Psicoterapia Corporal Integradora Humanista - Maria Beltrán - E-Book

Psicoterapia Corporal Integradora Humanista E-Book

Maria Beltrán

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Beschreibung

La impronta temprana es el primer vestido que se tejió en nuestra piel, es nuestra historia en una voz no hablada, en el lenguaje de lo somático. Es un espacio en el que encontramos las respuestas a lo que vivimos desde nuestra gestación, incluso antes, y un latido que impulsa nuestra realidad, ya sea en forma de defensa o de recurso, siempre en pro del aprendizaje, a la adaptación y a la reparación. Frecuentemente, cuando hablo de las marcas somáticas, estas son mal entendidas como un espacio de sufrimiento, de trauma, de dolor e interferencia. No quiero tampoco relegar estos aspectos del concepto de impronta, pero quizás los psicoterapeutas estamos demasiado acostumbrados a hablar de patología y nos olvidamos a menudo de hablar de la versión sana de los aspectos más polarizados de la defensa. La impronta también puede ser un espacio de fortaleza. Un recuerdo pulsante de salud y de resistencia, de aspectos que vivimos e integramos en nuestro cuerpo como grandes tesoros que nos protegen de las inclemencias psicológicas.

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PSICOTERAPIA CORPORAL INTEGRADORA HUMANISTA

PSICOTERAPIA CORPORAL INTEGRADORA HUMANISTA

Teoría y práctica somato-sensorial

Maria Beltrán Ortega

TITULO: Psicoterapia Corporal Integradora Humanista Teoría y práctica somato-sensorial

AUTOR:Maria Beltrán Ortega©, 2021

COMPOSICIÓN: HakaBooks - Optima, cuerpo 11

DISEÑO PORTADA: Hakabooks©

ILUSTRACIONES CUBIERTA E INTERIOR: Alejandro Ruz©

1ª EDICIÓN: noviembre 2022

ISBN: 978-84-18575-33-4

HAKABOOKS

08204 Sabadell - Barcelona

+34 680 457 788

www.hakabooks.com

[email protected]

Hakabooks

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier forma de cesión de la obra sin autorización escrita de los titulares del copyright.

Todos los derechos reservados.

Hay personas que albergan, como improntas de luz, en mi mente y mi corazón. Grandes maestros que inspiran, no por lo que han hecho, que es de gran valía y merece toda mi admiración, sino por lo que son.

Queridos Ana y Ramón, este libro es por y para vosotros. Os lo dedico con el amor y la gratitud que nunca lograré expresar con palabras.

PRÓLOGO

por Ana Gimeno-Bayón Cobos

Este libro va de baile. De la danza de la vida dentro del cuerpo y de qué movimientos realiza para vivir en la forma más plena y bella posible dentro del escenario en que la han colocado. A veces ese cuerpo está situado en un escenario amplio y luminoso, sobre un suelo seguro, en el que el danzarín o la danzarina pueden enlazar todo tipo pasos y piruetas. Otras veces es más restringido, o con un suelo movedizo, y los movimientos tienen que ser más limitados (y no por eso menos sabios). Este libro va de explicar con profundidad esos diferentes escenarios, las posibilidades que cada uno de ellos ofrece y las soluciones artísticas que cada persona inventa para ejecutar su danza con la mayor perfección posible. Y también de la oportunidad de cambiar de escenario, si ya no tiene sentido permanecer en uno antiguo que impide moverse con libertad.

Pero antes de salir a escena la bailarina o el bailarín han estado ensayando durante mucho tiempo y lo que verán los espectadores, cuando aparezca bajo los focos, es en gran parte fruto del ensayo entre bambalinas, cuando la vida aún está anidada como en un capullo en el útero materno. Ese proceso del ser humano previo a salir a la luz, y la repercusión en la ejecución de la danza posterior, viene descrito con detalle, precisión y profundidad en el libro, y es uno de los importantes méritos que posee, porque son bien escasas las publicaciones sobre el tema.

Este libro va de generosidad respecto al ser humano. Y es así porque lo presenta en toda su amplitud (en consonancia con los principios de la Psicología Humanista), como intersección de una serie de dimensiones que se interpenetran mutuamente para dar lugar a esa persona específica en la que lo biológico, lo psicológico, lo social y lo espiritual constituyen un todo indivisible y único. Está claro que, al ser un libro centrado en los aspectos corporales, es desde este subsistema desde el que se hace referencia a los demás, pero sin reduccionismos biologicistas, ni en su concepción de la persona ni en el abordaje terapéutico. En el tratamiento de la dimensión corporal, como se verá, resuenan y están presentes los otros subsistemas.

Este libro va de experiencia. Sin duda se trata de un estudio teórico de la terapia somato-sensorial desde el modelo de la Psicoterapia Integradora Humanista, pero todo él está atravesado de alusiones y ejemplos que acreditan la larga práctica de la autora en estos temas, lo que hace creíbles y pedagógicas sus explicaciones. No solo eso, sino que el final del libro contiene una colección de sugerentes intervenciones terapéuticas descritas en forma muy detallada, para que los psicoterapeutas que lean el libro tengan ya unos cuantos instrumentos que practicar y con los que inspirar su actividad en la sesión de psicoterapia.

Este libro va de integración. No solo por el hecho de ser una aplicación de la Psicoterapia Integradora Humanista en el campo de lo corporal, sino porque, por suerte, aúna en él las aportaciones de la Psicología occidental (como las del desarrollo intrauterino de Keleman y especialmente de Boadella, así como las de Reich y Lowen sobre las estructuras de carácter corporales), con las interesantes aportaciones orientales (que también Boadella recoge) a partir del sistema energético de los chakras.

Por otra parte, al hallarse integrado en el modelo de la Psicoterapia Integradora Humanista, las propuestas de trabajo no son algo descontextualizado, sino que se sitúan dentro del esquema unificador, complejo y preciso, propio de este modelo, que le da una estructura y permite transitar por los diferentes momentos del ciclo del fluir vital, detectando bloqueos, dispersiones y distorsiones que pueden entorpecer la danza de la vida cotidiana, o privarla de la magia de una vida llena de sentido.

Este libro va de respeto. Nada menos que 53 veces se repite esta palabra a lo largo de él. Respeto a la persona a través del respeto a su cuerpo, y respeto al cuerpo como expresión del respeto a la persona total. Es hermoso ir viendo cómo esa palabra va apareciendo como una especie de leitmotiv que recurrentemente va punteando la danza, fuera y dentro del escenario. Ese respeto que necesariamente alude a una actitud terapéutica de reverencia ante la grandeza de lo que se trae entre manos el profesional, la valoración de cada momento del proceso para cuidarlo con mimo porque afecta a alguien importante, el paciente o cliente que está ante él y tiene la cualidad de lo sagrado.

Por eso, a modo de pórtico, antes de entrar en el contenido concreto referido al protagonista de la terapia, la autora dedica un espacio a delinear las actitudes del terapeuta propias de la Psicoterapia Integradora Humanista, con el fin de subrayar la relevancia de las mismas a la hora de crear un ambiente expresivo que transmita al sujeto la receptividad del terapeuta a toda su persona, tal cual es. El vínculo terapéutico y las actitudes rogerianas de aceptación incondicional, respeto y congruencia, sabemos (y así han sido reconocidas por la APA) son la principal herramienta que hace efectiva la terapia. Considero un acierto empezar el escrito resaltándolas, para que sirvan de marco a todos los aspectos más concretos que luego vendrán.

Este libro va de amor. Pudiera parecer algo fuera de lugar hablar de amor en un libro teórico-técnico sobre psicoterapia. Pero no me queda más remedio que apuntar que esa palabra aparece en el libro nada menos que 71 veces. Amor en el vínculo, que es más que la empatía, más que la comprensión inteligente del otro: es permitir nacer dentro la implicación personal en el deseo del bienestar, salud y crecimiento de quien acude a buscar ayuda terapéutica. Amor en la madre, que alimenta al hijo con la leche dulce de la ternura, antes, durante y después del destete, y permite que ese alimento deje un poso sólido de sostén y alegría en la propia constitución corporal. Amor en los que rodean la crianza y crecimiento de un ser humano, tan necesitado de cuidados, miradas, palabras y contactos sellados con su marca en los inicios de la vida, que le permitirán más tarde ser fuente de amor para otros.

Eso no lo dicen los experimentos científicos, no se explica en las Facultades de Psicología, no se pone en libros de psicoterapia que aspiren a ser tenidos por “serios” entre los profesionales, porque suena infantil y no forma parte de la Psicoterapia Basada en la Evidencia según las instituciones oficiales. Pero la Evidencia Basada en la Práctica nos habla del amor como un ingrediente que acelera, potencia y profundiza el cambio terapéutico. ¿La razón?: A eso nuevo -tan delicado en el inicio- que va surgiendo durante el proceso de cambio, le gusta saber que le espera un ambiente cálido cuando se atreva a nacer.

Este libro va de sabiduría

* Sabiduría pedagógica a la hora de exponer con claridad y precisión los diferentes procesos

* Sabiduría profesional, que rezuma desde la experiencia de tantos años acompañando a personas bien distintas en su búsqueda de la salud mental y el bienestar personal

* Sabiduría humana, que procede de la que destila la autora como persona, constatada por todos los que hemos podido seguir su trayectoria desde hace ya muchos años.

Concluyo resumiendo: este libro es un libro sabio y es para mí una gran alegría verlo nacer, y un honor haberlo prologado.

Viendo el atardecer de Cabrils, a 23 de noviembre de 2022

BASES DE LA PSICOTERAPIA CORPORAL INTEGRADORA HUMANISTA

Para introducir el trabajo sobre el que versará este libro, se hace imprescindible entender los pilares sobre los que se fundamenta.

En primer lugar cabría mencionar la Psicología Humanista (esa tercera fuerza que intentó alejarse de las luchas entre el psicoanálisis y el modelo cognitivo-conductual), como útero en el que se gesta la Psicoterapia Integradora Humanista (pih) y que por lo tanto bebe de sus postulados básicos. Entre ellos: se preocupa por temas básicamente humanos (creatividad, amor, crecimiento, valores), valora la consciencia y la capacidad de decidir del ser humano, entiende que cada persona es única e irrepetible y considera que la psicoterapia tiene que adaptarse a la persona y no al revés.

La pih, fue creada en los años ochenta por Ana Gimeno-Bayón y Ramón Rosal, codirectores del Instituto Erich Fromm de pih de Barcelona. Podemos decir que es el primer y único modelo creado en España dentro de la línea de las psicologías y las psicoterapias humanistas. Dicho modelo logra hacer una integración coherente de modelos compatibles en sus presupuestos teóricos y metateóricos, de tal manera que esta integración logra ser armoniosa y flexible, adaptable a las necesidades de cada persona y al tipo de abordaje específico que necesita. Se suma a lo anterior una teoría propia que es la que permite y da sentido a esa integración.

A rasgos generales, podríamos hablar de esa teoría atendiendo a su base relacionada con el concepto de ciclo del fluir vital:

Vemos preferible que el terapeuta observe la vida del paciente como proceso durante el trabajo terapéutico, ya que si la contempla ante todo en cuanto a sus contenidos, corre más peligro de introducir sus propios contenidos al cliente. En cambio, observándola como proceso —se trate de microprocesos o macroprocesos—, lo que capta es la estructura, no el contenido, una estructura neutra, independiente del contenido que cada uno le quiera dar, como protagonista que es —y no el terapeuta— de su proceso vital (Gimeno-Bayón & Rosal 2001, p. 157).

Adquirirán una importancia crucial los conceptos de sistema abierto, en la línea de lo propuesto por Bertalanffy (1968), versus sistema rígido y determinista, también el concepto de libertad personal (e incluso de diferencias personales, entendiendo que cada persona necesita su propio abordaje específico), de creatividad y de crecimiento personal.

En pih se concibe el ciclo de la experiencia en trece fases, ampliando el ciclo gestáltico que propuso Perls (1976) desde la psicoterapia de la Gestalt, y se le da un énfasis especial a aspectos que todavía no habían sido matizados, como las fases sensoriales, de identificación y de relajación. Se incluye, además, la fase valorativa y se desgranan las fases productivas.

Partimos de la base de que todo ciclo de la experiencia implica salirse del estado homeostático de una fase de relajación para pasar a un estado de tensión que acompañe el hecho de sentirse motivado hacia algo, prescindiendo aquí de que la tensión llegue a resultar o no creadora. [...] podemos detenernos en una breve definición descriptiva de las trece fases, en la que hemos optado en dividir el ciclo de la experiencia que procede —cuando se produce de forma completa y con una fluidez sana en los sucesivos tránsitos de cada fase a la siguiente— desde la fase de relajación del ciclo anterior, al que sucede un nuevo estado de necesidad o tensión por desequilibrio, sea a partir de la experiencia de una motivación de déficit, o de una motivación de Ser —en el sentido de Maslow (1968, 1976)— y produciéndose un nuevo ciclo, que transcurrirá desde la fase de receptividad sensorial hasta una nueva fase de relajación al final del microproceso (Gimeno-Bayón y Rosal 2001, p.157).

En el modelo se describen más de cien problemas que pueden ser identificados y tratados en las sesiones de psicoterapia (Gimeno-Bayón & Rosal 2001 y 2003). Desde ahí se irá describiendo un «ir y venir» de lo general y existencial —el macroproceso, la globalidad del ciclo— a la concreción de los problemas —el detalle del microproceso y los problemas asociados, las interferencias específicas en forma de bloqueos, dispersiones y distorsiones de la energía en un punto concreto del fluir vital—.

Los trastornos psicopatológicos se entienden como bloqueos, dispersiones y distorsiones energéticas del ciclo de la experiencia que impiden conseguir una personalidad y conducta creadoras.

CONCRECIONES EN RELACIÓN CON LA PSICOTERAPIA CORPORAL INTEGRADORA HUMANISTA

En el marco de la pih, trabajaremos aquí sobre conceptos evolutivos del nivel somático y especificaciones del fluir vital en relación con ellos. Se hará hincapié en las interferencias energéticas en forma de bloqueos, distorsiones y dispersiones para cada una de las diferentes improntas que se trabajan, y posteriormente se especificará el concepto de interferencia en los estilos de ciclo de cada una de las estructuras de carácter.

Para cada apartado se señalarán intervenciones psicoterapéuticas y posibilidades para el abordaje en la sesión de terapia.

Como los conceptos sobre los que se desarrollará el trabajo psicocorporal están unidos a temáticas que frecuentemente implican trabajo psicoterapéutico con primera infancia y adolescencia o preadolescencia, así como con familias, considero oportuno incluir una aproximación general al trabajo con estas franjas de edad en el espacio terapéutico. Utilizaré a tal fin conceptos nucleares del modelo de la pih como telón de fondo al servicio del vínculo y la relación terapéutica.

CONCEPTOS DE PIH EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA CON LA PRIMERA INFANCIA, LA PREADOLESCENCIA Y LA FAMILIA

Se señalan aquí aspectos de la vinculación terapéutica (Rosal, 1986) que forman parte de un marco de trabajo imprescindible para el tipo de abordaje terapéutico que propone la pih en general y la Psicoterapia Corporal Integradora Humanista en lo que a la mirada somática se refiere. Los conceptos han sido descritos en general y matizados en el trabajo con adultos y con infancia y adolescencia, con las peculiaridades que merecen ser atendidas en las franjas de edad a las que nos referimos y dentro del marco psicocorporal.

1. Trabajo con un ser único e irrepetible

Cuando trabajamos con infancia y adolescencia, todos nuestros recursos y conocimientos deben estar al servicio de la consecución de un rapport positivo (Gondra 2002), para hacer del espacio de terapia un lugar seguro y confiable donde la persona pueda descansar y reparar, sentirse amado y respetado. No hay que perder de vista que vamos a reproducir un espacio de apego y que con ello contaremos con la posibilidad de reparar las heridas en relación con este aspecto: «La experiencia de afectos vitales en el contexto de una relación con apego es el agente primario de la transformación emocional, en la vida y, aún con más razón, cuando estás en tratamiento» (Fosha, 2019, p. 28).

El espacio terapéutico se convertirá en un lugar de reproducción de escenas pasadas junto con la oportunidad de proporcionar nuevas escenas, nuevos afectos y nuevas maneras de sostener a la persona, que pueden suponer un punto de inflexión en los temas a tratar.

La manera de procesar las dificultades y los aspectos traumáticos que tiene cada persona es totalmente singular y particular, nos deja en la curiosidad de la aventura de acercarnos al marco de referencia y al estilo irrepetible de la persona a la que acompañamos. No sirven los esquemas predeterminados, las planificaciones encasilladas y los encuadres deterministas, porque la pulsación en el espacio de terapia es constante y cambiante.

Por lo tanto, la problemática de un cliente, aunque suscrita a un conjunto de tendencias clasificables y conocidas, responde a la vivencia como ser singular que la propia persona procesa, atendiendo a todas las peculiaridades que, más allá de todo lo escrito y estudiado, presenta ese caso en concreto.

En la línea de lo anterior y siguiendo las aportaciones de Feixas y Botella (Integración en psicoterapia: reflexiones y contribuciones desde la epistemología constructivista, 2004), no existe un solo enfoque que podamos considerar clínicamente adecuado para todos los problemas, clientes y situaciones, y son las aportaciones integradoras las que se adaptarán mejor a las particularidades del cliente.

Podemos deducir, de todo lo anterior, que uno de los mejores instrumentos al servicio de la psicoterapia es la creatividad. De hecho, y tal y como apunta Rosal (2012), acompañar a que el cliente logre tener una personalidad creadora es un factor clave en la eficacia del tratamiento psicoterapéutico: «He podido comprobar que cada uno de los trastornos de personalidad, como también cada uno de los trastornos de ansiedad, o de estado de ánimo, constituyen formas diversas y peculiares de obstaculizar la capacidad creadora del sujeto» (Rosal, 2012, p. 39).

La creatividad también va a estar al servicio del terapeuta que, de la mano de nuestra Niña interior (siguiendo los conceptos propios del Análisis Transaccional), nos permite jugar e innovar, integrar y construir, corregularnos en la relación y generar un buen vínculo. No siempre vamos a tener respuestas para todo, pero podemos ser creativos en la manera de abordar las dudas y conquistar, de la mano de la persona a la que acompañamos, nuestra propia «cultura compartida», aquella que, sin escapar del marco del modelo, nos ayude a transitar los lugares oscuros de la historia del cliente.

Si nos refugiamos en la rigidez de las etiquetas y de los abordajes predeterminados para cada tendencia, nos quedaremos en el rol de psicoterapeutas, nos colocamos por encima perdiendo parte de la perspectiva e imposibilitando la oportunidad de ver a la persona en todo su ser. Entender esto es clave para tratar los aspectos psicocorporales de la persona, porque ningún cuerpo es parecido a otro, no podemos compararlos ni encasillarlos. Simplemente observarlos y entenderlos, como pergaminos que son de nuestra historia personal.

Cuando trabajamos con infantes y adolescentes, ese ser único e irrepetible que ya es está en proceso de formación y transformación. Su cuerpo todavía está en desarrollo y crecimiento y la gran plasticidad de sus sistemas tiene todavía mucho trabajo que hacer y muchos caminos a recorrer.

Si le devolvemos que amamos su singularidad: que admiramos y reconocemos sus cualidades, que queremos también sus sombras y lugares difíciles, que entendemos su manera de procesar y que confiamos en su capacidad para crecer a nivel personal, va a ser más fácil que nos deje acompañarle a recorrer los terrenos más pantanosos de su realidad interna.

Nuestra mirada va a ayudar a que esta persona crezca y se desarrolle saludablemente, pues va a ser una mirada más de las que reciba (junto a las de sus figuras parentales y otras figuras importantes y significativas). Como una semilla más en tierra fértil, que si regamos y cuidamos puede dar frutos que alimenten cuando la necesidad lo precise.

Y desde un plano no tan metafórico, sabemos que las miradas y el discurso no verbal es un código al que el niño (y las personas en general) es muy sensible. Gran parte del guion de vida: «un programa en marcha, desarrollado en la primera infancia bajo influencia parental, que dirige la conducta del individuo en los aspectos más importantes de su vida», en los términos que integramos en la pih y que fueron acuñados por Rosal y Gimeno-Bayón (2001, pp. 31-32), se configura a partir de este código no verbal y determina en gran medida la manera de interpretar el mundo.

Al trabajar con adultos aparecen las improntas que diagraman este tipo de recuerdos que quedaron, a modo de memoria, en la persona: «Aquel día fue el peor de mi vida, porque mi padre me miró como diciendo que le había defraudado», «Cuando observé aquel gesto entendí que todo había terminado».

En los diferentes capítulos de este libro se habla de la importancia de la mirada como impronta de sostén, como recurso hacia el arraigo, como elemento de imprimación de las emociones, aquí el terapeuta tiene la tarea de aprender a «mirar para ver más allá de la defensa», para ver a la persona escondida tras la máscara, para ver el dolor debajo de cada herida. Aprendemos a mirar la singularidad desde un lugar empático, cercano y auténtico.

2. Diagnóstico sí, etiqueta no

De alguna manera, podríamos decir que el psicoterapeuta tiene que saber de todo para poder olvidarlo todo cuando está delante de la persona, es decir, debe confiar en su poso de conocimientos, pero sin que este entorpezca el libre fluir de la sesión con demasiada rigidez y tecnicismo. En esos momentos ser experto significa confiar en uno mismo de la mano del manual más fiable y relevante del espacio terapéutico, el que aporta la singularidad del cliente, la creatividad y el vínculo terapéutico.

Es importante saber diagnosticar, tener presente que una persona está ansiosa, que un niño tiene enuresis nocturna, que una madre tiene depresión posparto. Nos ayuda a situarnos, pero si nos agarramos a la etiqueta también lo estamos obligando a cargar con ella, de ahí la importancia del «saber para olvidar» que mencionaba anteriormente. Cuando una persona carga con una etiqueta diagnóstica, pasa a ser previsible para sí mismo, coarta su libertad y disminuye su capacidad de transformación por el poder estático y condenatorio que las etiquetas tienen. Es como si perdiera su capacidad creativa (en los términos ya mencionados en relación con Rosal, 2012), quedándose encerrada en un cajón.

En numerosas ocasiones, la persona descansa en el diagnóstico y simplemente se acomoda en él. Recuerdo en una ocasión, una chica de 16 años que, ante propuestas de exploración en el espacio de terapia, me comentó: «esto que propones estaría muy bien hacerlo, de hecho me encantaría, pero como soy esquizofrénica no puedo hacerlo, me voy a agobiar y a bloquear. Yo no soy como otros de tus pacientes, tengo mis dificultades».

Cuando el diagnóstico mete a la persona en un callejón sin salida, es muy difícil salir de él. La sociedad, los padres, el sistema sesgan la posibilidad de cambio, muchas veces de un modo que no es del todo consciente, pero que determina igual.

En numerosas ocasiones he tenido en consulta a niños y niñas que, según sus padres, tienen ansiedad. Cuando profundizo y observo a la familia, me doy cuenta de que la expresión expansiva y exploratoria del niño está totalmente limitada por la propia angustia de la madre que, ante el temor de que el pequeño sufra, va limitando su expresión con un «cuidado», «estate quieto», «así no», posteriormente la persona, anclada en el miedo y bajo la interpretación de que el mundo es algo peligroso de lo que se tiene que proteger, desarrolla cuadros ansiógenos al ir a dormir, ante situaciones nuevas, en la exposición grupal, cuando los síntomas se agudizan y los padres llevan al infante al pediatra, este hace una derivación al psicólogo aludiendo que tiene ansiedad. Los padres, aunque preocupados, pseudodescansan en la etiqueta y lo cuidan de la exposición, confirmando de este modo que el mundo ciertamente es un lugar peligroso.

El infante tiene una reacción coherente y casi me atrevería a decir que inteligente (porque lo protege) ante los estímulos que recibe de la figura más importante para su supervivencia. ¿Quién tiene entonces la ansiedad, el niño, la madre o el sistema familiar?

Siguiendo con el símil del cajón en relación con la etiqueta, imaginemos que realmente estamos dentro de un cubículo de madera del que no podemos salir. ¿Qué ocurre en el cuerpo al estar en un cajón?: hay contracción, nos colocamos en la posición fetal (muy regresiva y limitada a nivel de movimientos) e incluso reducimos nuestra respiración. La expansión no es posible, la apertura al mundo y a la experiencia (que se describiría a nivel corporal como la extensión de los brazos, la exposición de nuestra caja torácica y la elevación de la cabeza para tener el empuje que nos permita ir hacia delante) quedan del todo comprometidas, y la única opción que tenemos es la de observar y explorar el pequeño territorio de nuestro cajón, seguro, predecible y conocido, con gruesas paredes que impiden la invasión de nuevos estímulos que podrían sacarme de él. Por lo tanto, las etiquetas también condicionan el cuerpo y lo moldean, respondiendo a las peculiaridades de cada sentencia. La personita en desarrollo verá comprometida su capacidad de movimiento y de pulsación. Hay muchas maneras de etiquetar y otras muchas de no hacerlo. En un plano verbal, podemos dirigirnos a la criatura y decirle: «no eres una persona con mal carácter, sino que en este momento estás enfadado», y aprovechar el momento para ayudarle a gestionar la emoción, enseñándole los caminos alternativos a la agresión y legitimando el movimiento emocional que surge después de un daño. En los adolescentes las etiquetas entre iguales están en el orden del día: «este es un cani», «ese es un pringado», «yo soy un fracaso» .

Me parece de especial relevancia remarcar la necesidad de enseñarles a transitar a través del continuum entre dos polos. Me explico. Si soy un fracasado, la polaridad opuesta, es decir, el éxito, no está disponible o parece inalcanzable. Si reducimos el fracaso a un área, un momento o una situación (no a la persona), abrimos la puerta a los recursos de la polaridad contraria, permitiendo la pulsación y agenciándonos de nuestras dificultades como espacios de crecimiento personal y mejora.

Esto también es válido para el trabajo con los padres, puesto que si te comentan que «mi hijo es hiperactivo», generalmente ya no hay cabida para la calma y el sosiego en casa, las actividades se ven condicionadas por este aspecto y la frustración va cogiendo terreno. Incluso en la hiperactividad la pulsación entre la parada y la actividad es posible, aunque no tengan la misma proporción de tiempo. Terapéuticamente podemos trabajar para ir ampliando los espacios de concentración y sosiego, mientras acompañamos la necesidad de movimiento y estimulación.

La vida es pulsación. Generalmente los niños pulsan de manera espontánea y transparente en un baile singular y propio con la vida, tienen mucho menos mermada la capacidad para hacerlo que los adultos. Cuando bloqueamos ese libre fluir y etiquetamos, ellos también van condicionando y comprometiendo esa posibilidad.

Cuando mi hija menor tenía 6 o 7 años, su abuela, mientras estaban jugando, le dijo medio en broma y como parte del juego: «La vida es dura». A lo que ella respondió: «No, abuela, la vida no es dura, la vida es normal. Unas veces pasan cosas buenas y otras no tan buenas». Creo que es un ejemplo gráfico de lo que he expuesto.

3. La relación está por encima de cualquier técnica

La técnica en sí no hace nada al cliente, sino que es este el que la usará significativamente en el contexto de una buena relación terapéutica. Como ya apunta Rosal (1986 y 2003), entre las actitudes básicas del terapeuta, señala la propia actitud de este por encima de cualquier técnica. Entre ellas también señala la consideración positiva incondicional, la congruencia o autenticidad, la comprensión empática, la apertura o receptividad respecto a cualquiera de las dimensiones de la conducta del cliente y a las vivencias emocionales y cognitivo-intuitivas de la creatividad del terapeuta. Por su parte Rogers (1957), en el periodo de la terapia centrada en el cliente, subraya como actitudes necesarias y suficientes para la terapia la autenticidad, la consideración positiva incondicional hacia el cliente y la comprensión empática, y, aunque hay debate en lo referente a su suficiencia, no lo hay en cuanto a su concepción de «necesarias» en la mayoría de los modelos.

El cambio terapéutico se produce a partir de variables del cliente, del terapeuta y de una forma particular de relación humana facilitadora de ese cambio.

Podemos decir que no hay un procedimiento concreto que sane, la persona va sanando en la relación, en el vínculo, en un espacio de confianza y complicidad en el que puede abrirse y drenar lo que pesa, aprieta, tensa, bloquea. Todos somos especialmente sensibles al vínculo, porque la relación entre iguales hace que no nos sintamos solos en el mundo, pero para un infante, esta relación además se tiñe de la necesidad de ser acompañada en el desarrollo, para poder llegar sano y salvo a la vida adulta.

Cuando trabajamos con infanto-juvenil, y con la finalidad de que se pueda afianzar la relación, en un lugar de mí tengo que entregarme al otro, abrir mi corazón, sostener mi historia, coger con compasión la historia del otro, estar presente y correr el riesgo de afectarme por el otro, sin que eso interfiera en el proceso. Acertadamente pensaréis que esto es válido también para el abordaje psicoterapéutico en adultos, y así es, con la diferencia que, en la franja a la que me refiero, todas estas habilidades tienen que presentarse con el volumen al máximo, dado que son un público especialmente intuitivo y sensible y por lo general cuentan con una carga energética que supera en gran medida la de la persona adulta.

A un infante no lo podemos engañar. Nota a leguas si lo queremos o no, si lo juzgamos o no, si lo entendemos o no, si le estamos mintiendo y si queremos trabajar con él. Todo esto sin la necesidad de expresar nada en palabras, solo desde el discurso no verbal.

En ocasiones me encuentro a terapeutas que, dentro de un espacio de supervisión, me comentan que a ellos no se les da bien trabajar con infancia. Es posible, aunque a mí me gusta llevarlos a la reflexión de cómo se llevan con su propia Niña o Niño interno, porque, sin una buena conexión con esta faceta de nosotros mismos, es imposible vincular y jugar con nuestros pequeños clientes. Incluso en la adolescencia, muchas veces la demanda subyacente es la de poder entender y acompañar a un niño o niña confusos y perdidos que quieren ser aceptados y mirados amorosamente.

En una ocasión, una clienta adulta me comentó que de pequeña había ido toda la vida a terapia. Al preguntarle qué sentía cuando iba al psicólogo me respondió: «sentía un profundo miedo, me daba terror». Y ciertamente no es que la psicóloga le hiciera nada «malo» relacionado con una agresión física o psicológica, simplemente se mantuvo en el rol de terapeuta, tras una silla, con una mesa entre las dos, le mandaba jugar con algún material de la sala mientras ella apuntaba seriamente en su bloc de notas, mientras mi clienta se sentía intimidada, diminuta y cohibida. Para más inri, cuando la madre la venía a buscar, la terapeuta le comentaba (delante de la niña) que era un caso perdido, que nunca llegaría a tener una vida del todo normal y que tendría que estar siempre en terapia. Os comento, para no dejaros con el corazón encogido, que actualmente tiene una vida saludable e independiente y que viene a verme muy puntualmente para pasar la itv (así llamo yo cómicamente a las sesiones de seguimiento que realizo con clientes que han terminado su proceso).

Frecuentemente, cuando no se logra vincular con la personita, lo que se dice es que es un caso perdido, o que no tiene solución o que tiene algo crónico (que es una estupenda manera de llamar al conjunto de cosas para las que todavía no hemos encontrado el tratamiento). Como si de alguna manera nos expulsáramos las culpas y le hiciéramos cargar con toda la responsabilidad a la criatura. Si no hay vínculo, la sintomatología se sigue manifestando, cuando la magia de la relación sucede, las expresiones psicopatológicas se van transformando. Y eso lleva tiempo, paciencia, perseverancia y mucho, mucho, mucho amor, con el niño o la niña, también con el adulto y con nosotros mismos.

Y en ese «con nosotros mismos» incluyo la aceptación de nuestras limitaciones (muchas veces la sesión va muy bien y en una fracción de segundo los padres nos desmontan toda la sesión con algún comentario desafortunado hacia su hijo o hija), la conciencia de que hay casos que nos tocan profundamente (nuestra propia infancia, nuestros lugares difíciles, nuestras heridas de desamor tempranas) y la necesidad no prorrogable de tener que cuidar de dos niños, el cliente, en primer lugar, y el nuestro propio, como aliado, espía y apuntador en nuestras sesiones.

Si miramos con perspectiva la relación que desarrollamos con el cliente en el espacio de terapia, nos daremos cuenta de que en ella tenemos todas las pistas y pautas, todos los caminos que nos ayudarán y nos darán las claves para el trabajo con esa persona en concreto. ¿Se coloca por debajo de mí, por encima, de igual a igual? ¿Me reclama constantemente? ¿Me reclama agresiva y desesperadamente? ¿Es irrespetuosa? ¿Me provoca activa o pasivamente? Al responderme a estas y otras posibles preguntas, puedo ir perfilando lo que la persona necesita y adecuarme tanto en mis intervenciones como en la manera de estar que más favorezca la relación terapéutica y el vínculo. Y al hablar de relación también incluimos el cuerpo, como parte de ella que es y como guía en el procesamiento de la información que se da en la resonancia del vínculo. En él procesaremos todas las preguntas anteriores observando cómo se traducen en el espacio somático y cuáles son los mensajes implícitos en ello.

Perdernos en la aplicación de técnicas concretas para el abordaje de un caso, sin tener en cuenta todo lo anterior, nos coloca en una posición de superioridad, vuelve rígido el rol del terapeuta, descuida la confianza en las propias capacidades de la persona para generar un movimiento diferente y para tener un comportamiento creativo en el proceso terapéutico y se aleja de la consideración igualitaria, de «experto a experto» dentro de la relación, obviando rasgos importantes del terapeuta, dentro del marco de la psicología humanista.

Por supuesto, el usar las intervenciones como un elemento que suma a las consideraciones anteriores facilita el que el cliente perciba al terapeuta como un profesional eficaz y será un instrumento más en pro de la transformación y la generación de insight.

4. Creatividad versus rigidez

En la línea de lo que ha sido comentado en puntos anteriores, podemos caer en la aplicación rígida de técnicas, usadas a modo estereotipado y sin adecuarnos a las peculiaridades de la persona a la que acompañamos, o bien, usar la creatividad para no encerrarnos ni a nosotros mismos ni a nuestro cliente en el famoso cajón del que ya hemos hablado. A veces este es uno de los puntos más complejos en el terapeuta humanista, especialmente en el principiante, que necesita refugiarse en la seguridad de lo conocido (guiones, protocolos de técnicas, etcétera) para no sentir que se «queda en blanco». Suelo comentar a mis alumnos, cuando me preguntan sobre cómo entrenar la creatividad, que generalmente es una habilidad que usamos todos los días: cuando decido qué ropa me voy a poner, cuando abro la nevera y tengo que combinar lo que hay para hacer una comida (a veces con recursos escasos porque esta semana no pude ir a comprar), cuando organizo mi día y combino unas cosas con otras para poder hacerlo todo (y en ocasiones este es más bien una obra de arte, porque lograr atender la jornada laboral, comprar la cena, llamar a aquella amiga que lo necesita y tener tiempo de jugar al Monopoly con tus hijas al llegar a casa es, sin duda y en muchas ocasiones, toda una expresión artística de malabares), cuando escribimos un mensaje ocurrente al grupo de amigos para hacerlos reír, o pensar, o cierto es que hay gente que expresa más o menos la creatividad (aunque todo el mundo tiene el potencial para hacerlo, tal y como apunta Steinberg, 1964-1976, p. 191), pero la mejor práctica tiene que ver con dejar salir al Niño interno y hacer cosas que «haría un niño». Estas generalmente van asociadas a conductas con las que disfrutamos y pasamos buenos ratos: cuidar las flores del jardín, hacer manualidades, leer una novela interesante (de esas en las que estás constantemente imaginando y acompañando la historia desde las imágenes mentales, aquellas que solo conoces tú y que le ponen al protagonista un aire atractivo y curioso). Cada persona tiene sus preferencias y, aquí la clave, para poder llevarlas a cabo, necesitamos un espacio de tiempo con nosotros mismos. ¿Interesante verdad?, es decir, para poder ser terapeutas creativos debemos cultivar los espacios de juego con nosotros. Como cuando viene a sesión una niña triste y apagada y nos damos cuenta de que lo que necesita es que sus padres le dediquen más tiempo y atención, que jueguen con ella y que la dejen ser «más niña». Esto, aunque parezca curioso, también les ocurre a muchos adultos, que no tienen la atención necesaria por parte de sus «padres internos» que les den el permiso para jugar y disfrutar de la vida.

Muchos malestares difusos en el adulto (además de referirse a las facetas existenciales) están relacionados con esta dificultad para el disfrute y el dar espacio a nuestros lugares más infantiles y creativos.

Sin creatividad no hay posibilidad de juego, a no ser que hablemos de un juego mecánico y vacío.