Planes de amor - Sophie Pembroke - E-Book
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Planes de amor E-Book

Sophie Pembroke

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Beschreibung

De dama de honor a novia. Tras la huida de su hermana, Helen Morrison decidió ocupar su puesto en un matrimonio de conveniencia con el magnate Flynn Ashton, con la esperanza de que el hecho de unir a las dos familias fuera suficiente para redimirla a ojos de su padre. ¡No tenía nada que ver con que siempre hubiera guardado un lugar especial en su corazón para Flynn! Pero, tras embarcarse en la perfecta luna de miel, su unión de conveniencia se convirtió en cenizas cuando un inesperado calor surgió entre ellos. ¿Se atreverían a soñar con que aquel matrimonio fuera el principio de lo que ambos estaban buscando?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Sophie Pembroke

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Planes de amor, n.º 2572 - julio 2015

Título original: His Very Convenient Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6822-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Flynn la miró con un ligero destello de pánico en su habitualmente tranquila mirada castaña.

–Si bien lo que acabamos de hacer es muy noble e incitado por el amor, y esto y lo otro, ¿ahora qué?

La mente de Helena bullía, como estaba haciendo desde que su hermana saliera corriendo, dejándola a ella el vestido de color marfil. No había muchas opciones.

–Ayúdame a quitarme este vestido –dejó el vestido de novia de Thea sobre un sillón e intentó bajar la cremallera de su vestido rosa de dama de honor.

Dirigió una mirada a Flynn, que seguía mirándola.

Hasta ese día le había parecido un hombre capaz de manejarse en situaciones de crisis. Había llevado con bastante aplomo descubrir que su prometida se había acostado con su hermano. Tampoco había encajado mal saber que sería el responsable de la multinacional. Incluso había permitido, sin parecer muy alterado, que la novia se fugara con su enamorado instantes antes de la boda.

–Bájame la cremallera, ¿quieres? –ella suspiró mientras le daba la espalda.

–¿Por qué hago esto? –Flynn dudó unos instantes.

–Porque necesito ponerme eso –Helena señaló el vestido de novia.

–No, no tienes que hacerlo. Podemos ir tranquilamente a la iglesia y…

–¿Y qué? –ella se volvió–. ¿Contarles a todos que la boda del año ha sido cancelada? –esa sería la última opción. Aparte del escándalo y de la caída en bolsa, a su padre le daría un infarto.

–Pero eso sería mejor que… –Flynn agitó una mano en el aire.

–Casarnos, Flynn –Helena puso los ojos en blanco–. Vamos, intenta decirlo. Ni siquiera es una palabrota. Ibas a hacerlo con mi hermana, y sospecho que no estabas más enamorado de ella de lo que ella lo estaba de ti. Incluso le has dado tus bendiciones para que se fugue con Zeke.

–Eso es diferente –protestó él–. Thea y yo teníamos un plan. Había papeles…

Tomando la carpeta preparada por el organizador de bodas, Helena sacó una invitación sobrante y tachó el nombre de Thea para sustituirlo por el suyo. Después garabateó algo al dorso.

–Ahí tienes tus papeles –le entregó la invitación a Flynn–. ¿Contento?

–«Yo, Helena Morrison, prometo casarme con Flynn Ashton para evitar las consecuencias de la fuga de mi hermana» –leyó Flynn–. Helena, esto es…

–Sigue –con gran esfuerzo, ella consiguió terminar de bajar la cremallera.

–«Más aún, accedo a renegociar este contrato en cuanto se solvente el asunto de la empresa Morrison–Ashton. Firmado, Helena Morrison» –Flynn dejó el improvisado contrato sobre la mesa–. ¿El asunto de la empresa? –inquirió perplejo.

–Ya sabes, los motivos por los que se suponía que os casabais Thea y tú –Helena se enfundó el traje de novia de su hermana, algo más alta que ella y con menos curvas, pero le bastaba con no pisarse el dobladillo–. Unir ambas empresas y proporcionarle un heredero a la compañía.

Un heredero. Helena tragó nerviosamente. Ya cruzaría ese enorme y terrorífico puente cuando llegara a él. Aunque quizás fuera preferible cavar un túnel…

–Esto no tiene que ser permanente –insistió ella–. ¿Me lo atas? –nada de cremalleras para las novias. El último grito eran los corsés con cintas.

Flynn accedió sin protestar. Estaba a punto de casarse con el único hombre decente de Europa, que se encontraba más cómodo vistiendo a las mujeres que desnudándolas.

–Ese no era el acuerdo que tenía con Thea –le aclaró él.

–Sí, bueno, pero yo no soy Thea, ¿verdad? –Helena se volvió fingiendo una sonrisa.

Era el argumento que había esgrimido toda su vida, sobre todo ante su padre, el que más insistía en preguntar por qué no se portaba mejor y daba menos problemas. Hasta que los problemas la alcanzaron y se sintió feliz refugiándose en su casa.

Pero no había bastado. Su padre había continuado con las preguntas. ¿Por qué no podía tener el carácter de su hermana, su cerebro, su brillantez? Poco importaba que al final mantuviera el equilibrio familiar haciendo frente a las consecuencias de los fracasos amorosos de su hermana.

Iba a casarse con Flynn para salvaguardar el buen nombre de la familia, junto con el negocio. Si eso no compensaba por los errores del pasado, nada lo haría. Era su última oportunidad para lograr la absolución.

Quizás no fuera Thea, pero era una Morrison y a Flynn le bastaría.

Lo importante era que él jamás descubriera por qué necesitaba esa absolución.

Helena clavó la mirada en los ojos de Flynn, que la contemplaba con seriedad. Era el hombre de los planes. ¿Sería capaz de hacer algo tan espontáneo como casarse con una novia sustituta?

–¿Seguro que quieres hacerlo? –preguntó él.

–Dado que no hemos tenido más de cinco minutos para pensarlo, no creo que ninguno de los dos estemos seguros –quizás lo lamentara el resto de su vida, pero en ese momento el riesgo parecía merecer la pena.

–Saldré ahí y les diré que la boda se cancela –insistió Flynn–. Te bastará con pedirlo para ser libre.

Helena supo que había planeado sus palabras, que se las habría repetido a Thea aunque Zeke no hubiera regresado para la boda. Flynn era un hombre bueno, justo y considerado. Era una elección segura. Jamás intentaría engañarla. Y eso resultaba cuando menos refrescante.

De algún modo lograrían que funcionase. Podrían formar un matrimonio amistoso por el bien de la familia y el negocio. O, más probablemente, podrían esperar un mes antes de acabar con todo el asunto sin provocar un escándalo. Ambos eran los que calmaban el ambiente, suavizaban los ánimos en las reuniones sociales, los que sacaban adelante las cenas familiares que su madre se empeñaba en celebrar. Incluso habían mantenido en secreto ante cientos de invitados el hecho de que Thea y Zeke se habían acostado durante la cena de ensayo.

Y, aunque no fuera así, el matrimonio al menos serviría de espectacular acto de relaciones públicas para la sociedad Morrison–Ashton, y Flynn quedaría libre para buscarse una esposa que le diera herederos a docenas.

–Estoy segura –asintió Helena ante la sonrisa de Flynn.

–Pues vayamos a la iglesia.

 

 

Flynn no era su hermano. No le gustaban las sorpresas, ni correr riesgos, ni el vértigo, que a Zeke tanto motivaba, de tener que tomar una decisión rápidamente. A Flynn le gustaba tener un plan. Su mera existencia, y las circunstancias de su nacimiento, habían sido espontáneas, pero no por ello consideraba que su vida tuviera que seguir el mismo patrón.

Vivir una infancia convencido de ser un error le había dejado bien claro que desviarse del plan siempre lo estropeaba todo. Zeke había sido el que la había fastidiado. Porque Zeke era el heredero que sus padres siempre habían deseado tener. No el hijo indeseado de otros padres.

Si sus padres se hubiesen atenido al plan y no hubieran engendrado a Zeke, su vida habría sido muy diferente.

Y por eso Flynn valoraba mucho las programaciones, las agendas, los planes. Sin embargo, el día de su boda no se parecía en nada a lo que Flynn deseaba o quería.

Se lo había oído contar a amigos casados. El día de la boda se hacía lo que la novia y su madre querían. El novio se limitaba a dar el «sí quiero».

Al ver a Thea salir por la puerta, el miedo lo había agarrotado. Su cuidadosamente elaborado plan saltaba en pedazos. Un plan que se había iniciado tres años atrás con las conversaciones entre los padres de ambos, acordando los términos con Thea.

Y, al final, ni todos los planes del mundo habían bastado. Thea se había marchado.

Helena nunca había formado parte del plan. Ella era otro error, supuso. Y quizás juntos conseguirían ser algo más que una lista de equivocaciones.

En cualquier caso, era lo más parecido a un plan que iba a tener ese día.

No pudo ocultar el alivio que sintió al comprender que Helena seguía adelante. Cierto que casarse con la hermana de su prometida suscitaba algunos problemas. Aun así, Flynn tuvo que admitir que era la mejor opción de una lista de malas opciones.

No era una unión por amor, jamás lo había sido. Fuera cual fuera la hermana Morrison que caminara hasta el altar, el propósito estaría servido.

Morrison–Ashton necesitaba esa boda. La junta directiva, los inversores, todo el mundo necesitaba saber que el futuro de la compañía estaba en buenas manos.

Y no había mejores manos que las de Flynn Ashton.

La compañía necesitaba un relanzamiento. Lo había sabido antes de sospechar que él pudiera heredarla algún día. Morrison–Ashton siempre había sido la prioridad de Flynn y estaba a punto de convertirse en su director general. Cuando estuviera casado con una de las hermanas Morrison ya no importaría que no fuera un verdadero Ashton. Su adopción dejaría de importar.

En cuanto los Ashton tuvieron un heredero de su sangre, él se había convertido en un excedente, un estorbo. Se volvió un arma en manos de su padre, para moldear a Zeke a su antojo, para hacerle merecerse la herencia, compitiendo con él. Pero, como esposo de una Morrison, quedaría legitimado.

Tomó la mano de Helena y la condujo hasta la puerta principal, donde fueron recibidos por el intenso sol de la Toscana. Sentía la tensión en el cuerpo de la joven y se preguntó si el corazón le estaría latiendo a la misma velocidad que el suyo.

A pesar de sus razonamientos, Flynn no podía mentirse a sí mismo hasta el punto de fingir que aquello no podría convertirse en una equivocación. «No tiene que ser permanente», había dicho ella. Para Helena, solo sería temporal, pero algo temporal jamás serviría a los propósitos de Flynn.

Necesitaba que fuera permanente, necesitaba herederos. Ese era el plan y, dado que todo lo demás había salido mal, era lo único que le quedaba. Helena sería suya para la eternidad.

Solo tenía que convencerla de que era lo bastante bueno para ella, que merecía la pena. Pero antes tenían que sobrevivir a ese horrendo día.

Aquello estaba sucediendo realmente. Quizás no del modo en que lo había planeado, pero el resultado sería más o menos el mismo. En cuanto Helena diera el «sí quiero», lo habría conseguido. Se preguntó por qué se había mostrado tan decidida. ¿Qué interés tenía para ella? ¿Tanto temía la ira de sus padres que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para aplacarla?

Caminaron en silencio hasta la capilla, todo lo rápido que los zapatos le permitían a Helena. Unos zapatos que hacían juego con el vestido de dama de honor. Thea debía de haberse largado con los zapatos de boda puestos.

–También se llevó el velo –Helena siguió la mirada de Flynn–. Es una pena. Podría haber permanecido oculta hasta que todo hubiera terminado.

Algo se encogió en el pecho de Flynn. Helena se merecía algo mejor que esa boda.

–No quiero ocultarte –aseguró–. Vas a ser mi esposa, y estoy orgulloso de tenerte a mi lado.

Todo era cierto, salvo por el hecho de que estaba más orgulloso del apellido que de la persona. Sin embargo, a Flynn no le cabía duda de que, con el tiempo, llegaría a encariñarse con ella. Quizás, con suerte, incluso se enamorarían. Era lo que había esperado que sucediera con Thea.

Thomas Morrison salió a su encuentro.

–¡Helena! ¿Dónde demonios está Thea? Los invitados… –el hombre se interrumpió al fijarse en el vestido que su hija llevaba puesto.

–Me temo, señor, que ha habido un ligero cambio de planes –Flynn se adelantó.

 

 

Mientras el cuarteto de cuerda atacaba una nueva melodía, Helena comprendió que, en el fondo, había esperado que su padre anulara la boda ante la ridiculez de la solución propuesta.

Parecía tenerle sin cuidado con cuál de sus hijas se casaba Flynn, siempre y cuando se casara con una de ellas.

–Es nuestra señal –susurró su padre.

Helena asintió y se concentró en no apretar el brazo de su padre con demasiada fuerza.

Seguramente era demasiado esperar que los asistentes no advirtieran que Flynn se casaba con la hermana equivocada. En cuanto las puertas de la capilla se abrieron y Helena dio un paso al frente, comenzaron los susurros, y ella se imaginó lo que estarían diciendo:

«¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha terminado casándose con ella? ¿Qué significa esto…?».

Iban a formularse muchas preguntas durante las siguientes horas, días y semanas. Con su padre había sido relativamente fácil, simplemente porque el tiempo apremiaba. Los invitados esperaban y Thomas Morrison no iba a defraudarles. «¿Habéis venido a ver casarse a mi hija? Pues ahí la tenéis. ¿Qué queréis decir con que es la equivocada?».

Había pensado que casarse con Flynn bastaría para compensar el pasado. Pero la expresión de su padre contaba otra historia. No podía importarle menos cuál de sus hijas se casaba ese día.

Por más que hiciera, su expediente nunca quedaría limpio. Ocho años de ser una hija modélica no habían bastado, ¿por qué iba a cambiarlo el que se casara con Flynn?

De repente, pensó en Thea. ¿Cómo iba a explicárselo a Thea?

Thea le habría impedido seguir. Pero Thea había huido en pos de su propia felicidad y Helena se había metido en la situación de la que había intentado disuadir a su hermana.

Bajó la vista y contempló los zapatos rosas. Ni la boda, ni todo lo que seguiría, se ajustaba a lo que habría sido con Thea. Para empezar, había menos papeleo, un simple contrato garabateado en una invitación comparado con el documento de treinta páginas que había conformado el acuerdo prenupcial de Thea y Flynn.

Por primera vez desde que entrara en la iglesia, Helena miró hacia los invitados y clavó los ojos en su futuro esposo. De pie, junto al sacerdote, su aspecto era tranquilo, sólido.

Un observador casual que captara la expresión del novio jamás pensaría que no se fuera a casar con la mujer a la que se había declarado.

Quizás al casarse con Flynn conseguiría parte de esa serenidad. De momento, le bastaba con ser lo que su esposo necesitaba que fuera, aunque no tenía ni idea de cuánto le iba a pedir.

«Un heredero para la compañía».

Palabras aterradoras que le hicieron estremecerse. Pero no eran más que palabras, parte del acuerdo firmado con Thea, no con ella. Porque Flynn no sabía nada, no lo entendería. Y por eso no le explicaría lo que supondría un bebé para ella. Cómo podría destrozarla.

El pasado permanecía en el pasado hasta ser arrastrado al presente. ¿No lo habían demostrado Thea y Zeke?

En cualquier caso, ya era tarde para cuestionarse lo que iba a hacer. Flynn le había proporcionado una salida y no la había aceptado. Salir corriendo sería peor que no haber sugerido esa idea estúpida desde el principio. Nadie la perdonaría por humillar a Flynn Ashton el día de su boda, por permitir que sucediera una segunda vez.

Iba a casarse y a intentar que saliera lo mejor posible, hasta que hubiera transcurrido el tiempo necesario para proceder con un discreto divorcio.

Con la cabeza alta, Helena continuó, la mirada fija al frente, hacia su esposo. Sus miradas se fundieron y ella comprendió que ese hombre era lo que necesitaba en su vida.

El novio les esperaba ante el altar y el padre de Helena entregó a la novia como dictaba el ritual.

–Ahora es tu problema –susurró al oído de su yerno.

Era la confirmación de que ni siquiera ese gesto bastaba para redimirla ante los ojos de su padre.

–Prefiero pensar en ella como en una compañera, no un problema –murmuró Flynn ante la sorpresa de Helena.

Quizás, y solo quizás, casarse con Flynn no fuera un error. Quizás fuera una oportunidad.

Con una deslumbrante sonrisa, Helena se volvió a su padre y lo besó en la mejilla.

Capítulo 2

 

Flynn sintió la cálida mano de Helena, inesperada en el frío ambiente de la capilla. Cuadrando los hombros, dieron juntos los dos últimos pasos hasta el altar. Si algo había aprendido tras crecer como el cuco en el nido de los Ashton era a calmar los ánimos.

Era ese mismo talento el que tan bien le había servido en los negocios. Era él quien intervenía cuando Ezekiel Ashton ofendía a algún inversor o cliente. Él quien calmaba a las secretarias cuando se hartaban de la lengua afilada de su padre.

Pero, sobre todo, conseguía que las cosas sucedieran, persuadiendo a la gente hasta que creían que la idea de Flynn era la suya propia.

Del mismo modo en que había convencido a Thea para que se casara con él.

Pero Helena acababa de convertirse en su plan y tenía que conseguir que todos comprendieran que, si bien la boda había sido inesperada, era lo que siempre habían querido, aunque ni ellos mismos lo sabían.

Esperaba haber tenido un buen comienzo con el comentario hecho a Thomas. A fin de cuentas, aunque su suegro fuera el dueño de la mitad de la compañía, con el tiempo se la acabaría dejando a Helena. Incluso podría llegar a desheredar a Thea. Zeke había dejado bien claro que no iba a regresar a Morrison–Ashton. Flynn sería el director general en un año, con Helena a su lado.

Lo cual implicaba que la persona más importante era Helena, no Thomas.

Era otro talento que había desarrollado desde joven: identificar a la persona clave y centrarse en ella. En una discusión familiar, esa persona variaba. Normalmente, se trataba de Ezekiel por ser el cabeza de familia, la máxima autoridad. A veces era Isabella. Otras era Zeke, pero solo cuando la unión de los dos hermanos les hacía ganar frente a sus padres.

Lo que nunca sucedía era que esa persona fuera Flynn.

Pero él ya no era un error o un accidente. Era lo que la compañía necesitaba, lo que la familia necesitaba. Y lo único que necesitaba él era a Helena.

Apretó tranquilizadoramente la mano de Helena mientras el sacerdote les sonreía. ¿No se había dado cuenta ese hombre de que había algo mal? Solo había hablado con Flynn y con Helena, no había llegado a conocer a Thea, y por eso se había limitado a asentir cuando el novio le había proporcionado sus nombres para asegurarse de que no se equivocara durante la ceremonia.

Al arrodillarse se oyó un murmullo generalizado y a Helena se le escapó una risita.

–¿Qué pasa? –susurró Flynn frunciendo el ceño.

–Creo que están viendo mis zapatos.

Por supuesto. Esos ridículos zapatos rosas.

Flynn mantuvo la mirada fija en el suelo ante él. Lo cierto era que le gustaban esos zapatos. Le gustaba el color y la energía que desprendían. Eran los zapatos perfectos para Helena.

Pero no lo eran en absoluto para una novia Morrison–Ashton. Y no para un evento como ese. Sobre todo porque estaban en los pies equivocados.

Flynn suspiró, resignado a sacarle el mayor partido a un mal día e intentando centrarse en las palabras del sacerdote. Y antes de darse cuenta habían llegado a los votos.

–Flynn y Helena, ¿habéis venido libremente y sin presiones para entregaros en matrimonio?

–Sí –contestaron ambos mientras Flynn se preguntaba si ella estaría pensando lo mismo que él, que las presiones habían sido muchísimas.

–¿Prometéis honraros como marido y mujer durante el resto de vuestras vidas?

–Lo prometo –contestó Flynn, seguido de Helena.

El resto de sus vidas. Flynn se sintió invadido por una sensación de triunfo. Ese era el tiempo que necesitaba para demostrar que se merecía el lugar que ocupaba en la familia y la empresa.

Ezekiel Ashton había dejado claro durante años que Flynn no contaba, que no era un verdadero heredero. Todo el mundo daba por hecho que sería Zeke el heredero.

Pero ya no. Ese lugar estaría ocupado a partir de ese momento por Flynn.

–¿Aceptáis los hijos que Dios os mande y los educaréis según las leyes de Cristo y su Iglesia?

Helena dio un respingo que solo Flynn alcanzó a oír. Daba la sensación de que la idea le resultaba desagradable y él frunció el ceño.

–Lo haré –afirmó Helena en voz alta y clara.

Pero Flynn no podía quitarse de la cabeza que se había perdido algo. Y olvidó su frase.

–Lo haré –asintió apresuradamente ante la mirada del sacerdote.

–De acuerdo –el hombre sonrió–. ¿Podemos oír tus votos, Flynn?

Se los había aprendido de memoria, preparado para mirar a Thea a los ojos y pronunciar las palabras. Pero al volverse hacia Helena, comprendió que no tenía ni idea de cuál era su segundo nombre.

El pánico debía de haber sido evidente, porque ella puso los ojos en blanco y susurró:

–Juliette.

–Yo, Flynn, te tomo a ti, Helena Juliette Morrison, como mi esposa –el novio se relajó ante la sonrisa de Helena–. Y prometo serte fiel en lo bueno y en lo malo, en la enfermedad y en la salud. Te amaré y honraré durante el resto de mi vida.

El amor quizás llegaría con el tiempo, o no. Pero el honor, la constancia y la fidelidad sí podía entregárselos desde el primer momento.

Era lo menos que podía hacer, dado el beneficio que iba a obtener de la unión. Helena era suya, junto con la respetabilidad y el estatus que le iba a proporcionar.

–Yo, Helena, te tomo a ti, Flynn Michael Ashton como mi esposo –las palabras surgieron fuertes y claras. Se sabía los votos de memoria, pues los había ensayado con Thea. Lo más difícil fue mirar a Flynn a los ojos y parecer adecuadamente enamorada.