Qué hacemos por una sociedad laica - Santiago J. Castellá - kostenlos E-Book

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Santiago J. Castellá

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¿Qué hacemos para que el Estado asuma por completo la pluralidad social existente, y sea reflejo de una sociedad laica? España no es ya un país católico, sino que hoy es una sociedad plural en creencias y muy secularizada. Y, sin embargo, mantenemos una legislación en materia de libertad religiosa que tiene inercias de hace cuarenta años y que ignora el cambio social producido. El sistema legal asegura la posición dominante del catolicismo sobre otras creencias y sobre la mayoría de los ciudadanos que no son creyentes. La sociedad va por un lado y las leyes por otro. La laicidad es la única forma de asegurar la igualdad y el respeto de todos los derechos, y su consecución pasa por normalizar las creencias, que deben tener su espacio, y por revisar asuntos como los pactos con las confesiones, la financiación, los conciertos educativos, la asignatura y el profesorado de religión, o la confusión de símbolos y ritos.

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Akal / Qué hacemos / 7

Santiago J. Castellá, Antoni Comín, Ortega-Raya y Joffre Villanueva

Qué hacemos por una sociedad laica

Diseño de portada

RAG

El presente libro se publica bajo licencia copyleft, según la cual el lector es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra, conforme a las siguientes condiciones:

– Reconocimiento. Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra).

– No comercial. Podrán copiarse, distribuirse y comunicarse públicamente los materiales de esta obra siempre que no existan fines comerciales ni lucrativos.

– Compartir bajo la misma licencia. En caso de que se altere o transforme el contenido de esta obra, o se genere una obra derivada, sólo se podrá distribuir bajo una licencia idéntica a esta.

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– Los derechos derivados de usos legítimos u otras limitaciones reconocidas por ley no se ven afectados por lo anterior.

– Nada en esta licencia menoscaba o restringe los derechos morales del autor.

– Derechos que pueden ostentar otras personas sobre la propia obra o su uso, como por ejemplo derechos de imagen o de privacidad, no se ven afectados por lo anterior.

– Al reutilizar o distribuir la obra, tienen que dejarse claro los términos de la licencia de esta obra.

Nota a la edición digital:

Algunos de los proyectos artísticos mencionados en el libro ya no son accesibles en la red. No obstante, por motivos historiográficos, se mantiene la referencia a la web original.

© Santiago J. Castellá, Antoni Comín, Joana Ortega-Raya y Joffre Villanueva, 2013

© Ediciones Akal, S. A., 2013

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-460-3795-8

Qué hacemos

¿Qué hacemos cuando todo parece en peligro: los derechos sociales, el Estado del bienestar, la democracia, el futuro? ¿Qué hacemos cuando se liquidan en meses conquistas de décadas, que podríamos tardar de nuevo décadas en reconquistar? ¿Qué hacemos cuando el miedo, la resignación, la rabia, nos paralizan?

¿Qué hacemos para resistir, para recuperar lo perdido, para defender lo amenazado y seguir aspirando a un futuro mejor? ¿Qué hacemos para construir la sociedad que queremos, que depende de nosotros: no de mí, de nosotros, pues el futuro será colectivo o no será?

Qué hacemos quiere contribuir a la construcción de ese «nosotros», de la resistencia colectiva y del futuro compartido. Queremos hacerlo desde un profundo análisis, con denuncias pero sobre todo con propuestas, con alternativas, con nuevas ideas. Con respuestas a los temas más urgentes, pero también otros que son relegados por esas urgencias y a los que no queremos renunciar.

Qué hacemos quiere abrir la reflexión colectiva, crear nuevas redes, espacios de encuentro. Por eso son libros de autoría colectiva, fruto del pensamiento en común, de la suma de experiencias e ideas, del debate previo: desde los colectivos sociales, desde los frentes de protesta, desde los sectores afectados, desde la universidad, desde el encuentro intergeneracional, desde quienes ya trabajan en el terreno, pero también desde fuera, con visiones y experiencias externas.

Qué hacemos quiere responder a los retos actuales pero también recuperar la iniciativa; intervenir en la polémica al tiempo que proponemos nuevos debates; resistir las agresiones actuales y anticipar las próximas; desmontar el discurso dominante y generar un relato propio; elaborar una agenda social que se oponga al programa de derribo iniciado.

Qué hacemos esta impulsada por un colectivo editorial y de reflexión formado por Olga Abasolo, Ramón Akal, Ignacio Escolar, Ariel Jerez, José Manuel López, Agustín Moreno, Olga Rodríguez, Isaac Rosa y Emilio Silva.

Introducción

Una nueva mirada laica a una sociedad plural

La historia moderna de la libertad religiosa y de conciencia nace de manera definitiva con la firma de los tratados de paz de Westfalia en 1648. Se pone fin a siglos de las llamadas «guerras de religión», reconociendo un nuevo principio jurídico regulador de la coexistencia pacífica entre las naciones europeas: el principio de tolerancia religiosa. Principio que, a pesar de su aparente debilidad –tolerar al que no comparte tus ideas es tolerar al «equivocado»–, va conquistando progresivamente todos los ordenamientos jurídicos empapándolos de una nueva mirada abierta y liberal.

Sobre la tolerancia se irá construyendo, lenta pero inexorablemente, el edificio de la protección de los derechos humanos y de la democracia política. De algún modo, se podría decir que el largo camino de la sociedad moderna hacia la democracia tiene en la instauración de la tolerancia religiosa como paso inicial. Poco a poco se introducen ideas encadenadas en la sociedad europea: si es posible «tolerar» a una nación protestante en centro Europa, ¿cómo justificamos no tolerar a una minoría protestante en nuestra «muy católica» nación?; y si en aquello que preconizamos como lo más importante y determinante, la relación del ser humano con la divinidad, podemos ser tolerantes ¿no deberemos también ser tolerantes con los asuntos del gobierno de los hombres por los hombres? ¿Encontraremos alguna excusa para negar el pluralismo político si garantizamos el pluralismo religioso?

Y así, primero de la mano de la Gloriosa Revolución inglesa y progresivamente en las diferentes colonias británicas de América del Norte que se fueron independizando –Filadelfia, Vermont, Massachussets, etc.– hasta la Constitución americana de Jefferson, la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución francesa, etc., la tolerancia religiosa va empapando los ordenamientos constitucionales. Van tomando forma la libertad religiosa, la libertad de conciencia y los derechos civiles y políticos que, a su vez, a principios del siglo xx, darán paso a los derechos económicos, sociales y culturales. Entonces la actitud abstencionista del Estado frente a las libertades individuales dará paso a la exigencia de una intervención positiva del Estado para garantizar la igualdad de oportunidades.

Así que la libertad de conciencia –hija directa de la tolerancia religiosa y la libertad de creencias– se instituye no solo como la primera libertad civil, sino también como base y cimiento de todo el edificio de la convivencia en libertad y democracia. Incluso desde la mirada del más frío e insensible racionalismo positivista, el respeto a las creencias religiosas individuales –más allá de la valoración que individualmente pueda hacerse de estas– es el fundamento básico del respeto a la dignidad de la persona y del marco político jurídico que gobierna los asuntos colectivos.

La libertad de conciencia, de opciones de conciencia –religiosas o no–, que incluye la libertad religiosa, no sólo de creencias sino de expresión y ejercicio individual y colectivo del culto, es hoy un principio y un valor para toda sociedad abierta y para todo ordenamiento que se defina como democrático y de derecho. Años de lucha por la tolerancia y la libertad no pueden tener, en ningún caso, como resultado, el negar a nadie el pleno y efectivo derecho intrínseco a la libertad de conciencia y de creencias.

Se puede afirmar que, a estas alturas de la historia, las creencias religiosas, la religión, ya no es lo que era en nuestra sociedad. El fenómeno religioso como tal ha perdido el protagonismo y la centralidad que tenía en la vida individual y colectiva en Europa. Hoy cuando hablamos del fenómeno religioso en las personas y en las sociedades contemporáneas nos estamos refiriendo a una realidad profunda y radicalmente diferente a la de hace unas décadas. En España, especialmente, cuando hablamos de religión y de laicidad hoy, nos estamos refiriendo a un fenómeno sustancialmente distinto al del integrismo totalizador que adoptó la forma de nacional-catolicismo durante el franquismo; pero también a algo muy distinto a las lógicas ilustradas laicistas que caracterizaron el siglo xix hasta la Segunda República. Ni siquiera es la plural tolerancia aconfesional de los inicios del actual periodo constitucional.

Hoy la realidad es otra: la profunda secularización de la sociedad española, la liberalización de las costumbres, el protagonismo de la mujer en todos los espacios sociales, la llegada de población inmigrada con referentes religiosos variados, la ruptura de los grandes relatos capaces de explicar coherentemente la realidad, el sincretismo y el collage de las espiritualidades a la carta, etc. Este cambio lo reflejan estudios y encuestas pero para apreciarlo es suficiente con pasear por un pueblo o una ciudad con los ojos abiertos. Y sin embargo, aunque el mapa sociológico de las creencias en nuestro país es muy diferente, seguimos mirándolo con las respuestas tradicionales, con las dos grandes y anticuadas constelaciones de respuestas. Por un lado, con las soluciones integristas del medievo que marcan el tradicionalismo anti-ilustrado que llega hasta nuestros días; y por otro lado, con las respuestas ilustradas y laicistas surgidas en el siglo xviii. Ambas con todos sus matices, tendencias, precisiones y debidamente tuneadas para cada momento histórico pero conservando ese regusto polvoriento y cerrado de otros tiempos.

Estas posiciones son incapaces de dar respuestas a una realidad compleja, cibernética, dinámica y cambiante, acelerada y desacomplejada, y se reducen a mantras repetitivos que evitan profundizar en un debate que, por motivos históricos y de imaginario colectivo, nos parece incómodo y postergable. Pero la realidad es tan clara que ya no lo podemos postergar y no lo queremos postergar.

Habrá que empezar sabiendo de dónde venimos, aunque sea a través de un acelerado y necesariamente simplificador recorrido histórico que nos permita encontrar aquellos elementos que todavía hoy nos marcan y condicionan y nos impiden dar respuestas más adecuadas a la realidad del fenómeno religioso contemporáneo.

En segundo lugar abordaremos lo que nos está pasando. Cómo muchos de los problemas e interrogantes que tenemos planteados carecen de respuestas coherentes, y cómo el sistema en su conjunto se diluye en contradicciones e imprecisiones que nos obligan a redefinir las políticas públicas en relación al hecho religioso.

Todo nos llevará a un ¿qué hacemos? que nos permita repensar las políticas de laicidad, de pluralismo y de gestión pública de la diversidad de opciones religiosas y de conciencia desde una lectura desacomplejada de la realidad, dotándonos de instrumentos coherentes, simples y eficaces para dar respuestas a una complejidad que no tiene por qué ser confusa.

En definitiva, una aproximación a la realidad desde una lectura más propia de nuestro tiempo, pero también desde una lectura nueva de la laicidad. No esa lectura secularizadora y fuerte de la primera ilustración que en sus expresiones más insensibles podría llegar incluso a la intolerancia, sino una lectura humana y sensible –de la ilustración escarmentada– que lleve a entender cómo opciones de conciencia diversas pueden convivir desproblematizadamente en una misma comunidad política. Y es que la realidad nos lo ha puesto fácil: hoy la religión ya no es, para casi nadie, el castillo en el que atrincherarse para imponer a otros sus decisiones éticas.

Por eso la laicidad aparece en este nuevo contexto, no sólo como la reivindicación de separación y neutralidad en el espacio público, sino también como una norma reguladora de la convivencia entre opciones de conciencia diversas y plurales. Una laicidad capaz de ordenar las relaciones de convivencia sin que nadie vea o sienta dañada la libre búsqueda de su felicidad y su autodeterminación ética. Una laicidad que desarrolla su amplia capacidad mediadora para dar respuesta a los inevitables conflictos que la complejidad conlleva.

I. ¿De dónde venimos? Un pasado remoto pero muy presente

Venimos, como gran parte de Europa, de una historia rica y compleja pero a menudo también vergonzante, donde en la mayoría de las ocasiones la cuestión de la gestión de la diversidad y de las políticas vinculadas a las identidades se han resuelto con el recurso a la violencia, la opresión y la exclusión; en ocasiones llegando al genocidio. Hay que reconocer que la historia del viejo continente no es un ejemplo de soluciones positivas a la gestión de la diversidad, ni en su territorio ni en sus aventuras colonialistas.

Este pasado de represión, persecución y muerte, de dogma contra la libertad, y de identidad cerrada e inmutable, pervive en nuestro imaginario colectivo más allá de lo que somos conscientes. En nuestro país reaparece detrás de muchas políticas reactivas con las que tendemos a abordar, más instintiva que racionalmente, la diversidad de religión y de conciencia.

La Iglesia católica, centro de la vida pública y guardiana de la moral privada

El año 1492 se convertirá en la fecha crítica del inicio de nuestro proceso de homogeneización nacional, centrado en la religión. Aquel que no sea católico, será rechazado. Los judíos, y después los musulmanes, son obligados a convertirse bajo la amenaza de la expulsión. Miles serán efectivamente expulsados. Los conversos, a su vez, se verán sometidos a la vigilancia inquisitorial. Se produce así una fuerte institucionalización de la religión en el marco del Estado con la Inquisición como brazo ejecutor del terror integrista. El siguiente paso será la represión de los seguidores de la reforma protestante; incluso los humanistas «demasiado críticos» con la jerarquía católica caerán bajo sospecha.

De forma involuntaria, la persecución a los protestantes españoles será fundamental para el primer antecedente de la regulación de la tolerancia en Europa. Con anterioridad al famoso Edicto de Nantes de 1598 que ponía fin a las cruentas guerras de religión francesas –con el dramático episodio conocido como «La noche de San Bartolomé» del 24 de agosto de 1572–, el Rey Segismundo de Transilvania había dictado ya un edicto de tolerancia religiosa con el que daba refugio a los unitaristas (protestantes) seguidores de Miguel Servet. Este, negando el dogma de la Santísima Trinidad había tenido que huir de la persecución de la Inquisición, siendo desvelada su identidad y detenido por indicación de Calvino en Ginebra, donde fue condenado a arder en la hoguera. Sus seguidores buscaron refugio para sus iglesias unitaristas por Europa, siendo acogidos por el Rey de Transilvania, quien se comprometió a tolerar la diversidad religiosa bajo el recuerdo de las palabras del sabio Miguel Servet: «ni con estos ni con aquellos estoy de acuerdo en todos los puntos, ni tampoco en desacuerdo. Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y que cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo... Fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la iglesia contendiendo el deseo de profetizar».

Llegamos así al siglo xviii de la Ilustración y las luces. Parte de nuestra elite social y política, a pesar de las resistencias institucionales, abrirá la puerta a la modernización y atenderá entusiasmada al espíritu racionalista y liberal de los nuevos tiempos. Pero será en el siglo xix cuando se produzca la primera oleada de la secularización en España, si bien con un origen complejo. La respuesta a la invasión franco-napoleónica sitúa las ideas liberales y la tolerancia como una imposición afrancesada en contra de nuestras esencias patrias. Este argumento estará recurrentemente presente en nuestra vida política hasta la Constitución de 1978. Este fenómeno explica que nuestra primera Constitución, «la Pepa», hecha en Cádiz hace 200 años en la línea de las tendencias marcadas por las revoluciones liberales en Europa y América, afirmara en su artículo 12 que: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».