Puerta con puerta - Corazones unidos - Barbara Mcmahon - E-Book

Puerta con puerta - Corazones unidos E-Book

BARBARA MCMAHON

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Beschreibung

Puerta con puertaBarbara McMahonLa violinista Angelica Cannon llegó a Smoky Hollow con una mochila y su violín para intentar volver a sentir pasión por la música… no para enamorarse del soltero más atractivo del pueblo, Kirk Devon.Los pantalones vaqueros y el encanto de Kirk no se parecían en nada a los atributos de los estirados hombres de negocios de Nueva York. ¡Pero sus cálidos ojos marrones habían logrado que el alma de Angelica volviera a estar en armonía!Corazones unidosBarbara McMahonDesde que los acantilados que rodeaban su hogar mediterráneo reclamaron la vida de su esposo, Jeanne-Marie Rousseau se había ocupado ella sola de su hijo pequeño, Alexander. Hasta que el atractivo Matthieu Sommer llegó para alojarse en su acogedor hostal, había logrado mantener su corazón a salvo.Alexander estaba encantado con Matt, y el brillo de sus ojos ayudó a Jeanne-Marie a volver a sonreír, aunque estaba segura de que el temerario escalador solo quería una aventura de verano. Pero ¿y si los bailes a la luz de la luna y los paseos por la playa eran solo el principio?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 474 - marzo 2019

 

© 2010 Barbara McMahon

Puerta con puerta

Título original: Angel of Smoky Hollow

 

© 2011 Barbara McMahon

Corazones unidos

Título original: From Daredevil to Devoted Daddy

 

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-924-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Puerta con puerta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Corazones unidos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ANGELICA Cannon se bajó del autobús y llegó a otro mundo. Arrastró su mochila por las escalerillas del vehículo y se aseguró de que la preciada funda de su violín no chocara con nada. Hacía mucha humedad y calor. Los árboles que había en la calle no ofrecían mucha sombra.

Se había marchado sin decirle a nadie a dónde iba. Había sacado una cuantiosa suma de dinero de su cuenta bancaria antes de comprar un billete de autobús con destino al sur.

Tres pares de ojos la observaron. Dos de ellos pertenecían a dos hombres de más o menos ochenta años, de pelo canoso y que estaban vestidos con una ropa que parecía haber sido diseñada durante la Gran Depresión. Estaban sentados en unas mecedoras, pero tenían el cuerpo muy rígido, como si el observar a la gente bajarse del autobús fuera demasiado importante como para perdérselo al balancearse en la mecedora.

El tercer par de ojos provocó que ella contuviera la respiración y que fuera incapaz de alejarse del autobús, incapaz de respirar. El poseedor de aquella intensa mirada estaba apoyado de manera casual en una de las columnas que daban soporte al techo de la estación.

Oscuros y peligrosos, sus ojos reflejaban una gran masculinidad. Llevaba su ondulado pelo negro más largo que el de los hombres con los que ella se relacionaba normalmente. Podría ser el nieto de los otros dos señores; seguramente no tendría más de treinta años. Al mirarlo y ver lo musculoso que era, casi se atragantó con su propia saliva. Le aturdió el brillo de sus ojos y la manera en la que le devoró el cuerpo con la mirada. Se le aceleró el corazón y su sofisticada apariencia se desvaneció durante unos segundos. Nunca antes había sentido una atracción sexual tan intensa.

Respiró profundamente y se acercó al trío que estaba en la terminal de autobuses, donde también había una tienda y una gasolinera.

De hombros anchos, brazos y pecho musculosos, aquel cautivador hombre no podía ocultar su estupendo cuerpo bajo la ceñida camiseta azul que tenía puesta, camiseta que llevaba combinada con unos pantalones vaqueros y unas botas de motociclista. Tenía la cara angulosa y oscura. Jamás en la vida había visto algo tan bello. Sintiéndose aún más alterada, deseó poder comprobar el estado de su maquillaje, de su pelo y de su ropa, así como encontrar algo interesante que decir para impresionarlo con su inteligencia y sofisticación.

Ropa… Miró la que llevaba puesta. La camiseta y los pantalones vaqueros que había elegido para el viaje conjuntaban, pero aquél no era su estilo habitual. De hecho, apostaría lo que fuera a que su madre ni siquiera sabía que tenía un par de pantalones vaqueros.

¡Pero no quería pensar en su progenitora! Había decidido marcharse para replantearse la relación con sus padres, su trabajo y lo que quería hacer con su futuro.

–¿Te has equivocado de parada, cielo? –le preguntó el hombre al verla acercarse al porche.

Angelica casi se desvaneció ante el profundo tono de voz y el dulce acento sureño de aquel extraño. Estuvo a punto de pedirle que hablara más. Pero decidió simplemente contestar.

–¿Es esto Smoky Hollow, Kentucky?

–Sí –respondió el hombre.

–¡Qué guapa! –dijo uno de los ancianos como si ella no estuviera delante.

–¿Por qué está aquí? ¿Es familiar de alguien que conozcamos? –preguntó el otro señor.

–Precisamente eso es lo que yo iba a preguntar –aseguró el fascinante joven, apartándose de la columna de una manera muy masculina.

Angelica se preguntó a sí misma si sus hormonas habían sufrido algún extraño tipo de alteración desde que había cruzado la frontera del Estado. Quería acercarse al hombre y coquetear con él.

¿Coquetear? Jamás había hecho nada parecido en toda su vida.

–¿Puedo ayudarte? –le preguntó él–. Soy Kirk Devon y conozco a casi todo el mundo de por aquí. ¿A quién has venido a ver?

–A Webb Francis Muldoon –contestó ella.

Kirk ladeó ligeramente la cabeza y la miró fijamente a la cara.

–Webb Francis no está aquí.

Angelica tragó saliva. Estupendo. Había recorrido cientos de kilómetros para ver a un hombre que ni siquiera estaba allí. Se sintió invadida por una gran incertidumbre.

–¿Cuándo regresará?

–No lo sé con certeza. Tal vez en un par de días. Quizá más tarde. ¿Qué quieres de Webb Francis? –quiso saber Kirk, acercándose a ella.

Angelica quiso dar un paso atrás. Aquel tal Kirk era llamativamente alto, pero no era sólo su altura lo que llamaba la atención de él. Tenía una bonita cintura estrecha, unas piernas largas y unos anchos hombros que aparentaban gran fortaleza. Denotaba una masculinidad a la que ella no estaba acostumbrada. Estaba fascinada… y abrumada.

–Prefiero explicárselo al señor Muldoon en persona –respondió con frialdad.

En ese momento la puerta del viejo autobús se cerró y éste comenzó a alejarse por la calle.

Angelica observó como se marchaba, tras lo que volvió a mirar al hombre que tenía delante.

–Parece que tu medio de transporte se ha marchado y te ha dejado aquí. Webb Francis está en el hospital de Bryceville. Tiene neumonía –explicó Kirk.

–Está enfermo… –respondió ella.

El profesor Simmons le había asegurado que sería bien recibida por Webb Francis. Nadie sabía nada de su enfermedad.

–¿Es amigo tuyo? –preguntó Kirk Devon, analizándola con la mirada.

–Es amigo de… un amigo –contestó Angelica, guardando silencio a continuación. No debía confiar en nadie. Miró de nuevo el autobús y se preguntó a sí misma dónde estaría Bryceville.

–¿Tienes algún lugar donde quedarte? –quiso saber Kirk.

Ella negó con la cabeza. Había pensado que Webb Francis le recomendaría algún hospedaje. Sabía que el profesor Simmons le había escrito una carta a su viejo amigo para explicarle toda la situación. La llevaba en su mochila. Debía entregársela al señor Muldoon una vez lo conociera. Miró a su alrededor y se enderezó. Había viajado por Europa y vivía en Manhattan, por lo que pensó que podría arreglárselas en un pequeño pueblo de Kentucky.

–¿Hay algún hotel cerca? –preguntó.

–Hay una casa de huéspedes, la de Sally Ann –contestó él–. Puedes quedarte allí esta noche y decidir qué hacer. No creo que Webb Francis vaya a regresar a casa antes de una semana. ¿Vas a quedarte mucho tiempo?

En ese momento se acercó aún más a ella, casi de manera intimidante. Intentó tomar la funda del violín para ayudarla, pero Angelica la apartó bruscamente y se echó para atrás.

–Puedo arreglármelas sola. Simplemente indícame qué dirección debo seguir.

Una gran tensión se apoderó de la atmósfera en ese momento. Kirk la miró con dureza, pero de inmediato esbozó una leve sonrisa y se relajó. Aquella sonrisa le alteró a ella los sentidos y fue consciente de que él sólo parecía un tipo inofensivo que quería ayudar. Pero no se sentía tranquila. Kirk era demasiado sexy. No podía superar la atracción que sentía por él, que tenía una sonrisa absolutamente arrebatadora.

Pero caer rendida ante el primer hombre atractivo que se encontrara en el camino no entraba en sus planes. Se colocó la mochila al hombro y lo miró fijamente. Aparte de ella, nadie tocaba su valioso violín.

–Entonces te llevaré la mochila –dijo Kirk, agarrándola antes de que Angelica pudiera evitarlo–. No puedo permitir que una señorita lleve tantas cosas pesadas –añadió, dándose la vuelta e indicándole que lo siguiera.

Anduvieron bajo el sol. Ella pensó que si hubiera sabido el calor que hacía en Kentucky en verano habría… En realidad no sabía qué hubiera hecho. Miró a su acompañante y le enojó mucho que no pareciera afectado por las altas temperaturas. Si el paso al que andaba suponía alguna indicación, no parecía ser consciente del calor… mientras que ella estaba quedándose sin aliento.

–No me has dicho cómo te llamas –comentó él tras unos momentos.

–Angelica Cannon –respondió ella, segura de que nadie de la zona habría oído su nombre.

Mientras miraba a su alrededor, sintió como si hubiera dado un salto en el tiempo. En aquel pueblecito no había mucho entretenimiento ni acción. Pero al mismo tiempo sintió una curiosa sensación de libertad al saber que la gente del lugar sólo llegaría a conocer de su vida lo que ella decidiera compartir con ellos. Si quería, podía ser una persona completamente anónima.

–Has dicho que Sally Ann tiene una casa de huéspedes, ¿verdad? –dijo, comenzando a sentirse agradecida con Kirk por llevarle la mochila. ¡Tenía tanto calor!

El arcén por el que iban andando era muy estrecho y estaba muy sucio.

–Así es. Prepara los mejores crepes de este lado del Mississippi. Cualquier mañana dile que quieres comerlos y te pondrá un montón en el plato. Pareces necesitar una buena comida casera.

Angelica frunció el ceño. Se preguntó si aquello había sido un comentario malintencionado acerca de su delgada figura. Quizá él pensaba que las mujeres necesitaban más curvas para ser atractivas. Pero a ella no debía importarle. Kirk era un tipo provinciano, no era artista ni músico.

Había salido de viaje en medio de la noche ya que no había querido enfrentarse a sus padres. ¡Éstos habían hecho tanto por ella! Sólo querían lo mejor. Sería una ingrata si les recriminara algo. No estaba dándole la espalda a su vida. Le gustaba la música, era sólo que… necesitaba un descanso. Estaba cansada.

Por mucho que lo intentara, sus padres jamás la escuchaban. Siempre la atosigaban y le decían que sabían lo que era mejor para ella, que casi tenía veinticinco años. Seguro que sabía lo que le convenía mejor que ellos.

Cuando por fin llegaron a la casa de huéspedes, vio que ésta se encontraba enclavada en una vieja casa que impresionaba mucho. Tenía un porche muy ancho, buhardillas con persianas verdes y un jardín con un césped maravilloso. La vivienda estaba rodeada de arbustos con flores.

Kirk entró en el porche y llamó a la puerta mosquitera de la casa. Un momento después, una mujer apareció en el vestíbulo de entrada. Estaba secándose las manos en un paño de cocina.

–Kirk, ¡qué ilusión verte! ¿Ocurre algo?

–Hola, Sally Ann. Te he traído una huésped.

–Ya veo –dijo la mujer, abriendo la puerta mosquitera y saliendo al porche. Miró a Angelica con curiosidad–. ¿Estaba esperándola? –preguntó, inclinando ligeramente la cabeza y sonriendo. Colocó el paño en la parte de arriba de su delantal.

Angelica negó con la cabeza.

–El señor Devon me ha dicho que admite huéspedes. He venido a ver a Webb Francis Muldoon, pero al llegar me he enterado de que no está aquí.

–No, pobre hombre, está muy enfermo. Mae fue a verlo esta mañana. Evelyn y Paul van a ir mañana. ¿Cuándo vas a volver a visitarlo, Kirk?

–Tal vez mañana lleve a esta joven a verlo, si es lo que quiere –contestó él, mirando a Angelica.

Ella lo analizó con la mirada durante algunos segundos. Su sentido común le advirtió que se mantuviera alejada de aquel hombre. Pero lo cierto era que si él le ofrecía llevarla, no tendría que volver a montarse en el autobús local…

–Te pagaré la gasolina para el viaje a Bryceville –dijo, mirando fijamente a Kirk.

–No si yo voy a ir de todas maneras –contestó él, frunciendo el ceño–. Saldré sobre las diez. Nos veremos en la tienda de la estación de servicio –añadió, dándose la vuelta y esbozando una gran sonrisa ante Sally Ann–. Cuídala. No está acostumbrada a Kentucky.

Entonces le dio a Angelica su mochila.

Ella no podía discutir aquello; se sentía como una extraña en un planeta diferente. Estaba acostumbrada al asfalto, al tráfico y a los edificios altos.

Antes de poder siquiera darle las gracias a su reacio guía, se dio cuenta de que él se había dado la vuelta y de que estaba alejándose por el mismo camino por el que habían llegado.

–Gracias –dijo en voz alta para que pudiera oírla.

Pero Kirk no pareció reconocer su agradecimiento.

–No puede oírte –explicó Sally Ann, tuteándola–. Pasa. Tengo una habitación muy agradable en la parte de delante de la casa. Por la noche es fresquita ya que le da la brisa.

Angelica asintió con la cabeza y siguió a su anfitriona al interior de la vivienda.

Los altos techos de la casa lograban que la temperatura dentro fuera tolerable. Era un alivio poder ocultarse del sol. Al subir a la planta de arriba por unas escaleras que chirriaban a cada paso que daban, se preguntó cuántos años tendría aquella edificación.

–Aquí está. ¿Qué te parece? –preguntó Sally Ann cuando entraron en una espaciosa habitación con amplias ventanas.

–Es muy agradable –respondió Angelica, observando la estancia.

Era muy diferente a su elegante apartamento de Manhattan, donde había sofás de cuero y modernas obras de arte en las paredes. Aquel dormitorio era cálido y acogedor. Le gustaba.

–La cena se sirve a las seis. Si no quieres comer aquí, hay un buen restaurante en el pueblo.

–Me gustaría cenar aquí –comentó Angelica, dejando la mochila en el suelo. A continuación apretó contra su pecho la funda de su preciado violín. Era lo único que le resultaba familiar en aquel momento.

 

 

Kirk regresó al pueblo. Decidió telefonear a Webb Francis en cuanto tuviera un teléfono a mano. Se preguntó si conocería a Angelica Cannon. Cuando lo había visitado el día anterior, el hombre no había parecido preocupado sobre ninguna visita. Se planteó qué podría tener en común una mujer joven de la que nadie había oído hablar con Webb Francis… aparte del violín. Webb Francis era un excelente violinista; en los festivales de música que se celebraban por la zona era conocido por su talento. Tal vez Angelica era una aspirante a estudiante.

Melvin y Paul todavía estaban sentados en el porche de la estación de servicio. Se les había unido un par de hombres más del pueblo. Estaban esperándolo. Cuando lo vieron, comenzaron a preguntarle acerca de la mujer que había ido a visitar a Webb Francis.

–No sé más de lo que ya sabéis vosotros. Pero mañana voy a llevarla a verlo. Tal vez averigüe qué quiere –dijo, tras lo que charló un par de minutos más con los vecinos.

Entonces se marchó a su casa. Hacía mucho calor. A finales de julio siempre hacía calor en Kentucky. En la siguiente ocasión que fuera al centro del pueblo lo haría en su motocicleta.

Cuando por fin llegó a su casa, se acercó al teléfono. Telefoneó a Webb Francis al hospital.

–¿Estás esperando a una tal Angelica Cannon? –le preguntó tras comprobar que su amigo estaba mejorando.

–¿Quién?

–Una mujer que lleva un violín, una mochila, unos pantalones vaqueros y que es muy reservada.

–No la conozco. Según puedo recordar, nadie iba a venir a verme.

–Pues ella dice que esperaba verte. Supongo que va a intentar convencerte de que le des clases.

Webb Francis comenzó a toser. Estuvo haciéndolo durante largo rato.

–No voy a hacerlo. Dile que se marche.

–Mañana voy a llevarla a verte.

–No me apetece hablar con ninguna estudiante. Los médicos ni siquiera pueden decirme cuándo podré irme a casa.

–Tranquilo. Veremos cómo te encuentras mañana. La mujer va a quedarse esta noche en la casa de huéspedes de Sally Ann. Si no te apetece recibirla, puede volver cuando te recuperes. ¿Necesitas algo?

Webb Francis volvió a toser.

–No, estoy bien. Será agradable verte, Kirk, aunque no sé si quiero verla a ella.

–No te angusties. Yo me ocuparé de todo.

–Siempre lo haces. ¡Qué bien nos ha venido a tu abuelo y a mí que regresaras a casa!

Kirk miró por la ventana los árboles que rodeaban su vivienda. Pensó que su regreso había tenido cosas buenas y malas. Si no hubiera vuelto a casa, podría creer que Alice estaba esperándolo.

–Mañana nos vemos –dijo antes de colgar.

El mantenerse ocupado lo ayudaba a apartar de su mente los recuerdos. Se levantó y se dirigió al taller que había detrás de su casa. Aquella tarde podría trabajar bastante. Incluso también por la noche. Y quizá podría pensar un poco en la extraña que parecía triste, perdida y levemente asustada. Era todo un enigma. Normalmente no iban muchos extraños a Smoky Hollow. Los pantalones vaqueros y la camiseta que había llevado aquella tal Angelica era ropa que podría ponerse cualquier persona, pero sus facciones de porcelana y sus grandes ojos azules reflejaban algo diferente. Tenía una maravillosa piel blanca y un bonito pelo rubio, muy liso y brillante. Lo había llevado arreglado en una coleta y se preguntó qué aspecto tendría suelto alrededor de su delicada cara…

Negó con la cabeza. No debía interesarse por nadie. Sabía perfectamente que cualquiera que fuera su historia, aquella joven no se quedaría mucho tiempo en Smoky Hollow. Y él ya había tenido suficientes problemas con las mujeres en el pasado. Siempre había faltado algo. Aunque ya no pensaba en ello. Le gustaba su vida tal y como era en aquel momento. No tenía complicaciones ni problemas.

Pero era un poco solitaria…

Apartó aquel pensamiento de su cabeza en cuanto entró en el taller. Había construido él mismo tanto la casa como el taller. Había realizado muchos proyectos de edificación durante los años, proyectos que le habían dado la capacidad para hacerlo. Por fuera, ambas edificaciones parecían meras cabañas de madera, pero por dentro había utilizado una carpintería excelente para darle a la vivienda un aspecto estiloso y crear un espacio cómodo. El taller era otro asunto ya que había querido crear un lugar completamente práctico donde trabajar.

Encendió la luz, aunque por las grandes ventanas de la estancia entraba mucha luz natural. En el centro de la sala se encontraba el trozo de madera esculpida con el que estaba trabajando. Medía un metro y medio. Representaba a una madre con un bebé en brazos y un niño aferrado a su rodilla. Creaba la ilusión de la maternidad sin especificar facciones ni edad.

Ya había terminado con el tallado. Dio la vuelta alrededor de la escultura para analizarla desde todos los ángulos. Le quedaba por terminar la última fase; pulirla hasta que fuera tan suave como el cristal y aplicar el tinte que haría surgir el brillo natural de la madera. Tenía que darle vida a la escultura. Tomó el primer papel de lija y comenzó a lijar la parte de detrás de la obra.

Absorto por el trabajo, no se dio cuenta de la cantidad de tiempo que había transcurrido hasta que sintió hambre. Miró su reloj y le sorprendió que fuera más de medianoche. No había comido nada desde el mediodía. Había llegado el momento de tomarse un descanso. Tiró a la basura el papel de lija que estaba utilizando y observó la escultura. Se sintió satisfecho. Sabía que Bianca querría tenerla en su galería. Al día siguiente tomaría algunas fotografías para enviárselas. En cuanto acordaran un precio, le mandaría la obra.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

A LA mañana siguiente, Angelica llegó a la tienda varios minutos antes de las diez. Los dos señores que había visto el día anterior estaban sentados en el mismo lugar.

–Buenos días –dijo uno de ellos.

–Buenos días, señorita –repitió el otro.

Ella los saludó a ambos y centró su atención en la carretera. No sabía por dónde llegaría Kirk, pero probablemente lo hiciera por la dirección opuesta a la casa de huéspedes ya que el día anterior al dejarla allí había regresado hacia la gasolinera.

–Hace un día agradable –comentó uno de los ancianos.

–Precioso –concedió Angelica, tomándose un momento para realmente apreciar la mañana. Hacía calor, pero no tanto como el día anterior. Al oír a los pájaros cantar desde las ramas de los árboles, intentó recordar la última vez que había sido consciente del canto de un pájaro. Apenas abría las ventanas de su apartamento neoyorquino pero, cuando lo hacía, lo que oía era el ruido del tráfico. La casa de sus padres en Boston tenía unos enormes olmos en el jardín, pero no recordaba haber oído jamás a un pájaro cantar en ellos. Era muy extraño. Se planteó si estaba demasiado ajena a lo que le rodeaba.

Repentinamente oyó un fuerte ruido a su izquierda y miró en esa dirección. Vio como una motocicleta se acercaba a la tienda y se detenía delante del porche. El conductor se quitó el casco y le sonrió.

–¿Preparada para ir a Bryceville? –preguntó Kirk.

Ella se quedó mirando la gran motocicleta negra. Sintió una mezcla de miedo y fascinación.

–¿En eso? –contestó casi gritando. ¡Nunca había montado en motocicleta!

–Tengo un casco para ti –comentó él, tomándolo de la parte trasera de la motocicleta y ofreciéndoselo a Angelica.

Ella se quedó mirando el casco durante varios segundos, tras lo que fijó la mirada en los ojos de Kirk, que parecía estar retándola. Ninguno de los dos habló. Entonces, casi de manera fatalista, salió del porche. Había llegado a un mundo diferente. Había buscado algo distinto y lo había encontrado… por completo.

Tras vacilar durante un momento más, tomó el casco y se lo puso. A continuación, siguiendo las instrucciones de él, subió a la potente motocicleta. Una vez que estuvo sentada, sintió la vibración del motor debajo de sí… y la calidez de Kirk delante.

–Espera –dijo él, poniéndose su propio casco.

Entonces se giró para atrás, le tomó los brazos a ella y los colocó alrededor de su cintura.

Pegada a la espalda de Kirk, Angelica sintió cada movimiento muscular de éste mientras sacaba la motocicleta de la estación de servicio. Le pareció una situación muy íntima.

Él se despidió con la mano de los dos señores mayores y en pocos segundos se alejaron por la estrecha carretera comarcal.

Ella contuvo el aliento y cerró los ojos, completamente atemorizada. Se aferró con más fuerza aún al cuerpo de Kirk; su estómago y músculos parecían hierro puro, así como su espalda. Tras contener de nuevo el aliento, se atrevió a abrir los ojos. Entonces se apoyó en la ancha espalda de él. Despacio, levantó la cabeza y miró por encima de su hombro.

Poco a poco, el miedo fue transformándose en júbilo. Kirk parecía saber exactamente lo que hacía. Era todo un experto conductor de motocicleta. Aunque no se atrevía a relajar los brazos, pudo respirar de nuevo con normalidad y comenzó a saborear la sensación de notar el viento en la cara.

Sintió mucha curiosidad por saber si él estaba casado y si siempre había vivido en Smoky Hollow. Se preguntó a qué se dedicaría para ganarse la vida.

Ella podía considerarse desempleada. Su último contrato había terminado y todavía tenía que firmar el nuevo que le esperaba en el despacho de su representante. Pero tenía suficientes ahorros para vivir. Inevitablemente regresaría a Nueva York. No podía hacer otra cosa que no fuera tocar el violín. De todas maneras, esperaba conocerse mejor para entonces y ser capaz de soportar la presión que otros ejercían sobre ella. Aquel viaje suponía las primeras vacaciones que jamás se había tomado. Había ido directamente del conservatorio a la Orquesta Filarmónica.

Necesitaba aquel descanso y esperanzadoramente la nueva dirección a la que conduciría su vida.

Pero aquel día era demasiado maravilloso como para tener que considerar el futuro.

Tras haber estado prácticamente pegada a la espalda de Kirk durante casi treinta minutos, fue reacia a moverse cuando llegaron al hospital.

Él se quedó sentado durante unos segundos tras detener la motocicleta.

–Ahora ya puedes soltarme. Es seguro –dijo.

Completamente avergonzada, Angelica apartó los brazos y se bajó de la motocicleta sin ayuda… por lo que casi se cayó al suelo. Kirk se bajó a su vez y la agarró por la cintura cuando ella todavía estaba intentando mover las piernas. Con el corazón revolucionado, Angelica se echó para atrás y se quitó el casco. Se tocó el pelo para comprobar su estado; parecía estar bien arreglado. Lo llevaba peinado en una coleta.

Él tomó ambos cascos y los colocó en los manillares de la motocicleta, tras lo que comenzó a dirigirse a la entrada del hospital.

–¿Están seguros si los dejamos aquí? –preguntó ella, girándose para mirar la motocicleta.

–Claro –contestó Kirk, encogiéndose de hombros.

Cuando entraron en el hospital, guió a Angelica hacia el ascensor y subieron a la tercera planta. Ella se forzó a mirar hacia el frente para evitar posar sus ojos en él. Deseó que Kirk no percibiera lo tensa que se sentía a su alrededor. No podía evitar ser consciente de la masculinidad de aquel hombre…

Quizá Webb Francis se recuperara pronto y podría ayudarla. Si no, no estaba segura de lo que iba a hacer. No quería regresar a casa sin haber conseguido su objetivo.

Cuando llegaron a la habitación del señor Muldoon, Kirk llamó a la puerta y entró. Angelica lo hizo tras él y vio a un hombre recostado en una cama con una cánula de oxígeno en la nariz. Tenía su canoso pelo echado para atrás y estaba muy pálido. Al ver a Kirk sonrió y al mirarla a ella a continuación pareció sentir cierta curiosidad.

–Ya veo que la has traído contigo –le dijo a su amigo.

Kirk le dio la mano y abrazó levemente al enfermo, tras lo que se giró hacia ella.

–Angelica Cannon, éste es Webb Francis Muldoon.

–Hola, señor Muldoon. Siento que esté enfermo. El profesor Simmons me sugirió que viniera a verlo –comentó ella, entregándole la carta que el profesor había escrito–. Espero que esto le explique la situación.

Webb Francis tomó la carta. La leyó y entonces miró a Angelica.

–Señorita Cannon, me honra que haya venido a aprender de mí. Podría ser yo el que aprendiera de usted.

–Por favor, llámeme Angelica. Últimamente he estado un poco perdida y quiero un cambio. Mi clase favorita en el conservatorio era la de música folclórica. Me encantaría escucharla en directo e intentar aprenderla, tal vez incluso escribirla para las generaciones futuras.

En ese momento recordó la drástica negación de sus padres a que aprendiera música folclórica.

–Ah, buen proyecto, aunque ya se ha escrito la mayoría. Pero seguro que podríamos encontrar unas cuantas canciones que todavía no han sido guardadas para la posteridad, ¿verdad, Kirk?

–Si tú lo dices. Parece que siempre se tocan las mismas. ¿Qué es lo último que te ha dicho el doctor? –quiso saber Kirk, mirando fijamente a su amigo.

Mientras el hombre respondía, Angelica observó aquella interacción. Kirk parecía tener la habilidad de centrar toda su atención en la persona que hablaba. No permitía que nada lo distrajera. Aquella cualidad le resultaba muy atractiva.

–Me ha dicho que no me darán el alta hasta que mis niveles de oxígeno en sangre se estabilicen. Y cuando me marche a casa necesitaré asistencia domiciliaria durante un tiempo. Pero yo llevo cuidándome solo mucho tiempo –contestó Webb Francis.

–Claro, pero de vez en cuando todos necesitamos que nos echen una mano. No habrá problema –dijo Kirk–. Simplemente dime cuándo venir por ti.

–Todavía faltan un par de días –respondió el enfermo, colocando la carta que le había entregado Angelica entre las sábanas. Entonces analizó a ésta con la mirada–. Angelica, podrías quedarte en mi casa hasta que yo regrese. Así te ahorrarás el dinero de la casa de huéspedes de Sally Ann. Tengo un par de dormitorios vacíos. Elige el que quieras. Cuando me recupere, podremos hablar de lo que puedo hacer por ti.

Ella miró a Kirk. Se preguntó qué pensaría éste sobre el hecho de que su amigo le ofreciera su casa a una casi completa extraña. A juzgar por la manera en la que frunció el ceño, obviamente no le parecía muy buena idea.

–Cuando usted vuelva a casa, tal vez yo podría ayudarlo –le comentó a Webb Francis.

–Ya veremos –contestó el violinista, mirando a Kirk y después a Angelica–. Enséñale los alrededores por mí, ¿lo harás, Kirk? Y preséntale a Dottie y Tommy. Ellos conocen muchas de las canciones antiguas. Tommy toca el dulcémele. Y a Gina, que será de mucha ayuda.

Kirk vaciló durante un momento, tras lo que se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

–¿Habéis venido en la motocicleta de Kirk? –le preguntó Webb Francis a Angelica.

Ella asintió con la cabeza.

–Ha sido la primera vez que he montado en una –confió.

–Es la mejor manera de ver Kentucky –comentó Kirk.

–Cuida de mi invitada hasta que yo regrese –le pidió entonces Webb Francis a su amigo–. Enséñale los alrededores. Asegúrate de que tiene todo lo que necesita.

–Entendido. Me aseguraré de que reciba un trato excelente –respondió Kirk, mirándola a ella.

Angelica sintió como cada célula de su cuerpo se alteraba. No sabía si le gustaba la idea. Prefería no pasar mucho tiempo en compañía de aquel perturbador hombre ya que si lo hacía no iba a lograr hacer nada. Nunca antes había sentido una atracción tan fuerte. La mayoría de sus citas habían sido con hombres que estaban más interesados en ser vistos con una potencial estrella de la música clásica que en mantener una relación personal. Aunque, en realidad, no salía con hombres muy frecuentemente. Su carrera ocupaba una gran parte de su vida.

Kirk y Webb Francis estuvieron hablando durante algunos minutos más. Ella se echó para atrás y los observó.

–¿Y qué pasa con el festival de música? –preguntó Webb Francis en un momento dado.

–Todo se verá –dijo Kirk.

–¿Qué festival de música? –terció Angelica, interesada.

–El último fin de semana de agosto celebramos un importante festival de música con gente que viene de todos los rincones del Estado. Jugamos, bailamos y cantamos. Es un evento que merece la pena que veas –explicó Webb Francis–. Supongo que antes del festival habrá un par de celebraciones improvisadas. Una especie de ensayos. Normalmente se realizan durante el verano. Kirk, comprueba qué podemos hacer. Angelica podrá tocar para nosotros.

Kirk asintió con la cabeza y la miró a ella.

–Tocas ese instrumento que llevas contigo, ¿eh?

–Es un violín. Es muy antiguo y valioso –aclaró Angelica con cierta aspereza.

–Tengo algunas partituras en la habitación que hay junto al salón. Encuentra algo que puedas tocar en el festival –sugirió Webb Francis.

Ella asintió con la cabeza. Estaba molesta ya que parecía que a Kirk le divertía la defensa que había hecho de su violín. Pero claro, en aquel rincón de Kentucky no podía esperar la misma veneración que le tenían en Nueva York.

Al poco rato, Kirk sugirió que se marcharan. Angelica se dio cuenta de que Webb Francis parecía cansado. Se preguntó a sí misma si realmente le darían el alta en tan sólo unos días.

Mientras salían del hospital, varias personas saludaron a Kirk, la mayoría mujeres. No podía culparlas. Él tenía incluso mejor aspecto aquella mañana que el día anterior. Los pantalones vaqueros que llevaba le quedaban estupendamente y la camisa le marcaba su perfecto físico. Cuando saludaba a la gente esbozaba una sonrisa que lograba alterarle la sangre en las venas…

–¿Necesitas comprar algo antes de volver a Smoky Hollow? –le preguntó cuando se acercaron a la motocicleta.

–¿Y cómo lo llevaría? –quiso saber ella.

–Nos las arreglaríamos –contestó él, mirándola con gran intensidad.

Aturdida, Angelica sintió como si aquellos oscuros ojos pudieran traspasarle el alma.

–Prefiero esperar a llegar a Smoky Hollow. Si voy a quedarme en casa de Webb Francis, necesitaré comida y otras cosas. La tienda del pueblo venderá todo lo que necesito, ¿verdad?

–Casi todo. Pararemos para comer antes de volver a casa, ¿te parece bien?

Ella asintió con la cabeza, interesada en conocer Bryceville.

 

 

Cuando a media tarde llegaron a Smoky Hollow, Angelica estaba abrumada por las nuevas sensaciones e ideas que se habían apoderado de ella, aunque no había descubierto mucho acerca de su guía. Kirk le había enseñado los lugares de interés de Bryceville y habían comido en una pequeña cafetería. El viaje de regreso a Smoky Hollow había sido caluroso y cuando por fin él detuvo la motocicleta delante de la tienda, ella se sintió aturdida.

–Compra lo que necesites. Yo vuelvo en unos minutos e iremos a buscar tus cosas a la casa de huéspedes de Sally Ann. Después te llevaré a la casa de Webb Francis –dijo Kirk cuando ella se bajó de la motocicleta.

–¿En esto? –respondió Angelica tras quitarse el casco y entregárselo.

–Tengo una camioneta.

Ella se preguntó por qué no habrían utilizado la camioneta para ir a Bryceville.

–Gracias, te lo agradezco. Éste es un pueblo tan pequeño que seguro que cuando me asiente podré ir andando a todas partes.

–Desde luego –respondió él, echando la motocicleta para atrás y marchándose a continuación.

Los dos señores que parecían estar permanentemente sentados en el porche de la tienda le preguntaron a Angelica si le había gustado Bryceville.

–Mucho –contestó ella mientras pasaba por su lado para entrar en la tienda.

Había oído que la gente de los pueblos pequeños conocía la vida de sus vecinos a la perfección, lo que le resultaba toda una novedad. Ella ni siquiera conocía a todos los vecinos de su planta en el bloque de apartamentos neoyorquino en el que vivía… desde hacía tres años.

Al entrar en la tienda, le fascinó la antigua construcción en la que ésta se encontraba. Las estanterías contenían todo lo que necesitaba… simplemente no en grandes cantidades.

Bella Smith era la tendera. Resultó ser tan amable como esperaba Angelica. Antes siquiera de que hubiera llenado a la mitad el carrito de la compra, la mujer logró que le confiara sus planes de quedarse en la casa de Webb Francis y el hecho de que Kirk estaba ayudándola.

–Ayuda a todo el mundo. No se parece en nada a su abuelo –comentó Bella.

–¿Su abuelo vive aquí? –preguntó Angelica, curiosa sobre su enigmático guía.

–Desde luego. Vive en Doe Lane. Es un miserable. Él crió a Kirk. Siempre me ha sorprendido que el chico sea tan buena persona.

Angelica parpadeó ante aquel comentario; Kirk no era ningún «chico», sino todo un hombre…

Cuando tomó suficiente comida para un par de días, se acercó a la caja.

–¿Cómo sigue Webb Francis? –quiso saber Bella mientras cobraba los productos.

–A mí me ha parecido que estaba muy débil y cansado. Pero espera regresar a casa en poco tiempo.

–Es estupendo que Kirk vaya a verlo. Bueno, ya está todo. Si necesitas algo más, dímelo.

–Gracias –ofreció Angelica, mirando las cuatro bolsas de la compra que había adquirido.

–¿Preparada? –preguntó entonces Kirk, entrando en la tienda. No podía haber llegado en mejor momento.

Ella asintió con la cabeza y respiró profundamente.

–¿Has venido en tu camioneta? –le preguntó.

–Sí –contestó él, tomando dos de las bolsas como si no pesaran nada.

Angelica tomó la tercera y Bella la cuarta. Cuando salieron afuera, Angelica vio una gran camioneta aparcada justo delante de la tienda. Kirk colocó las bolsas detrás del asiento del acompañante, tras lo que tomó las que llevaban ellas para colocarlas en el mismo lugar.

–Vámonos –dijo tras despedirse de Bella.

–Si tienes este vehículo, ¿por qué fuimos en motocicleta esta mañana? –quiso saber Angelica tras sentarse en el asiento del acompañante una vez que él se sentó en el del conductor.

Kirk arrancó la camioneta y encendió el aire acondicionado.

–Esto es práctico y la motocicleta es divertida.

Ella no recordaba cuándo había sido la última vez que había hecho algo por diversión. Tenía que cambiar un poco. Adoraba la música, pero todas las horas de práctica que se requerían la tenían muy absorta en su carrera. Ni siquiera tenía una relación estable con un hombre.

Al llegar a la casa de Sally Ann, se apresuraron a tomar las pocas posesiones que había llevado consigo, tras lo que volvieron a montarse en la camioneta y a dirigirse hacia una tranquila calle que había al este del pueblo.

–¿Está muy lejos del centro del pueblo la casa de Webb Francis? –preguntó.

Kirk no respondió. Ella lo miró y vio que estaba observando la carretera.

Al darse cuenta de que estaba mirándolo, él la miró a su vez.

–¿Está muy lejos del centro del pueblo la casa de Webb Francis? –volvió a preguntar Angelica, más alto.

–¿Que si está muy lejos? ¿Qué te parece aquí? –contestó finalmente Kirk, introduciendo la camioneta en la entrada para vehículos de una encantadora casita.

La vivienda, blanca con las ventanas azules, parecía una casa de muñecas. En el jardín delantero había numerosos árboles y un rosal.

–Se puede ir andando fácilmente –comentó ella.

–Acomódate y después te enseñaré los alrededores.

–No tienes que molestarte –respondió Angelica con frialdad, pensando que estaba claro que él sólo estaba haciendo todo aquello como un favor para su amigo.

–Webb Francis me pidió que te ayudara –le recordó Kirk, saliendo de la camioneta tras aparcar. Se colocó la mochila de ella sobre un hombro.

Angelica se apresuró a salir del vehículo y a tomar la funda de su violín antes de que él pudiera agarrarla. Tomó también una de las bolsas de la compra y se acercó a la puerta principal de la vivienda. Kirk llegó un minuto después con dos bolsas más en las manos.

–Abre, la puerta no está cerrada con llave.

–Increíble –comentó ella, impresionada al abrir la puerta. Entró en un cómodo salón.

–Ven, por aquí –dijo él, pasando por su lado al dirigirse a la cocina.

A Angelica le gustó lo espaciosa que era la casa. Desde fuera parecía muy pequeña, pero fácilmente podía tener el triple del tamaño de su apartamento neoyorquino. Dejó la bolsa de la compra que llevaba sobre la rústica mesa de la cocina y miró a su alrededor. Kirk volvió a salir para tomar de la camioneta las bolsas restantes.

–Las habitaciones de invitados están a la derecha del pasillo –explicó al regresar–. El cuarto de baño está un poco más adelante. Tal vez necesites sábanas; seguramente están en el armarito de la entrada. El dormitorio de Webb Francis está al final de la vivienda. ¿Necesitas algo más?

–No, estoy bien. Gracias.

–¿Quieres ir al pueblo hoy o prefieres esperar a mañana? –preguntó él, mirándola a los ojos.

–Mejor mañana. Esta tarde quiero descansar –contestó ella. Contuvo el aliento hasta que Kirk asintió con la cabeza y se giró.

–Si necesitas algo, grita –dijo entonces él–. Vivo aquí al lado.

–¿Aquí al lado? –repitió Angelica.

–¿Representa algún problema para ti?

–En absoluto –respondió ella, que lo último que quería era que Kirk Devon supiera lo mucho que la afectaba.

–Entonces nos vemos mañana, a las diez.

 

 

Angelica lo acompañó hasta la puerta de la casa y observó como salía con su camioneta de la entrada para vehículos de la vivienda para entrar en sólo unos segundos en la propiedad de al lado.

Suspiró levemente y regresó a la cocina para guardar los artículos que había comprado. Entonces decidió dar una vuelta por la casa que iba a ocupar durante los siguientes días para familiarizarse con cada habitación. Cuando llegó a la pequeña sala que le había mencionado Webb Francis, observó que estaba llena de estanterías en las que había lo que parecía una cantidad desorbitante de partituras. También había armónicas, dos violines, un banjo y un dulcémele. Tomó algunas de las partituras y reconoció un par de canciones. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, sintió emoción ante la idea de tocar el violín…

Capítulo 3

 

 

 

 

 

MUY temprano por la mañana, Kirk se montó en su motocicleta y se dirigió a ver a su abuelo. Siempre iba dos o tres veces por semana a comprobar cómo estaba.

Cuando llegó a la granja, lo recibió ladrando el viejo perro sabueso de Hiram Devon. Al momento, éste también salió a recibirlo.

–¿Has venido a desayunar? –le preguntó con brusquedad.

–Si has preparado algo, desayunaré –contestó Kirk, quitándose el casco.

Su abuelo y él ni se abrazaban ni se daban la mano, pero sentía un inmenso amor por el anciano.

–Entra –dijo entonces Hiram–. El café está preparado y puedes cocinar galletas.