Pragmatismo y educación - Sara Barrena - E-Book

Pragmatismo y educación E-Book

Sara Barrena

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El pragmatismo norteamericano, que nos lleva a entender al ser humano en relación con sus acciones, puede verse como una teoría del aprendizaje que tiene mucho que aportar en una sociedad tan compleja como la actual, en la que resulta más necesario que nunca un pensamiento flexible, imaginativo y eficaz que sepa manejar la información y las nuevas tecnologías. La creatividad aparece en el pensamiento de los pragmatistas, particularmente en Charles S. Peirce y John Dewey, como el eje en torno al que gira un nuevo concepto de educación. Esa creatividad no está reñida con la profundidad de los contenidos, con la disciplina o con el rigor, sino que tiene que ver con aprender de la experiencia y con razonar más eficazmente. La acción y sus posibles consecuencias, el razonamiento mediante hipótesis -que combina rigor e imaginación-, la valoración positiva del error, el fomento del autocontrol, el desarrollo de hábitos de crecimiento y la búsqueda de un espíritu científico que promueva en los alumnos la investigación y la comunidad constituyen las claves que nos ofrece el pragmatismo para mejorar la educación. Con esas herramientas es posible convertir todas las materias, incluso aquellas aparentemente poco imaginativas como el deporte o las matemáticas, en algo creativo, orientado hacia el crecimiento integral de las personas.

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Sara Barrena

Pragmatismo y educación

Charles S. Peirce y John Dewey en las aulas

Machado Nuevo Aprendizaje

Volumen 7 de la colección Machado Nuevo Aprendizaje

Dirección de la colección: Cintia Rodríguez

©Sara Barrena, 2015

©De la presente edición:

MACHADOGRUPO DEDISTRIBUCIÓN, S.L.

C/ Labradores, 5. Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (Madrid)

[email protected]

www.machadolibros.com

ISBN: 978-84-9114-153-2

Por mi parte prefiero decirles a quienes entren por estas páginas lo que Anton Webern le decía a un discípulo: «Cuando tenga que dar una conferencia no diga nada teórico, sino más bien que ama la música».

(Julio Cortázar, prólogo a FelisbertoHernández,Las hortensias y otros relatos,El cuenco de plata, 2010, p. 9)

Índice

Introducción

I.    El verdadero pragmatismo

1.1. Origen

1.2. Más allá de las confusiones

1.3. Los pragmatistas clásicos

1.4. El pragmatismo en nuestros días

1.5. Una filosofía de la imaginación y del crecimiento

1.6. ¿Qué puede aportar el pragmatismo a la educación?

II.  Vivir y educar: tareas creativas

2.1. La lucha contra el conformismo

2.2. Subjetividad: somos hacia fuera

2.3. Llevar las riendas de la propia vida: una cuestión de principios

2.4. El fin de la educación: alumnos y profesores

2.5. Enseñar a pensar

2.6. Libertad y autonomía

III. Cómo enseñar creativamente

3.1. No enseñar creatividad, sino enseñar creativamente

3.2. Capacidades, actitudes y entorno

3.3. Atención, interés y esfuerzo

3.4. Qué enseñar

3.5. Las herramientas pragmatistas:

3.5.1. La acción: el hacer también cuenta

3.5.2. La abducción

3.5.3. El error

3.5.4. Los hábitos: la clave para el crecimiento

IV. Un modelo de educación pragmatista

4.1. La investigación científica: partiendo de la experiencia

4.2. El lenguaje y los signos: en busca del significado

4.3. El arte y la estética: en busca del fin

4.4. El juego y el deporte: usar el cuerpo

4.5. Las matemáticas: cuestión de imaginación

4.6. El saber humanístico: en busca del sentido

4.7. La educación ética y el ágape: seres humanos, más allá de la tolerancia

V.   Conclusión: cinco reglas de oro

5.1. Fomenta el autocontrol

5.2. Combate los dualismos: busca la conexión (continuidad, contexto, unidad, comunicación)

5.3. Expande el espíritu científico

5.4. Cuida la imaginación: se necesitan «abductores»

5.5. Trabaja en comunidad: más allá del equipo

Bibliografía

Anexo: Experiencias pragmatistas en las aulas

Introducción

La educación es la clave para hacer mejores personas, para transformar la familia y la sociedad y, en definitiva, para cambiar el mundo. Modificando a los seres humanos, las ideas modificarán el curso de las cosas. Aunque la importancia de una buena educación es casi universalmente reconocida, esta cuestión está sometida a un lamentable olvido en la práctica. La enseñanza malvive muchas veces entre la falta de medios y una deplorable carencia de ideas, se funcionariza en el peor sentido de la palabra, se convierte en rutina y devora a aquellas mentes valiosas que quieren enfrentarse al sistema. Reforma tras reforma, se sigue poniendo el acento en el lugar equivocado: no se trata solo de los medios técnicos o de los conocimientos –a veces lamentablemente de los desconocimientos– que miden las estadísticas y los rankings, sino principalmente de personas: personas que crecen y ayudan a crecer a otras, personas que son un manojo de hábitos, sensaciones e ideas, personas que, como sostiene la corriente filosófica del pragmatismo, tienen en sí una infinidad de posibilidades. Todo está en nuestra mano. Como padres o como maestros podemos sacar lo mejor de otras personas, pero ¿cómo saber qué posibilidades de entre esa infinidad es mejor realizar, y cómo hacer para desarrollarlas?

El pragmatismo, pensamiento surgido en la América del sigloXIX, es todavía bastante desconocido en los países de hablahispana. No se trata, como algunos interpretarían por su nombre, de agarrarse a lo práctico o a lo útil, sino más bien de comprender al ser humano en relación con sus acciones, con lo que puede crecer, con lo que puede crear. Como escribió Boutroux comentando a William James –uno de los primeros y más famosos pragmatistas–, todo sistema de filosofía conduce implícita o explícitamente a una doctrina de la educación1, y el pragmatismo, puede añadirseahora, lleva en sus entrañas una concepción revolucionaria de la cuestión educativa.

El pragmatismo es fundamentalmente una teoría del aprendizaje, ya que tiene que ver precisamente con aprender de la experiencia, transformándola hasta convertir la duda en creencia en un proceso que puede ser evaluado a partir de lo práctico2, tiene quever con razonar más efectivamente en la ciencia, pero también en cualquier ámbito de la vida. En ese sentido un buen educador debe ser un buen pragmatista. Hacer explícita esa concepción del pragmatismo como teoría del aprendizaje, hasta ahora poco explorada, constituye el objetivo de este libro. El ser humano pragmatista, tal y como lo conciben Charles S. Peirce, William James o John Dewey, puede y debe crecer, superar las dudas y agarrarse a creencias verdaderas; debe partir de lo cotidiano, de la experiencia, y aprender a orientarse paso a paso; debe desempeñar un papel en la historia. El ser humano pragmatista tiene en sí las semillas de la verdad y de la belleza, y la educación debe reconocerlo así y ayudarlas a crecer.

Este libro aspira a proporcionar, a partir del pragmatismo, en particular a partir de las ideas de dos de sus principales representantes, Charles S. Peirce y John Dewey, una serie de herramientas teóricas y prácticas para explorar e implantar un nuevo concepto de educación. Dewey es muy reconocido en el ámbito pedagógico, y en mi opinión sus análisis de la educación decimonónica siguen siendo actuales y tienen todavía mucho que decir en pleno sigloXXI. Por su parte, apenas se ha prestado atención a lo que Peirce puede aportara la cuestión de la formación. Es en cierto modo una tarea que estaba pendiente, aunque quizá el propio Dewey dijo muchas de las cosas que Peirce hubiera dicho si hubiese continuado por la línea de la educación. Como ha escrito Nathan Houser3, el pensamiento dePeirce debería tener un impacto más positivo en las prácticas educativas, y algunos estudiosos están explorando actualmente teorías pedagógicas basadas en las ideas de Peirce. Por ejemplo, James Lizska ha tratado de desarrollar una pedagogía peirceana basada en una parte de la semiótica (la retórica), según la cual el aprendizaje tiene lugar dentro de un proceso de investigación y envuelve una comunidad y métodos científicos4. Peirce nos ofrece importantes pistaspara la educación enmarcadas en el contexto de una teoría global sobre el yo y el conocimiento.

Este libro emprende por tanto la tarea de desarrollar una teoría pragmatista de la educación. No se trata de una mera exposición filosófica, ni tampoco de un método pedagógico que de nada serviría, pues, como dice Peirce refiriéndose a los profesores americanos, los métodos pedagógicos que los distinguen no son nada comparados con esa fiebre por aprender que debe consumir el alma de un hombre que va a infectar a otros con la misma enfermedad (CP5.583, 1898). Este libro pretende ser más bien un estudio interdisciplinar y «científico», como debería ser toda investigación según el pragmatismo, esto es, un estudio que parte de la experiencia y genera hipótesis que recibirán en la práctica su confirmación última. Con ese espíritu, trataré de desarrollar ahora las consecuencias prácticas para la educación de la concepción pragmatista del ser humano, concepción que ya he explorado anteriormente de forma teórica5.

La filosofía, como decía Dewey, no debe tratar de los problemas de los filósofos sino de los problemas de los hombres (MW10, 1916-7, 46), y más allá de ser un movimiento histórico concreto el pragmatismo proclama verdades universales que pueden ser de ayuda en cualquier época y circunstancia. ¿Qué puede aportarnos entonces el pensamiento pragmatista? El ser humano concebido desde el pragmatismo es esencialmente creativo y está sujeto a una capacidad ilimitada de crecimiento. Como afirmaba John Dewey, cuanto más aprende un organismo tanto más tiene que aprender si quiere seguir adelante (LW1, 1925, 214-15) o, en palabras de Peirce, sin una cierta plasticidad y espontaneidad la vida intelectual estaría muerta. Y no solo la vida intelectual está sujeta a esa necesidad de crecimiento, sino también la misma sociedad humana. La transmisión constante que ocurre en la educación permite que la sociedad continúe y crezca más allá de la muerte de los individuos.

La educación es por tanto el medio para la continuidad de la vida y de la sociedad. Las consecuencias de esta idea aparentemente sencilla son muy importantes para la formación de las personas. La educación en las escuelas o en las organizaciones no debe buscar el adoctrinamiento, el adiestramiento de las facultades o la mera preparación para el futuro; no debe buscar solo la mera prosperidad económica, ni producir hombres y mujeres que actúen como máquinas utilitarias, sino que debe buscar el crecimiento ilimitado de las personas orientado a un fin, que debe hacerse atractivo. Debe buscar la formación de seres humanos cabales, con capacidad de pensar por sí mismos, con mirada crítica y con capacidad de comprender los logros y los sufrimientos ajenos. En contra de la visión más tradicional, el conocimiento que ha de buscarse es más que información: debe estar enraizado en la vida y debe ir acompañado de hábitos que conduzcan a una acción inteligente. El docente o el formador no debe preocuparse de la mera racionalidad, sino del crecer, del aprender, y para conseguir ese crecimiento será preciso considerar a las personas como una unidad, atendiendo a la continuidad que propugna el pragmatismo, continuidad del yo y el mundo, de la razón y los sentimientos, del aprendizaje y la acción.

Se trata pues de promover en la educación una concepción integral del ser humano, y de buscar su crecimiento frente a tantas reformas educativas que no han conseguido solucionar el problema del fracaso escolar ni sacar alumnos mejor preparados. Cuando lascosas van mal se tiende a reforzar las asignaturas básicas, a cuestionar las materias y las horas lectivas, llegándose pocas veces a cuestionar la manera de enseñar. No se trata de quitar y poner asignaturas sin tener en cuenta lo esencial, ni de leyes y regulaciones que muchas veces tratan a los alumnos como autómatas privados de voluntad propia, de capacidad de decisión y orientación a un fin. No se trata de valorar solo la técnica y la tecnología –que por sí mismas no pueden generar una mejora de las personas en cuanto tales–, sino el saber en el sentido más amplio de la palabra. Un artículo delNew York Timesponía de manifiesto el 4 de septiembre del 2011 cómo a pesar de la fuerte inversión en tecnología en algunos distritos de Estados Unidos las pruebas de nivel en lectura, matemáticas y otras disciplinas no habían mejorado6.

Por otra parte, la educación no puede consistir en controlar a los niños, en calificarles, en fijarse en sus errores. Una madre escribía sobre su hijo en 5º de Primaria:

Yo digo que están desactivando bombas… si se equivocan en un número al hacer una cuenta les ponen mal, si se equivocan al copiar números les ponen mal… Se sabía invertebrados y vertebrados al dedillo, pero «no puedo contestar todo, mami». Se sabía sujeto y predicado y casi siempre acierta con verbo y núcleo del sujeto, pero llega al examen y si a mí me acertó más de veinte frases allí casi ninguna, y además me dice que no recordaba nada. Y si pone exclamación en vez de exclamativa se la tachan. Se aprendió un poema en un día malísimo que tuvimos, se lo aprendió con su alegría de siempre, sin la derrota que su madre, cuarenta años más vieja, demostraba. ¿Qué es soneto, mami?... pues el maestro le dijo eso es de 2º de primaria… Es la desactivación de bombas: un error y bammm, todo el examen salta por los aires… Cuánto se exige a los niños y qué poco a los mayores.

Frente a todo eso, necesitamos buenos hábitos, valores, capacidad de comprensión y pensamiento crítico. Necesitamos que se considere el oficio de maestro como una profesión prestigiosa y bien remunerada: hacen falta profesores buenos, los mejores, que empiecenpor suscitar el deseo de aprender, que reciban formación, que sean sometidos a evaluación, como cualquier otro trabajador, y que, más allá de la burocracia, puedan conservar su independencia en la clase. Necesitamos colegios con autonomía y planes de estudio interesantes. Necesitamos el fomento de la lectura y el dominio de la lengua. Necesitamos que se considere la implicación de los padres y la importancia de la familia en la tarea educativa, que se estimulen de forma temprana las habilidades sociales, la formación del carácter y la creatividad. Necesitamos fijarnos más en la motivación y el interés y menos en las calificaciones. Necesitamos la capacidad de comprender e integrar lo que se estudia, superando una lamentable y estéril fragmentación. Necesitamos la unidad y la vuelta a la experiencia. Escribía la misma madre de primaria, rebelándose contra un sistema educativo que relega a las personas y su experiencia vital:

Con tantas tareas no me da tiempo de lo principal. A veces me dan ganas de decir: déjennos un poquito, déjennos, solo queremos leer cuentos, solo queremos ver plantas, pasear, ver películas, títeres, déjennos un poquito que tenemos que integrar ciudades, historias, épocas… y no nos da tiempo. Espero que mi hijo siga, siga y siga. Se merece un 10, se merece muchas alabanzas, también a veces trabajar más, pero luego lo piensas y te dices, ¿más?

Hacen falta metodologíasque hagan felices a los alumnos, que les ayuden a crecer y a crear, que influyan decisivamente en la vida de las personas.

Las ideas que aquí se darán y las herramientas que se ofrecen tendrán el suficiente nivel de generalidad para ser adecuadas a cualquier tarea formativa, sea la docencia en un colegio o en una universidad, o sean los cursos de formación en una empresa u organización. Se tratará de comprender y explicar los fundamentos, de ir a la raíz, de modo que lo que se diga pueda aplicarse después a muchos ámbitos. Por otro lado, procuraré no perder de vista el carácter práctico y real de la educación y por ello se usarán ejemplos y se ofrecerán en el anexo final varios casos reales. Sin embargo, queda como tarea para el lector ajustar lo que aquí se dice a sus particulares circunstancias, a sus aulas, a sus alumnos de una u otra edad. Esto debe ser forzosamente así, pues casi nunca en la vida sirven las recetas hechas, y menos todavía en la educación.

Este no es un libro de soluciones a medida, sino que más bien busca el cambio más importante de todos: tiene la finalidad de convencer al lector de la importancia de esta cuestión, de hacerle ver que es necesario reflexionar sobre la educación, de hacerle comprender que educar no es solo transmitir conocimientos e información, sino que, conforme a lo que nos dice el pragmatismo, las personas forman parte de un universo más amplio y es necesario construir nuevas maneras de crecer, de relacionarnos con los demás y con el mundo que nos rodea, de comprendernos mejor como seres humanos, como una unidad de ideas, emociones, sentimientos, hábitos y finalidades, de muchas esferas que han de estar incluidas en la educación. El libro busca persuadir al lector de que hay que aprender a pensar primero para enseñar después a otros, de que el educador ha de ser tanto maestro como aprendiz, de que la educación debe estar conectada con la vida y de que es la consciencia de la propia ignorancia la que espolea el deseo de aprender y de crecer. Como dice Peirce: «Para que el corazón entero de un hombre se centre en el enseñar debe estar completamente imbuido de la importancia vital de aquello que tiene que enseñar; mientras que para que pueda tener algún grado de éxito en el aprendizaje debe estar penetrado por un sentido de insatisfacción ante su condición actual de conocimiento» (CP5.583, 1898).

Este libro pretende convencer al lector de que el pensamiento creativo y riguroso –que como se verá y en contra de lo que pueda parecer no son términos antagónicos– puede mejorar la vida y la educación de las personas, y la salud de las organizaciones. El pragmatismo nos ayuda a comprender que no hay un abismo que separe lo creativo y lo racional, y que en esa unión radica el crecimiento buscado. Si eso se comprende, tendremos en la mano lo fundamental para que nuestra docencia sea más eficaz y mejore la educación.

En el primer capítulo del libro se expondrán las líneas básicas del pragmatismo, la corriente filosófica que, lejos de interpretaciones erróneas que lo unen a la utilidad o a una exaltación de la acción por la acción misma, nos habla de crecimiento y de fines, y que está indisolublemente unida a una concepción del ser humano como creativo, con la imaginación en el centro de su vida racional y afectiva. Aunque el pragmatismo nació estrictamente como unmétodo lógico, sus aplicaciones morales pueden ser «positivas y poderosas», tal y como afirmaba Peirce, quien es considerado fundador del pragmatismo. El pragmatismo puede ayudarnos a comprender mejor cómo somos, y por tanto a hacer mejores elecciones y a pensar de forma más efectiva en todos los órdenes de nuestra vida. En el primer capítulo se expondrán por tanto las ideas básicas sobre el pragmatismo que se desarrollarán después a lo largo del libro aplicándolas a la educación.

En el segundo capítulo se tratará sobre los fundamentos de una educación creativa, tratando de comprender qué es la creatividad y por qué es un valor importante –fundamental– a tener en cuenta a la hora de enfrentarnos a la educación. Con Peirce y con Dewey sostendremos que la vida y la educación es crecimiento, nos plantearemos el fin al que se dirige ese crecimiento y sostendremos la importancia de que las personas sean capaces de reflexionar sobre su propia vida y sobre sus acciones, que sean capaces de autocontrol o, como podríamos decir de una forma más coloquial, de llevar las riendas de su existencia. El autocontrol se convertirá en uno de los puntos centrales de la visión pragmatista del ser humano y de la educación.

En el tercer capítulo me centraré en cómo debería ser una educación acorde con los seres humanos sujetos a autocontrol, una educación de personas creativas que ayudan a crecer a otras. Así, me enfrentaré a la pregunta de cómo enseñar creativamente, que no es lo mismo que enseñar la creatividad o técnicas para ser más creativo. Me centraré en el docente y en su interacción con el alumno, en las actitudes, capacidades y el entorno que se debe fomentar. En esa interacción debe haber aprendizaje por los dos lados.

Enseñar creativamente, por otra parte, no significa perder de vista el contenido, y por eso se examinará la cuestión del currículo, enfrentándonos a la pregunta de qué enseñar y a la de cómo suscitar el interés y el esfuerzo del alumno. Me detendré también en las herramientas que el pragmatismo nos proporciona para esa enseñanza creativa: la acción, que debe jugar un papel importante en las aulas; la abducción, con el error en su mismo centro, lo que conlleva perder el miedo a equivocarse y aprender de los propios errores; la revisión de las propias creencias; el pensamiento hipotético, analítico y sintético. Todo ello nos llevará al control sobre nuestramanera de pensar y de comportarnos, y a los hábitos derivados de ese control, que nos otorgarán la flexibilidad necesaria para crecer.

En el cuarto capítulo, teniendo en cuenta todo lo dicho hasta entonces, se expondrá el modelo de educación pragmatista que quiero proponer. Me detendré en todas las áreas que a mi juicio debería abarcar ese modelo educativo: ciencias, lenguaje, arte y estética, matemáticas, educación física y ética, teniendo en cuenta que lo que pretendo al detenerme en esas áreas no es elaborar un currículo rígido que deba aplicarse siempre, sino más bien señalar una serie de características derivadas de cada uno de esos ámbitos que deberían estar siempre presentes en cualquier modelo formativo, sea en la empresa o en la escuela. Las distintas dimensiones se dan siempre entremezcladas, lo que hace que, como dice Cuffaro7,sea a la vez más fácil y más difícil enseñar. Así, cualquier tipo de enseñanza y aprendizaje, en cualquier lugar y de cualquier materia, debería hacerse con espíritu científico, con significado, teniendo en cuenta que somos una unidad de cuerpo y espíritu, con imaginación, en busca de un fin y con tolerancia, o como se verá, incluso con un paso más allá de la tolerancia, con «amor» o ágape.

A modo de conclusión, el quinto capítulo nos dará cinco reglas de oro que de algún modo resumen todo lo anterior y suponen líneas concretas en las que puede centrarse todo docente para imprimir un carácter pragmatista a su enseñanza: fomentar el autocontrol, cuidar la imaginación, expandir el espíritu científico, combatir los dualismos y trabajar en comunidad.

El anexo final pretende mostrar casos prácticos y reales en los que se han aplicado las ideas pragmatistas a la enseñanza en el aula. Con distintas acciones y objetivos, y desarrollados en diferentes áreas, cada uno de esos casos supone una manera de las muchas en que los principios pragmatistas pueden encarnarse en la enseñanza. Se recogen aquí con la esperanza de que sirvan de ejemplo e inspiración para que cada lector busque sus propias maneras de mejorar la vida en el aula.

Debo agradecimiento a los autores de los casos anteriores, Rubén Darío Henao, Mónica Moreno, Stefan Palma y Claudia Zapata, así como a Jaime Nubiola y a José Higuera. Todos ellos han contribuido de diferentes maneras, intelectuales y afectivas, al crecimiento de las ideas que se recogen en este libro, y son el vivo ejemplo de una comunidad viva de investigadores, en busca de esa verdad que haga mejor el mundo que nos rodea.

Notas al pie

1E. Boutroux, «La pedagogía de William James»,Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 617, 1991, 228.

2P. Chiasson,Peirce’s Pragmatism: The Design for Thinking, Rodopi, Amsterdam, 2001, ix.

3N. Houser, «Toward a Peircean Semiotic Theory of Learning Semiotics»,The American Journal of Semiotics, 5 (2), 1987, 253.

4Véase, J. Liszka, «Charles Peirce’s Rethoric and the Pedagogy of Active Learning»,Educational Philosophy and Theory, Blackwell, Oxford, 2011. Versión on-line: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1469-5812.2011.00763.x/abstract

5Véase S. Barrena,La razón creativa.Crecimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce, Rialp, Madrid, 2007.

6M. Richtel, «Grading the Digital School: In Classroom of Future, Stagnant Scorer»,The New York Times, 4 de septiembre de 2011.

7H. K. Cuffaro,Experimenting with the World: John Dewey and the Early Childhood Classroom, Columbia University Press, Nueva York, 1995, 108.

CAPÍTULOIEl verdadero pragmatismo

El pragmatismo es una corriente filosófica iniciada a finales del sigloXIXa raíz de la denominada «máxima pragmática» propuesta por el lógico y científico norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914). Lejos de interpretaciones erróneas que ponen el énfasis en lo útil o en lo práctico, el pragmatismo original propugna que la validez de cualquier concepto debe basarse en los efectos experimentales del mismo, en sus consecuencias para la conducta. La máxima pragmática no es una teoría del significado o de la verdad, sino un método para clarificar conceptos. No busca tampoco un beneficio inmediato e individual, sino un acercamiento progresivo a una representación exacta y verdadera de la realidad1.

El pragmatismo, sin embargo, llegó a convertirse en la corriente filosófica más importante en Norteamérica durante el último tercio del sigloXIXy el primero delXX, y llegó a incluir diversas formulaciones del significado y de la verdad. Fue desarrollado y difundido por muchos autores, entre los que destacan, además del propio Peirce, William James, John Dewey y el británico Ferdinand C. S. Schiller. Comprende una pluralidad de doctrinas que,aunque encierran características comunes, tienen también una gran diversidad: desde una forma metafísica (sostenida por autores como James o Schiller) hasta una forma metodológica (sostenida por Peirce, Mead y Dewey, entre otros). Como decía Lovejoy, la palabra «pragmatismo» se usa para doctrinas diferentes, a veces incluso en conflicto.

Por otra parte, aunque, como el mismo William James afirmaba, el pragmatismo puede ser un «nuevo nombre para viejas maneras de pensar», y pueden encontrarse algunas de sus principales ideas en autores como Aristóteles o Mill, puede también entenderse como una corriente que responde a circunstancias intelectuales concretas de su época, y que constituye la primera contribución original de Estados Unidos a la filosofía occidental.

Por tanto, antes de enfrentarnos a la noción de una educación pragmatista, será decisivo aclarar qué se entiende por pragmatismo, y acudir a sus orígenes para caracterizar de la forma más exacta posible esa corriente, que ha estado sujeta a controversias en distintos ámbitos. El presente capítulo pretende ser una guía para orientarnos dentro del a veces confuso mundo denominado «pragmatista».

1.1. Origen

The Metaphysical Club

El origen del pragmatismo puede situarse en las reuniones delCambridge Metaphysical Club, que Charles S. Peirce había creado junto a otros intelectuales en Harvard entre 1871 y 18722. En1907 el propio Peirce habla sobre ese club metafísico del siguiente modo:

A comienzos de los años setenta un grupo de hombres jóvenes, que nos llamábamos a nosotros mismos de forma medio irónica, medio desafiante, «The Metaphysical Club» –pues el agnosticismo cabalgaba entonces su mejor caballo y estaba desaprobando de forma magnífica toda metafísica–, solíamos encontrarnos en el viejo Cambridge, a veces en mi estudio, a veces en el de William James (EP2, 399).

Además de Peirce y William James participaban en esas reuniones otros estudiosos como Joseph Warner, Nicholas St. John Green, Chauncey Wright y Oliver Wendell Holmes Jr. Añade Peirce que «John Fiske y, menos frecuentemente, Francis Ellingwood Abbot estaban a veces presentes» (EP2, 399). La idea común en torno a la que se desarrollaban sus discusiones era en gran medida la definición decreenciade Alexander Bain como «aquello a partir de lo cual un hombre está dispuesto a actuar». De esta definición, diría posteriormente Peirce, se deduce el pragmatismo casi como un corolario. Sus primeros defensores no pensaban que el pragmatismo fuera una doctrina o un sistema filosófico cerrado, sino más bien el método filosófico por excelencia practicado desde la Antigüedad. Quizá por eso William James puso «Un nombre nuevo para viejas maneras de pensar» como subtítulo de su libroPragmatismo(1907), y el propio Peirce explicó de manera sencilla la máxima pragmática como una versión actualizada del dicho evangélico «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16).

Fuentes

Evidentemente, tal y como afirmaba William James, el pragmatismo no es del todo nuevo: la novedad de una idea filosófica, afirma Peirce, es precisamente uno de los signos más seguros de que es falsa, y pueden encontrarse diversas influencias en la aparición del pragmatismo. El propio Peirce afirma tener una deuda con Chauncey Wright (1830-1875), filósofo y matemático americano de espíritu empirista, inspirado a su vez por el examen crítico de Mill del intuicionismo escocés de Hamilton. En general podrían citarse como influencias del pragmatismo dos fuentes principales:

1) El empirismo británico (John Stuart Mill, Alexander Bain, John Venn), y en concreto la noción de experiencia de Bain como regla o hábito de acción. El empirismo ponía el énfasis en el papel de la experiencia en el conocimiento y en el análisis de la creencia como íntimamente unida a la acción. O sostenía, como en el caso de Berkeley, una teoría de la naturaleza práctica e inferencial del conocimiento.

2) La filosofía alemana moderna: Kant, con sus ideas regulativas que guían el entendimiento; Hegel, con su concepción de desarrollo; y los idealistas románticos, que sostenían que toda razón es práctica al expandir y enriquecer la experiencia humana.

La filosofía americana

Respecto al origen del pragmatismo, conviene también aclarar que, evidentemente, esta corriente fue influida por las circunstancias históricas y locales, por la experiencia social de la América del sigloXIX, que incluía la rápida expansión de la industria y el comercio, la aparición de las agrupaciones obreras y un trasfondo religioso de que el trabajo duro y virtuoso sería recompensado. Charles Morris señala en su libroThe Pragmatic Movement in American Philosophy3cuatro factores históricos que influyeron en el surgimiento del pragmatismo: el auge del método científico, la fuerza del empirismo en la filosofía, la aceptación de la evolución biológica y la aceptación de los ideales de la América democrática.

El pragmatismo fue una filosofía dominante en América y tuvo una amplia influencia en derecho, teoría política y social, arte y religión. Sin embargo, es preciso señalar que el pragmatismo va mucho más allá de ser una mera filosofía nacional, esto es, la expresión filosófica del carácter nacional de los Estados Unidos, entendiendo por tal una glorificación de la acción por la acción y del individualismo. A veces, como decía el propio James, se piensa que el pragmatismo es un movimiento característicamente americano para el hombre de la calle que odia de forma natural la teoría yquiere beneficios inmediatamente. Pero el pragmatismo no es eso, concluye el mismo James. Es cierto que en determinadas ocasiones el tono popular y literario que James adoptó para la divulgación del pragmatismo ante grandes audiencias, así como algunas afirmaciones particulares, quizá en exceso apasionadas, por parte de algunos pragmatistas contribuyeron a fortalecer ese prejuicio. No obstante, ni el pragmatismo es una manifestación exclusivamente local de una manera de pensar alejada de la discusión filosófica tradicional, ni las acusaciones hacen justicia al propósito consciente y deliberado de los pragmatistas de ofrecer una filosofía más humana, capaz de combatir la visión corta de miras –«barbárica», la llamó Peirce– dominante después de la guerra de Secesión americana4.

Los pragmatistas aceptaban algunos logros americanos, pero criticaban otros aspectos negativos del espíritu nacional, aplicables también en gran medida a la Europa de la época. Por ejemplo, Peirce criticaba lo que denominaba el «evangelio de la avaricia», esto es, el utilitarismo que se regía por el bien propio, por el egoísmo. En 1893 afirma en su artículo «Amor evolutivo»: «la convicción del sigloXIXes que el progreso tiene lugar en virtud de que cada individuo luche por sí mismo con todas sus fuerzas y pise a su vecino cuando tenga oportunidad de hacerlo» (CP6.294, 1893). Frente a ello, Peirce proclama el evangelio del Amor, que afirma que el progreso viene de que la individualidad de cada individuo se funda en simpatía con su prójimo: «Sacrifica tu propia perfección en bien del perfeccionamiento de tu prójimo» (CP6.288, 1893), escribe Peirce. James, por su parte, criticaba también el imperialismo político de su tiempo. Ni el poder, ni el placer ni las riquezas pueden constituir un fin último para los pragmatistas.

Lejos de ser un pensamiento local, con limitaciones culturales o nacionalistas, el pragmatismo tiene en su mismo centro una vocación universal, tal como muestran las nociones de comunidad, de continuidad y de relación con otros que encontraremos, como se verá más adelante, en el mismo centro del pensamiento pragmatista. La investigación que propugna el pragmatismo es por supuesto una investigación contextualizada, realizada en un tiempoy lugar, desde un determinado punto de partida. Sin embargo, intenta siempre trascender las limitaciones de ese contexto. El pragmatismo, ha escrito Charles Morris, «es mucho más que la voz de su ocasión histórica»5, e incluye preguntas universales por la esencia y el fin del ser humano, por su modo de conocer y por su formade relacionarse con lo que le rodea.

1.2. Más allá de las confusiones

No hay criterios estrictos para identificar unas características comunes tras la multiplicidad de enfoques pragmatistas. Es difícil decir qué características comparten los que han sido considerados fundadores del pragmatismo, Peirce y James, y no digamos ya otros representantes. Schiller decía que hay tantos pragmatismos como pragmatistas. De hecho, la relación de los pragmatistas entre sí se parece más a la diversidad propia de una familia que a un cuerpo homogéneo de doctrinas y vocabularios compartidos6. Podría decirse que no hay una esencia pragmatista, sino una serie de características de las que unos toman unas y otros toman otras. Como escribió Charles Morris, los pragmatistas no son un grupo de discípulos centrados en un maestro, sino un grupo de pensadores creativos interactuando y desarrollando distintas facetas de una misma empresa común7.

William James describió gráficamente esa variedad de características con una metáfora del italiano Giovanni Papini. El pragmatismo, dice, viene a ser

como un pasillo en un hotel al que dan innumerables habitaciones. En una puede encontrarse a un hombre escribiendo un libro ateo; en la siguiente, alguien de rodillas pidiendo fe y fortaleza; en la tercera, un químico investigando las propiedades de un cuerpo. En la cuarta se está elaborando un sistema de metafísica idealista; en la quinta se demuestra la imposibilidad de la metafísica. Pero el pasillo pertenece a todos, y todos deben pasar por él si quieren encontrar una vía práctica de entrar o salir de sus respectivas habitaciones.

Podría decirse que el pasillo del hotel, es decir, el foco común del pragmatismo, estaría en el hombre considerado como un ser activo que busca inteligentemente controlar su futuro en la dirección de sus valores, pero en torno a ese foco unos dan más importancia a unos aspectos que a otros, de modo que de alguna manera podría considerarse como complementario el trabajo de los primeros pragmatistas.

El pragmatismo surge inicialmente como un método lógico para clarificar conceptos con la siguiente formulación escrita por Peirce en «How to Make our Ideas Clear» en 1878: «Considérese qué efectos, que pudieran tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces nuestra concepción de esos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto» (CP5.402). Para Peirce nuestra idea de algo es nuestra idea de sus efectos sensibles, y el significado de una concepción viene determinado por las consecuencias prácticas de esa concepción. El reconocer un concepto bajo sus distintos disfraces o el mero análisis lógico no es suficiente para su comprensión, sino que es necesario alcanzar un tercer grado de claridad que solo puede obtenerse a través de los efectos prácticos del concepto. Basado en esa primera máxima, el pragmatismo se convertirá después en una corriente filosófica, o más bien en un estilo de pensamiento con numerosas ramificaciones, a veces bastante alejadas de la idea inicial.

Definición

¿Bajo qué definición puede encajarse entonces el pragmatismo en general? Podemos tomar una primera definición de laEnciclopedia Británica. El pragmatismo, nos dice, es una «Escuela de filosofía dominante en Estados Unidos basada en el principio de que la utilidad, la practicidad y el buen funcionamiento de las ideas son los criterios para aceptarlas». Otra definición, en este caso del diccionario on-lineMerriam-Webster, dice:

Movimiento americano de filosofía fundado por Charles Sanders Peirce y William James caracterizado por las doctrinas de que el significado de las concepciones se debe buscar en las repercusiones prácticas, de que la función del pensamiento es guiar la acción y de que la verdad se debe examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de la creencia.

Según las definiciones, el significado de una noción reside en las consecuencias prácticas o experimentales que resultan de la aplicación de esa noción, y una diferencia en el significado consistirá en una posible diferencia práctica. Serán verdaderas aquellas ideas que sean fortalecidas por las consecuencias en la práctica. Como escribía Peirce, el pragmatismo es la capacidad de decir «aquí hay una definición y no se diferencia en absoluto de tu concepción confusamente aprehendida porque no hay diferencia práctica» (EP2, 134).

El pragmatismo, por tanto, sí tiene que ver con lo práctico, pero no se puede equiparar con ello sin más, o al menos hay que hacerlo recordando siempre que lo práctico no es lo útil, lo exitoso o lo que nos permite ejercer un poder con vistas a un objetivo. El pragmatismo no es utilitarista en el sentido común de la palabra; por el contrario, puede decirse que sus principales representantes apelaron a algo que no tiene que ver con el interés ni con lo material: James trató de restaurar la fe religiosa en una época materialista y cientista; Peirce hizo observaciones similares cuando se refirió al materialismo como el evangelio de la avaricia; Dewey prestó mucha atención a la estética.

El pragmatismo tiene que ver con lo práctico en el sentido de lo que es experimental o capaz de ser probado en la acción, de aquello que puede afectar a la conducta, a la acción voluntaria autocontrolada, esto es, controlada por la deliberación adecuada (CP8.322, 1906); el pragmatismo tiene que ver con la conducta imbuida de razón; tiene que ver con el modo en que el conocimiento se relaciona con el propósito. Los pragmatistas ven la vida en términos de acción dirigida a fines. El pragmatismo es práctico en el sentido de que da prioridad a la acción sobre la doctrina y a la experiencia sobre los primeros principios prefijados. Tiene el propósito de guiar el pensamiento, un pensamiento que está orientado siempre a la acción y que encuentra en ella su prueba más fiable. Para el pragmatismo el significado y la verdad pueden ser efectivamente definidosen términos relacionados con la acción: «La inteligencia no consiste en sentir de una determinada manera, sino en actuar de una determinada manera», afirma Peirce (CP6.286, 1893).

Se sostiene así una conexión intrínseca entre significado y acción, pero es una conexión general, que lleva a afirmar que si se producen tales circunstancias sucederá tal cosa. Las ideas toman su significado de las posibles consecuencias y se convierten en planes de acción. La legitimidad de las ideas no se derivará del lugar de donde vienen, sino de lo que podemos llegar a hacer con ellas, y por tanto el pragmatista tomará decisiones sopesando las consecuencias y no deduciendo qué hacer a partir de algo precedente. En este sentido, en cuanto guía de la acción, el pragmatismo, como se verá, tendrá naturalmente mucho que decir sobre la educación, sobre cómo acción y razón pueden interactuar y hacernos mejores.

Sin embargo, esa prioridad de la acción no conlleva una supremacía absoluta de la acción sobre el pensamiento, pues no se trata de la acción por la acción. Los pragmatistas no afirman que el fin sea la acción, sino más bien al revés, que la acción debe tener un fin. Se trata de una idea de la acción, y quizás aquí radica la verdadera revolución pragmatista, que no solo se refiere a lo actual, sino que, como se verá después con más detenimiento, incluye al mundo interior, a la imaginación, y a la manera en que puede desarrollarse la razón. Refiriéndose a su máxima pragmática original, escribe Peirce en 1902:

Todavía puede obtenerse un grado mayor de claridad de pensamiento recordando que el único fin último para el que los hechos prácticos a los que dirige la atención pueden ser útiles es para proseguir el desarrollo de la razonabilidad concreta; de manera que el significado del concepto no reside en absoluto en ninguna reacción individual, sino en la manera en que esas reacciones contribuyen a ese desarrollo (CP5.4).

Se trata por tanto de la acción no por sí misma sino orientada a un fin superior. En ese sentido no le basta al pragmatista con la claridad del concepto, con aplicar la máxima pragmática, sino que hace falta también ver el concepto en una perspectiva más amplia, ver en qué contribuye a la verdad y al significado que perseguimos en cuanto especie y, en definitiva, al desarrollo de la razonabilidad.

Características comunes

El fundador del pragmatismo, C. S. Peirce, manifestó abiertamente sus diferencias hacia otros pragmatistas. En numerosas ocasiones expresó su desaprobación del carácter nominalista que estaban adquiriendo las posiciones de algunos de sus colegas, a los que reprochaba su escaso conocimiento de lógica. Era, según Peirce, en ese ámbito restringido donde debía probarse la utilidad y el provecho de la máxima pragmática. Aunque la idea central del pragmatismo peirceano quedaba establecida en 1878, sin embargo, a lo largo de la vida de Peirce el pragmatismo fue sufriendo una serie de transformaciones y necesitaba, según él, una definición más exacta para enfrentarse a ciertas objeciones y evitar algunas aplicaciones erróneas. Peirce se desmarcó explícitamente del camino que el pragmatismo había tomado en manos no solo de William James, sino también de Ferdinand Schiller y otros (CP2.99, c. 1902) que habían popularizado esa doctrina, y en sus últimos años de vida hizo un enorme esfuerzo por clarificar el significado de la máxima original. Por ese motivo, en 1905 se sintió obligado a cambiar el nombre de «pragmatismo» por el de «pragmaticismo», una palabra «suficientemente fea como para estar a salvo de secuestradores» (CP5.414, 1905).

En su esfuerzo por perfilar correctamente el pragmatismo, Peirce explica los tres puntos que según él caracterizan al pragmaticismo. En su textoQué es el pragmatismo(1905) afirma que se caracteriza por retener solo los problemas que pueden ser investigados mediante métodos de observación, por aceptar nuestras creencias instintivas, esto es, por no abandonar lo que ya sabemos, y por no rechazar la metafísica. Precisamente son esos tres puntos los que, a pesar de las diferencias evidentes entre sus representantes, pueden señalarse como puntos comunes a diversas vertientes de la teoría pragmatista: el rechazo solo a una peculiar metafísica –al racionalismo representado principalmente por el cartesianismo– y no a toda ella, la importancia de la experiencia, es decir, la continuidad entre nuestro saber instintivo, lo que percibimos a través de los sentidos y la teoría, y el énfasis en la ciencia y su método. Examinaré a continuación esos tres puntos comunes que pueden definir de manera general el pragmatismo, y que hacen que, a pesar de las diferencias, e incluso de elementos incompatibles, pueda darse una idea de ese aire que caracteriza a la familia pragmatista:

a) Anticartesianismo

En primer lugar, para comprender de forma acertada el contexto en el que aparece el pragmatismo, es preciso señalar, tal y como se ve por ejemplo en los escritos de Peirce llamados «Illustrations of the Logic of Science», que surge frente al trasfondo de la filosofía cartesiana, y como reacción a cerrados sistemas idealistas que interpretaban la realidad en categorías fijas y abstractas. Como ha escrito Susan Haack, los pragmatistas tienen en común la idea de liberar a la filosofía de excesos metafísicos, y en concreto de los límites artificiales de la teoría cartesiana8. La ciencia en augeen el sigloXIXy la teoría de la evolución, recién formulada, demandaban una nueva interpretación de la naturaleza y de la razón que, más allá de las pretensiones absolutistas de Descartes, admitiera el hecho del crecimiento y del cambio.

Hay evidentes diferencias y oposiciones entre Descartes y el pragmatismo, aunque paradójicamente los dos parten de un deseo común, el de encontrar un método adecuado de investigación que supere el método de autoridad que caracteriza a mucha de la filosofía medieval9. Existen también puntos de contacto en el origende ese método. Algunos pragmatistas, como Peirce, afirman al igual que Descartes que el punto de partida del método científico y adecuado de investigación es la duda, pero a diferencia de Descartes no puede ser una duda fingida y metódica. Peirce afirma en «Algunas consecuencias de cuatro incapacidades» que no podemos dudar en filosofía de aquello que no dudamos en nuestros corazones (CP5.265, 1868). Tal y como escribirá tiempo después en «Qué es el pragmatismo», retomando esa misma idea:

No hay más que un estado de la mente desde el que puedas «partir», a saber, el preciso estado de la mente en el que te encuentras realmente en el momento en el que «partes», un estado en el que estás cargado con una inmensa masa de conocimiento ya formado, de la que no podrías despojarte aunque quisieras; (…) ¿Llama usteddudara escribir en un pedazo de papel que duda? (CP5.416, 1905).

La duda universal de Descartes no es experiencialmente posible –no se puede dudar de todo–, y por tanto no es aceptable para los pragmatistas. La duda auténtica, en cambio, surge en un contexto específico, aunque a veces sea también buscada, pues forma parte de la actividad del investigador el cuestionarse lo que hace y el buscar anomalías. Sin embargo, la duda real es involuntaria e incómoda, y no autoimpuesta por sistema. Cuando se produce esa duda genuina, el organismo trata de volver a su equilibrio mediante un proceso de búsqueda que se detiene cuando se forma un hábito, una creencia verdadera y revisada. En este sentido escribe Peirce: «el pragmatista sabe que la duda es un arte que tiene que ser adquirido con dificultad; y sus dudas genuinas llegarán mucho más lejos que las de cualquier cartesiano» (CP6.498, c. 1906). Uno no está nunca del todo satisfecho, y por eso continúa indefinidamente el proceso de investigación. Para que el conocimiento avance hace falta dudar y reconocer que no se sabe, sin que eso signifique caer en una duda absoluta y paralizante.

Por otra parte, en el pragmatismo hay un constante cuestionamiento de la filosofía moderna y de su pretensión de unos fundamentos necesarios para el conocimiento. Los pragmatistas no buscan un sistema total y completo, un sistema que contenga en sí sus propios fundamentos. Van contra los absolutos y las verdades eternas, y buscan una concepción del conocimiento más acorde a lo que somos. Para los pragmatistas no es necesario que las ideas descansen sobre fundamentos seguros. La investigación, desde el punto de vista pragmático, no requiere un fundamento último, sin que por ello conduzca a un relativismo. Lo que afirma más bien es el carácter falible, pluralista y finito de toda investigación, pues sin un fundamento necesario toda investigación puede ser errónea, y solo nos conducirá a la verdad entre errores y aciertos. Como escribió Richard Bernstein en su conocido artículo «El resurgir del pragmatismo», se abandona todo propósito de razón infalible, aunque no la aspiración a una razonabilidad que pueda ser articulada y públicamente discutida: «La tarea creativa consiste en aprender a vivir con una contingencia y ambigüedad irreductibles, no en ignorarlas ni en sumirse en ellas»10.Eso, evidentemente, es más acorde con nuestra vida. El pragmatismo parece por tanto un modo de pensar más adecuado a nuestra naturaleza y a nuestra experiencia que el absolutismo moderno.

A diferencia de Descartes, los pragmatistas no admiten la intuición, un conocimiento infalible e interno al individuo, separado de las consecuencias en el mundo real. Para ellos tampoco hay introspección, autoconocimiento intuitivo. La intuición cartesiana no se corresponde con las prácticas científicas reales que propugna el pragmatismo, ni con la idea de investigación como tarea en comunidad que sostienen algunos de sus representantes. El investigador pragmatista no puede ser el pensador aislado de Descartes, separado del mundo y de los demás individuos.

El rechazo de la intuición y de la certeza supone también el rechazo pragmatista del dualismo cartesiano, de esa separación entre mente y mundo, entre cuerpo y espíritu, derivada del aislamiento al que el yo se ve sometido en su búsqueda de un fundamento cierto. Frente a las tendencias dualistas de la filosofía moderna, Peirce proclamó susinejismo, una «tendencia a considerar todo como un continuo» (CP7.565, 1893), que no tolera el dualismo aunque no hace desaparecer la concepción de dos. Así lo explica Peirce:

Ningún sinejista admitiría que los fenómenos físicos sean completamente distintos de los psíquicos (tanto si pertenecen a categorías diferentes de sustancia, como si son dos lados completamente separados de una misma moneda), sino que insistiría en que todos los fenómenos son de un carácter, aunque algunos sean más mentales y espontáneos y otros más materiales y regulares (CP7.570, 1893).

El sinejismo no significa uniformidad ni unicidad, sigue habiendo varios, sigue habiendo pluralidad, sigue habiendo diferencias; sin embargo, entre los diversos elementos hay siempre continuidades subyacentes. La naturaleza y el hombre no están aislados. El hombre puede acceder al entorno que le rodea. La experiencia le permite a la mente, como afirma Dewey, penetrar en la naturaleza: «Naturaleza y experiencia no son extraños o enemigos. La experiencia no es un velo que aísle al hombre de la naturaleza. Es un medio de llegar continuamente más lejos en el corazón de la naturaleza» (LW1, 1899-1901, 5).

Por último, el ser humano puede también comunicarse con otras personas. Puede –y de hecho necesita, como se ve en el caso de la ciencia para Peirce– formar comunidades que son algo más que agregados de individuos aislados. Dice Peirce: «En primer lugar, tus vecinos son, en cierta manera, tú mismo, podemos estar en comunicación con ellos» (CP7.571, 1893). Otros pragmatistas, como Mead, han señalado también que el yo se constituye solo en interacción con otros individuos, llegando a ser autoconsciente a través de la interacción, tomando las perspectivas de otros. Habría así intereses comunes, a la vez que se preserva la identidad de cada uno.

Por tanto, puede concluirse que el pragmatismo desarrolla el hábito de pensar en términos de continuidad y ofrece una alternativa a los dualismos. Desde el punto de vista cartesiano, el hombre sería una cosa pensante a la que se le añade un cuerpo. Sin embargo, la persona es para los pragmatistas una continuidad, una coordinación de ideas. El cuerpo es una parte natural del yo, que como se verá no llega al mundo terminado sino que crece y se desarrolla, y está sujeto a una autorrealización.

Para los pragmatistas, por tanto, no son aceptables los dualismos tradicionales sujeto-objeto, mente-mundo, teoría-práctica, pero no caen tampoco en un reduccionismo, sino que los conceptos tienen una continuidad con la experiencia, constituyendo esta, como se verá a continuación, otro de los pilares básicos de esta forma de pensamiento. Hay un continuo entre la mente y el entorno que experimentamos, un proceso temporal y creativo. Existe una respuesta creativa de la mente al mundo que le rodea.

b) Énfasis en la experiencia

Como se ha dicho ya, los pragmatistas consideran que hay una continuidad entre la mente y el mundo que nos rodea a través dela experiencia. No aceptan una separación absoluta entre pensamiento y acción, sino que esa continuidad es precisamente la clave de sus teorías. Para ellos la actividad experimental se combina en el conocimiento con la especulación teórica. El mundo para los pragmatistas es un mundo al que reaccionamos, un mundo de acciones y reacciones reales, que tiene que ver con sensaciones y con transacciones, que tiene que ver con los resultados de las ideas, no solo con sus orígenes, que es lo que preocupaba a Descartes. Mientras que para Descartes el problema es cómo inferir desde el conocimiento intuitivo la existencia de otras mentes y objetos, para los pragmatistas se parte precisamente de la existencia de otros a través de la experiencia, una experiencia que el hombre transforma. Si el conocimiento solo tuviera que ver con ideas eternas o con sensaciones que estuvieran más allá de su control, nunca podría descubrirse nada nuevo, lo cual es completamente opuesto al espíritu del pragmatismo.

Sin embargo, la idea pragmatista de experiencia es peculiar, no equivale a un experimentalismo. El pragmatismo rechaza la noción de experiencia como primeras impresiones de los sentidos, que, como decía Peirce, no serían sino creaciones hipotéticas de la metafísica nominalista (CP