Primero las damas - Guadalupe Loaeza - E-Book

Primero las damas E-Book

Guadalupe Loaeza

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Beschreibung

Cuando los historiadores del futuro quieran reconstruir la vida en México durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI no podrán de acudir a las páginas de los libros de Loaeza. A través de sus crónicas, relatos, criticas, remembranzas, esta autora ha trazado un retrato certero y detallado de un sector específico de la población; un sector que, pese a los inconvenientes de vivir en un país subdesarrollado, usufructúa los privilegios del capitalismo rampante. Destaca, en este sentido, la capacidad de observación de la autora, quien va más allá de los estereotipos y los lugares comunes, para consignar las señas de identidad de una clase social que admira y critica al mismo tiempo. Todo ello, descrito, consignado, mostrado con gracia y vivacidad Irresistibles, pero también con un punzante sarcasmo que despierta e inquieta la conciencia desprevenida del lector.

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Para Lolita, Diego y Federico

Para Dolores Tovar, mi madre

BESOS SATÁNICOS

–¿Les traigo lo mismo? —preguntó el mesero.

–¿Se toma otro, Paty? —inquirió el señor Gutiérrez con tono de voz ligeramente dulzón.

–¡Ay, señor Gutiérrez, soy pésima bebedora! Hasta el pastel envinado se me sube. ¡Se lo juro! Pero bueno, nos beberemos otros “toritos” —dijo Patricia, entre divertida y dasafiante.

El mesero tomó la orden y se retiró.

–¿De veras no aguanta nada nada el alcohol, Paty?

–Al revés, el alcohol no me aguanta a mí, porque cada vez que tomo más de la cuenta, me hace decir tonterías this big. Aparte, me pongo de lo más sentimental. Después de dos copitas, ni quién me aguante.

–No diga eso, Paty. ¿Cómo que por estar sentimental no la aguanta nadie? Yo creo que cuando se pone sentimental ha de ser todavía más simpática. Lo que sucede es que el alcohol desinhibe. ¿No será que con algunas copitas de más es más usted misma? A lo mejor eso es lo que le da miedo.

–¡Ay, señor Gutiérrez, qué raro!, digo. Se lo juro que yo soy yo, con o sin alcohol. Entonces, ¿usted cree que los alcohólicos son super-auténticos? ¡Para nada! Justamente los que beben son los que huyen de su realidad, o sea, unos sacones. Yo para pasarla super, para nada necesito beber. ¿A poco usted sí?

–Todo depende de la cantidad y la motivación. Le confieso que un buen aperitivo es muy sabroso. Pero todavía es más sabroso si la compañía es tan grata como usted...

Cuando Patricia escuchó aquello de “sabroso” y “grata como usted”, no pudo menos que pensar: “¡Qué horror, éste es el típico galán naco!”. Sin embargo, siguió actuando con toda naturalidad, pues no quería parecer grosera. Era una comida de negocios y como tal tenía que transcurrir. Gutiérrez había venido desde Guadalajara para tratar con ella el asunto de los pedidos de las playeras que aún no habían sido entregadas a los clientes. Precisamente una de las responsabilidades de Patricia era coordinar que los pedidos fueran cubiertos con puntualidad.

Desde hacía seis meses Patricia Yáñez era asistente del director del departamento de ventas de Piamex, S. A. Se trataba de su primer empleo formal. Antes había sido edecán, pero optó por buscar un trabajo más seguro para independizarse económicamente.

Por lo general Patricia evitaba las comidas de negocios, pues le impedían llegar a tiempo a la universidad. Excepcionalmente, había aceptado la invitación de Raúl Gutiérrez, ya que se trataba de un maquilador importante. Además, cada vez que venía a México, la invitaba a comer. “¡Ay, qué pena!, señor Gutiérrez, pero es que no puedo. Otro día con mucho gusto”, siempre era la respuesta.

–Bueno, señor Gutiérrez, ¿y hasta cuándo va a entregar, eh?

–Mire, Paty, si no hemos entregado no ha sido por falta de voluntad. Tuvimos muchos problemas con el hilo, nos lo mandaron tardísimo. Creo que estaremos enviando la mercancía a más tardar en dos semanas. Ya hablé con los compradores y los convencí de que me esperaran. ¿Usted cree que a mí no me interesa vender?

–Claro que sí, señor Gutiérrez. Lo que pasa es que nos pueden cancelar los pedidos y eso sí que sería muy malo porque en los grandes almacenes la línea junior estaría incompleta. Y si usted no entrega, a mí me corren. ¡Se lo juro!

–No puedo hacerla quedar mal. Además, si se queda sin chamba yo la contrato. Téngame confianza, Paty.

–Okey, señor Gutiérrez, voy a tenerle confianza. Bueno, ¿y qué tal Guadalajara? Ha de ser padrísimo vivir en provincia.

–Guadalajara es más que agradable, Paty. Aunque ya empezamos a tener problemas propios de una gran ciudad. ¿Ha estado usted por allá?

Mientras preguntaba, alzó el segundo “torito” de guayaba. “Salucita”, dijo mirándola fijamente.

–¿Qué es eso de “salucita”. Este cuate es lo más cursi que he conocido. Hace mucho fui a una boda con mis papis. Tengo primas que viven allá y a cada rato me invitan. Pero típico que nunca puedo ir.

–Si un día se anima a visitarnos, ¿me permite ser su guía? La llevaré a conocer la Virgen de Zapopan, la Catedral que es tan hermosa, el Hospicio Cabañas. Después la llevaré a comer a Los Cazadores. Luego, podríamos ir a Tlaquepaque. ¿Conoce Chapala?

–Bueno, pero de veras este naco cree que si voy a Guadalajara, voy aavisarle. ¡Ni loca! ¡Ay, qué lindo, señor Gutiérrez! Bueno si voy yo le aviso. Mil gracias. En Chapala estuve hace muchos años en casa de mis primas. ¡Híjole, tienen una casa divina! Van todos los week-ends. A lo mejor usted conoce a mi tío, se llama Rafael del Valle.

–Tal vez es pariente del señor Eulalio Valle. Él es mi provedor de hilo. Es por su culpa que todavía no entrego. Cuando venga a Guadalajara se lo presento.

–Okey. Y dígame, señor Gutiérrez, ¿qué tal fueron las ventas de esta temporada?

–No nos fue tan mal, Paty. Ahora lo importante es que la mercancía se desplace bien en los almacenes. Espero que los resurtidos estén mejores que los pedidos iniciales. ¿A usted qué le pareció la colección?

–¿La neta? Me gustó más la de la temporada pasada. ¿Sabe de qué va a depender que se venda? De la publicidad. Si no se anuncia, no vende señor Gutiérrez.

–Es cierto, Paty, pero prefiero invertir dinero en la compra de hilo que en publicidad.

–Pero si no vende, no tendrá dinero para comprar hilo. Bueno, pues cuando se decida, me avisa con tiempo y yo me encargo de las modelos y de las fotos.

–Claro que sí, Paty. Yo le tengo mucha confianza. Me da la impresión de que todo lo que hace, lo hace bien. Con el gusto que usted tiene, hasta podría convertirse en mi diseñadora. Oiga, qué bonita está su medalla de la Virgencita de Guadalupe.

–Bueno y a este idiota qué le pasa, por qué me toma la medalla con sus manotas prietas. ¡Viejo verde! La verdad sí me gusta un chorro la moda, pero de eso a convertirme en diseñadora, como que no me late. Yo en realidad estoy estudiando para otra cosa.

–No me diga, Paty chula, ¿para qué?

–Ay, estúpido, la próxima vez que me chulee, le echo encima el “torito”. Estoy estudiando psicología en la Ibero.

–Aparte de trabajar todo el día, ¿estudia? Ahora sí que me apantalló, como dicen los muchachos. ¿Y cómo le da tiempo para tanta cosa?

–¡Ay, bájele, señor Gutiérrez!, ni que fuera para tanto. Es que nada más trabajo medio tiempo. O sea, que por las mañanas voy a la oficina, hasta las tres. Y a partir de las cuatro, voy a la Ibero. Believe it or not, ya voy en cuarto semestre.

–¡Caramba! La verdad, ¡qué bueno, Paty, que estudie y trabaje a la vez! Yo también, desde muy joven estudiaba y trabajaba para ayudar económicamente a mi familia. Por las noches iba al Poli. Allí me recibí de contador público. Y lo que son las cosas de la vida, ahora me ocupo de vender playeras. ¿Qué le parece?

–¿Dijo el Poli? ¡Guácala! Ni siquiera es de la UNAM. Bueno, yo no es que ayude a mi familia. El dinero que gano es para mí, para pagar mis estudios, mi ropa, mi tintorería, mis viajes, en fin, todos mis gustitos.

–Entonces, ¿usted se costea su carrera?

–Bueno, no sé si me la “costeo”, como dice usted. Yo me pago la Ibero y mis cosas. Me gusta ser independiente, es algo que me propuse desde que murió mi papi. Él murió justo antes de que yo entrara a la universidad.

–¡Cuánto lo siento, Paty! Yo pensé que por pertenecer a su clase, trabajaba por puritito gusto. Y me estoy enterando de que es usted una mujer luchadora, universitaria y muy profesional. Permítame decirle que además de ser hermosa por fuera, es muy hermosa por dentro. “¡Caras vemos, corazones no sabemos!”

–Bueno, pero además de cursi, este cuate es lo más rollero del mundo. Igual me está echando el can y yo aquí como idiota hablando de business. Para mí que es el típico mexicano que se cree galán. Pinche viejo coqueto. ¡Ay, señor Gutiérrez, creo que al que se le subió el “torito” es a usted. El que estudie y trabaje no es nada del otro mundo. Tengo muchas amigas que hacen lo mismo. Claro que en la Ibero hay unas que son unas vagas, que nada más se la viven en la cafetería para viborear o para ver qué ligan. Oiga, pues ¿qué concepto tenía usted de mí, eh? A mí me gusta chambear, estudiar y ganar mi lana. Bueno, igual estoy consciente que con esto ayudo a los gastos de mi casa. Aunque mi papi le dejó con qué vivir a mi mamá, que yo trabaje es un aliviane para ella. Además, como soy la mayor, como que eso cuenta, ¿no? Aparte tengo una hermana que estudia en el Regina, y mi hermano Santiago, que está en el Vistahermosa. ¡Híjole, allí sí que las colegiaturas son super caras! ¡Ay, pero qué pena, señor Gutiérrez, estoy hablando too much! Es que estos “toritos” son de lo más traicioneros. Le juro que pegan grueso. ¿No le importa si vamos pidiendo la carta? Hoy sí no quiero llegar tarde, porque tengo clase de teoría de la conducta. Es una materia que me encanta.

–¡Señor, señor! Por favor, ¿puede traernos la carta? —pidió de inmediato el señor Gutiérrez. En seguida se la trajeron, y los dos se pusieron a leerla con atención.

–¿Qué se le antoja, Paty chula?

–¡Híjole, no es creíble! ¿A título de qué me chulea este cuate? ¡Ay, no sé, señor Gutiérrez. Algo ligerón, para que no me dé sueño en clase. A ver, a ver. ¡Ah, sí. Ya sé! Unos tacos de pollo, pero sin cebolla.

–¿Nada más, Paty? Con razón está usted tan delgadita. ¿No se le apetece una botanita? ¿Por qué no se anima con unas chalupitas?

–Gracias, señor Gutiérrez, pero le juro que no tengo hambre. Es que en la oficina me comí un Milky Way y como que se me quitó el apetito. Nada más los tacos y ya, please.

–¡Señor, señor, por favor! Mire: a la señorita le trae unos taquitos de pollo sin cebolla. Y a mí me trae una sopa de médula y una cecina con arroz. ¿No le importa, Paty, que empiece con una sopa? Es que no desayuné.

–¡Híjole, qué cerdo! Con razón tiene esa panza de pulquero. ¿Sopa de médula? What in the hell is that? ¡Guácala! ¡Ay, para nada, señor Gutiérrez, coma lo que quiera!

–Y de tomar, ¿pedimos otra tanda de “toritos”? Si se pone sentimental, le presto mi pañuelo. Tenemos que celebrar nuestra primera comida de negocios. Ahora, ¿otro de piña?

–¡Híjole, señor Gutiérrez, usted sí que no se mide! Típico que después no voy a entender ni qué onda en mi clase. Okey, acepto, porque ya me prometió que iba a entregar las playeras a los grandes almacenes. Además, el amolado será usted, porque me tendrá que cargar. Oiga, señor Gutiérrez, acuérdese que todavía tenemos que pasar a la oficina por mi coche, ¿eh? Aunque no creo poder manejar en este estado. Okey, que venga el otro “torito”.

–Ahora, traígame unos de piña. Pero que estén bien espumosos, por favor.

–Oiga, señor Gutiérrez, y usted ¿qué onda, eh? Digo, aparte de fabricar playeritas, ¿en qué la gira?

–¡Uy, Paty!, yo la giro en muchas cosas. Lo de las playeras es una pequeña parte de mis actividades. Tengo una fábrica de velas y veladoras. Estoy asociado con un compadre en un negocio de supercocinas. También le hago a la exportación. Estoy en una compañía que manda artesanía de Tlaquepaque a Estados Unidos. Y tengo una pequeña participación en una fábrica de zapatos en León. En otras palabras, soy un contador público empresarial. Como le decía, empecé a trabajar desde muy chavito. Yo le hice de todo. Hasta torero fui. Con decirle que también fui locutor. Cuando me casé, mi mujer y yo nos fuimos a vivir a MacAllen. Allí estuve trabajando como auxiliar de contador en un hotel. Es que mi cuñado trabajaba en ese hotel, era el que recibía y registraba a los huéspedes. En MacAllen nacieron mis tres hijos. Tengo dos varones y la mujercita, que actualmente está estudiando para agrónoma en el ITESO. Leopoldo, el mayor, ya se me casó y tiene dos chamaquitos. Como quien dice, soy un joven abuelo. Pero ya no quiero hablar de mí. Cuénteme de usted, Paty.

–¡Qué horror, hasta abuelito resultó! Entonces, ¿para qué la estará haciendo de galán? ¡Pinche pintacuerno! A ver ¿por qué no usa anillo de casado? En lugar de ese anillote con esa piedra morada, ¿ah, verdad? ¿Como cuántos años tendrá este viejo? Bueno, pero entonces usted se casó super joven, ¿no? Digo, para ser abuelo.

–A los veintidós años, Paty. Chelo, mi esposa, tenía diecinueve. Es que antes uno se casaba más joven. Ahora es diferente. Las mujeres dejan el matrimonio hasta que terminan su carrera. Así como usted. ¿Y la Paty, tiene novio?

–¡Me doy! Este tipo, además de ser un rabo verde, es super metiche. Qué le importa si tengo novio. Novio, novio, lo que se dice novio, no tengo, señor Gutiérrez. Tengo muchos amigos con los que salgo a las discotecas, al cine, a fiestas, pero sin compromiso. Por ahora no estoy pensando en esas cosas. Lo que más me importa es terminar la Ibero y conseguir un trabajo que tenga que ver con la psicología. Me encantaría poner mi propio consultorio y ser psicóloga de niños. Bueno, todavía no estoy muy segura, porque también me llama mucho la atención trabajar en un banco y encargarme de los exámenes psicológicos de admisión.

–Perdóneme mi ignorancia, pero ¿cuáles son las materias que se estudian en psicología?

–Bueno, pues llevamos un chorro, señor Gutiérrez. Mire, tenemos: psicometría, psicopatalogía, psicología social, genética y endocrinología, teoría de la conducta. Y así muchas otras materias padrísimas. La neta, estoy feliz con la carrera. Fíjese, señor Gutiérrez, que desde que era chiquita, siempre me ha gustado analizar a la gente.

–Y a mí, ¿cómo me ve, Paty?

–¡My God, qué pregunta! Ni modo que le diga que lo veo como el típico naco. ¡Ay, no, pobre! Es buena gente. Pero ¿qué puedo contestarle? ¿Que cómo lo veo? Pues este... cómo se dice... Yo lo veo como a un hombre muy chambeador, que le gusta hacerla en la vida. Me lo imagino un super buen papá. En fin, un señor buena onda. Aunque sea un poquito impuntual para las entregas.

–Bueno, ya le expliqué la razón de mi impuntualidad. Pero de veras, Paty, ¿me ve así? Es que a veces siento como que desconfía de mí. Usted se ha de preguntar por qué la invité a comer. Pero ahora, yo me pregunto, ¿por qué aceptó?

–¡Ay, cálmese!, ¿eh? Si acepté es que me dio pena decirle que no y además por mi trabajo, idiota. ¿Que por qué acepté? Pues para hablar de la agenda de las playeras, de las entregas. ¡Ay, qué tonta, ya ni sé ni lo que digo. Es que estos “toritos” están picudos. Yo acepté, señor Gutiérrez, para... cómo se dice... para ver lo de las entregas. ¡Ah!, también acepté porque íbamos a hablar de..., ¿de qué íbamos a hablar? ¡Ah!, pues de las camisetas, digo de las playeras. Bueno, y además, ¿por qué me lo pregunta? Qué, ¿creía que no iba a aceptar?

–Sí, Paty, creía que no iba a aceptar. Por eso me siento tan feliz que me hubiera hecho el honor de aceptar. De hecho, la comida es para celebrar que por fin estamos comiendo juntos.

–¡Ay, señor Gutiérrez!, ¿qué onda con usted, eh? Se lo juro que me está poniendo nerviosa. Esta comida es para hablar de business, ¿no?

–No sé. Quizá sí. Pero no hemos hablado mucho de negocios. Para mí esta comida es para estar con usted, hablando o no de negocios. Mire, ya llegó el trío. ¿Quiere que le pidamos una cancioncita para seguir festejando?

–¡Híjole, ahora sí ya se me fue el avión! Dígame, señor Gutiérrez, ¿qué estamos festejando?

–Que aceptara, por fin, comer conmigo. Para mí es como una fiesta. ¿Cuál canción le gusta?

–Es que no es cierto. Este idiota interpretó ¡pésimo! que hubiera aceptado. ¡Está loco! Mil gracias, señor Gutiérrez. ¿Por qué no pide que traigan la comida? Ya ha de ser tardísimo.

–Antes pida la canción. Luego pediré la comida. Una cancioncita y ya, Paty. ¿Por qué me la desprecia?

–¡Híjole, mejor le doy por su lado, porque si no, nos vamos a enredar más! Bueno, pues que toquen cualquiera de Los Panchos. Es que no me sé los títulos. Ay, porfa, mejor escoja usted, señor Gutiérrez.

–¿Qué le parece “Rayito de luna”? Por favorcito, tóquenle a la señorita “Rayito de luna”. Espérense un momentito. ¡Joven, joven!, ¿qué pasó con nuestra orden?

“Como un rayito de luna, entre la selva dormida, así la luz de tus ojos, ha iluminado mi pobre vida...”

Finalmente el mesero llegó con la comida. En tanto que la música continuaba, Patricia Yáñez se precipitó sobre sus tacos de pollo, pero antes escuchó:

–Buen provecho, Paty chula.

–Provecho... ¡su abuela! Igualmente, señor Gutiérrez.

Entre cucharada y cucharada de sopa de médula, el señor Gutiérrez comenzó a cantar junto con el trío. Sin que se lo hubiera pedido, el mesero trajo en esos momentos otros dos “toritos” de piña.

–¡Qué horror, cómo se agacha sobre el plato para comer! Oiga, ¿usted pidió otros “toritos”?

–Creo que no, Paty. A lo mejor son cortesía del Hipocampo. ¿Qué tal están esos taquitos? Espero que no le hayan puesto cebolla.

–No, no tienen cebolla. Están riquísimos. ¡Híjole, tenía tanta hambre! Oiga, esta canción que se llama “Sin ti”, también es de Los Panchos, ¿verdad? A mi mamá le encanta, porque dice que mi papi se la llevó en una serenata. ¿Qué buena onda? ¿No?

–¿Me permitiría llevársela ahora a usted?

–¿Llevármela como serenata a mi casa? ¡Ay, no, señor Gutiérrez, porque mi mamá me mata!

–¡Ay, qué chistosa es usted! ¿Cómo cree que le voy a llevar serenata a su casa? Ganas no me faltan, pero no la quiero perjudicar. No, lo que quiero decir es que si se la puedo dedicar ahorita.

–¡Órale! Y luego yo les pido otra. ¿Okey?

–Usted manda, señorita.

“Sin ti, no podré vivir jamás. Y pensar que nunca más estarás junto a mí. Sin ti, qué me puede ya importar, si lo que me hace llorar, está lejos de aquí. Sin ti, no hay clemencia en mi dolor...”, cantaba también el señor Gutiérrez, mirando fijamente los ojos azules de Patricia.

–¡Qué horror!, ya es tardísimo. Y este cuate está hecho un orate. Es que no lo soporto. ¡Guácala!, sus bigotes están llenos de grasa. Además, ya se ensució su horribilísima corbata con la sopa. ¡Híjole, juro que me están dando náuseas! ¿Para qué vine? Yo tengo la culpa.

–¿Qué sucede, Paty, por qué esa carita de tristeza? ¿Por qué no se toma su “torito”? La va a relajar. ¿Qué le pasa? ¿Por qué me rechaza?

–¡Ay, no, señor Gutiérrez, para nada! No diga eso, lo que pasa es que de pronto, me acordé de mi papi y como que me azoté. Además, estoy medio preocupada, porque ya es un poco tarde y todavía tenemos que pasar por mi coche a la oficina. Al contrario, yo le agradezco un chorro su invitación. Es que estos drinks ya me están poniendo super sentimentalona.

–¿De veras, Patricia? Entonces, ¿no me rechaza? Dios la bendiga. Por un momento pensé que me rehuía. ¿Sabe qué siento? Que se esconde tras de una máscara. Como que algo no le permite ser usted misma. La siento tensa, a pesar de los tragos. Quizá es porque trabaja y estudia mucho. La admiro, Paty. Usted de veras vale. ¿Qué le impide soltarse, eh? Detrás de esa mirada tan viva e inteligente está una niña triste que necesita apoyo de alguien. Tengo la impresión de que en esos ojitos hay muchas lágrimas retenidas y que están a punto de asomarse. Pero usted no lo permite, Paty, porque confunde su fuerza interior con un poquito de orgullo. Con todo respeto, le diré que tiene miedo de sentir. A pesar de sus veintidós años, dentro de usted vive una mujer apasionada. Lo que sucede es que prefiere pasar como la niña obediente y buena de mamá, que dejar salir a la mujer fuerte y liberada que se está formando en su interior. Si le digo todo esto es porque la respeto y la aprecio. Porque la he visto trabajar, porque la sé inteligente y sensible. Usted en su mundo, con sus amistades elegantes, es una, y cuando se encuentra solita, es otra. En su interior existe una lucha que ningún libro de psicología puede resolver. Lo que necesita, Paty, es sentir, sentirse querida, deseada y protegida. Deje de estar jugando a la niña de la Ibero. Usted vale más que todas esas muchachas bobitas. Necesita un amigo en quien confiar. Alguien que la comprenda, que la aprecie pero, sobre todo, que la respete. ¿Por qué me mira así, Paty chula? ¿Porque es verdad todo lo que digo? ¿Porque en el fondo todavía se pregunta por qué aceptó esta invitación? ¿Porque con su gran intuición, sentía que si me interesaba en usted era por un interés sincero? Yo sé que usted y yo no somos de la misma clase social. Perdóneme la expresión, pero no me hago pendejo. Sin embargo, hay algo que nos atrae a ambos, aunque usted parezca negarlo. ¿Sabe por qué nos atraemos? Porque nos parecemos. No, no haga esa carita de disgusto. Nos parecemos en muchas cosas. A los dos nos gusta chambear, somos independientes, rebeldes. Nos gusta valernos por nosotros mismos. ¿No es cierto? Ya ve. Además, me da la impresión de que es usted muy sensual. ¿Sabía que tenía una boca muy bonita? ¿Sabe que cuando me miran sus ojos, siento que me quieren decir algo muy profundo? La neta, como usted dice, está cansada de la Ibero, de las presiones de la oficina, de tener responsabilidades de hija mayor. ¿Por qué llora, Paty? ¿Dije algo que la ofendió? No, no quiero que chille. De veras que el alcohol la pone sentimental. Tome mi pañuelo, yo también me voy a poner a chillar para acompañarla. ¿Quiere que vengan otra vez los del trío? ¿O mejor les pedimos a los del conjunto jarocho que le toquen “La Bamba”? Discúlpeme. Por Dios que no fue mi intención ofenderla.

–Híjole, ahora sí ya se me subieron los “toritos”. ¡Ay, pobre cuate! Será muy naco, pero no es mala onda. A mí nunca me habían hablado así. Es de lo más tierno este señor. Super humano, como que entiende un chorro de cosas. ¡Híjole!, su pañuelo huele a una agua de colonia super cheap. ¡Ay, para nada, señor Gutiérrez! ¡Híjole!, el que debería de ser psicólogo es usted. ¡Se lo juro! Ahora sí que usted no habla como el típico contador. Me cae que usted tiene un corazón this big. La neta que todo lo que me dijo, me llegó mucho. Se lo juro, señor Gutiérrez, que me acaba de dar una super lección. Esta comida, no la voy a olvidar ¡never! Tiene usted mucha razón en un chorro de cosas. ¿Sabe lo que más deseo? Psicoanalizarme. Pero es carísimo. Es cierto que a veces siento que no sé ni qué onda conmigo. ¡Se lo juro! A pesar de que estoy super feliz en la Ibero, en mi trabajo, en mi casa, aunque me llevo más o menos bien con mi mamá, con mis hermanos, que tengo un chorro de amigos, que salgo, que me invitan y todo, le confieso, señor Gutiérrez, que en mi interior siento un vacío horrible. No sé por qué. Como que le tengo miedo a algo. Con decirle que hay días en que me encierro en mi recámara y me pongo a llorar y llorar, sin motivo. Es que a veces me da lástima mi mami. La siento como una desprotegida e indefensa. ¡Pobrecita, dependía tanto de mi papi! Para colmo, Marcela mi hermana es una idiota inconsciente, floja, que no le importa nada. Es la mujer más egoísta que he conocido en mi vida. Está en la típica adolescencia, ya sabe cómo. Luego también me preocupa mi hermanito. Es que tiene un chorro de dificultades para aprender en el colegio. Ya van dos veces que reprueba sexto. Se lo juro que desde que murió mi papá, en esa casa no damos una. No me lo va a creer, pero hasta la fecha todavía andamos como desconectados, como si entre nosotros fuéramos unos extraños. Nos hablamos sin escucharnos, nos vemos sin mirarnos. ¿Me entiende? Eso me deprime un chorro. Es que mi papi era nuestro centro, donde toda la familia se unía. Él era todo, todo en la casa. ¡Ay, señor Gutiérrez!, le juro que lo extraño como enajenada. A veces me siento tan sola, tan confusa.

–Ya, Paty chula, no llore. Créame que comparto su tristeza. Tiene usted las manos heladas. ¿Quiere que le preste mi saco? Tenga paciencia. Todo lo compone el tiempo. Solamente el tiempo puede ayudar a matizar el dolor, el de su mamacita y sus hermanitos. Piense que usted es muy afortunada, porque es inteligente, positiva, tiene un trabajo, metas que cumplir y muchos amigos que la buscan. Además, todavía conserva a su mamacita, eso es algo que usted debe aquilatar. Quizá unos días en Guadalajara la harían relajarse.

–Estoy loca de contarle todo esto, además, ya le salió su aspecto pintacuerno. El señor Gutiérrez estaría perfecto para ilustrar el trabajo que nos pidió Carlos, de la psicología del mexicano. ¡Ay, no, señor Gutiérrez!, no puedo ir. Es que dentro de tres semanas empiezan los exámenes semestrales. Ay, por cierto, ¿no le importa si pide la cuenta? Es que ya es tardísimo. A ver si alcanzo la clase de teoría de la conducta. Además, tenemos que pasar por mi coche. O si no, ¿sabe qué? ¿me podría llevar directamente a la Ibero? Y después le pido a un amigo que me dé un aventón hasta la oficina. ¿No le importa?

–De ningún modo. Con mucho gusto la llevo a donde usted quiera, siempre y cuando me guíe porque conozco muy mal la ciudad.

–¡Ay, qué lindo, señor Gutiérrez! Yo lo guío. Es por la salida a Toluca. Híjole, qué pena que me haya visto como María Magdalena. Típico que ya se me bajó el rímel. Se me ha de haber puesto cara de ombligo. ¿Verdad, señor Gutiérrez?

–Se ve usted muy bonita sin pintura. A mí me gusta más así, se ve más natural. ¿No quiere un postrecito? ¿Un café?

–¡Híjole, señor Gutiérrez!, qué bueno que no me preguntó si quería otro “torito”, porque le juro que si me tomo otro de esos “animalitos”, ya no podría ni pararme de mi silla. ¡De veras, señor Gutiérrez! No se ría. Estoy dronquísima. Lo que pasa es que hago todo lo posible para que no se me note. No, la verdad ya me tengo que ir. Le prometo que cuando vaya a Guadalajara, yo invito los postres en Los Cazadores. ¿Okey?

–¿Por qué no se toma un cafecito de olla? Quizá la hará sentirse mejorcita.

–¿Por qué al hablar utilizará tanto diminutivo? Estoy segura que es muy del pueblo. Le voy a preguntar al maestro. En buena onda, señor Gutiérrez, ya no me da tiempo. Después de la clase, me voy de volada a tomar uno a la cafetería. Espero que en la Ibero nadie se dé cuenta de mi terrible estado. ¿Se da cuenta el oso que haría si al maestro se le ocurre preguntarme algo?

–¡Qué le importa lo que digan los demás! Piense, Paty, que usted es usted y mucho más valiosa que todos ellos.

–All right, señor Gutiérrez, le prometo que voy a pensar eso. ¡Ay, qué lindo!

El señor Raúl Gutiérrez pidió la cuenta. La pagó con su tarjeta Carnet. Solicitó una nota de consumo con el IVA desglosado. Y junto con Patricia Yáñez, se dirigió hacia el estacionamiento del restaurante. Allí pidió el coche marca Phantom 1987, color vino.

Cuando Patricia subió al coche, de inmediato la envolvió el olor del agua de colonia del pañuelo del señor Gutiérrez. Era English Leather. Sólo en ese momento se dio cuenta que el aroma no le desagradaba. No, incluso le gustó. Pero lo que más le gustó fue descubrir que le gustaba. ¿Será porque de pronto se sintió sumergida en un mundo masculino, seguro y diferente? ¿O habrá sido por los efectos de tantos “toritos”?

–La neta que su coche es super elegante.

–No es mío, Paty. Es de mi compadre Leonardo. Siempre que vengo al Distrito Federal me facilita uno de sus carros. Mire cuántos casetes tiene en la guantera. ¿Por qué no escoge uno para escucharlo?

–¡All right! ¿El que sea? Híjole, ya hasta me dio hipo. Okey. Mire tiene de... Yuri, Verónica Castro, Vicente Fernández, de José José, del Pirulí, pobre, ése ya se murió. A ver, voy a buscar uno de Julio Iglesias. No, no tiene. Chance y tiene uno de Luis Miguel. ¡Ay, no! Tiene puras de viejitos, de boleros y rancheras. Ay, mire, ¡ya encontré uno padrísimo! Es de los Caifanes. A ver si lo reconoce. En el Bandasha lo tocan all the time.

–¿Qué es el Bandasha, Paty?

–Es una disco muy padre. A ver, explíqueme cómo se pone este chunche. Yo nada más sé manejar los estéreos estadunidenses. ¿No la reconoce? Bueno, es que es el principio. Va a ver cuando empiecen a cantar.

“Estoy tan enamorado de la Negra Tomasa. Cuando se va de casa, triste me pongo. Estoy tan enamorado, de mi negra preciosa. Cuando se va de casa triste me pongo.”

–¿No es padrísima, señor Gutiérrez? ¡Me fascina! Es que es de lo más cachonda. ¿No le parece?

Los “toritos”, la conversación, el olor a English Leather, la voz varonil del señor Raúl Gutiérrez, los Caifanes y la Negra Tomasa, hicieron que Patricia Yáñez se olvidara, precisamente en esos momentos, de Piamex, S. A., del señor Hernández, su jefe, de la entrega de las playeras a los almacenes, de la Ibero, de su clase de las cuatro de teoría de la conducta, de su maestro Carlos, de su mami, de su hermana Marcela, de los problemas de su hermanito, y hasta de Paty, la niña de la Ibero, la niña obediente y responsable de su casa. El señor Raúl Gutiérrez tenía razón, ella no era como sus compañeras bobitas de la universidad. Ella sabía sentir la música. Ella tenía ganas de vivir, de dejarse ir. Por eso, sumida en medio de esas notas musicales, se puso a cantar. A cantarle a la vida. ¿Y por qué no, a cantarle a Raúl Gutiérrez?