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Reconocé que la discusión es un paso muy, muy pequeño en el esfuerzo que debés hacer por abordar los problemas raciales. Incluso si estás leyendo este libro para procesar un problema específico que afecta a tu comunidad, lugar de trabajo, escuela u organización, es probable que no lo resuelvas en unas pocas reuniones. Este libro te permitirá tener mejores conversaciones con la esperanza de que tengas muchas más. En pocas horas, no es posible derribar construcciones raciales de siglos de antigüedad y sistemas de opresión que existen desde hace varias generaciones. Valorá los pequeños progresos que lográs a medida que suceden, porque cada uno importa, y también sabé que tendrás que hacer todavía más. No te desanimes por la tarea que tenés por delante. Hablar es genial, pero ¿qué más podemos hacer?
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Seitenzahl: 376
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Ijeoma Oluo nació en Denton, Texas, el 30 de diciembre de 1980. Es una escritora y periodista nigeriana-estadounidense. Escribió artículos para JezebeL, The Stranger, Medium y The Establishment. También escribió en The Guardian, donde además fue editora. Asentada en Seattle, Washington, Oluo fue nombrada una de las personas más influyentes de Seattle en 2015 y una de las cincuenta mujeres más influyentes de esta ciudad, en 2018. Sus escritos cubren temas de racismo, misoginia negra, interseccionalidad, ciberacoso, economía, paternidad, feminismo y justicia social.
Oluo es participante activa del movimiento Black Lives Matter. Oluo se hizo conocida por sus artículos críticos sobre la raza y la invisibilidad de las voces de las mujeres, como reveló en su entrevista de abril de 2017 con Rachel Dolezal, publicada en The Stranger. También trabajó como conferenciante, narradora de cuentos y comediante.
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
¿Querés hablar de racismo?
UNO
¿Es realmente una cuestión de raza?
DOS
¿Qué es el racismo?
TRES
¿Y si me equivoco al hablar de raza?
CUATRO
¿Por qué siempre me dicen que “sea consciente de mi privilegio”?
CINCO
¿Qué es la interseccionalidad y por qué la necesito?
SEIS
¿La brutalidad policial está realmente relacionada con la raza?
SIETE
¿Cómo puedo hablar de acciones afirmativas?
OCHO
¿En qué consiste el proceso que conduce de la escuela a la prisión?
NUEVE
¿Por qué no puedo pronunciar la palabra con “n”?
DIEZ
¿Qué es la apropiación cultural?
ONCE
¿Por qué no puedo tocar tu cabello?
DOCE
¿Qué son las microagresiones?
TRECE
¿Por qué los estudiantes están tan enojados?
CATORCE
¿Qué es el mito de la minoría modelo?
QUINCE
¿Qué pasa si odio a Al Sharpton?
DIECISÉIS
Me acusaron de ser racista, ¿qué hago ahora?
DIECISIETE
Hablar es genial, pero ¿qué más podemos hacer?
AGRADECIMIENTOS
GUÍA DE DISCUSIÓN
Directrices básicas
Preguntas para discutir
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Tapa
Índice de contenido
Página de copyright
Página de título
Prólogo
Introducción
Contenido principal
Agradecimientos
Preguntas
Colofón
Notas al pie
Oluo, Ljeoma / ¿Querés hablar de racismo? / Ljeoma Oluo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2023. Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Maria Paula Vasile. ISBN 978-987-8928-59-3
1. Ciencia Política. 2. Sociología. I. Vasile, Maria Paula, trad. II. Título. CDD 320.56
ISBN edición impresa 978-987-8928-34-0
Copyright © 2019 by Ijeoma Oluo
Título originalSo you want to talk about race
Traducción María Paula VasileCorrección Mariana Gaitán y Fabiana BlancoIlustración de tapa y tipografía Elda BroglioDiseño de tapa e interiores Víctor MalumiánIlustración de Ijeoma Oluo Maxi Amici
© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, en noviembre de 2023
Ijeoma Oluo
TraducciónMaría Paula Vasile
CUANDO ESTE LIBRO SE publicó por primera vez hace un año, casi inmediatamente las personas comenzaron a preguntarme: “¿Cómo le está yendo al libro? ¿Tiene éxito?”. Sabía lo que me estaban preguntando en realidad: ¿se estaban vendiendo muchas copias?, ¿encabezaba las listas de best sellers?, ¿había mucho público en los eventos de presentación? Pero cada vez que alguien me preguntaba cómo le estaba yendo al libro, mi respuesta era casi siempre: “No lo sé”.
No lo decía porque los autores obtienen poca información sobre las ventas hasta unos seis meses después de la publicación, aunque es cierto, sino porque sabía que la manera en la que mediría el éxito de este libro poco tendría que ver con las cifras o el entusiasmo de los eventos de presentación.
Cuando empecé a escribir de manera profesional, los medios gráficos, incluso la palabra escrita, ya habían sido declarados muertos. Internet había tomado el control y el público repetía: “¿Por qué vamos a comprar un libro cuando podemos descargar gratis un centenar de artículos sobre un tema determinado?”. Parecía arcaico conducir hasta una librería para comprar un trozo pesado de árbol muerto y cargarlo a todas partes cuando ya teníamos un teléfono que podía proporcionarnos toda la información necesaria. Por supuesto, existían beneficios. La era de Internet permitió que muchos escritores (queer, trans, discapacitados, mujeres, escritores de color), que habían sido excluidos de los medios tradicionales, tuvieran una mayor llegada al público. Fue en este espacio literario libre (tanto creativa como monetariamente, porque nadie cobraba) que pude construir mi carrera.
Pero esta abundancia de información libre tenía una desventaja. Para ser honesta, era demasiada información. Al haber innumerables sitios web compitiendo por ganar la misma fracción de centavo con cada clic, el arte y la integridad periodística a menudo pasan a segundo plano frente a la necesidad de producir contenido que logre, como prioridad principal, captar la atención. Muchos editores desesperados optaron por la indignación, la controversia, el miedo y el odio. Y si bien estas tácticas funcionaron y los lectores hacían clic en esos enlaces y leían de manera voraz, comenzaron a sentir que estaban siendo engañados.
Empecé a escribir porque sentía frustración. Me frustraba ver que se pudieran usar tantas palabras para discutir un solo tema sin mencionar realmente las verdades fundamentales relacionadas. Me frustraba ver que esas palabras se usaran solo para despertar emociones que, de manera eventual, se liberarían en un tuit o un posteo de Facebook, y luego, de forma inmediata, serían descartadas, reemplazadas por la siguiente indignación. Casi todos los artículos que escribí nacieron de la frustración de ver cómo las personas debatían cuestiones —problemas reales que tenían un impacto en la vida real— sin decir nada.
Mis artículos nunca fueron “respuestas en caliente”, sino que abarcaban los fundamentos básicos, a menudo poco atractivos, que sentía que las personas omitían al hablar de raza, género y privilegio en nuestra sociedad. Varios de los más conocidos respondieron al pedido de un editor para que escribiera una “respuesta en caliente” sobre un tema, ante lo cual enviaba un correo electrónico en el que, en forma de miniberrinche, respondía que todo el mundo dejaba de lado la cuestión central y que esa discusión en realidad era muy dañina. Siempre estaré agradecida a los editores —como el incomparable Charles Mudede de The Stranger— que tenían la perspicacia y la astucia de responder simplemente: “Oh, bueno, entonces, escribí eso”.
Así me convertí en una escritora cuya fama residía en escribir comentarios sobre cuestiones sociales que podrían ser “de utilidad”. Muchos de los comentarios y correos electrónicos que recibía de los lectores que leían mi trabajo no estaban plagados de emoción, sino que, en cambio, decían cosas como: “No sabía cómo este problema se aplicaba a mi vida hasta que escribiste sobre él”, “No sabía que podía hacer algo al respecto hasta que leí tu artículo”, o simplemente: “Gracias por escribir algo tan útil”.
Me sorprendió descubrir que el número de lectores aumentaba con cada artículo. No pude escribir “respuestas en caliente” que indignaran de forma inmediata ni comentarios ingeniosos que hicieran reír, pero ofrecí algo que muchos lectores anhelaban: honestidad, autenticidad y utilidad.
Me dediqué a escribir artículos que fueran “útiles”. En un mundo tan saturado de información inútil, comencé a considerar que emplear de manera útil cualquier espacio que tuviera en el tiempo y las mentes de las personas era un imperativo moral. Aún creo que este es el único camino para recuperar al periodismo y la escritura en general del abismo del clickbait y de la pornografía de la indignación.
¿Querés hablar de raza? nació de esta frustración y con este mismo objetivo. Después de presenciar a tantas personas tener tantas conversaciones acerca de la raza que no iban a ninguna parte, o peor aún, que provocaban un daño real, quise crear algo útil. Algo que diera a los lectores los aspectos básicos sobre el funcionamiento de la raza, no solo para que pudieran aplicarlo en la universidad en las clases de teoría de la raza, sino para que pudieran utilizarlo en la oficina o en la mesa el Día de Acción de Gracias. Quería que las personas entendieran mejor el concepto de raza y cómo hablar de raza de manera más eficaz y afectuosa.
Quería que las personas tuvieran una herramienta que pudieran sostener en las manos y recurrir a ella, una y otra vez, a medida que surgieran en sus vidas distintos temas relacionados con la raza.
Con ese objetivo en mente, ahora puedo decir, al escribir este prólogo casi un año después de la publicación de la edición de tapa dura de este libro, que ¿Querés hablar de raza? fue y sigue siendo un éxito. Me enteré de parejas interraciales que dicen que este libro salvó su matrimonio; de empleados de color que dicen que, desde que su lugar de trabajo comenzó a utilizar mi libro como guía, el entorno laboral es mucho más seguro y acogedor; de padres blancos de niños de color que dicen que este libro los ayudó a comprender mejor a sus hijos y sus luchas; de organizaciones comunitarias que dicen que este libro les permitió cumplir su misión de justicia social de manera más efectiva y ética.
Este es un libro que familias enteras están leyendo juntas, que universidades enteras están leyendo juntas. Y es útil. Está ayudando a las personas a llevar adelante las conversaciones sobre la raza con más confianza y cautela, y con la mirada puesta en el progreso y en soluciones reales.
Este fue mi primer libro narrativo y estoy muy orgullosa de él, pero ciertamente no diría que es perfecto. Me hubiera gustado haber llegado a más activistas y académicos indígenas, como lo hice con activistas y académicos asiáticoestadounidenses con el capítulo sobre el mito de la minoría modelo, y me hubiera gustado haber dedicado más espacio a las cuestiones que enfrenta la población indígena. Probablemente me hubiera ayudado utilizar terminología más coherente y menos problemática con respecto a los pueblos y cuestiones indígenas. Agradezco a quienes me contactaron después de la publicación para hacerme saber que la terminología que usé no era coherente y que, desde luego, no siempre era correcta, de modo que pudiéramos corregirla en tiradas de impresión futuras. A menudo hablo sobre lo importante que es estar dispuesta a escuchar a quienes tienen la generosidad suficiente de decirte que la cagaste, especialmente en lo que respecta a cuestiones raciales. La capacidad de hacer cambios en las primeras tiradas de este libro para reducir el daño es un ejemplo de que apreciar los comentarios y la crítica al discutir temas sociales críticos es increíblemente importante y beneficioso.
Además, no anticipé las formas furtivas en las que la supremacía blanca intentaría apropiarse incluso de los capítulos de este libro. Unos meses después de la publicación, me di cuenta de que no le había dado suficiente espacio a la importancia de reconocer que Kimberlé Crenshaw había acuñado el término “interseccionalidad” para abordar las formas específicas en que las mujeres negras y morenas estaban siendo perjudicadas por los esfuerzos que el llamado “feminismo blanco” realiza para ayudar a las mujeres en los espacios sociales, políticos y económicos.
En el capítulo 5, “¿Qué es la interseccionalidad y por qué la necesito?”, no enfaticé lo suficiente que, si bien el concepto de interseccionalidad se expandió de manera legítima a lo largo de los años para incluir a otras poblaciones marginadas, nunca debería haberse divorciado de las cuestiones centrales que lo requerían y nunca debería usarse contra las mujeres negras y morenas para las que fue creado. Después de ser testigo de muchas situaciones en las que se acusaba a las mujeres negras y morenas de una falta de interseccionalidad por no priorizar las necesidades de las mujeres blancas en sus esfuerzos feministas e incluso antirracistas (algunas de las que fueron noticia a nivel nacional, como las continuas controversias en torno al liderazgo de la Marcha Mundial de las Mujeres en 2019), me di cuenta de que quizás había sido demasiado optimista acerca de la capacidad de las intenciones de las personas para anular los impulsos de la supremacía blanca.
Si tuviera que escribirlo otra vez, agregaría un capítulo sobre las experiencias específicas de las personas interraciales y los inmigrantes de color y sus hijos. Al ser una mujer negra interracial y la hija de un inmigrante nigeriano, estas son experiencias que he vivido y, sinceramente, no entiendo por qué no pensé en incluirlas. Tal vez algunas cosas son tan cotidianas que, incluso para alguien que escribe sobre la raza todos los días, se pasan por alto fácilmente. O tal vez sea porque, si bien me ven y me tratan como a una mujer negra todos los días, tengo menos tiempo en la emergencia de este mundo supremacista blanco para examinar a fondo los matices de mis propias experiencias como hija mestiza de un inmigrante. Me dediqué durante tanto tiempo a la lucha que enfrentan las personas negras que analizar este aspecto de mi identidad, excepto para comprobar el privilegio inherente que trae aparejado, pareció una indulgencia. Pero luego de descubrir que hay personas mestizas e inmigrantes de color que leyeron este libro y todavía tienen preguntas muy particulares y necesarias, es algo que desearía haber abordado con más detalle.
Por último, desearía haber incluido una guía de discusión en la primera edición de este libro (ahora se incluye al final de esta edición). Recibí innumerables solicitudes de una guía para hablar no solo sobre la raza, sino sobre este libro y, lo que es más importante, vi la expresión de inquietud en los rostros de las personas de color al saber que en su organización o lugar de trabajo se leería este libro de manera conjunta. De inmediato, imaginan la carga que probablemente se les impondrá. Saben que serán tratados como el Google racial andante del grupo para explicar cada término o matiz que escape a sus pares blancos, o como terapeutas no remunerados para ayudar a los pares blancos a procesar sus emociones al darse cuenta de que tal vez no sean los héroes antirracistas que pensaban que eran y de que ignoraban la profunda tensión y el trauma que infligen a las pocas personas de color en su entorno. Tengo la suerte de poder incluir una guía de discusión en la edición de bolsillo de este libro, y espero que con ella las conversaciones sobre él sean más seguras para las personas de color y más productivas para todos.
Me siento muy bendecida por haber tenido la oportunidad de crear algo que ha sido parte de tantas conversaciones importantes y, con suerte, que será parte de muchas más en el futuro. Muchas gracias por leer este libro y, en especial, por dedicar tu tiempo, energía y atención a tener conversaciones reales sobre el concepto de raza. Sobre todo, gracias por usar estas conversaciones para motivar y guiar la acción real, acciones más allá de las palabras, para deconstruir la supremacía blanca y comenzar a curar el daño enorme que nos causó.
COMO MUJER NEGRA, LA raza siempre ha sido una parte importante de mi vida. Nunca pude eludir el hecho de que soy una mujer negra en un país supremacista blanco. Mi negritud está presente en la ropa que me pongo cada mañana, en los bares donde me siento cómoda, en la música que disfruto, en los barrios que frecuento. Las realidades que impone la raza no siempre fueron bienvenidas en mi vida, pero siempre han estado presentes. Cuando era niña, me preguntaban constantemente por qué mi piel era tan oscura si mi madre era tan blanca: ¿era adoptada?, ¿de dónde provenía? Cuando crecí, se trataba de que la ropa no estaba diseñada para mi silueta y de los comentarios sarcásticos sobre mi cabello y mis labios, y el hecho de que los ídolos adolescentes nunca considerarían hermosa a una chica como yo. Luego, fueron los empleados que me seguían en las tiendas y los puestos de trabajo que estaban disponibles hasta que cruzaba la puerta. Los jefes que me decían que era demasiado “estridente”, se quejaban de que mi cabello era demasiado “étnico” para la oficina y, aunque era una empleada valiosa, ganaba mucho menos dinero que otros empleados blancos que hacían el mismo trabajo. No puedo hacer contacto visual con los policías y los Ubers abandonan el viaje, siguen de largo en vez de detenerse cuando me ven. Cuando tuve a mis hijos, lidié con la suposición de que eran mayores de lo que realmente eran y con que su rudeza era demasiado violenta. Fueron las lágrimas con las que llegaban a casa cuando un compañero de clase repetía un comentario ignorante de sus padres.
Pero la raza también implicó pasar innumerables horas maravillándome de nuestra historia. Pasar noches bailando jazz, rap y R&B, y celebrando esta música. Hacer asados al aire libre con costillas y ensalada de papas y pastel de batata. Consistió en las manos de las mujeres que trenzaban mi cabello. En leer la magia de las palabras de Toni Morrison, Maya Angelou y Alice Walker, y saber que estaban escritas para mí. En fiestas llenas de arroz jollof y fufú, y mujeres nigerianas con vestidos cubiertos de lentejuelas y guelés gigantes en la cabeza. En el guiño a un negro desconocido que pasa caminando y significa “te apoyo, hermano”. En estar orgullosa de Malcolm, Martin, Rosa y Angela. En una habitación llena de la risa más desinhibida que jamás hayas escuchado. También se trató de sentir a mi hijo pequeño poner su mano sobre la mía y decir: “Somos del mismo color marrón”.
La raza, mi raza, ha sido una de las fuerzas más definitorias de mi vida, pero no es algo de lo que siempre he hablado, ciertamente no de la manera en que lo hago ahora.
Como les sucedía a muchas personas, pasaba la mayor parte de los días tratando de salir adelante. La vida es ajetreada y dura. Tenemos empleos, niños, quehaceres y amigos. Pasamos mucho tiempo rebotando de una minicrisis a la siguiente. Sí, mis días estaban tan llenos de microagresiones, del dolor y la opresión del racismo como lo están ahora, pero debía seguir adelante con normalidad. Es muy difícil sobrevivir como mujer de color en este mundo, y recuerdo haber dicho una vez que si me detuviera a sentir, realmente a sentir, el dolor del racismo al que me enfrenté, comenzaría a gritar y nunca me detendría.
Así que hice lo que hace la mayoría: intenté sacar el mayor provecho posible. Trabajé un cincuenta por ciento más duro que mis compañeros de trabajo blancos y me quedé hasta tarde todos los días. Me vestí como si todos los días fuera a una entrevista de trabajo. Fui extremadamente cortés con las personas blancas que me encontraba en público. Hice todo lo posible para demostrar que no estaba enojada, que no era una amenaza. Me reí de los chistes racistas como si no sintiera dolor. Me dije que todo valdría la pena algún día, que ser una mujer negra exitosa ya era una revolución.
Pero a medida que fui creciendo, a medida que los éxitos que buscaba se fueron haciendo realidad de a poco, algo dentro de mí comenzó a cambiar. Intentaba aquietar mi voz en las reuniones, pero no podía. Intentaba reírme de los chistes racistas, pero no podía. Intentaba aceptar las razones por las que mi jefe aceptaba darme un ascenso, pero no un aumento, y no podía. Y comencé a hablar.
Empecé a cuestionar, empecé a resistir, empecé a exigir. Quería saber por qué ser “obstinada” era algo negativo, por qué mi cabello era “poco profesional”, por qué las personas pensaban que ese chiste era “divertido”. Y una vez que comencé a hablar, no pude parar.
También comencé a escribir. Cambié mi blog sobre comida a un blog personal, y empecé a decir todas las cosas que la gente a mi alrededor siempre consideraba “demasiado negativas”, “demasiado corrosivas” y “demasiado conflictivas”. Empecé a escribir mis frustraciones y mi angustia. Comencé a escribir sobre el miedo que sentía por mi comunidad y mi familia. Había comenzado a verme a mí misma, y una vez que empezás a verte, ya no podés fingir más.
No salió bien. Mis amigos blancos (habiendo crecido en Seattle, la mayoría de mis amigos eran blancos), algunos de los que conocía desde la secundaria, no estaban contentos con mi verdadero yo. No era el trato que habían hecho. Se enfurecían por el calentamiento global y alzaban la voz frente a los embustes republicanos, pero no decían ni una palabra sobre la opresión racial y la brutalidad a la que se enfrentan las personas de color en este país. “No me corresponde opinar”, me explicaban cuando, frustrada, exigía algún comentario: “La verdad es que no me siento cómodo”. Al observar mi ciudad y ver que mis vecinos no eran realmente mis vecinos, que mis amigos ya no me consideraban “divertida”, comencé a gritar aún más fuerte. Alguien me escucharía. A alguien le tenía que importar. Sabía que no podía estar sola.
Al igual que en una diálisis, lo viejo salió y entró lo nuevo. De pronto, personas que no conocía, a nivel local y de todo el país, comenzaron a comunicarse en persona y en línea solo para decirme que habían leído la publicación de mi blog y, al hacerlo, se habían sentido escuchadas. Luego, editores en línea comenzaron a comunicarse conmigo para preguntarme si podían publicar mi trabajo. Y, a nivel local, personas de color aisladas e invisibles comenzaron a contactarme, y me demostraron que, después de todo, sí tenía vecinos.
Al principio, hablaba y escribía por mi propia supervivencia, no para el beneficio de alguien más. Gracias al poder y la libertad de Internet, muchas otras personas de color también han podido decir sus verdades. Nos hemos comunicado a través de ciudades, estados, incluso países, para compartir y reafirmar que lo que estamos viviendo es real. Pero Internet tiene un público muy amplio, y, aunque escribíamos para nosotros mismos, el poder del daño, la ira, el miedo, el orgullo y el amor de innumerables personas de color no podía pasar desapercibido para los blancos, en especial para quienes estaban comprometidos de manera genuina con la lucha contra la injusticia. Mientras que algunos habían optado por apartarse, molestos, porque este contenido antipático había invadido su espacio de videos de gatos y fotos de bebés, otros se acercaron al darse cuenta de que, todo este tiempo, habían ignorado algo muy importante.
Estos últimos años, el auge de las voces de color, junto con la difusión generalizada de videos que prueban la brutalidad e injusticia contra las personas de color, evidenció la urgencia de colocar la cuestión del racismo en Estados Unidos al frente de nuestra conciencia colectiva. Las personas ya no pueden elegir ignorar la cuestión de la raza. Algunos de nosotros hemos hablado sin cesar, y no hemos sido escuchados. Otros están alzando sus voces por primera vez.
Estos son tiempos muy aterradores para muchas personas que se están dando cuenta ahora de que Estados Unidos no es, y nunca ha sido, el crisol utópico que sus padres y maestros les dijeron que era. Estos son tiempos muy aterradores para aquellos que se están dando cuenta ahora de cuán justificado es el dolor, el enojo y el temor que tantas personas de color han sentido a lo largo del tiempo. Estos son momentos muy estresantes para las personas de color que han luchado, gritado y tratado de protegerse de un mundo que ignoró su reclamo durante mucho tiempo, y que ahora, de pronto, deben responder a quienes los ignoraron: “¿Qué sucedió durante tu vida? ¿Me podés enseñar?”. Ahora que todos participamos de la discusión, ¿cómo comenzamos este debate?
No se trata solo de una brecha relacionada con experiencias y perspectivas. El Gran Cañón es una brecha. Este es un abismo en el que caben sistemas solares completos. Pero no importa lo abrumador que sea, estás aquí porque querés escuchar y ser escuchado. Estás aquí porque sabés que algo está muy mal y querés un cambio. Podemos unirnos. Podemos descubrir nuestras verdades. Sé que puede suceder. Mi vida es un testimonio de ello. Y todo comienza con una conversación.
Es muy probable que, independientemente de tu raza, hayas intentado tener estas conversaciones en el pasado. También existe la posibilidad de que hayan terminado mal. Tan mal que tal vez hayas tenido miedo de volver a tener estas conversaciones. Si te sucedió, no estás solo. En parte, decidí escribir este libro porque suelo escuchar a personas de todas las razas que dicen cosas como las siguientes: “¿Cómo hablo con mi suegra sobre los chistes racistas que hace?”, “Me acusaron de ser racista, pero no entiendo qué hice mal” o “No sé qué es la interseccionalidad y tengo miedo de admitirlo”. Las personas me contactan en las plataformas de mensajería en línea y me ruegan que no haga públicas sus preguntas. Crean cuentas de correo electrónico completamente nuevas para escribirme de forma anónima. Tienen miedo de equivocarse en estas conversaciones, pero todavía se esfuerzan, y lo agradezco profundamente.
Estas conversaciones no serán fáciles, pero se volverán más sencillas con el tiempo. Si queremos abordar la raza, el racismo y la opresión racial en nuestra sociedad, debemos comprometernos con el proceso. Es posible que este libro tampoco sea sencillo. No soy conocida por hablar con rodeos, pero a veces me consideran graciosa. Sin embargo, fue muy difícil ser graciosa en este libro. Existe un dolor real en nuestro sistema racialmente opresivo, un dolor que yo, como mujer negra, siento. Al escribir este libro, no pude dejarlo de lado. No tenía ganas de reír. Fue agotador y desgarrador. Intenté aliviar un poco esa carga en el papel, pero sé que, a algunos de ustedes, este libro los presionará y empujará con fuerza. En el caso de muchas personas blancas, este libro las confrontará con cuestiones de raza y privilegio que las incomodará. Para muchas personas de color, este libro puede poner de manifiesto algunos de los traumas de las experiencias en torno a la raza que les tocó vivir. Pero no es fácil corregir un sistema centenario de opresión y brutalidad, y tal vez no deberíamos buscar lecturas fáciles. Espero que si alguna parte de este libro te incomoda, puedas convivir con esa incomodidad por un tiempo y ver si tiene algo más que ofrecerte.
La mayoría de los temas que encontrarás en este libro abordan las preguntas que recibo con mayor frecuencia en mi trabajo diario. Algunos de estos son temas sobre los que me gustaría recibir más preguntas y todos abarcan cuestiones sobre las que tenemos que poder hablar. Espero que la información que proporciono, aunque diste de ser exhaustiva, te brinde un punto de partida para que puedas conversar con menos miedo.
Sí, el racismo y la opresión racial en Estados Unidos es una realidad horrible y aterradora. Los sentimientos que despierta en nosotros están justificados. Pero está en todas partes, en cada rincón de nuestras vidas, por lo que debemos liberarnos de parte de ese miedo. Tenemos que ser capaces de enfrentar el racismo dondequiera que lo encontremos. Si seguimos tratándolo como si fuera un monstruo gigante que nos persigue, huiremos por siempre. Pero no será útil escapar cuando provenga de nuestro lugar de trabajo, del gobierno, de nuestros hogares y de nosotros mismos.
Me alegra mucho que estés acá. Estoy muy feliz de que estés dispuesto a hablar sobre la raza. Es un honor para mí ser parte de esta conversación con vos.
“Quiero decir, creo que hubiéramos progresado más, si nos hubiéramos centrado más en la clase que en la raza”.
ESTOY SENTADA FRENTE A un amigo en una cafetería cerca de mi casa. Es un buen amigo, una persona inteligente, sensata y bien intencionada. Siempre disfruto de su compañía y de la oportunidad de hablar con alguien que también está interesado en eventos mundiales. Pero estoy cansada. Estoy cansada porque he tenido esta conversación desde que terminaron las elecciones de 2016, y los liberales y los progresistas siguen intentando descubrir qué salió mal. ¿Qué faltó en el mensaje de la izquierda que tantas personas decidieron no apoyar a un candidato demócrata, en especial contra Donald Trump? Hasta ahora, un grupo grande de personas (en su mayoría hombres blancos contratados para pontificar sobre política y actualidad) parece haber concluido lo siguiente: nosotros, el amplio y variado grupo de demócratas, socialistas e independientes conocido como “la izquierda”, nos enfocamos demasiado en las “políticas identitarias”. Nos enfocamos en las necesidades de las personas negras, trans, latinas y de las mujeres. Este enfoque especializado dividió a las personas y dejó de lado a los hombres blancos de la clase trabajadora. Al menos ese es el argumento.
Es lo que yo y muchos otros escuchamos a lo largo de la larga campaña presidencial; es lo que escuché en la última campaña y en la anterior. Es lo que argumentaron todos los hombres blancos de mi clase de Ciencias Políticas en la universidad.
Y si bien estoy cansada, ya que anoche tuve esta misma conversación con varias personas durante varias horas, hoy estoy hablando de lo mismo, escuchando lo que siempre escucho: el problema de la sociedad estadounidense no es racial, sino de clase.
—Sin duda, si mejoráramos la situación de las clases bajas, las cosas mejorarían para las minorías —agregó al ver mi expresión de desconcierto y cansancio.
Voy a enfrentarme a esta conversación e involucrarme en ella, porque si logro que un tipo blanco bien intencionado comprenda al menos por qué la cuestión de clase nunca será intercambiable con la de raza, me sentiré un poco mejor acerca de los movimientos de justicia social.
—Si eso fuera posible, si pudiéramos mejorar la situación de las clases bajas, las cosas mejorarían —dije—. ¿Pero cómo?
Luego, después de que él recita las recomendaciones estándar, como fortalecer los sindicatos y aumentar los salarios mínimos, decido ir al grano:
—¿Por qué creés que las personas negras son pobres? ¿Creés que lo son por las mismas razones que los blancos?
Entonces, se hace una pausa en la conversación. En este punto, mi amigo primero me mira perplejo y, luego, intenta dar marcha atrás. Ya que llegué hasta aquí, continúo.
—Vivo en un mundo en el que si tengo un nombre “negro”, es menos probable que me llamen a una entrevista de trabajo. ¿Me beneficiaré de igual manera con el aumento del salario mínimo cuando ni siquiera puedo conseguir empleo?
Mi amigo recuerda ese estudio, que demuestra que la discriminación a la que me refiero es algo real que sucede.
—Si obtengo un buen trabajo y hago lo que la sociedad dice que debo hacer, y ahorro y compro una casa, ¿me beneficiaré de la misma manera cuando el hecho de vivir en un “barrio negro” significa que mi casa valdrá mucho menos? ¿Me beneficiaré del mismo modo cuando es mucho más probable que el banco me otorgue tasas hipotecarias más altas, o préstamos predatorios cuyos costos se dispararán después de unos años, lo que provocará la ejecución hipotecaria y la pérdida de mi casa, patrimonio y crédito, debido al color de mi piel?
Ahora, alimentada por café y frustración, continúo con mi discurso.
—Si puedo obtener lo que se considera un salario decente para el estadounidense “promedio”, pero mi hijo está encerrado en la cárcel como se predice que lo estará uno de cada tres hombres negros, y debo criar a mis nietos con ese escaso salario, ¿los sindicatos más fuertes realmente me sacarán de la pobreza?
»Si tengo más posibilidades de ser suspendida y expulsada de la escuela, porque incluso desde el preescolar es más probable que los maestros consideren que mis travesuras infantiles son sinónimo de violencia y agresión, ¿me ayudará una reducción en los costos de los préstamos estudiantiles si me expulsan del sistema educativo antes de terminar la escuela secundaria?
Ahora comienzo a despotricar, a hablar rápido para sacarlo todo. No porque esté enojada, porque, de hecho, no lo estoy. Sé que no es culpa de mi amigo que lo que esté diciendo sea la narrativa predominante y que se considere la narrativa compasiva.
Pero es una narrativa que me lastima a mí y a muchas otras personas de color.
Mi amigo hace una pausa y dice:
—Bueno, ¿qué se supone que debemos hacer entonces? ¿Nada? ¿No podemos centrarnos en esto primero para que todo el mundo lo apoye y, luego, abordar el tema de la raza?
Ante lo que suspiro y digo:
—Esa es la promesa que nos hicieron durante cientos de años. Esas son las palabras de los movimientos sindicales que ayudaron mucho más a los estadounidenses blancos que a todos los demás. Esas son las palabras que “estimulan a todo el mundo a avanzar”, pero exactamente en el mismo lugar, con la misma jerarquía y las mismas opresiones. Esas palabras explican por qué la brecha de riqueza entre blancos y negros es tan grande como cuando el Dr. King encabezaba las marchas. Todavía esperamos. Todavía mantenemos la esperanza. Todavía somos dejados de lado.
La raza, tal como la conocemos en Estados Unidos, está estrechamente vinculada al sistema económico. El sistema de racismo funcionó principalmente como una justificación para el acto bárbaro de la esclavitud y el genocidio de los pueblos indígenas. No se pueden poner cadenas alrededor de los cuellos de otros seres humanos o masacrarlos al por mayor, mientras se mantienen las reglas sociales que prohíben tal trato, sin antes designar a esas personas como algo menos que humanas. Más tarde, la función del racismo se reutilizó de alguna manera como una forma de dividir a las clases bajas, aún con el objetivo último de que las élites blancas alcanzaran la supremacía económica y política.
Sí, como muchos dicen, la raza es una construcción social, no tiene sustento científico.
Muchos creen que debido a que la raza fue creada por nuestro sistema económico, porque es una mentira que intenta justificar un delito, una mejora unilateral de las condiciones para las clases bajas resolvería las disparidades económicas y sociales en torno a la raza.
El dinero también es una construcción social, una serie de reglas y acuerdos que inventamos para pretender que estos trozos de papel valen toda nuestras vidas. Pero por más que dejemos de pensar en el dinero, no lograremos que deje de cautivarnos. Forma parte de cada aspecto de nuestras vidas, moldeó nuestro pasado y nuestro futuro, cobró vida propia.
La raza también cobró vida. La raza no solo se creó para justificar un sistema económico de explotación racial, sino que se inventó para mantener cautivas a las personas de color. En Estados Unidos, el racismo existe para excluir a las personas de color de las oportunidades y el progreso, de modo que haya más ganancias para otros, considerados superiores. Este beneficio es muy prometedor para las personas no racializadas: obtendrán más porque existen otros que obtendrán menos. Esta realidad es perdurable y, a menos que sea acometida de manera directa, sobrevivirá a cualquier intento de abordar la clase como un todo.
Esta promesa (obtendrán más porque existen otros que obtendrán menos) entrelaza a toda la sociedad. Atraviesa la política, el sistema educativo, la infraestructura; está presente en todo lugar donde hay una cantidad finita de poder, influencia, visibilidad, riqueza u oportunidad. Se presenta siempre que alguien esté en desventaja. En todo lugar donde no haya suficiente. Allí, el aliciente de ese beneficio prometedor sustenta el racismo.
La supremacía blanca es el esquema piramidal más antiguo de esta nación. Incluso aquellos que han perdido todo por este esquema no se rinden, esperan su turno para aprovechar la situación.
Incluso la elección de nuestro primer presidente negro no disminuyó el atractivo de esta promesa de apoyar el racismo. En todo caso, las elecciones lo fortalecieron. Su elección fue una señal clara e innegable de que algunos negros podían obtener más, entonces, ¿qué sucedería con la porción que les corresponde a los demás? Aquellos que siempre habían dependido descarada o inconscientemente de esa promesa, de que obtendrían más porque otros conseguirían menos, fueron amenazados de maneras que no podían expresar con palabras. De pronto, ya no sentían que este era “su país”. De pronto, no sentían que “sus necesidades” estuvieran siendo satisfechas.
Pero más allá de ese cambio en la raza de nuestro presidente, más que nada simbólico, nada más había cambiado mucho. La promesa del racismo continúa siendo una realidad. Según casi todos los datos demográficos relacionados con el bienestar social, político y económico, las personas negras y morenas siempre reciben menos.
Por supuesto que nosotros, las personas de color, no somos las únicas que recibimos menos. Incluso sin la invención de la raza, la clase seguiría existiendo, y existe incluso en países racialmente homogéneos. Nuestro sistema de clases es opresivo y violento, y daña a muchas personas de todas las razas. Debe ser abordado. Debe ser derribado. Pero el mismo martillo no derribará todos los muros. Lo que hace que un niño siga siendo pobre en Appalachia no es lo que provoca que un niño continúe siendo pobre en Chicago, aunque a simple vista los desenlaces parezcan iguales. Lo que hace que una mujer negra sin discapacidad continúe siendo pobre no es lo que hace pobre a un hombre blanco discapacitado, aunque los desenlaces parezcan ser los mismos.
Incluso en los movimientos de clase y sindicales, la idea prometedora de que conseguirás más porque existen otros que obtendrán menos resulta atractiva. Indica que hay que centrarse primero en la mayoría. Indica que las demandas de las personas de color, discapacitadas o transgénero, o de las mujeres son divisivas. La promesa que mantiene vivo el racismo dice que te beneficiarás más y que otros eventualmente se beneficiarán… un poco. Te hace creer en la justicia social por goteo.
Sí, es una cuestión de clase, pero también de género, sexualidad y capacidad. A su vez, casi siempre, es una cuestión de raza.
En la sociedad actual, hablar de raza es inevitable, pero a menudo parece consistir solo en una discusión sobre si algo es o no una cuestión de raza. Hablar de raza puede volverse una interpretación bastante deprimente de Who’s on first?1. Si bien algunos sostienen que estas cuestiones de racismo deben abordarse, otros argumentan que estos problemas no son cuestiones de raza, y después de mucha frustración para intentar determinar si la conversación que aún no se mantuvo es realmente una cuestión de raza, alguien se da por vencido y se va, dejando intacta la discusión original.
En el día a día, determinar si un problema es una cuestión de raza puede ser difícil, no solo para las personas blancas, sino también para las personas de color. Cuando se trata de un problema serio, rara vez existe un único factor o punto de vista. No existe una fórmula para dirimir este tipo de cosas. Como somos parte de una sociedad en la que hablar de raza no es algo que se “haga” de manera respetuosa, no tenemos mucha práctica en expresar con palabras las cuestiones raciales. Pero es difícil, si no imposible, hablar de raza cuando ni siquiera acordamos cuándo algo es una cuestión de raza. Necesitamos un punto de partida. Si buscás una manera simple de determinar si algo es una cuestión de raza, aquí encontrarás algunas reglas básicas. Cuando digo básicas, quiero decir básicas.
1. Si una persona de color piensa que es una cuestión de raza, entonces es una cuestión de raza.
2. Si afecta de manera desproporcionada o diferente a las personas de color, es una cuestión de raza.
3. Si encaja dentro de un patrón más amplio de eventos que afectan de manera desproporcionada o diferente a las personas de color, es una cuestión de raza.
Ahora bien, al leer esta lista corta, es fácil pensar que es demasiado amplio, ¡casi “cualquier cosa” puede incluirse en estas categorías! Es cierto, casi cualquier cosa puede incluirse en estas categorías. ¿Por qué? Porque la raza afecta casi todos los aspectos de nuestras vidas. Analicémoslo más a fondo.
Si una persona de color piensa que es una cuestión de raza, entonces es una cuestión de raza. A primera vista, podría parecer que estoy pidiéndote que creas en la palabra de todas las personas de color, como si fueran infalibles e incapaces de mentir o malinterpretar una situación. Pero la verdad es que no viene al caso si alguien es falible o no. Todos y cada uno de nosotros somos una colección de experiencias vividas. Estas nos moldean y determinan cómo interactuamos con el mundo y cómo vivimos en él. Y nuestras experiencias son válidas. Debido a que no experimentamos el mundo con una sola parte de nosotros, no podemos dejar fuera nuestra identidad racial. Entonces, si una persona de color dice que algo es una cuestión de raza, lo es, porque independientemente de los detalles, de si se puede comprender desde afuera, la identidad racial es parte de ella e interactúa con la situación. Tené en cuenta que si sos una persona blanca y estuviste en esta situación, no creas que, por el hecho de no haber sido consciente de tu identidad racial en determinado momento, la raza no estuvo involucrada en tu experiencia de la situación. Todos somos productos de una sociedad racializada, lo que afecta todas nuestras interacciones.
Puede suceder que algo sea una cuestión de raza, pero eso no significa que solo se trate de la raza. Cuando menciono que los empleados blancos me siguen en las tiendas, se trata de una cuestión de raza, porque independientemente de la intención de la empleada, traigo conmigo toda la historia de una mujer negra a la que, de manera habitual, la siguen los empleados o el personal de seguridad cuando hace compras en una tienda. Es posible que esta empleada no esté pensando en mi raza cuando me sigue, que solo sea una aprendiz demasiado entusiasta, o que sospeche que todos los clientes roban y los siga independientemente de la raza. Pero ella, incluso si actúa con ingenuidad, también incorpora su identidad blanca a la interacción, ya que es una persona a la que el personal de una tienda no suele seguir y, por lo tanto, no es consciente del impacto que tendría en mí que un empleado blanco me siguiera una vez más por una tienda. Lo sepa o no, sus acciones también son una cuestión de raza. Pero si bien este ejemplo implica el concepto de raza, y los aspectos raciales deben abordarse, también evidencia un problema de capacitación, ya que seguir a los clientes de cualquier raza de forma agresiva es malo para cualquier negocio. Puede que se trate de todas estas cosas y, de hecho, es así.
Si afecta de manera desproporcionada o diferente a las personas de color, es una cuestión de raza