Piezas desequilibradas - Darío Vilas Couselo - E-Book

Piezas desequilibradas E-Book

Darío Vilas Couselo

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Beschreibung

"Piezas desequilibradas" es un desfile de terror, de muerte, de sangre y de tormento. La pluma de Darío Vilas nos conduce a lugares donde la locura y la obsesión se vuelven norma y es imposible mirar a otro lado a través de personajes contundentes que nos recuerdan que todos tenemos demonios en nuestro interior. Aunque no siempre queramos aceptarlo.-

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Darío Vilas Couselo

Piezas desequilibradas

 

Saga

Piezas desequilibradas

 

Copyright © 2011, 2021 Darío Vilas and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726854954

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PIEZAS DESEQUILIBRADAS

1. BORRACHO

Es de noche, estoy muy borracho y aúllo en medio de un callejón que huele a meados y a la humedad propia de esta urbe. Es una advertencia, se avecina la lucha. Mi voz atronadora causa el deseado efecto sorpresa en esta pandilla de inútiles, que rodean a una chica a la que llevaban un buen rato intimidando. Se acabó, ya he llegado.

Ella, un mujerón de unos treinta años, atractiva, con un cuerpo de auténtico escándalo y una mirada que destroza voluntades. Ellos, unos niñatos de poco más de veinte que querrían catar a una mujer de verdad por primera vez en su vida. No será esta noche, ni será con ella. Es mía.

Percibo su miedo en cuanto se vuelven hacia mí. Su miedo y también la satisfacción en el rostro de la chica, que al encontrarse con mi imagen dibuja un rubor salvaje en sus mejillas. Cómo me gustan las mujeres, y cómo me gusta esta en concreto.

Mientras los golpeo, uno a uno, de dos en dos, a todos juntos, ella profiere gritillos de júbilo, y pienso que esta mala noche, esta asquerosa borrachera de licor barato que llevo, y el esfuerzo de destrozar a estos imberbes, habrán valido la pena si puedo amanecer entre sus piernas.

Y así parece que va a ser. Salta sobre mí en cuanto el último desgraciado cae al suelo y, sin vacilaciones, comienza a besarme de un modo casi violento. Se encarama a mi cuello, cruzando las piernas alrededor de mi cintura mientras frota su pelvis contra mi polla, que se vuelve férrea, y me susurra al oído:

«Llévame contigo».

Me la llevo, dispuesto a quedármela para siempre después de haber rubricado nuestro contrato matrimonial con la sangre de aquellos que pretendían mancillar tanta belleza. Pequeños hijos de puta a los que agradezco haber ejercido de cupidos involuntarios en esta gloriosa noche en que, acompañado del fantasma que siempre me pide que le invite a otro güisqui, conozco a la mujer de mi vida.

El desierto ha volcado un océano sobre mí.

 

No hay ardiente pasión, no hay sexo desenfrenado, todo son caricias, miradas, amor naciendo. La penetro, pero sin violencia, dejando que se funda conmigo. Permanezco unos instantes completamente inerte, mientras siento el fuego de mi simiente, que puja por salir. Ella también lo nota, y me empuja por las nalgas, invitándome a expandirme en su interior. Un gemido ahogado sale de sus labios cuando la invado por completo y, en mí, el placer se mezcla con la vergüenza, creando un éxtasis más intenso de lo que jamás hubiese experimentado.

Acaricia mi cara, me pide que le hable, me dice que quiere escuchar mi voz. Yo le susurro que ahora es mía, que nunca podrá escapar, que así está escrito; yo mismo lo he refrendado con mis puños. Mientras mis palabras hacen efecto, ella comienza a moverse de nuevo, lentamente. Sincronizamos nuestros movimientos sin dejar de mirarnos a los ojos. El amor no debe ser ciego, hay que observarlo de frente, exponer el sentimiento para que la otra persona lo perciba, lo digiera y te lo devuelva multiplicado.

Y así otras cinco veces antes de que amanezca. El sol nos va sumiendo en el sueño mientras me dice su nombre en un ronquido encantador:

«Me llamo Maite».

Sus palabras se mezclan con los extraños pensamientos que se inician con el ensueño, y visualizo una imagen ridícula en la cual le respondo que yo soy Marcos, y nos damos dos besos.

2. NO ME OLVIDES, NENA

No me olvides, nena, es lo único que te suplico. Déjame cuando quieras, cuando te canses de verte arrastrada por la inmundicia que me acota, cuando mi fragilidad existencial te agote, cuando no puedas resistir convivir con alguien que no alcanzará jamás la paz existencial, que se rodea de la angustia; que vive en la más absoluta simplicidad de ser complejo.

Escápate entonces, busca a alguien que te haga feliz, que no corrompa tu pureza y valore la luz que arrojas a tu alrededor, capaz de iluminar hasta el rincón más oscuro de la condición humana.

No puedo prometerte una vida cómoda, eso no va conmigo. Siempre te trataré como la diosa que eres, pero no soy fácil. La vida no es sencilla por defecto, pero a mi lado es asquerosamente menos llevadera. Me agoto incluso a mí mismo, hasta que decido romper con todo, utilizando los alivios más deplorables que se pueden experimentar. No temo romper las reglas, deberías aceptarlo cuanto antes o podrías volverte loca. Quizás sea yo quien ya ha perdido el juicio, no te lo niego, pero también es tarde para dejar de ser lo que somos, lo que en realidad queremos ser. Porque además me gusto así, creo que soy el único que me acepta, aunque tú pareces tolerarme, que no es poco.

Pero te lo repito una vez más: acabarás dejándome, como el resto de la humanidad, y eso puedo soportarlo, pero no que tu mente deseche el haberme conocido, que queme hasta el más mínimo recuerdo de mi existencia.

Por favor, no me olvides.

3. NINGUNA ACCIÓN FÁCIL

De nuevo necesito evadirme, huir de la desidia que me provoca una vida que no he escogido, un cuerpo que no me pertenece, horrible y degradado por mi propia genética y por el maltrato que yo mismo le voy infringiendo. Me lo merezco, por ser como soy sin haber tenido la oportunidad de escogerlo.

Hoy la jornada laboral ha sido terrible. Por la noche había tenido un extraño sueño, en el cual tenía que defenderme de una amenaza que no alcanzaba a ver. Repartidas por el suelo, había multitud de herramientas que podía utilizar para combatir: armas de fuego, machetes, cuchillos, martillos o piedras. De entre todas ellas, escogí una especie de informe hoja sin afilar, cuya utilidad resultaba cuanto menos dudosa, pero tenerla entre las manos me otorgaba una sensación de confianza increíble; me sentía poderoso e indestructible, completamente protegido.

Escuché un siseo, como un filo que cortaba el aire a gran velocidad, y ante la inminencia de mi propia muerte, que pude llegar a sentir, el cerebro me sacó del sueño antes de que la sensación pasase de onírica a real, y la muerte me aliviase del peso que obligo al mundo a cargar con mi existencia.

Rememoré el sueño mientras trabajaba, mientras realizaba las tareas como el autómata que la sociedad espera que sea, buscando un sentido revelador a las imágenes que mi cerebro me había proyectado. No es que lo tenga, pero si no cuestionásemos nuestra naturaleza no seríamos más válidos que el frío metal que cada día sumerjo en el tanque de galvanizado, luchando contra la tentación de zambullirme en él y convertirme en una simbiosis química perdurable más allá de lo físico. Seguro que me desintegraría.

¿Somos realmente más importantes que cualquier ser inerte?

 

Me duele la cabeza, así que he pedido un relevo en mi puesto y me vine a la zona de descanso, a tragarme tres analgésicos con un trago de güisqui. No suelo beber en el trabajo, es poco profesional, pero el calmante hace más efecto cuando lo engulles con alcohol, aunque también te pega el sueño, y rápidamente me quedé dormido.

Mi encargado me despertó, me dijo que trabajaba demasiado, que hacía muchas horas extra y que era normal que estuviese reventado. Quise explicarle que no era eso lo que me corroía, que la melodía de mis sueños resonaba en mi mente, pujando por mostrar una realidad latente que superaría su comprensión. Pero no me quiere escuchar. Soy su mejor obrero, lo sabe, pero no soporta mi verborrea. No lo juzgo; no soy quien.

Me envió a casa, me necesita con las pilas cargadas, pero aquí tampoco encuentro sosiego. Maite no está, no sé a dónde ha ido, así que necesito salir, fundirme con el entorno hasta que encuentre la manera de rehusar esta sensación que está corrompiendo mi alma, enviando a mi boca el sabor metálico de la adrenalina.

Algo gordo se avecina, y mi cuerpo está siempre preparado, mi mente alerta. Estúpidos necios, menos mal que me tenéis por aquí.

4. MORIR POR DENTRO

Quince copas después lo veo claro.

Una chavalita se acerca a mí, se insinúa, contoneando su cuerpo, casi adolescente, ante mis narices. Al principio no sabía qué cojones pretendía; soy una mole horrenda en la que sólo Maite ha encontrado algo de belleza, así que esta cría debería estar intentando joderse a cualquiera de los niñatos que pululan al acecho en este tugurio del centro de Simetría. Pero no, me escogió a mí, venciendo la repugnancia que provoco a cualquier ser humano que se precie de serlo.

Inteligente arpía, sedúceme.

Sale del local, parece convencida de que no va a conseguirme, y así es. Pero debo seguirla, confirmar mis sospechas. La boca ya no me sabe a hierro, sino a tristeza. Rueda una lágrima por mi mejilla, no puedo reprimirla. El camarero me dedica una mirada socarrona y siento la tentación de aplastarle el vaso de güisqui en su asquerosa cara de persona común. Pero enseguida pienso en que probablemente tenga una vida igual de común, con su común esposa y sus comunes hijos. Joder, ya le está dando suficiente por el culo el mundo, teniendo que pasar las noches junto con borrachos casi como yo, pero menos conscientes.

Desenrosco lentamente un billete y lo dejo sobre la barra como si estuviese desplegando la sábana santa, para que el tipejo sienta la misericordia con que le agasajo, pagando su deficiente servicio con mucha más generosidad de la que merece. Cómprate una vida mejor.

Me voy fuera, pensando que estoy a tiempo de alcanzar a la niñata, de obligarle a contarme la verdad, a explicarme por qué me quiere atormentar. Pobrecilla, no sabe con quién ha dado.

Por el rabillo del ojo la veo venir. No tenía a nadie detrás hace tan solo medio segundo, y de repente ya me está agarrando del hombro mientras emite un gorjeo acuoso muy poco humano. Me vuelvo y encuentro unos ojos cargados de deseo animal. Me provoca una erección. Pero no es sexo lo que busca esta zorra, no. Quiere alimentarse de mí.

Un vampiro. Que suerte haberlo encontrado.

Su astuta mirada de depredador se torna en sorpresa cuando la cojo por el cuello y, sin mediar palabra, la estampo contra la pared del local. Su cuerpo revienta por dentro, y el sonido se escucha por fuera. Cae como una muñeca de trapo a mis pies, con la cabeza ladeada y las pupilas dilatadas como las de un felino infernal. Supongo que puede ver en la oscuridad.

Un hilo de sangre sale de su boca, así que la levanto rápidamente, antes de que deje huellas en el callejón. Corro hacia mi coche, teniendo cuidado de no salpicar nada alrededor, la arrojo dentro del maletero y, para mi sorpresa, comienza a convulsionar violentamente.

Debí suponerlo, sigue viva.

La cojo nuevamente por la cabeza, agarro la puerta levantada del maletero y la estrello contra su cráneo. Uno de sus ojos se sale de la cuenca. Lo vuelvo poner en su sitio y coloco el cuerpo, que (parece) ya desprendido de vida, en posición fetal, para poder cerrar el maletero.

Vuelvo a casa. Espero, y no, que Maite no haya vuelto todavía.

5. DIOS ESTÁ EN LA RADIO

Nos vamos de picnic. La idea me ha resultado tan encantadoramente surrealista cuando Maite me la planteó, que no he sabido negarme en absoluto. Había pasado toda la madrugada destrozando el cuerpo de aquella putilla del averno, para sepultarla en la tierra del sótano. Me aseguré de que la cabeza quedase separada del cuerpo, para que no volviese a la vida. También le arranqué el corazón y lo atravesé con un cucharón de madera, que es lo más parecido a una estaca que tenía en toda la casa.

El trabajo me dejó exhausto, y cuando Maite regresó apenas había dormido hora y media. No quiso darme explicaciones de dónde había pasado la noche, pero se lo perdono porque tampoco me las pidió a mí cuando, demasiado amodorrado, le dije que no había dormido. En el fondo tenía la esperanza de que se acostase a mi lado, follásemos y después nos quedáramos a pasar la tarde del sábado en la cama.

En lugar de eso, se sacó de no-sé-dónde-coño una cesta de mimbre y me soltó lo del picnic. «Joder, claro que voy». Su mirada lasciva prometía algo más que unos bocadillos, un buen vino y tomar el sol en el campo. ¿Cómo podría yo negarle nada a esos ojos color miel, que te violan el cerebro cuando embisten con furia sus súplicas, como descomunales penes que salen proyectados de sus pupilas?

El problema es que, tras cuatro bocatas, preparados por sus habilidosas manos expertas, dos botellas de vino verde y tres arrumacos precoitales, me quedé dormido sobre el clásico mantel de cuadros rojos y verdes que mi hembra sacó de esa cesta que le mangó a la jodida Caperucita Roja.

 

Pasarían algunas horas cuando la voz de un locutor de radio me arrancó del sueño, predicando con estridencia una frase que me dejó confuso:

«¡Nadie tiene porqué decirte que no tiene sentido que estés aquí! ¡¿Dónde están tus amigos?!»

Sentada a nuestro lado, observándonos, está la cría de vampiro que me cargué anoche. Me sonríe, mostrando sus destrozados dientes, guiña el ojo que le hice saltar de la cuenca y acaricia el pelo de Maite, que duerme pegada a mí. Antes de que me dé tiempo a apartar su asquerosa mano, mi preciosa compañera se despierta, como si hubiese podido sentir la mano de aquel ser pútrido.

—¿Qué te pasa, Marqui? – me pregunta con ternura, como si me acabase de despertar de una pesadilla y pretendiese reconfortarme.

—Nada amor, es sólo que Dios está en la radio.

6. ¿DÓNDE HAS DORMIDO ESTA NOCHE?

Maite volvió a pasar la noche fuera. He llamado a Catalina, su hermana, para saber si estaba con ella. Me contestó que no, pero que lo mejor que podría hacer es no volver. No me soporta, y tampoco hace el más mínimo esfuerzo por ocultarlo.

 

Nos conocimos en el Suburbia, el mismo garito del que Maite salía la noche en que la rescaté de los niñatos, el mismo en que vi por primera vez un vampiro, en cuyo muro lo estampé para evitar que pudiese alimentarse de mí, o de cualquier otro incauto que cayera en sus redes. El mismo local en el que todas las almas en pena, o sin pena ni gloria, merodeamos a nuestro antojo, sintiéndonos aceptados en nuestra condición de seres repudiados.

Allí solemos beber Maite y yo. Allí entró, una mala noche, Catalina.

Me fijé en ella mucho antes de que me la «presentase». Como para no hacerlo; se nota que son de la misma familia al instante, porque allá por donde pasan puedes adivinar las intenciones de aparearse con ellas de cualquier hombre, y muchas mujeres, que se cruzan en su campo de visión. Diosas terrenales que emanan instinto sexual por todos los poros, sin disimulo alguno. ¿Para qué, si es lo que quieren?

—¿Quién es este gilipollas? —Preguntó Catalina, sin tan siquiera saludar.

—Déjale en paz, está conmigo —le responde Maite, dirigiéndose a mí como si de su putilla particular me tratase. Y me gusta—. Esta es Catalina, Marquitos.

—Joder, cada vez tienes peor gusto —espeta, clavando su mirada en la mía, obligándome a realizar un gran esfuerzo para no salir de su vista—. ¿Qué ocultas, orangután?

—Ni más ni menos que cualquier otro.

—Pues yo diría que mucho más. Detrás de esa voz con ronquera hay algo. Hueles a violencia.

—Ya vale, Catalina —sentencia Maite.