¿Por qué ganó Milei? - Javier Balsa - E-Book

¿Por qué ganó Milei? E-Book

Javier Balsa

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En un viraje político que tomó por sorpresa a gran parte de la sociedad argentina, Javier Milei ascendió al poder desafiando las predicciones y las comprensiones convencionales de la política del país. ¿Por qué ganó Milei? se sumerge en las profundidades de este fenómeno y analiza no solo el cómo, sino el porqué detrás de este resultado electoral. Javier Balsa nos lleva más allá de la figura excéntrica del presidente, para revelar cómo las realidades económica, social y cultural han configurado la política argentina reciente. Explora, asimismo, de manera detallada las corrientes subterráneas que dieron forma a estas transformaciones, desde el desencanto social hasta las dinámicas del poder y la ideología. El autor intenta explicar los resultados de una elección sin precedentes en el país, al mismo tiempo que abre un interrogante sobre el futuro de la democracia y el papel de la ciudadanía en la construcción de la nación. Con una mirada crítica y detallada, Balsa da cuenta del cambio de paradigma ideológico en Argentina, e invita a los lectores a reflexionar sobre las implicaciones de estas transformaciones en la sociedad.

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JAVIER BALSA

¿Por qué ganó Milei?

Disputas por la hegemonía y la ideología en Argentina

 

En un viraje político que tomó por sorpresa a gran parte de la sociedad argentina, Javier Milei ascendió al poder desafiando las predicciones y las comprensiones convencionales de la política del país. ¿Por qué ganó Milei? se sumerge en las profundidades de este fenómeno y analiza no solo el cómo, sino el porqué detrás de este resultado electoral.

A través del examen minucioso de encuestas realizadas entre 2021 y 2023 y diversos estudios de campo, Javier Balsa nos lleva más allá de la figura excéntrica del presidente, para revelar cómo las realidades económica, social y cultural han configurado la política argentina reciente. Explora, asimismo, de manera detallada las corrientes subterráneas que dieron forma a estas transformaciones, desde el desencanto social hasta las dinámicas del poder y la ideología.

El autor intenta explicar los resultados de una elección sin precedentes en el país, al mismo tiempo que abre un interrogante sobre el futuro de la democracia y el papel de la ciudadanía en la construcción de la nación. Con una mirada crítica y detallada, Balsa da cuenta del cambio de paradigma ideológico en Argentina, e invita a los lectores a reflexionar sobre las implicaciones de estas transformaciones en la sociedad.

JAVIER BALSA (La Plata, 1965)

Es magíster en ciencias sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y doctor en historia por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Se desempeña como investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y como profesor titular en el área de sociología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Actualmente es director del Instituto de Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea (IESAC-UNQ).

En las últimas décadas, ha centrado sus indagaciones en la teoría de la hegemonía y su aplicación a la dinámica sociopolítica contemporánea, y publicó esos estudios en diversas compilaciones y revistas nacionales e internacionales.

Entre sus libros, se cuentan La crisis de 1930 en el agro pampeano (1994), El desvanecimiento del mundo chacarero. Transformaciones sociales en la agricultura bonaerense 1937-1988, (2006), y Discurso, política y acumulación en el kirchnerismo (comp., 2013).

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroSobre el autorDedicatoriaAgradecimientosIntroducciónI. La acumulación de fracasos y frustraciones en la Argentina recienteII. Una extraña crisis de hegemonía recorre el mundoIII. La reacción ante el progresismoIV. El retorno recargado de las ideas neoliberales y la resistencia de la perspectiva nacional-popularV. Las distintas perspectivas sobre la sociedadVI. Las identidades políticas, la apoliticidad y las visiones de la historiaVII. Las disputas en las elecciones primarias, la resolución de candidaturas y el perfil de los votantesVIII. La fuerte transformación del escenario electoral entre las primarias y las elecciones generalesIX. La batalla final del balotajeConclusionesApéndice I. EncuestasApéndice II. Escalas de conservadurismo y de neoliberalismoApéndice III. Gráfico de caja, coeficiente de correlación y gráfico de dispersiónCréditos

A Lucía y Salvador, quienes trabajan y luchan por un mundo mejor del que les dejamos.

Agradecimientos

Este libro fue escrito en un par de meses, en la urgencia de tratar de comprender cómo es que Javier Milei pudo ganar la presidencia de Argentina. Sin embargo, se basa en un trabajo colectivo previo, en particular en una quincena de encuestas que fueron generadas en el marco de tres proyectos grupales de investigación distintos, de modo que, en primer lugar, quisiera agradecer a todas y todos sus integrantes por haber colaborado en estas aventuras académicas.1 Más específicamente, quisiera destacar que la labor de diseño, redacción y testeo de los cuestionarios de las encuestas la hemos efectuado en forma conjunta, especialmente con Celeste Ratto, Valeria Brusco, Marcelo Gómez, Jésica Pla y Juan Ignacio Spólita. Pero, en particular, deseo darle las gracias a Juan porque ha sido quien, con enorme responsabilidad, estuvo a cargo de la concreción de las encuestas en línea desde la UNQ. Además, se tomó el trabajo de hacer una detallada lectura del borrador de este libro, señalando errores y formulando sugerencias claves. También Daniel Feierstein y Ezequiel Ipar me brindaron sus agudas lecturas críticas del texto, que, además, fue discutido con las y los integrantes del programa de investigación sobre hegemonía de la UNQ (en particular, Hernán Fair, Natalia López Castro, Dolores Liaudat, Pehuén Romaní y Guillermo de Martinelli me formularon importantes comentarios). Mis limitaciones, pero también cierta testarudez, me impidieron incorporar todas sus recomendaciones. Finalmente, pero no menos importante, parte de los materiales fueron debatidos con mi compañera, Andrea Pérez, quien también fue un sostén emocional fundamental cuando traté de aislarme del mundo para escribir, a toda velocidad, una explicación de lo inexplicable.

 

Villa Elisa, enero de 2024.

1 Un proyecto del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC) COVID-19, “Identidades, experiencias y discursos sociales en conflicto en torno a la pandemia y la pospandemia”, un Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT), “Subjetividades políticas en tensión durante la pandemia y la pospandemia en Argentina”, ambos financiados por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, y un programa de investigación de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), “Hegemonía: cuestiones teóricas, estrategias metodológicas y estudios empíricos”. Por otro lado, en términos personales, la investigación se enmarcó en mi plan de trabajo como investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y en mi labor como docente e investigador en la UNQ.

Introducción

¿CÓMO PUEDE SER que haya ganado Javier Milei? La respuesta, que atravesó durante las primeras semanas a muchos colegas, militantes, amigos y amigas, fue la negación: “No lo puedo creer, me despierto y pienso que fue solo una pesadilla”. Para mi sorpresa, varios empezamos a compartir que teníamos esa misma sensación. Incluso, al ver televisado el acto de asunción del nuevo presidente, sentimos que era una película. Pero pasaron los días y, lentamente, por cierto, lo fuimos asumiendo.

Era real, había que explicarlo. Quizás ya antes, a pocos días del shock del resultado del balotaje, cada uno y cada una fue armándose de alguna explicación, más personal que colectiva. Estas se basaban en frases que se habían escuchado en boca de personas que iban a votar a Milei o en algunas investigaciones sociales que venían alertando sobre el avance “libertario”. Tres ejes centrales de razonamiento fueron emergiendo. Una primera explicación hacía hincapié en las situaciones de desamparo y de angustia que habían sentido, especialmente pero no solo, los sectores juveniles que más habían sufrido la experiencia del “encierro” durante el aislamiento obligatorio que estableció el gobierno en 2020 y parte de 2021. Se explicó, entonces, el triunfo de Milei sobre la base de un voto “castigo” a la fuerza política que había conducido la gestión de la pandemia. Un segundo eje también se vinculó con la idea del “castigo” al oficialismo, pero ahora enfatizando lo insoportable que resultaba la alta inflación (si durante el primer semestre de 2023 fue, en promedio, del 7% mensual, entre agosto y noviembre fue de casi el 12% mensual). Algunos analistas colocaron aquí la imposibilidad de reelección del gobierno. A lo que se podía sumar como argumento la promesa incumplida del Frente de Todos de reparar la caída de los ingresos de los sectores populares ocurrida durante la presidencia de Mauricio Macri. Esta situación se había agravado aún más en el caso de los sectores informales. Esto conecta con la tercera línea explicativa del triunfo de Milei: la sensación de “que cualquier cambio será mejor que continuar en esta situación, ya que peor no podemos estar”.

Estos tres factores resultan innegables para una explicación del triunfo de Milei o, sobre todo, de la derrota del peronismo y sus aliados en Unión por la Patria (UP). Sin embargo, consideramos que no alcanzan para dar cuenta del fenómeno. Hay que lograr comprender cómo Milei pudo instalarse como la opción para derrotar al oficialismo. Es decir, por qué las mayorías no optaron por candidatos un poco más moderados en sus ideas y actitudes. Y, principalmente, cómo pudieron votar por alguien con una propuesta tan extrema, que enarbolaba un discurso muy agresivo, prometía un feroz ajuste económico y acabar con la justicia social de forma explícita. Considerando además que el peronismo presentó un candidato moderado, Sergio Massa, de reconocida capacidad de diálogo con casi toda la oposición política y el empresariado, y que proponía un gobierno de “unidad nacional”. La confrontación con Milei en un balotaje parecía la mejor chance para que el peronismo consiguiera sumar un importante porcentaje de electores no peronistas, horrorizados por el posible triunfo de un candidato tan neoliberal y autoritario.

En este libro exploramos una serie de elementos ideológicos que muestran que las transformaciones en la sociedad argentina han sido más profundas que un mero descontento surgido por las políticas gubernamentales frente a la pandemia o por una situación de alta inflación. Nos adentramos en las disputas sobre la hegemonía, sobre cómo se modifican las maneras de pensar acerca de qué es lo deseable y lo posible, y cómo estas cuestiones se articulan en torno a los proyectos políticos en lucha, con los distintos modelos de sociedad que proponen. El primer capítulo recorre los fracasos y las frustraciones de la historia reciente argentina. Estos brindan el marco en el que se instaló con fuerza, en poco tiempo, la candidatura de Milei. Un indicador claro de esta velocidad es que Pablo Stefanoni, en su revelador libro sobre las nuevas derechas publicado a comienzos de 2021, todavía afirmaba que “en nuestro país la extrema derecha es débil”.1 A continuación, en el capítulo II, abordamos el contexto internacional en el que acontece una extraña crisis de hegemonía en la que ningún proyecto social tiene la potencia para presentarse como capaz de dirigir e integrar la sociedad. Además, presentamos, sintéticamente, la forma en que entendemos de manera conceptual la relación entre grupos sociales o clases, hegemonía, proyectos y partidos políticos.

Los siguientes dos capítulos están dedicados a los avances progresistas y la reacción (neo)conservadora (capítulo III), como también a la tensión entre un neoliberalismo recargado y la resistencia desde una perspectiva nacional-popular (capítulo IV). Pero, más que relatar los choques en el plano de las fuerzas políticas y los representantes de las distintas posiciones ideológicas, nos centramos en analizar lo que expresaban las personas indagadas entre 2021 y 2023. ¿En qué medida las distintas interpelaciones habían sido eficaces al construir subjetividades acordes a ellas?2 El capítulo V explora si había o no relación entre adherir a ideas neoliberales o a los planteos nacional-populares, por un lado, y sostener actitudes más progresistas o más conservadoras, por el otro. También examinamos cómo pensaban las argentinas y los argentinos la dinámica social, en particular, la relación entre mayorías y minorías. Finalizamos este análisis al adentrarnos, en el capítulo VI, en cómo eran las adhesiones a las distintas fuerzas políticas y en qué medida se habían solidificado actitudes apolíticas o de un rechazo aún más intenso a los partidos; además, exploramos las evaluaciones predominantes sobre algunas etapas claves de la historia argentina y su relación con las posiciones políticas de los sujetos.

En la primera parte del capítulo VII, regresamos a la dinámica política nacional y a la coyuntura de 2023, cuando se construía el escenario electoral frente a las elecciones primarias (que en Argentina son obligatorias y simultáneas) de agosto de ese año. La segunda parte procura entender, poniendo en juego lo analizado, el resultado de esta primera contienda electoral, y profundiza la evaluación de quiénes eran los votantes de Milei, qué había ocurrido con la base electoral del oficialismo (que había quedado en tercer lugar) y cómo entender el triunfo de Patricia Bullrich sobre Horacio Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio.

En el capítulo VIII abordamos la dinámica política que medió entre las elecciones primarias y las generales, desarrolladas en el mes de octubre, y cómo fue posible que en esos tres meses se alteraran tanto las voluntades populares de modo que casi se impusiera en primera vuelta el candidato oficialista Massa. El último capítulo se centra en explicar el triunfo de Milei en el balotaje y mide el impacto de la jugada política de Mauricio Macri para lograr, al desarmar su propia coalición (Juntos por el Cambio), que prácticamente todos sus votantes en las elecciones generales se volcaran en favor del “libertario” en la segunda vuelta. Nuevamente, además de considerar los movimientos de los distintos referentes políticos, se analizan las ideas, los deseos y las conductas electorales de los distintos componentes de la ciudadanía argentina. Por último, en las conclusiones, brindamos una mirada de conjunto de todo el proceso y regresamos a la pregunta inicial acerca de cómo fue posible que nuestra sociedad escogiera a Milei como presidente.

LAS ENCUESTAS COMO BASE DE INFORMACIÓN

Para adentrarnos en estas cuestiones ideológicas y políticas contamos, esencialmente, con una serie de quince encuestas que hemos efectuado desde comienzos de 2021 hasta fines de 2023. No han sido simples sondeos de opinión sobre las intenciones de voto o la imagen de los candidatos, como los que habitualmente se difunden en los medios de comunicación. En cambio, hemos recuperado una tradición iniciada por Erich Fromm y Theodor Adorno (figuras claves de la Escuela de Frankfurt) en sus investigaciones de las décadas de 1930 y 1940. Cada encuesta contiene extensos, pero ágiles, cuestionarios con alrededor de cuarenta a noventa preguntas que nos permitieron conocer múltiples facetas acerca de cómo pensaban las y los argentinos sobre distintos temas. En el apéndice I presentamos cada una de las quince encuestas realizadas, con sus características técnicas, que en el texto serán identificadas por el mes y el año de su ejecución. Las que más emplearemos a lo largo del libro son las de agosto de 2021 (5.990 casos), abril de 2022 (7.130 casos), julio de 2023 (4.213 casos) y octubre de 2023 (5.320 casos). Aquí simplemente agregamos que todas ellas fueron implementadas desde la plataforma SocPol (parte de nuestro Instituto de Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea, de la UNQ) y que en su mayoría se convocó a la participación a través de Instagram y Facebook, con el incentivo del sorteo de una notebook. Esto permitió captar la atención de personas habitualmente poco interesadas en responder encuestas.3 Las preguntas fueron contestadas desde teléfonos celulares o computadoras gracias a un programa especialmente diseñado por integrantes de nuestro equipo de investigación.4 La visualización de las opciones de respuesta y la posibilidad de considerarlas antes de elegir cuál seleccionar y confirmar le otorgan a este procedimiento mayor validez que la que observamos en encuestas telefónicas en las que quien responde debe tratar de entender, memorizar y escoger entre opciones numéricas, a veces complejas. Las muestras lograron una elevada representatividad por zonas geográficas, género y edad (al enviar la publicidad a 324 segmentos distintos que consideraban todos los departamentos del país), y las estimaciones de las conductas electorales fueron asombrosamente próximas a los resultados pasados y a los de la elección que tuvo lugar unos días más tarde. De modo que podemos afirmar que las muestras no tuvieron sesgos políticos.5

Una advertencia inicial es necesaria: las encuestas no son la realidad, ni siquiera son una fotografía de la realidad. Son el resultado de una práctica conjunta entre investigadores e investigadoras (quienes diseñan, ponen a punto el cuestionario y una técnica para estimular a la gente a responderlo) y la voluntad y la acción de las personas que contestan las preguntas. No es siquiera lo que la gente piensa, sino lo que la gente contesta, que puede ser algo sutilmente distinto.6 De todos modos, la gente no altera tanto sus respuestas en relación con lo que piensa y, en general, gracias al anonimato que la técnica asegura, tiende a ser sincera en sus contestaciones.

Una segunda cuestión que coloca una distancia entre lo que se piensa y lo que se responde es que, usualmente, presentamos una lista de opciones estandarizadas de respuesta. La persona debe elegir la que se acerque más a su opinión personal, aunque muchas veces sienta que se violenta su perspectiva propia y singular sobre el tema. Por último, las encuestas no permiten captar cómo razona la gente, qué cuestión se relaciona con otra, de modo de elaborar una explicación de una conducta o de una situación. Los vínculos los tiene que establecer quien investiga, analizando luego conexiones entre las respuestas a diferentes preguntas, como se ve extensamente a lo largo de este libro. Existen otros métodos en las ciencias sociales, denominados “cualitativos”, que tratan de conocer cómo la gente se expresa, discute o razona, pero tienen la desventaja de que, al ser aplicados a un número pequeño de casos, siempre nos asalta la duda de cuán representativas serán esas pocas personas que entrevistamos en profundidad o que convocamos a debatir, para poder generalizar acerca del conjunto de la ciudadanía de un país.7

De modo que, a pesar de todas las limitaciones señaladas (y otras más que no presentamos por una cuestión de espacio), las encuestas sociales siguen siendo el mejor instrumento para aproximarnos a la distribución de lo que piensan los distintos sectores de una sociedad, sobre todo si son cuidadosamente diseñadas e implementadas. Quedará a juicio del o de la lectora apreciar en qué medida hemos podido aportar al conocimiento de cómo Milei obtuvo la presidencia de Argentina, con esta estrategia metodológica basada, fundamentalmente, en encuestas.

Una aclaración: para agilizar la escritura y simplificar la lectura a lo largo del texto, no transcribimos todas las opciones de respuestas de cada pregunta, como tampoco detallamos, en todos los casos, que un determinado porcentaje de los encuestados “escogió” una respuesta particular y que otra proporción “se inclinó” por otra opción específica. En muchas ocasiones solo consignamos que cierto porcentaje “pensaba” u “opinaba” tal cosa. Siempre deberá entenderse que lo expuesto es la mera elección de una de las respuestas posibles que eran presentadas a la persona que estaba contestando la encuesta y que no fue su opinión directa. Solo en muy pocos casos, que han sido especialmente comentados, dimos la posibilidad de escribir la respuesta en forma abierta, y nos tomamos el trabajo de codificarlas luego.

ALGUNAS IMPRECISAS PRECISIONES TERMINOLÓGICAS

Hasta aquí hemos colocado la palabra “libertario” entrecomillada, pues es un término que, originalmente, remitía a la tradición anarquista y de izquierda. Sin embargo, en la actualidad, la palabra ha sido apropiada por la nueva derecha y es usada en forma habitual en Argentina para referirse a Milei, sus seguidores y a todo un amplio abanico de militantes que abrazan las ideas “anarcocapitalistas”. Incluso, para referirse a otros, provenientes de tradiciones de una derecha liberal-conservadora más tradicional, pero que actualmente usufructúan la popularidad de Milei y su propuesta “libertaria”. Más adelante, volvemos sobre el “fusionismo” que a nivel mundial y en Argentina, en particular, han logrado estas derechas. Aclaramos que, a partir de ahora, emplearemos el término “libertario” sin el entrecomillado, pero con este significado especial.

A lo largo del libro, hacemos un amplio y laxo uso de la idea de proyectos y fuerzas políticas “neoliberales” y “nacional-populares”. No ha sido nuestro objetivo precisar sus componentes ni discriminar entre sus diversas variaciones internas, porque, justamente, ambos proyectos y las fuerzas políticas que los apoyan evitan de modo sistemático realizar estas precisiones que podrían hacerles perder capacidad interpelativa en la ciudadanía (de hecho, Milei rechazó de manera explícita el término “neoliberalismo”). Sin embargo, superado un primer momento del gobierno de Mauricio Macri, cuando buena parte de la dirigencia de Juntos por el Cambio se resistía a ser catalogada de “neoliberal”, progresivamente la arena política argentina se dividió en dos proyectos con pocos puntos de contacto entre sí. Como vemos en nuestros análisis, la mayor parte de la ciudadanía acompañaba esta división ideológica de la mano de una creciente polarización política.

Entonces, en estos términos amplios, cuando hablamos de “neoliberalismo” hacemos referencia a un proyecto que busca reorganizar el vínculo entre la sociedad, las empresas y el Estado, en el que este último deja de tener un papel moderador de los efectos del capitalismo sobre la desigualdad social. Su núcleo ideológico, como lo resume Colin Crouch, es que el libre mercado, donde los individuos maximizan sus intereses materiales, provee los mejores medios para satisfacer las aspiraciones humanas; de modo que los mercados son preferibles a los Estados y a la política, los cuales son, en el mejor de los casos, ineficientes y, en el peor, amenazan la libertad.8 Pero, más allá de su doctrina, es también, como lo señala David Harvey, un proyecto político que busca restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las elites económicas, puestas en crisis por el avance de las luchas populares en la década de 1960 y comienzos de la de 1970.9 Y lo ha logrado desplegando una verdadera ofensiva del capital contra el trabajo en un creciente proceso de “autoritarismo de mercado”, una transformación que progresivamente ha subsumido la sociedad a un mecanismo económico independizado y prácticamente incontrolable.10 Detrás de este término se encuentran dos matrices teóricas distintas, con dos perspectivas opuestas sobre la necesidad o no de frenar la existencia de situaciones monopólicas; aunque, en la práctica, quienes dicen que procuran mantener la libre competencia avanzan poco en concretar políticas antimonopólicas. También advertimos que la progresiva implantación de este proyecto, desde la década 1970, y la continuidad de muchos de sus elementos —aun durante gobiernos “populares”— han establecido cierta naturalización de la “neoliberalización” de la vida, que provee algunos elementos de sentido común a este modelo de sociedad, frente a un progresivo deterioro de la existencia de un modelo societal basado en la idea de un Estado de bienestar que, además, dirija la economía.

En cambio, cuando nos referimos a las ideas “nacional-populares” apuntamos a un proyecto, dentro del capitalismo, en el cual el Estado procura regular la capacidad de las empresas para controlar los mercados y para incrementar ilimitadamente sus beneficios e, incluso, trata de orientar las ganancias empresariales en función del desarrollo económico nacional con crecientes niveles de inclusión social, a veces, en un ideal de cierta igualdad (sintetizado en la fórmula de una distribución 50% y 50% entre los ingresos de empresarios y trabajadores). Aquí también, como en el caso del neoliberalismo, existen diversas conceptualizaciones de lo que debería ser un gobierno “verdaderamente nacional-popular”. Van desde posiciones de centro-derecha que propugnan por una mínima intervención estatal, un fuerte vínculo con los sectores empresariales y solo el cuidado por la inclusión social, hasta posiciones de izquierda que piensan en un dirigismo fuerte, “jacobino” (véase el capítulo II), para establecer la igualdad social o, aún más, algún tipo de transición hacia el socialismo. Para sorpresa de muchos analistas extranjeros, en Argentina todo este abanico de posiciones al interior de lo “nacional-popular” no solo se encuentra entre los diversos partidos que habitualmente conforman los frentes políticos que convoca el peronismo, sino que se dan, también, dentro de esta fuerza política.11

En relación con las corrientes internas del peronismo y los integrantes de los frentes que este partido fue construyendo, corresponde aclarar —hasta donde sea posible— el vínculo entre peronismo y kirchnerismo. El kirchnerismo nació en la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), pues antes de tener ese nombre no podemos decir que este espacio existiera: su autorreconocimiento fue esencial. Podría decirse que existía un progresismo de cariz nacional-popular y, también, un sector de izquierda (o centro-izquierda) dentro del peronismo. Pero solo cobró alguna consistencia y una relativa unidad de ambos a partir de su agregación como kirchnerismo. De allí su entidad catacrética, dándole un nombre a algo que antes no lo tenía, ni existía. Al mismo tiempo, este nombre procura presentarse como equivalente a un todo (el peronismo), pero no es tampoco una equivalencia plena. Pues, por un lado, trata de ser aún más amplio que el propio peronismo y busca incluir en esa identidad a sectores de izquierda y centro-izquierda no peronistas. Pero, por otro lado, muchos peronistas quedan fuera del kirchnerismo pues se ubican a su derecha (ya sea porque no se sienten incluidos dentro de este nuevo colectivo, ya sea que el propio kirchnerismo los excluye).12 La persistencia de estas imprecisiones a lo largo de casi dos décadas tal vez se deba a que cualquier intento de borrar las ambigüedades que estas operaciones de deslizamiento semántico provocan puede reducir la amplitud interpelativa del término.13

Al colocar la tensión ideológica, pero también política, entre el neoliberalismo y las posiciones nacional-populares, restamos espacio en el análisis a las posiciones de izquierda, tanto en el terreno ideológico como en el político. Lo hicimos por dos cuestiones. En primer lugar, por una economía expositiva, para no complicar más aún la argumentación. Y, en segundo lugar, porque la izquierda tuvo un papel relativamente marginal en la disputa entre proyectos. Como se verá en los dos primeros capítulos, no ha logrado aún recuperarse del fracaso de los intentos de transición al socialismo del siglo XX. En Argentina existen actualmente dos grandes tradiciones, además de pequeños grupos de carácter, en general, autonomista. Tenemos una serie de partidos de izquierda que se sumaron, en 2019, al Frente de Todos, aunque algunos ya se ubicaban dentro del Frente para la Victoria durante los gobiernos kirchneristas. En líneas generales, provienen de la deriva de distintas ramas del comunismo, de la izquierda latinoamericanista y de algunas experiencias de una centro-izquierda más vinculada con lo nacional-popular. En los últimos años tuvieron grandes dificultades para hacerse visibles frente a la ciudadanía. En primer lugar, porque las disputas entre ellos les impiden funcionar como un “bloque de izquierda” dentro del Frente de Todos —ahora, UP—. En segundo lugar, porque las características moderadas del gobierno de Alberto Fernández hacían muy difícil estar dentro del gobierno y sostener posiciones de izquierda. Y, en tercer lugar, porque no siempre les parece importante a estos partidos darle centralidad discursiva a su condición de “izquierda”. En la práctica, le dejaron este significante a la otra gran tradición de izquierda, la coalición de partidos trotskistas que formaron el Frente de Izquierda y Trabajadores - Unidad (FIT). Sin embargo, más allá de este hecho y de una gran capacidad organizativa, de exposición mediática y de lucha sindical, en movimientos sociales y presencia en las calles, el FIT no ha logrado canalizar electoralmente el descontento social y oscila entre el 2% y el 3% de los votos en las elecciones presidenciales.14

Para finalizar estas aclaraciones, queremos reconocer que los cientistas sociales tendemos a presentar nuestro relato como si fuera la descripción objetiva de la realidad, en especial cuando procuramos dar cuenta de un fenómeno histórico concreto como en este caso. La gran cantidad de datos basados en el relevamiento de lo que la gente respondió en nuestras encuestas podría reforzar esta idea positivista de que estamos simplemente contando lo que pasó. Sin embargo, sabemos que es solo una ilusión, que no hay descripción sin teorías que, al menos, nos indiquen qué mirar de la casi infinita cantidad de información disponible o producible sobre el mundo que nos rodea. A lo largo del libro, esperamos que la inclusión de algunos autores y autoras a quienes recurrimos para darles más profundidad a nuestros análisis deje en claro que es solo una interpretación de esta realidad.

1 Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía se volvió de derecha?, Buenos Aires, Siglo XXI, 2021, p. 24.

2 La idea de que los sujetos son construidos por las interpelaciones, o los discursos que los interpelan, fue planteada por Louis Althusser (Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Buenos Aires, Nueva Visión, 1970). Pero adquiere mayor desarrollo en las elaboraciones de Göran Therborn (La ideología del poder y el poder de la ideología, México, Siglo XXI, 1991) y de Stuart Hall (“Introducción: ¿Quién necesita identidad?”, en Stuart Hall y Paul Du Gay [comps.], Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires y Madrid, Amorrortu, 2003), quien incorpora, explícitamente, el elemento activo del sujeto que reelabora estas interpelaciones.

3 Como la tasa de respuesta es muy baja en comparación con todos aquellos que recibieron la invitación vía Facebook o Instagram, no consideramos apropiado calcular un margen de error acerca de su posible representatividad del conjunto de la población.

4 Pehuén Romaní ha diseñado el programa que permite realizar las encuestas en línea, y Juan Ignacio Spólita es quien ha administrado el sistema a lo largo de todas las encuestas efectuadas desde SocPol.

5 La encuesta de fines de julio de 2023 estimó un 28% de votos para La Libertad Avanza (obtuvo 30%), un 31% para la sumatoria de los dos candidatos de Juntos por el Cambio (obtuvieron 28%), un 26% para los de UP (alcanzaron el 27%), un 3% para Schiaretti (alcanzó el 4%) y un 3% para los dos candidatos del FIT (alcanzaron el 3%). En la encuesta de fines de octubre de 2023, se proyectó para el balotaje, sin indecisos, un 54% para Milei y un 46% para Massa, y en la de mediados de noviembre un 55% para Milei y un 45% para Massa, casi idéntico al resultado final.

6 Es que, cuando respondemos, intuimos que nuestra respuesta, sumada a las demás, puede llegar a tener un efecto sobre la opinión pública al difundirse. Así, por ejemplo, si gustamos de un gobierno o de una medida, no queremos que nuestra contestación contribuya a desgastar su imagen y tendemos a brindar una respuesta, al menos, levemente más positiva de lo que en realidad pensamos.

7 En 2021, en el marco de nuestros estudios colectivos y federales sobre la pandemia del COVID-19, logramos aplicar métodos cualitativos a un gran número de casos y pudimos palpar sus ventajas y también sus desventajas (en parte, por la necesidad de uniformizar lo que se preguntaba a lo largo de todo el país, estas investigaciones tendieron a parecerse a encuestas con preguntas abiertas). Pero esta experiencia solo fue posible por el enorme equipo de investigación que logramos construir, con más de trescientos integrantes. Véanse más detalles en Encrespa, “Identidades, experiencias y discursos sociales en conflicto en torno a la pandemia y la pospandemia”, en Fernando Peirano et al., PISAC COVID-19: la sociedad argentina en la postpandemia, t. II, Buenos Aires, CLACSO-Agencia de I+D+i, 2023, pp. 300 y 301. Parte de estos análisis cualitativos los hemos incorporado en el presente libro.

8 Colin Crouch, La extraña no-muerte del neoliberalismo, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012, p. 9.

9 David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007.

10 Joaquín Pérez Rey y Adoración Guamán, “Derecho del trabajo del enemigo: aproximaciones histórico-comparadas al discurso laboral neofascista”, en Adoración Guamán, Alfons Aragoneses y Sebastián Martín (dirs.), Neofascismo. La bestia neoliberal, Madrid, Siglo XXI, 2019, p. 154.

11 Esta laxitud ideológica del peronismo se traduce también a su dinámica política, en especial en su lábil “frontera” hacia la derecha. Así, muchos políticos de origen peronista, en general sin renunciar a esta identidad, se suman a distintas fuerzas de centro-derecha o de derecha sin mayores problemas de conciencia. Incluso son habituales los movimientos posteriores de retorno al peronismo oficial, cuando visualizan que allí hay más posibilidades de progreso personal. Los principales referentes de esta fuerza no se oponen a estos regresos, ya que estiman que incrementan la potencia política y electoral de la fuerza “nacional-popular” en su enfrentamiento con las fuerzas “neoliberales”.

12 Entonces, el kirchnerismo es como una metáfora del peronismo, pero también es una sinécdoque (parte-todo) incompleta, una catacresis (nombra algo que no podría ser nombrado de otro modo, ¿el progresismo del peronismo?, ¿su izquierda?) y una metonimia, porque sería un efecto del peronismo, su reactualización; aunque también sería la causa de su revitalización, e incluso, la forma en que se ha reactivado la identificación política en la Argentina (pues ser “peronista” hacia el año 2000, luego de una década en que esta identidad estuvo fuertemente asociada con el neoliberalismo menemista, significaba muy poco). No contribuyó a desambiguar estas cuestiones el fracaso de la experiencia del peronista no kirchnerista Alberto Fernández, quien a su vez cultivaba un perfil de “socialdemócrata”, poco afín a la tradición peronista.

13 Véase un desarrollo más detenido de esta cuestión en Javier Balsa, “La retórica en Laclau. Perspectivas y tensiones”, en Simbiótica, vol. 6, núm. 2, julio-diciembre de 2019, pp. 58 y 59.

14 A pesar de que el Partido de los Trabajadores Socialistas, que lidera este frente, ha desarrollado una significativa presencia en el debate políticoideológico, con medios de comunicación propios y una importante dinámica editorial.

I. La acumulación de fracasos y frustraciones en la Argentina reciente

DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA, en Argentina, asistimos a una sucesión de fracasos que dejaron distintos tipos de frustraciones en diversos sectores de la sociedad. En primer lugar, el fracaso del kirchnerismo para darle continuidad, en 2015, a una experiencia que, por momentos, parecía tener importantes niveles de consenso. En segundo lugar, el fracaso del macrismo en instalar un proyecto neoliberal que había generado grandes expectativas en el amplio abanico de sectores no peronistas (o antiperonistas). Y, en tercer lugar, el fracaso del gobierno de Alberto Fernández, que, por un lado, produjo el enojo de quienes nunca habían creído en su gobierno —y que acumularon bronca por las medidas y la crisis económica— y, por otro, la frustración de quienes habían depositado esperanzas. Entre estos últimos encontramos a aquellos que creyeron que con el binomio Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner regresarían los tiempos del kirchnerismo y también a quienes pensaron que, con su estilo moderado, el nuevo presidente gestaría un clima de mayor armonía social y política que llevaría al país a una senda de crecimiento con cierta inclusión social. Para contextualizar estos fracasos, debemos situarnos a partir de la crisis de 2001 que clausuró una década de políticas neoliberales en Argentina.

LA CRISIS DE 2001

En 2001 asistimos a la implosión del modelo neoliberal. Este proceso, si bien tuvo momentos de lucha callejera y un clima de protesta social generalizado, no logró cristalizar en el surgimiento de una alternativa política acorde a esa radicalidad. Es que, más que derrotado políticamente, el neoliberalismo había estallado por las propias contradicciones del modelo económico en el que se basaba. Diez años antes, durante el gobierno del peronista —devenido neoliberal— Carlos Menem, con Domingo Cavallo como su ministro de Economía, se estableció por ley la convertibilidad que fijaba el tipo de cambio en un peso por un dólar. Esta convertibilidad fue respetada por el gobierno de Fernando de la Rúa, quien asumió en 1999 como candidato de la Alianza, una coalición entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente País Solidario (FREPASO), fuerza de centro-izquierda dirigida por Carlos “Chacho” Álvarez, político de origen peronista que rompió con el menemismo.1 Pero esta paridad rígida del peso con el dólar tuvo crecientes problemas, pues las sucesivas devaluaciones de las monedas de otros países “emergentes” (el caso de Brasil tuvo especial impacto por ser el principal socio comercial de Argentina) reducían drásticamente las posibilidades competitivas de las empresas nacionales. La única salida dentro del marco de la estricta convertibilidad era una sustancial reducción de los salarios, no en términos reales, como la podía generar una devaluación, sino nominales (es decir, monetarios). El gobierno de De la Rúa, con Cavallo nuevamente como ministro de Economía, procuró impulsar esta caída salarial, “dando el ejemplo” con un recorte del 13% en los salarios estatales y en las jubilaciones. Pero este camino encontraba dos graves obstáculos. En primer lugar, si su implementación en el campo de lo estatal estaba ya profundizando un escenario de retracción económica, su generalización a toda la economía podía adquirir dimensiones insondables. De hecho, hubiera sido una experiencia inédita de ajuste recesivo con caídas sustanciales de los ingresos en términos nominales, algo que muy difícilmente una economía capitalista soporte. Y, en segundo lugar, este camino de ajuste salarial y recesión condujo a una creciente protesta social de niveles que hacía muchos años que no se veían en Argentina. La propia credibilidad en la continuidad de este plan económico se desvaneció a lo largo de 2001. Se produjo una espectacular fuga de divisas hacia el exterior, viabilizada por sucesivos acuerdos financieros (concretados por Cavallo y su secretario de política económica, Federico Sturzenegger) que, además, incrementaron drásticamente el nivel de endeudamiento del país. La Alianza sufrió una dura derrota en las elecciones legislativas de octubre de ese año, en las que se impuso el peronismo y se destacó la gran cantidad de votos en blanco y nulos. Cuando ya no pudo sostenerse la política económica, el propio Cavallo decretó un “corralito” que impedía a la gente extraer el dinero de sus cuentas bancarias. Los niveles de protesta fueron entonces de una masividad inédita, sumaron prácticamente a todos los sectores sociales; al punto que a los pocos días De la Rúa tuvo que renunciar, no sin antes disponer el estado de sitio y una feroz represión que dejó decenas de muertos.

Se aplicó el sistema de sucesión presidencial establecido por la Constitución argentina (pues el vicepresidente había renunciado un año antes), y hubo una serie de breves nombramientos, hasta que el cargo quedó en manos del peronista Eduardo Duhalde. Se produjo una importante devaluación del peso y se tomaron diversas medidas asistenciales masivas para contener la situación social más grave.

Por momentos, parecía que la extensión y masividad de la protesta social, con un novedoso fenómeno de asambleas barriales, devendrían en una crisis orgánica que abriría las puertas a cambios revolucionarios. Sin embargo, no se tradujo en ninguna instancia de disputa real del poder político. Aún más, la consigna “que se vayan todos” —que se extendió rápido en el conjunto de la protesta— desvió la crítica del modelo económico hacia los políticos, tratados como una “clase”. Un año más tarde, las alternativas que predominaron en las elecciones de 2003 mostraron que no había apoyos realmente masivos a salidas antisistémicas, al tiempo que se comprobó cierta vitalidad de las propuestas claramente neoliberales. Así, la candidatura neoliberal peronista (Menem) obtuvo el primer lugar, con el 24% de los votos, y la neoliberal de origen radical (Ricardo López Murphy) consiguió el tercero, con el 16%. Otro tercer candidato, también peronista (Rodríguez Saa, que había sacado el 14%), planteó la posibilidad de apoyar a Menem en la segunda vuelta. Solo la división de las fuerzas neoliberales permitió a Néstor Kirchner acceder a la presidencia con el 22% de los votos, al renunciar Menem al balotaje. Completaron el cuadro electoral Elisa Carrió (por entonces con un perfil de centro-izquierda) que alcanzó el 14% de los votos, la UCR con el 2%, mientras que los cuatro candidatos de izquierda y centro-izquierda, que se presentaron divididos, no llegaron a sumar el 5 por ciento.

LOS TRES GOBIERNOS KIRCHNERISTAS

Néstor Kirchner encabezó una extraordinaria recuperación de la iniciativa política. Abrió una serie de frentes en los que avanzó con clara audacia, dejando de lado toda la timidez del “posibilismo” político que había caracterizado a la dirigencia del FREPASO. Así, durante su gestión presidencial se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, lo que permitió la reapertura de los juicios por las violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura; se desplegó una activa política por la recuperación de la memoria histórica; las Fuerzas Armadas se subordinaron a la lógica democrática (con la emblemática orden de bajar el cuadro del dictador Videla en el Colegio Militar de la Nación); se renovó la mayor parte de la Corte Suprema (vinculada con el menemismo); se apoyaron las iniciativas de los trabajadores de las empresas recuperadas (cuyos dueños las habían abandonado o enviado a la quiebra); se instrumentaron protocolos de no represión a las protestas callejeras y —tal vez las dos medidas más importantes— se derrotó la propuesta del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), en una acción conjunta con Chávez y Lula en la IV Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata, y se negoció con dureza y con éxito una sustancial quita en la deuda externa.

De todos modos, el tono general de la presidencia de Kirchner fue signado por una discursividad más centrada en la “unidad nacional” que en impulsar la confrontación política.2 Su correlato fue la conformación de un bloque social integrado por la mayor parte de las organizaciones empresariales y la Confederación General del Trabajo (CGT), con una gran capacidad para construir una hegemonía en torno a un discurso centrado en el desarrollo y, más específicamente, en el crecimiento.3 Podemos trazar la hipótesis de que, durante la presidencia de Kirchner, se procuró construir la hegemonía combinando un discurso de la unidad nacional centrado en lograr “un país normal” (frente al peligro de desintegración que había supuesto la crisis de 2001), e incluyendo en esa “normalidad” una serie de elementos progresistas y antineoliberales producto de un corrimiento hacia la izquierda del sentido común durante la crisis; cuestión que, como vimos, no se había traducido en términos político-electorales en 2003.4 Otro elemento central de esta estrategia fue la ampliación de la autonomía relativa del Estado, tanto en el plano nacional como en el internacional.5 Y un tercer pilar de este proyecto en busca de la hegemonía fue una recomposición, e incluso expansión, de los niveles de consumo de vastos sectores de la población.

Este clima de relativa unidad cambiaría a poco de asumir su primera presidencia Cristina Fernández de Kirchner en 2007. En 2008, su gobierno procuró profundizar la captura de la renta extraordinaria de la tierra a través de un sistema de retenciones móviles de las exportaciones agrícolas. Se desató una durísima reacción de las patronales agropecuarias que contó con la colaboración militante de los medios de comunicación más concentrados y logró el apoyo de buena parte de las capas medias urbanas. Finalmente, el Senado, con la traición del vicepresidente, canceló la posibilidad de aplicar estas retenciones. La derrota estimuló la constitución de distintos espacios de oposición política al kirchnerismo (hasta entonces sumamente débiles) y se trasladó al plano electoral en las elecciones legislativas de 2009. Sin embargo, el propio conflicto con las patronales agropecuarias le permitió al kirchnerismo consolidar una épica militante y sumar a amplios y diversos sectores sociales y políticos. Por ello, a pesar de la derrota electoral, en lugar de girar hacia la derecha (que para muchos parecía su destino inexorable), profundizó su perfil más transformador, a través de una serie de medidas. Entre ellas, podemos destacar: la estatización de las empresas de jubilación privada y de Aerolíneas Argentinas (2008); la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (de objetivos democratizantes y antimonopólicos); la Asignación Universal por Hijo; el comienzo del despliegue de la televisión digital abierta y gratuita (2009); el matrimonio igualitario; el plan Conectar Igualdad (que en 2010 proveyó gratuitamente notebooks a todos los estudiantes de escuelas medias estatales); la fuerte regulación de la adquisición de divisas extranjeras (2011); la recuperación del control estatal de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF); la ley de Identidad de Género; el plan de viviendas PROCREAR (2012) y el impulso estatal del sistema ferroviario (2013). Algunas de estas medidas incluso no eran esperadas por la base kirchnerista, pues ciertas transformaciones realizadas durante los años noventa parecían ya inmodificables, como la privatización del sistema jubilatorio. Al mismo tiempo, la progresiva implementación de estas políticas construyó un escenario que agregó veracidad a la propuesta kirchnerista. Las críticas al neoliberalismo dejaron de ser meros discursos y se materializaron en instituciones y políticas que alteraron la cotidianidad de los argentinos y las argentinas. Lentamente se fue construyendo un nuevo orden, frente al desorden que había dejado la experiencia neoliberal. Se impuso poco a poco un paradigma discursivo de los derechos que logró suplantar la idea de que solo el mercado debía regular el acceso a los bienes y los servicios.6 En el mediano plazo, el sentido común incorporó ideas más favorables a la intervención estatal en la economía y a políticas que persiguieran una mayor equidad social.

El gobierno supo acompañar este conjunto de medidas con una discursividad agonal y relativamente coherente, que las articulaba en una narrativa propia.7 De este modo, se dotó de una fuerte identidad y se agregó al ideario desarrollista (con elementos schumpeterianos), más característico de la presidencia de Néstor Kirchner, una potente reivindicación de la justicia social, en clave nacional-popular.8

La construcción de la base política de apoyo al conjunto de estas medidas se basó en el desarrollo de una lógica de interpelación de tipo populista, en torno a la idea de “pueblo” y de sus “derechos”. Esta lógica populista hacía uso, siguiendo a Ernesto Laclau, de la duplicidad semántica del significante “pueblo” en cuanto sectores populares (plebs) y en cuanto conjunto de la ciudadanía (populus).9 La operación política consiste en procurar que la plebs sea considerada como el populus legítimo. Es decir que se acepte socialmente que les corresponde gobernar a los representantes políticos de la plebs, como sector mayoritario del populus. Obviamente, esta propuesta tiene éxito siempre y cuando se respete el sistema democrático, pero también solo en caso de que los sectores populares —incluidas las siempre esquivas capas medias— se sientan interpelados por esta idea de “pueblo”.10 Cabe aclarar que el éxito interpelativo nunca comprende a la totalidad de los sectores populares y tampoco está asegurado en el tiempo.11

El kirchnerismo supo articular en ese “pueblo” a un conjunto de fuerzas y grupos con tradiciones distintas: múltiples sectores populares movilizados (aglutinados en fuerzas vinculadas, en algunos casos, al peronismo y en otros, a diversas tradiciones de izquierda), dirigentes políticos peronistas (algunos con gran capacidad para obtener apoyos electorales a nivel local o provincial; en varios casos, solo atraídos y controlados por los recursos financieros del gobierno nacional), sectores del campo político “progresista” (provenientes del radicalismo, del FREPASO y de espacios de izquierda) y también figuras del ámbito de la cultura, del campo intelectual, de los movimientos defensores de derechos humanos y sociales y de la diversidad sexual y de género. En este sentido, el kirchnerismo construyó un “pueblo” con una significación mucho más plural que la que tradicionalmente había interpelado el peronismo.

Si las elecciones presidenciales de 2007 y 2011 demostraron la eficacia de esta interpelación populista, en cambio, la de 2015 dio cuenta de su contingencia. La construcción de ese “pueblo” no fue convocante para todos los sectores beneficiados por las políticas kirchneristas. Una buena parte de las capas medias no se sintió interpelada y fue profundizando sus aspiraciones de distinción frente a “lo popular”.12 Las apelaciones a una lógica solidaria (sintetizada en la consigna de Fernández de Kirchner “la patria es el otro”) alcanzó a los sectores cercanos al kirchnerismo, pero no a quienes procuraron diferenciarse de aquellos que se beneficiaban de forma más explícita del apoyo estatal (llamados despectivamente “planeros”), a pesar de que la mayoría de la población recibía subsidios a sus consumos de servicios públicos (gas, electricidad, agua y transporte) o disfrutaba de las políticas de apoyo al consumo popular (como Precios Cuidados, créditos para compras de productos nacionales, planes de vivienda e, incluso, el mantenimiento de un tipo de cambio bajo, entre otras medidas).

Sobre este deseo de distinción, operaron las fuerzas de la derecha para minar las bases de sustento popular del kirchnerismo. Durante la segunda presidencia de Fernández de Kirchner, la fuerte regulación estatal de la adquisición de dólares (el denominado “cepo” cambiario) acrecentó la actitud opositora de los sectores medios y altos que habían recuperado su capacidad de ahorro y que estaban habituados a ahorrar en dólares, por lo cual sintieron que se vulneraban sus derechos. Además, el feroz ataque de los medios concentrados golpeó la credibilidad del gobierno en varios flancos, como las constantes denuncias de corrupción, la imputación de la muerte del fiscal Alberto Nisman (quien había hecho una denuncia contra la presidenta), las críticas cotidianas a la “inseguridad”, la objeción a que todas las voces fueran oficialistas en los medios de comunicación estatales, los reproches al extendido uso de la cadena oficial para la transmisión de los discursos de Fernández de Kirchner, entre otros.

Así, el conjunto de estas operaciones consolidó una identidad antikirchnerista que, más que adherir firmemente a nuevas fuerzas políticas, estaba disponible para apoyar a cualquier candidato que pudiera derrotar al kirchnerismo. Esta identidad opositora se afianzó como acto reflejo frente a la politización creciente de la base kirchnerista. Es que la lógica populista promueve, justamente, la politización y el antagonismo. Ambas cuestiones tienen la ventaja de generar la activación política de la propia base de adherentes, pero también la desventaja de que consolidan reactivamente las pasiones de los contrarios. La denominada “grieta” atravesó y dividió los colectivos laborales, los grupos de amigos y también las familias. Al mismo tiempo, el hecho relativamente novedoso de que el kirchnerismo desplegara esta lógica antagonizante desde el propio aparato estatal generó extrañeza y rechazo en sectores de la población que estaban acostumbrados a que desde el Estado emanara una discursividad de tipo más universalista y apolítica y se presentara como agente de un pretendido “bien común”. Entonces, si la lógica cada vez más agonal, con ribetes antagónicos —en el sentido de una denuncia de los “enemigos” del pueblo—, permitió fortalecer una mística militante y una base social plural, en simultáneo alejó a los sectores más moderados que antes apoyaban al gobierno, pues no compartieron el tono de confrontación que esta lógica implicaba; aun cuando algunos se consideraban de “centro-izquierda” o “progresistas”. Además, muchos percibieron un exceso de confrontación, sobre todo porque buena parte de los kirchneristas fueron poco cuidadosos en sus calificativos hacia quienes no adherían y apoyaban las políticas del gobierno de Fernández de Kirchner y empujaron hacia la oposición a sectores que podían haber sumado o, al menos, procurado que se mantuvieran en una actitud más neutral. Al mismo tiempo, más allá de todos los avances realizados, no se logró reducir el poder concreto de los sectores que podían incidir en la dinámica socioeconómica, comunicacional o judicial contra el gobierno.

Por último, el estancamiento relativo de la economía a partir de 2012, el incremento de la inflación y el impacto creciente del impuesto a los ingresos de los asalariados mejor remunerados terminaron por sumar más adhesiones al antikirchnerismo, incluso entre sectores populares. Detrás de esta base, se encontraba casi todo el gran empresariado que había pasado al terreno de la oposición. Las dificultades económicas producto del cambio del escenario internacional (en particular con la desaceleración de la economía china desde 2012 y su impacto en el precio de los commodities), la continuidad de las políticas para mejorar los ingresos de los asalariados y la restricción para la fuga de capitales unificaron al frente empresarial en posiciones cada vez más contrarias al gobierno. A fin de cuentas, cada uno de estos procesos, operaciones y factores quitó pequeñas porciones de la base que sustentaba el proyecto kirchnerista, hasta que tuvieron un efecto significativo en las preferencias electorales.

Por su parte, el kirchnerismo no lograba relanzar su proyecto político en un contexto de estancamiento económico e inflación significativa y no encontraba la forma de suplir la figura de Fernández de Kirchner, una vez que se comprobó la completa inviabilidad política de una reforma constitucional para una segunda reelección presidencial, como habían lanzado algunos referentes del oficialismo, incluso con la poco feliz frase “Cristina eterna” (que solo le dio más argumentos al antikirchnerismo). En definitiva, la discursividad se centró en la “defensa de lo conquistado” y colocó a las fuerzas kirchneristas en una línea de acción completamente defensiva.13 Por último, la candidatura de Daniel Scioli no logró entusiasmar a la propia base militante kirchnerista, al tiempo que la postulación de Sergio Massa capturó a la parte del electorado que podía preferir el perfil moderado de Scioli. Massa había sido jefe de gabinete en la primera presidencia de Fernández de Kirchner por un año, pero desde 2013 encabezaba una fuerza opositora que combinaba integrantes provenientes de distintas tradiciones políticas, aunque en su mayoría eran dirigentes peronistas distanciados del estilo confrontativo de la entonces presidenta. En la primera vuelta de la elección presidencial de 2015, Massa obtuvo el 21% de los votos.

Todos estos factores redujeron el total de votos del kirchnerismo en primera vuelta, del 54% en 2011 al 37% en 2015. Pero lo determinante fue la capacidad de Mauricio Macri —en tanto alternativa antikirchnerista en el balotaje— para subir del 34% en la primera vuelta al 51,4% en la segunda (frente al 48,6% que alcanzó Scioli). De modo que el kirchnerismo fue derrotado por el candidato que se ubicaba en las antípodas de su proyecto.

En líneas generales, el kirchnerismo, como colectivo político, nunca elaboró una explicación de su derrota en 2015 y por qué no había podido darle continuidad a un proceso que parecía contar con elevados niveles de consenso en la población. Es decir, una reflexión que no se centrara en lo que hizo bien la oposición, tanto la política como la social y la mediática (blanco preferido de las explicaciones kirchneristas sobre su derrota), sino en cuáles habían sido los errores propios: lo que se debería haber hecho de otra manera para garantizar la continuidad. Obviamente, cada dirigente o intelectual habrá elaborado sus hipótesis, pero esto no devino en un análisis compartido a nivel colectivo. Ni siquiera se comprendió por qué el moderadísimo Daniel Scioli había encabezado la fórmula, tan criticado por la dirigencia y la militancia kirchnerista en su papel de gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Personalmente, considero que esta falta de comprensión colectiva está estrechamente vinculada a uno de los factores centrales de esta derrota: la carencia de una fuerza política orgánica que tuviera —o tenga— un espacio para debatir sus estrategias e identificar y corregir sus errores. Ni el Partido Justicialista (nombre oficial del peronismo) ni el conglomerado de partidos que se sumaron al Frente para la Victoria (coalición que fue el sustento electoral de los tres gobiernos kirchneristas) ni el intento de unificar a las distintas fuerzas que conformaban la militancia kirchnerista más orgánica (Unidos y Organizados)14 lograron tener, siquiera, una mínima organicidad con espacios de debate, más allá de fugaces encuentros.15

Incluso, esta falta de espacios democráticos de coordinación repercutió en el interior de cada una de las organizaciones, pues vació de sentido la discusión de políticas o candidaturas, ya que se sabía que, finalmente, se decidirían “desde arriba”. De esta forma, el kirchnerismo logró convocar a una enorme cantidad de simpatizantes, pero no pudo articular esta base en una fuerza democrática de masas acorde al nivel de disputa política que la propia radicalidad de su proyecto estimulaba.

La enorme centralidad de la figura de Fernández de Kirchner (con su fuerte decisionismo y su extraordinaria formación política) resultó muy eficaz para impulsar los cambios desde el gobierno, con un estilo jacobino que seguramente —como se verá en el próximo capítulo— era una característica de varios de los gobiernos de centro-izquierda e izquierda del período en América Latina. No obstante, esto no dio lugar a procesos de debate colectivo de la estrategia y la táctica políticas. Cuando la cuestión era la implementación de medidas entroncadas claramente en el proyecto nacional-popular (por ejemplo, la estatización de Aerolíneas Argentinas) o de contenido progresista (el matrimonio igualitario, por caso) esta carencia de debate no generaba mayores problemas, pues eran acompañadas por la base militante o los simpatizantes con entusiasmo. Sin embargo, sin una explicación adecuada y un proceso de debate que las acompañara, otras decisiones de Fernández de Kirchner resultaron difíciles de comprender, aunque no por ello fueron cuestionadas por la base kirchnerista, buena parte de la cual confiaba ciegamente en la sabiduría política de “su lideresa”. Ahora bien, cuando los resultados de estas decisiones no fueron felices (por una derrota electoral o por el fracaso del gobierno) se produjeron profundas desorientaciones en esta misma base, sin que se sintiera responsable o se viera obligada a revisar y repensar la estrategia y la táctica política.

EL GOBIERNO MACRISTA

Mauricio Macri (hijo de Franco Macri, empresario de nacionalidad italiana cuya fortuna se incrementó sobre todo durante la dictadura) se inició en la actividad pública a través de la presidencia del club Boca Juniors a mediados de los años noventa. Con esta experiencia, en 2003 se lanzó a competir por la Jefatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En 2005 conformó el partido Propuesta Republicana, conocido por su sigla PRO. Finalmente, en 2007 obtuvo la Jefatura de Buenos Aires, y se mantuvo a cargo de la gestión de la ciudad, evitando presentarse en las elecciones presidenciales de 2011.16

Para 2015, Macri no solo se postuló a la presidencia, sino que logró enhebrar una alianza con otras dos fuerzas políticas: la centenaria UCR, que tenía una presencia territorial importante en todo el país, y la Coalición Cívica, una fuerza centrada en la figura de Carrió, de gran visibilidad mediática, pero con escaso apoyo a la hora de disputar la presidencia (aunque en 2007 había cosechado el 23%, en 2011 apenas alcanzó el 1,8%).17 De hecho, en las elecciones primarias de 2015, Carrió solo obtuvo el 2,3%, mientras que Ernesto Sanz, por la UCR, consiguió el 3,3% y Macri, el 24,5%, quedando consagrado como el candidato de la coalición Cambiemos.

Macri había sostenido un discurso neoliberal, aunque había procurado suavizar su contenido, permanentemente asesorado por el consultor Jaime Durán Barba. Pocos meses antes de las elecciones comenzó a tener una prédica en la que prometía mantener las políticas kirchneristas que la mayoría de la población valoraba positivamente (como la estatización de YPF o de Aerolíneas Argentinas) y explícitamente aseguraba que “nadie va a perder lo que tiene” y que no iba a “cambiar las cosas que se hicieron bien”. Más allá de la credibilidad de este giro, es probable que alguna porción de la población considerara que las políticas redistributivas del kirchnerismo —algunas sancionadas legalmente y presentadas como “derechos”— eran inamovibles y, por lo tanto, pensara que un potencial gobierno de Macri no podría revertirlas ni erosionarlas seriamente.

Como vimos, Macri llegó al gobierno al imponerse por un muy estrecho margen en el balotaje y sin mayorías legislativas. Sin embargo, avanzó con gran decisión desde la presidencia, combinando el uso de decretos de necesidad y urgencia con la hábil negociación parlamentaria llevada adelante por los legisladores de Cambiemos, muchos de ellos de origen peronista. Entre los primeros decretos, eliminó los artículos claves de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que obligaban a los oligopolios mediáticos (entre los que se destacaba el multimedio Clarín) a dividirse (hasta el momento había logrado evitar este proceso a través de trabas y aplazamientos judiciales). Mediante otro decreto, nombró dos nuevos integrantes de la Corte Suprema de Justicia, medida que tuvo que retrotraer por su dudosísima constitucionalidad y una generalizada oposición en la opinión pública. No obstante, como muestra de las divisiones en que quedó sumido el peronismo luego de la derrota electoral, Macri obtuvo el nombramiento por parte del Senado de los dos miembros de la Corte propuestos —aun cuando ya habían aceptado ese nombramiento por decreto— y para ello contó con el voto de la mayoría de los senadores peronistas. Asimismo, el Congreso votó favorablemente el acuerdo con los holdouts, también llamados “fondos buitre”, que ya contaban con el aval de la justicia estadounidense y reclamaban por el pago de bonos que no entraron en el canje de la deuda realizado durante la presidencia de Néstor Kirchner y que por lo tanto habían comprado a bajo valor.

En los primeros meses de gobierno, Macri reorientó la economía argentina hacia una perspectiva de “libre mercado”: eliminó el control de cambios (lo que generó una fuerte devaluación que impulsó la inflación, duplicada durante el macrismo en relación con el nivel heredado) y se liberaron las importaciones y redujeron o eliminaron las retenciones a las exportaciones. El acuerdo con los holdouts le permitió al gobierno volver a entrar en el mercado de capitales e iniciar un vertiginoso proceso de endeudamiento (por unos 104.000 millones de dólares), aprovechando que Argentina presentaba niveles de deuda sumamente bajos. El recurso de estos fondos y la llegada de capitales especulativos dieron oxígeno al gobierno y le permitieron posponer la aplicación de ajustes fiscales profundos durante los primeros dos años. Esto fue calificado como una estrategia “gradualista”, que también fue el resultado de las presiones sindicales, de las protestas de la clase media y de sectores populares frente a la caída del salario real y los fuertes aumentos en diversas tarifas (las de la electricidad y el gas en primer lugar), e incluso fue el producto de las insistencias de sectores del radicalismo y la Coalición Cívica que buscaron trasladar el enojo de sus bases electorales.18 Al mismo tiempo, se mantuvieron y ampliaron los planes sociales y se establecieron líneas de diálogo y negociación con los movimientos sociales, lográndose cierta “pax social”.19

De modo que un gobierno caracterizado por la fuerte presencia de gerentes de grandes empresas nacionales y multinacionales entre sus principales funcionarios (lo que dio lugar a hablar de una “CEO