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La preocupación de Garcilaso por elevar el castellano a categoría de lengua artística en igualdad de condiciones con respecto al italiano y su inequívoca ambición de modernidad a través de la construcción de un yo lírico son motivos suficientes para sustentar la afirmación de que con Garcilaso se inaugura la poesía castellana moderna.
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Seitenzahl: 581
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Garcilaso de la Vega
Poesía
Edición de Ignacio García Aguilar
INTRODUCCIÓN
Garcilaso de la Vega en la encrucijada de su tiempo
Las trayectorias poéticas de Garcilaso
Circunstancias y contextos de la poesía garcilasiana
Garcilaso y la nueva poesía castellana
Peripecias editoriales de la poesía garcilasiana: una historia del texto
ESTA EDICIÓN
BIBLIOGRAFÍA
POESÍA
Coplas I-VIII
Sonetos I-XL
Canción I
Canción II
Canción III
Canción IV
Ode ad florem Gnidi
Elegía I
Elegía II
Epístola a Boscán
Égloga I
Égloga II
Égloga III
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS
Para mi hijo Nacho,por su alegría insobornable
Nada seguro hay sobre la fecha de nacimiento de Garcilaso de la Vega. No obstante, Vaquero Serrano (2013b: 101-103)1, quien más detenida y rigurosamente ha estudiado las fuentes documentales sobre el toledano, se inclina a pensar que el poeta muy probablemente naciera el 30 de septiembre de 1499, día de San Jerónimo.Es tópico asentado desde antiguo describir a Garcilaso como representante paradigmático del ideal renacentista del hombre que concilia en su persona las armas y las letras. Pero esto es una verdad a medias: Garcilaso mostró un vivo interés por las letras, pero un resignado servicio a las armas, obligado por las circunstancias que le tocó vivir.
Fue el tercer hijo del matrimonio formado por Garcilaso de la Vega, señor de los Arcos, y doña Sancha de Guzmán, señora de Batres. En su calidad de segundón, estaba abocado a no heredar nada del patrimonio de su familia, la cual pertenecía al escalafón medio de la aristocracia castellana. Este hecho habría de condicionar grandemente su desempeño profesional al servicio del monarca en toda suerte de menesteres, al tiempo que compatibilizaba sus deberes con el desarrollo de una carrera literaria. De casta le venía al galgo, pues tanto su padre como su madre habían servido en la corte de los Reyes Católicos y contaban con ilustres literatos entre sus antecedentes familiares.
Su progenitor se había educado en la corte de Enrique IV y había hecho un meritorio cursus honorum a través de servicios diversos: fue ayo del infante don Fernando, combatió en la guerra de Granada, trabajó como embajador de los Reyes Católicos en Roma y desempeñó varios cargos en el ámbito de la corte. Por su parte, la madre de Garcilaso era biznieta de Fernán Pérez de Guzmán, tío del marqués de Santillana y autor de las Generaciones y semblanzas.
El entorno cortesano en que se crio Garcilaso y la vasta cultura que exhalan sus composiciones indican que hubo de recibir una educación no muy distinta a la de los aristócratas de su entorno. Por aquel entonces, Pedro Mártir de Anglería se encargaba de educar a los pajes de los Reyes Católicos, por lo que no es descartable pensar que este humanista, muy conocido por sus escritos sobre el descubrimiento de América, hubiese podido instruir a Garcilaso; aunque también podría haber recibido lecciones por parte de algún canónigo de la catedral de Toledo. Sea como fuere, desde sus primeros años muestra un vivo interés por el estudio y se convierte en alguien instruido que toca varios instrumentos musicales, que conoce bien tanto el latín como el griego y que, muy probablemente, se desenvolvía con soltura en italiano y francés.
En 1512, siendo aún muy joven, fallece su padre, lo que le obligará a adoptar decisiones importantes sobre su futuro. En su condición de segundogénito sin derecho a herencia, sus opciones pasaban por el oficio religioso, la profesión letrada o el servicio al emperador. Con los antecedentes familiares pesando casi como un designio insalvable, opta por la última de las opciones. Así pues, cuando Carlos V llega a España en 1517, Garcilaso está más que dispuesto para ponerse a disposición del nuevo monarca, empresa en la que cuenta con el apoyo de los duques de Alba. Con ese objetivo se desplaza hasta Valladolid para rendir pleitesía a Carlos V, en compañía de su hermano mayor Pedro Laso.
Las cosas, sin embargo, no serían sencillas. Algunas de las primeras decisiones que tomó el recién llegado monarca generaron un profundo malestar entre la aristocracia castellana. En Toledo se esperaba con interés la venida del emperador, con la vana esperanza de que la corte se instalaría en la ciudad y el monarca repartiría cargos y mercedes entre la nobleza local. Pero en lugar de eso, Carlos V viajó tanto a Zaragoza como a Barcelona y se dedicó a repartir todos los cargos dependientes de su persona entre los extranjeros cercanos a él, quedando relegados por completo los linajes autóctonos. La gota que colmó el vaso en Toledo fue la designación regia como cardenal de la ciudad de Guillermo de Croy. Entre las funciones del cabildo catedralicio se contaba la de administrar el Patronato del Hospital del Nuncio, lo que generó un conflicto que llevó a Garcilaso de la Vega a levantarse en armas contra los responsables de la gestión, a los que amenazó el 1 de junio de 1519 en un tumulto organizado con el concurso de otros dos alborotadores: Diego Hernández y el alguacil Pedro de Escobar. Este episodio tuvo como consecuencias para Garcilaso un destierro de tres meses, la confiscación de las armas empleadas en el acto y el pago de salario y costas del juicio por un importe de 4 000 maravedíes2.
Muy poco tiempo después, el malestar que se había ido incubando desde la llegada de Carlos V desembocó en la denominada guerra de las Comunidades (1520-1522): un levantamiento armado de varias ciudades castellanas, encabezadas por Valladolid y Toledo, en contra de las medidas políticas adoptadas por el nuevo rey. En este conflicto, Garcilaso y su hermano se alinearán en frentes opuestos. Pedro Laso se erige en líder de los comuneros de Toledo, mientras que Garcilaso se mantiene leal a Carlos V, después de que hubiese obtenido por aquellas fechas el nombramiento como contino, es decir, miembro personal de la guardia regia. A partir de 1520, por tanto, los caminos de Garcilaso y su hermano se separan. El primero resiste los embates iniciales de las fuerzas del emperador, aunque después de algún tiempo huye a Portugal; el segundo asedia la ciudad hasta que las fuerzas comuneras se rinden. Consigue así regresar a Toledo el 6 de febrero de 1522, pero aquella localidad era muy otra de la que antaño conociera, pues no solo faltaba su hermano, sino también su hogar, ya que la casa familiar había sido saqueada. Estas circunstancias determinarán en lo sucesivo no pocas de sus actuaciones, pues a partir de entonces se esforzará Garcilaso por recuperar el patrimonio familiar perdido y por lograr para su hermano Pedro Laso un perdón regio que le permitiese regresar desde el exilio portugués.
Las preocupaciones sobre la pérdida, la desposesión y el destierro que expresa el poeta en algunas de sus composiciones se concretan textualmente mediante recreaciones de fuentes literarias previas, sobre todo Virgilio; pero Garcilaso tenía en la memoria de sus propias vivencias mimbres suficientes como para tejer un buen asiento de penas.
La guerra de las Comunidades marcó decisivamente al escritor histórico Garcilaso en el ámbito económico, social y familiar. Pero el conflicto no solo afectó a estas parcelas de su vida, pues partiendo de la documentación existente sobre el poeta se puede conjeturar que también en el marco de las relaciones afectivas y en la gestión de su propia descendencia hubo de verse muy condicionado por este levantamiento contra el emperador. En este sentido, se sabe que desde aproximadamente 1519 y hasta 1525, cuando se casa con Elena de Zúñiga, Garcilaso de la Vega mantuvo una estrecha relación con Guiomar Carrillo Ribadeneira, una dama de la aristocracia toledana vecina del barrio en el que se había criado el poeta. La noticia sobre esta relación no tiene nada que ver con otros mitos de amadas ideales atribuidas a Garcilaso. Así se comprueba con la lectura de una carta de donación otorgada por Guiomar Carrillo el 29 de noviembre de 1537, en donde se estipula lo siguiente:
Sepan cuantos esta carta de donación y mejora vieren cómo yo doña Guiomar Carrillo, [...] siendo como era mujer libre y no desposada ni casada ni monja, ni persona de orden ni religión, tuve amistad del muy magnífico caballero Garcilaso de la Vega, hijo de los muy magníficos señores don Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y doña Sancha de Guzmán, ya difuntos, que hayan gloria, vecinos asimismo que fueron de esta dicha ciudad. Entre mí y el dicho Garcilaso hubo amistad y cópula carnal mucho tiempo, de la cual cópula carnal yo me empreñé del dicho señor Garcilaso, y parí a don Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del dicho señor Garcilaso y mío; siendo asimismo el dicho señor Garcilaso hombre mancebo y suelto, sin ser desposado ni casado al dicho tiempo y sazón. Y porque, según derecho y leyes de estos reinos usadas y guardadas, todo padre o madre puede mejorar a cualquiera de los hijos o hijas que tuviere legítimos y de legítimo matrimonio [...] por tanto, usando yo de las dichas leyes [...] mejoro y hago mejoría y donación, [...] a vos, el dicho don Lorenzo Suárez de Figueroa, mi hijo y del dicho señor Garcilaso, [...] esto por el mucho amor que yo tuve al dicho señor Garcilaso, y tengo a vos, el dicho don Lorenzo Suárez de Figueroa, su hijo y mío, y para que más honradamente podáis vivir y andar como hijo de quien sois y para que más honradamente os podáis casar con quien quisierais y bien os estuviere a vuestra voluntad (Vaquero Serrano, 2013b: 550-551).
La referencia explícita a la «cópula carnal» que mantuvo Guiomar Carrillo durante «mucho tiempo», en los años previos a que este fuese «desposado ni casado», habla muy a las claras sobre una relación que se mantuvo, al menos, hasta el matrimonio del poeta con Elena de Zúñiga en 1525. Meses antes de que Guiomar Carrillo rubricase este documento legal, concretamente el 3 de enero de 1537, se había procedido a la apertura del testamento de Garcilaso. En sus últimas voluntades no hubo grandes sorpresas en cuanto a los destinatarios de su patrimonio, pues se declaraba herederos universales a sus hijos legítimos. Sin embargo, en una de las cláusulas del testamento se acordaba Garcilaso del hijo que había tenido con Guiomar Carrillo:
Don Lorenzo, mi hijo, sea sustentado en alguna buena universidad y aprenda ciencias de humanidad hasta que sepa bien en esta facultad, y después, si tuviere inclinación a ser clérigo, estudie cánones, y si no, dese a las leyes, y siempre sea sustentado hasta que tenga alguna cosa de suyo (Vaquero Serrano, 2013b: 545-546).
A tenor de la documentación aducida, es difícil no preguntarse el motivo por el cual Guiomar Carrillo y Garcilaso no contrajeron matrimonio. Vaquero Serrano conjetura que «Garcilaso, por carecer de fortuna, hubo de matrimoniar contra su voluntad» (2013b: 552). Se trata de una hipótesis en absoluto descartable, sobre todo teniendo en cuenta que en la Edad Moderna la concertación matrimonial estaba al servicio de las estrategias familiares para el establecimiento de vínculos ventajosos que asegurasen la perduración del linaje y el engrandecimiento del patrimonio nobiliario. Pero además de esto, no deben perderse de vista los vínculos de Guiomar Carrillo con los comuneros de Toledo. El hermano mayor de Guiomar, Hernán Díaz de Ribadeneira, era regidor de la ciudad castellana y se había unido a otros de los mandos municipales, como Juan de Padilla o Pedro Laso de la Vega, en su levantamiento contra las fuerzas de Carlos V. Cierto es que el nombre de Hernán Díaz estaba incluido en la lista de toledanos a quienes el rey amnistió en su perdón de 28 de octubre de 1522, lo que induce a pensar que debió de cambiar su posición durante el desarrollo del conflicto. Sin embargo, además de este hermano, Guiomar Carrillo estaba marcada por su relación con otros insurrectos, ya que tenía vínculos de amistad con nada más y nada menos que María Pacheco, viuda de Juan de Padilla, líder de los sublevados3. A la vista de estos hechos, parece lógico asumir que Carlos V no vería con buenos ojos el matrimonio de uno de los suyos con una mujer tan cercana a los presupuestos de sus enemigos castellanos.
Así pues, la guerra de las Comunidades, que devastó el hogar familiar, esquilmó el patrimonio del linaje y separó los caminos fraternales, también podría haber pesado mucho en decisiones de índole más personal, como la obligada renuncia de Garcilaso a institucionalizar mediante el matrimonio su relación con Guiomar Carrillo, lo que se habría procurado a su primogénito las ventajas de ser un hijo legítimo.
Pero nada de esto pudo ser y Garcilaso se casó finalmente con Elena de Zúñiga en 1525, siguiendo la sugerencia del emperador y de la hermana de este, Leonor, a cuyo servicio estaba la futura esposa como dama de compañía. El poeta toledano se embolsó en concepto de dote en torno a dos millones y medio de maravedíes, una cantidad muy importante para un segundogénito que no contaba con demasiados bienes (Vaquero Serrano, 2013b: 245-246).
Antes de esa boda ya había trabajado vigorosamente Garcilaso para demostrar su fidelidad al monarca, no solo en su condición de guardia personal (contino), sino también cercando Toledo a las órdenes de don Juan de Ribera, quien le expidió un certificado el 12 de marzo de 1522 que avalaba la firmeza de su adhesión a la causa imperial, su lealtad a Carlos V y hasta la herida sufrida por el poeta en la batalla de Olías4. Una vez terminado el conflicto y restaurado el orden, Carlos V, que había abandonado la Península, decide regresar a España. Desembarca en Santander el 16 de julio de 1522 y se encuentra en la tesitura de hacer caso al importante grupo de nobles y clérigos que le solicitan un perdón general o imponer mano dura contra todos los implicados en la insurrección. Finalmente, y atendiendo incluso a la solicitud del papa, el 1 de noviembre de 1522 decide promulgar en Valladolid un perdón general contra los comuneros, exceptuando a 293 cabecillas, entre los que se encontraban Pedro Laso de la Vega y Hernando Dávalos, hermano y tío político del poeta, respectivamente. Tampoco se pudo acoger a esta amnistía Juan Gaitán, que ayudó a Garcilaso en su pleito del Hospital del Nuncio5.
Entre los meses de septiembre y diciembre de ese año, Garcilaso permanece en Valladolid, donde se había asentado la corte. En esta ciudad tiene ocasión de afianzar sus vínculos clientelares con la casa de Alba y de estrechar su relación de amistad con Juan Boscán, a quien ya conocía por la condición del barcelonés como ayo de don Fernando Álvarez de Toledo.
En el verano del año siguiente, Garcilaso es nombrado gentilhombre de Borgoña y caballero de la Orden de Santiago. Sin terminar 1523, Carlos V hace un llamamiento general a nobles y militares para que se le unan en la guerra contra Francisco I de Francia. El objetivo prioritario de las fuerzas imperiales era evitar que el monarca francés invadiese con su ejército las posesiones imperiales en suelo italiano. Garcilaso forma parte entonces de un contingente liderado por el condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, que parte en dirección a los Pirineos con el propósito de rendir Fuenterrabía, localidad que se encontraba ocupada por franceses y navarros. Finalmente, se logra conquistar la plaza y se nombra gobernador a un joven de dieciséis años: Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, quien se había alistado a este contingente sin contar, a lo que parece, con el permiso familiar. Su valor y determinación en la batalla le hicieron merecedor del nombramiento como gobernador de Fuenterrabía y de entrar en la plaza conquistada presidiendo el desfile militar. En ese acto estuvo acompañado por Boscán y Garcilaso, ofreciendo una estampa que es buen reflejo de los méritos de quien se convertiría en el mejor general de su época, pero también de la estrecha relación que mantendría este con el mejor poeta de su generación.
En 1525, siendo Garcilaso corregidor de Toledo, entra por fin Carlos V en la ciudad. Era el 27 de abril cuando el emperador acudió a orillas del Tajo para celebrar cortes y prolongar su estancia por espacio de diez meses. La localidad vive alborozada y feliz el reciente triunfo imperial en Pavía sobre Francisco I, rey de Francia, que se había convertido en prisionero de Carlos V.
El monarca y Garcilaso aprovechan la estancia en Toledo, entre otras cuestiones, para negociar sus bodas: el emperador con Isabel de Portugal; Garcilaso con Elena de Zúñiga, una de las damas de compañía del séquito de doña Leonor, hermana del rey. Aunque la boda real no se celebraría hasta el año siguiente, los esponsales de Garcilaso y Elena de Zúñiga tuvieron lugar hacia principios de septiembre de ese mismo año6. Antes de esto se había preocupado Garcilaso de organizar el estado de sus cuentas. De acuerdo con la documentación conocida, en agosto de 1525 los bienes del poeta ascendían a siete millones y medio de maravedíes. El día 25 de ese mismo mes de agosto se le sube el sueldo a 60 000 maravedíes anuales pagaderos cada tres años. Por otro lado, su madre amplía los derechos de pasto que tenía en Badajoz de 80 000 a 200 000 maravedíes anuales; y a ello se unen los 2 575 000 maravedíes que recibió en concepto de dote por la boda con doña Elena. De todo ese dinero, doña Elena únicamente aportó 600 000 maravedíes, pues la mayor parte fue sufragada por el emperador, que contribuyó con un millón, y por el rey de Portugal, que donó 600 000 maravedíes. Doña Leonor, hermana del rey y señora de la casadera, redondeó la cifra total con la aportación de los restantes 375 000 maravedíes (Vaquero Serrano, 2013b: 245-246).
El año terminó muy bien para el poeta, pues el estado de sus cuentas y las relaciones con Carlos V fluían satisfactoriamente. Además de todo ello, la estancia de la corte en Toledo le permitió entablar relaciones con dos figuras intelectuales de primer orden: Castiglione, que se encontraba en la ciudad castellana como embajador del papa, y Andrea Navagero, que hacía lo propio en representación de Venecia. Uno y otro serían influencias fundamentales en su obra, como se verá más adelante.
Si la boda de Garcilaso fue beneficiosa, no lo fue menos la de su hermano Pedro, que tuvo lugar en febrero de 1526. El comunero expatriado se casó en Elvas con Beatriz de Sá, a la sazón dama de la emperatriz Isabel de Portugal y la mujer más bella del país lusitano, según se decía. La dote que recibió Pedro Laso hubo de ser buena, sin lugar a dudas. Pero más agradable incluso que el dinero debió de resultar la intermediación de la dama portuguesa de cara al perdón que Carlos V concedió al antiguo insurrecto, lo que le permitió regresar finalmente a Toledo7.
Al mes siguiente de la boda entre Pedro Laso y Beatriz de Sá tienen lugar en Sevilla los esponsales entre Carlos V e Isabel de Portugal. A la ceremonia asistió Garcilaso y se puede presuponer, como hace Vaquero Serrano (2003: 26), que también acudiría Beatriz de Sá. La dama lusa dejaba entonces en la distancia al recién estrenado marido para acompañar a su señora, cumpliendo así con sus obligaciones de servicio e invirtiendo tiempo y esfuerzo en una rentable estrategia clientelar que habría de reportar importantes beneficios para el matrimonio y también para el resto de la familia de Garcilaso. Así se constata con la cédula otorgada el 13 de mayo a favor de Pedro Laso, en la que el rey «le alzaba el dicho destierro, para que pudiera estar y andar por todas las otras ciudades, villas y lugares de estos reinos, exceptuando la corte y la ciudad de Toledo con cinco leguas alrededor» (Vaquero Serrano, 2003: 26).
Las «cinco leguas» de distancia exigidas eran práctica habitual en este tipo de trámites y no suponían un gran problema para alguien que tenía señoríos como el de Batres y el de la Cuerva, los cuales estaban próximos a Toledo, pero cumplían con el requisito impuesto de una distancia prudencial. En esas circunstancias, la vuelta desde el exilio no se hace esperar y Pedro Laso regresa en junio de 1526. Se reúne entonces con su esposa y con los tres hijos de su anterior matrimonio, quienes habían quedado a cargo de la madre del comunero. Solo un año más tarde, en 1527, Carlos V alzó definitivamente todos los destierros y Pedro Laso se radicó en Toledo con toda la familia. Es de suponer que el otrora insurrecto tenía buenos valedores en su hermano y en su mujer, ya que tanto uno como otro podrían trasladar ruegos al emperador, bien de manera directa, en el caso del poeta, bien de manera interpuesta, en el caso de su cuñada, quien fácilmente podría formular peticiones a su señora, la esposa del rey8.
Pero aunque la paz había llegado a casa de los Laso de la Vega, el mundo seguía siendo un territorio hostil, más aún para un imperio como el que lideraba Carlos V, que tenía ramificaciones en múltiples territorios. En el año 1526 se recrudecen los enfrentamientos en el ámbito de la política internacional por varios frentes: por un lado, se produce la invasión de Hungría por el ejército de Solimán I el Magnífico; por otro, y tras declararse nulo el tratado de Madrid, en el que Francisco I se comprometía a no intervenir en Italia, se establece la Liga de Cognac. Esta coalición, compuesta por el papa Clemente VI, el Señorío de Venecia, el Ducado de Milán y los reyes respectivos de Inglaterra y Francia, tenía como objetivo expulsar a los españoles de Italia. Con importantes campañas militares en el horizonte cercano, el futuro emperador convoca cortes en Valladolid para intentar conseguir fondos con que sufragar el mantenimiento de su política expansiva.
En un ambiente de gran tensión se produce en 1527 el famoso saco de Roma por las tropas de Carlos V, que sin control alguno se dedicaron a arrasar con todo cuanto encontraron a su paso, sumiendo a la ciudad más emblemática del catolicismo en un caos de destrucción y desmanes. El suceso tuvo gran repercusión internacional y supuso un importante batacazo contra la imagen de campeón del catolicismo que había intentado crearse el monarca. Al año siguiente, y en respuesta a los excesos españoles contra el papado y la ciudad de Roma, Francisco I de Francia ataca Nápoles con tropas comandadas por Lautrec. El asedio de la ciudad dio lugar a una epidemia que se cobró muchas vidas, entre ellas, la de Fernando de Guzmán, hermano menor del poeta, a cuya muerte dedica el soneto XVI.
En 11 de marzo de 1528 Garcilaso de la Vega invierte 550 000 maravedíes en comprar varias casas en Toledo para instalar allí la vivienda familiar, después de haber vivido durante varios años en el hogar de su madre9. En octubre de ese mismo año llegó a Toledo nuevamente Carlos V, quien se radicó allí hasta marzo de 1529. Los meses de su estancia los invirtió en preparar su próximo viaje a Italia, de grandísima importancia estratégica para el monarca, debido a la difícil agenda que aspiraba a cumplir. Pretendía, en primer lugar, hacerse coronar emperador por el papa Clemente VII, impulsor de la Liga de Cognac. En el ámbito de la política territorial, aspiraba a pacificar los Estados italianos. Trataría, asimismo, de frenar el peligro del Imperio otomano y, por último, en el ámbito de las ideas, tenía pensado convocar un concilio en contra de los luteranos. Durante la fase última de estos preparativos, en febrero de 1529, se produce el súbito fallecimiento de Baltasar de Castiglione, con quien Carlos V y Garcilaso mantenían una estrecha relación. Así se deduce de las deudas intelectuales del poeta y de las concesiones realizadas por Carlos V, quien además de honrarle con un buen número de mercedes le había otorgado el obispado de Ávila, cargo que no pudo llegar a desempeñar por su repentino fallecimiento. Hay un dato muy indicativo de la complicidad entre Castiglione y el entorno de Carlos V: el papa Clemente destituyó a Castiglione como embajador después del saqueo de Roma, pues sospechaba que lo traicionaba y que estaba al servicio del emperador, ya que no le había advertido sobre los movimientos militares de Carlos V. La gran cantidad de honores que le dispensó luego el monarca permiten suponer que el sumo pontífice no andaba muy descaminado en sus resquemores.
Tanto el emperador como Garcilaso redactan sus respectivos testamentos en Barcelona, antes de partir hacia Italia. El del poeta, que lleva fecha de 25 de julio de 1529, se acompaña de las rúbricas como testigos de Juan Boscán y de su hermano Pedro Laso, dos soportes fundamentales en su itinerario vital e intelectual.
En estas últimas voluntades el poeta toledano instituye su mayorazgo, da cuenta de los 120 000 maravedíes de sus rentas anuales y ordena que el nombre de quien le herede sea Garcilaso de la Vega y de Guzmán, entre otras cuestiones. Además, adjunta un memorial con pagos pendientes y especifica las obras pías que desea que se lleven a efecto tras su muerte. En el testamento informa Garcilaso del hijo que tuvo con Guiomar Carrillo, referido anteriormente, y menciona a una moza extremeña llamada Elvira, con quien el escritor tenía deuda de «honestidad» por algún escarceo amoroso que debió de ocurrir, probablemente, hacia febrero de 1524:
Yo creo que soy en cargo a una moza de su honestidad. Llámase Elvira, pienso que es natural de la Torre o del Almendral, lugares de Extremadura, a la cual conoce don Francisco, mi hermano, o Bariana, el alcaide que era de los Arcos, o S[...]barra, su mujer; estos dirán quién es. Envíen allá una persona honesta y de buena conciencia que sepa de ella si yo le soy en el cargo sobredicho, y si yo le fuere en él, denle diez mil maravedís. Y si fuese casada, téngase consideración con esta diligencia a lo que toca a su honra y a su peligro (Vaquero Navarro, 2013: 226-227).
Con las cosas de su estado en perfecto orden y después de haber cumplido con todas sus responsabilidades, Garcilaso embarca hacia Italia el 28 de julio de 1529. El viaje que emprende junto al monarca tiene entre sus finalidades políticas ofrecer una imagen amable del imperio en otros territorios, algo que resultaba especialmente necesario después del lamentable suceso del saqueo de Roma, que tanto daño hizo a la reputación de Carlos V como defensor del catolicismo y de la ortodoxia cristiana. Para el lavado de cara que se pretende, nada mejor que comenzar cambiando la presencia de su máximo representante. Conforme a ello, el emperador se hace cortar el pelo a imitación de los antiguos romanos, aunque con el matiz diferenciador de su barba típicamente germánica. A zaga de su señor, Garcilaso también optará por modificar su aspecto, cortándose la melena y luciendo un rapado que rememoraba el de las estatuas de César, con el añadido de la barba castellana10.
De esta guisa desembarcan los componentes de la comitiva en Génova, donde son recibidos por representantes religiosos y civiles de todos los Estados italianos. Desde allí se desplazan a Bolonia, donde tiene lugar la coronación como emperador de Carlos V, coincidiendo con el día en que celebra su trigésimo cumpleaños. La estancia en tierras italianas sirve también para firmar la paz con los Estados católicos y con Francisco I de Francia, aunque no se logran solventar las diferencias con Florencia y los luteranos. Pasado un año desde su partida, Garcilaso retorna a Toledo en junio de 1530. De vuelta a su ciudad natal, la emperatriz Isabel le encarga la misión de desplazarse hasta Francia para felicitar a doña Leonor y a Francisco I por su matrimonio, celebrado el 5 de agosto de 1530. Aunque ese era el motivo oficial del viaje, las verdaderas razones del desplazamiento tenían que ver con el interés de Isabel por conocer de primera mano el trato que el monarca francés dispensaba a la archiduquesa Leonor de Austria. Pero Garcilaso no solamente debía espiar en la corte francesa e inquirir sobre este asunto, sino que también debía, en el camino hacia su destino, prestar especial atención al contexto militar en la frontera con el país vecino.
Atendiendo a las responsabilidades que asignaban a Garcilaso tanto Carlos V como su esposa Isabel, nada haría pensar que pudiera resquebrajarse la confianza que tenían depositada en el toledano. Sin embargo, en agosto de 1531 ocurre un acontecimiento que socavará los cimientos sobre los que se asentaba la relación del monarca y el poeta: la participación de Garcilaso en la boda de su sobrino. Durante este mes canicular, el escritor estaba en Ávila, donde se había instalado la corte de la emperatriz Isabel. Según testimonio del propio Garcilaso, recibió aviso por parte de un paje para que acudiera a la catedral abulense. Allí se encontró con su sobrino de catorce años, llamado también Garcilaso, y con Isabel de la Cueva, heredera del duque de Alburquerque y que contaba con once años en el momento de los esponsales. Lo que allí ocurre responde a una concertación matrimonial organizada a espaldas de los reyes y sin el permiso de estos. Concurría además la circunstancia de que parte de la familia paterna de la novia, con el duque de Alburquerque a la cabeza, estaban en contra del matrimonio por considerar que este enlace afectaba al linaje de los Cueva. De acuerdo con la declaración del poeta, Garcilaso no conocía los pormenores del enlace (Vaquero Serrano, 2013: 406-407). No obstante, participó como testigo y avaló con su nombre y autoridad la ceremonia. Muy poco después parte hacia Alemania con el futuro duque de Alba. El motivo del viaje era unirse a las tropas que estaba congregando Carlos V para luchar contra el ejército otomano que asediaba Viena. A la altura de Tolosa, el día 3 de febrero de 1532 les intercepta el corregidor de Guipúzcoa para tomar declaración a Garcilaso, por orden de la emperatriz. Aunque el poeta intenta zafarse del interrogatorio con evasivas, finalmente no tiene más remedio que confirmar su presencia en el enlace, y como consecuencia de ello la emperatriz ordena su destierro y la prohibición de entrar en la corte de Carlos V (Vaquero Serrano, 2013: 415-416).
Con el peso del destierro a sus espaldas y en compañía de Fernando Álvarez de Toledo, emprende Garcilaso el viaje que le llevaría a reunirse con el emperador en la ciudad alemana de Ratisbona. Una vez allí, y por más que el duque de Alba se afana en interceder por su amigo, Carlos V, conocedor del episodio de la boda del sobrino, lo destierra indefinidamente de la corte y lo envía hasta una isla del Danubio, no lejos de Ratisbona. Allí prolongará su estancia por espacio de tres meses. Ese es el tiempo que necesitaron el duque de Alba y el tío de este, don Pedro de Toledo, para conseguir torcer en algo la voluntad imperial. Transcurrido un tiempo prudencial, el monarca se muestra permeable a los ruegos de estos grandes nobles y permite a Garcilaso que decida entre marcharse con el referido don Pedro de Toledo a Nápoles, donde acababa de ser nombrado virrey para sustituir al recién fallecido cardenal Pompeo Colonna, o que optase por recluirse en un convento. Ante la tesitura de una vida limitada a las cuatro paredes de una celda conventual, Garcilaso, que era un hombre de acción y de amplios horizontes intelectuales y vitales, no duda un instante y pondrá rumbo a la ciudad italiana11.
En el año 1532, por tanto, comienza el período napolitano del poeta. Nada más llegar a la ciudad partenopea, Garcilaso recibe el nombramiento de lugarteniente de la compañía de gente de armas del virrey, con un sueldo anual de 100 000 maravedíes. En la memoria de las gentes aún están muy presentes las consecuencias del asedio de 1528, de modo que la convivencia junto a las oligarquías nobiliarias autóctonas no resulta fácil. Las tareas encomendadas a Garcilaso por el virrey no son muy distintas de las que le había venido asignando el emperador: una mezcla de cortesano fiel, eficaz embajador y rápido mensajero. De hecho, una de las primeras misiones que confía Pedro de Toledo a Garcilaso es la de remitirle un mensaje a Carlos V mientras el emperador se encontraba en Génova. Cuando Garcilaso llega a esta ciudad, el monarca ya ha embarcado con destino a Barcelona. Ni corto ni perezoso, el toledano toma otra nave para seguirlo y cumplir con su misión en cuanto toma puerto en la Ciudad Condal. Aprovecha la estancia en tierras catalanas para reunirse con su gran amigo Juan Boscán, quien le comunica que está ultimando la traducción de El cortesano, obra por la que Garcilaso sentía gran admiración. Habiendo puesto nuevamente los pies en la Península, no pierde la ocasión de acercarse hasta Toledo, donde permanece en torno a tres meses, antes de regresar a Nápoles en fechas cercanas a junio de 1533.
Durante este año y el siguiente disfruta Garcilaso de una estimulante vida intelectual, pues se integra a la perfección en los círculos humanistas y académicos de la ciudad. Será en estos años cuando termine de componer algunas de sus obras más logradas. Interrumpe la estancia en la ciudad partenopea con un nuevo paréntesis que le lleva otra vez a Toledo en los primeros meses de 1534. Esta última estancia toledana se prolongará hasta mediados de abril, momento en que abandonaría su ciudad natal para nunca más regresar de nuevo. Y ello a pesar de que en agosto de ese mismo año hubo de viajar una vez más como mensajero. Concretamente, fue enviado por Pedro de Toledo a Palencia, donde se encontraba el emperador huyendo de la peste desatada en Valladolid. Allí debía acudir el poeta para contarle por extenso al rey los pormenores relacionados con los ataques perpetrados por Barbarroja a lo largo de la costa italiana a medida que se acercaba a Túnez (Vaquero Serrano, 2013: 485-487).
Después de cumplir con sus deberes y comunicar a Carlos V lo que le encomendó don Pedro de Toledo, Garcilaso se apresta a volver a Nápoles y probablemente fue entonces cuando aprovechó para pasar por Avignon y visitar la supuesta tumba de Laura, la presunta fiammeta de Petrarca; circunstancia esta a la que aludiría en la epístola que escribe a Boscán detallando las vicisitudes del camino. De regreso a tierras italianas, lleva consigo Garcilaso órdenes precisas de Carlos V para que se conforme una armada capaz de atacar a Barbarroja en Túnez y vencerlo. El propio Garcilaso se encarga de gestionar las tareas de reclutamiento y hacia mayo de 1535 son aproximadamente veinte mil los soldados que había logrado reunir. A ellos habrían de sumarse aún los hombres aportados por los aliados de Carlos V en esta empresa: el papa, la orden de San Juan y el rey de Portugal. Quedan fuera de esta entente Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia. Este último, lejos de apoyar la alianza católica, envió un mensaje de alerta al mismo Barbarroja para que estuviese prevenido contra el ataque que se avecinaba.
Finalmente, se logra conformar un ejército compuesto por 30 000 hombres y trescientos galeones, que parte desde Cerdeña en dirección a tierras africanas bajo las órdenes de Andrea Doria. El desembarco se realiza en un punto muy cercano a las antiguas y míticas ruinas de Cartago. Garcilaso debió de participar de manera directa en alguna de las batallas, a tenor de las heridas recibidas, de las que da cuenta a su amigo Boscán en el soneto XXXIII. Después de tomar La Goleta se dirigen con decisión a Túnez, ciudad que conquistan fácilmente gracias a que los cautivos del interior se habían sublevado y facilitaron el acceso al ejército imperial. Una vez logrados los objetivos propuestos, las tropas se echan de nuevo al mar para iniciar el regreso y toman tierra en Trápani, donde fallece don Bernardino de Toledo, hermano menor del duque de Alba, como testimonia Garcilaso en su elegía primera. De vuelta a Nápoles, los vencedores son recibidos con gran alborozo. Garcilaso acompaña al emperador en este importante momento y prolongará su estancia en la ciudad partenopea durante cinco meses. Sin embargo, la alegría dura poco, puesto que Francisco I revive de nuevo sus aspiraciones sobre los territorios italianos y cerca Milán. Garcilaso acompaña entonces al emperador en su viaje a Roma, donde trata de obtener el apoyo del papa, aunque no consigue otra cosa que su promesa de neutralidad (Vaquero Serrano, 2013: 499-522).
Así las cosas, Carlos V debe desenfundar de nuevo las armas para mantener su hegemonía, de modo que entrado ya el año 1536 reúne un nuevo ejército con el que enfrentarse al rey de Francia. En su viaje hacia el norte, las tropas imperiales pasan por Florencia, donde serán muy bien recibidas y ampliamente agasajadas. Pese a la calidez del hospedaje, no invirtieron más de una semana en tierras florentinas antes de proseguir viaje por la Toscana hasta Milán. Garcilaso, sin embargo, debe separarse una vez más de Carlos V, pues el emperador lo envía a Génova con la misión de que explique pormenorizadamente a Andrea Doria los planes de su señor. Una vez cumplida su misión, se reúne de nuevo con el emperador, quien lo nombra maestre de campo y capitán de un tercio de 3000 soldados. Con este ascenso en responsabilidad y honor, Garcilaso recibe la orden de conquistar Marsella para que el imperio pudiese tener un mejor control sobre el Mediterráneo. Sin embargo, y por más que el poeta participó en el sitio de la localidad francesa, no se consigue vencer la ciudad. De estos días data el último documento en que se menciona a Garcilaso estando aún vivo: una carta que el duque de Alba dirigió a Carlos V, con el poeta toledano ejerciendo una vez más de correo. En la misiva se comunica la muerte del general Antonio Leyva12. Únicamente cuatro días más tarde, Garcilaso correría similar suerte, pues recibe la gravísima herida que acabó con su vida. El hecho ocurrió el 19 de septiembre en una pequeña localidad llamada Le Muy. En una minúscula fortaleza de la villa se había hecho fuerte un reducido grupo de franceses. Garcilaso se aprestó a participar en la toma del sitio con la mala fortuna de que recibió el impacto de una piedra que le hizo caer de la escala, provocándole una herida de enorme gravedad. El poeta es trasladado a Frejus en un primer momento y luego a Niza, donde es atendido en el palacio del duque de Saboya. Sin embargo, nada pudo hacerse por su vida: tras veinticinco días de agonía, el 13 o 14 de octubre de 1536 fallece Garcilaso de la Vega (Vaquero Serrano, 2013b: 535). Había dejado tras de sí, además de toda una vida de servicio, un corpus lírico que inaugura la poesía moderna castellana. Tenía menos de cuarenta años.
Garcilaso de la Vega es un clásico de la literatura y la cultura hispánicas. Su nombre sería inexcusable en cualquier nómina o antología que se confeccionase de la poesía española, por reducida y pequeña que esta fuera. Los autores canónicos, los Clásicos con mayúsculas, son aquellos que pueden leerse en cualquier momento histórico, porque los lectores de las distintas épocas actualizan constantemente las nociones literarias que emanan de los textos en el aquí y ahora de las circunstancias de su tiempo. La multiplicidad de potenciales sentidos literarios alimenta la vigencia y perdurabilidad de la mejor literatura, pero también aleja a la obra de sus originarios sentidos literales; es decir, de aquellos significados que tenían las palabras, las imágenes o los conceptos en el momento de ser escritos, los cuales conectaban con el universo referencial del escritor y su época. Desentrañar la literalidad del texto es la primera obligación del lector, ya que el conocimiento cabal de los significados objetivos es la base para la más rica interpretación literaria de los sentidos figurados. Pero esto ni es tarea fácil ni es la manera habitual en que se asimila la literatura a lo largo de la historia. Por lo general, cada persona lee e interpreta de acuerdo con su mundo de referentes, sus experiencias previas y sus intereses particulares; al margen, por tanto, de una historicidad que no sea la suya propia.
Con el paso del tiempo, algunas de estas interpretaciones se adhieren tan fuertemente al tejido textual que comienzan a formar parte indesligable del mismo. De modo que una nota, una sugerencia de lectura o una anécdota pueden llegar a erigirse en tópico interpretativo. En el caso de Garcilaso, la crítica especializada de sus poemas y su incardinación canónica como autor a la altura de los clásicos es un fenómeno bien temprano: comienza en la segunda mitad del siglo XVI por medio de los Comentarios (1574) del catedrático salmantino Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense) y gracias también al erudito sevillano Fernando de Herrera, quien en 1580 publica las Anotaciones a la poesía de Garcilaso de la Vega13.
Los dos eruditos tuvieron una importancia decisiva en la institucionalización de la poesía garcilasiana14. También fueron los primeros críticos sistemáticos de la obra del toledano, aportando gran cantidad de fuentes literarias que resultan indispensables aún a día de hoy como herramientas filológicas. Pero su labor interpretativa sirvió además para introducir algunas informaciones y noticias más relacionadas con el plano de lo anecdótico que con los verdaderos procesos creativos de la poesía aurisecular. Varias de estas explicaciones fueron especialmente fecundas y tuvieron gran fortuna posterior, como la mención al mito de Isabel Freyre15, que los románticos despojaron de su naturaleza legendaria para elevarlo a la categoría de historia16. A partir de entonces, y durante demasiadas décadas, la tan traída y llevada dama portuguesa fue un puntal inexcusable de muchas de las explicaciones sobre la poesía garcilasiana. Pero el tiempo, que todo lo depura, también alivió ciertos desajustes críticos relacionados con excesos interpretativos tendentes a identificar al escritor histórico Garcilaso de la Vega con el yo enunciativo de alguno de sus poemas, cuando no con ciertos personajes literarios de sus églogas. En los últimos años, una mayor atención al carácter tópico de la temática amorosa17, a las convenciones marcadas por los distintos géneros literarios18 y al mejor conocimiento de las circunstancias históricas que rodearon a Garcilaso19 han permitido matizar algunos planteamientos apriorísticos, los cuales ofrecían interpretaciones demasiado sesgadas y condicionadas por la búsqueda de un biografismo reduccionista que aportaba poco al mejor entendimiento del texto literario. En paralelo a estas averiguaciones, se avanzó también en recomponer la dispersión textual desde planteamientos ecdóticos, así como también en el análisis de las fuentes de imitación y de las influencias literarias del autor, ámbito este en el que estudios fundamentales como los de Gargano, entre otros especialistas, han supuesto aportaciones definitivas para la cabal comprensión del poeta y su obra.
Si importante fue la tarea interpretativa de los mencionados Sánchez de las Brozas y Fernando de Herrera en el siglo XVI, no menos notable fue la labor crítica emprendida por Tamayo de Vargas en el XVII20, José Nicolás de Azara en el XVIII21 o la que durante el siglo XX desarrollaron especialistas como Tomás Navarro Tomás (1911), Keniston (1922, 1925) o Arce (1930), entre otros. Pero si hubiera que destacar una voz del garcilasismo del siglo pasado esa sería sin duda la de don Rafael Lapesa. La trayectoria poética de Garcilaso (1948) trazada por el maestro Lapesa es brújula indispensable con que iniciarse en el viaje por la poesía del toledano, pues sirve como utilísimo mapa para no perderse en el piélago de sus versos. El estudio de Lapesa tiene, además, el mérito de ser el primer análisis sistemático que atendía a las interrelaciones del conjunto de la producción garcilasiana desde una perspectiva integral. Esto es: considerando no solo la importancia de los sonetos, canciones, elegías, Ode ad florem Gnidi y églogas, sino prestando también atención a las composiciones octosilábicas de Garcilaso. Esta parte de su producción poética había sido excluida de las recopilaciones impresas desde la editio princeps de 1543 y desatendida por los ilustres hispanistas que se dedicaron después al estudio de la poesía garcilasiana, quienes desterraron a un lugar apartado y sombrío todo el legado castellano de base octosilábica. Con la recuperación y puesta en valor de esta herencia literaria, Rafael Lapesa incardinó las coplas garcilasianas dentro de un horizonte de referentes poéticos que estarían vívidamente impresos en la memoria lírica del autor: todo lo relacionado con la tradición castellana, singularmente las influencias decisivas de Ausiàs March y de la lírica cancioneril del siglo XV. Así pues, subrayando la huella del legado medieval, esboza Lapesa un recorrido que comienza con la tradición de arte menor, progresa en los metros italianos y concluye con las églogas neoclásicas. Debe precisarse al respecto, como hizo Rivers, que las partes de este itinerario
no representan tres etapas herméticamente cerradas, sino un proceso dialéctico de conflictos, de transiciones y de acumulaciones: rasgos cancioneriles aparecen en algunos sonetos petrarquistas, se encuentra a menudo la combinación italiana de petrarquismo y clasicismo, y reaparecen vagos ecos de Ausiàs March incluso en la elegía II, poema que pertenece a la plenitud napolitana (1996: 470).
Esta trayectoria fue durante buena parte del siglo XX la carta de navegación indispensable para los críticos que se atrevieron a marear el piélago garcilasiano, pues ofrece un detallado y erudito muestrario de fuentes literarias y fija un horizonte crítico de base cronológica que va del petrarquismo al clasicismo, el cual resulta muy útil para los primeros escarceos en la producción del toledano. Además, explica diacrónicamente los versos incardinándolos en algunos puntos del complejo contexto de relaciones vitales e intelectuales que atraviesan el itinerario creativo de Garcilaso de la Vega.
Existen, pese a todo, algunos aspectos de esta obra fundamental que pueden ampliarse y que permiten continuar avanzando en el conocimiento de su producción. En este sentido, las consideraciones de Nadine Ly sobre la configuración discursiva del yo lírico ofrecen una mirada más abierta sobre la trayectoria del poeta, demostrando que en su escritura se produce una evolución que va difuminando progresivamente las marcas lingüísticas del yo enunciativo. Paradójicamente, a medida que desaparece la unívoca exposición de un yo lírico por el distanciamiento que provoca la inclusión de cada vez más voces, los versos se vuelven más sinceros, expresivos y verosímiles. Del mismo modo, esa evolución delinea una trayectoria evolutiva desde el petrarquismo hasta el clasicismo de sus poemas más logrados. Esta otra trayectoria poética discurre en paralelo a la planteada por Lapesa, complementándola y apoyando sus conclusiones desde el estricto análisis de las marcas de enunciación lingüística desplegadas en los versos. En precisas palabras de Ly:
Évolution dans l’imitation des langages poétiques et dans l`utilisation même du langage (pronoms, temps verbaux, lexique): la trajectoire poétique de Garcilaso n’a-t-elle pas consisté à disjoindre le plus possible le vécu de l’expression, en introduisant au niveau de l’écriture poétique tous les procédés de transposition esthétique dont il pouvait disposer, afin de proclamer l’autonomie et l’auto-suffisance absolues de la poésie? (1981: 329).
Estas dos trayectorias poéticas, complementarias entre sí, permiten explicar, atendiendo a factores tanto externos como internos, la singular heterogeneidad de la obra garcilasiana en tanto que resultado de una evolución casi orgánica de crecimiento y cambio que acontece en el proceso mismo de la escritura. Ambos planteamientos ofrecen así un marco idóneo de análisis a partir del cual continuar avanzando, sumando perspectivas adicionales, como por ejemplo la que ofrece el imprescindible estudio de los géneros literarios22. Núñez Rivera ha advertido con acierto que:
En una estética dominada por la imitación de los modelos prestigiosos y en un momento de apertura de vías desusadas en la poesía española, la perspectiva genérica ofrece la mejor garantía para un estudio estructurado de la lírica (2002b: 39).
Efectivamente, en el siglo XVI la imitatio de las auctoritates pretéritas era un principio generador de textos y la guía inexcusable para su concreción formal definitiva. En un contexto creativo como este, los elementos constitutivos del repertorio literario estaban suficientemente codificados y los escritores, en función del patrón genérico-estrófico elegido, adecuaban los elementos del contenido (res) a la dimensión elocutiva de su vehículo de expresión (verba). Así pues, y al margen de las ocho coplas, huérfanas de cualquier preceptiva por su dimensión popular, el resto de la producción poética culta en castellano de Garcilaso se podría agrupar en torno a cinco grandes categorías: las composiciones petrarquistas de temática amorosa, concretada en los sonetos y canciones; las composiciones de carácter epigramático; y los tres grandes géneros clásicos grecolatinos cultivados por el toledano: elegíaco, epistolar y eglógico (los cuales adoptan en Garcilaso una concreción no exenta de ribetes provenientes de la sátira y la épica). Tal caracterización marca una trayectoria desde el petrarquismo al neoclasicismo amparada en el valor de las elecciones genérico-estróficas adoptadas por el poeta23.
Sobre la base cronológica de Lapesa, e incorporando también las perspectivas del análisis lingüístico y genérico, Ruiz Pérez ha apuntado como elemento de análisis complementario la existencia de dos momentos articuladores de la poesía de Garcilaso: el «momento petrarquista» y el «momento clasicista». De acuerdo con el estudioso,
El «momento petrarquista» gira en torno a una «contemplación del estado» (de «mi» estado) que manifiesta la clausura que en cierta forma mantiene la abstracción del legado cancioneril, por más que se resuelva en introspección; el vacío en que esta se mueve, sea el análisis individual, sea el despliegue escolástico de la casuística, se refleja en la ausencia de paisaje, en el escenario desnudo, en una alegórica desolación, en que se sitúa el personaje, siempre anclado en el soporte gramatical e ideológico del «yo», tanto social como íntimo, tanto perteneciente a un estado como con apuntes de individualidad; en ambos casos, esta conciencia es fuente de conflicto, de exilio interior y de angustia (Ruiz Pérez, 2017: 43).
Entre uno y otro momento existiría un punto de fractura simbólica en el destierro de Carlos V, que no solamente impulsó la escritura de la canción III, sino que supuso una ruptura en el ámbito de las relaciones sociales de Garcilaso y una crisis individual del poeta con implicaciones en su escritura. Es entonces, de acuerdo con Ruiz Pérez, cuando en Garcilaso
se impone la estructura dual, la escisión entre dos discursos, y los lamentos de Salicio y Nemoroso dan cuenta, respectivamente, de dos situaciones, la del conflicto derivado del abandono (en términos de traición) por parte de quien era depositario de la lealtad del sujeto y, en segundo término, de la muerte, que representa la pérdida definitiva, por lo que al poeta, como apunta por la voz de su personaje, solo le queda buscar «otros montes y otros ríos»; como antes Salicio, su compañero abandona el lugar que fuera escenario de su felicidad y trata de encontrar donde vivir «sin miedo y sobresalto», con una serenidad que solo se le presentará en el arte (Ruiz Pérez, 2017: 44).
Esta quiebra marca el antes y el después entre los dos momentos apuntados y supone el inicio del segundo de ellos:
el «momento clasicista», inequívoca e indisolublemente ligado a Nápoles, viene marcado por el giro en la dirección de la mirada, ahora atenta al paisaje, al escenario en el que el rostro deviene máscara del actor y los gestos se tornan signos, representación; la introspección es una vía, y no la más cierta, para acceder a una imagen; la mirada desde fuera, unida a la objetivación de la materia, ofrece la otra perspectiva, y el conjunto, trenzado en la dramatización y dualidades de las églogas, en la ironía de la Ode y en la tensión con lo histórico y real en la confesión íntima de la comunicación epistolar con Boscán, sostiene la visión conflictiva, al tiempo que abre las vías para su sublimación y trascendencia, para su metamorfosis en arte (Ruiz Pérez, 2017: 43).
Esta trayectoria, soportada sobre la dualidad de uno y otro momentum, unida a la trayectoria diacrónica, a la enunciativa y a la genérica, arroja más luz si cabe sobre los lugares oscuros de la poesía garcilasiana, pero no la ilumina en todos sus ángulos. Para ello es necesario considerar, como están haciendo últimamente Eugenia Fosalba y el proyecto ProNapoli que lidera, las complejísimas redes de relaciones intelectuales, literarias, artísticas y políticas en torno a las cuales, y dado su cosmopolitismo, se movió Garcilaso de la Vega, tanto en Nápoles como en España y Alemania.
Se ha hecho mención en las páginas anteriores a la existencia de determinados tópicos interpretativos relacionados con la vida y la obra del escritor histórico Garcilaso de la Vega. En este sentido, la primera y más conocida trayectoria poética, la del maestro Lapesa, concedió una radical importancia a la fecha de 1532, por considerarse un punto de inflexión en el itinerario vital y literario del poeta, ya que en esa fecha fue condonada la prisión en el Danubio por un exilio que finalmente se concretó en Nápoles.
La importancia crítica que se ha concedido al año de 1532 viene de la mano de otro tópico interpretativo de gran fortuna en el garcilasismo: la consideración de Juan Boscán, amigo del toledano, como el primer imitador del italianismo y más temprano escritor en reducir la lengua española al cauce del endecasílabo, tal y como él mismo había expuesto en un texto preñado de retórica paratextual: la Epístola a la duquesa de Soma. De acuerdo con esto, se ha asumido que Garcilaso conoció la literatura italiana a zaga de Boscán, por lo que se ha tendido a considerar que sus primeros contactos con las formas procedentes de Italia no debieron de producirse de manera intensa hasta su radicación en la corte napolitana, tras el exilio de 1532. Sin embargo, como explica Fosalba, Garcilaso de la Vega coincidió en Toledo con Andrea Navagero y el nuncio papal Baltasar de Castiglione durante la década de los años veinte, y es más que probable que estos tres individuos continuasen manteniendo algún tipo de relación durante los años posteriores24.
Durante ese largo tiempo de relación no es improbable que Garcilaso entrase en contacto con el tratado de cortesanía de Castiglione que a la sazón tradujo Boscán; y es razonable asumir, asimismo, que por medio de Andrea Navagero tuviera conocimiento el poeta toledano del De Poetica de Fracastoro, obra en la que se reivindicaba sin ambages la excelencia del género eglógico y se consideraba a las bucólicas virgilianas como modelo prioritario de imitación. La fluida relación del toledano con estos autores pudo facilitar que estuviese a disposición de Garcilaso el corpus poético vernacular y neolatino de Castiglione; así como también los versos latinos de Naugerius y los neolatinos de Fracastoro. Y todo ello antes de 1526, el considerado como annus mirabilis de la literatura española porque, según tópico crítico antiguo, sería entonces cuando Boscán coincidiera con el Navagero en Granada y se iniciara allí una nueva senda para la poesía española, por la aclimatación de los modelos italianos y petrarquistas.
Sabido es que Garcilaso no estuvo en Granada en aquel evento, pero no es menos cierto que sin salir de Toledo pudo tener el poeta al alcance de su mano ejemplos vívidos de por dónde caminaba la vanguardia poética de su tiempo y cuáles eran algunas de las vías de renovación transitadas por los autores italianos. En ese sentido, la revelación de que el género clásico de la égloga era campo de experimentación prioritario en el que avanzar hacia más altas cotas de elevación poética pudo ser una certeza asumida por Garcilaso en fechas tan tempranas como el año 1525, establecido aún en Toledo y muy lejos de los avatares italianos que lo esperarían años después.
El contacto tan temprano con influencias literarias decisivas y muy perceptibles en los textos garcilasianos han llevado a Eugenia Fosalba a plantear «como hipótesis de trabajo la posibilidad de que algunas obras se escribieran en varios tramos de su vida y que en Nápoles obtuvieran el empujón definitivo»25. Este planteamiento marcaría de manera clara otra trayectoria poética, dilatada en el tiempo, intermitente tanto en el espacio como en su realización textual e influenciada por redes de sociabilidad literaria muy amplias y de enorme complejidad.
Pues bien, esta quinta trayectoria poética, complementaria a las anteriores, se atisba como muy plausible cuando se atiende al hecho de que algunos de los sonetos garcilasianos están fuertemente emparentados con sus obras mayores, como si de un ensayo o anticipo de ciertos pasajes se tratara. Así, por ejemplo, los sonetos IV, VI y VIII comparten elementos con la canción IV; en tanto que los sonetos XI y XIII están muy vinculados con la égloga III; igual que el soneto XIV podría ser antesala de la elegía II. Estas analogías, esbozadas a vuelapluma, podrían, si no confirmar, al menos sí apoyar la hipótesis de una trayectoria poética no compartimentada y con claras cesuras. Antes bien, parecería que la poética garcilasiana va evolucionando progresivamente y conviviendo con distintas opciones genérico-estilísticas dentro del repertorio de posibilidades con que contaba el poeta. Conforme a ello, en sus sonetos fue experimentando con distintas posibilidades, algunas de las cuales cuajaron posteriormente en las grandes obras; acaso favorecidas por el impulso decisivo del entorno napolitano.
Nápoles era sin duda un ambiente repleto de estímulos para cualquier poeta, y algunos de estos condicionantes pudieron facilitar que se culminaran allí sus obras mayores, particularmente las églogas. Entre estos factores tiene una importancia singular el ámbito de la academia de la que formó parte Garcilaso desde muy pronto. Pero también habría que considerar dos aspectos que no deberían pasar inadvertidos. En primer lugar, en Nápoles Garcilaso cambió significativamente sus modos habituales de vida, pues sin desvincularse de la milicia, que sería tan determinante en su fatal desenlace, sí es cierto que tendría la posibilidad de emplearse en otro tipo de actividades menos relacionadas con los enfrentamientos militares y más vinculadas al campo de batalla literario. Así pues, los espacios de sociabilidad letrada que procuraba la corte napolitana debieron de incentivar el cultivo de la poesía de un modo más intenso y regular que en sus anteriores ocupaciones. En segundo lugar, y aunque resulte muy obvio considerarlo, debe recordarse que una forma breve como el soneto se puede esbozar mentalmente, reescribirse en la imaginación y dársele cuantas vueltas fuera necesario en la memoria hasta que los versos estuviesen listos para fijarse sobre una cuartilla de papel. Esta última tarea de redacción podía realizarse en el remanso de un camino, sobre la cubierta de un barco o en la tienda de campaña después de finalizar la jornada diaria26. Sin embargo, un poema de varios cientos de versos requeriría, necesariamente, de un mayor reposo. Por tanto, no habría que descartar que en la concreción definitiva de sus églogas en el entorno napolitano influyese también la adopción de modos de vida más relajados que los de la milicia habitual.
Pero sea como fuere, Nápoles tuvo que procurar a Garcilaso elementos diferentes a los estrictamente textuales y de fuentes literarias, singularmente cuando se trata de los clásicos y de los grandes nombres de las letras contemporáneas, pues ya había leído a unos y otros antes de llegar a tierras italianas. Se ha mencionado anteriormente su conocimiento directo de Navagero y Castiglione. A ellos habría que sumar una influencia eglógica decisiva: la tan traída y llevada huella de La Arcadia de Sannazaro en los versos bucólicos del poeta toledano. Sin duda Garcilaso leyó a Sannazaro, pero no necesitaba viajar a Nápoles para hacerlo, pues la obra del poeta italiano se había convertido en un auténtico éxito editorial desde la editio princeps de 1504 y fueron muchas las reimpresiones que se sucedieron del libro. No habría sido extraño, por tanto, que Garcilaso hubiera tenido acceso a alguno de los muchos ejemplares que circulaban por Europa desde principios del XVI.
Un ejemplo claro del positivo influjo que tuvo Nápoles sobre la escritura garcilasiana se puede atisbar en la égloga II. Esta larga composición es, sin lugar a dudas, la más temprana de las tres églogas y se escribió en el contexto de las amistosas relaciones de Garcilaso con el duque de Alba, como parece delatar el personaje Albanio y, sobre todo, el extenso pasaje de los versos 1038-1885. En ese largo fragmento se ensalza a la casa de Alba y a algunos de sus miembros más ilustres, singularmente a don Fernando Álvarez de Toledo. En sus rasgos mayores, el poema se define y distingue fundamentalmente por la heterogeneidad métrica y argumental. Esta naturaleza proteiforme podría explicarse por un dilatado proceso compositivo, pues aunque muy probablemente se terminase de escribir en Nápoles entre 1533 y 1534, todo apunta a que la redacción de la égloga se inició años antes de llegar a la ciudad italiana, «al calor de la amistad con el duque de Alba, en un poema que se pretendía épico y que solo la necesidad de adecuarlo a la égloga exigiría su reescritura en rimalmezzo, de marca claramente pastoril»27.
La poesía de Garcilaso, igual que la de tantos otros autores, no fue escrita en la inmediatez de los acontecimientos evocados. Parece obvio que la Epístola a Boscán, en la que se explican pormenores del viaje a Alemania, no se redactó sobre el caballo que trasladó al escritor histórico hasta Ratisbona; y tampoco las reflexiones que dirige a su amigo sobre la tumba de Laura tendrían como escritorio la lápida erigida en Avignon en honor de esta mujer mítica. No se cuestiona que los hechos extraliterarios fueran el estímulo de la escritura, ni tampoco que pudieran suponer en la mente del poeta un intenso fogonazo creativo capaz de activar imágenes, tópicos y hasta de iniciar el hilvanado de los versos. Sin embargo, la redacción última hubo de ser el resultado final de un proceso más reposado y distanciado cronológicamente de los acontecimientos que se evocan.
No cabe duda de que las referencias a realidades como las de Ratisbona, la tumba de Laura, el fallecimiento del hermano del duque de Alba o la toma de La Goleta, pongamos por caso, son muy útiles para conjeturar hipótesis de datación de los textos, pero no es tan claro que permitan delimitar fracturas absolutas en la evolución de la escritura garcilasiana dentro de una trayectoria poética claramente definida.
A ello se suma que habitualmente se ha marcado como punto de inflexión en la escritura poética del toledano el año de 1532, por considerarse que es entonces cuando llega a Italia y entra en contacto con un mundo de referentes literarios y culturales que traspasará a sus versos, de modo que su escritura parece tornarse completamente permeable a la mirada italianista. Sin embargo, es necesario matizar estas asunciones porque, tal y como recuerda Fosalba, no hay información clara sobre lo que hizo Garcilaso entre 1530 y 1532, aunque todo apunta a que pudiera haber pasado la mayor parte de ese tiempo en Italia.
