones en madera.

«Todos los que entran por primera vez en el “Palacio Antiguo” —Gugong, como se conoce el lugar en chino— guardan un recuerdo indeleble de la visita, pues la magnificencia de los edificios, el refinamiento de las proporciones y el sabio ritmo de las sucesivas vistas que ofrece alcanzan la perfección», escribe por su parte un maravillado Gilles Béguin, antiguo conservador del Museo Cernuschi.2 Sin embargo —nótese la paradoja arquitectónica—, nada en él está concebido según consideraciones o criterios estéticos. La belleza se ofrece, de algún modo, por añadidura.

Finalmente, Simon Leys, excelente conocedor de China, no oculta su admiración al respecto: «Este vasto complejo de palacios y patios constituye, sin duda, una de las creaciones arquitectónicas más sublimes del mundo. En la historia de la arquitectura, los nuevos monumentos que tratan de expresar la majestad imperial abandonan la escala humana y no pueden alcanzar sus objetivos sin reducir a sus ocupantes al tamaño de una hormiga. Aquí, en cambio, las medidas sencillas y naturales nunca afean la grandeza; medidas que se imponen no mediante una desproporción entre el monumento y el espectador, sino mediante la creación de un espacio inequívocamente armonioso. La noble precisión de esos patios y tejados, que renueva hasta el infinito la claridad cambiante de los días y las estaciones, brinda al paseante un sentimiento físico de felicidad que solo la música logra a veces transmitir».3

Durante mucho tiempo, la «Ciudad Púrpura Prohibida» —traducción literal de su nombre chino, Zijin cheng—, en el corazón de la China imperial, suscitó la curiosidad de los occidentales y azuzó su imaginación. Podríamos multiplicar hasta el infinito las citas que celebran la Ciudad Prohibida, la magnificencia de sus edificios y el lujo de sus pabellones y dependencias.

Durante cinco siglos, el Palacio Imperial de Pekín fue la residencia oficial de los emperadores chinos, así como el centro sagrado de su poder. Los sucesivos residentes, empezando por los emperadores y los escasos privilegiados que podían acceder al lugar (príncipes, duques, ministros, altos funcionarios) constituyen, asimismo, una rica galería de retratos, cuadros cargados de historia e historia a secas. La corte imperial gravita en torno a su protagonista, el emperador, que reina sobre un imperio del tamaño de un continente en medio de esplendores fabulosos. Es un lugar donde emperadores, emperatrices, concubinas, damas de la corte, sirvientes y servidores —y sobre todo eunucos— tejen tortuosas intrigas. Mucho se hablará de los eunucos en estas páginas…

Sin embargo, la Ciudad Prohibida es «el centro, el corazón y el misterio de China, el verdadero refugio de los Hijos del Cielo —escribe el novelista Pierre Loti—. Pekín es una obra maestra de misteriosa encarnación, un lugar fecundo en símbolos y misterios […]. Ninguna capital de Occidente se ha concebido y trazado con tanta unidad y audacia, guiada por un pensamiento tan empeñado en exaltar la magnificencia de los cortejos y, sobre todo, preparar el efecto terrible de una aparición del emperador. El trono era el centro de todo. Se diría que la ciudad, regular como una figura geométrica, solo fue concebida para encerrar y glorificar el trono del Hijo del Cielo, dueño de cuatrocientos millones de almas».4

Ahí reside el emperador, el Hijo del Cielo, el Señor de los Diez Mil Años, según su apelación sagrada. Ahí, durante casi quinientos años —desde el año 52 de la dinastía Ming, en 1421, hasta la caída de la dinastía Qing, en 1911— residieron las dos últimas dinastías chinas y los veinticuatro emperadores (catorce Ming y diez Qing) que se sucedieron en el Trono del Dragón.

La Ciudad Prohibida es también uno de los pocos museos y enclaves de patrimonio cultural en el mundo que mezcla arte y arquitectura, historia y cultura palaciega. Alberga, en efecto, una nutrida colección de objetos artísticos originarios, en su mayoría, de la dinastía Qing.

No obstante, que nadie caiga en error. Este lugar excepcional tiene dos caras: una prestigiosa, gloriosa y brillante y otra menos reluciente y más sombría. Esta dualidad, esta doble cara, se debe, en parte, a la calidad y la competencia de los diversos emperadores. Así —cruel paradoja de la historia—, la dinastía Ming, de etnia china han, no puede enorgullecerse de tener en su haber a buenos soberanos, salvo el primero, Hongwu —gran guerrero que reinó entre 1368 y 1398—, y el tercero, Yongle (r. 1399-1424), pese a la crueldad de ambos. En cuanto a la dinastía Qing, de origen extranjero, manchú, cuenta con tres soberados destacados con una personalidad excepcional: Kangxi (r. 1662-1722), Yongzheng (r. 1723-1735) y Qianlong (r. 1736-1795), los cuales se sucedieron a lo largo de ciento treinta años.

En efecto, a finales del siglo xvii y durante todo el siglo xviii, bajo la dinastía extranjera Qing, China conoció su mayor apogeo, un período de absoluta grandeza; la decadencia sobreviene en el siglo xix. Por ello podemos diferenciar entre la pequeña y la gran historia de la Ciudad Prohibida.

Si bien la gran historia, la oficial, se conoce —o cree conocerse— por sus crueles luchas de poder, no ocurre lo mismo con la «pequeña historia», plagada de hechos sórdidos de lo más variopinto, intentos de asesinato y envenenamientos —nunca esclarecidos y a veces disimulados a conciencia—, intrigas salvajes, complots y traiciones, anécdotas a veces muy jugosas, incongruencias y rarezas de toda clase. Aunque la Ciudad Prohibida fue un teatro digno de verdaderas tragedias de Shakespeare, también acogió extrañas escenas de comedia dignas de Molière. Muchos historiadores chinos —o de origen chino— contemporáneos no dudan en describir una ciudad dominada por el miedo y los envenenamientos.

La escritora y periodista estadounidense Juliet Bredon, que nació en China y pasó varios años en el país, afirma, con toda la razón, que la historia de Pekín es la historia de China en miniatura. La ciudad demostró la misma capacidad de adoptar y absorber a nuevos soberanos que el país. Tanto una como el otro atravesaron sombrías épocas de anarquía y derramamiento de sangre y, por suerte, ambos revelaron su capacidad de supervivencia, su resiliencia. Lo mismo ocurre con la Ciudad Prohibida.

Así, Bredon escribe en 1922: «En el mundo hay pocos monumentos que hablen más al artista, al estudiante e incluso al visitante de paso que la Ciudad Prohibida de Pekín, la más misteriosa de las residencias imperiales donde, bajo las dignidades y los esplendores prescritos por una venerable tradición, se ocultaban las horribles sombras de unas intrigas que jugaban con la muerte, la más fría crueldad, la lujuria y la envidia; y donde, bajo la pulida superficie de los edictos sagrados y la apacible filosofía de Confucio, hallamos las pasiones carnales y la ambición insaciable de los déspotas de Oriente».5

Geremie Barmé, autor del notable ensayo The Forbidden City, publicado en 2008, titula el primer capítulo «Un palacio de sangre y lágrimas». Ese es, en efecto, el lado más sombrío del icónico monumento.

Pequeña y gran historia de la Ciudad Prohibida. Faz brillante y faz sombría. Venturas y desgracias del Palacio Imperial. Horas buenas y días pobres. Esplendor y decadencia. ¿Palacio o prisión?

Todos estos términos, al cotejarlos, se confunden.

1. Pierre-Étienne Will, en La Cité interdite. Vie publique et privée des empereurs de Chine (1644-1911), catálogo del Museo del Petit Palais, 1996-1997, p. 19.

2. Gilles Béguin, prólogo de La Cité interdite. Vie publique et privée des empereurs de Chine (1644-1911), ibid.

3. Simon Leys, Essais sur la Chine, París, Robert Laffont, 1998.

4. Pierre Loti, Les derniers jours du Pékin, París, Calmann-Lévy, 1902, p. 183 [trad. esp.: Los últimos días de Pekín, Laertes, 2002].

5. Juliet Bredon, Peking. Le roman d’une ville interdite, Monestier, 1922, p. 2.

Primera Parte. La Ciudad Prohibida bajo la dinastía Ming

1.La parte oficial

Nos habría gustado dedicar este libro a los arquitectos chinos del siglo xv de nuestra era que construyeron la Ciudad Prohibida, el «Gran Interior Prohibido». Ciertamente, esos arquitectos diseñaron planos detallados del monumental edificio arquitectónico, pero no nos ha llegado ninguna traza de ellos —ya sea porque se perdieron o se destruyeron—, como tampoco sabemos nada de las técnicas utilizadas para la construcción. Quizá Yongle hizo desaparecer las fases de estudio, los proyectos y los planos, para asegurarse de que nadie después de él tuviera la osadía de inspirarse en ellos para construir un palacio similar al suyo. Así que nos contentaremos con dedicar estas breves palabras de agradecimiento al emperador Yongle y a su arquitecto constructor.

La Ciudad Prohibida de Pekín fue la sede del Palacio Imperial desde principios del siglo xv hasta principios del siglo xx, es decir, durante cuatrocientos noventa y un años. Esta maravilla arquitectónica situada en la capital, Pekín, constituye el palacio más vasto y antiguo del mundo. Actualmente, a diario y desde primera hora de la mañana, miles de turistas venidos de toda China y del extranjero invaden el recinto para admirar sus numerosos y magníficos edificios oficiales, palacios, pabellones, patios interiores, jardines y dependencias privadas, que albergan tesoros inestimables.

El monumento ha acogido a cien millones de visitantes desde 2012 y a más de diecinueve millones en 2019, pese a contar con un acceso restringido… (A título de comparación, el Museo del Louvre acogió a diez millones de personas ese mismo año.)

Todos los palacios del mundo llevan un nombre que los designa. La Ciudad Prohibida es el único bautizado según su condición prohibitoria. Es una paradoja, un guiño de la historia, que el lugar antaño más sagrado del Imperio, donde el público no podía acceder, sea hoy en día el más visitado del país.

Denominación de la Ciudad Prohibida

Entre las diversas denominaciones que ha recibido la residencia imperial a lo largo de los siglos, la más común en chino es «Ciudad Púrpura Prohibida» (Zijin cheng). El término Zi —pronunciado «Ze», ciudad púrpura— es, sin duda, el más importante. El nombre no procede del color de las murallas almenadas —construidas, por otra parte, a base de ladrillo gris—, sino de una referencia, una alusión literaria a la Estrella Polar. Esta metáfora, bastante antigua, se remonta a unos cuantos siglos antes de la era cristiana.

Se considera que la Estrella Polar es de color púrpura, un color indefinido, una especie de rojo sombrío o tal vez un matiz intermedio entre el azul, el rojo y el negro. Bermellón, si se prefiere.

Situada en el eje terrestre, la Estrella Polar es la residencia de la deidad suprema, según la cosmología china. Su nombre en chino es una contracción del de la Estrella Polar (Beiji xing), el astro que permanece fijo en el cielo alrededor del cual se efectúa la rotación del firmamento celeste. La estrella es, en efecto, el centro y pivote de la bóveda celeste y las constelaciones vecinas.

Del mismo modo, el Palacio Imperial es el centro en torno al cual gravita el mundo terrestre en su conjunto o, al menos, toda la Administración del Imperio chino. El emperador de China es el «Hijo del Cielo», equivalente en la tierra de la deidad suprema que habita la Estrella Polar. El Hijo del Cielo, que se encuentra en el centro de todas las cosas, reside en el Palacio Imperial. Así, la Ciudad Prohibida es el doble, la réplica terrestre de la estrella púrpura.

Según la tradición cultural china, el Hijo del Cielo dispone de un poder absoluto y la Ciudad Prohibida, núcleo de la capital, Pekín, es el símbolo del poder superior. Ahí es donde el emperador y su corte tratan los asuntos políticos.

Desde el siglo iii a. C., el emperador Qin Shi Huang (221-210 a. C.), fundador del Imperio chino con capital en Chang’an, procuró disponer su palacio en armonía con el eje de la bóveda celeste.

Pero, en realidad, ¿por qué se llama Ciudad Prohibida? ¿Por qué esa denominación tan intrigante y misteriosa? La expresión ha contribuido en gran medida al renombre y la leyenda del lugar. El segundo término significa, simplemente, que la ciudad estaba prohibida a la gente común, a las personas humildes; el pueblo no podía entrar. Solo las más altas personalidades oficiales (príncipes, ministros, generales y algunos altos funcionarios) tenían el acceso autorizado por razones jerárquicas, administrativas o profesionales.

La ciudad se califica de «prohibida» (jin) porque en Pekín, bajo el Imperio, nadie puede pasear por sus alrededores. Está estrictamente prohibido rodear sus murallas e incluso volver la cabeza hacia ella, pues también está prohibida para la vista. La noción de prohibición se impone al exterior. Según Cyrille Javary en La Ciudad Púrpura Prohibida, «en el interior, las cosas no son mucho mejores. La ciudad es un verdadero dédalo de tabús y reglamentos variables tanto en el espacio —algunos lugares están más prohibidos que otros— como en el tiempo —hay lugares accesibles solo a determinadas personas en determinados momentos—». Nadie puede tener una visión sobre lo que sucede en el interior.

La villa imperial que rodea las murallas recibe el nombre de Ciudad Amarilla en chino, por la homofonía entre Huang (emperador) y houang (amarillo). Por esa misma razón, el amarillo es el color reservado al emperador.

El origen de la ciudad de Pekín

Situada más o menos en la misma latitud que Ankara, Madrid o Nueva York, Pekín marca el límite septentrional de la llanura de China del Norte. La ciudad no siempre fue la capital china. Hasta principios del siglo xv, no estaba destinada a convertirse en capital. La tradición historiográfica china distingue cuatro antiguas capitales: Chang’an —que albergó a una decena de dinastías—, Luoyang, Nankín y, claro está, Pekín, la cuarta. A partir de los años 1920-1930, otras capitales históricas pasan a engrosar la lista: Kaifeng, Hangzhou y, más recientemente, en 1988, la antigua capital Anyang. En 2004, Zhengzhou se convirtió en la octava antigua capital, después de unos descubrimientos arqueológicos que datan de la dinastía Shang, la segunda dinastía real (1570-1045 a. C.) en la China antigua.

Cabe señalar que la capital de los Shang contiene un recinto cuadrado cuyo centro encierra, asimismo, otro recinto cuadrado, antecesora de la Ciudad Prohibida. Allí era donde se celebraba la coronación del rey. (Recordemos que, según la cosmología china, el Cielo es redondo y la Tierra cuadrada.)

Los antecedentes históricos de la ciudad se remontan a tres mil años atrás. Pekín fue capital de doce regímenes distintos durante un período de más de mil quinientos años. Al principio, la fundaron pueblos que no eran chinos, controlados por poderes políticos del norte, esto es, «bárbaros».

Ubicada en los confines de dos mundos, el chino y el «bárbaro», Pekín destacó como importante enclave comercial desde el siglo ix a. C., por lo que tiene una pequeña pero muy dilatada historia. Situada en una modesta llanura al noroeste de la provincia de Hebei, es una ciudad rodeada de montañas salvo por el sur, donde limita con la llanura.

En la época de los Reinos combatientes (circa 475-221 a. C.), una ciudad llamada Ji, no lejos de la actual Pekín, era el centro del Estado de Yan, uno de esos reinos. Aunque en su origen era pequeña, enseguida cobró importancia por su situación geográfica. En sus Memorias históricas, el historiador Sima Qian (siglo ii a. C.) considera que Ji forma parte de las grandes ciudades del norte.

Bajo la dinastía Tang, la región de Pekín dejó de ser un territorio fronterizo para convertirse en la provincia de un imperio septentrional que no tardó en extenderse hacia el sur. Cabe señalar que este punto estratégico se halla bajo control de unos generales con poderes considerables. Uno de ellos, An Lushan, provocó una rebelión mortífera que condujo al declive de los Tang en el siglo viii, lo cual abrió la puerta a las invasiones bárbaras del norte.

Los kitán, un pueblo seminómada turco-mongol (907-1125) fundador de la dinastía Liao, de Ji hicieron de ella su capital secundaria nada más conquistar la ciudad. Con esta dinastía empieza la trayectoria histórica de Pekín. Los kitán la hacen crecer y le otorgan una configuración de ciudad completamente amurallada y dividida en cuatro zonas, también amuralladas.

A principios del siglo xii, los yurchen —otra tribu del noreste, compuesta por antepasados de los manchúes— reemplazan a los kitán y fundan la dinastía Jin (1125-1235). Se apoderan de la ciudad, le cambian el nombre a Zhongdu (Capital Central) y establecen una Ciudad Prohibida y una «ciudad interior». A partir de esta base, los yurchen perpetran sus asaltos contra la dinastía china Song (960-1279). En 1259, los mongoles de Gengis Khan arrasan por completo la ciudad de Zhongdu —de conformidad con la voluntad de los nuevos jefes, que se niegan a preservar cualquier traza del poder precedente— y masacran a su población.

Pekín bajo la dinastía Yuan

En 1267, el mongol Kublai Khan, nieto de Gengis Khan y fundador de la dinastía Yuan, decide fundar su capital en el emplazamiento de la actual Pekín. Así, cambia los planes y se establece en la ciudad que, a partir de ahora, llama Dadu (Gran Capital) o Janbalic (Ciudad del Gran Khan, en mongol). El palacio ocupa, más o menos, el mismo lugar que hoy en día. En su Libro de las maravillas del mundo, Marco Polo ofrece una larga y pintoresca descripción de esa capital que él llama Cambuluc (la ciudad del Khan) y sus esplendores. El viajero veneciano brinda una perspectiva de la residencia imperial, situada en el corazón de la ciudad tártara, la ciudad mongola: «Es el más bello palacio que pueda haber en el mundo […]. Tiene un tejado muy alto, y las paredes de las salas están cubiertas de oro y plata, decoradas con figuras de dragones, animales, pájaros, caballeros, estatuas y muchos otros motivos […]. El palacio es tan vasto que podría albergar al menos a seis mil comensales, y hay tantas habitaciones que uno no puede menos que quedarse maravillado. No podría imaginarse un palacio más perfecto, vasto y magnífico».1 La capital mongola gozó de un enorme prestigio durante el siglo xiii y atrajo a numerosos extranjeros, mercaderes, diplomáticos y religiosos.

La dinastía mongola de los Yuan (1279-1368), que gobernó China durante casi un siglo, enseguida entra en declive a causa de las disputas por la sucesión, la inflación, la desorganización administrativa y la corrupción. Hacia 1350, el patriotismo chino despierta con el impulso de la sociedad secreta búdica de los Turbantes Rojos; las revueltas campesinas estallan por doquier.

Entonces emerge la figura de un campesino astuto, carismático y dotado de una gran inteligencia política: Zhu Yuanzhang, que acaba imponiéndose a otros cabecillas rebeldes. Tras derrocar a los Yuan en 1368, se alza como primer emperador de la nueva dinastía Ming («brillante») y reina con el nombre de Hongwu desde 1368 hasta 1398.

Cuando sus tropas llegan a la capital de los mongoles, estos ya han abandonado el lugar. Hongwu establece la capital de la nueva dinastía en Nankín. Dadu pasa a llamarse Beiping («Paz del Norte») y recae en uno de los hijos de Hongwu, Zhu Di, nombrado príncipe de Yan —la región que rodea Beiping—. Tras la muerte de Hongwu después de treinta años de reinado, como su hijo mayor también había muerto, le sucede su nieto, Jianwen (llamado «el Letrado», r. 1398-1402)—, según el sistema de la primogenitura china.

Además de cualidades como líder guerrero, Hongwu posee grandes dotes administrativas. Así, fomenta la agricultura, la reforestación, los sistemas de riego y el cultivo de tierras baldías, por lo que inaugura una época de gran prosperidad en la China del siglo xv.

Yongle usurpa el poder

Zhu Di, el cuarto hijo del emperador Hongwu —y futuro Yongle— abandona la capital, Nankín, para desembarcar en el feudo que tenía asignado, Beiping. Entonces tiene veinte años. Pasará los diez siguientes resistiendo los ataques de las fuerzas mongolas que aún quedan de la dinastía de los Yuan, librando batallas tan penosas como encarnizadas. Así va forjando sus habilidades militares hasta obtener, por fin, la capitulación de sus enemigos. Organiza un potente ejército mientras aguarda protagonizar una lenta ascensión al trono. Mucho antes de convertirse en emperador, ya empieza a fraguar proyectos imperiales.

En efecto, desde muy joven Zhu Di se considera el sucesor de su padre, y sueña con conquistar el Trono del Dragón. Cuando empieza a sospechar —con razón— que el joven emperador Jianwen planea arrestarlo, él, el más poderoso de todos los príncipes de sangre real y gobernador militar de la región de Pekín, decide tomar la iniciativa y dirigirse a Nankín. Después de tres años de cruel guerra civil durante los cuales saquea las grandes ciudades del bajo Yangtsé (río Azul), como Suzhou y Yangzhou, su ejército ocupa Nankín. El palacio imperial es pasto de las llamas y Jianwen desaparece en el incendio. Buena parte de la ciudad queda destruida. (Cabe señalar que Yongle nunca se convenció de la muerte de Jianwen, y la duda lo carcomió durante el resto de su vida.)

Zhu Di se proclama entonces emperador y adopta el nombre de reino de Yongle, y su reinado se extiende de 1403 a 1424. El cuarto año de su mandato, decide erigir en Beiping —la antigua Dadu y capital de los Yuan— la capital de su reino, que pasa a llamarse Beijing (es decir, «Capital del Norte»), esto es, Pekín, por oposición a Nankín, la Capital del Sur de los primeros emperadores Ming. Así, por primera vez, Beijing se convierte en capital de un imperio gobernado por una dinastía china y no bárbara, mientras que Nankín queda relegada a capital secundaria.

Una decisión «capital»

¿Cómo explicar esta decisión «capital»? Para Yongle, la cuestión estriba, en primer lugar, en asentar su legitimidad y su poder. Él, el usurpador, se pasará toda la vida legitimando sus funciones, multiplicando las construcciones que se suponen beneficiosas para su pueblo con el propósito de atraer simpatías. También entran en juego los afectos: la ciudad y sus alrededores están situados en el feudo del príncipe de Yan, una comarca que conoce bien y donde puede establecer vínculos. La ciudad y su entorno son su ámbito de influencia, con su correspondiente poder político, económico y militar. Así, Yongle intenta afianzar su poder arraigándolo en su propio feudo. (Cabe recordar que China oriental está geográficamente dividida en dos partes, el Norte y el Sur, separadas por el río Yangtsé y su delta. Nankín, situada casi en el centro del Imperio, aguas arriba del delta, es la sede de la provincia de Jiangsu y la capital natural de la China meridional, a 900 kilómetros de Pekín.)

En la decisión también intervienen consideraciones geoestratégicas. La posición geográfica de esta ciudad excéntrica, cercana a la frontera septentrional, resulta crucial para la defensa militar del Imperio. Las incursiones de los nómadas, las invasiones de los «bárbaros» procedentes de las estepas de Manchuria, siempre resultan amenazantes.

Si se nos permite la comparación, es como si la capital de Francia hubiera recaído en Estrasburgo y no en París para proteger mejor al país de las invasiones germanas. Pekín nunca estuvo destinada a convertirse en la capital de China, pero su posición estratégica permitía controlar mejor Mongolia y los territorios del noreste. Más tarde, esta decisión permitirá la expansión china hacia las estepas de Asia central y Manchuria, conquistas que devolverán al Imperio su posición dominante en Asia. El objetivo, como afirma Alphonse Hubrecht, padre lazarista de las Missiones Extranjeras, era «inhibir los avances tártaros e invadir para no ser invadido.»2 Además, la decisión de Yongle concide con el hecho de que, antes de Pekín, varias capitales de las dinastías precedentes fueron ciudades del norte, como Chang’an, Luoyang o Kaifeng. Por supuesto, también surgen ciertas voces de oposición, y muchos lamentan que el enclave de la capital mongola de los Yuan, que tuvieron sometidos a los chinos durante un siglo, se convierta en la capital de la nueva dinastía.

Una elección ilógica, aunque política y estratégica

Pekín es una capital excepcional, solo comparable a ciertas capitales modernas como Brasilia o Canberra, surgidas seis siglos después. Pekín se creó a partir de la nada gracias a un emperador visionario en un enclave hostil, situado fuera de todos los ejes comerciales importantes y preexistentes, y que ningún río bañaba. El río Amarillo, cuna de la civilización china, pasa a cientos de kilómetros de distancia. Se trata, pues, de una decisión ilógica y excéntrica. El lugar también está alejado de los recursos de madera, té, arroz, grano, cerámica, tejidos y otras mercancías, mucho más fáciles de adquirir en el centro del inmenso territorio que conforma China.

El emplazamiento de Pekín comprende una llanura pantanosa en verano y helada en invierno, rodeada al norte y al oeste por un cinturón montañoso árido que lo separa de Mongolia. Ahí, en el noroeste, cerca de Mongolia, se materializa la frontera mediante la Gran Muralla, franqueada por las tribus tártaras que conquistaron China en varias ocasiones y se conocen con el nombre de sus respectivas dinastías: Jin, Liao, Yuan y Qing. La función crucial de la Gran Muralla consiste en marcar la frontera entre dos mundos: el civilizado y el bárbaro. Pegada a esa frontera, Pekín fue primero un puesto avanzado, un lugar estratégico, pero también un lugar de contacto y defensa.

Se trata, en definitiva, de una decisión extraña, discutible quizá, pero afianzada y legitimada con el paso del tiempo. Así, Pekín ha cambiado de nombre varias veces en la historia: Dadu en la época de Marco Polo, Beiping al comienzo de la dinastía Ming y Beijing (Capital del Norte) en 1406, con cuyo nombre se convirtió en capital de la República Popular de China en 1949 —tras un paréntesis de 1927 a 1949, en el que el país estuvo bajo el régimen de Chiang Kai-shek con la capital en Nankín—.

La arquitectura civil

Desde principios del siglo xx y, sin duda, del siglo xxi, lo único que permite enlazar el presente de China con su pasado arquitectónico es la Ciudad Prohibida. Este pasado se remonta a unas tradiciones antiquísimas cuyo origen está en el paleolítico y las dinastías Shang —de la época precristiana—, Sui y Tang (siglo vii).

«Durante miles de años, la arquitectura, lejos de constituir una especialidad, ha sido una parte integrante de la cultura religiosa e imperial china […]. La arquitectura china ocupa un lugar aparte, ya sea con respecto a la influencia, la magnificencia o la historia», afirma la introducción a L’Architecture chinoise. Los constructores de la Ciudad Prohibida se inspiraron a la vez en la Nankín de los Ming y la Dadu de los Yuan, pero, al levantar Bejing, superaron a Dadu tanto en tamaño como en belleza. La Ciudad Prohibida surge así como el resultado de unas técnicas arquitectónicas con una tradición y un desarrollo de varios miles de años.

La arquitectura civil en China viene guiada por un principio: la sumisión a un reglamento oficial, lo que limita de un modo terrible la libertad de expresión de los arquitectos. Yongle ordena a estos que obedezcan a rajatabla las prescripciones arquitectónicas intangibles, inscritas dos mil años atrás con la dinastía Zhou oriental (771-246 a. C.) en libros como el Lijing o Libro de los ritos y, de aún más prestigio para los chinos, el I Ching o Libro de las mutaciones —ambos se encuentran entre los Cinco Clásicos confucianos—, un vasto corpus de conceptos cosmológicos.

Se trata de dos recopilaciones de principios y tradiciones heredados de la dinastía Zhou, que reinó en China a principios del primer milenio antes de nuestra era. Estos textos rigen todo lo concerniente a la construcción de edificios públicos y religiosos, y brindan las claves para comprender los diversos aspectos de la vida terrenal, así como la asociación simbólica y constante entre dos fuerzas, el yin y el yang, el norte y el sur, lo masculino y lo femenino, el cielo y la tierra. Como veremos, el yang corresponde a los tres primeros palacios públicos de la Ciudad Prohibida, mientras que el yin está relacionado con los otros tres palacios privados, donde residen el emperador y la emperatriz.

Los principios básicos del feng shui aparecen consignados en el Libro de las mutaciones. El feng shui (literalmente, viento y agua) es un arte milenario cuyo propósito reside en armonizar la energía medioambiental (qi) de un lugar para propiciar así la salud, el bienestar y la prosperidad de sus ocupantes. Este arte, después de analizar e interpretar los componentes morfológicos del entorno natural, trata de disponer las estancias y los edificios en función de los flujos visibles, como corrientes de agua, e invisibles, como vientos, para obtener un equilibrio de fuerzas y una circulación óptima de la energía. Digamos que se trata de una práctica sin fundamentos científicos, una disciplina que podría calificarse —sin descalificarla por ello— de pseudociencia.

Las reglas del feng shui atañen a la altura, la amplitud y la longitud de los edificios, el número de patios, la elevación de la plataforma que sirve como cimiento, la cantidad de columnas, etc. El Palacio Imperial de Pekín se compone, así, de una sucesión regular y simétrica de puertas, patios rectangulares, edificios públicos y privados y jardines que albergan cuarenta y ocho vastos palacios, casi tantos templos y una cantidad aún mayor de cenadores, arcos y pórticos. Toda una ciudad que, además, está rodeada de una muralla fortificada.

Conforman el Palacio Imperial una sucesión de patios —dispuestos en un eje sur-norte— que conducen a los edificios, ordenados según su creciente importancia. En efecto, unos amplios patios pavimentados preceden la entrada a los palacios, casi siempre edificados sobre terrazas. El pabellón es la unidad básica de este conjunto armonioso y simétrico que no hace distinciones arquitectónicas entre espacio público y privado, profano y sagrado.

Cada pabellón, de planta rectangular, se divide en tres elementos: los cimientos bordeados por una balaustrada; las columnas cilíndricas rojas, que soportan el armazón, y, por último, la techumbre de bordes alzados. Este tipo de armazón, surgido hace dos mil años, es el elemento más original del recinto: las columnas están desprovistas de capitel. Un sistema de ménsulas (dougong) encajadas en soportes y muescas —sin clavos, cola ni cemento— permite repartir el peso por igual en la viga y curvar los bordes del tejado. La ménsula, la pieza de carga, está compuesta por varias piezas ensambladas de la techumbre y es extremadamente sólida. Las paredes son simples paneles sin función arquitectónica alguna. La arquitectura tradicional china ignora las paredes de carga: es la estructura de madera lo que asegura el apoyo estructural del edificio.

Yongle, el gran arquitecto de Beijing

La Ciudad Prohibida es el tercer palacio imperial construido en Pekín, después de los de la dinastía Jin (1115-1234) y la dinastía Yuan (1271-1368).

La primera tarea consiste en enrasar el terreno y excavar los cimientos. Yongle empieza por demoler el antiguo Palacio Imperial de los Yuan y ordena a sus arquitectos —sobre todo a Kuai Xiang, un joven arquitecto carpintero de Suzhou, hijo y nieto de carpinteros— que conciban la forma, disposición y distribución de los edificios, lo cual confiere al recinto pekinés un carácter geométrico único en el mundo.

Un eje central sur-norte determina una disposición perfectamente simétrica de los edificios. (Las líneas, rectas y puras, respetan la geometría cartesiana, muy vinculada a la arquitectura francesa clásica.) La distribución de la Ciudad Prohibida obedece a una disposición muy simple: las salas de audiencia van delante, los aposentos detrás, el culto a los ancestros a la izquierda y el culto al dios de la tierra a la derecha. El emperador y sus ministros discuten los asuntos importantes en las salas frontales, mientras que los palacios traseros sirven de alojamiento al emperador, la emperatriz y las concubinas.

Así pues, la Ciudad Prohibida comprende dos partes bien diferenciadas: la parte oficial al sur y la parte privada al norte.

Aunque los cimientos de la antigua Ciudad Imperial se aprovechan para las obras de construcción, el nuevo palacio se levanta sobre unos planos totalmente nuevos. Un muro un poco desplazado hacia el sur se construye en lugar del antiguo muro mongol. El plano de la futura capital se articula en cuatro villas distintas rodeadas de tres murallas concéntricas, según el esquema de encajes arquitectónicos tan estimado por los chinos.

La primera página de la bella novela René Leys, de Victor Segalen, es muy significativa al respecto: «No podemos negar que Pekín es una obra maestra de realización misteriosa. En primer lugar, el plano triple de sus villas no obedece a las leyes de las multitudes que conforman un catastro, ni a la gente que tiene que comer y vivir bajo un techo. La capital del mayor imperio bajo el sol se ha hecho para sí misma, se ha diseñado como un escenario al norte de la llanura amarilla; rodeada de murallas geométricas, entramada de avenidas cuadriculadas con callejuelas en ángulo recto y luego alzada de un solo impulso monumental.»3

Así, al norte se encuentra la ciudad interior (5,3 kilómetros de norte a sur y 6,6 kilómetros de este a oeste, rodeada de 24 kilómetros de ancha muralla revestida de unos ladrillos enormes), un espacio que contiene la Torre del Tambor, la Torre del Campanario y el templo de Confucio, donde reside la mayoría de la población. La ciudad interior también alberga un conjunto de jardines, tumbas y edificios diversos, y cuenta con nueve puertas.

A continuación viene la Ciudad Imperial —llamada Ciudad Tártara bajo la dinastía Qing—, que ocupa el triple de la superficie de la Ciudad Prohibida y también está protegida por una muralla con cinco puertas. Allí se alojan los príncipes de sangre real y el personal vinculado al palacio, las caballerizas y los vergeles. Además, se encuentran allí las dependencias anejas al Palacio Imperial: talleres artesanos y almacenes necesarios para el buen funcionamiento de la ciudad. Ahí, en la zona sur de la Ciudad Imperial, también se agrupan las principales Administraciones del Imperio, los diversos ministerios (Ejército, Obras públicas, Ritos, Función pública, Economía…). Una serie de templos y altares destinados a los cultos imperiales están repartidos alrededor de la Ciudad Imperial y también en el interior (véase también infra).

Un poco más al sur de la Ciudad Prohibida, en la Ciudad Imperial, no muy lejos de la Puerta de la Paz Celestial (Tian’anmen) se hallan el Templo de los Ancestros Imperiales al este y el Altar del Dios de las Cosechas —hoy parque Zhongshan en honor de Sun Yat-sen— justo al oeste. El emperador acude a este altar dos veces al año para ofrecer los sacrificios al Dios de las Cosechas. El centro de la Ciudad Imperial contiene el Palacio Imperial (ver plano) y la Ciudad Púrpura Prohibida, rodeada de fosos (véase infra). Luego ya viene la Ciudad Prohibida propiamente dicha.

Por último, la ciudad exterior, al sur (3 kilómetros de norte a sur y 8 kilómetros de este a oeste) está protegida por catorce kilómetros de muralla y cuenta con siete puertas. Contiene, asimismo, otra maravilla arquitectónica: el Templo del Cielo, con sus terrazas concéntricas y sus techumbres recubiertas por tejas vidriadas de color azul. Además de sus dependencias destinadas a dormitorios, también alberga las principales Administraciones.

Una obra titánica

Todo ello tiene como condición previa que, de 1411 a 1415, el emperador mandara construir una serie de grandes obras de consolidación de diques del Gran Canal imperial que, desde hace siglos, conecta el norte y el sur del país, desde Hangzhou (Zhejiang) hasta Tianjin y Beiping. (El canal se construyó en el siglo vii bajo la dinastía Sui, anterior a los Tang.) A pesar de cobrarse unos costes financieros y humanos considerables, el Gran Canal, dotado de esclusas para paliar el declive del terreno, se prolongó y amplió.

Más de 300.000 obreros trabajaron en la obra, con el fin de hacer este eje esencial navegable de extremo a extremo y poder trasladar a la futura capital varias toneladas de materiales de construcción, entre ellos, 100.000 árboles enormes y centenarios de nanmu (cedro) para obtener los troncos más altos y rectos, destinados al armazón y las columnas. La madera procede de provincias lejanas (bosques vírgenes de Sichuan, Yunnan, Guizhou y Guangxi) del sudoeste del Imperio, a más de 2.000 kilómetros a vuelo de pájaro de Pekín, que tras haber navegado por varios ríos y vías fluviales durante tres o cuatro años, y por último haber recorrido el río Yangtsé (río Azul), llega a Pekín por el Gran Canal. Otros materiales de construcción proceden del sudeste (Hunan, Hubei, Jiangxi, Zhejiang y Shanxi), y en paralelo los alimentos: millones de toneladas de cereales provenientes de la rica cuenca del Yangtsé (grano, arroz y otros) destinados a alimentar a los cientos de miles de obreros.

La construcción de la nueva capital es una empresa gigantesca que requiere de una mano de obra considerable, cualificada o no, formada por artesanos y obreros, así como por soldados, condenados y presos de guerra. Empieza en 1406 y termina en 1420, un período bastante breve considerando la magnitud del proyecto.

La piedra necesaria para la construcción se extrae de las canteras de Fangshan —no muy lejos de Pekín, en Hebei—. El mármol procede de Xuzhou, al noreste de la provincia de Jiangsu; y los ladrillos empleados para la muralla (100 millones, de barro cocido gris) se fabrican en los hornos de Linqing, provincia de Shadong, a 500 kilómetros. Los ladrillos miden 48 centímetros de largo por 24 de ancho y 12 de grosor. Los ladrillos del pavimento para los patios, hechos de tejas cuadradas de barro cocido de 68 centímetros de lado, vidriados, proceden de Suzhou, al sur de la provincia de Jiangsu, en China del Sur, y a más de 1.000 kilómetros de distancia. Estos ladrillos se conocen como «metálicos», puesto que emiten un sonido metálico al golpearlos o pisarlos. Las tejas vidriadas de color amarillo de los tejados se fabrican en la misma ciudad en cantidades industriales; concretamente en los hornos de Liulichang, hoy en día el famoso barrio de los anticuarios y papeleros, al sur de la Ciudad Imperial y muy cerca de la Ciudad Prohibida.

Más de 136.000 hogares de la provincia de Shanxi se trasladan a Pekín, y más de 230.000 campesinos (sometidos a la corvea), además de artesanos cualificados, cavadores y soldados (800.000 en total), convertidos en obreros a la fuerza, se ven obligados a participar en este proyecto grandioso. Durante quince años, todos ellos se dedican a trabajar en la edificación de Pekín. El transporte de las losas de mármol necesarias para la construcción de los puentes, las terrazas y las escaleras de los patios exteriores resulta especialmente penoso.

El complejo palaciego, pues, se orienta de sur a norte, como todos los monumentos chinos. Los edificios dan al sur para beneficiarse de las propiedades del principio yang y protegerse de los nefastos efectos del yin del norte (vientos fríos, genios malos, guerreros de la estepa). Alineados en un eje central, los edificios adoptan una disposición perfectamente simétrica. Este eje central representa el centro del mundo, lugar privilegiado donde se concentran las energías vitales y reside el emperador.

La construcción de la Ciudad Prohibida

Esta comienza en 1406, pero la construcción efectiva no arranca hasta 1416. Los primeros años sirvieron para reunir los materiales necesarios. No hay obra sobre China y sobre Pekín que no abrume al lector con cifras detalladas sobre la edificación de la Ciudad Prohibida. Se trata del último palacio imperial construido en el país.

La Ciudad Prohibida, situada más o menos en el centro de la ciudad interior y en el seno de la Ciudad Imperial, es un gran rectángulo vertical (casi un cuadrado) de 723.000 m2 (72 hectáreas, de las cuales 15 son superficie construida), de 960 metros de largo por 750 de ancho. Está rodeada por una alta muralla de 10 metros y de fosos llenos de agua, de 52 metros de ancho por 6 de profundidad. Cuatro bastiones de formas muy originales, cada uno rematado por un gracioso pabellón con una complicada techumbre de color amarillo, flanquean la muralla en los cuatro ángulos. Los tejados curvos se reflejan en las aguas tranquilas y profundas de los fosos.

Cada lado de la muralla corresponde a uno de los puntos cardinales. Solo hay cuatro puertas de acceso, orientadas a esos cuatro puntos; una en cada fachada, con tres aberturas y coronada sobre la terraza de la muralla con un amplio pabellón. Las dos puertas principales, Wumen (Puerta del Mediodía) y Shenwumen (Puerta del Divino Guerrero), se encuentran en el centro de los muros sur y norte y marcan los extremos del gran eje transversal, mientras que las puertas de los muros este (Puerta Donghua) y oeste (Puerta Xihua) están situadas cerca de los ángulos meridionales, con el fin de facilitar el acceso a las oficinas y a los lugares de ceremonia, todos ellos situados en la parte sur.

No hay que olvidar que las puertas de Pekín, y sobre todo las de la Ciudad Prohibida, no solo son puertas de entrada o salida, sino también imponentes, vastos y nobles edificios de elaborada arquitectura que albergan numerosas dependencias. En el interior del Palacio Imperial, las puertas, de hecho, son pabellones que acogen numerosas y suntuosas salas y, a veces, espacios privados.

La Ciudad Prohibida consta de un conjunto de 90 palacios y patios. A título comparativo, el Louvre ocupa un tercio de su espacio, el Vaticano tiene 440.000 m2 y el Kremlin 275.000 m2. Los palacios oficiales solo ocupan una sexta parte de la superficie total. Se trata, pues, de una verdadera ciudad dentro de la ciudad, de un recinto palaciego digno del soberano del «Imperio del Centro». El color púrpura de sus muros es símbolo de la alegría y la felicidad.

Cabe señalar que la mayoría de los monumentos que componen la Ciudad Prohibida evocan la virtud, la armonía, el centro, la felicidad y la paz, cualidades fundamentales del confucianismo.

En este espacio ultra ritualizado que es la Ciudad Prohibida, el simbolismo de las cifras (sobre todo el 5 y el 9) es muy importante. La leyenda afirma que la Ciudad Prohibida está compuesta por 9.999 estancias, una cifra simbólica en la que el 9 representa el máximo poder del principio yang. En realidad, el conjunto palaciego comprende algo menos de 9.000 estancias (8.886 exactamente) y 980 edificios. Construido entre 1417 y 1420, fue diseñado por un eunuco arquitecto procedente de Annam, Nguyen An, y por el ministro de Obras Públicas, Peng Xiang. En el interior del recinto principal se encuentran otros recintos y una serie de patios siempre dispuestos según el eje sur-norte y cuya sala principal está orientada hacia el sur.

Lugar de residencia del soberano y centro del poder político, la Ciudad Púrpura Prohibida recibe el nombre familiar de Gugong (el «Palacio Antiguo») en chino. El nombre propiamente dicho de Ciudad Prohibida no aparecerá hasta 1576, más de ciento cincuenta años después de la muerte de Yongle.

Inicio del paseo

Tras permanecer inaccesible durante siglos, hoy en día la Ciudad Prohibida puede al fin visitarse, desvelándonos así sus secretos. Se descubre desde la Puerta del Mediodía (Wumen), o más bien desde la Puerta de la Paz Celestial (Tian’anmen).

Como ya hemos dicho, la Ciudad Prohibida está compuesta por dos partes bien diferenciadas: el patio exterior, al sur, y el patio interior, al norte. En el patio exterior el emperador recibe a los ministros y preside las grandes ceremonias. El patio interior alberga la parte privada, donde residen el emperador y su corte.

El itinerario (turístico) que permite atravesar la Ciudad Prohibida de un extremo a otro está muy bien trazado. En 2012, la superficie del Palacio Imperial abierta al público pasó del 30 por ciento al 80 por ciento. En el centenario de la creación del museo, en 2025, este porcentaje debería alcanzar el 85 por ciento.

El itinerario comienza, así, al sur de la famosa plaza de Tian’anmen, por la Puerta de la Paz Celestial que la bordea, reconocible gracias al retrato monumental de Mao Zedong. Queremos emprender esta descripción con una cita de una obra monumental un poco olvidada hoy en día, Los palacios imperiales de Pekín, del historiador del arte finlandés Osvald Sirén, publicada en 1926: «La profusión de edificios contenidos en el recinto de la Ciudad Prohibida daría vértigo de no ser por la regularidad de su disposición y la uniformidad de su estilo. El vasto terreno está dividido en numerosos patios y reductos rodeados de murallas. El plano de esos reductos siempre es rectangular, y la posición de los edificios siempre es simétrica».4

Después de cruzar los fosos, hallamos la magnífica y majestuosa Puerta del Mediodía (o del Meridiano, Wumen) en la entrada principal de la Ciudad, la puerta más imponente de todas. Entramos así en la parte yang, la parte exterior.

Este macizo fortín, flanqueado por cuatro torres, está compuesto por un edificio central de dos plantas y nueve entrecolumnados en frontispicio —es decir, el espacio libre entre dos columnas de una columnata—, un doble tejado de tejas de arcilla vidriada de color amarillo —el color del emperador— y dos alas que avanzan hacia el sur en forma de u invertida, sus bastiones laterales. La muralla que protege el palacio, de diez metros de altura, alcanza aquí los trece metros. El pabellón que la domina es tres veces más alto, lo que da lugar a la techumbre más alta de toda la Ciudad. El efecto, creado para impresionar, está garantizado.

Desde lo alto del pabellón central, el emperador proclama el nuevo calendario del año venidero cada primero de octubre. Como Hijo del Cielo, el soberano debe determinar el ciclo de las estaciones para asegurar buenas cosechas y observar los movimientos de los astros para que el orden humano y el orden natural puedan coincidir. Desde el mismo gran pabellón que domina el cuerpo central del edificio, preside las revistas y los desfiles con ocasión de la partida y el regreso de las expediciones militares. Bajo los Ming, la Puerta del Mediodía acoge el banquete ofrecido el día 15 del primer mes lunar para el emperador y sus ministros.

Cerca de la Puerta del Mediodía encontramos dos complejos arquitectónicos: el Templo Imperial Ancestral al este y el altar consagrado al genio del Sol y el genio de los Cereales al oeste.

De las tres aberturas del edificio, la del centro estaba reservada al emperador, a la entrada de la emperatriz en la Ciudad Prohibida el día de su boda y a la salida de los tres premiados en el concurso imperial, el grado supremo de los exámenes al funcionariado que se celebraban cada tres años. Un privilegio extraordinario.