Planes rotos - Sarah Morgan - E-Book

Planes rotos E-Book

Sarah Morgan

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Las reglas de él: la vida es mucho más placentera con alguien calentándote la cama… Y el matrimonio y los niños no entran en el plan. Cuando la joven e inocente Faith llegó a su lujosa estancia argentina, Raúl pensó que era la amante perfecta. Vestida con diamantes por el día y entre sus sábanas de seda por las noches, Faith se vio arrastrada por el lujoso ritmo de vida de la alta sociedad argentina. Pero entonces descubrió que, accidentalmente, había hecho una de las cosas que Raúl le había prohibido… Faith tenía que hacer frente a Raúl y contarle que estaba embarazada…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 171

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Sarah Morgan. Todos los derechos reservados.

PLANES ROTOS, N.º 1906 - enero 2012

Título original: The Vásquez Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-442-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

IBA ERGUIDA cual amazona a lomos de su caballo, con el pelo brillando como oro líquido bajo el ardiente sol de Argentina.

Nada más verla, había reaccionado con irritación, en parte, porque el caballo iba galopando con furia a pesar del calor, pero sobre todo, porque había ido allí en busca de soledad, no de compañía. Y si había una cosa que las Pampas argentinas ofrecían en abundancia era eso, la oportunidad de estar solo.

No obstante, la irritación se había transformado en preocupación al ver que el caballo y su jinete se acercaban, y cuando reconoció al animal.

Se sintió enfadado con la persona que le hubiese permitido a aquella mujer montar ese caballo en particular ella sola, y se dijo que tendría que encontrar al culpable. Y luego, se le olvidó el enfado y empezó a examinar las delicadas líneas de la mujer.

Había pasado toda la vida rodeado de mujeres excepcionalmente bellas, todas mucho más acicaladas que aquella chica y, no obstante, no lograba apartar la mirada de su rostro. Tenía la piel fina y delicada, y su cuerpo era una apetitosa combinación de miembros esbeltos y perfectas curvas. Era como si hubiese sido creada por los dioses y lanzada a la Tierra con el único propósito de tentar a los hombres.

La piel cremosa y las mejillas sonrojadas le daban un aire de inocencia que le hizo sonreír, sorprendido de ser capaz de reconocer aquella cualidad a pesar de haberla encontrado en muy pocas mujeres.

De hecho, se había vuelto tan cínico que nada más verla en el horizonte, había pensado que estaba allí porque lo había seguido, pero no, su presencia allí sólo podía ser fruto de la coincidencia.

Una feliz coincidencia, pensó mientras fijaba la mirada en sus suaves labios. Una muy feliz coincidencia.

El caballo estiró las orejas, arqueó el lomo y se sacudió de modo tan violento que Faith habría perdido el equilibrio si no hubiese apretado los dientes y hubiese permanecido pegada a la silla.

-Estás de muy mal humor hoy, Fuego. No me extraña que todo el mundo te tema -murmuró-. No pienso caerme. Estamos muy lejos de casa. Así que iré adonde tú vayas.

Hacía mucho calor y alargó la mano para buscar la botella de agua que había llevado. Se quedó helada al ver con el rabillo de ojo que algo se movía. Giró la cabeza y se quedó sin aliento al descubrir que un hombre la observaba.

Era el hombre más guapo que había visto desde que había llegado a Argentina, y eso que había conocido a unos cuantos. Tenía el cuerpo delgado y fuerte, los hombros anchos y poderosos, pero lo que había hecho que se le acelerase la respiración era un extraño halo de sensualidad que parecía rodearlo.

-Me estás mirando fijamente.

Su voz profunda, masculina, le recorrió las venas como una droga. Faith sintió que perdía la fuerza en las piernas.

El caballo debió de notar la falta de concentración y escogió aquel momento para volver a sacudirse. Faith salió volando por los aires y fue a aterrizar con el trasero en el suelo.

-¡Eso por gritar! -sintió dolor y se quedó un momento sentada, comprobando si se había roto algo-. Este caballo necesita un psiquiatra.

Un par de manos fuertes le rodearon la cintura y la pusieron de pie sin ningún esfuerzo.

-Lo que necesita es un hombre en la silla -contestó él mirándola a los ojos.

-No hay nada malo en mi manera de montar. La culpa es tuya por haber aparecido de repente, sin avisar… -dejó de hablar al verlo entrecerrar aquellos ojos tan bonitos y sensuales.

-Di por hecho que me habías visto. Es difícil esconderse entre la hierba.

-Estaba concentrada en el caballo.

-Ibas demasiado deprisa.

-Eso díselo al caballo, no a mí. Supongo que es por eso por lo que lo llaman Fuego -Faith apartó la mirada de su rostro con la esperanza de conseguir así calmar su corazón-. No he sido yo quien ha elegido el ritmo. No me esperaba que fuese a ir tan rápido -se preguntó qué le estaba pasando, por qué se sentía aturdida, con el cuerpo como aletargado.

Enseguida se dijo que debía de ser el calor.

-¿Te estás alojando en la estancia La Lucía? -preguntó él mirando hacia donde estaba la elegante casa colonial, a pesar de encontrarse a una hora de camino de allí-. No deberías haber salido sola. Deberías estar con un mozo de cuadra.

-Oh, por favor -contestó ella, tenía mucho calor y le dolía la espalda, así que le lanzó una mirada de advertencia-. No estoy de humor para machitos argentinos.

-¿Machitos argentinos? -repitió él, arqueando una ceja.

-Ya sabes a lo que me refiero -dijo mientras se sacudía el polvo de los pantalones-. Al comportamiento machista. La forma de comunicarse consiste en echarse a la mujer encima del hombro.

-Interesante descripción -comentó él riendo-. Esto es Sudamérica, cariño. Y los hombres saben cómo ser hombres.

-Ya me he dado cuenta. Desde que bajé del avión he estado rodeada de tanta testosterona que estoy empezando a volverme loca.

-Bienvenida a Argentina -le dijo en tono burlón.

De pronto, Faith se sintió incómoda, tímida y eso la enfadó todavía más, siempre había pensado que era una persona segura de sí misma.

-¿Trabajas aquí?

Él dudó un momento.

-Sí.

-Qué suerte -dijo ella, imaginando que sería un gaucho, un vaquero que trabajaba con las novecientas cabezas de ganado que pastaban en aquella tierra.

Apartó los ojos de los suyos y se preguntó por qué aquel hombre tenía ese efecto en ella. Sí, era guapo, pero había conocido a muchos hombres guapos desde que había llegado a Argentina.

No obstante, había algo en él…

-Hablas muy bien inglés.

-Eso es porque a veces hablo con las mujeres antes de echármelas encima del hombro -contestó él estudiándola durante unos segundos. Parecía seguro de sí mismo, estaba muy cómodo en aquel lugar. Luego, bajó la vista a sus labios y la dejó allí, como decidiendo si hacía o no hacía algo.

A Faith el calor empezó a resultarle insoportable y la química entre ambos era tan intensa que, sin querer, sintió que se balanceaba hacia él.

Estaba desesperada por que la besara, algo que la sorprendía, ya que desde que había llegado a Buenos Aires no había dejado de espantar hombres como si fuesen moscas. Había ido allí a trabajar, a estudiar y a aprender, no a conocer hombres. Pero, de repente, sintió un cosquilleo en los labios y se sintió atrapada por sus atractivos ojos. Él parecía estar saboreando aquel momento, era como si pudiese leerle el pensamiento. Faith sintió una excitación sexual desconocida hasta entonces para ella.

Esperó casi sin aliento, sabiendo que estaba a punto de vivir algo excitante, y que aquel hombre iba a cambiarle la vida para siempre.

Pero él, en vez de besarla, sonrió y se volvió a mirar al caballo.

-Tu caballo necesita agua.

Liberada de la fuerza de su mirada, Faith sintió que su cuerpo se debilitaba y que se ponía roja.

-Mi caballo necesita muchas cosas.

¿Qué había pasado? ¿Había sido todo imaginación suya?

No, no se lo había imaginado, pero aquel hombre no era ningún adolescente, sino un hombre de verdad, desde la punta de su pelo moreno, pasando por la fuerte mandíbula, hasta los poderosos músculos de su cuerpo. Parecía un tipo bien, sofisticado y experimentado y parecía tan seguro de sí mismo que Faith estaba segura de que estaba jugando con ella.

Se mordió el labio y deseó poder deshacerse del cosquilleo que recorría todo su cuerpo.

Enfadada consigo misma, y con él, levantó la barbilla y lo siguió con paso firme hacia el río, decidida a no dejar que se diese cuenta de cuánto la afectaba.

-Tengo que volver -dijo agarrando las riendas de Fuego y subiendo a la silla, satisfecha por el modo en que él le miraba los esbeltos muslos.

No se había imaginado que había química entre ellos. No era ella la única que se sentía violentamente atraída.

-Espera -le pidió él agarrando las riendas de Fuego para que el animal no se moviese-. Me has dicho que te alojas en la estancia. ¿En calidad de qué? ¿Trabajas en la zona de invitados?

-Estás volviendo a mostrar tus prejuicios -contestó ella-. Todos los hombres argentinos que he conocido por el momento piensan que el lugar de las mujeres está en… -se calló justo a tiempo.

Él arqueó una ceja, parecía divertido.

-¿Qué decías? ¿Que todos los hombres argentinos pensamos que el lugar de una mujer está en…?

Era tan atractivo que, por un momento, Faith sintió que no podía ni hablar. Además, no quería terminar una frase que llevaría la conversación hacia un terreno muy peligroso.

-En la cocina -añadió.

Él sonrió todavía más.

-¿En la cocina? Si piensas así es que todavía no sabes cómo piensan los machos, en general, en Sudamérica.

Faith se enfureció, no soportaba que la sonrisa de aquel tipo, su encanto y masculinidad, la afectasen tanto.

-La verdad es que me da igual lo que piensen los machos -comentó con dulzura-. A no ser que se trate de un caballo.

-¿Es eso lo que te ha traído a Argentina? ¿Nuestros caballos?

Faith miró a su alrededor, a aquella interminable extensión de hierba que los rodeaba.

-He venido porque he leído acerca de Raúl Vázquez.

El hombre se quedó callado un momento.

-¿Has viajado miles de kilómetros para conocer a Raúl Vázquez? -preguntó con frialdad-. ¿No será que quieres cazar a un multimillonario?

Faith lo miró sorprendida antes de echarse a reír.

-No, claro que no. No seas ridículo. Los multimillonarios no son mi tipo, de todas formas. Y nunca llegaré a conocerlo. Está en Estados Unidos, haciendo algún prometedor negocio, o algo así. Y debe de tener miles de empleados. No creo que nuestros caminos se crucen nunca.

Él la estudió con inquietante intensidad.

-¿Y eso te decepciona?

-Me parece que no me has entendido. No me interesa el hombre, sino sus caballos y cómo los entrena para que jueguen al polo. Leí un artículo en el periódico, escrito por Eduardo, el jefe de sus veterinarios, y contacté con él. Trabajar aquí es para mí un sueño hecho realidad.

-¿Eduardo te ha dado trabajo? -preguntó él con incredulidad-. ¿Eres veterinaria?

-Sí, soy veterinaria -apretó los dientes al verlo tan sorprendido-. Bienvenido al siglo XXI. También hay mujeres veterinarias, ¿sabes? Algunas hasta podemos andar y hablar al mismo tiempo, aunque veo que las noticias todavía no han llegado a Sudamérica.

-Sé que algunas mujeres pueden llegar a ser veterinarias -contestó él con suavidad-, pero éste es un criadero con mucho trabajo, no una pequeña clínica en la ciudad.

-Las clínicas de la ciudad no me interesan. Siempre me han gustado los caballos.

Él bajó la mirada hasta sus brazos y la detuvo ahí.

-No dudo de tu compromiso, ni de tu entusiasmo, pero a veces se necesita también fuerza física, en especial en las Pampas, donde los sementales son muy fuertes y las yeguas, muy hormonales.

A ella se le volvió a acelerar el corazón.

-Has vuelto a hacerlo. Piensas que lo más importante es el músculo, la agresión, la dominación, pero no te das cuenta de que vale más la habilidad en el manejo del caballo, que la fuerza bruta. Y Raúl Vázquez entiende eso. Sus métodos de entrenamiento son revolucionarios.

-Conozco muy bien sus métodos. ¿Te importaría responderme a una pregunta…? -dijo él de nuevo en tono suave-. ¿Quién estaba al mando hace unos minutos? ¿Tú o el caballo?

-El caballo -admitió Faith, divertida-. Pero la fuerza bruta no habría cambiado eso.

-Este caballo necesita ser montado por un hombre. Por un hombre con la suficiente experiencia y fuerza para controlarlo.

-Necesita ser comprendido -replicó ella de inmediato-. Si quieres cambiar su comportamiento, antes tienes que entender el motivo por el que se comporta así. Los caballos hacen las cosas por un motivo, igual que los humanos.

Llevaba toda su vida estudiando, y todo su tiempo libre, con caballos. Ningún hombre había conseguido captar su atención.

Hasta entonces.

La seguridad y sofisticación de aquél hacía que se sintiese cohibida y bastante confundida por sus propias reacciones.

Jamás habría dicho que era una mujer tímida, pero de pronto, se sintió ingenua frente a un hombre así.

-Sera mejor que me marche. Tengo que volver cabalgando… -se calló y se preguntó si él iba a impedirle que se fuese.

Pero no lo hizo.

Lo vio soltar las riendas y apartarse.

-Ve con cuidado -le advirtió.

Y ella sonrió, perpleja, porque había estado segura de que no iba a dejarla marchar, o de que, al menos, iba a sugerir que volviesen a verse.

Y le habría gustado. Mucho.

La Copa Vázquez de Polo era una parte muy importante del circuito de polo argentino, además del acontecimiento más elegante al que había asistido Faith.

Ella sólo estaba allí como veterinaria, por supuesto, pero no podía evitar observar a los espectadores, maravillada.

-¿Cómo pueden ser tan bellas las mujeres? -se preguntó en voz alta-. ¿Y cómo pueden tener un pelo tan liso? A mí se me riza con la humedad.

-Estás viendo a la élite de Buenos Aires -le contó Eduardo-. Se habrán pasado todo el día acicalándose para intentar llamar la atención del jefe.

-¿Del jefe? -Faith miró a su alrededor-. ¿Raúl Vázquez? Va a jugar hoy, ¿no? ¿Está por aquí?

-No ha llegado todavía.

-Pero si el partido va a empezar dentro de cinco minutos -dijo sin poder apartar la vista de las mujeres que había en las gradas -. Van demasiado arregladas para pasar la tarde rodeadas de caballos.

-Así es el polo -comentó Eduardo-. El juego más glamuroso del mundo.

Los hombres aparecieron en el terreno de juego subidos a sus ágiles caballos y Faith intentó no sentirse abrumada por el glamur del espectáculo.

Acababa de detenerse a examinar el espolón de un caballo cuando oyó un helicóptero.

-Aquí está -murmuró Eduardo mirando hacia arriba y entrecerrando los ojos para protegerlos del sol-. El partido empezara dentro de dos minutos. Siempre llega muy justo de tiempo.

Faith estaba demasiado ocupada con el animal para fijarse en cómo aterrizaba el helicóptero.

-No está en forma.

Eduardo frunció el ceño.

-No conozco a otro hombre que esté más en forma que él.

-No me refiero al jefe, sino a este caballo -contestó Faith exasperada-. ¿Es que aquí todo el mundo piensa sólo en Raúl Vázquez?

La multitud gritó y Faith supo que había empezado el partido. Miró por encima del hombro y vio a los caballos correr por el campo.

Antes de llegar a Argentina nunca había presenciado un partido de polo, y la rapidez y peligrosidad del juego seguían dejándola sin palabras.

-¿Quién es Raúl Vázquez? -preguntó a uno de los mozos de cuadra.

-El que más se arriesga -le contestó.

Y Faith entrecerró los ojos y se concentró en el partido.

Desde tan lejos, era imposible distinguir las facciones de ninguno de los hombres debajo del casco, pero había uno de ellos que destacaba entre los demás. Era ágil y musculoso, y controlaba el caballo con una mano mientras se levantaba de la silla para golpear la pelota, aparentemente indiferente al riesgo de sus acciones.

Faith se preparó para verlo caer al suelo con desastrosas consecuencias. Tenía que caerse, ¿o no? Pero con aquella mezcla de fuerza y atletismo, consiguió mantenerse en el caballo, balancear la maza y golpear la pelota de tal manera que pasase entre los postes.

La multitud estalló en aplausos y ella se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración.

Luego, volvió a centrarse en su trabajo. Se acercó a donde estaban los caballos y los fue examinando hasta que uno de los mozos le dio un golpecito en el hombro.

-Es hora de tapar los agujeros. Es una tradición.

Los espectadores y los jugadores saltaron al campo y empezaron a tapar los agujeros que habían hecho los cascos de los caballos. Era un acontecimiento social, todo el mundo reía y charlaba, era la ocasión para mezclarse con los jugadores.

Faith alargó la pierna para tapar un agujero, pero una gran bota negra se le adelantó. Levantó la mirada y descubrió que, tras aquel casco, unos ojos la miraban sonrientes.

Era Raúl Vázquez.

El hombre del río.

Durante un momento, se limitó a mirarlo fijamente. Luego, tragó saliva, incapaz de articular palabra.

-No lo sabía. No te presentaste.

-No quise hacerlo -dijo él.

Faith se ruborizó porque aquel hombre era muy, muy atractivo. Y porque a pesar de estar rodeado de mujeres preciosas, la estaba mirando a ella.

-¡Debiste decirme quién eras!

-¿Por qué? Tal vez te habrías comportado de manera diferente, y no quería que eso ocurriese -su sonrisa era sexy, distraía, intimidaba.

-¿Y cómo me comporté?

Él tapó otro agujero con la bota y su pierna la rozó en un movimiento calculado.

-Fuiste deliciosamente natural.

Ella miró a su alrededor, todas las mujeres parecían estar muy seguras de sí mismas.

-Supongo que te refieres a que no me paso el día acicalándome. ¿Por qué estás hablando conmigo?

-Porque me fascinas.

-¿Te gustan las mujeres sin maquillaje y cubiertas de polvo?

Él rió.

-Me interesa la persona, no el envoltorio.

-¡Por favor! -exclamó Faith mirándolo a aquella cara tan guapa-. ¿De verdad me estás diciendo que te pararías a mirar a una mujer que no fuese despampanante?

-No, yo no he dicho eso -contestó él sin dejar de mirarla a los ojos.

-Lo has dicho… O lo has querido decir…

-Sí -admitió él en tono divertido-. Es verdad. Veo que eres muy perspicaz. ¿Qué pasa? ¿Es la primera vez que te hacen un cumplido?

Volvió a surgir la química entre ambos y Faith se dio cuenta de que había cientos de ojos mirándolos.

-Todo el mundo nos está mirando.

-¿Y acaso eso importa?

-Bueno, supongo que tú estás acostumbrado a ser el centro de atención, pero yo, no -no supo qué más decir, se sentía frustrada consigo misma por ser tan torpe, así que lo miró fijamente y añadió-: Me da igual quién seas. Sigo pensando que eres un machista y un sexista.

Él echó la cabeza hacia atrás y rió.

-Tienes razón, cariño. Soy un machista y un sexista, y me encantaría pasar más tiempo contigo. Ven a la Casa de la Playa.

La Casa de la Playa era su residencia privada, una casa preciosa justo frente al Atlántico. Y a la que el personal del criadero no podía ir.

¿Qué era exactamente lo que le estaba sugiriendo?

Lo miró a los ojos oscuros y supo exactamente lo que era. Se ruborizó.

Se sintió molesta porque deseaba acceder, así que retrocedió. ¿Cómo iba a rechazar a un hombre como aquél? Preocupada consigo misma, decidió contestar con rapidez, antes de que la pudiese la tentación.

-No, gracias.

-No era una pregunta.

-¿Era una orden?

Él seguía mirándola divertido.

-Una petición.

Faith notó que le costaba respirar.

-Tengo que trabajar. No termino hasta las diez.

-Lo arreglaré para que te den la tarde libre.

Así, sin más.

Faith pensó que ése era el poder de los multimillonarios. Y se sintió impotente.

-No, no sería justo para los demás -se sentía muy decepcionada y, de repente, se preguntó qué le habría dicho si no hubiese tenido que trabajar. ¿Se habría ido con él? Estaba hecha un manojo de nervios-. Creo que voy a tener que posponer mi momento Cenicienta para otra ocasión. Está noche libra Eduardo y tenemos una yegua a punto de parir. No puedo faltar.

Los ojos de Raúl se pusieron serios y guardó silencio durante unos segundos. Parecía tenso.

-¿Una de las yeguas está a punto de parir? -preguntó-. ¿Cuál?

-Velocity.

Él tomó aire y se pasó la mano por la nuca.

-Si va a parir, Eduardo debería estar ahí -dijo con frialdad.

-Bueno, gracias por ese voto de confianza.

-No es nada personal.

Ella rió.

-¿Quieres decir que te parecería igual si en vez de yo fuese cualquier otra mujer?

Él entrecerró los ojos.

-Velocity es mi yegua más valiosa. Es una enorme responsabilidad -dijo.

Faith levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

-Soy capaz de asumir esa responsabilidad. No me paso el día secándome el pelo y retocándome el maquillaje. He estado siete años formándome -de repente, estaba enfadada y frustrada, tal vez se había equivocado al pensar que podía continuar con su carrera en aquella parte de Sudamérica. Era una dura batalla, hacer que la gente se la tomase en serio-. Puedo con el trabajo. Con lo que no puedo es con hombres que piensan que las mujeres no podemos tener una carrera -estaba tan disgustada, que le dio miedo echarse a llorar. Eso la infravaloraría todavía más-. Si me perdonas, tengo que volver al trabajo.