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Pequeñas labores es una amalgama literaria singular y embriagadora que encuentra su principal fuente de inspiración en el fascinante El libro de la almohada, la obra maestra del periodo Heian escrita por la dama de la corte Sei Shōnagon. Igual que en aquel magnífico ensayo digresivo, pieza inaugural del género conocido como zuihitsu, la prosa de Galchen traspasa las fronteras de los géneros para revelarnos las pesadumbres, debilidades y cavilaciones de una escritora excepcional que atraviesa la experiencia común y al mismo tiempo extraordinaria de la maternidad con enorme perspicacia y sentido del humor. Un prodigioso gabinete de curiosidades, historias, listas y apuntes compuesto desde el asombro de la propia vivencia por una de las autoras más sensibles, talentosas y elegantes de nuestra época. «Cada bocado literario está imbuido del ingenio y el encanto únicos de Galchen». —Publishers Weekly «La proposición implícita de Galchen —que los bebés pueden ser objeto de una obra de arte seria, que podemos arrullar y pensar al mismo tiempo— resulta sorprendente, incluso radical, en un mundo donde la maternidad y el intelectualismo aún se encuentran instintivamente en desacuerdo. Puede que sea un libro pequeño, pero desde luego no es un libro menor». —NPR «No sabría cómo describir este libro, y creo que ese es parte de su encanto». —Julieta Venegas
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Seitenzahl: 123
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Título original: Little Labors
© Rivka Galchen, 2016
First published by New Directions. Translation rights arranged by MB Agencia Literaria S. L. and The Clegg Agency, Inc., USA. All rights reserved.
© de esta edición, Editorial Tránsito, 2023
© de la traducción, Inga Pellisa, 2022
DISEÑO DE COLECCIÓN: © Donna Salama
DISEÑO DE CUBIERTA: © Donna Salama
FOTOGRAFÍA DE SOLAPA: © Nina Subin
IMPRESIÓN: KADMOS
Impreso en España – Printed in Spain
IBIC: FA
ISBN: 978-84-126039-0-3
eISBN: 978-84-126528-5-7
DEPÓSITO LEGAL: M-28688-2022
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rivka galchen
Libros para niños
La niña cristal
Hace mucho mucho tiempo, a finales de agosto
Un motivo de disculpa ante los amigos
¿Qué droga es un bebé?
Dinastía
Pensamiento mágico
Los misterios del gusto
Antojos
Aspectos religiosos de la bebé
La forma de la cabeza
La comedia romántica
Arrasada
Las especies
En la literatura hay más perros que bebés
Más Frankenstein
Y el cine
La princesa Kaguya
Rumpelstiltskin
Los efectos de la puma en los demás, uno
Los efectos de la puma en los demás, dos
Apuntes sobre algunos escritores del siglo XX
Los bebés de los demás
Los bebés de los demás, dos
Los bebés de los demás, tres
Los bebés de los demás, cuatro
Cambio de roles
Madres escritoras
Cuando la bebé llegó a casa
Cuando se trasladó a la Emperatriz
Pantallas
Las grabaciones de iPhone
Muchos escritores tienen hijos
En Flagstaff, uno
En Flagstaff, dos
Un nuevo tipo de depresión
Un bebé es el motor ideal para una trama de venganza
Una preocupación moderna
Cosas que te hicieron creer que eran parte importante de tener un bebé
Los bebés en el arte
Videojuegos
Naranja
Más bebés en el arte
A veces parecen muchas horas con la bebé
Cuidado con los desconocidos
Los efectos de la puma en los demás, tres
La mayoría de las grandes escritoras del siglo XX
Mujeres escritoras
Niñas y hombres
Una amiga con la que no tengo mucha confianza
Yo nunca
Casa de muñecas
Gente que se lleva bien con los bebés
El inicio de los malentendidos
Una nueva ciudadana
El dinero y los bebés
En los libros para niños rara vez aparecen niños. Aparecen animales, o monstruos o, de cuando en cuando, niños que se comportan como animales o monstruos. En los libros para adultos aparecen, casi invariablemente, adultos.
Me dice mi madre que la gente le dice, cuando sale por ahí con la bebé, que la bebé es una niña cristal. Algunas personas le piden permiso para tocarla, porque el contacto con un niño cristal es sanador. «Tendrías que investigar qué es, lo de los niños cristal», dice más de una vez mi madre, que tiene un máster en Ciencias de la Computación y una licenciatura en Matemáticas. Desde el mismo momento en que mi madre conoció a la bebé, le pareció una criatura superior y excepcional; que le atribuya las cualidades de una niña cristal es un paso más en esta historia.
Al final me puse y busqué información sobre los niños cristal. En internet. Descubrí que, a diferencia de los niños arcoíris, los niños cristal lo pasan mal porque creen que pueden cambiar la forma de pensar de la gente y sanar el mundo; los niños arcoíris, por el contrario, entienden que no es posible cambiar a las personas y que solo se las puede amar tal y como son; los niños arcoíris, por tanto, experimentan menos frustraciones que los niños cristal. Los niños cristal, explica una web, nacieron mayoritariamente en los noventa, mientras que los niños arcoíris llegaron, en general, con el nuevo milenio —antes de la generación de niños cristal hubo una generación de niños índigo—, de manera que tal vez la puma sea en realidad una niña arcoíris y no una niña cristal, o tal vez forme parte de una generación aún más nueva y todavía pendiente de epónimo.
Puede que, al igual que los niños de la Edad Media que nacían con hipotiroidismo congénito (común antes de la sal yodada, porque el yodo es esencial para el desarrollo de la tiroides) tenían un aspecto determinado, y divergían mentalmente de la norma, y recibían el nombre de chrétiens —que con el tiempo, por desgracia, se convertiría en cretins, pese a que por aquel entonces solo significaba «cristianos»—, lo de los niños cristal, arcoíris, índigo sean términos que se usan principal, aunque no preceptivamente, para referirse a niños con unos rasgos inusuales que acostumbran a asociarse con el autismo o el síndrome de Down.
No sé por qué, empiezo a creer en los niños cristal, y en la idea de que mi hija posee esos poderes sanadores extraordinarios que se les atribuyen a los niños cristal. Empiezo a creerlo a pesar de que, a diferencia de mi madre, yo no tengo un máster en Ciencias de la Computación ni una licenciatura en Matemáticas. Cuando, un día, leo que Isidoro de Sevilla afirmaba ya, en el siglo XVII, que el mundo era redondo, que lo sabía intuitivamente, decido que el dato es relevante.
Pero sigo sin entender por qué a mí no me ha parado nunca nadie en la calle para hablarme de los niños cristal, por qué solo paran a mi madre. Y no entiendo por qué mi madre, que por norma desconfía de cualquier comentario que hagan «los demás», está tan abierta a estos comentarios. Una persona importante me dice: «Tiene pinta de ser una forma de amar y de valorar a los niños complicados». Desde luego, le digo, tiene pinta de ser eso. «Igual tu madre te está diciendo que ella es una niña cristal. O tú».
A finales de agosto nació una bebé, o, según me pareció a mí, una puma se instaló en mi apartamento, una fuerza casi muda, y luego me di cuenta de que estábamos en diciembre y se estrenaba una película en lo que se conoce a veces como el día en el que nació el Salvador. Si nos ateníamos al tetráptico del cartel promocional, en La leyenda del samurái: 47 Ronin aparecían un Keanu Reeves, un robot, un monstruo y una joven vestida de verde y, por motivos inciertos, colgada bocabajo. Ese cartel que me cruzaba cada dos por tres estaba al final de mi manzana, debajo de una academia de baile, en la esquina de un súper pegado a una tienda de ropa japonesa cuya especialidad son los looks inspirados en la moda urbana estadounidense, y enfrente de una pizzería a un dólar la porción en la que suena permanentemente pop mexicano. Yo estaba en plena locura melatonínica en aquella época. He ahí el motivo, tal vez, por el que empezó a parecer que el cartel, cuando pasaba por delante, cuatro o cinco veces al día, siempre con la puma, tenía realmente algún sentido, uno más allá de lo que se mostraba a la vista. Me lo parecía aun sabiendo que el cartel muy pronto quedaría reemplazado por uno de Academia de vampiros o del último remake de Robocop, y de hecho era casi como si esa sustitución que delataría su arbitrariedad ya se hubiese producido, como si formase parte del mensaje del cartel, que la acumulación de mañanas —por mucho que yo perdiera la noción del tiempo— no iba a dejar de suscitar su predecible melancolía. (Sin embargo, en aquella época, y lo percibía como algo raro, yo no andaba melancólica. Para nada). La paradoja era que, al tiempo que mi vida se había convertido en un día de duración sin precedentes, un día que yo calculaba que tenía ya cerca de tres mil horas (haciendo cuentas caí en que, desde la llegada de la puma, no había dormido más de dos horas y media seguidas), mis pensamientos habían pasado a tener una intermitencia sin precedentes, como si cada tres minutos me quedase dormida, atajando todo pensamiento, tornándolo en un sueño que, cuando me despertaba, se perdía por completo. Lo que quiero decir es que no estaba trabajando. Y eso a pesar de que mi intención había sido trabajar. Y pensar. Incluso después de que naciera la bebé. Me imaginaba que iba a conocer, en el parto, una forma muy sofisticada de vida vegetal, una forma que llevaría todos los días a un invernadero lejano; esperaba poder conocerla a fondo más adelante, cuando la forma de vida hubiese entrado en un reino consciente, puede que en torno a los tres años. Sin embargo, a las horas de nacer, la criatura —puede que por medio de sustancias químicas que serían el equivalente emotivo-visual de máquinas de humo— me pareció no una planta, sino algo más poderosamente conmovedor que cualquier otro ser humano; se apareció como un animal, un mono del viejo mundo desconocido hasta el momento, pero con el que me podía comunicar a un nivel profundo: era un sentimiento perturbador, embriagante, contranatura. Un sentimiento que parecía magia negra. Casi nunca nos separábamos.
Me sentí de pronto más vieja, aun cuando la puma, con ese efecto que tenía sobre mí, me convirtió más bien en una humana jovencísima, en determinado aspecto, y fue que todos los objetos y experiencias banales (o no) a mi alrededor se imbuyeron de una nueva magia. El mundo parecía ridícula, sospechosa, adverbialmente cargado de significado. Lo que quiere decir que la puma volvió a hacer de mí algo más parecido a una escritora (o, como mínimo, cierta clase de escritora), al tiempo, justamente, que me convertía en alguien que, de manera persistente, no escribía nunca nada.
Y me moría de ganas de ver esa película nueva de los cuarenta y siete ronin. Aunque no tenía tiempo para películas. Y aunque sabía que existía una versión antigua de la película —puede que más de una versión antigua— por la que más de una persona en mi vida había mostrado devoción, y siento siempre, y sentía entonces, como le pasa a la mayoría de la gente, cierta obligación difusa de ser fiel a lo antiguo y desdeñosa hacia lo nuevo, como norma general, una normal general a la que no me opongo de manera rotunda (ni general), pese a ser absurda. De todos modos, cualquier desdén hacia los cuarenta y siete ronin habría sido superfluo, porque ahora, desde esta distancia en el tiempo y el espacio, os puedo decir que esa película que tan dispuesta estaba yo a encontrar reveladora dejó de estar en cartelera antes de que pudiera llegar a verla, que fue un fracaso indiscutible en Estados Unidos e ignominioso en Japón, donde a pesar de un presupuesto de ciento setenta y cinco millones de dólares y de las caras japonesas populares del reparto y de un gran estreno en seiscientas noventa y tres salas —estuve investigando—, y a pesar incluso de los efectos 3D adicionales incluidos en el último momento y del hecho, además, de que la historia de partida contaba con un público natural que llevaba casi dos siglos interesado en que se la contasen una y otra vez —en Japón, la historia de los cuarenta y siete ronin es un relato tan seminal que hasta tienen un término específico, chūshingura, solo para referirse a sus adaptaciones—, la recaudación en taquilla de la película en Japón quedó sustancialmente a la zaga de la de sus competidoras: Lupin III vs. Detective Conan y El cuento de la princesa Kaguya.
Pero el cartel había cumplido su imprevista tarea. Una historia de valentía y violencia volvió a echar simiente en mi cabeza, y puede que en las cabezas de innumerables personas hambrientas que se habían regalado con una porción de pizza a un dólar, con la mirada perdida en ese nuevo ronin anunciado en la acera de enfrente.
¿Qué es un ronin? Un ronin es un samurái sin trabajo. O un samurái sin amo. Una espada a sueldo. El término tenía en su día un aire amenazador o deshonroso. Ya no es así. La historia de los cuarenta y siete ronin, centenaria y basada en hechos reales, contada y vuelta a contar en obras y películas y placas conmemorativas en los templos rodeados de jardines, ha cambiado las cosas. Los cuarenta y siete hombres originales (algunos estudiosos dicen que tal vez fueran solo cuarenta y seis) servían a un señor que murió asesinado, en los tribunales, por una cuestión de protocolo. Se suponía que los cuarenta y siete (o cuarenta y seis) samuráis del hombre asesinado debían vengar a su señor. Pero pasaron los meses y no sucedió nada. Contaban que los samuráis, ahora ronin, habían retornado a sus vidas domésticas, o se habían dado a la bebida, o ambas cosas; se consideró una vergüenza. Pero como los ronin llevan esas vidas vergonzosamente corrientes, el asesino de su señor baja la guardia; da la impresión de que no va a haber ninguna venganza. Pero la habrá. Los ronin se reúnen en secreto, asaltan la finca del enemigo de su señor y llevan su cabeza cortada a palacio. A continuación, los cuarenta y siete (o cuarenta y seis) ronin se condenan a sí mismos al seppuku —ahora son asesinos, a fin de cuentas—, que es como su señor se vio obligado, él también, a terminar con su vida: simetría. Todo esto concebido como algo heroico (y no horripilante). El honor se manifiesta. En cierto modo, los samuráis recuerdan a las esposas de esas culturas en las que las viudas deben arrojarse a la pira funeraria.
La historia de los ronin alcanzó especial popularidad en la era Meiji, cuando Japón puso fin a la política aislacionista, y el poder, en manos de los militares, retornó al emperador; y aún más popularidad en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, o eso me han dicho. El gobierno de posguerra obligó al gran cineasta Mizoguchi, que acostumbraba a hacer películas sobre mujeres en circunstancias complicadas, a rodar una de los cuarenta y siete ronin, y la primera parte de la película fue un fracaso estrepitoso, pero el propio Mizoguchi quiso rodar una segunda parte, y la rodó. ¿Qué fue lo que hizo que la historia de los cuarenta y siete ronin fuese tan popular justo en esos momentos? ¿De qué trata realmente la historia de los cuarenta y siete? ¿Es la historia de unos hombres que parecen sumidos en la derrota y la deshonra, pero que han elegido dar esa imagen como fachada necesaria para un noble plan que se revelará más adelante? ¿Es una historia de violencia, paciencia y lealtad desmesurada al señor que por casualidad te ha tocado?