Piececitos - Ruben Carabajal - E-Book

Piececitos E-Book

Ruben Carabajal

0,0
1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

"Dale a una mujer los zapatos correctos y conquistará el mundo". Marilyn Monroe. Cuando Giovanni viaja a Punta del Este para reconciliarse con Sara, su primer amor, no podía imaginar los sacudones que la vida le tenía preparados en tan poco tiempo. Con la esperanza de quedarse solo tres meses en ese lugar antes de partir a Brasil, comienza a trabajar en una zapatería para mujeres. Pero su vida da un giro inesperado el día que conoce a Antonella, una chica que es la viva imagen de Sara en todos los sentidos. Luciana, su brillante jefa, se interpone entre ellos desencadenando un conflicto emocional en Giovanni. A medida que los días pasan y su partida a Brasil se acerca, su corazón se encuentra atrapado en un dilema que lo llevará a tomar la decisión más importante de su vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 281

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Ruben Carabajal

Piececitos

Carabajal, RubenPiececitos / Ruben Carabajal. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4389-9

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Título: Piececitos Autor: Ruben Carabajal Corrección: Luciana Fernández Verbena Diseño de tapa: Cecilia Tavil Diseño de interior: Silvina Espósito

Queda prohibida la reproducción total o parcial, almacenamiento, transmisión o transformación de este libro y distribución por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos sin el permiso previo por escrito del autor.

Sinopsis

La mujer que se compra zapatos no está gastando; está invirtiendo en pasión, magia y poder; está invirtiendo en ella y en él.

Cuando Giovanni viaja a Punta del Este para reconciliarse con Sara, su primer amor, no podía imaginar los sacudones que la vida le tenía preparados en tan poco tiempo.

Con la esperanza de quedarse solo tres meses en ese lugar antes de partir a Brasil, comienza a trabajar en una zapatería para mujeres. Pero su vida da un giro inesperado el día que conoce a Antonella, una chica que es la viva imagen de Sara en todos los sentidos.

Luciana, su brillante jefa, se interpone entre ellos desencadenando un conflicto emocional en Giovanni. A medida que los días pasan y su partida a Brasil se acerca, su corazón se encuentra atrapado en un dilema que lo llevará a tomar la decisión más importante de su vida.

Tabla de contenidos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Para Vero, mi chica. Es perfecta; tiene todos los defectos que me gustan.

Capítulo 1

Marzo 2017

Regla uno: desactivar sonidos y notificaciones del teléfono. Regla dos: no ser estúpido y cumplir siempre la primera; pero la más importante de todas es no distraerse mirando a la mujer desnuda; ¡y menos los pies!... en fin.

El intruso en la calle, el dron arriba. Doce de la noche en Punta del Este, a una cuadra de la Playa Brava. Dos luces del alumbrado público apagadas. Calor, muchísimas estrellas. Oscurito, quietito, seguro.

«¡Rubia!... no tenés ni una caries» dijo mirando la pantalla del control remoto.

Las víctimas estaban paradas en el balcón terraza de la suite de la mansión. Desnudos. Los alumbraba la luna y una tenue luz en la pared del balcón, pero era suficiente para poder identificarlos. Excepto enfocarse de más en la mujer, lo hizo rápido y atrajo el dron a sus manos; pero su incompetencia como espía le jugó una mala pasada: relampagueó una notificación en su teléfono e iluminó toda la cuadra.

—¡Ey! Deténgase. –Un hombre corpulento corría hacia el intruso apretándose los bolsillos del saco. ¡Vaya sorpresa!

El invasor hizo chirriar las ruedas. Por el espejo retrovisor vio al grandote que se volvía corriendo hacia los autos estacionados frente a la casa. Corría como esos a los que el laxante los tomó por sorpresa. Sabía que si el grandote se subía al Mercedes negro habría problemas. Hizo un cálculo rápido: ese Mercedes contra su «Me Lleva»... en minutos estarían boxeando. «¡Con lo que cuestan los implantes dentales!» pensó. No era una opción; pero se trataba de un tema de «pericia conductiva»... «Y temeridad» se animó aferrándose al volante y con ganas de sentarse sobre el acelerador.

Ingresó en la rambla de la Playa Brava en sentido hacia la Península como si condujera un tanque de guerra.

«Me Lleva» era el auto de su mejor amigo, que decía que «estaba preparado»... y lo parecía. La primera acelerada fuerte lo había aplastado contra el asiento.

«Huevos. Vale todo: veredas, patios y playa» se dijo al pasar rompiendo el aire frente al abandonado y precioso Hotel San Rafael.

Cerca de la avenida Roosevelt vio el semáforo rojo. «¿Embotellamiento en marzo?» se quejó. De repente se vio avanzando por la vereda. «Solo fue media cuadra oficial» le diría a la policía.

Dio un respingo al ver que el Mercedes hacía también esa «solo media cuadra» y pegó el volantazo en Roosevelt para evitar la Rambla. Era cierto, «Me Lleva» estaba preparado… preparado para que lo alcanzaran pronto.

No había un bendito lugar para esconderse ¡ni una rama! Avanzó unas cuadras y suspiró aliviado, pero unos segundos después el Mercedes doblaba en dos ruedas y las luces cada vez más brillantes le recordaron el sabio consejo de la abuela: «Nunca metas tu nariz en el culo de los demás». Pensó en salir corriendo del auto pero… «veredas, patios y playas» recordó y volvió a doblar, convencido de que los cambios de calle le daban ventaja. Voló un metro en el cruce con el Bulevar Artigas y al caer hubo frenada ruidosa y agradeció que la chica no fuera culona porque la había calcado. ¡Y otra vez sopa! Ya podía ver la barba de cinco días y medio de su perseguidor, la mirada asesina y… y… ¡el tipo encendiendo un cigarro!

El Mercedes dio una sonora frenada para evitar un choque con otro auto y eso lo ayudó a alejarse bastante… bastante poco.

El de la avenida Francia no era un lomo de burro; era un lomo de dinosaurio que lo lanzó bien alto y al caer se produjo el típico fogonazo de las chispas sobre el pavimento, como en las películas. Cero suspensión «Me Lleva».

Y hablando de suspensión se asustó al ver el Mercedes elevarse con arrogancia, en cámara lenta –¡como en las películas!– hasta desaparecer del espejo retrovisor y temió que cayera adelante o sobre el techo. Hundió la cabeza entre sus hombros.

El auto cayó al costado derecho y el grandote comenzó a dar volantazos endemoniados como si odiara a «Me Lleva», que aguantaba a rueda firme.

Volantazo va volantazo viene; golpazo va golpazo viene; mirada va mirada viene y la salvación del intruso estaba a cincuenta metros o… ¡cuatro segundos! tres, dos y pum–crash.

¡Uf! ¡Qué golpazo! El Mercedes dio contra el contenedor de basura produciendo un impacto gastronómico.

El intruso dio una frenada violenta, sacó la cabeza por la ventanilla y vio zanahorias, tomates y lechuga hacerse ensalada en el aire. «Vaya contenedores de mierda» se quejó y soltó la carcajada. Una imperceptible compasión por el accidentado llamó a su corazón, pero era tan imperceptible que se le pasó rápido y por completo.

«Este video vale millones» se regocijó. Y los cobraría rápido.

Cuando dobló en la Rambla Mansa en sentido Punta Ballena supo que lo había perdido. Miró el celular sobre el asiento del auto. «Ni un mensajito. Mala» se lamentó.

En Pinares bajó a la playa aún con el pulso muy acelerado. Una brisa exquisita le cerró los ojos para que escuchara mejor la canción de cuna que susurraban las pequeñas olas de La Mansa.

De repente se hizo un enorme silencio. Una estrella fugaz desgarró la parte más oscura del cielo y se desvaneció en Punta Negra como si hubiera caído allí y se emocionó.

Ella… ¿sería otra estrella fugaz en su vida? Pero no era momento para sentimentalismos. Tenía que cobrar y rápido. Era un desobediente serial… en fin.

Capítulo 2

Tres meses antes. Diciembre de 2016

Diez de la mañana en la cafetería Les Delices en Punta del Este. Sol a pleno. Giovanni llegó media hora antes y se sentó adentro. Terminaba el café cuando miró a una mujer que cruzaba la calle con la vista pegada el piso. No imaginó que fuese Luciana.

El camarero le abrió la puerta y le hizo una reverencia con la cabeza. Ella le sonrió y buscó en el bar la cara que había visto una sola vez hacía ocho años.

Era delgada, de un metro setenta de altura, con un cabello rubio dorado que llevaba atado en una insulsa cola de caballo. Vestía una pollera gris arriba de las rodillas, camisa y chatitas blancas. La cara lavada; sin pulsera, anillos, collar, aros ni reloj.

No coincidía en absoluto con la imagen que recordaba ni con las fotos que Juli –su madre– le había mostrado. Así vestida parecía más de treinta años.

—¿Giovanni? ¡Dios mío qué alto estás!

Al sentarse, ella se apuró a poner las manos sobre las piernas, miró el teléfono y luego para afuera. Lo hizo varias veces y le sonrió otra vez. Parecía temblar, pero era el pie que movía sin cesar. Cortó una llamada en el primer sonido y ocultó rápido la mano.

—Ayer hablé con Juli y después con Bibi. ¡Es un sol! –le dijo Luciana. Él le mostró una foto de Bibi –su hermana de seis años– y Luciana abrió la boca sorprendida. Tenía una boca sublime; labios carnosos y un arco de cupido perfecto. Sin vestigio de lápiz labial y, sin embargo, sus labios eran muy rosados… «la Boca».

—¡Está divina y qué alta es! –exclamó quitándose los anteojos para sol.

Ojos de color miel y una mirada pura que transmitía algo, aunque Giovanni no supo qué. Notó que ella había llorado.

Buscó entusiasmada una foto en su celular y se la mostró:

—Dani. Recién se fue con el padre a Buenos Aires y ya la extraño.

Seguía mirando el teléfono y a la calle como si fuera un tic nervioso. No paraba de mover el pie. Las constantes notificaciones del teléfono comenzaron a irritarla.

—Parece que todo el mundo... lo siento Giovanni.

Entraron dos llamadas que cortó rápido. Lo miró como pidiendo disculpas y él le hizo una sonrisa cómplice aunque crecían sus ganas de saber quién era el demente que estaba del otro lado.

La camarera la saludó con un beso en la mejilla y dejó los cafés. Por fin atendió un llamado. Sus manos eran delgadas y lindas, pero igual a las de una colegiala nerviosa: uñas y piel mordidas.

—Perdón –se excusó y salió a la vereda para hablar. Iba y venía con el teléfono pegado a la oreja cerrando los ojos con fuerza como si alguien le acercara una aguja a los ojos.

La miraba de reojo y cuando se alejaba podía verla en el espejo de la columna que tenía enfrente. «Si», «ok», «perdón»,«lo siento» parecía repetir sin decir nada más. Al terminar la llamada Luciana estaba alejada de la cafetería. Se sentó en el cordón de la vereda, se abrazó las rodillas y hundió la cara entre ellas. Estuvo unos minutos así.

Giovanni la miraba confundido.

Al volver Luciana le regaló un gran suspiro. Él le sonrió y le dijo:

—¿Cuántos años tiene?

—Cuarenta y cuatro –le contestó ella pensando en su ex.

—Dani –le aclaró sonriendo y ella se puso roja.

—Siempre la misma estúpida –se dijo con un hilo de voz–. Seis.

Giovanni le sonrió con toda la cara y una mirada complaciente.

—Sos parecida a mamá. Le pasa lo mismo cuando se le mezclan los cables.

La expresión de Luciana rejuveneció y entreabrió la boca.

—Giovanni sos muy malo, aunque es un cumplido para mí. Tu mamá fue mi mejor profesora; Juli es el modelo de mi vida. Dame toda tu atención por favor. Ayer le dije que no te veo en la zapatería y que tengo otras cosas mejores para vos en la empresa, pero me dijo que… –lo pensó–. Sos… sos muy… ¡eso! libre.

La verdad es que Juli le había dicho que Giovanni hacía lo que quería, cuando, donde y como lo quería (ingobernable).

El muchacho le hizo el gesto que haríamos todos si en una fiesta de casamiento nos ofrecen un té con leche.

—Tengo que irme. ¿Podrías comenzar mañana... a las diez?

—Sí.

Luciana cruzaba la calle cuando saltó una notificación en su celular que había olvidado sobre la mesa:

Te voy a reventar hija de

Tres notificaciones más que él no alcanzó a leer pero vio dos palabras sueltas: «juro» y «matarte». Apuró el paso para alcanzarla y le dio el teléfono.

Capítulo 3

¡Vaya manera de despertarse! A Giovanni no le impresionó tanto lo linda ni el cuerpazo de la chica sino lo que vio cuando se sacó las zapatillas.

Había heredado de Tati –su padre– el hábito de nadar todas las mañanas durante las vacaciones. Lo revitalizaba, lo despertaba ¡pero no tanto como la zapatería! El día prometía, en la zapatería de Luciana, ubicada en Las Gaviotas; a metros del Remanso.

«Treinta y ocho» dictaminó Giovanni mirándole los pies y saltó de la banqueta para ganar el medio del salón produciendo el efecto «niño ahuyenta palomas» –de la época en que Juli lo llevaba a la plaza–. Las chicas comenzaron a caminar por las autopistas de la zapatería luciendo sandalias de todos los colores.

Recordó el sonido del aleteo de las palomas y sonrió victorioso. «Mi reino. El dueño de la plaza» fanfarroneó.

Tenía muy fresca aquella tarde en la que volaron todas las palomas excepto una palomita que se había acercado picoteando los granitos de maíz ante su desconcierto. La atrevida le había picoteado la zapatilla y él salió corriendo para abrazarse a las piernas de Juli. Asomó la cabeza y vio que la pequeña se acercaba decidida a ellos.

Celeste, su compañera en la zapatería, puso música y eso lo volvió al presente. Miró hacia la vereda. Una chica se sacó el casco y lo colgó en el manubrio de la motito. Se sacudió el pelo como los perros y lo acomodó con los dedos.

Subió los cuatro escalones y entró. El Ángel de la Guarda de Giovanni –el segundo porque el primero ya se había dado por vencido– le dijo «¡Ey! Giova reaccioná; respirá o te morís».

«¡Es idéntica!» se emocionó sin poder salir de su asombro.

—Hola –le dijo la chica de los ojazos azules, pelo largo, lacio y negro azabache.

«¡Hasta en los pies!» quedó maravillado.

—Ya estoy con vos –le dijo y le clavó la mirada a Celeste: no–se–te–ocurra–atenderla.

Fue hasta la caja. Simuló hacer algo en la computadora para ganar tiempo y controlarse. Era idéntica a Sara, su ex.

La chica se sacó las sandalias y se quedó parada haciendo una variedad de movimientos con los dedos de los pies al ritmo de la música sin darse cuenta de que él estaba a su lado.

—Aquellas azules. –Las señaló con el dedo.

Impactado, no encontraba la caja en el depósito. Se obligó a tomar el control poniendo imágenes de poder en la mente.

«Tranquilo. Mi plaza, mi reino. Ahora vas a ver» se dijo y respiró muy hondo caminando con la caja en las manos.

Al llegar a ella reemplazó la palabra «vas» por «voy» en la oración: «Ahora vas a ver». Estaba sentada en el sofá con las piernas estiradas sobre este… como en casa. Solo le faltaba el chocolate y el control remoto.

—Treinta y seis –dijo y se puso en cuclillas frente a ella.

Le miró la cara y el pelo con detenimiento y se detuvo en las orejas sin que ella le sacara su mirada segura y profunda. Lo intimidaba. Algo chocaba, friccionaba y se acomodaba entre ellos. La chica se pasó la palma de la mano por el pie sin quitarle los ojos de encima. Se quedó paralizado mirándole los pies y cuando sus miradas se encontraron ella sonreía triunfante para sí misma.

—Te gustan mis pies –afirmó y se mordió el labio.

¿Qué? Esa desfachatez lo desubicó pero una le iba a pegar.

—Miraba que estén bien limpios… nada más –bromeó y ensanchó la sonrisa.

Ella levantó el pie y le rozó la nariz.

—¿Vos que decís? –le preguntó sonriente.

Amor a primera olida. Mudo. Parecía igual en todo sentido. Eso era demasiado. Celeste reprimió la risa. La chica se paró y se miró las sandalias. Cuando levantó la cabeza los mechones que tenía en la cara le dieron un toque de sensualidad que terminaron por ponerlo en el limbo. Después de dos años otra chica fregaba el piso con él. ¡Y cómo!

—¿Cómo me van?

—Vamos a verlas en acción –le dijo señalándole la pasarela.

Cámara rápida, cámara lenta, con y sin sonido; imágenes color, blanco y negro y sepia.

—Soy Antonella –le dijo y sin esperarlo volteó, fue y volvió.

—Giovanni. Esperá.

Él volvió con unas sandalias fucsia; eran muy Giovanísticas: noventa y cinco por ciento de pies a la vista. Ideales para un bello infarto. Rodilla en piso y el roce erizador de pieles al abrochárselas. Ese dedo gordito levantado él se lo bajó con autoridad y ella se rio. ¿Por qué no tenía un anillo en el bolsillo si ya estaba arrodillado? Ella fue y volvió.

—¿Cuál te gusta, Antonella?

—¿Las azules y a vos?

—Para azul están tus ojos... las fucsia.

Mientras ingresaba la compra en el sistema ella lo miraba como si quisiera decirle algo importante. Era una mirada con mucho brillo pero con un dejo de tristeza.

—Bueno, chau. –La chica se despidió con un beso en la mejilla. Quizá –¿alguien lo sabe?– un inocente piquito en la mejilla puede ser la gota que rebalsa el vaso.

Mudo. Giovanni era de pocas palabras; «si» y «no» sus favoritas, pero Antonella le había robado hasta el «chau». Vio que ella se sentó en el banco de la vereda, de espaldas al local.

La chica se sacó las sandalias, puso los pies en el banco y se abrazó las rodillas. La mirada perdida en la calle, como si esperara que alguien le dijera cómo debería continuar todo.

Su mirada se hizo más triste y suspiró justo cuando un chico alto, «cuidadosamente desprolijo», de pelo castaño claro, lacio, con el flequillo desordenado sobre la frente se sentó a su lado y deslizó el dedo sobre la pantalla del teléfono: ¡el chico de la zapatería!

—¡Ah, vos! –le dijo Giovanni y le sonrió con toda la cara. Las dudas se esfumaron y la mirada de ella se iluminó.

Adentro había visto el marco y ahora contemplaba el cuadro: ojos grises, barba al ras y… esos hoyuelos que le firmaban la sonrisa.

—Me encanta tu remera ¿qué color es? –le preguntó la chica porque él no le hablaba.

—No se… es un nombre raro… es un celeste clarito.

—Estoy muy nerviosa –le dijo como suplicándole ayuda.

Lo miró con tal profundidad que lo descolocó por completo. Giovanni entró en un ERT (Encantamiento Repentino Total).

¡Se lo tenía que decir antes que ella se fuera! Respiró hondo para que el aire le desatara el nudo en la garganta.

—Me preguntaba… –No le salía lo que seguía a continuación y hasta le rozó la idea estúpida de invitarla a tomar un helado. ¡Un helado! ¡Mamita ese sí que era un ERT!

—¿Si quiero salir? –¡La cara de inocencia por Dios!

—¡Eso!

Ella le sonrió.

—¿Y por qué yo?

Lo estrelló contra la pared. Igual al colegio cuando alguien no le devolvía la plata a otro y éste lo aplastaba contra la pared del baño. Esto nunca me pasó, titubeó.

—Bueno porque… sos lindísima.

—Otra. –Lo desafió manteniendo la mirada fija en sus ojos como si fuera a desenfundar el revólver. ¡Lo estaba pasando por encima!

Giovanni la miró con una mezcla de confusión y asombro pero sin dejar de mirarla a los ojos, y como no podía pensar le salió: –Bueno. La verdad es que creo que la vida es muy corta… a veces triste y vacía y bueno… yo creo que uno tiene que llenarla con lo mejor de lo mejor que existe. –Se detuvo. Tragó saliva–. Por eso vos. –Afirmó varias veces con la cabeza y los ojos bien abiertos.

¡La expresión de ella! Se sintió tan ganador que le bajó otra vez el dedo gordo del pie. Antonella se calzó las sandalias y le sacó el teléfono de las manos. Lo miró desafiante y él se jugó. Cuando alguien le gustaba, Giovanni se jugaba la vida.

—Veinte, veinte –le dijo fascinado por la desfachatez de la chica. «Que no abra las fotos porque va a pensar que es ella» rogó.

Ella escribió sus datos y le devolvió el celular.

—¿Bailás bien?

—Siiii muy bien. –Giovanni se paró y le hizo unos movimientos convincentes.

—Llamame pero no te prometo nada. Tengo novio.

Capítulo 4

—El documento dice que me tiene que entregar los libros, señorita. –La presionó el abogado y Celeste trató de concentrarse en la hoja.

—Voy a registrar arriba –dijo el otro hombre y comenzó a subir la escalera, pero cuando Giovanni entró en la zapatería se volvió de repente.

—Giovanni, el señor es abogado de una empresa que tiene juicios contra Luciana y él es funcionario judicial. Esto dice que le tengo que dar los libros contables pero no encuentro a Luciana en ninguna parte –le dijo y le entregó la hoja.

Éste miró con detenimiento a los hombres y luego leyó sin prisa.

—Tenemos apuro –lo presionó el abogado pero Giovanni siguió leyendo a su ritmo y finalmente habló:

—Buen día. Primero: aquí no es el domicilio. Mire, acá dice bla bla bla se constituirá en Rambla José Gervasio Artigas número tal bla bla bla… eso es frente al Puerto. Segundo: acá no están los libros. Esto es una zapatería y el piso de arriba a donde usted iba –lo señalo con la mirada–, es mi casa… vivo yo.

—¿Y usted quién es? –le preguntó, ansioso, el abogado.

—Espere por favor –le respondió Giovanni muy sereno–. Tercero: aquí no está el representante legal de la sociedad para darles los libros contables ¿o sos vos Celeste? –Ella negó con la cabeza.

—Insisto. ¿Quién es usted? –reiteró el abogado levantando la voz.

Esa actitud casi lo saca de las casillas pero Giovanni contó hasta uno y le dijo:

—Señor, como abogado usted sabe que ésta orden no le da facultades para averiguar la identidad de personas que no están en el domicilio que dice acá. –Señaló la hoja con el dedo.

—¿Me vas a dar los libros sí o no? –vociferó el abogado.

«Te faltan los brazos en jarras y la mirada asesina de Sara, hijo de puta. Obvio que no te los voy a dar» pensó Giovanni; pero les dijo:

—Les pido que se retiren e informen a sus mandantes que el trámite fracasó. Muchas gracias.

Los hombres se miraron.

—Vamos a volver. No se preocupen –le advirtió el funcionario.

—No estoy preocupado señores; y ¿vos?

Celeste negó con la cabeza sin poder achicar los ojos que tenía como platos.

Desde la puerta el funcionario los amenazó:

—Vamos a volver con la Policía. Se los aseguro.

—Si, si –le salió a Giovanni.

Puso la hoja sobre el mostrador y Celeste no le sacaba los ojos de encima.

—¿Qué pasa?

—¿Cómo sabés todo eso si vos estudiás medicina, Giova?

—Es una historia larga. Síntesis: necesitaba plata urgente y trabajé con el papá de mi mejor amigo dos años. Compró una parte de una sociedad con muchos problemas y los problemas te enseñan un montón. Freddy Krueger era un niño asustado comparado con sus socios. Le rozó la nariz dos veces con el dedo para transmitirle serenidad.

—Lesti, esta orden judicial es falsa. Estaban muy nerviosos. Cuando entré el supuesto funcionario se volvió al instante de la escalera y casi no le salían las palabras. Los funcionarios no tiemblan.

El abogado volvió y los presionó:

—Devuélvanme la orden.

—No. Tengo dudas sobre su legalidad. Que lo decida la Justicia –le respondió Giovanni.

—Ok. Quieren jugar sucio vamos a jugar sucio –amenazó y se fue.

—Mirá, Lesti. Pipa, el hijo del empresario que te dije, es mi mejor amigo. Tenemos un equipo de básquet y en el básquet no hay empates. Es impiadoso; hay que ganar, entonces algunos juegan sucio y ¿sabés qué?... contra esos hijos de puta jugar sucio nos encanta.

Capítulo 5

A las siete y media de la mañana apenas podía despegar los ojos y menos aún despegarse de ella. Un sol curioso que se colaba entre los listones de la persiana prometía un día maravilloso pero tenía que competir con la chica de Giovanni. La tenía abrazada, cara con cara, parte de ella entre sus piernas en un encuentro muy íntimo... habían pasado juntos toda la noche. Su nombre: Almohada.

Iba a ir a nadar como lo hacía siempre con Tati aunque le pesara mucho esa fecha: 31 de diciembre. Tati ya no estaba y con Sara se habían peleado hacía dos años. Otro fin de año desolador.

Pensó en Juli. Cuando era niño a la noche lo arropaba y lo dormía a besos. Al otro día, después de la arenga mamera de cada mañana mientras lo ayudaba a vestirse, ese café con leche endulzado con amor más esa mirada brillante de mujer enamorada untándole las tostadas, lo armaban para conquistar el mundo.

Y lo armaron también esa mañana. Dejó el café haciéndose y fue a la habitación de Pipa.

La cama era una King pero los dos coma diez metros de Pipa le daban el aspecto de una cuna. Estaba crucificado boca abajo. Un fantasma había desparramado la ropa. Una zapatilla ocupaba toda la mesa de luz. Dentro de ella un iPod con los auriculares por fuera cual cordones con sus bocas a los alaridos creyendo que aún era de noche. Pipa se ganaba la vida con el coaching y como barman. Después de encarnizadas luchas el padre se resignó a que su hijo no iba a ser empresario. Estudiaba para director de cine y lo suyo era la música, las fiestas y siiii… las chicas, en plural muy plural.

Le tocó la espalda. Le movió la cabeza. Estaba en coma cuatro y más. Como todas las mañanas «la Bestia» solo saldría del coma cuando su peor demonio lo arrinconara: el hambre.

Pipa era su bastón, su silla de ruedas, su ambulancia y su hospital. Su amigo. Amigo a muerte; incondicional, leal, alegre y valiente. Giovanni le acarició la cabeza, lo tapó con la sábana y bajó la persiana.

Dio un gran sorbo de café y reprimió el grito. Era un asco. Caminó las tres cuadras hasta la Playa Mansa. Miró hacia la

Parada Veintiséis y el recuerdo de Sara lo atrapó. Allí la había conocido cuando él tenía ocho años.

Giovanni odiaba la playa. La pelota de básquet no rebotaba y las ruedas de la bici se hundían. No tenía sentido ir a perder el tiempo. Su frustración y mal humor desembocaban en peleas cada vez más frecuentes con otros niños. Las peleas con Juli empeoraban. Pero una mañana de diciembre ella lo llevó a la rastra.

—No voy a venir nunca más a esta playa, ma.

Prefería otras con Paradas que tenían superficies de cemento para jugar al básquet. Juli pensaba cómo resolver el problema y él, enojado, se tumbó unos metros detrás. Al rato vio unos pequeños pies al lado.

—¿Querés jugar?

Él miró hacia ambos lados.

—¿Me decís a mí? –le preguntó arrugando la cara por el sol. Sara, de seis años, asintió pero él no pudo verle bien la cara con el sol detrás de ella.

—¿Jugar con una nena? –Arrugó más la cara.

—Sí... un ratito.

Él miró al grupo de chicos que jugaban cerca.

—No.

Sara puso trompa y se fue, pero a los dos metros se volvió.

—Al básquet –le dijo con los brazos en jarras.

Giovanni se había parado y pudo verla bien. Tenía el pelo lacio, largo, negro azabache. Ojos azules muy grandes y le faltaban algunos dientes. Rodillas peladas.

Giovanni volvió a mirar al grupo de chicos y le dijo:

—Yo no juego con nenas.

Al rato Sara lanzaba la pelota de básquet a un aro imaginario y a cada tiro lo miraba.

A él ya no le importaron los chicos. Era demasiado linda aún con el pianito de sus dientes y esas rodillas flacas y peladas.

—No rebota, no se puede jugar al básquet en la arena –le reprochó Giovanni.

—Tiremos al aro.

—¿Aro?

Sara simuló un aro con sus brazos.

—¿Creés que la pelota va a pasar por esos bracitos? Entonces ella agrandó el aro separando aún más los brazos.

Giovanni retrocedió unos metros y, en diagonal a ella, lanzó embocando sus cinco tiros. Luego hizo el aro con sus brazos.

El primer lanzamiento de Sara le dio de lleno en la frente. Y el segundo. Cerró fuerte los ojos y giró la cabeza a un lado.

Los siguientes tres le dieron en el techo de la cabeza. Había perdido la paciencia por completo pero ahora le tocaba a él. Lanzó los suyos y la esperó con los ojos cerrados y la cara hacia un lado.

Los primeros cuatro lanzamientos fueron adentro. Giovanni abrió los ojos como platos y vio un niño rubio muy alto que lanzaba el quinto y lo embocaba también.

Sara levantó la pelota y aunque le tocaba a Giovanni quedó claro que ella iba a alterar el orden.

El primero golpeó su cabeza y se escuchó la risa de los niños. Sara los encaró con mirada asesina y se abalanzó hacia ellos.

Puso los brazos en jarra y cuando iba a dar el primer puntapié el rubio la levantó en sus brazos y se la llevó.

Al día siguiente, cerca de las nueve de la mañana Juli tenía algunas ideas y, sobre todo, cosas para convencerlo: helado, torta, budín, chocolates… un kiosco. Lo llamó y Giovanni apareció con el short de baño, la pelota de básquet y el casco de ciclista puesto.

—Ah. ¿Querés que vayamos a la playa? ¿Y si vamos al San Rafael que tiene lugar para picar la pelota en el Parador?

—Quiero ir a la de ayer, ma.

«¿Casco para ir a la playa?» se preguntó Juli. Bueno, él tenía esas cosas.

Desde esa mañana, todas las mañanas, Giovanni esperaría a Sara en lo más alto de la duna y a la semana siguiente ya no necesitaba el casco. Sarita ya lanzaba la pelota igual que Nico, el hermano, y él.

Capítulo 6

¡Dieeez! ¡Nueveee! ¡Ochooo! ¡Sieteee! ¡Seeeis! ¡Cincooo!

¡Cuatrooo! ¡Treees! ¡Doooos! ¡Unooooooo!

¡FELIZ AÑO NUEVOOOOOO!

Sonó todo junto: fuegos artificiales, gritos, música, bocinas y copas rotas. El 2017 iniciaba con un majestuoso jolgorio. Brindis y abrazos. Pipa corrió hacia una de las mesas y volvió al medio del salón con una rubia delgada, cuarentona, linda y elegante. Era Olivia, la dueña del bar.

Allí se improvisó la pista a la que saltaron Tami –amiga en común– y muchos más. De repente Pipa bailaba con Mili – una de las camareras– sobre sus hombros.

—Hola, Giovanni soy Olivia –se presentó y señaló a Pipa con la cabeza–. Es adorable pero un loco de atar. Se ganó a todo el mundo y ahora nos llaman «el Bar de Pipa». Si sigue así nos van a clausurar.

Se dieron otro fuerte abrazo con Pipa que le volvió a llenar la copa, y chocaron copa y botella.

—Por el bar en Brasil –dijeron al unísono mirándose a los ojos.

En tres meses sería una realidad el sueño de muchos años. Ya habían pagado la reserva para comprar un bar frente a la playa. Si Giovanni volvía con Sara en esas vacaciones Pipa se encargaría de todo y después verían.

El «príncipe jolgorio» le abrió la puerta al «rey caos» y la marea humana se hizo indomable. Casi perdieron la mesa. Igual, lo que no había que perder en ese hervidero era la virginidad. Pipa volvió a la barra y Giovanni salió a la vereda para atender una llamada. Adentro no podría escuchar ni la sirena de los bomberos; mucho menos la voz emocionada de Juli.

Doce «te amo», seis «cuidate» y un «no–te–de–sa–bri–gues» más otros tips mameros en cuatro minutos. Le pasó con Bibi que lo actualizó de «las novedades» que escuchó en la mesa de fin de año y un «secreto» de familia. La imaginó tapándose la boca con ambas manos y poniendo los ojos como soles.

WhatsApp de Celeste:

¡Feliz año Giova! Emoji de beso.

Estoy preocupada por Luciana

iba a cenar con Olivia pero no fue,

tenés idea a dónde está?

Feliz año Lesti

averiguo y te digo

Luciana estaba sentada en el piso con el celular en la mano frente al gran ventanal del living mirando sin ver los fuegos artificiales. Las lágrimas le nublaron la muñeca de Daniela que tenía sobre su regazo y a la que le faltaba una pierna.

La peinaba con los dedos. Perdió la cuenta de las veces que llamó a su exmarido para hablar con su hija. Seguro después le diría que no la había llamado. Sus amigas la habían invitado a celebrar el año nuevo pero ella se negó.

Estaba en el peor momento de su vida. Ya no le interesaba casi nada y sentía un vacío enorme en el pecho. ¿Para qué seguir? Bebió la copa de champagne hasta hacer fondo blanco; casi con bronca, como si quisiera lastimarse porque ya ni el gusto le sentía a la bebida.

No entendía la razón por la que se había puesto ese vestido si sabía que a último momento no iría a ninguna parte. Sin Dani la vida no tenía ningún sentido. Deseaba que esa noche fuera la última. ¿Y por qué no?

No había cenado y el champagne comenzó a hacer de las suyas. Miró el teléfono para no mirar su realidad y leyó otra vez el mensaje de Celeste: Luci te amo con toda mi alma. DONDE ESTAS? Pero ella no quería ver ni hablar con nadie. ¿Por qué arruinarles la noche?