¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? - Marcos Pérez - E-Book

¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? E-Book

Marcos Pérez

0,0

Beschreibung

¿Qué quieren los piqueteros? ¿Cortar calles, complicarle la vida al resto, vivir a costa del Estado? ¿Van a las protestas manipulados por sus referentes? Cada vez es más común escuchar opiniones como estas en la esfera pública. Recuperando trayectorias personales muy diversas y reveladoras, este libro muestra cuán poco sabemos de las verdaderas motivaciones que llevan a los piqueteros a incorporarse a una organización y a permanecer en ella a lo largo del tiempo incluso si no siempre coinciden con su línea política y si a duras penas les permite sustentar a sus familias. A partir de una investigación con foco en la vida cotidiana de los y las militantes de base, Marcos Pérez nos cuenta que muchos usan su activismo no para evitar el trabajo duro, sino para recrearlo. El atractivo de la participación radica, justamente, en que conlleva costos y sacrificios. En un contexto de desindustrialización y desempleo, la mayoría ingresa a un movimiento por necesidad, venciendo sus propios prejuicios y sentimientos de vergüenza. Lo que varios encuentran allí es la posibilidad de reconstituir las rutinas perdidas del empleo asalariado en las fábricas y el sentido de consistencia y respetabilidad asociado a lo que consideran más valioso: el merecimiento debido al esfuerzo, la autodisciplina, el cumplimiento responsable de horarios y tareas. Si los hombres garantizan la seguridad en el barrio y las manifestaciones, o trabajan en la construcción, las mujeres sostienen comedores, guarderías y talleres de costura o de cocina. Y todos están atentos a la puntualidad, el ausentismo, la productividad. ¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? constituye un aporte original y lleno de matices para entender a uno de los actores más relevantes de la política popular en la Argentina, y ayuda a pensar cómo, ante la incertidumbre económica, los sectores más vulnerables no necesariamente adoptan agendas reaccionarias.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 369

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Prefacio. Las ruinas proletarias (Claudio E. Benzecry)

Introducción

1. “Lo mío era la fábrica”: neoliberalismo, democracia y movilización piquetera

Cuatro décadas de desigualdad y desindustrialización

Los efectos de la falta de trabajo

Declive socioeconómico en el Gran Buenos Aires

El movimiento piquetero

1996-2003: surgimiento y expansión

2003-2015: desmovilización y fortalecimiento institucional

2015-2022: resurgimiento neoliberal y relevancia sostenida

La inmersión estratégica en tradiciones políticas establecidas

2. “Yo sé lo que es cumplir un horario”: reconstrucción de rutinas pasadas

Desindustrialización y masculinidad proletaria

Reconstrucción de la vida fabril

Declive comunitario y domesticidad feminizada

Preservación de una idealizada vida doméstica

En busca de trabajo genuino

3. “Por más que llueva o caiga piedra hay que presentarse al trabajo”: desarrollo de nuevos hábitos

Desempleo juvenil y exclusión laboral

El desarrollo de rutinas en el movimiento de trabajadores desocupados

Expectativas de género y desarrollo de rutinas proletarias

Pibes trabajadores y honestos

4. “Tomamos mate, comemos un buen guiso, charlamos… y así se pasa el tiempo”: protección de actividades comunales

Vida comunal en tiempos inciertos

Oasis de socialización

“Por lo menos tengan eso en la pancita”: copas de leche y feminidades morales

“Si nos buscan, nos encuentran”: masculinidad pública en equipos de seguridad

Gente en la cual se puede confiar

5. “Esto es un laburito para que te saque del paso”: retiros potenciales, voluntarios y reticentes

“Acá poca gente te valora el trabajo”: retiros potenciales

“Los piqueteros es una etapa que se cerró”: retiros voluntarios

“Me hace bien hablar del movimiento”: retiros reticentes

Resistencia a abandonar

Conclusión

Agradecimientos

Bibliografía

Marcos Pérez

¿QUÉ TIENEN LOS PIQUETEROS EN LA CABEZA?

Pérez, Marcos

¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? / Marcos Pérez.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB - (Sociología y Política, serie Nueva Sociología Argentina)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-346-6

1. Sociología. 2. Política. 3. Organizaciones. I. Título.

CDD 322.2

Una versión previa de este libro se publicó en inglés con el título Proletarian Lives. Routines, Identity, and Culture in Contentious Politics (Cambridge, Cambridge University Press, 2022)

© 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Diseño de cubierta: Departamento de Producción Editorial de Siglo Veintiuno Editores Argentina

Imagen de cubierta: M.A.F.I.A.

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: mayo de 2024

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-346-6

Prefacio

Las ruinas proletarias

Claudio E. Benzecry[1]

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por los hechos y por la tradición. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando parece que estos se dedican precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje…

K. Marx (2023)

En ElDieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx elabora una teoría del apoyo político por fuera del antagonismo burguesía/proletariado, pero el texto es conocido mayormente por su teoría acerca de cómo la historia se repite, aunque con consecuencias distintas cada vez. Lo que quiero remarcar aquí no es la relación entre tragedia y farsa que se cita a menudo, sino los efectos que el pasado tiene en el cuerpo y la mente de aquellos que viven su presente evaluándolo con las concepciones adquiridas en el pasado.

La frase “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” puede ser convertida en ciertas preguntas sociológicas: ¿cuáles son aquellas categorías que nos permiten expresar juicios basados en experiencias pasadas? ¿Cómo dar cuenta de las tensiones entre nuestro pasado y el potencial que alberga nuestro futuro? ¿De qué modos se conectan entre sí cuerpo y biografía? ¿De qué manera el contexto inmediato enmarca nuestra inmersión sensorial en el mundo?

¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? se dedica a responder estas preguntas con gusto, detalle empírico y prosa inspirada. Muchos lectores quizás lean las páginas que siguen en clave de coyuntura, incluso como algo ya no tan importante de observar, dada la victoria en 2023 de la extrema derecha libertaria en la Argentina. También es –por supuesto–, en cierto nivel, un trabajo de investigación sobre una figura surgida durante los años de gobierno kirchnerista. Sin embargo, para mí este libro es aún más relevante: en sus páginas, muestra cómo el trabajo industrial asalariado constituye una forma de vida total, que articula los cuerpos, los sentidos y las prácticas de aquellos que se formaron como sujetos en el mundo de la vida laboral o en el recuerdo mediado por la nostalgia de su cuasi desaparición.

Vidas proletarias, la traducción del título que este libro lleva en su versión en inglés,[2] reúne dos vocablos y examina su interrelación en el ethos, la disposición a actuar y ser de cierta manera (como si una mano nos empujara desde atrás para mover nuestras trayectorias por ciertos carriles). El presente volumen investiga la trama asociativa que, en el resultado final –ser piquetero como una forma de recuperar la identidad de “trabajador”–, iguala a gente que comenzó a militar durante la crisis de disolución del gobierno de la Alianza, allá por los comienzos de este siglo, con la generación siguiente, que lo hizo casi dos décadas después. A diferencia de otras investigaciones parciales, aquí se propone pensar la vida de los piqueteros a lo largo de veinte años, observando de cerca una multiplicidad de organizaciones. El resultado es una versión abarcadora del fenómeno, tan rica en el detalle como en el análisis.

A partir de la pregunta acerca de qué queda cuando el trabajo desaparece y cómo habitamos esas ruinas, Marcos Pérez reconstruye un mundo pleno de sentidos y actividades asociados al mundo del trabajo. Allí donde los críticos ven un conjunto de gente que hizo de la protesta el mejor camino hacia el “vivir sin laburar”, el autor muestra cómo en todas las actividades organizacionales y asociativas lo que acontece es el anhelo por reconstruir la dignidad propia de la identidad trabajadora. En ese afán, se observa entre los más jóvenes la fuerza productiva que tiene la nostalgia. Por fuera de la melancolía de aquellos que han perdido irremediablemente un pasado, la política que practican los jóvenes piqueteros, si bien constituida desde la pérdida, se sirve de la nostalgia como vector productivo y de inspiración. Si para aquellos que sienten que han perdido definitivamente su identidad como laburantes cada intercambio es una oportunidad para lamentar lo que existe y compararlo con lo que ha dejado de ser, los más jóvenes ven, en la referencia a un pasado “glorioso” de fábricas –con sus horarios y sus rutinas–, el carácter heroico de la creación de ese mundo y su supervivencia cuasi liminal. En ese estado de transición, ni pasado pleno ni solamente presente degradado, los novatos reponen, en sus rutinas en las organizaciones piqueteras, algunas de las disposiciones que cementaron la identidad trabajadora: la autodisciplina, la ética proletaria para realizar tareas y resolver conflictos, y el deseo de un trabajo genuino.

A la diferencia generacional, Pérez le agrega otra variación que complejiza la historia de qué es tener un “trabajo genuino”, contrapuesta con la idea de recibir dinero directamente del Estado: el género. Mientras que los varones más veteranos intentan revertir la declinación de su mundo con rutinas semejantes a las de los trabajos manuales asalariados, las mujeres, por su parte, realizan dentro del movimiento actividades ligadas al trabajo doméstico (administrar los comedores, la copa de leche, poner el cuerpo en las guarderías infantiles, por ejemplo). En los “mundos de la vida” piqueteros, varones y mujeres, jóvenes y adultos aprenden rutinas, actividades y formas de hacer en común que palian en algo la pobreza, el desempleo, la ausencia de recursos que afectan las barriadas populares.

En el estudio de la experiencia piquetera a lo largo del tiempo y en la riqueza del detalle etnográfico, ¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? propone, asimismo, una teoría acerca de la clase social: qué es, cómo funciona, qué la constituye. A contrapelo de quienes la piensan solo determinada por la estructura productiva, aquí la clase es vista como un acontecimiento, algo que sucede en vez de estar ya dado. La clase –como diría E. P. Thompson– es algo que existe en el tiempo, históricamente, y que en vez de pertenecer al orden de las categorías o al de la estructura, es más cercana al terreno de la experiencia. Los y las piqueteras participan activa y conscientemente de su propia formación como trabajadores y trabajadoras.

Este prefacio comenzó refiriéndose al carácter sociosomático de cómo se constituye una identidad, el encuentro de un cuerpo que tiene el conocimiento y una historia algo olvidada, mayormente reprimida y oblicuamente representada. En la teoría contemporánea, esta relación ha sido estudiada, teorizada y convertida en programa –la sociología disposicional– por Pierre Bourdieu, uno de los sociólogos más importantes del siglo XX. No obstante, mientras que para Bourdieu una de la causas de transformación de aquello que nos empuja a actuar de ciertas maneras se halla en la situación de incongruencia entre las condiciones de operación de las disposiciones y las de su adquisición –situación que deviene en un cambio a medida que las disposiciones se “desnaturalizan”, por lo cual un entorno transformado debería transformar también el modo en que ese mundo es percibido y, en consecuencia, el modo de actuar en él–, la originalidad de Pérez reside en que esas discrepancias son, en lugar del cambio, la fuente de la continuidad, de la reproducción social.

Los piqueteros se asientan sobre un pasado perdido para reproducir parcialmente una actitud hacia el trabajo industrial surgida en ese mismo pasado, que persiste gracias a las acciones y discursos del presente. En vez de encontrar un ajuste casi automático entre circunstancias, disposición y práctica (la sensación de habitar el mundo sin fricción alguna, “como pez en el agua”), lo que aprendemos aquí es que los recursos comunitarios, la sociabilidad al interior del grupo y el aislamiento respecto de cómo son percibidos desde afuera son factores claves en la mediación de la producción del ajuste o discrepancia entre los recursos y la práctica. Aun fuera del agua, estos peces siguen nadando, haciendo “como si”… Hasta que no.

La victoria de Milei, muy reciente cuando escribo estas líneas, nos obliga a preguntarnos: ¿sobrevivirá la identidad trabajadora a un nuevo ciclo de degradación laboral y de desaparición de las industrias manuales? En un mundo fragmentado como el de los sectores populares, ¿qué identidad(es) anclará a los sujetos en un horizonte inmediato de certidumbre? ¿Qué anhelos e imaginarios generará la identidad emprendedora, tan aspiracional, y por eso cercana al fracaso, en el largo plazo? Mientras esto aún no sucede, ¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? nos ayuda a aferrarnos un poco más a los restos de un naufragio, intentando comprender cuánto quedó de lo que antes era un todo, si las partes que subsistieron nos sirven y para qué, o si finalmente estamos frente a la repetidamente anunciada agonía de la Argentina peronista.

Al fin y al cabo, cuando miramos las ruinas es para entender aquello con lo que la gente “se ha quedado”: lo que sobrevive al temblor después del terremoto, esa sobrevida social de disposiciones, sensibilidades y saberes.

Nueva York, diciembre de 2023

[1] Profesor de Sociología y Comunicación en la Universidad Northwestern (Chicago).

[2]Proletarian Lives. Routines, Identity, and Culture in Contentious Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 2022.

Introducción

Es una tarde fría de mayo, y una larga reunión de militantes en La Matanza acaba de terminar. Es hora de volver a casa, pero es la primera vez que visito este local, así que alguien me explica dónde queda la parada del colectivo. Debo parecer confundido, porque la misma persona enseguida me dice que vaya con Antonella, que justo está saliendo para ese lado.

Antonella es una mujer de 60 y pico, de contextura pequeña y el rostro arrugado propio de quien ha trabajado duro toda la vida. Apenas empezamos a caminar, me doy cuenta de que es una gran conversadora, con una actitud alegre a pesar de una trágica historia personal. Nacida en un campo de Santiago del Estero, su madre murió al darle a luz y su padre la abandonó poco después. A los 14 años tuvo que dejar la escuela, y a los 20 se mudó a Buenos Aires en busca de una vida mejor. Un pariente le consiguió trabajo como empleada doméstica y durante cinco años fue sirvienta y niñera para una familia adinerada. A los 25 se casó con un albañil, también santiagueño. La pareja compró un pequeño terreno en lo que entonces era una zona apenas habitada del Gran Buenos Aires, y poco a poco construyó su casa. Antonella siguió trabajando de limpieza hasta que nació su primer hijo. A partir de entonces, se quedó en la casa y crio a dos hijas y un hijo.

Esta tranquila vida doméstica se desmoronó con una de las numerosas crisis que han afectado a la economía argentina en los últimos cuarenta años. El esposo de Antonella perdió su trabajo y la familia tuvo que recurrir a comedores populares. Para llegar a fin de mes, ella consiguió un trabajo de limpieza en una fábrica de abrigos de piel. Esto se convertiría en una nueva ocupación: otras trabajadoras le fueron enseñando el oficio, y durante los almuerzos empezó a practicar con la maquinaria. Con el tiempo, pasó a preparar pedidos para la empresa. Todos los días volvía a casa con retazos y recortes de piezas para coserlos por la noche. Durante más de una década se dedicó a esta actividad, primero como trabajo secundario y luego a tiempo completo. Finalmente dejó: su marido en ese momento tenía mejores ingresos, los niños estaban creciendo, y ella sentía la necesidad de estar cerca para asegurarse de que se portaran bien y estudiaran.

Sin embargo, la situación de la familia empeoró de nuevo a fines de los años noventa con el comienzo de la recesión que culminaría con el colapso económico de 2001-2002. Una de sus hijas le contó sobre una organización barrial que reclutaba personas para reclamar trabajo y subsidios para desempleados, y mencionó un pequeño proyecto textil que el grupo estaba creando con fondos del gobierno. Antonella manifestó que con mucho gusto ayudaría con la costura, pero que nunca asistiría a reuniones o marchas. A su esposo siempre le había gustado participar en este tipo de eventos, pero ella era profundamente desconfiada con respecto a la política. A medida que la crisis se agudizó, la familia comenzó a depender cada vez más de la organización, al punto que, en diferentes momentos, todos los miembros participaron en programas sociales administrados por el grupo.

Con el tiempo, sin embargo, Antonella se involucró cada vez más. No recuerda exactamente cuándo sucedió, pero a medida que pasaban las semanas empezó a disfrutar del trabajo con otros militantes. Al momento de su primer aniversario en la organización, ya era coordinadora vecinal, cargo que nunca ha abandonado. Sus familiares, en cambio, se retiraron cuando mejoró su situación económica: su hija terminó el magisterio y encontró trabajo como maestra, y su esposo accedió a una jubilación. Antonella siguió otra trayectoria. Aunque también está jubilada, continúa trabajando en un comedor, representa a su barrio en reuniones y participa en la mayoría de las manifestaciones. Ya no está inscripta en un plan de empleo y solo obtiene recursos limitados de su organización. Aun así, dedica más horas al grupo que muchos otros participantes.

Antonella es una de las millones de personas afectadas por el aumento dramático de las disparidades sociales en la Argentina. A pesar de una persistente inestabilidad política y económica, durante la mayor parte del siglo XX los trabajadores del país disfrutaron de un bajo desempleo, salarios relativamente altos y generosas políticas de bienestar asociadas con una alta afiliación sindical y bajos niveles de informalidad. Sin embargo, la década de 1970 marcó el inicio de un proceso de desindustrialización, asociado a políticas económicas promercado implementadas primero por la dictadura militar de 1976-1983 y, de forma mucho más intensa, por la administración de Carlos Menem en los años noventa. La consecuencia fue un deterioro sustancial en el mercado laboral, que se agudizó entre 2001 y 2002, cuando una combinación de shocks externos y una moneda sobrevaluada llevaron a la crisis económica más profunda en la historia de la nación (Lozano, 2002; Gerchunoff y Llach, 2003). El desempleo pasó de menos del 3% en 1980 a más del 20% en 2002. Además, la proporción de empleos manufactureros se redujo a la mitad y el trabajo precario se duplicó. Desde entonces, a pesar de períodos de expansión económica, estos indicadores siguen siendo mediocres. La tasa de desempleo cayó a alrededor del 10%, pero solo uno de cada ocho empleos es en el sector manufacturero y la informalidad continúa afectando a más de un tercio de todos los trabajadores (MTEySS, 2013; OIT, 2021; Banco Mundial, 2022).

En otras palabras, la economía argentina entró en una nueva normalidad, más orientada a los servicios, con un mercado laboral más segmentado y muchos más requisitos para acceder a empleos bien remunerados. Estas transformaciones han tenido un enorme impacto en la vida cotidiana de las familias de clase trabajadora. Comunidades enteras han sido excluidas del mercado laboral formal, con consecuencias devastadoras. Los jóvenes no acceden a la educación de calidad que exigen los puestos de trabajo disponibles, y las personas de mediana edad que pierden su empleo tienen grandes dificultades para reconvertirse profesionalmente. Como resultado de esto, terminó socavándose el bienestar, la estabilidad y la seguridad de innumerables hogares.

Frente a estos desafíos, distintos segmentos de la sociedad argentina reaccionaron de varias maneras. Antonella se encuentra entre los miles de ciudadanos que lo hicieron uniéndose a una de las formas de acción colectiva más destacadas de la historia reciente del país. En la década de 1990, ante aumentos drásticos del desempleo estructural y la informalidad, líderes comunitarios comenzaron a establecer asociaciones de trabajadores despedidos a lo largo del país, para exigir acceso a empleos y programas de asistencia. A pesar de sus diversos orígenes, estos grupos desarrollaron rápidamente un repertorio similar que los ayudó a reclutar miembros y ganar influencia. Surgió así el movimiento de trabajadores desocupados o movimiento piquetero. La mayoría de estas agrupaciones se formaron como redes de grupos locales que organizan piquetes para exigir la distribución de ayuda social. Si tienen éxito, distribuyen entre los participantes parte de los recursos obtenidos y usan el resto para ofrecer una amplia gama de servicios sociales en sus comunidades.

La forma en que Antonella comenzó a participar en su organización es bastante común. A primera vista, la trayectoria de muchos activistas de base en el movimiento puede resultar difícil de entender. Casi todos los militantes con los que hablé se unieron de manera similar a la de Antonella: “Por la necesidad”. En un contexto de marcada penuria, un conocido les comentó acerca de un grupo que estaba “anotando” para un programa social. En un principio, la gran mayoría tenía opiniones negativas sobre los piqueteros y limitada experiencia política. Una vez adentro del movimiento, comenzaron a asistir a actividades y recibir alimentos con regularidad, hasta que obtuvieron un plan social financiado por el Estado. Las organizaciones suelen administrar estos puestos de forma directa, así que los beneficiarios por lo general deben mantener su participación para continuar recibiendo recursos.

Dadas estas circunstancias, no sorprende que muchas de las personas que se suman a una organización piquetera participen mientras adquieren recursos, y se retiren cuando obtienen una fuente de ingreso más efectiva (sobre todo dado que los planes administrados por estos grupos suelen pagar poco). Sin embargo, el comportamiento posterior de algunos individuos desafía estas expectativas, ya que comienzan a hacer esfuerzos por mantenerse involucrados, y terminan priorizando la militancia por sobre el tiempo familiar, las actividades de ocio e incluso el interés económico.

Este rompecabezas es más intrigante en el sentido de que varios de estos activistas permanecen indiferentes o incluso no concuerdan con puntos centrales de la agenda de sus organizaciones. En todas las agrupaciones con las que trabajé, muchas personas expresaron de forma abierta (y con frecuencia) opiniones que contradecían la ideología de su grupo. Si bien los líderes destacan que la coexistencia de diferentes puntos de vista es una fortaleza clave del movimiento, sectores opositores a este han tratado dicha diversidad como una muestra de la inmadurez política de los participantes o de la manipulación ilegítima de sus necesidades. Sin embargo, la evidencia no respalda tales cuestionamientos (Quirós, 2006 y 2011; Manzano, 2013). Los militantes que entrevisté no parecen menos informados o comprometidos políticamente que otros argentinos. Por el contrario, el hecho de que muchos de ellos expresen diferencias con sus organizaciones y, sin embargo, continúen haciendo sacrificios en pos de ellas refuta la caracterización de estos grupos como compuestos de una base maleable y apática.

¿Qué procesos, entonces, conducen a este nivel de apego? ¿Por qué personas que se unen a regañadientes, enfrentan importantes obstáculos personales y no siempre están de acuerdo con sus organizaciones desarrollan tal compromiso? A partir de un trabajo de campo etnográfico realizado entre 2011 y 2014, que incluyó ciento treinta y tres entrevistas con miembros actuales y pasados de nueve grupos piqueteros, este libro sugiere una respuesta. Sostengo que un atractivo crucial de la militancia es la oportunidad de participar en prácticas asociadas con un estilo de vida proletario amenazado por la desindustrialización y el desempleo. A través de su participación diaria en el movimiento, los militantes de mayor edad reconstruyen las rutinas que los vinculan con un pasado idealizado, los activistas más jóvenes desarrollan hábitos que les fueron inculcados como valiosos, y todos los miembros promueven actividades comunitarias socavadas por el aumento de la pobreza y la violencia interpersonal. Para Antonella, como para muchos otros, las experiencias cotidianas en una organización piquetera permiten actualizar disposiciones[3] desarrolladas en espacios que ya no son tan prevalentes como en el pasado. Al ofrecer consistencia y respetabilidad en un contexto de marcado declive socioeconómico, el movimiento se convierte en sustituto del trabajo manual en una fábrica o de las labores domésticas en el hogar.

El argumento que propone este libro refleja una crítica constructiva a la literatura sobre protesta social. Las narrativas que describen a los piqueteros como una forma inauténtica de movilización no solo revelan prejuicios de larga data en la sociedad argentina contra formas de política popular, sino que también expresan limitaciones en la comprensión académica del activismo. A pesar de un progreso sustancial en los estudios sobre movimientos sociales, muchos aspectos de la movilización a nivel individual siguen estando relativamente poco explorados. Existe una extensa literatura sobre los factores que contribuyen a la participación de una persona, pero la mayoría de los estudios tienden a centrarse en la fase de reclutamiento. Por lo tanto, sabemos mucho sobre qué cosas hacen más probable el involucramiento inicial, pero menos sobre los mecanismos por los cuales las personas desarrollan (o no) vínculos a largo plazo con los grupos a los que se han unido. En particular, mientras que varias investigaciones han analizado cómo los procesos ideológicos sustentan el activismo, el papel que juegan las prácticas cotidianas ha recibido mucha menos atención. Basándome en las experiencias de individuos en el movimiento piquetero, argumento que los militantes pueden tener diferencias con la ideología de sus organizaciones y aun así desarrollar un fuerte apego a las rutinas dentro de ellas. Lo que una persona piensa sobre los movimientos a los que se une es importante, pero también lo es lo que hace mientras participa.

Asimismo, este libro contribuye a una nueva perspectiva sobre la ola de movilización progresista que atravesó América Latina en las últimas décadas, de la cual los piqueteros han sido una parte esencial. La combinación desde los años ochenta de un proceso democratizador, por un lado, con drásticas reformas neoliberales, por el otro, promovió el surgimiento de diversas experiencias de acción colectiva que impulsaron el reconocimiento de nuevos derechos. Una extensa literatura (véanse Johnston y Almeida, 2006; Levitsky y Roberts, 2011; Silva y Rossi, 2018) ha explorado estos casos; sin embargo, gran parte tiende a retratar sus luchas como la búsqueda de una transformación novedosa de la sociedad, minimizando sus aspectos más ortodoxos. Si bien no se pueden negar los elementos innovadores de movimientos antineoliberales como los piqueteros, una exploración de las historias de vida de sus miembros sugiere que ideas tradicionales de trabajo, familia y comunidad juegan un papel importante en su concepción de la justicia social.

Finalmente, al proporcionar un estudio de caso de cómo trabajadores afectados por la pérdida de empleo recrean sus formas de vida tradicionales a través de movimientos progresistas, las siguientes páginas ofrecen ideas para comprender acontecimientos a nivel global. En los últimos años, la radicalización de las derechas a lo largo del mundo ha intensificado la preocupación por los efectos de la globalización neoliberal en la gobernabilidad democrática. Ante la incertidumbre económica y la reducción de las perspectivas de movilidad social, votantes de clase trabajadora en muchos países han adoptado agendas autoritarias y xenófobas (Hochschild, 2016; Hunter y Power, 2019). Sin embargo, este no es el único resultado posible. Como demuestran experiencias como las de los piqueteros, poblaciones vulnerables de todo el mundo han respondido a la desindustrialización de diversas maneras. La conexión entre creciente desigualdad, ansiedad social y extremismo reaccionario no es ni inevitable ni irreversible.

Historias personales, experiencias de movilización y disposiciones militantes

Los procesos a través de los cuales una persona desarrolla apego a un hábito son complejos. Mientras que a nivel colectivo ciertas características pueden ser más comunes entre quienes participan de una práctica, la relación entre estos rasgos y el comportamiento a nivel individual suele ser débil. Es decir, el hecho de que las personas que cumplen con una condición especifica sean más propensas a realizar una actividad particular no implica necesariamente que la relación entre dicha condición y tal actividad sea inevitable. En consecuencia, para comprender el atractivo de una acción social, primero debemos explorar sus recompensas intrínsecas. Usando los términos de Jack Katz (1988), es esencial analizar no solo el “trasfondo” o background de la acción (los atributos personales que aumentan la proclividad a hacer algo), sino también su “primer plano” o foreground (las cualidades del acto que lo hacen atractivo en sí mismo).

Sin embargo, el hecho de que la participación en una actividad determinada no se derive directamente de las características de una persona no significa que estas sean irrelevantes. Muy por el contrario, el proceso por el cual una acción genera su propio incentivo varía según la historia personal de cada individuo (Desmond, 2007; Shapira, 2013). A lo largo de la vida, los seres humanos están expuestos a diversas formas de relaciones, instituciones y normas, que conducen a creencias y expectativas que son particulares a cada uno. Estos procesos de socialización influyen en cómo algunas personas están predispuestas a disfrutar de ciertas actividades. En consecuencia, comprender el apego de una persona a un hábito implica desentrañar cómo las prácticas asociadas a este interactúan con otros aspectos de su vida para generar disposiciones específicas (Bourdieu, 1977).

Dicho esto, la resonancia positiva entre la vida de una persona y una actividad social particular no es ni automática ni permanente. Más bien, depende de una afirmación y ratificación regular a través de la interacción con otros participantes (Benzecry, 2011; Tavory, 2016). En otras palabras, la progresiva apreciación de una práctica social es un proceso de aprendizaje, a través del cual los individuos asignan nuevos significados a sus rutinas y llegan a apreciar lo que originalmente les resultaba desagradable o anodino (Becker, 1963; Wacquant, 2004).

Dos aspectos de este sentido de disfrute son particularmente importantes para los propósitos de este libro. El primero es la oportunidad de adoptar conductas vistas como virtuosas. Como han argumentado la sociología de la cultura y la religión, el participar en ciertas rutinas ayuda a construir una imagen propia positiva al encarnar roles sociales deseables. Es decir, las acciones no solo reflejan el sentido de moralidad de un individuo, sino que también lo constituyen (Winchester, 2008; Fridman, 2016). La participación regular en prácticas específicas permite a la gente asociarse con una categoría valorada y establecer fronteras morales con respecto a grupos considerados menos dignos (Lamont, 2000). Como resultado, cuando las personas utilizan una actividad como forma de encarnar el tipo de individuo que quieren ser, es probable que la aprecien como un fin en sí mismo.

Como segundo aspecto, un atractivo central de las rutinas radica en su previsibilidad intrínseca, que brinda una sensación de orden a la vida cotidiana, lo que Anthony Giddens (1979) denomina “seguridad ontológica”. La propia regularidad de un hábito contribuye a la sensación de tener bajo control las circunstancias en que uno se encuentra, sobre todo durante tiempos de crisis o en contextos de declive socioeconómico (Auyero y Kilanski, 2015). Al participar en las mismas prácticas de forma repetida, personas afectadas por la incertidumbre saben qué esperar de cada día.

En resumen, el compromiso con una actividad social surge de su correspondencia con las expectativas y normas culturales con que una persona ha sido socializada. En particular, cuando las rutinas permiten a un individuo personificar modelos positivos de conducta y sentir que controla su situación, pueden volverse muy atractivas. La respetabilidad y la consistencia son especialmente importantes para mi argumento porque se encuentran entre las principales cosas que los trabajadores pierden cuando se quedan sin empleo. La falta de ocupación no es solo un problema económico, sino que implica la pérdida de todo un conjunto de principios que organizan y dotan de propósito al día a día (Jahoda y otros, 1977; Bourdieu, 1999).

Como argumentarán los próximos capítulos, la participación a largo plazo en el movimiento piquetero está motivada no solo por el acceso a recursos materiales o el atractivo de las ideologías organizacionales. El movimiento también ofrece la oportunidad de participar en rutinas que brindan un sentido de valor personal. Para innumerables argentinos excluidos del mercado laboral, las organizaciones piqueteras otorgan el espacio y el sostén necesarios para ser el tipo de ser humano que consideran meritorio. Todavía se puede ser un trabajador honrado, incluso si obtener un trabajo estable y bien pago es casi imposible. Por lo tanto, desde la perspectiva de muchos de mis entrevistados, tiene bastante sentido hacer esfuerzos para permanecer en un grupo al que se unieron con poco entusiasmo, con cuya ideología no necesariamente comulgan del todo, y que a duras penas les permite sustentar a sus familias.

El movimiento de trabajadores desocupados

La historia reciente de América Latina combina una expansión de libertades políticas con la profundización de disparidades económicas, lo cual ha contribuido al desarrollo de nuevas experiencias de acción colectiva. Frente a una creciente apertura de espacios para la disidencia, por un lado, y la socavación de medios de subsistencia, por el otro, millones de personas se han organizado para exigir el acceso a un nivel de vida digno.

Las organizaciones piqueteras han sido uno de los principales exponentes de esta ola de movilización. Las primeras expresiones del movimiento tuvieron lugar entre 1996 y 1997 durante una serie de puebladas en las provincias de Salta y Neuquén. El éxito de los manifestantes en obtener concesiones por parte de las autoridades, junto con la implementación cada vez mayor de programas sociales por parte del gobierno como una forma de calmar el malestar popular, alentó a líderes comunitarios en otras partes de la Argentina a emular estos métodos de protesta. En consecuencia, surgieron organizaciones de trabajadores desocupados en todo el país, las cuales desarrollaron una estructura interna flexible y un repertorio de movilización eficaz que les permitió ganar adeptos. La mayoría de estas organizaciones consisten en redes de grupos locales que participan en cortes de ruta para exigir asistencia social, generalmente en forma de programas de trabajo, alimentos y financiamiento para pequeños proyectos cooperativos. Las organizaciones distribuyen estos recursos entre los participantes siguiendo criterios basados en la necesidad y el mérito: se prioriza a quien tiene más dependientes y aporta más esfuerzo a la organización. Además, los militantes utilizan parte de estos recursos para ofrecer una amplia gama de servicios en innumerables barrios carenciados, desde comedores populares y cursos de formación profesional hasta atención primaria de la salud y asesoría legal. La posibilidad de obtener apoyo material atrae gente a estos grupos, lo que a su vez les permite seguir manifestándose.

Como mostrará el siguiente capítulo con más detalle, esta combinación de métodos efectivos de protesta y gestión autónoma de asistencia financiada por el Estado ha permitido que los grupos piqueteros permanezcan activos a pesar de los vaivenes de la política y la economía. Entre 1996 y 2003, estas organizaciones crecieron exponencialmente a medida que la Argentina se sumergía en la recesión más profunda de su historia. El movimiento demostró ser un proveedor eficiente de apoyo material para familias pobres, así como un actor influyente en la esfera pública. Sin embargo, a partir de 2003, la recuperación económica, junto con la reconstitución del sistema político en torno a una administración nacional de centroizquierda, obligó a los activistas a adaptarse a un nuevo escenario. El resultado fue una reducción general en la membresía del movimiento, pero también un proceso de relativo fortalecimiento institucional. La elección en 2015 de un gobierno de derecha provocó un resurgimiento neoliberal y un aumento de la represión, pero los resultados económicos mediocres y la persistencia de fuentes estructurales de apoyo estatal generaron oportunidades para reclutar activistas, obtener concesiones de las autoridades y desarrollar nuevas alianzas. La importancia del movimiento en las elecciones nacionales de 2019, que derivaron en un nuevo cambio de gobierno, demostró la continuidad de la pertinencia política de los piqueteros. Tal centralidad se vio reforzada aún más por la pandemia de covid-19, durante la cual las organizaciones comunitarias desempeñaron un papel clave en la distribución de asistencia de emergencia.

En resumen, si bien la capacidad de movilización del movimiento alcanzó su punto máximo a comienzos de los años dos mil, las características de la mayoría de sus organizaciones les ha permitido mantener su relevancia dentro de la política popular argentina desde entonces (Pérez, 2018; Torre, 2019). Los militantes han podido adaptarse a cambios en su contexto social, manteniendo su trabajo en las comunidades de todo el país.

Un aspecto esencial de la persistencia de las organizaciones piqueteras ha sido su capacidad para atraer y, lo que es más importante, retener miembros. Cuando se les pregunta sobre sus experiencias poco después de unirse, la mayoría de mis entrevistados describe un escenario de aburrimiento, vergüenza y confusión:

Yo estoy orgullosa de ser piquetera. Antes no me gustaba. Antes no me gustaba como yo te digo, que yo le decía “gente haragana que está jodiendo, cuando podría trabajar”. Yo no tengo más vergüenza ahora, antes tenía vergüenza, de verdad que tenía vergüenza. Y no me quería poner la ropa del piquete, cuando iba, iba escondida, volvía con vergüenza (Priscila, 19 de mayo de 2014).

Me aburría porque [el coordinador] era de hablar mucho. Hablaba y te leía el guion, y te explicaba, en ese tiempo yo no entendía nada de guiones, no entendía nada de política, no entendía nada de nada (Tatiana, 27 de febrero de 2014).

Sin embargo, varios activistas también describen un proceso de progresiva comprensión y disfrute, centrado en la resignificación de sus prácticas en el movimiento. A través de la interacción entre sus historias personales y sus experiencias en el grupo, la movilización se convirtió poco a poco en una actividad placentera, un fin en sí mismo y no solo un medio para acceder a recursos. El resultado es lo que denomino “resistencia a abandonar”, una tendencia profundamente arraigada a esforzarse por permanecer involucrado:

[Mi primer día] fui a una asamblea, decía: “¿Acá hay que venir a escuchar esto? ¿Estas estupideces hay que escuchar?”. Decía yo, bueno, me iba y me empecé a empapar, empapar, empapar, conocer la gente, y así hasta que quedé ahí adentro; no salgo más (Macarena, 5 de mayo de 2014).

[Yo] era uno de los contra, era uno de los que pensaba que los piqueteros eran personas que no querían trabajar, unos negros de mierda que cortaban y me impedían el paso al trabajo y todo lo demás. O sea, nadie me hizo ni la cabeza ni nada, entré a ver que no era así, por eso me fui quedando (Sergio, 1 de junio de 2012).

Primero no me gustaba, porque entré con necesidad, necesitaba ganar algo, no había otro trabajo. Entré acá y ya al año que entré ya fui dirigente y nunca más me fui. Agarré metiendo más, más y de acá me voy a ir cuando me muera (Valentina, 14 de febrero de 2014).

Ocasionalmente, esta evolución se presenta en términos ideológicos. Algunos participantes hablan de un proceso de socialización política que cambió aspectos importantes de sus opiniones personales:

Yo aprendí mucho de nuestros líderes. Aprendí muchísimo política social y política de partido. Porque a mí antes no me gustaba la política. Cuando mi marido vivía, nos invitaban para el asado de los peronistas, el asado de la UCR. Participábamos, pero no le llevábamos mucho el apunte, porque no entendía nada. Ahora sí, ahora sí (Julia, 13 de julio de 2011).

Por ahí antes no estaba involucrada y ahora no es que soy una luz, pero sí interpretaciones, ir leyendo, ir investigando. Me involucré mucho con el tema de estar en la organización, también con la lectura. Yo antes no era de agarrar libros, no era de leer mucho y sin embargo acá me involucré a agarrar libros de historia, a conocer quién era quién (Lucila, 6 de junio de 2013).

Sin embargo, otros militantes hablan menos de cambios en sus puntos de vista. De hecho, varios parecen indiferentes a la ideología de su organización. Por ejemplo, Jazmín dice amar su trabajo en el movimiento, pero evita hablar de política:

No entiendo de la política, y algo que vos no entendés no te puede gustar. Para mí es redifícil la política, yo no la entiendo en la política mucho. Bueno, yo participo en lo que me piden y voy así, pero yo estar en política no me gusta, no entiendo, no (Jazmín, 26 de mayo de 2014).

Otros activistas son incluso contrarios a la ideología de su organización. Tal es el caso de Vanesa, que ha participado sin interrupciones durante más de quince años, pero mantiene abiertamente opiniones que contradicen la plataforma central de su agrupación. Por ejemplo, al momento de nuestra entrevista apoyaba con entusiasmo al gobierno nacional, algo que era inconcebible para Laura, su dirigente. Entre risas, me dijo:

Ella se ríe, se me ríe y me dice: “Te mato, Vanesa”. Cuando vamos a Plaza de Mayo, está retándole a Cristina, yo le digo “no no”. Yo nunca canto fuerte para ella. Entonces Laura me dice: “¡Vanesa, cantá!”. Eso siempre (Vanesa, 13 de febrero de 2014).

A pesar de tener diferencias con sus respectivas organizaciones, a lo largo de mi trabajo de campo vi a Jazmín y Vanesa ofrecer voluntariamente tiempo y esfuerzo extra. Jazmín dedica varias horas al día a ayudar con el papeleo y ocupa el difícil puesto de planillera, la persona encargada de tomar asistencia y asegurarse de que los participantes se presenten a trabajar en los proyectos que la organización administra. Sus discusiones con otros militantes no parecen afectar su entusiasmo: por el contrario, es activa en el reclutamiento de nuevos miembros. En el caso de Vanesa, su plan social tiene pocos requisitos, y además sufre un intenso dolor de espalda provocado por décadas de trabajo como empleada doméstica. Sin embargo, participa con entusiasmo en tareas exigentes como la distribución de alimentos, se sienta al frente durante la mayoría de las reuniones y asiste a manifestaciones a pesar de la oposición de su familia.

Ejemplos como Jazmín y Vanesa sugieren que la vinculación de algunos activistas con el movimiento no se da debido a su ideología política, sino independientemente de ella. Las organizaciones piqueteras tienen plataformas que representan casi todas las tradiciones de la izquierda argentina, incluyendo diversas combinaciones de nacionalismo, peronismo, marxismo y autonomismo. Sin embargo, esto no les ha impedido incorporar miembros con puntos de vista diferentes. En efecto, la importancia del peronismo como fuente multifacética de identificación para los argentinos de clase trabajadora, sumado al legado heterogéneo de experiencias políticas comunitarias, significa que una gran parte de los participantes tienen opiniones que con frecuencia discrepan de la agenda oficial de sus organizaciones. Los propios líderes reconocen la variedad de puntos de vista dentro de sus grupos, y algunos incluso la celebran como una de las fortalezas del movimiento:

En nuestra organización hay de todas las ideologías. […] Eso es lo que somos. Un gran frente único, una gran alianza política y social que trata de contener a todos (Diego, 9 de junio de 2012).

El pueblo es muy diverso en sus opiniones, no está homogeneizado en una idea común. Por lo tanto, naturalmente las organizaciones que el pueblo se va dando también son diversas (Humberto, 21 de julio de 2011).

[Nuestra organización] no es absolutamente monocolor o monocorde, ni es una exigencia nuestra, en tanto que queremos una organización amplia que tenga una base en resolver las cuestiones concretas de la gente (Patricio, 21 de julio de 2011).

Sin embargo, la diversidad ideológica que prevalece dentro de las organizaciones piqueteras no significa que no sostengan ciertos valores y normas. Por el contrario, ingresar al movimiento implica aceptar un conjunto de expectativas, un contrato implícito que Julieta Quirós (2011) describe como la ecuación entre “hacer y merecer”. En todos los grupos que observé, se espera que los miembros participen en manifestaciones y asistan a reuniones. Además, quienes reciben un plan social deben cumplir con los requisitos oficiales exigidos. Aunque la supervisión gubernamental de estos programas es limitada, los militantes son relativamente estrictos en cuanto a asistencia y puntualidad. Esta actitud resuelve un dilema clave para cada agrupación: su única forma de obtener más recursos es a través de acuerdos con las autoridades, pero su poder de negociación está relacionado con su capacidad de movilización. Al exigir que quienes reciben beneficios a través del grupo hagan esfuerzos para mantenerlos, las organizaciones mejoran la disciplina interna, garantizan la provisión de servicios sociales y se aseguran la disponibilidad de personas para las protestas. Además, la equivalencia entre “hacer y merecer” también permite que el movimiento mantenga una atracción crucial: un ethos de disciplina y autosuficiencia. Probablemente el mejor ejemplo de este atractivo es Jazmín, quien a pesar de evitar los debates políticos disfruta de participar porque le permite cumplir el rol social de trabajadora responsable. Como ella misma destaca al compararse con amigos que rechazaron ofertas para unirse a su organización:

No quieren, porque no quieren tener horario para cumplir, no quieren venir a las marchas. Hay gente que no le gusta cumplir, no le gusta levantarse temprano, venir a trabajar. A mí me gusta (Jazmín, 25 de febrero de 2014).

El hecho de que personas como Jazmín afirmen no interesarse en política pero tengan opiniones fuertes sobre el valor del esfuerzo refleja un aspecto clave, aunque frecuentemente pasado por alto, de las organizaciones piqueteras: cómo estas sirven de refugio para determinadas rutinas proletarias. El declive del empleo industrial impide el tipo de vida que los argentinos de clase trabajadora asocian con la virtud: un hombre que sale temprano todos los días, una mujer que cría a los niños y se asegura de que no se metan en problemas, y toda la familia que acumula riqueza materializada en una casa construida por ellos mismos en su propio lote. Los entrevistados se refieren a estas condiciones como en peligro de extinción:

Hoy, en un matrimonio tiene que salir a trabajar la mujer. No es como hace cincuenta años atrás, donde salía el hombre a trabajar y era suficiente. La mujer se encargaba de los hijos. Y entonces los chicos recibían una mejor educación. En cambio, hoy no se puede hacer eso. Hoy la mujer tiene que salir a trabajar, los nenes se tienen que quedar con la abuela, la abuela hasta los once, doce años los maneja, y después los pibes se van a la esquina, ya el estudio queda a la deriva. ¡Ahí, lo que le está faltando es la madre! El padre trabaja, la madre los guía (Alberto, 20 de julio de 2011).

Todos trabajábamos, los padres trabajaban, las madres se quedaban en la casa con los chicos, después fue cambiando, las mujeres tuvieron que salir a trabajar y dejar los chicos. […] Yo me acuerdo que mi mamá se quedaba en mi casa, el que trabajaba era mi papá. Y nos alcanzaba para comer, nunca nos faltó. Y después tuvieron que salir las madres, dejaban los chicos solos, encerrados, así los chicos van tomando la calle, y después metieron la droga, y bueno, ahí se pudrió todo (Aldana, 12 de febrero de 2014).

Este ideal de vida proletaria se expresa en la demanda de “trabajo genuino”, es decir, empleo fabril estable, bien pagado, asociado con rutinas, tareas y habilidades específicas. Los participantes describen este tipo de ocupación como la forma ideal en que una persona puede mantenerse de manera honorable. Pocos expresan esta noción tan claramente como Isabel, una jubilada de unos 70 años:

Te dan un plan que no te sirve para nada, yo quiero que esa plata del plan la pongan en fábricas, para que nuestros nietos aprendan a marcar reloj, que aprendan a tener un horario, que aprendan, porque lo hemos aprendido nosotros, que tengan una jubilación digna, que tengan un sueldo digno (Isabel, 6 de mayo de 2014).

Este ethos