Quebranto S - Elva Haydée Gratas Abot - E-Book

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Elva Haydée Gratas Abot

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Beschreibung

La autora nos presenta la vida de Águeda, mujer atormentada por la adversidad constante, dado su manera de sentir, en una sociedad heterosexual y un mandato familiar pleno de prejuicios. Sin dudas, hasta que pudo liberarlo, Águeda vivió una sexualidad impuesta, sin poder ponerla en crisis durante muchísimo tiempo. Cumplió con los cánones de la época. Ahogó la atracción sentida por el mismo sexo. Buscó respuestas en estados espirituales, provenientes de la religión, que la confundieron aún más. Tuvo épocas felices. Alcanzó a vivir dos destinos. En esta Antología están sus dos historias, plenas de recuerdos analizados más de una vez en los distintos períodos nonagenarios de su vida. Te invita a conocerla.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Elva Haydée Gratas Abot

Quebranto S

Gratas Abot, Elva Haydée Quebranto S / Elva Haydée Gratas Abot. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2802-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Sobre la autora

Profanación

Creo en Dios

Despojo de amor

Homosexualidad incierta

Amistad rectora

Partida

Éxodo

Regreso

El elegido

Vida compartida

Perfidia

Soledad

Proyección literaria

Análisis

Vida homosexual —Reencuentro—

Ausencia

Desgarro

Retorno

Hostilidad

Inquietud

Lucha

Asfixia

Tenebrosidad

Pasión

Angustia

Búsqueda

Paz

Amor sin cadenas

Proyección del Documental “Familias por Igual”

EL AMOR ES AZUL

LA PALABRA MÁGICA

LA DESOBEDIENCIA TIPO

PROFUNDIZANDO RECUERDOS

EL LUCERO

LOS REYES

LA MUERTE DE PAPÁ

EL COLEGIO

LOS ABUELOS

LA VIOLACIÓN

LA TAZA EXCLUSIVA

EL EXTRANJERO

LA ORQUÍDEA

SEIS LETRAS TENÍA TU NOMBRE, IGUAL AL DE MI PAPÁ

LA VUELTA MANZANA

LA SEÑORA DE LOS PÉTALOS

DESNUDA EN EL CALLVÚ LEOVÚ

“PEDIDO DE MANO”

EL VUELO DE LOS ANILLOS

REFLEXIONES EN CUARENTENACATARSIS

LA NIÑA DE LOS MILAGROS

LOS SUEÑOS CON MAMÁ

LA DECISIÓN

PANDEMIA

REMINISCENCIAS DE UNA OCTOGENARIA EN PLENA PANDEMIA DEL SIGLO XXI

MI HIJA MENOR

MARIA LUISA

LA APOSTASÍA

EL CERO

LA NUEVA RELACIÓN FAMILIAR

LETRAS EN TIEMPO DE PANDEMIA

DESARMANDO EL NIDO

LAS CINCO ESTACIONES DE LA VIDA

REFLEXIONES SOBRE LA REALIDAD

MI ABUELO FRANCISCO

LA HUMANIDAD DEL ABUELO

MI DEDICATORIA

ME BUSCO DE NIÑA

NOVIAZGO DE MIS PADRES

MI VIDA EN CHILLAR

EL ROL DE MI MADRE

El invierno de la vida

Mi propia experiencia

El cuarto intento

Semblanza de Luz Rodriguez de Taladriz

Su pensamiento

Sus orígenes

El regreso

El amor

El consuelo

El cuidado de ancianos

Inicio del San Martín de Porres

Anécdotas y mensaje a las familias

Final

Con nombres propios

EPÍLOGO por la autora

Palabras en nuestra historia

Un día de junio

Enojamos

De mí, para vos

Mis propias raíces

Mi canto en primavera

En esta fecha aniversario

Estar en ti

Soy tuya, amor

Un nuevo sentir

Pasos compartidos durante un cuarto de siglo

De Luí para Elvi

El partir inevitable

Dolor que doblega

Más allá del desgarro

EL ÚLTIMO TRAMO

MI GENERACIÓN

NOCHE DE RECUERDOS

¿CÓMO SERÁ LA ETERNIDAD?

ÚLTIMO SUSPIRO

MELODIA INTERIOR

TIEMPO DE DELANTALES BLANCOS

SILENCIO QUE CONMUEVE

LA ADVERSIDAD

6 DE AGOSTO

¡CÓMO DUELES, AZUL!

RECUERDOS Y REALIDAD

SUPIMOS

LOS RECUERDOS ACUDEN

REALIDADES PERDURAN

ESE DÍA

AYER

¡TE AMO…!

LAURA

LAURA

LA NIÑA DE LOS MILAGROS

PANDEMIA

POEMAS EN TIEMPO DE PANDEMIA

A mis descendientesA Héctor Osvaldo, mi hermano, quién quedó en el camino sin cumplir su destino, tronchado por la adversidad de la vida.

Sobre la autora

Elva Haydée Gratas Abot nació en Chillar el 5 de febrero de 1934, trabajó como periodista en distintos medios radiales y gráficos de la provincia de Buenos Aires, se constituyó en referente de la causa LGBTIQ+, y constituyó junto a Luisa uno de los primeros matrimonios igualitarios del país, realizado por orden judicial de amparo el mismo día que entraba en vigencia la ley. Esa lucha fue recogida en la película Familias por Igual.

En la actualidad vive en Azul y hoy, casi nonagenaria, necesita cerrar un importante vínculo que le acompañó durante su vida y lo hace en esta antología de narrativas y poemas que titula y la dedica a sus descendientes.

Empezó a escribir desde muy niña. Muchas veces se le oyó expresar que el amor por las vocales y consonantes la abrazó desde el vientre de su madre.

Desde el inicio siempre le agradó compartir lo que expresaba y lo hacía ante sus amigos y familiares, además desde muy joven se animó a publicar en el diario pueblerino.

No obstante ello, publica su primer libro de poemas recién en el año 1975, al cumplir 41 años, siendo “Páginas mías” un resumen de treinta años de expresarse. Le costó elaborar dicha selección, porque tuvo que descartar muchos poemas que nunca vieron la luz.

En 1984 edita su segundo libro de poemas titulado “Testimonio”.

En 1989 publica su primera novela “Quebranto”, blanqueando en ella ante la sociedad, que la conocía como periodista y escritora, los senderos de sus dos destinos vividos.

En el año 2001 da a conocer su libro de relatos “Una casa con historia”, de donde se desprenden momentos vivenciales de la relación con su madre, reflejando el sufrimiento de la incomprensión ante los prejuicios existentes de la época. Heridas que aún hoy se ven reflejadas en la presente antología.

Por último en el 2008, reúne todos sus poemas, queriendo de esta forma cerrar un ciclo en su vida y publica “Antología Poética”.

14 años después del 2008, siente que aún puede mostrar parte de las historias de sus dos destinos y lo lega a sus descendientes en la presente antología narrativa y de poemas que contienen la segunda edición de su novela “Quebranto” y los siguientes libros hasta hoy inéditos: “Amor sin Cadenas”, “Profundizando recuerdos”, “El invierno de la vida”, “Con nombres propios”. Hasta aquí narrativas y los poemarios “Palabras en nuestra historia”, “Más allá del Desgarro” y “El último tramo”.

Profanación

Los días se sucedían monótonos en aquel pueblito de provincia. Sentía tanta vitalidad dentro, al caminar por las calles, sin ver lo que le rodeaba; miraba muy a menudo el infinito y añoraba no poseer alas, para desplazarse por el cielo abierto a todos los caminos.

De pronto le llegaron palabras elogiosas a su juventud y a su figura, “es una página en blanco” musitó la voz varonil, sentenciando: “quisiera escribir en ella la primera palabra”.

Momentos después no podía explicarse cómo estaba con aquel extraño en la confitería de su pueblo, café de por medio; pero le fascinaba la voz, los conceptos vertidos, el elogio y toda la personalidad del desconocido, (de quién luego en el transcurso de su vida, no recordaría cómo se llamaba, aunado a que nunca más lo vería) que seguía penetrando el alma de aquella muchacha soñadora, ingenua, quién ha pedido, depositaba su mano izquierda en la mano varonil, y escuchaba complacida, la lectura de las líneas de la misma.

“Tendrás una larga vida, quebrada, como si tu persona alcanzara a vivir dos destinos, —le vaticinó la voz varonil— además en tu vida habrá varios amores, pero dos de ellos señalarán con marcado fuego tu existencia —añadiendo— serás madre tres veces”.

Absorbida por un mágico hechizo y la presión del brazo masculino, entraba luego a la habitación del hotel, acompañándole con un pretexto ingenuo.

Todo eso ocurrió una mañana, en la cual las horas precipitaron el drama que viviría, cuando la puerta de la habitación se cerrara tras su paso.

No tuvo tiempo de reaccionar, los besos lujuriosos y la fuerza del hombre la ubicaron con firmeza junto al lecho, y el forcejeo desparejo en fuerzas, motivó el llanto que comenzó cual letanía en la mujer, sin cesar por espacio de varias horas. Un solo objetivo se le fijó a la muchacha y era defender su virginidad, contrastando por cierto, con la meta propuesta por el desconocido.

Sus manos cubrieron la parte vulnerable de su cuerpo y comenzó entonces el juego persuasivo del hombre, al comprobar que tenía para sí, una muchacha desecha en miedos.

No hubo forma de obtenerla, su cuerpo tenso sentía el nervio del hombre que complaciendo su propia y solitaria pasión, volcara su esencia mojando su piel.

Entonces más calmo, trató de consolarla, pero el consuelo no llegaba ni llegaría nunca; había sido sorprendida en su inocencia y el contacto íntimo del hombre se presentaba de una manera muy brutal y violenta.

Mientras ella lavaba sus manos en el lavatorio, el hombre sentado en el lecho introdujo sus dedos en la vagina ubicada tras la leve prenda que le cubría, en un golpe certero y traicionero, con tanta fuerza que le arrancó su virginidad. Le hizo saltar de dolor físico marcando así mismo su alma, en aquello que debían haber sido los jóvenes y vírgenes años.

Provenía de una familia de clase media, había perdido a su padre cuatro años antes de este lamentable suceso, motivando ello el traslado familiar hacia otro pueblo, donde su madre se ubicará junto a los suyos, para recibir apoyo en la crianza de sus hijos, ella y un hermano menor.

Sus abuelos eran inmigrantes franceses, sus padres argentinos. Le tocaba vivir una época de cambio. Sentía bullir dentro el reclamo de sentirse persona, y ser responsable de su destino; no podía sujetarse a la obediencia sin razonamiento de sus mayores. Quería encontrarse a sí misma, superándose cada día y no aceptaba que le impusieran límites a sus sueños, (nunca en la vida se limitaría espiritualmente, a pesar de las limitaciones y adversidades socio económicas, a las que sí, debería sujetarse por las circunstancias de vida).

Recordaba que al poco tiempo de morir su padre, (contaba por entonces con once años de edad) no superado aún el dolor sentido por el ausente, por decisión materna y a insinuación de un familiar, fue traslada a un instituto de huérfanas dirigido por religiosas.

Tras de sí, quedaba el recuerdo del padre, quien le había dejado la tierna imagen del papá amante, quien con su cuerpo sepultado, por error de conducta de quienes quedaban, había sepultado también su luminosa infancia, el derecho a una adolescencia guiada y sostenida y el pleno destino que en otras circunstancias podría haber alcanzado, al igual que su hermano menor.

¡Cuántas lágrimas derramó luego del acto violatorio! Era tan joven. Se sentía tan feliz de ser libre. Y por esa libertad que poseía, de caminar las calles de su pueblo, de estudiar lo que le gustaba dentro de las limitaciones económicas, de estar junto a su madre a quien adoraba, había pagado un precio de dolor y de mentiras; dado que aún y hasta los veinte y dos años de edad, su madre, había firmado la tenencia de su vida a aquellas religiosas, que nada entendían de amor y formación y sólo exigían obediencia e inspiraban temor.

Pero ella se había transformado en un ser tan rebelde, dentro de aquellos altos muros, que hizo la vida imposible a aquellas monjas, y mientras más castigos le imponían, su rebeldía crecía en potencia, a tal punto que no alcanzó a estar un año en el internado, ¡le habían exonerado por escandalosa!

Esa tarjeta de identificación nunca se la pudo sacar de sí, por momentos pudo suavizarla pero sería siempre, para la mentalidad familiar que le rodeaba, la escandalosa. (¡Válgame el cielo, un puñado de religiosas, no habían podido con ella!).

Cómo explicarle a su tío tutor, cuando tomada de su mano cruzaba la gran avenida cubierta de arboleda del convento, la alegría que sentía. Había con su actitud escandalosa, abierto las grandes puertas de hierro del internado y quedaba libre. ¿Cómo soportar allí diez años más?

Su tío le recriminaba su conducta, mientras ella bajaba la cabeza en actitud sumisa, pero su espíritu volaba por la copa de los altos árboles, y reencontraba nuevamente, regocijándose, el panorama del cielo abierto a todos los caminos.

Y ahora esto, una experiencia tan cruda y tan injusta. Muchos días lloró la gran defraudación. Se consolaba por momentos pensando que había podido ser peor; recibir castigo por ejemplo o perder la vida.

Una triste experiencia, una más, de las que debería soportar y vencer, para no claudicar en este valle de lágrimas.

Creo en Dios

Apenas finalizado el ciclo básico, con notas muy prolijas, consiguió su primer empleo en la administración de una casa comercial; ello le posibilitó el hecho de lucir coqueta dentro de lo conservador de su gusto, que no se apartaría demasiado, en el transcurso de su vida, de lo tradicional.

Estaba acostumbrada a ser persona responsable. Mientras su madre trabajaba, ella se ocupaba de las tareas de la casa, limpieza, lavado, planchado de ropa, y cuidado de su hermano menor.

¡Su hermano menor! Contaba él con tres años de edad cuando falleciera su padre. A partir de allí, recibió guía de todos sus familiares, pero sin responsabilidad de ninguno. Su madre le mimaba siempre, y ella sólo sabía decirle: “haz esto” “deja aquello” “ven por allá” “ven por acá”, ¡pobre su hermano! Siempre fue un guacho de afecto, como ella. Todos exigían, pero nadie brindaba ternura y orientación eficaz.

Y así fue creciendo, a los tumbos. Recordaba que el primer joven que le había besado, cuando finalizaba el último grado del nivel primario, había violado a su hermano cuando este contaba con ocho años, a cambio de golosinas.

¡Qué indignación sintió! Le dijo a aquel hombre cuántas cosas se le ocurrieron en sus cortos años, y le prohibió a su hermano (llorando ambos, huérfanos de todo) volviera a prestarse a tan infame acto.

Había aprendido que no debía tenerle miedo a nada ni a nadie, y eso inculcaba a su hermano, y además que había que defenderse con las propias fuerzas, cómo se pudiese.

Ambos estaban rodeados de familiares que ante ellos, frenaban toda demostración de ternura, como si esta fuese signo de debilidad o de compromiso. Aquellos dos niños no tuvieron en sus mayores, amigos, no alcanzaron a penetrar los sentimientos acorazados de la familia materna; crecieron solos, y nuestra protagonista suplió en parte, ante su hermano, la faz materna, ausente en largas jornadas laborales, para ganar entonces el sustento y enfrentar a la vez, su joven viudez, inmadura soledad e inestable personalidad.

El destino que alcanzara aquel niño, quien compartiera con ocho años de diferencia, parte de su adolescencia, fue trágico. Nunca alcanzó con él, por diferencia de edad, un lenguaje comunicativo directo y profundo y cuando equiparados ambos en juventudes, pudieron hacerlo, estuvieron muy lejos físicamente uno del otro, luchando cada uno por su lado y a empujones la elaboración de sus propios destinos.

Cuando le llegó la noticia de la muerte de su hermano, trágicamente fallecido a los veinte y ocho años de edad, miró al cielo tratando de encontrar el panorama abierto a todos los caminos y en él sosiego a su dolor, pero esta vez no pudo, no lo halló. Y pensando en su madre, con gran desesperanza, bajó la cabeza, cómo queriendo profundizar las entrañas de la tierra y lloró.

El hecho de trabajar le hizo mucho bien, la conectó a diversas clases de gente, supo lo que era cumplir horario, le abrió el panorama diario a un mundo externo, donde se mueven personas de distintos niveles, que enriquecen, si se sabe captar lo que realmente vale de las mismas y si se actúa con amplitud de criterios. Se sintió bien trabajando, se consideró útil y a sus ojos se abrían distintas perspectivas, ¡tenía toda la vida por delante!

Le encantaba ser prolija en actitudes, porque quería borrar esa imagen de niña rebelde que de ella tenían sus mayores. No se consideraba rebelde, pero siempre hacia ella se volcaban las duras miradas que marcaban un camino recto pero árido; no vislumbraba en ello la belleza de la flor, de la ternura compartida, ni el lenguaje enriquecido del cariño.

Estaba sola en su sentimiento, ¡Y sentía que tenía tanto por prodigar!

Alcanzó a hacerse de novia de un joven marino, quien solicitó su mano ante su madre; le impusieron días y horarios de visita y sólo con el permiso de ser visitada en la puerta de su casa. ¡Qué ridículo le pareció aquello!, pero si eso conformaba a su madre y demás familiares, lo aceptó.

Por supuesto que fue un tiempo de romance joven, con mucho anhelo interior, época de la canción bolero, donde su sentir romántico, la elevaba en espiral hasta la pródiga sensación del amor inmaculado.

Creía en Dios. De raíces católicas, le habían hecho cumplir con todos los sacramentos de la iglesia; le extasiaba contemplar la belleza de las imágenes de las vírgenes. Muy a menudo, arrodillada, mantenía durante horas, monólogos profundos, que creía eran diálogos. Su virgen preferida era Nuestra Señora de Lourdes, pero la fascinaba la vida de la mártir Santa Águeda, protectora de los senos; quizás porque llevaba su nombre y era la santa de su onomástico.

Todos los domingos acudía a misa, pero nunca pudo terminar de rezar prolijamente las oraciones tradicionales, divagaba su mente y la oración comunitaria le sonaba a letanía sin sentido.

Ella, sentía a Dios a su manera, lo llevaba dentro, en la esencia de joven recta, no tenía pensamientos ni actitudes de maldad, iba tras la elevación espiritual del ser humano. Cumplió los preceptos por regla tradicional, le resultaba ridícula la confesión, a pesar que también cumplía con este precepto; tuvo —como se estilaba— un padre espiritual y llegó a pertenecer a diferentes asociaciones católicas, siendo incluso miembro de comunión diaria de la iglesia.

Con el tiempo y siempre buscando las respuestas verdaderas a sus inquebrantables inquietudes, iría tras metas perfeccionistas y desarrollistas del ser humano, sustentadas por otras bases ideológicas del cristianismo, hallados por entonces en su interior, en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Amaba a su madre, sentía no pensar como ella, pero le demostraba satisfacción por todo; procuraba no angustiarla. Nunca soportó que llorara, una lágrima de sus ojos claros, le desarmaban; y hubo varios renuncios pequeñitos que cotidianamente le ofrecía para no disgustarle.

Siempre mantendría en el recuerdo, la imagen de la mujer madre, que en procura del sustento diario, marchaba a su empleo, bajo el sol ardiente del verano o las blancas heladas del invierno.

En su vida siempre su madre estaría presente, sosteniéndola económicamente por momentos y espiritualmente en todos los instantes. Tuvo épocas de diálogos muy fluidos y en la ausencia circunstancial de sus destinos, las misivas mantenidas con frecuencia, sostendría el cariño que les unía.

Despojo de amor

El primer capítulo de amor, de nuestra protagonista, fue vivido en plenitud de entrega espiritual. La entrega total de la conjunción del amor en cuerpo y alma, lo lograría al cumplir dos décadas y un lustro de su vida, diez años después de su primer experiencia en este nobilísimo estado.

Creyó que el amor le llegaba por camino equivocado. En aquellos jóvenes años, no comprendió que el amor nunca llega por caminos erróneos. Lo vivió con tristeza, pero con total intensidad.

Los brazos del amor eran fuertes y tiernos; la experiencia de aquel hombre le sonaba a sabiduría; se dejaba llevar de su mano, caminaba por las calles de su pueblo y se dejaba conducir en la presión de la mano varonil sobre su hombro.

Él era casado y tenía una hija de corta edad. De familia bien, hijo de inmigrantes y con problemas en su matrimonio.

¡Ambos eran tan inconscientes! Mostraban el sentimiento a pleno día, y las horas se iban a prisa cuando estaban juntos.

El lenguaje que ambos sostuvieron fue sólo de ellos, no tuvieron amigos en pareja, ella tampoco tenía amigas a nivel personal, él era muy querido por todos, era un excepcional ser humano.

¿Quién le comprendería de los suyos? Nadie. ¿A quién decirle que estaba enamorada y era correspondida? A nivel personal con este hecho siguió siendo la gran escandalosa.

No le importó. A nivel espiritual vivió intensamente el amor, todos los momentos libres posibles los pasaron juntos, recorriendo una y mil veces las calles de su pueblo, a la vista de todos, conversando de todos los temas imaginables; él llegó a ser su gran amigo.

Le pidió formalizara en unión con él, tras su divorcio, pero las presiones familiares, incluso el alejamiento obligado que tuvo que soportar de su pueblo, a raíz de la decisión materna, le señalaron el primer éxodo del camino feliz y comprensivo del amor.

Familiares radicados en la gran metrópoli, con la predisposición para salvar su vida, de lo que consideraban un mal paso, le aconsejaban y le hablaban. Una tía política, muy querida, de la cual sentía a flor de piel era distinta, llegó hasta su razonamiento y comprendió que ella merecía una respuesta del amor, menos comprometida; y procedió tras mucho llanto y profundísimo dolor, a renunciar a aquel hombre, al cual recordaría toda la vida.

E incluso años después, antes de contraer matrimonio, se dio la ocasión de verle, manteniendo ante el mismo marco natural del entorno amatorio, una larga conversación, donde el lenguaje de las manos fue libre y la expresión de los besos muy intensos, impregnados además de congoja y de llanto, porque ambos comprendían que esa, era la última vez que se veían.

Anochecía cuando Águeda caminaba por la gran avenida, sintiendo que los ojos del amado miraban detrás su figura. Pensó que iba hacia la gran oportunidad de lograrse como mujer, esposa y madre, con un joven que al igual que ella, empezaba con limpieza el mismo camino.

El rostro del amor renunciado estaba vencido, y ella aspiraba a poseer todas las oportunidades de felicidad en la vida, las que se daban por el fresco camino de la transparencia.

Y hacia esa senda marchó con seguridad, pero con dolor por lo que dejaba definitivamente.

En su pueblo quedó marcada; ¿Quién le creería que el amor de ambos fue inmaculado? Nadie. A ella se le acercaron desde entonces varios pretendientes, pensando que sería presa fácil para el instinto, pero Águeda fiel a sus principios, no claudicó.

Esa marca de joven escandalosa se acentuaría, y esta vez trascendiendo el ámbito familiar.

¡Pobre sociedad —reflexionaría con los años— qué lástima sentía por ella y por sus mayores, quienes le miraban aún con más dureza!

Sólo su madre y en especial aquella tía que sería siempre querida, tenían para ella, actitudes tiernas y comprensivas, a pesar del caro sello que esta comprensión requería, la del renuncio por su parte, a una posibilidad de felicidad compartida, a través del camino del amor.

Homosexualidad incierta

Una nueva experiencia vendría luego a enriquecer la vida de nuestra protagonista. Experiencia que estaría sellada con el rótulo de lo prohibitivo; y marcaría en ella, una nueva faceta de su personalidad.

Tras el renuncio del amor en aquella primigenia vivencia espiritual, sintió la soledad más profundamente. Durante algunas horas en el transcurso sucesivo de los días, se llegaba diariamente hasta la sencilla capillita de su barrio y mantenía con la imagen virgen, intensos monólogos tratando de encontrar en ello, la paz que su alma buscaba.

Creía en Dios. Tenía una fe muy latente, casi se diría que a flor de piel. Observaba a la comunidad religiosa asentada en aquel hogar de ancianos, y muchas veces las monjitas se le acercaban a conversar. Se hizo amiga de ellas, incluso incursionó en el aprendizaje del idioma francés y también en manualidades. Era una comunidad de religiosas que nada tenían que ver con aquellas, cercanas a su vida de adolescente. Estas tenían sonrisas, tibieza humana, y prodigaban la caridad hacia los viejecitos internados. Águeda poseía mucha inclinación por los ancianitos, y por aquellos días inició una profunda amistad con una monjita extranjera.

Con ella, recorría libremente las instalaciones del hogar, y en los tibios días de invierno, se sentaban juntas, mientras el bordado o la costura, pretextaban el diálogo intimista, hasta que alguna persona se acercara; y en verano el verde follaje y la sombra prodigada por las altas copas de la arboleda, mecían tenuemente los pacíficos momentos compartidos.

Lentamente y quizás al unísono, prendió en ellas un sentimiento de amistad, que traspasó en el tiempo dichos límites. Primero fue el rubor en las mejillas, también llegó al casi desmayo, en oportunidades límites, que le imponían una conducta prolija, cuando en realidad tenía deseos de abrazarse fuertemente a su amiga monja, y llorar hasta quedar sin lágrimas, del poder casi religioso del sentimiento que le abrazaba como ardiente hoguera, testimonio de su cuerpo y joven vigor.

Nacía por entonces el primer brote de amor hacia su sexo, y tras el tímido contacto de las manos, se sucedieron los interminables silencios en largas horas de meditación compartida, en busca de una perfección espiritual.

Luego vendrían las misivas intercambiadas, donde el lenguaje fresco, valiente, sincero, romperían las barreras de lo convencional, hasta que después llegaría el momento en que la unión de sus labios junto a los de su, desde entonces amor-mujer sellarían un sentimiento de amor inexplicable.

A partir de aquel momento, a ambas, el tiempo les resultaría limitadísimo, y aprovecharían cada instante que les era permitido, para compartirlos a solas o en compañía. Pero en la necesidad de estarse cerca, y no pudiendo gozar de la libertad que el mundo ofrecía, dado que el amor-mujer, estaba enclavada dentro de una comunidad religiosa; paulatinamente se hizo notorio cada vez más, el hecho de que la pareja se alejara del grupo, para vivir en exclusividad el sentimiento que les embargaba.

Su amor-mujer era una década mayor que ella y se enteraría, tras las confidencias que brotaban como bálsamo, que la misma había conocido el amor físico del hombre a través de su confesor espiritual, que a los doce años de edad la había hecho suya, para luego en el tiempo, inculcarle la idea de ser monja. Estaba por entonces, a poco tiempo de efectuar los votos perpetuos.

Águeda comprendió que debajo de aquellos hábitos latía una mujer, con ganas de vivir plenamente, y sintió en lo profundo de su alma, que su amiga nunca alcanzaría un destino auténtico, metida dentro de una disciplina, que por lógica Águeda detestaba, pues sentía bullir dentro la esperanza de la fertilidad de su vientre y no comprendía la vida de los claustros, cerrados a toda realidad, y de espaldas a la verdad que la vida ofrecía como tal.

Mientras se debatía en un sentimiento de culpa por amarla, analizaba su debilidad extrema, porque la gozaba en besos y caricias que llegaban a estremecerla, pese a que esto se efectuaba sobre las vestimentas. Nunca se poseyeron en el lenguaje directo de la piel, pero las juventudes de ambas no necesitaban de ello, para gozarse plenamente.

Hizo por su amiga amor-mujer, lo que creyó más oportuno, pese a que ello, lo sabía con certeza, le depararía mucho dolor y sinsabores. En largas charlas hizo comprender a la monjita, que no estaba preparada para efectuar sus votos perpetuos, acto este que le comprometería de por vida, a permanecer dentro del claustro religioso.

La salud de su amiga íntima comenzó a resentirse y cuando trascendió hacia ella, por confidencia de otra religiosa, que su amiga efectuaba duras penitencias, cuando ella se alejaba; sintió estremecer su espíritu, al comprender que el final del romance vivido con su mismo sexo se acercaba; no porque el amor se gastara, sino porque el panorama de vida de ambas, era muy distinto y muy limitada la escena para defender esta circunstancia feliz y plena que las dos sentían.

Fue práctica una vez más y ofreciendo el renuncio de este nuevo sentimiento, que le marcaría de por vida, para lograr la autenticidad de vida que quería, escribió a familiares de su amiga, amor-mujer, residentes en el extranjero, a fin de que acudieran a preservar la salud de su amada y ayudaran con otra visión, a que esta encontrara su destino verdadero.

Su llamado, como todo llamado de amor, fue escuchado y respondido, —porque no habrá en este camino terreno un lenguaje más puro y más sincero que el del sentimiento del amor— y a esta petición, los familiares de su amiga acudieron.

Un hermano de su amiga quien era sacerdote, llegó y aposentó en su casa; desde allí hizo todas las gestiones a su nivel, y su hermana religiosa fue trasladada, atendida y llevada en poco tiempo hasta su hogar, en el extranjero.

Este hermano sacerdote, quedó también prendado de su juventud y personalidad, y en el momento de la despedida, recibió sobre sus labios el beso del hombre sacerdote, que la haría estremecer.

Muchas veces visitaría en soledades, los lugares del paisaje amatorio; pero nunca más intimó con la comunidad religiosa de su barrio. Creía ver detrás de cada hábito, el frágil y enfermo cuerpo de su amada, que lejos de ella, comenzaría un destino distinto, pero más auténtico. En su tristeza era feliz, porque la sabía en resguardo, y oraba para que la paz volviera a sus vidas.

Pasó largo tiempo sin tener noticias, y no se animaba tampoco a preguntar por ella. Le abrazaba interiormente por momentos, una angustia lacerante, y procuraba entonces orar, encomendándose a Dios.

Cuando tuvo noticias de su amiga, amor-mujer, comprendió que la ubicación de esta, había llegado muy lejos por cierto de su entorno de vida. Y tras las lágrimas brotadas ante esta circunstancia, se sintió segura de haber cumplido con su deber.

Al recordar muchas veces en los años jóvenes, las dos experiencias de renunciamientos vividas, por un lado con un hombre comprometido, por el otro con una mujer religiosa, acudiría a su mente la figura de una prima que compartiera con ella en vacaciones, las horas dulces de la infancia, cuando ambas a escondidas de sus mayores, se encerraban a jugar a los novios.

Su amiga, amor-mujer realizaría su destino. Con los años contraería matrimonio con un buen hombre y tendría dos hermosísimos hijos, que alcanzó a conocer, treinta años después de aquella historia.

Amistad rectora

Águeda seguía caminando su destino sola. Trabajaba y en esto volcaba toda su dedicación. Ligada en ello a los números, sentía añoranzas por las letras, ya que le gustaba escribir y hasta había confeccionado una poesía de amor, para su amiga amor-mujer.

Escribía su diario y se había juramentado que nunca al escribir se mentiría. En sus escritos volcaba la verdad que llevaba dentro, todo lo de disgusto que lo externo le provocaba, dado que en el mundo exterior debía compartir horas con extraños y su conducta siempre se mantendría prolija en sus procederes.

Bastante el rótulo de escandalosa que tenía ante su familia —pensaba— primero con la exoneración sufrida en el internado, luego con el romance vivido con su amor hombre, por último, aunque no con una trascendencia a nivel familiar y social, pero sí religioso, la experiencia vivida con su amor-mujer.

Transcurrían los días y la soledad interior que sentía, por momentos le asfixiaba. Su mirada era tristísima, contrastaba con sus años jóvenes. Espiritualmente se sentía vieja.

Largas meditaciones le enriquecían en el espíritu, soñaba en la perfección de vida y cuando lograba sentir la inspiración de las palabras que brotaban como manantial, sentía alivio a la opresión interior que en permanencia le acompañaba.

Sus abuelos maternos tendrían mucho que ver en su formación, les trataba a diario y a pesar que entre ellos, no había una relación íntima y pacífica, ella les quería a ambos. Compartió con su abuelo muchas partidas de pelota a paleta y con su abuela, tareas de riego de la quinta, bombeo del agua, alimento de las aves, mientras correteaba por momentos detrás de su abuelo en ocasiones de éste arar la tierra, o bien tomando al pie de la vaca lechera que el abuelo ordeñaba, un exquisito vaso de leche espumosa y tibia.

Tendría siempre el recuerdo tierno de sus abuelos maternos; no así por parte de su padre, ya que al morir este, por cuestión de intereses que ella no comprendería nunca ni justificaría jamás, su madre se alejaría de esa familia, que podría haber seguido siendo, protección paterna.

Su abuela paterna estaba junto a su figura de niña. Recordaba que siempre en horas de la siesta se escaparía con ella, vivían a una cuadra de distancia. La sentía compinche de sus juegos y travesuras infantiles. Su abuelo paterno, inalcanzable en su recuerdo, un extranjero de anchos hombros, muy alto y de muy pocas palabras, sin gesto alguno de ternura. Inspiraba respeto y lo sentiría lejano. Sólo cuando tomó la comunión se sentó en su falda para que le tomaran una foto.

Cuando pudo independizarse y alcanzó la mayoría de edad, rompiendo con ese divorcio impuesto de familia, fue visitando una por una a las hermanas de su padre, y reconoció allí su raíz; y le parecieron magistrales.

En su tía menor, logró una comunicación excepcional, y en el rostro de sus tíos, en especial del menor, buscó años después, los rasgos de su padre sepultado.

¿Qué sería de su destino? —Se preguntaba más de una vez— Conoció a un compañero de tareas, veinte y cinco años mayor que ella; en las jornadas compartidas nacería una amistad sincera. Luego llegaría el interés del hombre por hacerla su esposa y la aceptación mansa por su parte, tratando de buscar en ello, una seguridad y un resguardo a su vida.

A la mente de su madre no llegaría la aceptación de esta circunstancia, pero no se opuso a las diarias visitas ni a las salidas de la pareja, acompañándoles incluso en ciertas oportunidades.

Él era un hombre soltero, mayor, con mucho mundo vivido y deseos de reposo y atención. Ella sentía un gran cariño y buscaba en él, el sosiego que necesitaba y el respaldo ante la sociedad que le acosaba, por su camino de mujer joven sin resguardo masculino.

De improviso, una tarde a su casa se apersonó una mujer enviada por su madre, compañera de tareas de la misma, a fin de charlar con ella sobre diversos temas que hacían a la orientación de la juventud y demás.

Le sorprendió e impuso cierta barrera en la comunicación, pero la visitante rompería con gran destreza el hielo aparente de su personalidad. Fue al grano directamente y le empezó a hablar de las dificultades que tendría en el tiempo, si contraía matrimonio con un señor tan mayor y con tantos años de diferencia con su joven vida.

Le hizo pensar mucho y comenzó de esta manera una amistad muy especial, y nunca más a partir de allí, se sentiría sola.

La visitante era docente, diez años mayor que ella, tenía una cultura general exquisita, un gran afán de superación y era perfeccionista del ser humano, en todos los niveles y sentidos.

Se dejó llevar por su orientación, le hacía tanto bien, Águeda era campo fértil para que prendiera en ella, todo sentimiento noble y su amiga maestra, se recreaba regocijándose, porque su corazón y entendimiento permeabilizaban las enseñanzas con prontitud.

Se entregó en amistad a ella, y para romper su compromiso con el hombre mayor, siguió todos los pasos que esta le indicaba. No fue fácil pero finalmente logró quedar libre. Había estado a un paso de casarse.

Con su amiga maestra transitaría el camino más límpido de su vida de soltera. Le admiraba, se había entregado en el sentimiento a la amistad y era correspondida. Lo sentía y esto le enorgullecía.

Conoció de su mano a gente importante, le conectó al quehacer cultural y educativo del medio y le consiguió además una mejor ubicación laboral. A su amiga no le importaba su pasado, y le creyó firmemente, cuando en la confidencia intimista, recordara su primer renunciamiento de amor con el hombre, totalmente espiritualizado en la esencia del sentir. Por supuesto que la experiencia con su amor-mujer, quedaría para sí; sólo la volcaría en una historia, muchas décadas después. Su amiga también conoció la confidencia del acto violatorio de su persona, y sintió que recibía sus verdades con hondo respeto, De su mano transitó una vida nueva, compartida, feliz de poseerla y fue en todos sus actos, prolijamente amiga.

Pese a la avasallante personalidad de dicha amistad, no fue esta asfixiante. Ambas salían juntas pero también lo hacían por separado. Águeda no lograba cuajar su entorno al de su amiga maestra, pero esto no le molestaba mucho, dado que de ella se nutría.

Y en el entorno de su amiga, ella se sentía muy bien, porque esta le solucionaba todo el proceso de timidez y de ubicación, que debía sobrellevar, tanto en la relación social, como familiar de la misma.

Maduró como mujer a su lado, ella le marcaría una senda de vida y le estaría por ello, permanentemente agradecida, por esa entrega de amistad perfección, que le brindara en un momento tan significativo de su vida.

La elevó en cultura, en posibilidades y la formó espiritualmente. Y como si todo eso fuese poco, le dio la ocasión de investigar en religión, al unísono, la doctrina de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Ambas manejaron un trabajo de investigación exhaustivo en este aspecto; y ello afianzó más la amistad; por supuesto que siempre guiaría su amiga maestra, pero ella entendía con pleno conocimiento en la materia.

Llegaron a ser, junto a otra miembro de la iglesia, que fuera bautizada sólo con siete días de diferencia, las tres primeras mormonas de aquel pueblito. Nuevamente Águeda sería piedra de escándalo para su familia y la sociedad, pero esta vez, poco le importaba, iba acompañada en esta lucha y segura de sí misma transitaba la senda.

Las tres eran de raíces católicas, pero Águeda comprobaba que sus dos amigas miembros, poseían en sus respectivas familias, comprensión a sus decisiones, no así ella, que encontraba en su madre, una obstinación casi enfermiza en permanente negatividad a sus actos.

Y esto resultó a tal punto, que se sintió completamente alejada de su miembro materno, y sabedora de que nada malo hacía, prosiguió su camino con fe, no pudiéndole hacer partícipe, como hubiese sido su deseo, de todo cuánto aprendía.

Con el tiempo recordaría también que la primera vez que su madre leyó una poesía que le pertenecía, no fue del todo de su agrado y sólo atinó a observar, que era demasiado fogosa.

Transitó por aquellos días felices con ambas amigas, las calles de su pueblito. Aprendió a dar clases en la iglesia, a disciplinarse en una metodología económica, pero a la vez las tres sin darse cuenta, cerraban el círculo de sus propias actuaciones. Las obligaciones laborales y profesionales, y además la iglesia, conformaban todo el espectro en aquellas tres vidas, que nunca más dejarían de quererse, de estimarse, de recordarse.

El hombre no llegaba a sus vidas. A partir del momento que abrazaron la doctrina mormona, el círculo social se había cerrado, por consiguiente las oportunidades de acercamiento hacia el sexo opuesto, disminuían; cuando a la vista de las tres apareció aquel hombre, miembro de la iglesia, joven exmisionero argentino, que actuaba en otra localidad, sin temor a estar equivocadas, quizás las tres quedaron eclipsadas ante él.

Al comprender que la amiga docente, encuadrada en perfectísima pareja con el miembro hombre de la iglesia, supieron muy a tiempo, dar un paso al costado y no intervenir en aquel sentimiento que a los ojos de todos, nacía desde el primer encuentro.

Águeda intuyó que un nuevo renuncio se aproximaba a su vida, aunque no alcanzó a vislumbrar hasta qué profundidad del alma, le marcaría el mismo.

Con gran sabiduría la amiga maestra iría acomodando las piezas del sentimiento y no descuidaría ni el más mínimo detalle hacia ella, pero inexorablemente vino el proceso del compromiso matrimonial, y luego el del casamiento, acto en el cual le honraran ambos, al pedirle que fuera testigo de la unión civil.

Luego de algunos meses de alejamiento, se encontraron las tres en otra localidad bajo un marco distinto, pero siempre dentro de la iglesia, y tras el regocijo del encuentro, llegó la hora de la despedida. La amiga maestra las tomó muy fuerte a ambas sobre el pecho, y lloró con angustia, que fuera compartida por los tres corazones, quienes sentían profundamente la herida de la separación terrena definitiva; pero aquel llanto acongojado no sería comprendido por Águeda, con toda intensidad por entonces, ya que siempre su amiga se había mostrado entera ante sus ojos, y en dicho estado nunca la había apreciado.

Culminaba de esta manera para Águeda, la etapa más feliz, de su vida en soltería y amistad.

Dentro de ese marco vivido, fue novia de un joven muy acaudalado de su pueblito, vivió un romance muy feliz en aquellos días bajo el entorno de una estancia cautivante, en la cual ganó amigos, afianzó su estabilidad emocional, aprendió a convivir con gente de más elevado estrato social, y también compartió con gran número de compañeros de diarias jornadas, la amistad en el más alto nivel.

En esta escena de su vida se movía, cuando le llegaba el llamado de la iglesia a fin de que se enrolara en sus filas misioneras; debía aceptar dejar todo, familia, amigos, novio, trabajo, y abocarse sólo a la iglesia, en un mandato de dos años como misionera. Esto le brindaría la ocasión de compartir la vida junto a extranjeros y ganar a través de la iglesia, nuevas experiencias.

Partida

Esta oportunidad que se le ofrecía de poder andar caminos, llevando la palabra de Dios, a través del testimonio del Evangelio y de la doctrina de los Santos de los Últimos Días, la cautivó.

Cuidadosamente trató de ubicar el sentido de sus más caros afectos, primero limó asperezas circunstanciales con su señora madre, a quien tiempo atrás había dejado, sin por esto abandonarla.

Dado que la convivencia le resultaba difícil, rompió ligaduras y se fue a vivir a casa de una familia amiga; eso sí veía a su madre diariamente, y compartía con ella nuevamente momentos tiernos.

Fue una época de muchas lágrimas para su madre, no así para ella que afianzada en su juventud y en sus rectas convicciones, quería vivir libremente sus acciones, sin por esto, sentirse avergonzada, claro que también lloraría el desprendimiento, pero con voluntad lo afirmaría.

No hacía nada malo. Sólo pensaba distinto y tenía una visión diferente de la vida, que su vientre materno, pero igual la quería; claro que su madre no se resignaba a ello; y por eso Águeda, evitando más choques, se fue de su casa con convicción, sin golpear puertas.

Por consiguiente, su partida hacia la misión, le iba a resultar más fácil. Por supuesto que no se salvó de las preguntas de su madre, hasta los últimos detalles.

Del trabajo en sí, no le interesaba mucho; no le daba valor. De su amiga maestra, quien residía en otra ciudad, sabía que estaría contenta, apoyándola en todo.

Le preocupaba sí, una nueva amistad afianzada en sus jornadas laborales. Una muchacha rubia de ojos color cielo, de personalidad humilde y buena, y excepcionalmente inteligente, pero además muy tímida; tanto que ella se sentía protectora del cariño nacido entre ambas.

El marco que sirviera a aquella amistad, era muy particular. Trabajaban en distintas secciones, pero tenían oportunidad de charlar diariamente mientras viajaban, dado que les llevaba cuarenta y cinco minutos de micro el trayecto.

En verano tenían la posibilidad de ver diariamente la salida del sol; y en invierno contemplaban también en forma diaria, la puesta del mismo. ¡Qué espectáculo maravilloso! Aquella nueva amistad se nutría desde el comienzo, de pura belleza.

Se buscaban, conversaban mucho, matizaban el trabajo saludándose por teléfono, como chiquilinas; almorzaban juntas y compartían cuántas veces podían, el descanso del mediodía.

La relación de amistad tuvo el marco de bellísimas sierras, timidez de vidas jóvenes, intercambio de palabras, sentires y emociones controladas, y un infinito sentimiento que repercutiría renaciendo, en la edad madura de nuestra protagonista.

Dejó a su amiga de ojos color cielo, con infinita tristeza. El postrer día de la despedida, antes de partir como misionera, recorrieron distintos lugares del pueblito.

No habían compartido salidas sociales, pero ese día la había ido a buscar a su casa. Muy veladamente asomaría con los años al recuerdo de Águeda, la figura de la madre de su amiga.

Caminaron mucho aquel día, la llevaría a ver todo el entorno de sus días íntimos; la quinta de sus abuelos y hasta compartirían con la abuela, algunas galletitas. Tomadas de la mano, transitarían por la vera del arroyo de aguas cristalinas, y se sentarían en el verde follaje, frente a una pequeña cataratita, que se producía por un tajamar.

Andarían por el parque, y el recuerdo de nuestra protagonista se pierde, en el deseo irrefrenable que tuvo, de besar a su amiga en los labios. No lo hizo, cuidando estremecida, la actitud prolija frente a quien dejaba, amándola, para cumplir su destino que le resultaría en el tiempo, muy tortuoso.

En este alejamiento de su pueblo, de las cosas y del paisaje querido, y de quien era su amiga de ojos color cielo, si bien Águeda ganaba en experiencia y formación, sepultaba sin saberlo, el período más feliz de su vida joven, y quebraba sin querer, su destino, dado que partía.

Allí en su pueblito color, estaban las raíces más profundas de sus íntimos afectos, y ella las abandonaba.

Éxodo

Dentro de la misión se tuvo que adaptar a reglas disciplinarias, y a una metodología de vida muy distinta a la cual estaba acostumbrada.

No le resultaría nada fácil dicho mandato. Extrañó mucho su entorno de vida; pero sentía vergüenza por ello, dado que tenía compañeras del país del norte, que estaban en circunstancias más penosas de alejamiento.

Claro que Águeda no medía en esto, la conformación diferente de las sociedades, en las cuales se habían nutrido. Eran distintos países. Y a eso se debía sumar que nuestra protagonista no había recibido una educación de raíz religiosa sajona. Mientras que sus compañeras sólo conocían la doctrina que predicaban, Águeda evangelizaba en su propia patria un lenguaje distinto de ideología cristiana.

¡Cuántos conflictos debió enfrentar sola! Y menos mal que en esos años, se había apaciguado la persecución política, que hubo en su país hacia los norteamericanos. No obstante ello, debió enfrentarse a situaciones riesgosas, oír y sentir cómo las familias les cerraban las puertas, y comprobar con cuánta desconfianza algunas personas las invitaba a pasar.

El testimonio del evangelio que predicaba, la convicción con la cual lo hacía, no alcanzaba a penetrar los corazones acostumbrados a la formación de cuna, de la doctrina católica.

Sintió muchas veces que en esto fracasaba, pero siguió sembrando la semilla de lo que creía era la verdad. ¡Yo sé que Dios, vive!, ¡Yo sé que Dios, vive!, ese era el testimonio que reafirmaba la doctrina comparativa entre las enseñanzas cristianas de los mormones y los católicos.

Sus compañeras extranjeras, como no comprendían la situación de vida de sus compatriotas, dejaban el mensaje religioso, como una lección memorista y arremetían con todo y lo decían; no se daban cuenta que sólo habían hablado para sí; porque quienes les escuchaban no les entendían y si lo hacían, no querían romper con barreras generacionales; no les interesaba la religión, estaban muy bien con su Dios y lo reverenciaban a su manera.

¡Cómo comprendía Águeda a su pueblo! ¿Qué podían entender sus compañeras? Mientras ella tenía que hacer enormes sacrificios para vivir y negarse más de un gusto, sus compañeras misioneras, al cambio dólar, recibían por lo menos cinco veces más dinero que ella. Y le habían metido bien en la cabeza, que efectuaba la misión gracias al sostén de la iglesia y el apoyo de dos misioneros, que le conocieron y apreciaron, y que tuvieron mucho que ver en su conversión.

Procuraba ser humilde, pero era joven, acostumbrada a ser libre, a ganarse el sustento, a derrocharlo o a disfrutarlo. A partir de entonces, Águeda siempre tuvo problemas económicos, porque nunca más, logró realmente edificar una base sostenida que la amparara de las dificultades en esta materia. Si bien muchas veces sus compañeras procuraban regirse por un método de sacrificio, ella nunca pudo igualar el porcentaje, por ello y siempre en esto se sintió mal, y el gusto del pan compartido, no fue siempre de sabor cristalino.

Se sintió muy bien con sus compañeras extranjeras en todo lo demás, tuvo realmente una experiencia enriquecedora en esto. Una vez le presentaron a una misionera recién llegadita del norte, no sabía ni una sola palabra en castellano y ella no sabía el inglés; en este idioma se bloquearía, nunca pudo pese al esfuerzo, aprenderlo.

Y con mucha fe y con paciencia, logró que su amiga misionera aprendiera a comunicarse con el mundo que le rodeaba. Sintió que debía protegerla. Y fue su más sincera amiga y hermana en el espíritu. Pese a la pena que por momentos sentía, por el alejamiento sufrido de su entorno de vida, siempre para sus compañeras tuvo una sonrisa, una palabra de afecto, ofreció una imagen de amistad y protección.

Muchos meses vivió rodeada de norteamericanos, sus amigas argentinas que se habían sustentado en esta fe cristiana distinta, creyendo y queriendo lo mejor para ella, cerraron las comunicaciones. La dejaron sola para que se lograra como misionera, no comprendiendo que esto era peor para ella.

Ni una sola misiva recibía, era como si se hubiesen desconectado del mundo. Sólo su madre le escribía y percibía que esta estaba muy triste por su alejamiento, dado que por su cuenta, no podía viajar hacia su pueblo color. En una oportunidad su madre le fue a ver y compartió junto a su hermano también, dos bellísimas jornadas.

Sus compañeras sajonas iban rotando, no más de tres meses convivían, también rotaban los lugares, ganó innumerables amigos dentro y fuera de la iglesia.

Con el tiempo recordaría que había logrado más amigos que adeptos a la religión. En las adaptaciones de lugares, siempre realizaban un descanso por la casa madre de la misión, enclavada en pleno corazón capitalino. En la primera oportunidad que tuvo de estar algunas horas sola, a raíz de un traslado, se llegó hasta la casa de su tía siempre querida, nuestra protagonista no podía con su genio, era de una contextura interior, libre; y en este hecho, para nada sintió remordimientos, no entendía que fuera nada malo ir a ver por algunos instantes a parte de su familia.

Por la convicción de esta fe que le embargaba y en cumplimiento del mandato de la iglesia para que fuera a predicar su testimonio, había pagado un precio muy alto. En principio no se daría cuenta, a pesar de que una voz masculina, el cuñado de su amiga docente, había procurado hacerla recapacitar y le señaló el buen trabajo que poseía, lugar donde había podido realizar una magnífica carrera, la ubicación que dentro de la sociedad de su pueblo dejaba, la que le había costado mucho lograr. El suponer regresar luego de la misión, sería comenzar de nuevo a los veinte y cuatro años de edad; y se hubiera evitado, por otra parte, el desarraigo a los lugares de su entorno raíz. Pero no comprendió entonces esas ideas reflexivas de quien le aconsejaba con justeza.

Dentro de la casa de la misión en la metrópoli bonaerense, rodeada de extranjeros, se sentía en otro mundo, algo extraño, sólo sonrisas circunstanciales en los distintos miembros misioneros, y con una falta total de comunicación, ya que estar allí era estar en otro país. Había por entonces muy pocos misioneros argentinos, y los pocos, procuraban enriquecer sus experiencias al amparo de los sajones.

Águeda siempre cuidó la actitud prolija de sus procederes, y su conducta resultó intachable, hasta que en una oportunidad, cuando en las rotaciones le impusieron una compatriota como compañera, que venía de una experiencia cuestionable en la convivencia, cayó en las redes de la homosexualidad incierta, y se vio muy comprometida en ello.

Su pareja misionera, quien había mantenido relaciones con el hombre, no espiritualizaba en amor, la necesidad de prodigarse en el sexo, y tras cada acto tentativo en ello, sucumbía en crisis intensas, resistiéndose de esta manera al mandato por el cual estaban juntas, y Águeda si bien era más fuerte, ya que nunca sintió remordimiento al respecto, al ver a su compañera en esos estados, y al no poder sacarle de los mismos, se fue enredando en un debilitamiento de su testimonio.

La misionera acudiría a sus espaldas en busca de ayuda a este nuevo conflicto al cual se enfrentaba, y fue así que ambas, fueron trasladadas hasta la casa madre de la misión, y allí interrogadas cual si fueran delincuentes.

Águeda no profirió una sola palabra en su defensa, porque esto hubiese sido insinuar algo que no estaba dispuesta a confesar, y las preguntas que sus superiores dentro de la iglesia le formulaban, no eran muy claras.

Con el tiempo comprendería que su pareja misionera, había formulado una acusación, no alcanzó a saber hasta dónde fue el alcance de la misma, recordaría además, que todas sus compañeras extranjeras habían sido llamadas a declarar, y todas ellas sin excepción, se le acercarían personalmente en aquellas jornadas descarnadas, a pedirle que se defendiera, aunque ello significara ir contra su compatriota, Águeda no lo hizo; y si bien no fue expulsada de la iglesia, con el pretexto elegante de la falta de dinero para sostenerla, finalizaba el mandato de misionera, seis meses antes de lo previsto.

Al salir de la misión, lo primero que hizo fue ir a ver a su madre, pero por pocos días; su pueblito color era muy pequeño para dar cabida a toda el ansia interior que le embargaba y sentía además, vergüenza por lo que creía, era un fracaso.

Transcurridos unos días, se radicó a 600 kilómetros de allí, en casa de amigos mormones. Fue dentro de la iglesia y actuó como líder, encerrando en su corazón, la mala experiencia vivida. No abundaban los hombres en la misma así que por entonces, se sentía una joven solterona.

Había conseguido trabajo y estaba de pensión en casa de unos miembros, a los cuales les consideraba, sus padres espirituales, quienes a su vez tenían un hijo.

Su personalidad era muy fuerte, convincente en todo lo que hacía, se aferraba a su Dios, a la creencia que por él sentía y era todo un sostén en aquella iglesia mormona, que carecía de líderes.

El hijo de sus padres espirituales, no tardó en deslumbrarse con ella; insistiendo en sus tentativas amorosas, hasta que al fin ella las admitió.

A partir de ese momento, sintió la adversidad de la madre de su enamorado, quien tejería una telaraña para separarlos, la joven pareja ensimismada en el dulce romance que vivían, pese a las sugerencias del padre, no percibían la trama de lo que aquella mente femenina enfermiza ante el hijo único, urdía.

Fue así que la misma conectándose con los directivos de la misión central, prefabricó con ellos, un llamado como misionero por tres años de su hijo, cortándole no sólo la vivencia del amor de pareja, sino la carrera universitaria del mismo.

Águeda tardó en comprender este enredo y lo asumió cuando una vez dentro de la misión, su enamorado, sepultara su nombre en el más absoluto de los olvidos.

De allí en más, sus pasos procuraron llegar a la verdad de lo acontecido y se hizo presente en la casa madre de la misión; pidió ser atendida por la máxima autoridad, un estadounidense radicado con su familia en argentina, quien a su vez, había sido igual autoridad, mientras durara su mandato como misionera.

De dicha conversación, surgió la afirmación de lo previsto por el padre del joven. La iglesia a través de este líder, y la madre de su enamorado de común acuerdo, los separaron dándole la ocasión al joven de ser misionero durante tres años. A ella se le aconsejaba olvidarlo, dado que era algo mayor en edad que él.

Águeda al salir de aquella casa madre mormona, hecha trizas, agraviada con injusticia por segunda vez, sin protección alguna, volvió a sentirse en la vida, huérfana de todo.

¿A quién recurriría con tanta negatividad afrontada?, ¿Quién le creería? —se preguntaba—.

Encontró en el padre de su amado, al padre que había perdido en su infancia adolescente y ayudada por su protección, logró ubicarse en Buenos Aires, con un buen trabajo, cerca de quienes habían sido alguna vez, sus tíos tutelares; pero lejos del entorno raíz, de la belleza de aquel pueblito color, lugar donde quedaran sus más caros afectos y sus más tesoneros recuerdos.

Tres años después, tuvo el privilegio de que su joven enamorado, al finalizar su misión le viera, y se le congelara la sonrisa en el regreso de su entorno, porque ella a su vez próxima al desmayo cuando le viera, era sostenida por su esposo y en su vientre latería el primer hijo que nacería por amor, luego de las grandes frustraciones que sufriera.

Pero he aquí que el descenso espiritual de nuestra protagonista, no había sido alcanzado aún; tendría que sufrir una nueva degradación y esta provino en el hecho de que tras lo acontecido, se iría separando poco a poco de la iglesia, hasta no acercarse más a la misma.

En su espíritu nunca volvería a alcanzar la justa ubicación en la fe. Con el tiempo, a sus hijos les bautizaría en el catolicismo, pero sólo con la idea de que tuvieran padrinos tutelares, por si ella y su esposo, faltaran de por vida como padres. Las demás expresiones de fe y enseñanza dejaría que sus hijos cuando grandes las buscaran y decidieran por propia convicción.

Luego de algunos meses cuando fue notoria en el ámbito de la iglesia su ausencia, la pareja de amigos mormones, que en el regreso a su tierra raíz habían edificado una familia dentro de la iglesia y de cuya unión ella había atestiguado en el civil, procuraron por sus medios, llegar hasta la esencia de esta actitud tan sin explicaciones para ellos, por parte de Águeda, máxime conociéndole como creían conocerle.

El esposo de su amiga docente, llegó hasta la casa madre de la misión, pidiendo explicaciones de la situación de Águeda, y procuró hablar a sí mismo con ella.

Nuestra protagonista no se enteraría nunca de las conclusiones arribadas por su amigo en detalles, pero no necesitó mucho para darse cuenta que en él una gran duda respecto a la conformación de su sexo existía, ya que en sucesivos viajes que efectuara a la capital le vería y por último la cortejaría en forma amorosa.

Águeda le siguió el juego, y besos y caricias muy ardientes, encendieron en ella, el ansia del lenguaje desnudo de la piel y fue así que conoció la primera noche en desnudez con el hombre, que no le imposibilitó por cierto, presentarse al otro día a trabajar.

Fue una respuesta felina, de su parte, como demostración al hombre de su sexo de mujer bien conformado.

Pero no evitó por ello, el remordimiento, ya que en esta actitud proveniente de toda su rabia, de su frustración, de su impotencia, había faltado a su amiga docente, poseyendo por algunas horas el cuerpo de su hombre.

Nunca se perdonaría tal actitud, y si existió alguna posibilidad de regreso a su entorno raíz, con esto ella misma había abierto un abismo de por vida.

El hombre sintió el desgarro de su nervio al introducir su vagina, y ambos rastros serían lavados por las manos de Águeda a la mañana siguiente, mientras el hombre le preguntaba inquisitoriamente, si había sentido algo, dado que ella se mantuvo imperturbable en el dolor y en el gozo. “Por supuesto que he sentido —afirmó al hombre indagador— y para sus adentros se diría, remordimientos”.

Años después, cuando en su vientre latería el segundo hijo, muy lejos de su entorno raíz, recibiría la noticia de que el matrimonio amigo, había partido al país del norte buscando una mayor conjunción en la perfección de ideología y de vida.

Sintió estremecimiento por el alejamiento que supo definitivo y lloró por la pérdida de su amiga docente, a quien amaba desde su entraña raíz.

Regreso