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Movimientos como el Black Lives Matter han puesto el foco en el racismo. En su prólogo, Lucía Mbomío establece que se trata de una cuestión tan urgente en España como en Estados Unidos. Pero ¿sabemos hablarlo? ¿Cómo no ponerse a la defensiva si nos dicen que hemos hecho un comentario racista? ¿Por qué a una amiga negra le molesta que le toquen el pelo? ¿Qué hay detrás de conceptos como microagresión o apropiación cultural? Vamos a hablar de racismo es una guía práctica para entablar esas conversaciones tan incómodas como necesarias. Ijeoma Oluo, a veces con humor, otras desde la rabia y siempre con generosidad, comparte sus experiencias y vivencias para explorar la compleja realidad del panorama racial actual y ofrece pautas claras y un vocabulario útil para tener conversaciones constructivas sobre racismo. Un libro que se convirtió en best seller cuando el New York Times lo destacó como fundamental para entender lo que estaba pasando en Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd en 2020.
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Seitenzahl: 397
Veröffentlichungsjahr: 2022
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TÍTULO ORIGINAL So You Want to Talk About Race © 2019, Ijeoma Oluo
Publicado por Plankton Press S.L. C/ Hernán Cortés 3 29679 Benahavis (Málaga)[email protected]
Primera edición en Plankton Press: abril 2022
© de esta edición, 2022 Plankton Press S.L. © de la traducción, 2022, Cristina Lizarbe Ruiz © del prólogo, 2022, Lucía-Asué Mbomío Rubio © de la fotografía de cubierta, Nakeya Brown
ISBN: 978-84-19362-13-1
Diseño de cubierta: Lles Fotografía de portada: Nakeya Brown Maquetación: Alvaro López López Impresión y encuadernación: GraphyCems
Tipografía: Sabon
Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo sin autorización previa por escrito del titular de los derechos salvo para uso personal y no comercial.
Ijeoma Oluo
Una guía para entendernos
Prólogo deLucía-Asué Mbomío Rubio
Traducción del inglés de Cristina Lizarbe Ruiz
Plankton Press2022
Prólogo
Introducción. Vamos a hablar de racismo
1. ¿De verdad es una cuestión de raza?
2. ¿Qué es el racismo?
3. ¿Y si hablo de racismo, pero no lo hago bien?
4. ¿Por qué siempre me dicen que «examine mis privilegios»?
5. ¿Qué es la interseccionalidad y por qué la necesito?
6. ¿De verdad la brutalidad policial es una cuestión de raza?
7. ¿Cómo puedo hablar de la discriminación positiva?
8. ¿Qué es la ruta directa escuela-cárcel?
9. ¿Por qué no puedo decir la palabra que empieza por n?
10. ¿Qué es la apropiación cultural?
11. ¿Por qué no puedo tocarte el pelo?
12. ¿Qué son las microagresiones?
13. ¿Por qué nuestros estudiantes están tan enfadados?
14. ¿Qué es el mito de la minoría modelo?
15. Pero ¿qué pasa si no soporto a Al Sharpton?
16. Me acaban de llamar racista, ¿y ahora qué hago?
17. Hablar es genial, pero ¿qué más puedo hacer?
Epílogo
Agradecimientos
Introducción
Como mujer negra, la raza siempre ha tenido un papel importante en mi vida. Nunca he podido escapar del hecho de que soy una mujer negra en un país supremacista blanco. Mi negritud es una parte integral de cómo me visto cada mañana, en qué bares me siento más cómoda, qué tipo de música me gusta, qué barrios frecuento. La realidad de la raza no ha sido siempre bienvenida en mi vida, pero ha estado ahí en todo momento. Cuando era pequeña, me preguntaba constantemente por el porqué de mi piel tan oscura cuando la de mi madre era tan blanca: ¿era adoptada?, ¿de dónde venía? Cuando crecí, me encontré con la ropa que no estaba hecha para mis formas, los comentarios maliciosos sobre mi pelo y mis labios y los ídolos adolescentes que jamás considerarían guapa a una chica como yo. Luego fueron los dependientes que me seguían por las tiendas y las empresas que estaban dispuestas a contratar a alguien hasta que yo entraba por la puerta y entonces dejaban de estarlo. Y los jefes que me decían que hablaba demasiado «alto», las quejas sobre mi pelo, demasiado «étnico» para la oficina, y las explicaciones de por qué, aunque fuera una empleada valiosa, ganaba mucho menos que otros empleados blancos que hacían el mismo trabajo. Los agentes de policía con los que no puedo mantener contacto visual, los Uber que pido y me dejan colgada, que pasan de largo en vez de parar cuando me ven. Cuando tuve a mis hijos hube que afrontar que la gente asumiera que eran mayores de lo que realmente eran, que sus riñas o peleas fueran consideradas demasiado violentas, que volvieran a casa con lágrimas en los ojos cuando un compañero de clase había repetido el ignorante comentario de uno de sus padres.
Pero la raza también me ha regalado horas y horas de maravillarme con nuestra historia. Tardes y noches bailando y celebrando al son del jazz, del rap y del rhythm & blues. Comidas al aire libre con costillas y ensalada de patata y pastel de boniato. Las manos de mujeres trenzándome el pelo. Leer las mágicas palabras de Toni Morrison, Maya Angelou y Alice Walker y saber que están escritas para mí. Las fiestas con arroz jollof y fufú y mujeres nigerianas con sus trajes de lentejuelas y sus enormes guelés en la cabeza. El gesto de saludo a esa persona negra desconocida que te cruzas por la calle y que significa «Te veo, hermano». El orgullo por Malcolm, Martin, Rosa y Angela. Una sala donde suenan las risas más desinhibidas que has oído nunca. El contacto con mi hijo pequeño cuando pone su mano sobre la mía y dice «Somos del mismo color».
La raza, mi raza, ha sido una de las fuerzas más determinantes de mi vida. Pero no es algo de lo que siempre haya hablado, desde luego no como lo hago ahora.
Como muchas personas, he pasado la mayoría de mis días limitándome a tratar de salir adelante. La vida es ajetreada y dura. Están el trabajo, los niños, las tareas domésticas y los amigos. Pasamos tanto tiempo saltando de una minicrisis a otra. Sí, mi día a día estaba entonces tan lleno de microagresiones, de dolor y de la opresión del racismo como lo está ahora, pero tenía que seguir adelante como de costumbre. Es muy duro sobrevivir en este mundo como mujer negra, y recuerdo haber dicho una vez que, si me parara a sentir, a sentir de verdad, el dolor del racismo que me he ido encontrando, empezaría a gritar y no callaría jamás.
Así que hice lo que hacemos la mayoría: intenté sacar el mayor provecho posible de la situación. Trabajaba el doble que mis compañeros blancos, me quedaba hasta tarde todos los días. Vestía como si cada día tuviera una entrevista de trabajo. Era el doble de educada con las personas blancas con las que me encontraba en público. Hacía lo imposible para demostrar que no estaba enfadada, que no suponía una amenaza. Me reía con los chistes racistas como si no me hicieran daño. Me decía a mí misma que todo aquello valdría la pena algún día, que ser una mujer negra triunfadora ya era suficientemente revolucionario.
Pero, a medida que cumplía años, mientras los objetivos que me había propuesto iban haciéndose realidad poco a poco, algo empezó a cambiar dentro de mí. Trataba de bajar la voz en las reuniones y no me salía. Trataba de reírme con los chistes racistas y no me salía. Trataba de aceptar las razones de mi jefe para darme un ascenso, pero no un aumento de sueldo, y no me salía. Y empecé a hablar.
Empecé a cuestionar cosas, empecé a resistir, empecé a pedir. Quería saber por qué ser «testaruda» se consideraba algo malo, quería saber por qué mi pelo se consideraba «poco profesional», quería saber por qué exactamente resultaba tan «gracioso» ese chiste. Y, en cuanto empecé a hablar, ya no pude parar.
También empecé a escribir. Convertí mi blog sobre comida en un blog sobre mí y empecé a decir las cosas que la gente a mi alrededor creía siempre que eran «demasiado negativas», «demasiado desagradables» y «demasiado conflictivas». Empecé a poner por escrito mis frustraciones y mi angustia. Empecé a escribir sobre el miedo que sentía por mi comunidad y mi familia. De pronto me veía a mí misma, tal y como era, y en cuanto empiezas a verte a ti mismo ya no puedes seguir fingiendo.
No salió muy bien. A mis amigos blancos (como había crecido en Seattle, la mayoría de mis amigos eran blancos), algunos de mi época del instituto, no les gustó mi verdadero yo. Este no era el trato que habían hecho. Sí, se indignaban con el calentamiento global y se cabreaban con los chanchullos republicanos, pero no decían una sola palabra sobre la opresión racial y la brutalidad a la que se enfrentan las personas racializadas en este país. «No me corresponde a mí», explicaban cuando les suplicaba, frustrada, que hiciesen algún comentario, «no me siento cómodo con el tema». Y, a medida que miraba a mi alrededor y veía que mis vecinos no eran mis vecinos de verdad, a medida que veía cómo mis amigos dejaban de considerarme «divertida», empecé a gritar más fuerte. Alguien tenía que escucharme. A alguien tenía que importarle. No podía ser que estuviera sola.
Como en una diálisis, lo viejo salió para que entrara lo nuevo. De repente, gente que no conocía intentaba contactar conmigo, gente de la zona y de todos los rincones del país, en persona y online, solo para decirme que habían leído mi entrada del blog y que, mientras la leían, se habían sentido escuchados. Entonces empezaron a aparecer los editores online, preguntándome si podían volver a publicar mi trabajo. Y personas negras de mi zona, aisladas e invisibles, comenzaron a contactarme haciéndome ver que, después de todo, sí tenía vecinos.
Al principio hablaba y escribía por pura supervivencia, sin ningún tipo de beneficio para nadie. Gracias al poder y la libertad de internet, muchas otras personas racializadas han podido también dar su opinión. Hemos podido llegar a otras ciudades, estados e incluso países para compartir y reafirmar que sí, que lo que estamos experimentando es cierto. Pero internet tiene un público muy amplio y, aunque escribiéramos solo para nosotros mismos, el poder del dolor, de la ira, del miedo, del orgullo y del amor de un sinfín de personas racializadas no podía pasar desapercibido para las blancas, sobre todo para aquellas comprometidas de verdad con la lucha contra las injusticias. Mientras algunas personas habían optado por darnos la espalda, disgustadas porque su espacio de vídeos de gatitos y fotos de bebés había sido invadido por esta molestia, otras se acercaron más, conscientes de que durante mucho tiempo no habían reparado en algo muy importante.
Durante estos últimos años, el auge de las voces racializadas, junto con la difusión generalizada de pruebas en vídeo de la brutalidad y las injusticias contra ellas, han resaltado en nuestras consciencias la urgencia de hacer frente al racismo en Estados Unidos. La raza ya no es algo que la gente pueda optar por ignorar. Algunos de nosotros no hemos dejado de hablar de ello y no se nos ha escuchado. Otros están alzando la voz por primera vez.
Es una época de mucho miedo para un montón de gente que ha comprendido ahora que Estados Unidos no es, ni ha sido nunca, la utopía y el crisol cultural que sus padres y profesores les dijeron que era. Es una época de mucho miedo para quienes se están dando cuenta ahora de lo dolidas, enfadadas y aterrorizadas que, con razón, han estado tantas personas de color durante todo este tiempo. Es una época muy angustiosa para estas personas que han estado luchando, gritando y tratando de protegerse de un mundo que pasa de ellas, todo para que, de repente, toda esa gente que las ha ignorado durante tanto tiempo les pregunte: «¿Qué ha ocurrido en tu vida? ¿Puedes educarme?». Ahora que estamos todos en el mismo sitio, ¿cómo empezamos este debate?
No estamos hablando de una pequeña brecha entre las distintas experiencias y puntos de vista. El Gran Cañón es una brecha. Esto es un abismo donde podrías meter sistemas solares enteros. Pero no importa lo desalentador que sea, estás aquí porque quieres escuchar y que te escuchen. Estás aquí porque sabes que hay algo que no funciona y quieres un cambio. Y sí que podemos encontrar el camino que nos une. Podemos encontrar el camino para llegar a nuestra verdad. Puede ocurrir, lo he visto. Mi vida es una prueba de ello. Y todo empieza con una conversación.
Es muy probable que, independientemente de tu raza, hayas intentado tener estas conversaciones en algún momento. También es muy probable que no hayan ido demasiado bien. Hasta el punto de que tal vez te dé miedo volver a tener estas conversaciones. Si es tu caso, no estás solo. Una de las razones por las que decidí escribir este libro es porque suelo escuchar a gente de todas las razas decir cosas como «¿Cómo puedo hablar con mi suegra sobre los chistes racistas que hace?» o «Me acaban de llamar la atención por ser racista, pero no entiendo qué he hecho mal» o «No sé qué es la interseccionalidad y me da miedo reconocerlo». Hay gente que me busca online y me pide que no publique sus preguntas. Hay gente que crea cuentas de correo electrónico nuevas para poder enviármelas de forma anónima. La gente tiene miedo de equivocarse en estas conversaciones, pero siguen intentándolo y lo agradezco de corazón.
Estas conversaciones no son fáciles, pero lo irán siendo cada vez más. Tenemos que comprometernos con el proceso si queremos abordar la raza, el racismo y la opresión racial en nuestra sociedad. Puede que este libro tampoco sea fácil. No es que sea famosa por mi sentido del humor, pero alguna vez sí me han considerado graciosa. Aun así, me ha resultado muy difícil recurrir al humor en este libro. En nuestro sistema racialmente opresivo hay un dolor real, un dolor que siento como mujer negra. Fui incapaz de dejar esto a un lado mientras lo escribía. No tenía ganas de reírme. Escribir este libro fue extenuante y desgarrador, y he intentado aligerar un poco esa sensación en el papel, pero sé que a algunos de vosotros este libro os afectará, y mucho. En el caso de muchas personas blancas, este libro puede ponerte cara a cara con cuestiones de raza y privilegio que te harán sentir incómodo. En el caso de muchas personas racializadas, este libro puede hacerte recordar algunas experiencias traumáticas que hayas vivido por tu raza. Pero un sistema centenario de opresión y brutalidad no tiene una solución fácil, y tal vez no deberíamos buscar lecturas fáciles. Espero que, si algunas partes de este libro te hacen sentir incómodo, puedas instalarte en esa incomodidad durante un rato y ver si tiene algo que ofrecerte.
La mayoría de los temas que encontrarás en este libro tratan cuestiones sobre las que suelen preguntarme en mi trabajo cotidiano. Algunos son temas sobre los que me gustaría que me preguntaran más. Pero todos son temas sobre los que tenemos que ser capaces de hablar. Espero que la información que ofrezco aquí, aunque diste mucho de ser exhaustiva, pueda ayudarte a conseguir un punto de partida y avanzar en tus conversaciones con menos miedo.
Sí, el racismo en Estados Unidos es horrible y terrorífico. Las emociones que nos despierta están justificadas. Pero también lo encontramos en todas partes, en cada rincón de nuestras vidas. Tenemos que desprendernos de parte de ese miedo. Tenemos que ser capaces de mirar a los ojos al racismo siempre que nos topemos con él. Si lo seguimos tratando como un monstruo gigante que nos persigue, la huida no acabará jamás. Y huir no nos ayudará cuando lo encontremos en nuestro lugar de trabajo, en nuestro Gobierno, en nuestros hogares y en nosotros mismos.
Me hace muy feliz que estés aquí. Me hace muy feliz que estés dispuesto a hablar de racismo. Es un honor participar en esta conversación contigo.
1.
—A ver, solo es que creo que habríamos llegado más lejos si nos hubiéramos centrado más en la clase que en la raza.
Estoy sentada frente a un amigo en una cafetería que hay cerca de mi casa. Es un buen amigo, una persona inteligente, reflexiva y bienintencionada. Siempre disfruto de su compañía y de la oportunidad de hablar con alguien que también está interesado en la actualidad mundial. Pero estoy cansada. Estoy cansada porque llevo teniendo esta misma conversación desde las elecciones de 2016, el tiempo que los liberales y los progresistas llevan peleándose por descubrir qué es lo que salió mal. ¿Qué faltó en el mensaje de la izquierda que hizo que tanta gente sintiera tan poco entusiasmo ante la idea de votar a una candidata demócrata, más aun teniendo a Donald Trump en el otro bando? Hasta la fecha, un gran número de personas (la mayoría de ellos hombres blancos a los que pagan para pontificar sobre política y actualidad) parece haber llegado a esta conclusión: nosotros, el amplio y variado grupo de demócratas, socialistas e independientes conocido como «la izquierda», nos centramos demasiado en las «políticas identitarias». Nos centramos en las necesidades de las personas negras, de las personas trans, de las mujeres, de las personas latinoamericanas. Todo este enfoque especializado ha dividido a la gente y ha dejado a un lado a los hombres blancos de clase trabajadora. Al menos ese es el razonamiento.
Es lo que yo y muchos otros escuchamos durante la larga campaña presidencial, es lo que he escuchado durante esta última campaña y durante la anterior. Es lo que decían los tíos blancos de mis clases de ciencias políticas de la universidad.
Y aunque estoy cansada porque tuve esta conversación con varias personas durante varias horas la tarde anterior, aquí estoy teniéndola otra vez, escuchando lo que he escuchado siempre: el problema de la sociedad estadounidense no es la raza, es la clase.
—Por supuesto, si mejoras las cosas para las clases bajas, mejoras las cosas para las minorías —añade mi amigo, viendo la decepción y el hastío en mi cara.