¿Por qué yo? ¡Porque sí! - Jorgina Campo Huélamo - E-Book

¿Por qué yo? ¡Porque sí! E-Book

Jorgina Campo Huélamo

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Beschreibung

Desde su infancia en Barcelona, Jorgina se vio atrapada en el laberinto de complacer a los demás, sacrificando su bienestar emocional en el proceso. A medida que los años avanzaban, su reflejo en el espejo le devolvía una imagen distorsionada: se veía fea, tonta y gordita, incapaz de agradarse a sí misma. La adolescencia marcó el comienzo de 21 años de batalla interna, más intensa cuando la bulimia se convirtió en una sombra persistente. Pero la oscuridad no se detuvo ahí. La fiesta y las drogas se convirtieron en compañeras efímeras que, junto a la búsqueda desesperada del amor, fueron su vía de escape. Un embarazo que terminó en aborto y otras aventuras tumultuosas la llevaron al borde del abismo, con pensamientos suicidas como testigos silenciosos de su dolor. Esta es una historia de transformación, de pasar de la desesperación a la esperanza. Con sinceridad conmovedora, Jorgina revela cómo la adversidad puede ser el catalizador de una nueva vida, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una oportunidad para la renovación y el renacimiento.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Jorgina Campo Huélamo

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de cubierta: Rubén García

Dibujo de portada: Bruno Sánchez-Camacho

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-468-3

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Para Biel, quien llegó a mi vida para darme de nuevo la vida. Te amo profundamente.

Para mis padres Albert y Lina, para mis hermanos Núria y Albert. Aunque la culpa desapareció hace algún tiempo, os pido perdón por todo el dolor que os haya causado, sé que es mucho.

Us estimo

¿Por qué yo? ¡Porque sí!

Quiero dejar claro que lo que aquí voy a escribir es mi vida, mi vida vista bajo mis vivencias, mis creencias, mis expectativas, mis dolores y mis alegrías, la vida vista desde mi niña hasta la mujer en la que me he convertido hoy en día; mi vida y, como es mía, puedo escribir aquello que yo quiera, no voy a hablar de la vida de otros, ni tan siquiera de la vida de mis padres, los que me dieron la vida y los que darían su vida por mí. Ni tampoco de la vida de mis hermanos, aunque hayamos vivido las mismas circunstancias, en el mismo techo y con los mismos padres no hemos tenido la misma vida ni la hemos vivido de la misma manera. Tampoco hablaré de las vidas de mis amigos, familiares, parejas o rollos, simple y llanamente voy a hablar de mi vida, tal y como yo la viví y tal y como yo la sigo viviendo.

¿Por qué yo? ¡Porque sí!

Así que si alguno de los personajes que salen en mi historia de vida no lo ve de la misma manera, que recuerde que es mi vida, no la suya y también quiero dejar claro que me he saltado muchas situaciones importantes en mi evolución, desde la niña que fui hasta la mujer que soy, por no herir sentimientos de terceras personas y ponerlas en evidencia. La realidad que he vivido supera la realidad que escribo en el libro, una realidad que quizás algún día pueda y me atreva a escribir con pelos y señales.

Gracias a todas las personas que habéis formado parte de ella, las que me habéis criticado, engañado, las que me habéis hecho daño y a las que seguro yo también he hecho daño, gracias a las que habéis creído en mí, a las que habéis estado a mi lado cuando me he caído. Gracias a todas y cada una de vosotras, sois las que me habéis ayudado a tocar hondo y las que me habéis ayudado a salir del agujero. Para reservar la intimidad de los personajes, algunos de los nombres de amigos y parejas no son los reales, pero todas y cada una de las historias son ciertas al cien por cien.

Ha habido partes de mi vida que me ha costado mucho recordar, sobre todo a partir del 2008 que fue cuando empecé a decaer más profundamente. Otras partes las he ido recordando mientras escribía el libro, es una de las consecuencias de la enfermedad que viví durante veintiún años de mi vida.

¡Esta es mi vida! ¿Por qué yo? ¡Porque sí!

Mi niña y mi familia

Desde pequeña he tenido el pelo rizado, podría decir que tirando más a tirabuzones, mi madre siempre me lo dejaba corto pero lo bastante largo para que se vieran esos ricitos, mi pelo es castaño oscuro, siempre ha sido muy finito. Ojos almendrados de color marrones, con unas largas y abundantes pestañas que hacían que mi mirada fuera intensa, hoy en día he perdido cantidad, pero las sigo teniendo largas y cuando me pongo rímel tengo una mirada sexy y muy penetrante hasta el punto de poner nerviosa a la persona que tengo delante cuando hay algún tipo de atracción, o eso me han dicho los chicos con los que he estado, cuando llevo un poco de rímel la gente me suele decir:

—Menudas pestañas tienes, ¿son tuyas?

—¡Por supuesto! No tengo nada que no sea mío.

De niña tenía la piel muy morena, aunque cuanto más mayor me hago más blanca estoy, de cuerpo en invierno, porque la cara la suelo tener morena todo el año de estar paseando o de estar en el parque. Mis orejas siempre han sido pequeñitas y bien estructuradas, me encantan. Casi no tengo labios, me gustaría tener un poquito más, la verdad, pero no me gusta inyectarme relleno de labios ni nada por el estilo, los cirujanos plásticos no harían negocio conmigo, así que me quedo como estoy, aunque son tan finos que cuando me veo en fotos y en vídeos a veces me los tengo que imaginar. Mi nariz siempre ha sido perfecta, para mi gusto, el tabique está muy recto y bien perfilado, en cambio la barbilla la tengo un poco hacia delante en forma de gancho y hace que tenga perfil de brujilla, eso viene heredado de mi madre, que a su vez lo heredó de mi abuela Teresa, de hecho me parezco muchísimo a mi madre, mismos labios, misma barbilla y misma mandíbula, sinceramente, y aunque parezca creída, a día de hoy me miro y me veo bien y cuando veo mis fotos de niña, ahora también me veo guapa, aunque no pensaba lo mismo en esos tiempos. Creo que no me ha cambiado mucho la cara y, aunque me gusta mi cara, no puedo decir lo mismo de mi cuerpo.

De niña, tenía la típica barriguita redondita, pero sin ser nada fuera de lugar, hasta llegada la adolescencia. Hice el cambio a muy temprana edad, sobre los diez años ya empecé a tirar más hacia lo fuerte y ancho que hacia lo delgado y fino, lo único que tengo pequeño son las muñecas. Vengo de una familia grandota, así que mis huesos son bastante grandes y eso hace que tenga una complexión atlética, buenas piernas, espalda ancha y extremidades largas, más largas que el tronco, y es un rollo porque cuando voy a comprarme ropa siempre me quedan las mangas cortas, a veces cuando estoy sentada en el metro la persona que tengo al lado me saca una cabeza y cuando nos levantamos para bajar en la misma parada resulta que soy yo quien le saco la cabeza a ella. Mido un metro setenta, las tetas las tengo bastante planas, en mi adolescencia tuve mucho complejo por ello, pero a partir de los dieciocho, cuando ya empecé a ponerme un poco de escote, hasta agradecí no tener mucho, ya que no tuve el problema de que se me salieran bailando o corriendo, como había visto que les pasaba a otras chicas en muchas ocasiones, además de que, como dejé de ponerme sujetadores, me ahorro dinero y gano en comodidad.

Siempre he sido una niña muy risueña, una niña que hacía bastante caso (o por lo menos eso recuerdo), siempre he recibido mucho cariño y muchos halagos hacia mi persona, pero también he sido una niña muy nerviosa, un culo inquieto como lo llaman y desde que tengo uso de razón me he mordido las uñas. Hace unos años dejé de hacerlo, en alguna ocasión vuelvo de nuevo cuando algo me pone nerviosa; ahora que pienso en mi niña, diría que vivía en los mundos de Yupi, una niña muy feliz, sin problemas aparentes, que callaba para no molestar y para no hacer enfadar porque ya había bastantes enfados y discusiones a su alrededor, en ese aspecto pasaba desapercibida, había adquirido ese rol en mi casa y, como ya me iba bien —o eso creía—, ¿para qué iba a cambiarlo? Pero realmente no era tan bonito como aparentaba ser.

He sido de escribir muchos diarios y eso me hacía descargar mucha tensión, a día de hoy sigo escribiendo, tengo muchas libretas y hojas sueltas con escritos de lo que he ido viviendo, sentimientos, emociones y otras cosas varias, es terapéutico y una muy buena vía de escape, y más siendo como soy, que nunca me ha gustado compartir mis «problemas» con nadie. Con el tiempo es algo que he ido cambiando ya que tenía la creencia de que explicar mis problemas era molestar a los demás, pero en cambio yo siempre estaba y estoy para escuchar y ayudar a cualquiera que me lo pida.

Era un poco trasto y también tenía mucha fantasía, me inventaba muchas historias, lo mejor de todo es que las explicaba con tanta seguridad que todo el mundo me creía, era mentirosa, me gustaba aparentar lo que no era, quizás era por la falta de seguridad.

Nací hace 46 años en Barcelona y provengo de una familia muy trabajadora, mis bisabuelos paternos empezaron montando una pequeña tienda donde vendían bacalao y con los años acabaron mudándose a la acera de enfrente para luego acabar montando una frutería/colmado. Fueron tres generaciones quienes regentaron el negocio: mis bisabuelos, mi abuela María y por último su hijo, que es mi padre. Mi padre se jubiló hace once años y cerramos el chiringuito.

Mi padre se llama Albert, su piel es muy morena, de ese moreno intenso, tiene la cabeza muy redonda y sin un pelo de tonto. Le costó dar el paso para afeitarse la cabeza, pero una vez lo hizo ya no hubo marcha atrás, y la verdad es que está mucho más guapo. Su cabeza es una característica de él, lo puedo ver a metros y metros de mí y solo por la cabeza ya sé que es mi padre. Sus piernas son super fuertes, tiene los gemelos redondos y duros como su madre y como Hulk, ha tirado de mucha carretilla en la tienda y ahora hace excursiones por la montaña, eso se le nota en las piernas, aunque no puedo decir lo mismo de su barriga, que, aunque también está dura como una roca, la tiene rollo Papá Noel. Sus ojos son de color marrón como los míos y los de mis hermanos, sus orejas son bastante grandes, herencia de su padre, pero van a conjunto con el resto de su cara, mi padre siempre me ha recordado mucho a los indios del Amazonas, ahora mide un metro setenta y cinco, pero de joven llegaba al metro setenta y ocho.

Mi padre creció en una buena familia, fue hijo único y, aunque se crió junto a sus dos primos hermanos gallegos, José y Merceditas, ha vivido una vida abundante, hoy en día le podríamos llamar «pijo», tuvieron hasta una discoteca. Mi abuelo Joaquín era policía de los que van montados a caballo, pero luego se hizo bombero, y mi abuela María estuvo trabajando en la frutería hasta sus últimos días.

Mi padre, aunque es reservado, sé que tiene muchas aventuras a sus espaldas, aunque nunca hemos hablado de ellas, quizás después de este libro se las pregunte.

Mi madre se llama Lina, siempre ha sido una mujer muy extremada, el pelo lo ha llevado de muchos colores y formas, en el cole siempre me preguntaban si mi madre era punk, cada poco se iba a la peluquería donde trabajaba un amigo suyo y hacían pruebas de colores en su pelo, así que igual lo llevaba rosa, que azul, que amarillo o con una pluma colgando, eso sí, siempre corto, unas veces más corto que otras, pero corto. Como os he comentado antes, nos parecemos mucho, aunque su nariz es más puntiaguda y sus ojos de color verde, los tiene muy bonitos y cuando va a la playa o a la piscina se le ponen aún más chulos, le tiran a un verde azulado, eso es una de las cosas que no he heredado de ella, mi madre también es muy alta, de joven creo que llegaba al metro ochenta.

Su padre Félix medía dos metros y era militar, fue un señor de los pies a la cabeza y como buen militar sacaba su rigidez a pasear.

—Mientras estamos en la mesa nada de hacer ruido, cantar o chillar. En la mesa se come —nos decía los sábados que íbamos a comer con ellos al restaurante Cal Santi.

Una vez llegábamos a casa seguía con sus normas:

—Mientras estoy viendo las noticias nada de ruido.

Era cariñoso y tierno a la vez, a mi madre y a mi tía también las educó a golpe de silbato, pero jamás les puso la mano encima, solo con las palabras y la mirada tenían bastante, aunque mi madre era el ojito derecho de mi abuelo y conseguía todo lo que quería.

Mi abuela Teresa también era muy alta para ser mujer, y era todo lo contrario a mi abuelo, siempre estaba contenta, cantando y hablando con sus plantas. Como buena modista, siempre estaba entre agujas e hilos cosiendo cosas.

Al contrario que mi padre, la familia de mi madre era de clase media, pero nunca les faltó de nada, mi madre siempre habla de todo el amor y cariño que recibía en su casa, siempre explica que era un torbellino y llevaba de cabeza a sus padres y a su hermana María José, hoy en día sigue siendo un torbellino, no para ni sentada.

Mis padres se casaron hace cincuenta años, a los seis años de casarse, teniendo mi madre 26 y mi padre 32 años, ya tenían tres hijos, mi madre siempre ha sido una mujer con carácter, aunque luego es un trozo de pan, es de las típicas personas que amenazan mucho pero luego no hacen nada, sanguínea total, un nervio en estado puro, llega a poner hasta nerviosas a las personas de su alrededor, en eso también me parezco a ella, aunque diría que me gana, a la que le entran los cinco minutos ya la ves para arriba y para abajo, se pasa medio día metida en la cocina haciendo comidas, es de las mamis que te llaman a las nueve de la mañana para preguntarte «qué vas a querer cenar?», cuando aún no has ni desayunado; mi padre, por el contrario, es de los que se quejan poco, discuten nada, pero va haciendo lo que a él le parece bien, y una de las cosas que le parecen bien es no ayudar demasiado en las tareas de casa. Nunca lo ha hecho por estar siempre en la tienda, y cuando se jubiló siguió en la misma línea.

Son la noche y el día, el mar y la montaña, el frío y el calor, dicen que los polos opuestos se atraen.

Núria es la mayor de los tres hermanos, ella, al igual que yo, es también una mujer de complexión atlética, sus ojos son super bonitos, de un color castaño claro, su forma también es almendrada, diría que más que la mía, y tiene unas pestañas largas como yo pero bastante más espesas, sus labios también son finitos y sus orejas proporcionadas a su cara, ella también tiene la cabeza pequeña, somos de llevar el pelo corto, nos favorece mucho más, las tres mujeres de casa llevamos gafas, de hombres solo mi hermano, la verdad es que mi padre está fuerte como un roble y sano como una lechuga. La piel de mi hermana es como la mía también tirando más a morena que a blanca, mi hermana tiene una dentadura perfecta, blanca y alineada, y hace que tenga una sonrisa espectacular, al contrario que yo, su mandíbula no tiene forma de gancho, así que, para mi gusto, su perfil es mucho más bonito que el mío.

Después de ella estoy yo, Jorgina, que ya me conocéis, y por último está Albert, «tete»para la familia y amigos. Mi hermano rompe con todos los esquemas, aunque se parece mucho a mi padre, de pequeño, en el tipo no se parece en nada a ninguno de nosotros, ya que él es el más alto, hace metro ochenta y dos y es muy delgado, sus piernas me flipan, son super largas, fibrosas y finitas, y la piel la tiene super tersa, mi hermano es de piel muy morena como mi padre, recuerdo que se fue a estudiar a Inglaterra y siempre le preguntaban si era turco, su pelo, a conjunto con sus ojos y su piel, es castaño oscuro, antes tenía pelazo, pero con los años ha perdido un poco, yo también estoy perdiendo pelo y hasta diría que tengo menos que él, yo tengo alopecia en la zona de la coronilla, la gente no se da cuenta porque suelo llevar siempre coleta o recogido con horquillas, pero vamos, que el día que se me caiga más y se me cruce el cable, cojo la máquina de afeitar de mi padre y me rapo entera.

Mi hermano también tiene los labios finos, eso lo llevamos toda la familia de serie heredado de nuestros abuelos, tanto paternos como maternos, su nariz ahora es perfecta, aunque le tuvieron que hacer una intervención ya que solo nacer estuvo a punto de morir y estuvo entubado durante un mes, así que se le quedó un poco torcida, eso le estuvo provocando problemas respiratorios muy fuertes hasta llegados los dieciocho años que lo operaron para ponerle el tabique en su sitio.

En nuestra familia nunca nos ha faltado de nada, todas nuestras necesidades han estado cubiertas, podríamos decir que hemos tenido una vida cómoda económicamente hablando, aunque, por otro lado, llevo toda mi vida escuchando que no llegamos a final de mes, a nuestros ojos eso nunca ha sido así, pero no todo lo que necesitamos para estar y ser felices se basa en lo económico, y como en todas las familias, siempre hay otros tipos de carencias, y la ausencia de mi padre fue una de ellas y eso, quieras o no, se notaba en el ambiente, ya que mi madre en muchas ocasiones no tenía su apoyo emocional; para él su prioridad siempre había sido trabajar para que no nos faltara de nada en casa y para mi madre era tener a su marido más cerca y gozar una vida en familia.

No hemos sido la única familia que hemos vivido esto, en mi época era muy normal esta situación y aun había algunas familias donde el padre viajaba por trabajo y se pasaba muchas temporadas fuera de casa, hoy en día sigue ocurriendo, aunque gracias a las videoconferencias e Internet esto ha cambiado mucho y, según qué oficio sea, se puede trabajar desde cualquier parte del mundo, así que facilita la conciliación familiar.

Mi madre era quien combinaba el trabajo con la vida familiar, colegios, casa, médicos… ahora que soy madre me doy cuenta del estrés que supone tirar hacia delante con tres hijos a la edad de 26 años, así que para mí en este aspecto ha sido una superwoman, siempre ha estado ahí para lo que la hemos necesitado y todos los recuerdos de salidas como ir al cine, circo, verano y otros varios los recuerdo con ella, a día de hoy sigue estando ahí siempre dispuesta a echar una mano, mi padre por el contrario es ahora cuando está disfrutando más de los nietos y haciendo de abuelo, pero sigue teniendo el mismo rol que cuando trabajaba, abastecer en casa. Con él también se puede contar, por supuesto, pero de diferente manera, si tienes cualquier historia te escucha, pero nunca le ha gustado demasiado intervenir, es de ver, oír y callar…

Creo que hoy en día vamos mejorando, pero si miro a las parejas que tengo a mi alrededor, ya que hace siete años que tuve la última y a fecha de hoy, marzo del 2024, sigo sin tenerla. Aún son bastantes las parejas que siguen teniendo este rol, lo único que ha cambiado es que la mujer trabaja las mismas horas que el hombre y aparte debe ocuparse de la casa y de todo lo que conlleva.

En casa nos ayudaba la «tata Rosario», era de esas mujeres a las que te dan ganas de dar unos cuantos achuchones, su tez era blanca como la leche, el pelo era finito y siempre lo llevaba corto y repeinado, los ojos eran preciosos, azules como el mar, su cuerpo era pequeño pero redondito y de poca altura, ella siempre estaba contenta y cantaba mucho, me encantaba su acento andaluz, nos quería a rabiar al igual que nosotros a ella, pero de vez en cuando la sacábamos de sus casillas y entonces intentaba ponerse seria, cuando eso pasaba sacaba su genio a pasear, pero poca cosa, que paciencia tenía.

La Tata estuvo en casa muchísimos años, hasta que su cuerpo se lo permitió, los años pasan para todos y el día de su marcha lo recuerdo como un día triste, pasamos muchos buenos e inolvidables momentos con ella y, aunque después vinieron otras dos chicas super majas, Imelda y Luz, ninguna ha sido tan especial como ella.

Mientras estaba ella en casa estábamos más o menos controlados y si nos peleábamos ella ponía orden, pero a la que salía por la puerta la liábamos parda, sobre todo mi hermano y yo, recuerdo estar los dos tirando tomates y huevos por el balcón a la gente que pasaba.

—Dale a esta que pasa —le decía a mi hermano.

—Pero ¿qué hacéis? —chillaban desde la calle.

—Corre, escóndete.

—¿¡Queréis parar de tirar cosas!? Se lo diré a la mama cuando venga —nos chillaba mi hermana.

Otro de los días a mi hermano le dio por encender una hoguera en el balcón, siempre le ha encantado el fuego como buen nieto de bombero, y nos llamó mi madre por teléfono porque una vecina la había llamado a ella a la tienda, nos tenían controlados; teníamos a mi hermana loca.

Algo que nos encantaba a los tres era ver películas españolas de Marisol y Rocío Dúrcal, y las que también nos sabíamos de memoria eran Siete novias para siete hermanos, Grease, Pretty Woman, Top Gun… Los musicales siempre nos han gustado mucho, nos sabíamos todas las letras y los diálogos entre los personajes, la más top de todas era Marisol, no nos cansamos nunca de verla.

—¿Montamos una coreografía? —nos animaba mi hermana.

—¡Vale!

—¿Qué personaje queréis ser? —nos preguntaba, y nos inventábamos un baile de un sofá a otro.

Tengo muy buenos recuerdos con mis hermanos y es por ello que siempre he querido tener muchos hijos, para que pudieran disfrutar lo mismo que yo con ellos y vivir muchas experiencias, al final siempre nos tenemos que quedar con lo que hemos disfrutado y aprendido de todo ello, en mi familia habrá cosas que no estén del todo bien, pero tenemos una cosa muy clara, que estamos para apoyarnos los unos a los otros y eso es lo que me han demostrado tantas y tantas veces, quizás no somos una familia super apegada, de esas que se llaman todos los días y celebran mil comidas y cenas al año, pero somos de las que estamos cuando tenemos que estar y para mí es lo más importante, es la base de una familia.

Los horarios de la tienda eran una locura ya que abrían de lunes a sábado durante todo el día, de hecho, antes de que mis padres se casaran abrían hasta el domingo, pero mi madre le dijo a mi padre que se olvidara de los domingos, después también se empezó a cerrar el sábado por la tarde, por otro lado mi padre iba al Mercabarna por las noches, descargaba el género en la tienda y volvía a casa de madrugada, dormía un poco y se bajaba a la tienda, así que era un trabajo muy duro, luego con los años eso cambió, ya que cambiaron el horario del Mercabarna y lo pasaron a las mañanas y la vida le mejoró un poco, por lo menos para el tema de dormir, aunque seguíamos casi sin verlo, así que, como he dicho antes, hemos tenido falta de padre como muchas otras familias españolas de la época y eso, aunque parezca que no, se nota, quizás cuando somos pequeños no somos conscientes de ello, pero cuando vamos creciendo ya empieza a dejar huella.

Cuando ahora veo a los padres pasar tiempo con sus hijos, sobre todo a los que tengo cerca como mi hermano, mi cuñado, primos… me entra como una «ñoñería» de no haber podido disfrutar yo de esos momentos con él, tener esa complicidad y esa confianza de poder explicarle o preguntarle inquietudes como lo he hecho siempre con mi madre o algo tan simple como estar en el sofá viendo la tele recostada en su hombro o ir por la calle cogida de su mano y aunque hoy en día hablamos mucho más y no me da reparo explicarle y preguntarle sobre mis asuntos, esos años ya no volverán.

Hemos vivido momentos muy divertidos y muy chulos, pero como en todos los hogares del mundo, y quien diga que no miente, también ha habido momentos difíciles y no tan divertidos de los que se pueden aprender algunas cosas pero también se pueden destruir otras y como niña que era lo gestioné de la manera que pude y esa manera era, como ya os he comentado, pasando desapercibida, sonriendo y siendo cariñosa, siendo pequeños no sabemos nada sobre la gestión emocional, nadie te enseña a cómo hacerlo y realmente es más importante que saber los ríos, las tablas de multiplicar y otras cosas que enseñan en los colegios, y eso es lo que me pasó a mí, que tuve una muy mala gestión emocional y a lo largo de los años se me fue manifestando de diferentes maneras no siendo consciente de ello hasta que llegada la adolescencia salió en erupción, tal como sale la lava de un volcán.

Señales

Hubo bastantes señales de todo ello, una de ellas fue un sábado por la mañana mientras mis padres estaban en la tienda, estábamos mis hermanos y yo en casa como solíamos estar todos los sábados, pero ese día algo sucedió, hubo una discusión, no puedo recordar qué pasó, pero recuerdo que fui a la cocina y cogí un cuchillo, en esa época yo tendría entre once y doce años, no más, salí al balcón y empuñando el cuchillo contra mi vientre empecé a chillar entre lágrimas:

—¡Me quiero morir, nadie me quiere!

—Deja el cuchillo —me decía mi hermana.

—Si te acercas me lo clavo —la iba amenazando yo.

—¡Dame el cuchillo!

Supongo que mientras tanto fue mi hermano quien cogió el teléfono corriendo y llamó a mis padres a la tienda, sé que me pasaron el teléfono y recuerdo hablar con mi madre, pero no sé qué fue lo que me dijo, dejé el cuchillo y sinceramente no tengo ni idea de lo que pasó después, lo que tengo claro es que una niña que hace esto ya indica de que no está bien emocionalmente, algo está pasando ahí que necesita atención y creo que eso se nos pasó de largo a todos, a mí por no pedir ayuda y a mis padres por no haber visto que la necesitaba.

Muchas de las cosas que me han pasado de niña y adolescente no las recuerdo, como os he comentado en la introducción, es uno de los síntomas que puede dejar como huella la enfermedad que sufriría años después.

También sacaba esa ira cortando con las tijeras la ropa, sobre todo los pijamas, les solía hacer cortes o agujeros con las tijeras, también recuerdo cómo rayaba de manera agresiva el cristal de mi despertador y le cortaba la cabeza a las muñecas; el cortar las cabezas de las muñecas puede que lo veamos como muy normal en las niñas y niños, pero no es nada normal si te pones a pensar el significado de ello, en definitiva, cortaba y rayaba todo lo que pillara por mi habitación, soy consciente de todo ello ahora como adulta, pero no lo era en esos momentos, obvio que notaba que algo me pasaba pero no supe verbalizarlo, apenas lo hice la vez del balcón, que yo recuerde, al guardarlo todo en mi interior fui cargando la mochila hasta que llegó un día en el que la mochila se rompió.

Lo que más me sorprende a día de hoy es que en el colegio no se percataran de estas situaciones, ya que algunas de ellas venían provocadas por la frustración de no entender lo que me explicaban en clase, tenía graves problemas de comprensión y de escritura tanto numérica como de letras y supongo que todo ello me llevaba a un estado de ansiedad, rabia, enfado y tristeza tremenda, así que fui avanzando durante años pensando que no me enteraba de nada porque no era lista o, dicho de otra manera, porque era tonta y no servía para estudiar.

Mis padres tampoco se percataron, lo que hacían por su parte era ponerme profesores de refuerzo en mates y en inglés y, si en el colegio no les decían nada, supongo que no le dieron más importancia de la que tenía, de hecho, no sé ni si eran conscientes de todo esto que hacía encerrada en mi habitación, bueno, del tema de los cortes en la ropa sí porque son cosas que se ven, pero no pudieron ver más allá de eso y aquí ya no puedo opinar porque no es mi historia, sería la de mis padres y no tengo ni idea de cómo lo vivieron ellos, al igual que tampoco sé cómo lo vivieron mis hermanos.

Recuerdo alguna situación que otra que me causó mucho dolor y también mucha culpa, eso nos suele pasar cuando somos niños y no entendemos lo que sucede a nuestro alrededor, a veces es porque no nos lo explican y otras porque nos montamos nuestras propias películas. Pues bien, a mi madre siempre le ha encantado viajar, otra de las cosas que he sacado de ella, y cuando nosotros éramos pequeños hizo algún que otro viaje, recuerdo verla salir con la maleta y ponerme a llorar desconsoladamente porque no quería que se fuera, no entendía por qué se tenía que ir y nos tenía que dejar ahí solos —cuando, en realidad, no estábamos solos porque estaba mi padre—, pero, recordad, padre ausente por el trabajo, así que mi madre era mi punto de apoyo. Me solía preguntar: «¿He hecho algo malo? ¿Se va porque no me quiere? ¿Va a volver? ¿Se va para siempre?».

Son preguntas que, como niños y sin entender el contexto, nos podemos llegar a hacer.

Estoy segura de que todos los hijos se han sentido abandonados alguna vez por sus progenitores, hasta puede pasar cuando se dejan en la guardería o en el colegio, no hace falta que sea una situación dramática, sino de cómo la esté viviendo esa niña o niño.

Hoy en día no culpo ni a mis padres, ni al colegio, ni a nadie que formó parte de mi vida, por todo lo que me pasó llegada mi adolescencia, aunque debo reconocer que lo estuve haciendo durante muchos años, pero hace un tiempo aprendí y entendí que cada persona es consecuente de sus gestiones emocionales y dueño de sus elecciones y de su vida, el tema es que no nos enseñan a hacerlo y entonces vamos aprendiendo a base de hostias, a veces elegimos bien y otras nos metemos en un pozo sin salida.

Ir de compras ha sido y sigue siendo otro de mis puntos débiles, no me gusta nada estar en sitios donde hay acumulación de gente, para mí ir de compras es un martirio, recuerdo cuando teníamos que hacer cambio de armario y mi madre nos llevaba al Corte Inglés a comprar la ropa, a ella le encanta y se lo pasaba pipa, pero yo, en cuanto me metía en un probador y llevaba más de veinte minutos en la tienda, ya me tenía que ir, empezaba a sudar, me recorría una ansiedad brutal por todo el cuerpo hasta el punto de ponerme a llorar y temblar de los nervios.

—Ten, pruébate esto que es muy bonito.

—Ya no puedo más, mama, vámonos, me tengo que ir, me quiero ir, me estoy agobiando, ya me comprarás tú lo que quieras, ¡tengo que salir! —le rogaba yo desde dentro del probador.

—Vale, vale, cariño, vámonos, no pasa nada.

Sabía perfectamente que cuando me sucedía esto teníamos que irnos cagando leches y nunca en la vida me juzgó ni me criticó por ello, ni me chilló o me montó un espectáculo.

Hoy en día me sigue pasando exactamente lo mismo, no soporto los lugares a rebosar, si voy a comprar lo hago al mediodía cuando no hay gente y voy directa a lo que quiero, nunca me verás pasando un día de shopping o mirando tiendas o metida en un centro comercial, así que cuando alguien me regala ropa que ya no usa, la acepto encantada. A mi madre le he cogido un millón de veces ropa o zapatos de su armario.

Los lugares ruidosos también me han agobiado siempre, necesito estar en calma, me encanta la soledad, el silencio, algo que solía hacer era encerrarme en la habitación y/o taparme hasta arriba con la sábana, era algo que me reconfortaba, a veces me ponía música pop como Alejandro Sanz, New kids on the block, Madonna, Mecano y otros más para estar distraída, con muchas de las letras me sentía identificada y lloraba, he llorado mucho en soledad, cosa que no he hecho acompañada, que la gente me viera débil no entraba dentro de mis planes.

¿Por qué yo? ¡Porque sí!

De los tres hermanos que somos yo he sido la única que ha llegado a tal extremo de descontrol emocional que he acabado sufriendo varias enfermedades mentales y estas, a su vez, han alimentado mi sentimiento de culpa durante muchos años, haciéndome sentir aún más mierda y más culpable frente a mi familia, ¡qué mala es la culpa! Algo que aprendí, no hace demasiado tiempo, es que en todos los actos siempre hay detrás una intención positiva, ya puede ser proteger, cuidar o servir, y entendiendo esto se puede llegar a entender muchas de las cosas que nos suceden y, sobre todo, llegar a entender por qué las personas pueden llegar a actuar de una manera o de otra aunque a veces no lo compartamos y otras nos puedan hasta llegar a hacer mucho daño, por ejemplo, un maltratador psicológico o maltratador físico lo hace para cubrir la necesidad de control y superioridad y sentirse con poder, ¿está bien hecho? ¡Por supuesto que no! Pero ahí tenemos la intención, además, también tendríamos que ver el pasado de esta persona, algo muy importante para poder llegar a entender sus actos y cuando se llega a entender todo esto podemos llegar a perdonar. Entender y perdonar no quiere decir tener que aceptar lo que nos han hecho, ni mucho menos, el perdón no es para la otra persona, sino para una misma, cuando perdonas y te perdonas sientes una paz absoluta, entonces es cuando puedes seguir avanzando en la vida, mientras esté el perdón pendiente tendrás un peso encima que te va a salir de diferentes maneras y una de ellas puede ser en forma de enfermedad, pero esto daría para mucho y este libro no está enfocado a ello.

En mi caso, como en el del resto de la población, he hecho cosas bien y otras cosas no tan bien, actos que han provocado dolor y sufrimiento a las personas que más quiero y otros actos que han provocado alegrías, pero lógicamente en todas y cada una de ellas siempre ha habido detrás una intención positiva y la mayoría de las veces, en mi caso, han sido para protegerme aunque en ellas hubiera autodestrucción, en esos momentos me protegía de otras situaciones, como por ejemplo no sentir dolor emocional, frustración, miedo, tristeza, ira, rechazo y alguna que otra más.

Aparte de mis padres, ¡obvio!, a mi hermana Núria ha sido a una de esas personas a las que se lo he hecho pasar muy mal dejándola siempre por los suelos cuando hablaba de ella con mis amigas; nos hemos peleado e insultado mucho y hasta hemos llegado a las manos algunas veces, seguro que más de una persona está pensando «yo también me peleo con mis hermanos y también nos hemos pegado», pues bien, busca qué hay detrás de eso, porque no son situaciones normales, quizás haya celos, envidia, miedo, frustración…; eran muchas las mañanas que tan solo salir de la habitación nos saludábamos con un«Hola, gilipollas»,por decir algo fino, y por descontado nos hemos dejado de hablar muchas veces, aunque tenemos caracteres muy diferentes no deja de ser motivo para todas aquellas movidas y hace un año pude saber qué se escondía detrás de todo ello.

Una de las cosas que no soportaba de ella era que me mandara, aunque no lo hacía porque ella quisiera, sino porque mi madre le daba esa responsabilidad, como hermana mayor que era, así que cumplía órdenes, pero yo buscaba cualquier excusa para hacerla enfadar. Hoy en día no me gusta nada que me manden si lo hacen de manera autoritaria, el por favor, el gracias, el podrías o te importaría deben estar incluidos en la frase.

Por otro lado, he usado muchos vehículos para descargar eso que me pasaba por dentro y uno de ellos era la comida, para mí una gran vía de escape, la tenía muy a mano gracias a la tienda de mis padres y era muy fácil acceder a todo tipo de bollería, chocolates y marranadas varias, así que nunca me he privado de comer nada; por el contrario, en casa hemos tenido siempre una dieta muy equilibrada y sana, al mediodía comíamos en el colegio y por las noches cenábamos siempre verduras, carne, sopa o pescado, mi madre nunca ha sido de cocinar fritos ni platos pre cocinados, como verduleros que éramos y somos, la fruta, la verdura y las hortalizas siempre han abundado mucho en mi casa y lo siguen haciendo a día de hoy. Donde yo me explayaba era en los desayunos y las meriendas, ahí podía comer lo que me viniera en gana y me ponía fina filipina, me encantaban los filipinos, el bollicao, la pantera rosa, el tigretón, los donuts, los donetes y todas esas marranadas de las que nunca me cansaba de comer, así que en cuanto llegaba del colegio a la tienda, los días que no tenía extra escolares, pues al ataque, y cuando quería salado pues me hinchaba a comer patatas fritas, ganchitos, doritos, kikos y todos los derivados, así que, aunque en casa comiéramos sano, comer estas guarradas se acababa reflejando en mi físico, no super gordo pero sí que con algunos que otros kilos de más, nunca me ha gustado lo que he visto reflejado en el espejo y cuando miro algunas fotos mías veo una mirada triste, aunque en mi boca se dibuje una sonrisa, ya dicen que los ojos son el espejo del alma y así mismo lo creo.

Son muchas las veces que me he preguntado:

—¿Por qué yo?

—Pues… ¡porque sí!

No hay más, no se pueden buscar culpables, ha sido así y no hay más vuelta de hoja, solo queda aprender de todo ello y disfrutar del camino tan hermoso que estoy recorriendo desde hace unos años, porque nada es eterno, ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la alegría, todo va y viene y debemos saber transitarlo, en el momento en el que te quedas ahí estancado, caes en el pozo, y, como os dije, yo caí durante muchos años, pero aquí estoy, como tal guerrera defendiendo el reino de la reina que llevo dentro.

Ahora que ya sabéis de dónde vengo y os he presentado a mi familia, es momento de empezar con mis historias, mis idas y venidas, mis aventuras y todo lo que me ha llevado a estar donde estoy y ser quien soy, así que a lo largo de este libro os voy a explicar muchos recuerdos, historias y anécdotas que me han pasado para que me vayáis conociendo y sepáis un poco cuál ha sido mi trayectoria en la vida y sepáis cuál es el propósito que hay detrás de este libro, ¡así que empecemos!

Navidad dulce Navidad

Las fechas de navidad, junto a las del verano, eran las mejores de todo el año, nos bajábamos a pasar el día al centro de Barcelona. Soy hija de Horta, un barrio en la parte alta de Barcelona, no zona alta, aunque cuando mis padres eran pequeños sí que era zona alta, ya que la gente adinerada del centro de Barcelona subía a Horta a veranear y aún hoy en día quedan casas y mansiones preciosas por la zona de Campoamor. Como os decía íbamos a pasar el día al centro con mi madre, mis hermanos, mi prima Neus y mis tíos, siempre solíamos hacer la misma ruta y la parada de rigor era en el Corte Ingléspara ver la parafernalia navideña que habían montado, luego íbamos paseando por el Portal del Ángelhasta llegar a la catedral para dar una vuelta por la «Fira de santa Llúcia»,la feria navideña donde más caganers —para quien no lo sepa, es la figura de un señor haciendo caca que se pone en los pesebres catalanes— puedes encontrar y que tanto nos gustaba, recuerdo como si fuera hoy la cuerda que llevaba mi madre y de la que los cuatro nos cogíamos para no perdernos y nunca lo hicimos.

Las navidades en mi casa siempre se han vivido muy intensamente, eran días de familia, nervios, comilonas y reencuentros. Uno de los días más guais era el día 1 de enero, nos juntábamos toda la familia de mi abuela materna en una masía, éramos ciento y la madre entre primas, primos, tías, tíos, parejas, hijos bla, bla, bla… nos ponían una mesa tan larga que ocupaba todo el salón. Cuando venía una pareja nueva —masculina—, mi madre se encargaba de hacerle pasar vergüenza, se ponía a su lado y le tocaba las piernas mientras le soltaba:

—¡Hostia, qué dura tienes la pierna!

—Sí, gracias —contestaban todos colorados bajo la mirada de toda la mesa, era un momento que todos esperábamos.

—Estás muy bueno ¡ehhh! Si mi prima no te cuida, ya sabes… —Había alguna vez que de colorados nada, ya venían avisados desde casa y le seguían el juego.

Cuando mi abuela falleció, se acabaron esas comidas, por desgracia la familia se distanció y cada cual empezó a celebrar el día 1 por su lado, a mí personalmente me dio mucha pena, se rompió un lazo de unión, pero son cosas que pasan, no entraremos en detalles, así que desde entonces lo hacíamos en casa de mis padres y venían mis tíos, con los años ya también empezaban a venir algunos amigos y hoy en día lo hacemos solo los de casa, la pandemia ha hecho también de las suyas…

Por otro lado la noche más destacada y más molona de todas las navidades era y es el día 24 de diciembre, mientras en casa estaban con los preparativos del caga tió —típica fiesta catalana donde los niños le dan golpes a un tronco mientras cantan una canción y el tronco tió caga regalos—, parece una locura pero para los niños es flipante, pues ese mismo día, el 24 por la tarde nos íbamos al cine a ver una peli, esta tradición a día de hoy la sigo manteniendo con mis sobrinas, mi sobrino se ha hecho mayor y ya no viene con nosotras, desde hace tres años lo ha remplazado mi hijo.

Casi cada año tenemos alguna anécdota del momento cine, hemos salido demasiado tarde del cine y hemos tenido que ir cagando leches con el coche porque nos estaban todos esperando, he tenido que salir corriendo a media peli pensando que había aparcado mal y se me había llevado el coche la grúa, otro año mi sobrina, que es celiaca, comió alguna chuche con gluten y luego estaba que se desmayaba en el baño, la última fue el año pasado, que mi primo Gerard al inicio de la peli pensó que había perdido las llaves del coche y se lió una que no veas.

Siguiendo con la niñez, cuando salíamos del cine nos íbamos para casa de mis padres: mis hermanos, mi prima Neus, mis tíos y yo, entonces es cuando empezaba el espectáculo, poco a poco iban llegando las otras familias y cada vez subía más el estado de nervios y emoción, eso parecía un gallinero, cuando ya estábamos todos entonces picábamos, primero lo hacíamos los niños, luego hacíamos un break y cenábamos, ya que con los nervios que teníamos los peques era imposible hacerlo al revés, aunque mientras picábamos eran habituales las visitas a la cocina para comer las croquetas de pollo que hacía Montse, cuando ya las iban a sacar para ponerlas en la mesa quedaban cuatro.

—¿Quién se ha comido las croquetas? —preguntaba mi madre.

Los niños y no tan niños nos hacíamos los despistados, cada año tenía que traer más, cuando ya cenábamos entonces picaban los padres, ellos lo hacían en parejas, así que la cosa iba más rapidita y luego ya a jugar.

Os explico en qué consistía el tinglado de hacer cagar al tió para que os podáis poner en situación. Mis padres viven en un cuarto, el último piso de la finca, el tió siempre lo dejábamos abajo en el parking y ahí es donde picábamos, uno a uno, de pequeño a mayor, mientras le cantábamos la canción para esta ocasión, hay otras versiones, pero en mi casa siempre hemos cantado esta:

«¡¡Caga, tió, caga turró d’avellanes i pinyons i si no vols cagar… cop de bastó!!»

La solíamos cantar unas cuatro veces seguidas, cuando llegaba la cuarta salíamos corriendo escaleras para arriba y entrábamos por el pasillo de casa como balas hasta el comedor para ver qué nos había cagado el tió, repetíamos este procedimiento de uno en uno hasta que ya picaba el niño más mayor de todos y cuando este acababa de abrir sus regalos, nos poníamos a cenar. Era una locura, los vecinos para aquel entonces tenían mucha paciencia, ja, ja, ja.

Siempre he sido una niña muy Sherlock Holmes y así es como me enteré de que el tió, los Reyes y el Papá Noel no existían, no sé el motivo por el cual me dio por inspeccionar la casa, la verdad es que no lo recuerdo, pero supongo que ya tendría la mosca detrás de la oreja, así que como una buena detective me puse a mirar por los armarios de casa de mis padres hasta que un día di con los regalos y rompí esa magia que tiene la navidad, a veces es mejor hacerse la sueca… abrí la puerta del armario de la habitación de mis padres y ¡¡tachán!! Ahí estaban todos envueltos con sus nombres escritos, cogí los míos y los fui abriendo poco a poco para no romper el papel y poder ver si me habían comprado lo que yo había pedido y después los volvía a envolver tan bien que nadie se daba cuenta y así estuve unos años, imaginaos la cara que se me quedaba cuando veía algo que no me gustaba, estaba de mala leche hasta el día del tió, hasta que un año me pillaron y a partir de entonces lo empezaron a guardar en el trastero y en casa de mi abuela, si no recuerdo mal.

Mi madre compraba los regalos casi cuando acababa el verano, ya que en navidades la tienda era una locura, había muchísimo trabajo, muchas horas y hasta abrían en las fechas señaladas, bueno, mi padre era el que se quedaba hasta más tarde, sobre todo el día de fin de año, habíamos llegado a estar hasta las nueve de la noche y aún venía gente corriendo a comprar las uvas, cuando ya no quedaban compraban mandarinas o hasta olivas. Mi madre era la encargada de hacer las cestas con turrones, cavas, vinos, embutidos, fruta y más manjares que las clientas le encargaban para regalar a amigos, familiares o a los médicos, así que, como buena previsora que era, los regalos ya los tenía listos unos meses antes de que llegara el tió, eso significa que podía tirarme dos meses de morros porque el regalo no era lo que yo había pedido.

El camping

Desde que nací hasta el día de hoy se hace camping en mi casa, aunque yo estuve yendo con mis padres hasta los 15 años, después ya prefería quedarme en Barcelona con mi hermana para salir por la ciudad.

Mis hermanos y yo estábamos deseando que llegara junio para irnos de vacaciones, no volvíamos a Barcelona hasta septiembre, nos íbamos con mis padres al camping, o más bien con mi madre, porque mi padre se los pasaba subiendo y bajando de Barcelona ya que él se quedaba trabajando en la frutería, que, por cierto, se llamaba Can Pauletpor el apellido paterno de mi abuela.

Eran veranos de aventuras, de playa, de comer helados y chuches a tope, de ir a la disco del camping y de conocer a extranjeros y gente nueva, de ir en bicicleta, de llevar el bañador puesto todo el santo día, de tener libertad de movimiento y de muchas cosas más que en la ciudad es imposible encontrar; éramos catorce caravanas y siempre íbamos todos juntos, fueron los mejores y más importantes veranos de mi vida. Como os digo, el camping te da una libertad cuando eres niño imposible de encontrar en una gran ciudad y eso se agradece, además de que aprendes a ser más extrovertido, jugar a un montón de juegos al aire libre, andar por la montaña, nadar, vender pulseritas y pechinas en la puerta de los baños para sacarte un dinerito y también tener mucho sentido de la orientación, ya que en cada camping poníamos la caravana en lugares diferentes y teníamos que aprender la ubicación para no perdernos, recuerdo que cuando íbamos de colonias o de excursión con el cole, los profesores les decían a mis padres:

—Como se nota que hacéis camping, ¡¡eh!! Vuestros hijos tienen un sentido de la orientación espectacular.

En el camping hacíamos las pandillas por edades, en la mía íbamos Carol e Ylenia, que son hermanas, recuerdo que hacían gimnasia deportiva y siempre nos hacían exhibiciones en la playa, me encantaba verlas en acción, yo de pequeña siempre había hecho rítmica y ballet, pero lo suyo era totalmente diferente, Carol era castaña clara tirando a rubia y con ojos verde oliva, por el contrario la melena de Ylenia era morena y sus ojos marrones, luego estaba Patty, es la prima de Ylenia y Carol, era un torbellino, hacía honor a ese dicho de «pequeña pero matona», con unos preciosos ojos enormes y una melena también morena y ondulada, con ellas aún tengo contacto a día de hoy; también estaba Gloria, que era del mismo barrio que yo y nos conocíamos de toda la vida, íbamos al cole juntas y sus padres eran clientes de la frutería, Gloria era más mujerona y tenía un lunar peculiar en la mejilla. Montse también venía de familia frutera, era de tez blanca y con muchas pecas, su pelo me encantaba, era pelirrojo, largo y ondulado, siempre se estaba riendo. Y, por último, estaba Verónica, ella también hacía competiciones como Ylenia y Carol y también se sumaba a las exhibiciones en la playa con su melena oscura y lisa y su cuerpo perfecto como el de todas las demás, durante el verano, a veces se unían otras chicas y chicos que íbamos conociendo en el camping, pero principalmente las que siempre íbamos juntas éramos nosotras.

Nos pasábamos todo el día en la playa, nos poníamos el bañador por la mañana y ya no nos lo quitábamos hasta la tarde/noche que nos íbamos a la ducha. Después de comer siempre íbamos a fregar los platos.

—Venga, chicas, que os damos cien pesetas si nos fregáis los platos —nos decían los padres.

Después nos íbamos a comprar un helado y a rezar para que en el palo del helado saliera premio y nos dieran otro gratis, nos poníamos de helados hasta las pestañas, mis preferidos, sin lugar a dudas, eran el Tiburón y el Drácula, después nos íbamos otra vez a la playa, así estábamos de negras, o a veces preferíamos quedarnos en la caravana de alguien a comer pipas y charlar o a la sala de juegos, estábamos ahí hasta la tarde que ya nos arreglábamos para irnos por la tarde un rato al pueblo o por la noche a la disco del camping.

El momento ducha era un ritual, nos podíamos pasar horas y horas ahí en el lavabo, nos duchábamos con la calma, luego tocaba secarse el pelo y ya cuando fuimos más mayores arreglarnos para ir a la discoteca del camping o a dar una vuelta al pueblo, eso nos encantaba. Eran muchas las veces que hasta nos venían a buscar al baño porque había llegado la hora de cenar.

—Pero ¿qué hacéis en la ducha todavía?, ¡lleváis dos horas! —nos decían.

Ir al pueblo representaba movernos en bici o hacer dedo, el camino que nos llevaba al pueblo estaba lleno de campings, así que siempre se solía parar algún coche que otro y nos acercaban, ahora hacer dedo es como meterte en la boca del lobo, no lo haría ni de coña.

Cuando llegábamos al pueblo, Malgrat de mar, había una parada obligatoria, la tienda de chuches, tenía un balancín en medio, ya os podéis imaginar a cinco niñas comprando y mientras tanto otras subidas al balancín, nos lo pasábamos genial, salíamos con las bolsas repletas; también nos poníamos finas a comer helados, recuerdo con especial cariño que a Ylenia le encantaban los helados de chocolate, cuando los comía lo hacía con tantas ganas que se ponía la cara perdida, no podía ocultar que había comido helado.

El primer gato llegó a la familia una tarde de verano, me lo regalaron para mi cumple el grupo de amigas del camping, fuimos al pueblo, al mismo que el de las chuches, entramos en una tienda a comprar algo de comida.

—¡Oh! Qué gatitos más bonitos —le dijimos al señor de la caja.

—Sí, su madre acaba de dar a luz hace un par de días, ¿queréis alguno? ¡Os lo regalo!

—Ojalá, pero mis padres me matan —dije yo.

—Bueno, ¿y si te lo regalamos para tu cumpleaños? —me dijeron ellas.

—Ostras, pues no sé… A ver qué me dicen.

—Nos llevamos uno, ¿cuál te gusta más?

—¡Este! ¿Es macho o hembra?

—Pues no tengo ni idea —contestó el señor.

Nos puso el gato en una caja y nos fuimos. Ese día venía a recogernos al pueblo mi padre, cuando entramos en el coche, yo me senté delante y las demás detrás con la caja, yo me hice la loca y a medio camino empezó a maullar ja, ja, ja, a mi padre se le quedó la cara blanca.

—¿Lleváis un gato en la caja? —preguntó a media voz.

—¡Sí! Es el regalo de cumpleaños para Jorgina —contestaron al unísono.

—Ya verás cuando lo vea la mama.

Cuando llegamos al camping la primera reacción de mi madre fue la negación de quedarnos con el gato, vamos que se cagó en todo lo que se menea, pero en cuanto saqué al gato de la caja y lo vio ya no pudo decir que no, así que ese fue mi primer gato y el primer gato que pisó nuestro hogar, era blanco con manchas anaranjadas y tenía muy malas pulgas, menos conmigo, le puse el nombre de Boleta,significa «bolita» en catalán, ya que era tan pequeño que se hacía una bola entre mis manos.

Siempre me he sentido muy identificada con los gatos, van a su rollo, pero buscan el calor cuando les apetece y realmente así soy yo, me gusta ir a lo mío, que no me controlen, sin agobios, a mi rollo y si me apetece ya buscaré ese contacto y ese calor.

En el camping, fue también donde pisé mi primera discoteca, tenía 13 años, fui con unos padres del grupo, Ana y Josan. Recuerdo ponerme papel del wc en las tetas para hacer bulto, como ya os había dicho siempre he sido muy plana de pecho, cosa que me tenía un poco acomplejada, pero que con los años lo agradecí ya que podía llevar escotes sin miedo a que se me saliera el pezón y aparte gastaba menos en lencería.

Para ese gran día elegí un peto tejano que me encantaba, en aquel entonces se llevaban mucho los petos, me maquillé con un poco de rímel, colorete y lápiz de ojos y lista, a mis trece años ya tenía el cuerpo de mujer, era muy alta para mi edad y corpulenta, así que aparentaba unos cuantos más, el viaje en coche hasta la discoteca era de puro nervio, Ana y Josan me iban dando indicaciones.

—Cuando lleguemos tú no los mires a la cara, entra directa —me decían.

—Vale, yo entro delante vuestro por si las moscas.

En cuanto llegamos así lo hice y ale hop, ya había traspasado la puerta, ¡¡lo estaba flipando!!

La discoteca se llamaba Louie Vega, abrió las puertas en el 88 y yo fui en el 89/90, así que imaginaos. Era super chula, tenía una avioneta en la entrada, pero no de mentira, sino de verdad… y una piscina descubierta, te podías bañar y todo, eran tres pistas con diferentes ambientes, vamos, una pasada de discoteca.