Psicología del Poder - Pablo Población - E-Book

Psicología del Poder E-Book

Pablo Población

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Beschreibung

Una de las grandes aportaciones de Pablo Población es sin duda su brillante descripción de las relaciones humanas miradas bajo el prisma de la Psicología del Poder. Nos movemos –nos dice– entre el Círculo del Amor y el Círculo del Poder, al cual también denomina Círculo Luciferino, por su analogía con el Ángel caído. Nos encontramos dentro del círculo luciferino cuando nos movemos en el área del poder, con una lucha interna entre nuestra necesidad de estar en un pedestal o derrumbarnos en una inseguridad profunda. De una autoexigencia por "estar arriba" para ser "el que más", el más fuerte, más sabio, más poderoso, más bueno, más generoso…, pero la realidad se encarga de frustrar nuestras expectativas y nos hace caer en un estado de autoinculpación, de sentirnos inútiles y víctimas del destino. Pero, curiosamente, aquí seguimos siendo "el que más": el que más sufre, el más desgraciado, el más castigado por la vida, el más inútil..., para tratar luego, de nuevo, como sea, de volver a trepar al pedestal del que caímos. Conoceremos el poder del que somete y también el que ejerce el que se siente víctima así como todas las acciones (mandar, disponer, ordenar, intimar, imponer, obedecer, someterse) y los sentimientos y deseos asociados (ambición, satisfacción, orgullo, prepotencia, soberbia, respeto, reverencia, sumisión, rebeldía, miedo, envidia, resignación). Así, Pablo Población nos ayuda con su magnífica descripción y ejemplos, a profundizar en la génesis del círculo del poder, su funcionamiento a nivel individual, familia, grupos e instituciones, pero también a cómo salir de él (para entrar en el área del amor), la resistencia al cambio, y en definitiva todas las claves con las que podremos identificar nuestras relaciones y las de los demás.

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Pablo POBLACIÓN KNAPPE

Psicología del Poder

Fundada en 1920

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3ºC

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

[email protected] – www.edmorata.es

© Pablo POBLACIÓN KNAPPE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Todas las direcciones de Internet que se dan en este libro son válidas en el momento en que fueron consultadas. Sin embargo, debido a la naturaleza dinámica de la red, algunas direcciones o páginas pueden haber cambiado o no existir. El autor y la editorial sienten los inconvenientes que esto pueda acarrear a los lectores pero, no asumen ninguna responsabilidad por tales cambios.

© EDICIONES MORATA, S. L. (2021)

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3ºC

28231 Las Rozas (Madrid)

[email protected]

Derechos reservados

ISBNebook: 978-84-18381-72-0

Compuesto por: M. C. Casco Simancas

Diseño de la cubierta: Equipo Táramo

Imagen de la cubierta: El ángel caído, de Ricardo Bellver (1845-1924). Parque del Retiro de Madrid. Fotografía de Luis García (2009) reproducida bajo licencia Creative Commons.

Nota de la editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Por eso le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en [email protected] o por teléfono en el 91 4480926

A mi mujer, Elisa López Barberá, que ha logrado

que nuestro matrimonio se desarrollara

en el área del amor.

La primera edición de esta obra no ha sido precisamente un best seller, pero sí ha tenido la suficiente acogida para despertar el deseo expresado en el entorno de la profesión, y fuera de ella, para que surgiera una segunda edición “corregida y aumentada”. El director de ediciones Morata se mostró abierto a realizar esta segunda edición, que sí presenta una revisión detenida de su contenido y algunos aportes nuevos.

Como autor considero que tengo la suerte de tener a Paulo Cosín, director de Ediciones Morata, junto con su equipo, no solo como profesionales atentos y cuidadosos sino también a Paulo y Carmen como amigos. Considero que esta doble proximidad es un privilegio único para un autor.

Entre los agradecimientos no solo repito los de la primera edición, sino que quiero resaltar de una manera especial la colaboración de Rosalia Tornero, compañera de profesión y amiga que, si me descuido, toma el papel como casi escritora conmigo ya que no solo rellenaba los espacios vacíos de mi despiste, sino que redactaba de nuevo párrafos para hacerlos más completos y comprensibles, lo que redundaba en hacer mucho más grata la tediosa labor de revisar un volumen ya escrito.

Al final del volumen aporto un resumen de los contenidos de otros libros sobre el poder de los que soy autor, lo que espero que pueda ayudar al lector a completar su visión del tema, por ello insisto en su lectura.

Estoy agradecido a mis alumnos que, con su interés, curiosidad y afecto, me han empujado a terminar de escribir y publicar este libro.

Mi mujer ha leído minuciosamente el texto y ha aportado numerosas y sabias correcciones.

Mí secretaria, María de los Ángeles Marchese Pineda, con su paciencia, su habilidad de criptógrafa para traducir mi difícil escritura manual y con sus aportaciones puntuales de gran agudeza, ha sido de inapreciable duda para la escritura de esta obra.

A mi editor, Juan Serraller al cual le debo importantes correcciones del texto.

Siempre a mis pacientes, mis grandes maestros.

Prólogo. Por Ignacio LÓPEZ BARBERÁ

CAPÍTULO 1. Una primera aproximación

Primeras reflexiones sobre el tema

Psicología y ciencia

Algo sobre el contenido del libro

CAPÍTULO 2. Las relaciones de poder

Persiguiendo el concepto del poder

Poder y autoridad

Poder y exigencia

Poder, soberbia y orgullo

Posesión y ejercicio del poder

Modalidades de ejercicio del poder

Antecedentes. La visión del poder en diversos modelos del hombre

Poder en el Psicoanálisis y otros modelos

Poder y violencia

Psicopatología del poder

CAPÍTULO 3. La génesis y la evolución del círculo del poder

Lo blanco, lo negro y lo gris

El sí mismo en psicodrama

La génesis de la estructura de poder individual según el psicodrama

La génesis en otros sistemas

Otras características de la génesis del círculo de poder

Los sistemas más amplios

Sobre las sectas

Consecuencias de los factores anteriores

Los roles del poder

La evolución desde los distintos orígenes del carácter “poderoso”

CAPÍTULO 4. Psicopatología del círculo del poder (I)

Ideas generales

Psicopatología del poder

CAPÍTULO 5. Psicopatología del círculo del poder (II)

El poder en los grupos

Los juegos de poder entre el terapeuta y los miembros del grupo

El lenguaje

El poder en los distintos modelos terapéuticos y en los terapeutas de los distintos modelos

Conformación corporal

El poder en las instituciones asistenciales

El poder y la muerte

CAPÍTULO 6. Abordaje terapéutico

Una nueva óptica terapéutica

El tratamiento de los distintos sistemas

Estrategias terapéuticas según la intensidad del cuadro

Un apunte sobre el tema de la resistencia al cambio

Salir del poder; posibles inconvenientes

Ideas generales sobre la psicoterapia del poder

Intervenir o no. Un posible dilema

CAPÍTULO 7. Mitos, arquetipos y símbolos del poder: el círculo luciferino

Origen del concepto

El nacimiento de los dioses

Bibliografía

Definición de algunos términos técnicos

Adenda

Me viene a la memoria una conversación que mantuve en mis tiempos de universitario con un compañero de cafés. En aquellos días, que recuerdo como entrañables, pasaba no pocas horas sentado frente a los apuntes en una biblioteca de la calle Guzmán el Bueno de Madrid preparando los exámenes de mi carrera de Ciencias Físicas. Aquel amigo al que me refiero solía coincidir conmigo en los descansos en un bar cercano donde acudíamos para despejar la mente y buscar el mágico brebaje que alejara el cansancio acumulado por el esfuerzo y la tensión. Recuerdo cómo este camarada de fatigas, estudiante de Medicina, me confesaba una tarde su preocupación ya que, según él, a medida que iba aprendiendo acerca de las distintas enfermedades que puede padecer el cuerpo, creía notar en su propio organismo todos los síntomas que los catedráticos dictaban como signos inequívocos de falta de salud. Mi amigo estaba preocupadísimo, pensando que en cualquier momento se vería obligado a ingresar en un hospital. Mientras hablábamos le pregunté si le ocurría con cada una de las materias que estudiaba. —Pues sí, —me contestó. Sin embargo, calló por un momento para inmediatamente añadir ruborizado: —bueno; con todas no. Con mis clases de psiquiatría me ocurre al revés; vamos, que los que tienen los síntomas de estar mal de la cabeza son los demás, no yo—. Aquello desembocó en una risa relajante —recuérdese que eran tiempos de exámenes— que sirvió para hacer la tarde más llevadera. Afortunada o desgraciadamente, jamás lo sabré, mi amigo tuvo la educación de nunca decirme con qué enfermedad mental me identificaba.

Años después, al contrario que mi compañero de biblioteca y cafés, no siento ninguna vergüenza ni temor en afirmar que, según pasaba las páginas del libro que el lector tiene en sus manos, libro escrito, no se olvide, por un doctor en psiquiatría, me he visto claramente reflejado en más de una ocasión con lo que estaba leyendo. Pero sin embargo y desde luego no en mi descargo diré, que no creo ser el único; más bien, pienso que soy uno más de entre unos seis mil millones de seres, futuros beatificables al margen, que sufren del mismo mal. Adaptando al caso la afirmación del padre del modelo moderno del átomo, Niels Bohr, quien sentenció que “aquel que no se muestre impresionado por la teoría cuántica es porque no la ha comprendido”, me atrevo a afirmar que el lector que, en mayor o menor grado, no se reconozca en este libro, no se identifique como actor de su propio círculo luciferino o no crea que nada de lo que aquí se expone va con él, es porque no ha llegado a comprender lo que en estas páginas se dice, ya sea por falta de intelecto o por exceso de soberbia. En este último caso le sugiero tome un bolígrafo y cambie el título de esta obra por el de “Esta es mi vida”.

Vivimos en una época en la que la necesidad de poder ha alcanzado la categoría de enfermedad de nuestro tiempo. No creo que haya sido radicalmente distinto en otras épocas, pero podríamos hacer un juego de lógica y concluir que puesto que la nuestra es la era de la información y dado que, como todos sabemos, quien es dueño de la información tiene el poder, podemos afirmar que vivimos en la era del poder.

Esta necesidad de poder no debe entenderse exclusivamente como el afán expansionista más o menos “justificado” de unas naciones, sino que se extiende hasta los últimos capilares del sistema, es decir, cada uno de los núcleos elementales que constituyen la sociedad (familia, trabajo, vecindario, etc.) y, por ende, a las mismas personas que los integran. Son continuas las alusiones a la necesidad de ser poderoso, de estar por encima o “controlando” a los demás. Me llama la atención cómo desde distintos entornos se expresa una necesidad creciente de formarse en las últimas estrategias para dominar, para tener poder. Para satisfacer dicha demanda existe todo un mercado en torno a este negocio, el del poder, desde el que se venden técnicas más o menos manipulativas para “triunfar”, ya sea en el trabajo o en el amor. Basta detenerse cinco minutos en la librería de cualquier estación de ferrocarril o aeropuerto del mundo o en las tiendas de venta de prensa de los centros comerciales para apreciar la cantidad de volúmenes que se ofertan sobre el tema. Incluso podemos encontrar este material en los supermercados donde se ofrece como cualquier otro producto necesario para satisfacer las necesidades más elementales. No tenemos más que abrir las páginas de los dominicales o los diarios de economía y abrumarnos con las docenas de cursos y seminarios que se anuncian o con los nuevos, entrenadores, consejeros, guías espirituales, psicólogos, asesores de imagen particulares. sexólogos, los tan populares coaches, que están a nuestra disposición. Todo encaminado a un único fin: ¿ser más eficiente? Sí, pero, en muchos casos para poder controlar mejor a los demás; en definitiva, llegar a tener una mayor cuota de poder. Técnicas de actor, me gusta llamarlas, porque en realidad no pretenden llegar a la causa de un “problema”, en este caso la falta de dotes de liderazgo, carisma o como se quiera denominar y resolverlo, sino que presentan trucos y estrategias para que, al menos los demás, nos vean como nosotros queremos, no como realmente somos.

Estamos inmersos en un sistema cargado de paradojas y contradicciones, en una sociedad en la cual, sirva de ejemplo para el caso que nos ocupa, dentro de muchas empresas modelo de organizaciones eficientes, se valora más entre los trabajadores el concepto de competitividad frente al de trabajo en equipo, por mucho que los “estándares éticos” obliguen a tener a este último como uno de los principales “valores corporativos” de cualquier grupo empresarial que se precie. Una triste herencia más, por cierto, la competitividad entre colegas de trabajo, de aquella nefasta plaga de finales del siglo pasado que constituyeron los yuppies. Paréceme pues que, incluso en aquellos grupos en los que la unión y la cooperación debería ser, más que en otros ámbitos de relación, el faro que guiara la nave en este proceloso mundo que nos toca vivir, asistimos a cómo las luchas de poder entre los integrantes de tan hostiles tripulaciones consiguen, en el mejor de los casos, que el barco llegue tarde, si es que llega, a puerto. Y no creo que estemos en un momento en el que nos podamos seguir permitiéndonos el lujo de derrochar esfuerzos, sino que cada vez es más necesario aunar voluntades para poder gobernar eficientemente la nave, tenga esta la estructura que se le quiera dar (familia, comunidad, empresa, etc.)

Pero, y me centro en este momento en el individuo como último elemento constituyente de un sistema ¿por qué esta necesidad de poder? ¿Cómo se explica que en una sociedad en la que conceptos tales como solidaridad, voluntariado, cooperación, están a la orden del día, la necesidad de un poder absoluto y, consciente o inconscientemente destructivo, esté más presente que nunca? La necesidad de satisfacer mi curiosidad me ha llevado a leer y ha observar este excitante mundo que me ha tocado vivir. Todo esto me lleva a pensar que, en el fondo, el problema se debe a varios rasgos bastante característicos de nuestra sociedad.

De un lado, el individualismo existente y que anula la capacidad del hombre de pensar en los demás de una forma honesta. Parece como si nuestros intereses, nuestros deseos, nuestras ambiciones estuvieran por encima de cualquier otro considerando y, obviamente, para poder satisfacerlos es necesaria una posición de fuerza hacia los demás.

Acompañando a este egoísmo, creo ver en nuestro mundo una atrofia emocional que coarta nuestro potencial de desarrollar una sana relación afectiva, lo cual conduce a vacíos del alma, vacíos que se intentan llenar torpemente sometiendo al otro a la tiranía y al egoísmo de nuestros sentimientos y que necesariamente desembocan en una terrible inseguridad. Un no saber querer o a un asfixiante temor a la soledad, en definitiva, que derivan en un cierto tipo de amor enfermo. “Puesto que no sé cómo relacionarme contigo; puesto que si te quiero y al quererte he de aceptarte como eres y tolerar tu derecho a ejercer tu libertad con todo el riesgo que ello supone; puesto que tengo miedo que, desde esa libertad, no te guste como soy; en definitiva, puesto que no me siento seguro, voy a controlarte para que así yo no me quede solo”. Y, como muy bien describe Población en su obra, esta tiranía puede ser ejercida desde abajo o desde arriba, desde el “soy el mejor” o desde el “no puedes abandonarme ahora con lo mal que estoy”. Esta necesidad de ejercer poder se encuentra presente de forma particular y, desgraciadamente demasiado frecuente en la vida de pareja y, no nos engañemos, en ambos sentidos (del hombre ejerciendo su poder sobre la mujer y viceversa).

Pero, como ya se ha indicado anteriormente, la vida en común entre dos personas no es el único entorno en el que se puede encontrar este ejercicio malsano del poder. El miedo, la necesidad de adoración, que no es sino un síntoma de inseguridad, la percepción de la propia limitación acompañada de una incapacidad para aceptarla de forma saludable, el egoísmo al que me refería puede llevar a adoptar una postura en la que nos salimos del círculo del amor para entrar en el del odio o, mejor, del des-amor, desde el que se intenta someter al otro, ya sea un esposo, un compañero de trabajo o un vecino. Afecta a todos los ámbitos en los que está presente un individuo.

El problema no solo es el afán de poder. Este, lo mismo que la ambición, el anhelo de superación o el orgullo, son necesarios para un desarrollo adecuado y sano de la persona y, por tanto, de la sociedad. Creo que tan malo como un grupo formado por depredadores que solo atienden a la ley del más fuerte y que da como resultado el establecimiento de un líder absolutista, sería una sociedad estancada, contemplativa, no progresista, entendiéndose como tal aquella que no evoluciona a mejor, lo cual no siempre está ligado al significado político que se atribuye a este término. No creo que sea necesario cuestionar las ventajas que el desarrollo ha traído sobre el hombre, por muchos males derivados del progreso que se puedan citar; y el progreso solo es posible gracias a un afán de superación, a una ambición que empuja al innovador a crear algo nuevo y de lo que se beneficia en último término la comunidad. El problema surge cuando estamos tratando con niveles enfermizos de obtención o ejercicio del poder, tanto por el daño que se pueda generar sobre el sujeto pasivo (el que “es sometido”) como por el dolor que llegue a padecer el sujeto activo (el que “somete”). En estos casos, la labor del terapeuta puede llegar a ser la única salida posible para volver, si alguna vez la hubo, a una vida sana y en la que se den las premisas necesarias para el pleno desarrollo de la persona.

Por otra parte, debemos distinguir poder de autoridad, conceptos que en muchos ámbitos se quiere confundir. Esta es necesaria, tanto en la formación de la persona en sus primeros años como niño y adolescente como para un eficiente proceder en el día a día de cualquier grupo organizado. Así, yo entiendo la sana autoridad aceptable, en tanto se encuentre ligada a conceptos tan hermosos como el respeto a las libertades del individuo como tal y como perteneciente a un grupo más amplio en el que las interrelaciones son inevitables (sistema) y por tanto deben ser tenidas en cuenta. Este respeto es lo que diferencia al líder del tirano.

Poder de un grupo o de un individuo, no son sino dos caras de una misma moneda. La cuestión es si es la sociedad la que marca las pautas de comportamiento de los hombres o si aquéllas no son sino el reflejo de la integración de los vicios y virtudes de estos. Yo creo que es una relación de retroalimentación en la que algunas tendencias poseen una inercia de desarrollo mayor que otras y son, por tanto, más susceptibles de convertirse en modelos de relación “políticamente correctos”.

Con este escenario, si lo que queremos es sanar al tirano de su necesidad de ejercer su tiranía, creo que se hacen necesarias más que nunca “terapias” tan eficientes como el saber querer, el vivir jugando (que no jugar a vivir) o el humor sano, no hiriente, no mordaz, no irónico. Conozco al autor desde hace casi treinta años y por eso sé que este libro ha sido escrito desde el amor, desde el gusto por la vida, desde el humor. Y creo que de eso se trata; de saber vivir con ese Lucifer que todos llevamos dentro, de comprender que, si nuestra estrategia consiste en subirlo o bajarlo de su pedestal según el caso lo requiera, no estaremos sino haciéndonos trampas al solitario. Y si bien al final es posible lograr que cada carta se encuentre en su lugar, siempre nos quedará la amargura de saber que, en el fondo, se cumplió el objetivo haciendo algo que no era correcto.

Lo que el lector encuentre en estas páginas dependerá de la disposición del alma con que lo afronte. Aquel que busque conocimiento no quedará insatisfecho; quien desee referentes los encontrará; el visitante más “de pasada” creo que verá excitada su curiosidad para seguir explorando al respecto. Pero todo el que lea este libro se reencontrará con personajes y protagonistas de una historia tan antigua como el hombre y que han sido inmortalizados por todas las culturas que, de una u otra forma, han dejado huella en este hermoso jardín que Dios creó en seis días y que el hombre, en su afán de ser más que el creador, parece empecinado en querer demostrar que es capaz de destruirlo en un período de tiempo aún más corto. En definitiva, ser más poderoso que el mismo Dios.

Acuérdate,

esta es la ley de Satán:

Mata a tu hermano

antes de que él te mate.

Sé el primero en matar.

Esta es mi ley:

Ama a tu vecino

Antes de que él te ame.

Sé el primero en amar.

J. L. MORENO,

Las palabras del Padre.

Primeras reflexiones sobre el tema

Cuando se navega por el ejercicio clínico durante más de cuatro décadas se van infiltrando algunas respuestas y muchas, muchas preguntas. Son cuestionamientos que se intentan responder con las lecturas profesionales, con el coloquio con los compañeros, con la asistencia a congresos. Con todo ello se va preñando el espíritu hasta que, tras larguísima gestación, se van encontrando posibles respuestas o mejor, pequeñas puertas que se abren a caminos hacia metas de nuevos colores. No suele ser nada radicalmente diferente de lo mucho ya escrito en el tema que sea, pero quizás con otros matices, desde otras perspectivas novedosas.

Esto es lo que ha movido mi yo curioso para acercarme con mis preguntas y respuestas respecto al tema del poder y, también, del amor versus el poder. Este libro trata de este tema.

Un libro para cristalizar y justificar su existencia exige un lector. Con al menos un lector se evita guardar el libro entre los escritos que han quedado sin bautizar con otros ojos y otra mente que la de su autor. Por ello el libro es parte de una relación. Relación no del autor y el lector, o no solo, sino de modo sustantivo entre el libro, como ente, y el lector. Ambos se dan vida mutuamente, se re-crean. Para cada lector el mismo libro es un libro distinto y para un libro cada lector es distinto. Es siempre una situación in status nascendi. Pero el libro también es un instrumento del que lo escribe para relacionarse de modo indirecto con el que lo lee. Es un objeto intermediario en la comunicación.

En este libro el autor desea charlar a través del libro con el lector sobre el poder, sobre lo que el primero ha reflexionado desde lo que ha creído poder observar en su experiencia con el mundo y, también, de modo muy especial, desde su ejercicio de la psicoterapia, y ha procesado y ordenado desde la intimidad de su mente y en su juego con el papel y la pluma. Algunos autores, en esta línea estaba ya Aristóteles, defienden que el poder esta presente de modo inevitable en toda relación humana. Si aceptamos este principio como bueno tenemos que deducir que el autor entabla una relación de poder con el lector, incluso que lo ha escrito con esa finalidad.

Yo, que soy el escritor de estas páginas intento calificarme como autor, como actor o creador de la obra, es decir como alguien que trae al mundo lo que concibió como hijo de su supuesto conocimiento y no como el que quiere imponer sus ideas a los demás, ejercer su poder para obtener un cambio en el otro, desde cualquier interés espurio como presunción, reto o ambición. O con cualquier otra forma de fantasear con estar encima del posible lector. Por esto me atrevo a inferir que no deseo una relación de poder con el lector, sino de diálogo simétrico.

Como todos mis libros, especialmente el primero que trataba sobre el juego, creo haberlo producido como un juego, y por tanto desde el amor a la vida, desde el amor a la creación como plasmación de la curiosidad y el deseo de aprender, y de aprender a aprender y gozar sintiéndome —o creyéndome— capaz de gozar de ser consciente de curiosear, experimentar y crear. Y después poder sonreír con el orgullo amoroso que mira una madre al hijo que ha parido y al que percibe como una parte de ella, pero también como un otro al que sabrá respetar en su propio desarrollo.

El autor sabe que vive en un mundo donde parecen predominar las relaciones de poder sobre las relaciones del amor. El autor reconoce que, como tantos otros, puede haber ejercido demasiado el poder en su vida, quizá sea siempre demasiado. El autor cree que con los años empieza a importarle muy poco el poder. Quizás por esto ha podido escribir este libro.

Y al comenzar a pergeñar estas páginas el autor se siente obligado a preguntarse de entrada: ¿Qué pasa con los mecanismos de poder en el ámbito de la psicopatología y la microsociopatología? ¿Qué disfunciones provoca el uso y el abuso del poder en los distintos sistemas psicosociales, desde el individuo hasta los sistemas más extensos? ¿Ayuda este punto de vista a una mejor comprensión de estos sistemas y, desde ahí, a una labor preventiva y de ayuda? Le surgen muchas preguntas además de estas y empujado por ellas tienta el intento de dar algunas respuestas.

Para el manejo de los test sociométrico y perceptual J. L. Moreno recurre a las variables que denomina de elección, rechazo e indiferencia. Cuando hace ya unos ocho años comencé a plantearme la expresión en grafos de la “familia interna” de los pacientes como una vía para el diagnóstico individual (ya que me parecía que se podían hallar gráficos específicos de cada entidad patológica), para el encuentro entre las personas (por ej.: la escena primigenia de pareja desde la “fusión” de las escenas internas de cada uno de los sujetos), para el seguimiento de los procesos individuales y grupales y otros sistemas de interacción, me encontré con una grave dificultad, conceptual y terminológica.

Ya denunciamos este escollo en un trabajo publicado por A. Egido y P. Población1. Nos fue evidente que los tres factores que propone Moreno pertenecen al área de lo que podemos llamar “relación amorosa”, es decir, ser aceptado, querido, acogido o no querido, rechazado, agredido, odiado o, al fin, no tenido en cuenta, el vacío afectivo. Pero al realizar los grafos desde las expresiones de los sujetos que tomamos para la publicación de aquella comunicación, pudimos darnos cuenta de que cuando existía una situación expresiva de una relación patológica, los sujetos no utilizaban o lo hacían raramente, expresiones que remitieran a estas áreas. Las más frecuentadas eran: dominio, manipulación, explotación... o sumisión, dependencia, temor. Surgía de modo indeclinable la necesidad de tener en cuenta los movimientos interpersonales en otra área relacional, a la que dimos en llamar “área del poder”.

Publicamos que, a través del estudio de las respuestas de varias decenas de personas a un amplío cuestionario, pudimos construir un campo semántico, una relación de términos agrupados en seis conjuntos, que correspondían a las tres parcelas del “área del amor” (aceptación, rechazo, indiferencia) y a las tres del “área del poder” (dominio, sumisión, equilibrio o simetría). Lo que aquí nos interesa es profundizar en la madeja del área del poder. Solo resaltar ahora la significativa coincidencia de los términos utilizados y el acuerdo con que se trataba de dos modos vinculares pertenecientes a espacios distantes y distintos.

Este tema del poder se me hace encontradizo, porque también trabajando en la elaboración de nuevos conceptos, centrados en el espacio relacional de lo que denomino simbólicamente “el círculo luciferino” (ó el círculo de poder)2, me vuelvo a encontrar con que solo puedo comprender y desarrollar este concepto y sus consecuencias clínicas y terapéuticas desde el manejo de aquel.

En tercer lugar, el trabajo clínico diario añade su clamor para exigir desde el sufrimiento de los pacientes, como desarrollaré más adelante, que se tenga en cuenta este factor en la relación y en la génesis de los cuadros disfuncionales.

En mí libro sobre el juego3 denunciaba la escasa curiosidad (ahora añadiría escaso poder) que había despertado en los clínicos de la psicología, los mecanismos de poder en las construcciones teóricas y clínicas4. Solo en los últimos años aparece una pequeña riada de publicaciones, sobre todo desde los estudios de algunos autores que trabajan en el campo de las relaciones de pareja y familia. Así, en el Diccionario Oxford de la mente5 no constan las palabras poder ni autoridad, lo mismo ocurre en los Diccionarios de Psiquiatría de Porot6 y el de la editorial Masson (5). En el Vocabulario de las Psicoterapias7 otro tanto de lo mismo. Tenemos pues que recurrir a los diccionarios generales para encontrar esta palabra, con sus distintas acepciones y su etimología.

Del Diccionario de la Lengua Española, destacamos la 1ª y 3ª acepción. En la 1ª leemos: “dominio, imperio, facultad y jurisdicción que uno tiene para mandar o ejecutar una cosa” y en la 3ª: “ser más fuerte que otro, ser capaz de vencerle”. Pese a la pobreza a la que nos tiene acostumbrados este docto diccionario8 ya se apuntan estos matices de dominio y de capacidad de vencer a otro. El María Moliner (7) le dedica página y media, lo que ya es un índice de la importancia que le da a este término tan polisémico. Desde los aspectos que podemos considerar positivos como “la posibilidad de realizar” o “que ocurran ciertas cosas” se extiende a los aspectos que aquí más nos interesan como “fuerza para dominar a otros”, “poderío”, “omnipotencia” y de pronto, en medio, la sorpresa: “caer bajo la dependencia...” y “rayo”, que connota la caída de una descarga temible por su destructividad.

De un diccionario que siempre nos abre cauces brillantes con su alegría y su espontaneidad descriptivas, el Covarrubias, sacamos una frase definitiva y definitoria: “de dos ejércitos, cuando enviste uno con otro peleando todos, decimos darse la batalla de poder a poder”. Sobresalen los conceptos de envestir, pelear, luchar contra otros por el poder.

Otra fuente interesante es el Diccionario de Sinónimos, aquí el de Sainz de Robles9, que compila como sinónimos de poder: “dominio, imperio, potestad, mando, supremacía, autoridad, prepotencia, preponderancia, jerarquía, superioridad, omnipotencia...” y como antónimos: “obediencia, inferioridad, debilidad”. En parecida vía se expresa el Corominas10.

Poco a poco le vamos cogiendo el tiento al poder; “se trata de dominar, vencer, ejercer la prepotencia y colocar al otro en una situación de debilidad, obediencia, dependencia...”. Sin duda nos movemos en modos vinculares bastante ajenos a los que manejamos en el test sociométrico. Aparece como un salto cualitativo desde un modo de relación que remite al afecto/desafecto a otro que tiene que ver con el dominio/sumisión.

Y de los diccionarios a la clínica. ¿Qué observamos en nuestro trabajo cotidiano en relación a estas dos áreas de modos de vinculación interpersonal?

Vamos a apoyarnos en dos campos de trabajo; en primer lugar, nos detendremos en los grafos que surgen como expresión de la familia interna de nuestros pacientes y, en segundo lugar, la evolución de individuos y parejas desde una situación funcional a una disfuncional. Como acabamos de decir este es el lenguaje que se repite una y otra vez: dominación, exigencia, sobreprotección y, al otro lado, dependencia, sumisión, temor... ¿Dónde están la aceptación y su contrario el rechazo? Las que estamos tratando son relaciones muy firmes, pero no en el área del amor. Son vinculaciones estrechas, duraderas, atenazantes, donde se manejan la dominancia y la dependencia como instrumentos de poder. Es el combate de dos ejércitos, a ver quien vence al otro.

Es algo que en mi experiencia se me aparece como una constante. El sufrimiento de lo disfuncional aparece de un modo habitual cuando un estilo relacional, sea de una persona con su entorno, sea de los dos miembros de una pareja, o en el seno de una familia, pasa a moverse desde el “área del amor” a hacerlo en el “área del poder”.

Si tomamos el ejemplo de un individuo nos encontramos, si se mueve en el área del poder, con una lucha interna entre su necesidad de estar en un pedestal y su derrumbamiento en una inseguridad profunda. Ese “estar arriba” traduce una autoexigencia de cualquier tipo, es ser “el que más”, el más fuerte, más sabio, más poderoso, más bueno, más generoroso, la combinación de varias de estas u otras muchas “cualidades”. Más pronto o más tarde, en cualquier momento, la realidad se encarga de frustrar esas expectativas, frustración que el sujeto no es capaz de digerir debido a su inseguridad de fondo y cae en un estado de autoinculpación, de sentirse inútil y víctima del destino. Pero, curiosamente, aquí sigue siendo “el que más”. El que más sufre, el más desgraciado, el más castigado por la vida, el más inútil..., persiste, hundido, en una posición paradójica que no hace más que reflejar su estar moviéndose en el área del poder. Luego tratará como sea de volver a trepar a su pedestal y así se construirá una historia de extremos, ahora en el cielo del mejor, ahora en el infierno del peor. Es, descrito de un modo muy breve, lo que denomino círculo del poder11, tomando como referente las citas a Lucifer que encontramos en el Antiguo Testamento. Esta posición tiene ciertas semejanzas con algunas descripciones del narcisismo, pero creo que la compulsión a tomar los mitos de los clásicos como exclusivo referente de los símbolos y arquetipos llevó a dificultar una visión más realista de estas situaciones patológicas. Sin embargo, tomar también los mitos de la cultura judeocristiana nos ayuda a completar la comprensión simbólica de los movimientos de nuestra psique.

La denominación de espíritu luciferino se funda en mitos de nuestra cultura religioso-judeocristiana. Se centra en el orgullo y/o la soberbia, con sus matices complementarios, se expresa en el poder y su desarrollo no es lineal sino sistémico, circular, de ahí que hablemos de círculo luciferino12. La circularidad de las posiciones de poder desencadenó un enfrentamiento entre Bateson, por un lado, que insistía en la circularidad de estas situaciones en las parejas y familias, y Haley, Selvini, Palazzoli, Stierlin y otros que defendían la no circularidad y la necesidad de aceptar una epistemología lineal del poder para lograr comprender determinadas posiciones de maltrato y violencia. Yo me inclino por la primera posición desde mi experiencia de procurar conocer también la dinámica de los elementos del sistema.

Mientras el sujeto se mantiene en este círculo esta relacionándose intra psíquicamente y con los otros desde el área del poder. Tanto se exige a sí mismo poder, en el área que sea, ser más que los demás, como se considera el más miserable, el más incapaz y desposeído. Y a los demás los maneja o intenta manejar, les exige o espera ser considerado el más arriba o el más abajo y desde ambas posiciones maneja un extremo poder: sea el del dominio desde la “fuerza”, sea la manipulación desde la “debilidad”.

Desde estos mecanismos se establecen distintos sistemas que se mueven dentro del círculo del poder.

Con lo anterior nos situamos de nuevo en la antinomia, en un sentido muy próximo al kantiano, entre predominio de una u otra área, amor y/o poder y todas las contradicciones que nacen de ella. Porque nos encontramos que querer, por ejemplo, ser el más bueno se transforma en una manipulación del otro, en un estar encima privándole de su libertad de crecer, de dominarlo desde una bondad que es falsa, porque es un movimiento vincular centrípeto, egocéntrico. Del mismo modo podríamos analizar cualquier otro ser más. Parece que llegamos a un encuentro con J. Burckhardt que denuncia “que el ansia (de poder) es insaciable”, considerándolo una perversión intrínseca (tomado de F. J. V. Rintelen (Folia Humanística, Tomo VI, n.º 64).

A través de lo dicho hasta ahora puede parecer que defiendo que haya una división entre sujetos que viven siempre en el área del amor y otros que lo hacen en el área del poder. Quizás esto sea aproximado y casi apropiado para algunos sujetos en el segundo caso, pero desde luego no pienso que ¿excepto algún caso de santidad? nadie viva inmerso de modo continuo en el área del amor, desde una postura de constante espontaneidad, ni nadie este hundido de modo absoluto y de por vida en el área del poder. Pasamos muchas situaciones en que se mueve nuestra tendencia al poder y quizás un aspecto de la salud mental sea la de ser capaces de salir de él con flexibilidad. Mi experiencia en relación a la aproximación terapéutica desde esta óptica de contraposición entre amor/poder, ha sido muy fructífera para la ayuda al enfrentamiento de muchos pacientes con un profundo sufrimiento.

Como en tantas ocasiones J. L. Moreno anticipa estos planteamientos y los sintetiza en una frase llena de sugerencias:

Cuando el hombre descubrió su fracaso en el esfuerzo hacía una máxima creatividad, separó de su voluntad de crear una voluntad de poder, utilizándola como un expediente extraviado para lograr solamente con él los fines de un dios13.

Psicología y ciencia

Ahora quiero advertir al lector, desde la introducción de mis objetivos, que este libro no trata de ser “científico”. Es más, intentaré huir del cientifismo cuantificador de moda. Aquí se acomodará bien una anécdota. En estos días tuve que consultar información sobre la homosexualidad, pues quería actualizar datos para una clase a mis alumnos. Las tres primeras publicaciones osaban dar cifras estadísticas sobre su etiología. En una afirmaban que el 93% de los casos eran de origen psicógeno, es decir, debidos a los conflictos biográficos sufridos, otro defendía que el 98% obedecen a una base genética, nada de psicogénesis, y el tercero que así-así, con cifras próximas al 50%. Todas respaldadas por un muestreo adecuado, encuestas y pruebas “sólidas”, y un estudio estadístico impecable. ¿Qué ocurre aquí? Sin duda aquí funciona el principio físico de la dualidad onda-corpúsculo, que describe cómo la luz puede contemplarse como fotones o como ondas, dos cosas muy diferentes, según la mirada del observador. Podemos hacer cada cual nuestras hipótesis sobre qué factores subjetivos de cada autor le empujaron inconscientemente a obtener unos u otros datos, tan opuestos. Ciencia universitaria en estado puro.

Aunque no he despreciado la consulta bibliográfica, como será evidente al lector, lo que relato aquí es producto de la observación empírica. No trato de demostrar nada ni quiero someter aquello que digo a una evaluación cuantitativa, sea o no posible hacerla en este tema, pero, como es preciso reconocer, tantas veces engañosa.

Por otra parte, estoy de acuerdo con Vygotsky (1995)14 de que la indagación psicológica pura no es o no debería ser un fin en sí misma y que el verdadero tema de la indagación es la cultura, como un estudio más amplio del hombre y en la cual la psicología no es más que un instrumento conceptual. Y el autor que firma un libro, aquí de antropología —pero podría ser una novela— ha de aceptar que este es “un lugar organizador de complejísimas interrelaciones lingüísticas, históricas, culturales, ideológicas…” como piensa Saramago (1997)15.

Decía que no trato de demostrar nada, es decir no trato de “hacer ciencia” o, como mucho, ciencia empírica, en el sentido de M. Weber de que “es algo que no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino qué puede hacer”. Al fin y al cabo, el objetivo del libro se integra en las ciencias duras, las ciencias sociales, que van integrándose en sucesivos paradigmas, y en cada uno de ellos las verdades del anterior son las irrealidades del siguiente, pues sabemos que cada paradigma obedece a un acuerdo, a una negociación social temporal desde la subjetividad y el interés de los científicos. Como dice F. Jiménez Burillo (1997)16 “no parece que lo que está ocurriendo en el campo de las metas ciencias […] nos ofrezca garantías epistemológicas, y certezas psicológicas”.

Por otra parte, puedo acogerme a considerar científico lo que funciona en la práctica. En palabras de L. Kolakowski “en sentido científico es verdadero lo que presenta posibilidades de aplicación en procedimientos tecnológicos efectivos”, lo que se cumple en mi experiencia con mis planteamientos sobre el poder cuando se trasladan y aplican en la práctica de las técnicas psicoterapéuticas. Son ideas y por tanto patrones integradores que no derivan de la información (o solo parcialmente) sino de la experiencia (Rorzak) y como surgidas de la experiencia no son certezas sino aproximaciones a la realidad. No olvidemos que toda experiencia, como producto de una observación de la “realidad”, es producto del gatillamiento entre el observador y el fenómeno observado y por ello con un alto componente de subjetividad que quieren negar los experimentalistas. Se trata inevitablemente de una observación participativa. Yo rechazo ese echarse a dormir sobre una nada segura antes que sobre un algo incierto, recordando a Nietzsche.

Trato de acercarme a construir una antropología del poder; de tomar una posición que nos lleva a “una actividad que nos ayuda a comprender y a tratar con la diversidad humana social y cultural” (Carritthers [1995])17. Como mostró Jacobo Leví Moreno desde sus primeras publicaciones, existe una íntima relación entre el desarrollo del individuo (epistemología lineal), la relación circular con los otros (epistemología circular), la sociometría de los grupos y las construcciones sociales y culturales. Desde mi posición de psicodramatista me siento movido a tratar sobre la sociometría del poder, la nosología del poder y la sociatría del poder, es decir una antropología del poder, siendo la sociometría el estudio de la estructura psicológica real de la sociedad humana a través de métodos cuantitativos y cualitativos como son los test sociométrico y perceptual. Precisamente la aplicación periódica de estas pruebas en un mismo grupo humano nos da la necesaria perspectiva histórica de los cambios que sufren los sujetos en sí mismos y en sus relaciones interpersonales y con el medio, como exigencia necesaria de una comprensión no estática sino dinámica procesual del hombre y de los grupos, de la de la cultura y sociedad de que forman parte. Serrano, J. (1996) comparte esta posición que defendemos: “El diálogo ininterrumpido desde hace décadas entre psicología y antropología ha cobrado una nueva intensidad”18.

Lo que no se puede presumir es que una antropología del poder se englobe en ningún paradigma actual en el sentido de Kuhn, ya que, como mostraré más adelante, existe una mezcla de elusión y de confusión respecto a este tema. En la mayoría de los modelos psicológicos se elude como concepto, valor y práctica, compartidos por la comunidad científica y se confunde el poder con la violencia, la agresividad y la autoridad suma, etc.

Al no estar vigente un paradigma sobre y alrededor del poder en la comunidad científica actual, tratar de delimitar una antropología del poder es perseguir crear algo nuevo, con el riesgo —asumido— de no ser admitido o, al menos, de ser criticado por no reproducir ciegamente lo que ya se ha dicho, que parece la vía que se utiliza con más frecuencia para multiplicar las publicaciones en muchos campos y, de modo muy marcado, en las ciencias de la psicología. Reproducción ciega o actuar ciego, gústenle y admítanlo o no, de la ciencia inductiva que defendiendo que todo viene de fuera, niega la creatividad, como denuncia Popper. Se atienen a la lógica rígida, que intenta escapar de la subjetividad de la percepción en lugar del pragmatismo de la lógica fluida (E. de Bono, 1996). El premio Nobel de Química Herschbach concuerda también con este parecer cuando dice “es triste comprobar cuánto daño ha causado la tremenda prepotencia de la lógica rígida”. Aquí encontramos de nuevo la denuncia de lo dañinas que pueden ser en el ámbito científico (como en todos) las actitudes prepotentes.

El presente libro aborda el poder desde la óptica psicológica, la sociológica, la patológica, el tratamiento y su relación con los mitos y ello podría considerarlo como una Antropología del poder, porque del hombre trata, ese ser que es “el que mira hacia arriba”, buscando respuestas a su esencia, al misterio de su existencia y del mundo siempre lleno de misterios. En el sentido de Harris (1990)19 se integraría en una antropología médica, “que estudia los factores biológicos y culturales en la salud y en la enfermedad y el tratamiento del enfermo” pero traspasando sus límites hasta “ofrecer un esquema conceptual humano” como lo define Federica de Laguna20.

Antes de seguir adelante es interesante retomar a Vygotsky, que persigue una metodología que convierta la psicología en ciencia. Pero cae en el dilema de que si hace uso del método marxista, como desea, teme caer en una “psicología marxista”.

Próximo al anterior, Koch (en Vygotsky) contempla la psicología como un “mito desconocido” que no resiste la prueba del tiempo pues aparece como “una colección de estudios que tienen fundamentos y metodologías completamente diferentes”.

La infinidad de posiciones, “teorías”, modelos, etc., en psicología y psicoterapia son argumentos suficientes para dudar sobre su validez científica. Cada enunciado (según Woolgar, en Jiménez Burillo, pág. 49) nace de una pura negociación social entre un determinado grupo de científicos y los argumentos lógicos en que se apoyan son racionalizaciones post hoc “de prácticas ya decididas y de las formas convencionales de proceder”. Existen tantos acuerdos negociados que dudo entre aceptar que existe en este momento un paradigma psicológico, que existen innumerables o que ninguno merece ser incluido en este concepto de Kuhn.

Incido una vez más en mi opinión de que es preciso aprender de la experiencia de jugar la vida, lo que ahora se ha dado en llamar observación participativa, que no es más que la vieja observación de J. L. Moreno de que el investigador social es parte de la investigación, propuesta retomada sin nombrar a J. L. Moreno por los estudiosos del encuadre sistémico. Desde posiciones distintas pero encontradas, J. L. Moreno y M. Eibl Eibesfeldt llegan a la conclusión de que lo que importa es hacer algo nuevo y que funcione. Edmund Leach defiende también que el antropólogo debe ser un “observador participante”, concluyendo tras otros argumentos: “Todo lo que puedo decir en defensa del tal procedimiento es que funciona”21, seguir ese aprendizaje y huir “de reproducir a ciegas lo que otros han hecho” (Cavilers, 1995) o han escrito como estamos sufriendo constantemente en las publicaciones, de modo especial de determinadas universidades.

No hay que olvidar que “el objetivo de cualquier modelo conceptual —De Barro (1990)—22, es dotarnos de algo útil”, como siempre hemos insistido nosotros. Lo que importa es que funcione; más tarde podremos teorizar sobre ello. No es que no se parta de una cierta hipótesis previa, pero no de una teoría a la que condenar la experiencia. Pappas oscila curiosamente entre primar la teoría a la experiencia cuando dice que “una teoría es una esperanza y una esperanza es una teoría”. Parece olvidar, una y otra vez, que también en la creación de teorías/actitud experiencial rige, como en tantas otras situaciones humanas, un principio más allá de la circularidad, como defienden algunos, es el de espiralidad como yo defiendo, que puedo definir como circularidad abierta procesualmente.

Pero defiendo en Popper su rechazo del inductivismo, que califica de “teoría que intenta negar la creatividad de nuestro espíritu”23 Con esta posición entronca de Barro con su concepto de “lógica rígida, que intenta escapar de la subjetividad de la percepción”24 posición obviamente irracional de los experimentalistas-racionalistas-inductivistas, desde un intento de hacer una ciencia “prudente” y “objetiva”. Recuerdo aquí el aforismo de Wittgenstein: “Baja siempre de las frías cumbres de la prudencia a los verdes valles de la tontería” que, traducido a un lenguaje coloquial castellano equivale a “Déjate de querer ser tan serio y déjate estar un poco sanamente loco si quieres hacer algo nuevo”.

La subjetividad, la parcialidad, la espontaneidad toman de nuevo aliento en las recientes posiciones de la psicología cultural, deconstruccionista. En la introducción de la interesante obra Psicología, discursos y poder