Plutarco Elías Calles - Víctor Miguel Villanueva Hernández - E-Book

Plutarco Elías Calles E-Book

Víctor Miguel Villanueva Hernández

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Beschreibung

Si bien el enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia en México se inició con la propia independencia del país y se agudizó con las Leyes de Reforma, nunca las jerarquías eclesiásticas y políticas habían recurrido a las armas para deliberar sus diferencias. Ello cambió durante el dramático conflicto religioso ocurrido entre 1926 y 1929. Nos referimos a la llamada Guerra Cristera, conocida también como la Cristiada. Dicho suceso ha dado lugar a una amplísima bibliografía que ha intentado dar cuenta no sólo de los pormenores de esta pugna y de sus protagonistas, sino también de sus causas y consecuencias. Este volumen pone el acento en un aspecto poco estudiado del fenómeno. Nos referimos a las negociaciones que las élites política y eclesiástica realizaron para encontrar una salida al conflicto religioso durante la presidencia de Plutarco Elías Calles. Para ello, el autor recurre a fuentes documentales poco estudiadas e incluso inéditas, entre ellas los Fondos José Mora y Pascual Díaz Barreto del Archivo Histórico del Arzobispado de México. La intención el autor es contribuir al conocimiento de la Guerra Cristera desde el punto de vista —principalmente— de la élite eclesiástica a partir de referencias de primera mano.

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Seitenzahl: 552

Veröffentlichungsjahr: 2023

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JEFA DEL DEPARTAMENTO EDITORIAL

Plutarco Elías Calles y la jerarquía eclesial: los intentos de paz en la Guerra Cristera, 1926 - 1928.Primera edición electrónica, 2023

D.R. © Víctor Miguel Villanueva Hernández

© Universidad Autónoma de la Ciudad de México

Dr. García Diego, 168,

colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,

06720, Ciudad de México

ISBN 978-607-8939-10-7 (ePub)

publicaciones.uacm.edu.mx

Imagen de portada: Mediateca del INAH, con intervención de Aarón Ernesto Aguilar.

Epub realizado por Netizen Digital Solutions-Hipertexto

Esta obra se sometió al sistema de evaluación por pares doble ciego y fue aprobada para su publicación por el Consejo Editorial de la UACM.

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso expreso del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección son propiedad del editor.

Hecho en México

Introducción

Plutarco Elías Calles, sus intentos de paz en la Guerra Cristera, fue en un inicio el tema de mi tesis de licenciatura en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) para obtener el grado de licenciado en Historia y Sociedad Contemporánea en 2015. Durante los últimos años y mientras realizaba la maestría en Ciencias Antropológicas en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) fui modificando el texto original que tuvo como título Los intentos fallidos por alcanzar la paz en la Guerra Cristera durante la presidencia de Plutarco Elías Calles (1926-1928). Finalmente, el título que se presenta ahora involucra a la jerarquía eclesial, puesto que su participación fue fundamental para el desarrollo del proceso histórico que trata este libro; además, que la mayoría de los documentos aquí presentados son de ese grupo y están en el Archivo Histórico del Arzobispado de México (AHAM).

Se modificaron algunos análisis de los documentos inéditos presentados en la investigación y se agregaron párrafos de los mismos; pero, se conservó la esencia: describir, con base a fuentes de primera mano, las seis propuestas de paz que ofreció el presidente Calles a la jerarquía eclesiástica para poner fin al movimiento religioso armado que inició durante su administración en 1926 y que no culminó hasta 1929, cuando Calles ya había abandonado la presidencia. Dicho lo anterior, pasemos a la investigación como tal.

El enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia en México comenzó tan pronto como el país alcanzó su independencia, a principios del siglo XIX; se agudizó a mediados del mismo con las Leyes de Reforma, cuando la separación entre uno y otra fue real. La llamada «Paz Porfiriana» permitió que, para comienzos del nuevo siglo, el XX, la Iglesia se recuperara de lo mucho que perdió con el triunfo de los liberales sobre los conservadores, con una velada tolerancia de parte del Estado. La confrontación entre las élites política y eclesiástica se retomaría luego del golpe de estado de Victoriano Huerta contra el gobierno legítimo de Francisco I. Madero.

De 1913 hasta 1917, el Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza y sus otros jefes, entre ellos Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, no ocultaron sus tendencias anticlericales. Para ellos, los constitucionalistas, el Clero había apoyado el golpe de Estado de Victoriano Huerta. Esa era su creencia, su convencimiento y por eso siempre se mostraron hostiles ante la jerarquía eclesiástica. Sin olvidar, por supuesto, que el Estado mexicano que nació con el triunfo de los liberales a mediados del siglo XIX, fue anticlerical y este rasgo característico fue adoptado por los constitucionalistas de 1917. Por lo tanto, en estas primeras décadas del siglo XX las relaciones entre Estado e Iglesia se tensaron mucho. Más aun cuando, en febrero de 1917, se promulgó la nueva Constitución con artículos destinados, esencialmente, a someter a la Iglesia al Estado. Sin embargo, los tres primeros gobiernos posteriores a la Carta Magna de Querétaro tuvieron una política de simulación con respecto al Clero; ni el propio Carranza, ni el interinato de Adolfo de la Huerta, ni siquiera Obregón lo hizo. Fue hasta la presidencia del general Plutarco Elías Calles (1924-1928) en que las relaciones Iglesia-Estado llegaron al punto extremo de la guerra. El ejército federal y el ejército cristero combatieron y este periodo histórico fue llamado el conflicto religioso armado y, para los historiadores confesionales, la Cristiada.

Nunca antes las jerarquías eclesiásticas y políticas habían recurrido a las armas para deliberar sus diferencias. Esa fue la originalidad de este proceso histórico de México. Aunque había que dejar claro desde ahora y aunque lo veremos en el primer capítulo de esta investigación, que si Calles entró en conflicto con la Iglesia era porque seguía características propias del Estado mexicano de ese entonces y heredadas desde el siglo anterior: el anticlericalismo, la disputa con la Iglesia por el control de las masas y la construcción de un Estado moderno con el gobierno como rector de las relaciones sociales, laborales y culturales.

Disminuir al mínimo el poder eclesiástico siempre fue una tentación de la élite gubernamental y con Plutarco Elías Calles se dio lugar a una guerra. También es oportuno señalar que el conflicto religioso de México de 1926 a 1929 nada tiene que ver con cuestiones psicológicas del presidente Calles, como sostiene la bibliografía católica y alguno que otro historiador del mismo perfil. Es, más bien, un conjunto de procesos históricos que se conjuntan dentro del Estado y de la Iglesia, que chocan entre sí cuando la revolución quedó atrás y el país comienza a reconstruirse en todos los sentidos y, por supuesto, las relaciones Estado-Iglesia no podían ser la excepción.

De tal forma aquí se pretenden mostrar las negociaciones que las élites política y eclesiástica realizaron para encontrar una salida al conflicto religioso durante la presidencia de Plutarco Elías Calles. La vasta historiografía dedicada a la Cristiada ignora casi por completo las negociaciones que realizaron Iglesia y Estado durante el conflicto armado. Es decir, la Guerra Cristera tiene un principio y un fin, pero durante su trascurso, incluso antes de que iniciara formalmente el 1 de agosto de 1926, hubo personajes de ambos lados que buscaron la manera de que culminaran los enfrentamientos y se encontrara una solución. Los llamados Arreglos de 1929 no surgieron de la nada, existieron por lo menos seis negociaciones previas entre Iglesia y Estado, fallidas todas pero que sirven de antecedente, imposible de ignorar, para que se pusiera fin el conflicto religioso. Mostrar esos intentos fallidos entre las élites política y religiosa es, como ya decíamos, el propósito de las siguientes páginas.

Algunas de estas negociaciones fueron de forma abierta y oficial, como la reunión del arzobispo Leopoldo Ruíz y Flores y el obispo Pascual Díaz Barreto en el Castillo de Chapultepec con el general Calles, o la solicitud formal del Episcopado Mexicano a las Cámaras de Diputados y Senadores para buscar la reforma de la Constitución Política de 1917 en materia religiosa.

También hubo acercamientos velados ante ambas élites. Propuestas que el presidente hacía a la élite eclesiástica para reanudar el culto público, suspendido el 31 de julio de 1926 como respuesta del Clero a la entrada en vigor de la llamada Ley Calles. Dichas propuestas que carecieron de validez oficial, porque, aunque eran transmitidas por un miembro del gobierno callista, nunca fueron respaldadas por un documento firmado por el Presidente. Sin embargo, la élite eclesiástica mexicana las recibió, las discutió, pero no alcanzaron el consenso mayoritario para ser aceptadas.

Igualmente, entre las negociaciones para alcanzar la paz de la Cristiada durante el gobierno de Calles, están los ofrecimientos que hizo el candidato a la presidencia para la sucesión de 1928: el general Álvaro Obregón. Que fue la más atractiva para la parte conservadora del Episcopado Mexicano que se inclinaba a aceptarla cuando el asesinato del Caudillo truncó esta negociación. El magnicidio del 17 de julio de 1928 en San Ángel delimita en tiempo y espacio la presente investigación.

De tal forma, en las siguientes páginas no se abordará la guerra en sí, pues ser un tema harto abordado; por la misma razón, tampoco hablará de la resolución al conflicto religioso en 1929. Igualmente, sabemos que la Cristiada tuvo varios actores, pero también se decidió, en busca de originalidad, hacer a un lado lo realizado por la Liga Nacional de la Defensa de Libertad Religiosa y por el gobierno de Estados Unidos. Dos participantes definitivos en el desarrollo del conflicto religioso en México y que por lo mismo cuentan con una historiografía amplia. En cambio, observar las negociaciones para detener el conflicto armado, reanudar el culto público, reformar la constitución o volver a la simulación, fue una situación más atrayente para la indagación.

Jean Mayer en su obra La Cristiada, en particular el tomo 2: «El Conflicto entre la Iglesia y el Estado 1926-1929», hace referencia de manera somera a las negociaciones, en particular a tres. La primera, la reunión en el Castillo de Chapultepec en agosto de 1926 entre Plutarco Elías Calles y los representantes del Comité Episcopal Pascual Díaz Barreto y Leopoldo Ruíz y Flores; la segunda, un intercambio de cartas y mensajes entre los mismos personajes la noche del 31 de julio de 1926 previa al inicio formal del conflicto con la entrada en vigor de la Ley Calles y las suspensión del culto público en todo el país; y la tercera, los intentos del bloque obregonista a mediados de 1927 y principios de 1928.

Sin embargo, en el extenso trabajo del historiador de origen francés estos tres momentos de negociación entre ambas élites no son, de ninguna forma, protagonistas en sus páginas y en su historia. Aunque sí, menciona la participación fundamental en ellas de personajes claves como Eduardo Mestre, Aarón Sáenz, por el lado gubernamental, y, por supuesto, el obispo de Tabasco y el arzobispo de Michoacán por la parte eclesiástica.

Aun así, Jean Meyer no aborda la propuesta de seis puntos que Eduardo Mestre llevó a los prelados mexicanos exiliados en Estados Unidos en 1927. Negociación que encontramos detallada y en un buen número de documentos en el Archivo Histórico del Arzobispado Mexicano (AHAM). Tampoco habla de una segunda oferta callista en los primeros meses de 1928 y que se hace con el mismo intermediario, Eduardo Mestre, y de forma paralela con una propuesta del candidato a la presidencia: el general Álvaro Obregón.

De hecho, Meyer asegura que «Mons. Ruíz y Flores y Mons. Pascual Díaz estuvieron siempre persuadidos de su buena fe [la de Obregón] y recibieron siempre con interés sus proposiciones», lo cual es una verdad a medias. Las cabezas del ala negociadora del Episcopado Mexicano, Ruíz y Díaz, sólo creyeron en las palabras de Obregón cuando era evidente su regreso al poder. En documentos de Ruíz y Flores, en el AHAM, la decisión de tomar en serio al Caudillo no fue realidad hasta un mes antes de las elecciones presidenciales y del asesinato del general sonorense. Incluso, mostraremos documentos en que la élite eclesiástica se muestra abatida y hasta dispuesta a aceptar la propuesta de Plutarco Elías Calles: reanudación del culto público inmediatamente, a cambio de una promesa de reforma constitucional.

Desde luego, se entiende que la finalidad del trabajo de Jean Meyer no era su objetivo y que su aporte al estudio de la Cristiada es fundamental e indispensable para acercarse a este importante acontecimiento de la historia contemporánea de México. Además de que no es, de ninguna manera, exclusivo, de él. Como ya se dijo, el tema de las negociaciones para alcanzar la paz en la Guerra Cristera, aún es un objeto de estudio poco abordado.

Otro ejemplo de lo anterior lo encontramos en el libro Matar y morir por Cristo Rey. Aspectos de la Cristiada, de Fernando M. González. Otra obra importante para aproximarnos a este hecho histórico. Pero, una vez más las negociaciones entre las élites política y eclesiástica no parecen ser tema digno de abordar. Sin embargo, al adentrase a los antecedentes y a las causas que propinaron el conflicto religioso, el autor nos propone un par de tesis que llevaron al general Calles a enfrentar en su periodo presidencial a la Iglesia. Tema que, aunque no central de nuestra investigación, se aborda en el primer capítulo.

Para Fernando González la razón de Calles para aplicar enérgicamente los artículos anticlericales de la Constitución de 1917 tiene un motivo personal, por lo que asegura «tiene una zona opaca de la cual sólo es posible hacer inferencias, muchas de las cuales parecen llevar a sus fantasmas personales». Lo anterior también es sostenido por Enrique Krauze en sus Biografías del poder, donde afirma que el carácter anticlerical de Calles es un asunto freudiano: traumas con su infancia. Lo cual resulta difícil de compartir. Es mucho más probable que tenga que ver con el tipo de estadista que es Plutarco Elías Calles: un modernista que gobierna en un periodo donde el impera caudillismo.

Incluso, el mismo Fernando González, al abundar más en las causas que llevan al ex maestro de primaria a enfrentar al clero, sostiene lo siguiente:

Para un presidente que conducía un gobierno que aspiraba no necesariamente a promover y a cobijar ciudadanos, sino a corporaciones y clientelas, tener frente y dentro de su territorio una institución tan diseminada en casi todos los intersticios de la vida social —un Estado dentro del Estado—, le resultaba sin duda harto molesto.

Esta razón suena más lógica y verídica. Incluso, en los documentos que se presentan en este libro sobre la vida y la candidatura a la presidencia de Calles, no se encuentran rasgos anticlericales; ni siquiera en su programa de gobierno se menciona. En cambio, sí hace alusión a su idea de ganarse la confianza de las masas, sobre todo de las clases menos favorecidas y ahí, definitivamente, el clero sí es su oponente. Pero sólo será hasta el final de su campaña en que, abiertamente, declarará «enemigo» de los sacerdotes que olvidan sus obligaciones espirituales y se entrometen en cuestiones políticas. Pero no hay nada que haga pensar que pondrá al Estado frente a la Iglesia en un conflicto bélico.

Por supuesto que el apoyo a la Iglesia Católica Apostólica Mexicana es una franca provocación a la Iglesia romana. Aquí no hay discusión: Calles, como ya lo habían hecho otros —Juárez y Carranza—, como lo reveló la historiadora Alicia Olivera en su momento. Pero tampoco podemos dejar de lado las declaraciones del arzobispo de México José Mora y del Río, que pide a los fieles católicos no obedecer la Constitución Política de 1917. Pero no nos ocuparemos más de este tema. Regresando a las razones que tuvo Calles para enfrentar a la Iglesia, Fernando González asegura que el Presidente actuó de esa forma porque «sin duda que se trataba de un radical que participaba como tal en esa pasión purificadora que hace creer en el deslinde definitivo de los campos en pugna; sin duda también llegó a perder el sentido de la pugna llevándolo a una escala que no correspondía, que lo emparentaba con más de alguno de los obispos que tenía enfrente».

Primeramente, en 1926, Plutarco Elías Calles es intransigente y no acepta la simulación que propone el clero. Además de que está convencido de que someter a la Iglesia al Estado es su obligación constitucional. Esta la idea comulga con su forma de pensar y, por supuesto, la fragilidad de la élite eclesiástica en ese momento es evidente para el presidente de la república que observa que puede salir victorioso del conflicto armado con la Iglesia. Si un año después, en 1927, mandó una propuesta de seis puntos, como lo veremos en un capítulo correspondiente, es a causa de la presión de Obregón por recibir al país como se lo entregó: en paz. Pero sin ceder más de la cuenta; más bien se trata de otra simulación: hacemos como que negociamos, pero el Estado saca la mayor parte con la reanudación del culto, mientras la Iglesia se conforma con una promesa de reforma. Lo mismo hace el mandatario en 1928.

Tampoco son exclusivamente la intransigencia e inflexibilidad de Plutarco Elías Calles las que impiden las negociaciones y la solución del conflicto durante su periodo presidencial. La división en el Episcopado Mexicano es fundamental, imposible ignorarla o negarla. Emergieron dos bandos una vez agotados los recursos legales en septiembre de 1927: unos abogaban por continuar negociando con el Estado, mientras que otros son partidarios de la lucha armada, de la guerra santa y del triunfo de la Iglesia a través del ejército cristero.

Esta división interna en la jerarquía eclesiástica es definitiva para que se prolongue el conflicto religioso. Las acciones de ambos lados están vastamente documentadas en esta investigación. Cada bando lucha por sus propios intereses y es por eso que no se resuelve en el periodo que nos ocupa: la presidencia del general Plutarco Elías Calles. Los documentos aquí expuestos muestran dos tipos de disputa durante la Guerra Cristera, la primera del Estado con la Iglesia y una segunda que se desarrolla dentro del clero mexicano. Los intereses chocan, se enfrentan, se discuten y se descalifican acciones de los dos lados. No existe unidad eclesiástica, por eso es imposible llegar a un acuerdo con el Estado.

En este sentido, es más que oportuno retomar las tesis que Roberto Blancarte expone en su obra Historia de la Iglesia católica en México de 1929-1982, cuando hace alusión al tema que nos ocupa. Blancarte hace lo que pocos investigadores han hecho con respecto a la división del Episcopado Mexicano durante la Cristiada y cómo, una vez resuelta, se derivan los llamados Arreglos con el Estado. El historiador afirma: «Si bien es cierto que el episcopado mexicano no tenía al respecto una opinión homogénea, aunque sí una posición monolítica, es altamente probable que la mayoría de los obispos viera con profunda desconfianza un movimiento que, por todas sus características, escapaba de su control».

Por supuesto que sí, la mayoría de los clérigos están en favor de la negociación, y sólo un pequeño grupo, es intransigente. Las acciones que realizan los primeros, encabezados por Pascual Díaz Barreto y Leopoldo Ruíz y Flores, confirman la tesis de Blancarte; aquí se expondrán los documentos donde Díaz y Ruíz —desde el mismo inicio del conflicto religioso— se dan cuenta del peligro que sería para la Iglesia perder el control de la situación. Es verdad que, al principio de las hostilidades, el grupo radical con José María González y Valencia, José de Jesús Manríquez y Zárate, Francisco Orozco y Jiménez y Leopoldo Lara y Torres a la cabeza se impone. Pero corren la misma suerte que la resistencia armada: según pasa el tiempo se van debilitando hasta ser hechos a un lado por el ala negociadora y el obispo de Tabasco y el arzobispo de Michoacán se sienten a negociar con la élite que en diciembre de 1928 tomaría el poder.

Regresando a los conceptos que maneja Roberto Blancarte, éste asegura que hay otra cuestión, fundamental e igualmente poco abordada, para que el ala negociadora buscara una solución pactada con la élite política:

Además, existen razones doctrinales para oponerse a la resistencia violenta, lo cual ha sido desdeñado por la mayoría de los investigadores. Éstos consideran, junto con la tradición cristera, que la jerarquía traicionó de laguna manera a los luchadores de Cristo Rey y que los obispos deberían haber apoyado la rebelión. Ignoran las razones de los personajes como Pascual Díaz (arzobispo de México) y Leopoldo Ruiz (arzobispo de Morelia y delegado apostólico), a los que de hecho clasifican como aliados del Estado, olvidando que ellos podían tener simplemente otra estrategia de enfrentamiento ante el Estado.

En efecto, las razones doctrinales de algunos obispos para no apoyar el movimiento armado y la negociación son un tema casi virgen en el estudio y en la investigación de la Guerra Cristera. En lo que respecta a que Díaz Barreto —durante el conflicto obispo de Tabasco y posteriormente arzobispo de México— y a Ruíz y Flores desde luego que tienen otra postura para enfrentar el conflicto religioso. En la presente investigación, por medio de documentos y correspondencia entre ambos, mostraremos esa «otra postura», que no es más que la de negociar con el Estado para encontrar la solución entre ambas instituciones.

Tampoco puede ignorarse que esta postura asumida por Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz fue tomada como traición por los cristeros, pero sobre todo por la Liga Defensora de la Libertad Religiosa y el ala radical. Al respecto Blancarte asegura: «Si la mayoría de los obispos mexicanos dejó a su suerte e incluso ayudó a sofocar el movimiento cristero, no fue porque el episcopado se alineara con el Estado, ni porque considerara injusta la causa cristera. Eran los medios, es decir, la rebelión armada, y la gran autonomía de ésta, lo que más temían, tanto la Santa Sede como la mayoría de los obispos mexicanos». Nos parece más que afortunada esta aseveración, pues efectivamente la rebelión armada se escapa del control de la élite eclesiástica; sí era un temor del ala negociadora, pero es oportuno señalar que el Vaticano se dio cuenta de esto hasta finales de 1927, cuando expulsó a la Comisión de Obispos en Roma y designó a Pascual Díaz Barreto como intermediario oficial entre México y la Santa Sede. En resumen, Roberto Blancarte supo en su obra aportar un enfoque diferente y original para apreciar el por qué las negociaciones no se cumplieron hasta 1929 y rescató el papel determinante del obispo de Tabasco y del arzobispo de Michoacán para afrontar el conflicto, con una negociación con el Estado, antes que la rebelión armada superara a la Iglesia y ésta quedara marginada del conflicto.

Antes de pasar al contenido que se abordará en cada capítulo, es oportuno mencionar lo que expone Alicia Olivera Sedano en torno a las relaciones Estado-Iglesia en el periodo histórico que comprende esta investigación. Su libro Aspectos del Conflicto Religioso de 1926-1929. Sus antecedentes y sus causas, abarca prácticamente el mismo periodo analizado en esta investigación, sólo que Olivera Sedano llega hasta el momento de los arreglos entre ambas élites con el presidente Emilio Portes Gil. Al igual que otros autores la historiadora hace mención de las negociaciones, pero de manera somera, superflua y por encima. Sin embargo, aporta importantes tesis para entender por qué precisamente en la presidencia de Plutarco Elías Calles se llega a tanto: la guerra.

Para Alicia Olivera Sedano fue la actitud del presidente de la República la que generó el conflicto religioso: «Fue Plutarco Elías Calles quien definitivamente implantó en forma oficial un régimen revolucionario con tendencias socialistas, que no sólo restringía las actividades del clero y de los católicos, sino que estaba dispuesto a acabar definitivamente con el poder que había adquirido la Iglesia Católica en México en esos momentos». Otra vez, como lo hemos visto con otros autores, se trata de una verdad a medias. Plutarco Elías Calles no era un socialista ni quería establecer en México ese modelo; más bien se trata de un estadista modernista, que se da cuenta del momento histórico que le toca vivir y que ve como una obligación trasformar al país para ponerlo de acuerdo a las tendencias mundiales. Durante toda su campaña presidencia hizo énfasis en la necesidad de crear un Estado benefactor, rector de la economía y de las relaciones laborales y sociales. Siempre aludió a favorecer a las clases marginales, obreros y campesinos, pero también a organizar a la nueva clase social que aparece por esos años en México, la clase media.

De hecho, sus detractores, al igual que lo señala Olivera Sedano, por esos propósitos lo llamaron socialista. En lo que sí estamos de acuerdo con la historiadora es que se proponía acabar con el poder que para entonces poseía la Iglesia. Lógicamente, en esos momentos el Estado y la Iglesia se disputan la paternidad sobre las masas; por lo tanto, es indiscutible que la segunda es el enemigo natural para Calles. Pero no por cuestiones personales como nos han querido hacer ver a través de la historiografía oficial, sino más bien como una responsabilidad genuina de un mandatario que formaba un Estado fuerte. Los métodos, esos sí, son discutibles; no fueron los mejores, pero Calles actuó de manera congruente con el puesto que desempeñaba: presidente de la república, Jefe del Estado.

En cambio, en lo que tiene razón Alicia Olivera Sedano es que en ese momento la Iglesia había acumulado un gran poder. De hecho, el mismo Jean Meyer sostiene que en el Porfiriato esta institución religiosa estaba mejor que antes de la Guerra de Reforma a mediados del siglo XIX. Mientras que el Estado era pequeño en comparación con ella, casi nuevo, pero ahora en Calles tiene al mandatario para intentar contrarrestar esa situación. Sin embargo, siguiendo con la misma historiadora, ésta acepta que de ninguna manera la Iglesia se mantuvo de brazos cruzados ante la cruzada encabezada por el gobierno de Calles. Por lo que afirma que:

ante la actitud del gobierno, muchos católicos reaccionaron rebelándose, por lo que aquél empleó medidas enérgicas contra los rebeldes… Los cuerpos católicos rebelados se dispusieron a mantener su actitud hasta conseguir, o la derogación de la Carta Magna, o su reforma a todo trance, extirpando de ella todo lo que encontraban objetable en el aspecto religioso y educativo desde su posición ideológica, iniciándose entonces una lucha que abarcó todos los terrenos y utilizó todos los medios.

Efectivamente, la élite eclesiástica o «los cuerpos católicos rebelados» hicieron todo lo posible, utilizando cualquier medio, en este caso las armas y la sedición, para reformar la Constitución Política de 1917 y derogar por completo los artículos de ella que la Iglesia consideraba contrarios a sus intereses. Alicia Olivera Sedano sostiene que la Guerra Cristera no se trató de un hecho unilateral; hubo dos bandos, fue una disputa entre dos, donde ninguno de los contendientes dejó de utilizar todos los medios disponibles a su alcance para conseguir la victoria sobre su oponente. La Iglesia y el Estado se enfrentaron con las armas, pero en ambos bandos, hubo momentos y personajes que, con otro tipo de medios, en este caso la negociación, buscaron una salida diplomática al conflicto religioso. Observar de cerca estos medios no violentos, es otro de los objetivos centrales de esta investigación.

Por último, Alicia Olivera Sedano desarma en su obra la creencia que propagó la historiografía de católica en sentido de que en 1926 con la Ley Calles y, sobre todo, después de la entrevista en Chapultepec entre Calles, Ruíz y Díaz, el presidente sólo les dio dos salidas: someterse o las armas. Nada más alejado de la realidad. Tanto Estado como Iglesia estaban dispuestos a defender lo que cada uno creía como sus derechos, como ya lo vimos, por los medios que fueran. Calles no orilló a la Iglesia a la guerra, la Iglesia estaba dispuesta al conflicto armado para recuperar sus privilegios. Así lo deja ver la historiadora:

La relación entre el Estado y la Iglesia se hizo cada vez más tirante. En ambas partes se advertía una actitud resuelta. El gobierno, a toda costa, quiso obligar al clero a someterse incondicionalmente a la Constitución, y trató de acabar con los actos que consideró de sedición y rebeldía por parte de los católicos inconformes. Éstos, a su vez, tuvieron la convicción de que había llegado el momento decisivo de pugnar por lo que estimaban como la reivindicación de sus derechos, y se aprestaron a dar batalla.

Así, a mediados de 1926 con la promulgación de la Ley Calles y la decisión de suspender el culto público, inició la Guerra Cristera, la confrontación directa y con armas de por medio entre el Estado y la Iglesia. Sí, pero también, desde ese mismo momento, las mismas élites de uno y otra, además de los campos de batalla, buscaron una solución al conflicto religioso en las mesas de negociaciones. Estas acciones, comprendidas entre julio de 1926 y julio de 1928, son el tema que nos ocupará en las siguientes páginas.

El Capítulo I contiene una breve semblanza de Plutarco Elías Calles. Sus primeros años donde el padre no lo reconoce y su madre muere. Los múltiples oficios que desempeñó en su juventud porque no encontraba el rumbo de su vida. Su carrera militar que fue un preámbulo de su vida política: con Álvaro Obregón como su ángel protector y procurador de sus triunfos. Sus primeros pasos en la política como gobernador y secretario de Estado donde, por fin, pudo mostrar sus dotes de reformador, modernista y progresista, al cual, según Allan Knight, la historia de México y sus historiadores le han quedado a deber.

Pero, sobre todo, se hará énfasis en que Plutarco Elías Calles, como candidato a la presidencia, jamás se mostró anticlerical. Pudo deshacerse de los ataques de «comunista» y sólo al final de su campaña externó que sí era enemigo de los sacerdotes que olvidaban «sus obligaciones evangélicas» y se introducían en la política. Por lo que no había intención alguna de emprender una guerra con la Iglesia, por lo menos ello no se insinúa en los documentos de sus discursos previos a la toma de posesión como presidente.

En este Capítulo I se hará también el análisis de la Ley Calles con la que el presidente de la república pretendía someter a la Iglesia. Pero también cómo el clero mexicano se organiza en un Comité Episcopal para hacer frente a la coyuntura. Avisan al Papa Pío XI su decisión de suspender el culto público como acción simultánea en tiempo a la entrada en vigor de los artículos anticlericales del presidente Calles. Es decir, en esta primera parte se llegará hasta el momento en que la élite política y la élite eclesiástica quedan oficialmente confrontadas: el 31 de julio de 1926, el inicio del conflicto religioso en México, denominado la Cristiada.

El Capítulo II contiene las tres primeras negociaciones emprendidas para alcanzar la paz. Las tres son de carácter oficial; una de ellas, la primera, comenzada dos días antes de la entrada en vigor de la Ley Calles y de la suspensión del culto público de parte de la Iglesia. Las otras dos en los dos primeros meses del inicio del conflicto: la entrevista en el Castillo de Chapultepec entre el presidente Plutarco Elías Calles con dos integrantes del Comité Episcopal: Pascual Díaz Barreto y Leopoldo Ruíz y Flores. Finalmente, la tercera negociación es la petición formal del Episcopado Mexicano a las Cámaras para reformar la Constitución Política de 1917.

A unas horas del 31 de julio de 1926 tres miembros del gabinete callista se acercaron a Pascual Díaz Barreto. El secretario del Comité Episcopal pidió en una carta simulación en la aplicación de los artículos anticlericales de la Constitución de 1917; es decir, restablecer la Paz porfiriana entre Estado e Iglesia. El presidente de la república rechazó esta solicitud. Fue un primer intento fallido que culminó con la entrada en vigor de la Ley Calles y la suspensión del culto público.

En la segunda negociación ambas élites se vieron las caras frente a frente. En ningún momento cambió la posición de cada bando, más que una negociación, donde unos ceden a cambio de que otro ceda en sus intereses, ambas quisieron imponer sus argumentos y buscar que su contraparte los aceptaran. Ambos fracasaron. El presidente Plutarco Elías Calles no daría marcha atrás a su reforma anticlerical ni aceptaría la simulación, ni siquiera la tolerancia que se dio desde 1917 hasta ese 1926 en cuestiones religiosas. Por su parte, el clero mexicano no reanudaría el culto público sin tener la certeza que el gobierno daría marcha atrás a la Ley Calles. Finalmente, el presidente se impuso en el Castillo de Chapultepec: el Episcopado Mexicano tenía dos salidas, la primera, obedecer la ley; la segunda, buscar sus reformas por la vía legal de solicitarlo a las Cámaras. Fue lo que hicieron.

Es de resaltar que existen documentos que relatan un intercambio de cartas entre Calles y los obispos ese mismo día 21 de agosto de 1926 por la noche. Según estas fuentes, el Presidente ofreció señalar que el registro de sacerdotes era sólo de carácter administrativo; pero Díaz Barreto y Ruíz y Flores le mandaron algunas «correcciones» al jefe del Ejecutivo sobre su propuesta y éste no las aceptó.

Finalmente, en septiembre de 1926, el Episcopado Mexicano solicitó de manera formal a las Cámaras de Diputados y de Senadores, no sólo una reforma a los artículos que ellos consideraban como un atentado contra la libertad religiosa y en especial a la católica, sino que fueron más lejos: exigieron la derogación de esos artículos y hasta se atrevieron a proponer cómo debían redactarse dichos artículos en la Constitución. Sólo tardaron dos días las Cámaras para negar dicha solicitud y declararla improcedente. Fin de un nuevo acto fallido por detener el conflicto religioso.

La tercera negociación llegó en julio de 1927, justo a un año del inicio del conflicto religioso. Eduardo Mestre, miembro del gabinete callista, fue a Estados Unidos a reunirse con los prelados mexicanos exiliados en ese país. Cabildea con ellos. Uno ellos, José Mora y del Río, hasta se mostraba convencido de que el presidente es otro y está entusiasmado por volver a México. En el mes de septiembre el enviado de Calles vuelve a visitarlos y les llevó una propuesta de seis puntos. Tras su análisis, el Episcopado Mexicano la rechaza, incluso la llevaron al Vaticano, que también se negó a aceptarla y pidió no volver a negociar con ningún enviado que no llevara documentos y credenciales oficiales. Pero, sobre todo, la jerarquía católica mexicana, la conservadora y la radical, se dieron cuenta de lo desventajoso que sería para ellos aceptar la propuesta de Plutarco Elías Calles.

Es oportuno señalar que la división en el Episcopado Mexicano con la formación de dos alas, la conservadora y la radical, también influyó en que los intentos por alcanzar la paz en la Guerra Cristera no fructificaran. Es por eso que en el Capítulo 3 nos ocuparemos del quehacer del ala radical, que está en favor de la resistencia armada, de la derogación de los artículos anticlericales de la Constitución de 1927 e incluso de provocar la caída del gobierno legítimo de Plutarco Elías Calles. Acciones que, por supuesto, contribuyeron a que todo intento de negociación se convierta en un acto fallido.

En efecto, la división del Clero mexicano fue fundamental y decisiva para que no se alcanzara la paz. No podemos olvidar que la cabeza del ala radical, José Mora y del Río, comenzó la confrontación al pedir a sus fieles la no obediencia a la Constitución Política de 1917 en materia religiosa. Que Leopoldo Lara y Torres mencionó en marzo de 1926 que estaban dispuestos a defender «con sangre» a su Iglesia del Estado. Si el Episcopado Mexicano estuvo unido eso fue en los primeros meses de la Cristiada, agosto y septiembre, luego, al ser rechazado por las Cámaras su recurso legal, vino la división.

Además del arzobispo de México, Mora y Río, y del obispo de Tacámbaro, Lara y Torres, tuvieron un papel protagónico en el ala radical José María González y Valencia, arzobispo de Durango, José de Jesús Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla, y Francisco Javier Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara. Sus acciones en el Vaticano —el primero—, llamando al «mundo civilizado» a «defender» a México del «nuevo Nerón» —el segundo— y participando activamente con el ejército cristero —el tercero—; definitivamente obstaculizaron los cuatro intentos que efectuó el ala conservadora por solucionar el conflicto armado.

González y Valencia, como cabeza de la Comisión de Obispos en Roma, buscó por todos los medios que el Papa Pío XI apoyara la resistencia armada, que la Cristiada fuera declarada por el Sumo Pontífice como «santa», que se le otorgaran «indulgencias» a los cristeros y que no estableciera ningún tipo de negociación con el gobierno de Plutarco Elías Calles. Incluso, llegó a afirmar en octubre de 1926 que Pío XI ordenaba «intransigencia absoluta», no moverse «un ápice» de lo solicitado en el Memorial de Septiembre de 1926 y, desde luego, no negociar. Estaba convencido que obtendrían el triunfo por la vía armada.

Por su parte, Manríquez y Zárate hizo un Llamado al Mundo Civilizado, donde pedía, entre otras cosas, que las potencias del mundo occidental intervinieran en México para «salvar» al país del gobierno de Calles. Fue tan elevado el tono bélico de su discurso que, incluso, miembros de la misma ala radical, condenaron y se desligaron de las palabras pronunciadas por el Obispo de Huejutla.

Asimismo, Lara y Torres se mostró totalmente en desacuerdo con la propuesta que Calles envío con Eduardo Mestre para finalizar el conflicto armado en octubre de 1927. El obispo de Tacámbaro sólo observaba desventajas en caso de que la Iglesia aceptara esos arreglos y, por supuesto, se manifestó en favor de seguir con la resistencia armada. Para esto último, al igual que Manríquez y Zárate, argumentó que no se podía negociar, ya que sería traicionar a los católicos que habían derramado su sangre en los campos de batalla. Pero sobre todo, esgrimía que si se aceptaba la propuesta callista la Iglesia quedaría sometida al Estado como era el propósito del presidente.

Antes de esto último, nos detendremos a observar el comportamiento de los clérigos que estuvieron siempre en favor de la negociación: Pascual Díaz Barreto y Leopoldo Ruíz y Flores. El primero fue el Secretario del Comité Episcopal y, el segundo, vocal del mismo. Ambos estuvieron presentes en todas las negociaciones que se detallan en el segundo capítulo. Sus entrevistas oficiales con Plutarco Elías Calles y con Álvaro Obregón, así como con los enviados de los dos políticos, demuestran un interés genuino por llegar a un acuerdo para acabar con el conflicto religioso. Incluso, sostuvieron reuniones extraoficiales, clandestinas, con los mismos personajes, con el propósito de lograr la reconciliación del Estado y la Iglesia en materia religiosa.

Si bien es cierto que ambos prelados, Díaz y Ruíz, se ven sin argumentos válidos y fuertes para convencer a Calles en su encuentro en Chapultepec y que durante 1927 el ala radical del Episcopado Mexicano los aventaja en sus intenciones de seguir con la guerra y no negociar la paz, en 1928 la situación cambiará. El obispo de Tabasco Pascual Díaz Barreto se convierte en el intermediario oficial entre el Vaticano y el clero mexicano. Lo cual, desde luego, le pone en una situación de ventaja para cumplir su cometido: sentarse a negociar con la élite política del país la paz en la Guerra Cristera. No será fácil, pues sus «hermanos» radicales no dejarán un instante de impedírselo. Además, cabe señalar, que tanto Calles y como Obregón siempre vieron en Díaz y Ruíz las opciones dentro del Episcopado Mexicano para sofocar la rebelión cristera.

Finalmente, en el último capítulo, el número cinco, se abordarán las nuevas propuestas que aparecen para solucionar el conflicto religioso: una de parte del presidente Plutarco Elías Calles y, otra más, del candidato a la presidencia Álvaro Obregón. Así como también las dudas de la élite eclesiástica para comprender cuál de las dos sería de mayor beneficio para su causa. Ruíz y Flores y Díaz Barreto se debatieron en meses de incertidumbre. Los prelados mexicanos exiliados en Estados Unidos se manifestaron en favor de aceptar la propuesta del bloque obregonista que está por regresar al poder en diciembre de 1928, el ala radical del Episcopado está abatida, al parecer Pío XI también estaba de acuerdo que el Caudillo es la mejor solución, pero la indecisión de Leopoldo Ruíz y Flores y Pascual Díaz Barreto no termina.

Cuando se deciden que sí, que hay que aceptar la oferta de Obregón que una vez instalado nuevamente en la silla presidencial promete reformar la Constitución Política en materia religiosa, a cambio de la reanudación del culto público, los sorprende José de León Toral, quien el 17 de julio de 1928 asesinó al presidente electo en el restaurante campirano de La Bombilla, al sur de la Ciudad de México.

Por último, es pertinente aclarar que el presente libro se apoyará casi exclusivamente en fuentes de primera mano. La bibliografía del movimiento religioso armado sólo será utilizada en momentos precisos, debido que el objetivo es presentar un trabajo histórico de reconstrucción de los hechos, entre 1926 y 1928, por alcanzar la paz entre el presidente Plutarco Elías Calles y la jerarquía eclesial católica. Hay muchas aristas, desde luego, para observar la Guerra Cristera, pero aquí, sólo nos interesa apegarnos y profundizar en las negociaciones de paz realizadas por los actores ya citados.

Plutarco Elías Calles y la Iglesia Católica

Los dos protagonistas de este libro son el presidente Plutarco Elías Calles, quien encabezaba la élite política durante la Guerra Cristera, y la élite eclesiástica, representada por los prelados que conforman el Comité Episcopal Mexicano. Por ello, este primer capítulo tiene como objetivo mostrar cómo se encontraban ambos protagonistas previos al inicio del conflicto religioso.

En cuanto al presidente de la república se comenzará con una breve biografía que abarca su vida personal, su incursión en la Revolución, su ingreso a la élite política como secretario de Estado de tres presidentes y, finalmente, su postulación como candidato para ocupar la primera investidura de la nación. Se hace más énfasis en esto último, pues con base en sus discursos y su programa de gobierno se quiere mostrar —quizá demostrar— que Plutarco Elías Calles no tenía como objetivo, al llegar a la presidencia, aniquilar a la Iglesia. No se trataba del Satanás que la Iglesia y sus historiadores afines han reseñado en sus trabajos. Aquí se verá que la cuestión religiosa no aparece en sus discursos sino hasta el final de su campaña y como forma de defensa ante los ataques de sus detractores. Desde luego, tampoco se trata de una defensa al general Calles, pues, como veremos, hay acciones que confirman un resentimiento auténtico contra la Iglesia, particularmente contra sus jerarcas.

Igualmente, se analiza la Ley Calles con la que el presidente pretende someter a la Iglesia. Los 33 Artículos hablan de prohibiciones, condiciones, nacionalizaciones, castigos y penas en materia religiosa. La Ley Calles fue promulgada el 31 de julio de 1926 y su entrada en vigor marcó el inicio de la Guerra Cristera.

Por último, se reseñará la forma en que la élite católica de México se organizó para hacer frente a un conflicto que en febrero de 1926 es inevitable. En esa fecha el arzobispo de México desafía al Presidente y desdeña a la Constitución de 1917, por lo que los prelados se ven obligados a formar un Comité del Episcopado Mexicano que hiciera frente a las disposiciones del gobierno callista. La más relevante fue la suspensión de cultos en todo el país. Lo cual ocurrió el domingo 1 de agosto de 1926. El enfrentamiento, el conflicto, la guerra era ya un hecho consumado a partir de ese día.

Entre el estadista y el anticristo

Plutarco Elías Calles nació el 25 de septiembre de 1877 en el puerto de Guaymas, Sonora. No tuvo una infancia fácil, pues al ser procreado fuera del matrimonio, su padre, Plutarco Elías Lucero, no se hizo cargo de él en sus primeros años. Su madre, María de Jesús Campuzano, murió cuando el pequeño Plutarco tenía cuatro años de edad. Fue adoptado por su tía María Josefa Campuzano y su marido Juan Bautista Calles, por lo que se mudó a vivir a Hermosillo donde su padre adoptivo se hizo cargo de su educación y él correspondió al adoptar el apellido Calles en su nombre. Renunciando así a la posición social y económica de su familia paterna, los Elías, que contaban con grandes extensiones de tierras en Sonora, concretamente en San Pedro Palominas, donde tenían 34 mil hectáreas, en 1880.1

En la última década del siglo XIX Plutarco, siguiendo el ejemplo de su familia adoptiva, se dedicó a la docencia. Desempeñó varios cargos entre los cuales resaltan ser profesor ante grupo e incluso inspector de Instrucción Pública. Sin embargo, la herencia sanguínea y la querencia pudo más en el joven Calles, quien al cumplir 20 años decidió regresar a su natal Guaymas, donde comenzó su carrera en la administración.

Además, su padre Plutarco Elías Lucero lo reconoció como hijo y él contrajo nupcias, únicamente por el civil, con Natalia Chacón en 1899. Desde entonces su vida sería una búsqueda continua de su verdadera vocación. Entre las múltiples actividades previas que desempeñó antes de incorporarse a la Revolución, Calles —junto con su hermano— administró un hotel propio en Guaymas que tuvo un éxito relativo y efímero, pues un incendio terminó con el establecimiento. En 1904 intentó ser agricultor y se trasladó con su familia al rancho Santa Rosa, ubicado en las cercanías de Fronteras y Cananea. En la agricultura solo cosechó un fracaso más: tenía escasos conocimientos, además una helada, en 1906, acabó con sus sueños de agricultor. Su siguiente empresa fue crear un molino en Fronteras que también tuvo éxito al inicio y terminó malográndose en 1910.

Ante esto, Calles y su familia retornaron a Guaymas para establecer una agencia comercial para la compraventa de semillas, pastura y harina. En 1911 tuvo que cerrar, pues la Revolución hacía imposible la estabilidad social que permitiera el buen andar de este y de cualquier otro negocio.

En septiembre de 1911 fue elegido comisario de Agua Prieta por el gobernador de Sonora, José María Maytorena,2 y por recomendación de Adolfo de la Huerta,3 al que había conocido en su etapa en el magisterio sonorense y con quien, años más tarde, y con Álvaro Obregón, formarían el Grupo Sonora que gobernaría México durante toda la década de los veinte del siglo pasado. Como funcionario estatal, Calles «se dedicó con eficacia a mantener el orden, a impartir justicia y administrar la aduana». En esos años comenzó a ganar fuerza política entre los grupos más destacados de Agua Prieta, tanto que en 1912 tuvo que participar en contra de la rebelión orozquista. Pascual Orozco4 había desconocido el gobierno del presidente Francisco I. Madero5 en Chihuahua.

Los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y de su vicepresidente José María Pino Suárez6, a manos del general Victoriano Huerta7 en la Ciudad de México en febrero de 1913, ocasionaron levantamientos en varias partes del país en busca de restablecer el clima de democracia conquistado por Madero. En Sonora muchas fueron las voces que exigieron el derrocamiento de Huerta. Álvaro Obregón8 señaló en sus memorias militares que en su estado natal hubo indignación por los asesinatos. Entre los que protestaron por tales crímenes estaba Calles9. En efecto, el comisario Plutarco Elías Calles firmó en marzo de 1913 su primer manifiesto a la nación en la población de Nacozari.

El Manifiesto de Nacozari10 fue firmado el 12 de marzo de 1913, un mes después de la Decena Trágica en la Ciudad de México. Como señaló Obregón, fueron varias las voces que se levantaron para condenar el hecho y llamar a las armas. Venustiano Carranza había desconocido el gobierno de Victoriano Huerta y comenzaba la lucha para derrocarlo. Con el apoyo de las fuerzas armadas de Sonora, el gobernador de Coahuila se puso al frente del movimiento y en uno de los primeros generales que confió fue en Álvaro Obregón, al que le ordenó recuperar Nogales. Varios fueron los ejércitos sonorenses que se conformaron para comenzar la lucha. Sobre el de Plutarco Elías Calles el general Álvaro Obregón se refiere así: «En Agua Prieta, Calles y Bracamontes con una fuerza aproximadamente de 500 hombres, regularmente armados, pero con poca organización, debido a que la mayor parte de ellos eran voluntarios levantados recientemente».11 Esta característica de tener poca organización y, sobre todo, estar formados por voluntarios, no por militares de carrera, haría que Calles y sus tropas no consiguieran ningún triunfo importante y cuando lo hicieran sería siempre con ayuda de Obregón; incluso, se podría decir que desde este momento quedaría establecida la dependencia de Calles con Obregón, misma que duraría hasta la muerte del segundo.

Cuenta Obregón en sus memorias que cuando salía a cumplir la orden del Jefe de la Revolución —tomar Nogales y Cananea— recibió un telegrama de Calles donde le informaba su deseo de atacar Naco con «una fuerza aproximada de 600 hombres que había logrado reunir», plaza que estaba en poder del general Pedro Ojeda que era fiel a Victoriano Huerta. Relata Obregón que él conocía a Ojeda y que sabía que sería difícil derrotarlo por lo que «transmití orden a Calles por teléfono, vía Douglas, para que suspendiera el ataque, augurándole un fracaso si lo efectuaba antes de que yo me incorporara, y así atacar a Ojeda con todo nuestro efectivo reunido». El telegrama llegó a destiempo a Calles, éste realizó el ataque y Obregón escribió que se cumplió «muy a pesar mío, mi profecía, pues nuestras tropas sufrieron un serio descalabro en el ataque que emprendieron contra el susodicho Ojeda»12. No era de ninguna manera un buen inicio militar para Plutarco Elías Calles.

A principios de 1914 el gobernador de Sonora con licencia, Juan María Maytorena regresa a sus funciones, luego de que se apartó de ellas alegando problemas de salud y así no tomar partido entre los que defendían a Huerta y los que pedían su destitución. Álvaro Obregón sostiene que Maytorena está dentro de la legalidad, pero Calles y el general Benjamín Hill13 no están de acuerdo, pero obedecen, por lo menos en un principio. Cuando el Caudillo es enviado al occidente por Carranza nombra a Calles comandante militar «de la plaza de Hermosillo y Jefe de la Fuerzas Fijas del Estado»14.

Desde ese momento, la partida de Obregón al occidente del país, las fuerzas del gobernador y las de Calles se disputaron la posesión de Naco. La plaza estaba sitiada y Maytorena se quejaba de Calles, por lo que Álvaro Obregón tiene que intervenir directamente y nombra a otro Comandante Militar para el estado de Sonora y así explica su acción: «Se trataba de un jefe amigo de Maytorena, a quien pudiera tener absoluta confianza, para que, llegando el momento, si Maytorena insistía en su rebelión, subordinara su amistad a los intereses de la Revolución y lo batiera como rebelde».15 Lo cierto es que con su pragmatismo hacía a un lado a Calles.

Obregón y Villa, enviados por Carranza, junto con el gobernador de Sonora redactan una carta de acuerdos para poner fin al conflicto, en el punto III de la misma se lee lo siguiente: «Las fuerzas que se encuentran en Cananea, Naco, Agua Prieta y otros puntos del Estado, al mando del coronel Plutarco Elías Calles, serán incorporadas a las fuerzas que están al mando del gobernador constitucional, don José María Maytorena»16. Una vez más, Plutarco Elías Calles es relegado. Aun así, él y Hill triunfaron sobre Maytorena; Obregón nombró al primero general, pero al segundo le dio el reconocimiento por «haber hecho la brillante defensa de la plaza de Naco».17

Carranza nombró a Calles gobernador de Sonora en agosto de 1915 y es ascendido a general. Volverá a enfrentar a Maytorena que ahora tiene como aliado a Francisco Villa. Estos atacan las poblaciones de Naco y Agua Prieta. El gobernador recibe órdenes de Obregón y le manda apoyo en armas y en personal. Le envió por medio del general Francisco Serrano, parte de su estado mayor, una carta en la cual le comenta que está enterado de que la fuerzas del «bandolero Villa» estaban avanzando por Sonora y que ya había mandado fuerzas para atacarlo.

El 19 de noviembre logran que Villa se retire. Finalmente, en diciembre se da la última batalla: Calles aprovecha que el ejército de Villa se replegó y buscó la salida de tierras sonorenses. En la localidad de Fronteras, a 33 kilómetros de Agua Prieta, se enfrentan. El 11 de diciembre Calles le rinde parte de guerra a Obregón que es una victoria a medias, pues logra que se replieguen, pero no los vence. Aun así, es nombrado general de brigada y jefe de la 4ª división de Cuerpo de Ejército del Noroeste.18

No habrá más historia militar de Plutarco Elías Calles, por lo menos no directamente en el campo de batalla. Ahora se desarrollará en la administración. Donde a decir del historiador Alan Knight «Entre los líderes que encumbró la Revolución, Calles demostró ser el político más hábil y con más éxito. El Estado revolucionario que surgió terminada la lucha tenía —más que la de ningún otro— su marca»19. Al ser nombrado gobernador en 1915 Plutarco Elías Calles lanzó su Programa de Gobierno.20 Aquí se vislumbra parte de la ideología que lo guiaría desde este momento en adelante durante toda su carrera política.

De entrada, el nuevo gobernador sonorense ofrece dos cosas «la revolución de ideales y las reformas hacia el progreso», ambas claves para darse cuenta de que Plutarco Elías Calles tiene bien claras dos ideas: cambiar la mentalidad y, a través de ello, alcanzar el progreso; algo, desde luego, inaudito y nada común para un hombre que pertenece a una Revolución que hasta ese 1915 no conocía más lenguaje que el de la destrucción y las armas. Aún más, Calles habla en su programa de gobierno de acabar con el antiguo régimen, siempre en favor de la modernidad y promete:

El gobierno a mi cargo velará por impartir garantías a todo ciudadano, con reformas que tienden a un mejoramiento general y, además, con las restricciones que cada guerra trae consigo cuando se trata, como en la actual lucha, de destruir viejas instituciones reaccionarias e implantar aquellas que el progreso y la civilización de un pueblo exigen. 21

Además, debido a que no olvida su paso como profesor de primaria rural e inspector de escuela, Calles no dejaba de lado el tema de la educación al asumir el cargo de gobernador: «el gobierno a mi cargo concederá preferente atención al ramo de la Instrucción Pública, por ser la base más firme de una verdadera democracia».22 Luego habla de abrir escuelas en lugares de más de 500 habitantes, dictar leyes para que existan escuelas cerca de las minas, también escuelas para adultos de ambos sexos, de instalar la Escuela Normal para profesores, bibliotecas en cada cabecera municipal. En fin, para Calles la educación es primordial para alcanzar la modernidad y el progreso que promete llevar a cada rincón de Sonora.

En el tema económico anunciaba la creación del Banco Agrícola Oficial del Estado de Sonora «que tendrá por exclusivo objeto facilitar fondos a los sembradores, garantizando el capital de ese banco y sus billetes con las propiedades raíces y rentas del estado».23 Sobre el tema del comercio en su Programa de Gobierno dice: «Se dará al gremio de comerciantes toda clase de garantías y muy especialmente se velará sobre los comerciantes en pequeño, procurando el gobierno favorecerla competencia en beneficio del público». A Calles no se le escapa nada ese 4 de agosto de 1915 y en otro rasgo nada común para la época habla de la libertad de expresión y se compromete a que «el gobierno de este estado, dentro de la órbita de sus facultades, protegerá la libre manifestación del pensamiento y prestará un decidido apoyo a la prensa de oposición».24 Por último, garantiza el derecho de asociación. Cabe subrayar y tener presente, para el objetivo de esta investigación, que, hasta este momento, en su primer gran puesto político, Plutarco Elías Calles no habla en ningún momento de cuestiones religiosas.

Fundamental el programa de gobierno que anunciaba Calles como gobernador de Sonora que deja ver su forma de pensar y de cómo concibe debe ser un mandato: moderno, progresista, mediador de la economía, protector de las clases menos favorecidas y respetuoso de la sociedad. Alan Knight tiene una respuesta para entender esta ideología. «Los variados antecedentes de Calles le dieron un lugar en estratos sociales diversos, y su educación y carrera le dieron una visión amplia, comercial y urbana». Así lo describe: «No era pues como esos rebeldes hoscos y rústicos que proliferaban en el país; era el tipo de líder para quien era muy factible una carrera en la alta política». Finaliza diciendo «Calles era una excepción»,25 refiriéndose al resto de los políticos que emergieron durante la Revolución.

Plutarco Elías Calles no concluyó ninguno de sus dos mandatos como gobernador de Sonora. En 1919 pidió licencia para hacerse cargo de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo en el gobierno de federal de Venustiano Carranza. Antes de abordar este periodo, es prudente resaltar la opinión del historiador Jean Meyer sobre el papel que desempeñó Calles al frente de su estado natal y que sostuvo que durante la gubernatura de Calles en Sonora sí existió una persecución religiosa que, en sus propias palabras, sería una muestra estatal de lo que 10 años después se convertiría en un problema nacional: el intento por someter a la Iglesia al Estado.

Meyer asegura que como gobernador Calles «desterró pura y simplemente del estado de Sonora a todo clero católico, reglamentando los cultos y la profesión sacerdotal, y laicizando la educación».26 Describe cómo fue la política de Calles en este sentido

Optó por someter a la Iglesia al Estado y zanjar la cuestión de manera radical según el neorrealismo anticatólico que impregnó sus actos, primero como gobernador de Sonora, y más tarde como presidente de la República. Lo que pasó en Sonora en 1916 es, por lo tanto, esencial; se trataba de la prefiguración de la política religiosa de la revolución diez años más tarde, a escala nacional.27

Tampoco Calles concluyó su periodo como secretario de Estado. En febrero de 1920 renunció para apoyar la candidatura presidencial de Álvaro Obregón. Asumió el liderazgo de la rebelión contra el presidente constitucional al encabezar el Plan de Agua Prieta que desconocía al gobierno carrancista. Tras el asesinato de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, Puebla, durante su huida a Veracruz, el nuevo presidente es otro sonorense: Adolfo de la Huerta, que, en su breve interinato de cinco meses a partir de mayo de 1920, nombró a Plutarco Elías Calles secretario de Guerra y Marina. El interinato de Adolfo de la Huerta sólo sirvió para organizar las elecciones federales y garantizar el triunfo de Álvaro Obregón que ganó la presidencia ampliamente en las urnas. El nuevo presidente de la república designó a Calles como secretario de Gobernación.

Tras el informe de gobierno del 1 de septiembre de 1923 el secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles, renunció a su cargo para aceptar oficialmente la candidatura a la presidencia de la república. Candidatura cuestionada por Adolfo de la Huerta quien se creía con mayores merecimientos que su amigo Calles y decidió tomar el camino de las armas en rebelión contra el presidente Obregón y su candidato.

En 1924, Adolfo de la Huerta, apoyado por unos cuantos militares, se declaró en rebelión contra Obregón y el mismísimo Calles volvió a tomar las armas para enfrentar a su examigo y ahora rival. La fragilidad de la rebelión delahuertista permitió el triunfo de Plutarco Elías Calles y volvió a retomar su campaña presidencial.

El 6 de septiembre de 1923 Plutarco Elías Calles aceptó oficialmente su candidatura y lanzó su primer discurso.28 El lugar elegido fue la localidad de General Terán en Nuevo León. Cabe consignar que en ningún momento hizo alusión a la Iglesia ni a los católicos ni a ninguna agrupación religiosa. Promete «abordar el problema social con amplio espíritu de equidad y justicia, proveyendo oportunamente dentro de sus atribuciones y en medida de sus posibilidades, el mejoramiento económico, intelectual y moral de los trabajadores».29 No es un hecho fortuito que en su primera comparecencia como candidato presidencial se refiera a la clase trabajadora, pues en estos años el país comienza a reconstruirse luego de la lucha armada y lo hace con un indiscutible y evidente sello capitalista. De ahí que sus primeras palabras aludan a los trabajadores, los cuales pertenecen a esa nueva clase social que se forma en estos años ante la primera gran emigración del campo a la ciudad en el siglo XX mexicano.