¿Quién es el jefe? - Fernando Zabada - E-Book

¿Quién es el jefe? E-Book

Fernando Zabada

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¿Qué deseas para tus hijos? Ser padres y educadores supone, unas veces, tener muchas preguntas que no sabemos responder; y otras, desconocer las preguntas más importantes que hemos de hacernos. Para ayudarnos en ambos casos, nada mejor que la orientación de un experto en comunicación y educación. Este libro enseña a distinguir cuáles han de ser las prioridades en la educación de los niños para que lleguen a ser adultos maduros, equilibrados y con convicciones correctas. Y da las claves para dejarles un legado que perdure y que sea significativo para ellos.

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¿Quién es el jefe?

Claves para formar hijos maduros y equilibrados

Fernando Zabala

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Tabla de contenidos
Tapa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

¿Quién es el jefe?

Claves para formar hijos maduros y equilibrados

Fernando Zabala

Dirección: Pablo Ale, Eric E. Richter

Diseño de tapa: Mauro Perasso

Diseño del interior: Rosana Blasco

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXXIII

Es propiedad. © Inter-American Division Publishing Association, 2018. © Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-891-8

Zabala, Fernando

¿Quién es el jefe?: Claves para formar hijos maduros y equilibrados / Fernando Zabala / Dirigido por Pablo Ale; Eric E. Richter. - 1ª ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-798-891-8

1. Guías para Padres. I. Ale, Pablo, dir. II. Richter, Eric E., dir. III. Título.

CDD 248.845

Publicado el 31 de julio de 2023 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

A mis padres, Agustín y Aura.

A mis suegros, Juan y Elba.

Ellos ya descansan, pero nos dejaron un rico legado moral que nos proponemos dejar en manos de nuestros hijos y nuestros nietos.

Capítulo 1

¿Qué deseas para tus hijos?

“En un universo moral, la felicidad y la moralidad están relacionadas”.

Robert Lewis1

En dos o tres palabras, ¿qué deseas para tus hijos?

Esta pregunta es la que el Dr. Dan Kindlon lleva años haciendo a los padres que requieren de sus servicios. Kindlon es un renombrado psicólogo e investigador en el campo del desarrollo emocional y cognitivo de niños y adolescentes, que fue profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard durante 25 años y es autor de varios libros de éxito en ventas.

¿Qué responden los padres al Dr. Kindlon cuando les pregunta qué desean para sus hijos? Antes de descubrirlo, leamos el caso de Connor, de quien este autor escribe en uno de sus libros.2

Connor es un adolescente de 16 años a quien su profesor de Historia acusó de plagio en un trabajo que hizo sobre la Guerra de Vietnam. Si se demostraba que había plagiado, Connor sería expulsado tres días, y su calificación final en esa materia se vería muy afectada. La expulsión también afectaría a su calificación en Química, porque le impediría tomar el examen de esa materia. Así que, sus probabilidades de poder estudiar en una buena universidad se verían muy mermadas, y esta era, precisamente, la preocupación de los padres de Connor. Cuando el Dr. Kindlon les preguntó qué deseaban ellos para su hijo, la madre respondió:

–Queremos que sea feliz. Nos gustaría que estudie en una buena universidad, para que pueda hacer lo que quiera con su vida.

Con este objetivo en mente, estos padres habían matriculado a Connor en una prestigiosa escuela secundaria. Pero ahora, una posible expulsión estaba poniendo en peligro todo su futuro. Lo que esta madre no sabía es que la conducta de Connor fuera de la escuela dejaba mucho que desear. En otras palabras, ¡el futuro del joven ya estaba en peligro, y no precisamente por la acusación de plagio!

Creo que ya puedes imaginar cuál es la respuesta que recibe con mayor frecuencia el Dr. Kindlon cuando pregunta a los padres qué desean para sus hijos: “Que sean felices”.

Ahora bien, ¿se puede culpar a una madre y a un padre por desear que sus hijos sean felices? ¡Por supuesto que no! ¿Qué padre no desea la felicidad para sus hijos? El problema está en hacer de la felicidad la meta suprema al criarlos. La felicidad nunca debiera ser el objetivo principal a la hora de educar a nuestros hijos, por la sencilla razón de que la felicidad siempre es el resultado de otros factores, como las decisiones que ellos tomen o los hábitos que cultiven. Su felicidad depende de la manera en que vivan.

¿En cuántos anuncios de televisión has visto que a los jóvenes se los anime a amar y a servir? ¿En cuántos se muestra la importancia del respeto, la responsabilidad y el servicio desinteresado?

Y aquí radica el error que cometieron los padres de Connor. Más importante que el prestigio de su futura universidad debió haber sido el hecho de que su hijo haya recurrido al fraude para lograrlo. ¿No era aquella una valiosa oportunidad para que el joven aprendiera algo útil sobre el valor de la integridad? ¿No era aquel un momento perfecto para que entendiera que nuestros actos –tanto buenos como malos– tienen consecuencias que tarde o temprano tendremos que enfrentar?

¿Quieres que tus hijos sean felices?

En opinión de Tony Devine, Joon Ho Seuk y Andrew Wilson,* independientemente de cuál sea la cultura en la que una persona haya sido criada, su felicidad será principalmente el producto de la interacción de tres factores:

La madurez de su carácter, que consiste en que el niño desarrolle su capacidad de amar y de hacer lo bueno en lugar de lo malo.Las buenas relaciones interpersonales. Esta habilidad comienza en el hogar, donde el niño aprende de sus padres y de otros adultos sus primeras lecciones de respeto, responsabilidad y honestidad. Además, debe aprender a amar, a compartir y a servir. La capacidad de contribuir al bien de la sociedad. Los valores aprendidos en el hogar, unidos a los buenos hábitos cultivados desde temprana edad, sientan las bases para que el niño desarrolle buenas relaciones interpersonales a lo largo de su vida. Por su parte, los valores paternos relativos al servicio y el amor al prójimo lo preparan para hacer un aporte a su comunidad.

No hace falta ser un buen observador para notar que no es esto lo que se ve y escucha en los medios de comunicación. ¿En cuántos anuncios de televisión has visto que a los jóvenes se los anime a amar y a servir? ¿En cuántos se muestra la importancia del respeto, la responsabilidad y el servicio desinteresado?

¿Vamos a seguir esperando que otros hagan la labor que a nosotros nos corresponde como padres y madres?

*Cultivating Heart and Character [Cultivar el corazón y el carácter] (Chapel Hill, Carolina del Norte: Character Development Publishing, 2000), pp. 66, 67.

¿Por dónde comenzar?

¿Queremos que nuestros hijos sean felices? Entonces comencemos por enseñarles a ser responsables. Hablémosles del valor de la integridad. Enseñémosles desde temprana edad la importancia de no mentir; la satisfacción del trabajo bien hecho; el valor del esfuerzo personal para alcanzar una meta; el gozo que deriva del servicio al prójimo... Enseñémosles que las decisiones que tomen cada día harán de ellos mejores o peores personas. En palabras de William J. Bennet, eduquemos su mente y su corazón para que sean buenos. Esto es educación moral.3

Por supuesto, no se espera que, cuando son aún pequeños, nuestros hijos entiendan plenamente por qué siempre conviene ser buenos. Lo que sí se espera es que tú y yo lo entendamos, porque, tal como expresa Robert Lewis, “en un universo moral, como el nuestro, no puede haber felicidad sin moralidad”.Es decir, una persona no puede ser verdaderamente feliz a menos que haga lo bueno, no solo en público, sino también cuando nadie la ve. Y es que no puede ser de otra manera. La persona que para salir adelante en la vida tiene que recurrir al engaño, a la mentira, a la hipocresía o al robo, nunca podrá ser feliz, porque a la larga terminará perdiendo no solo el respeto de los demás sino, lo que es peor, el respeto propio. Ya lo dijo hace siglos el profeta Isaías: “Para los malos no hay bienestar” (Isaías 57:21).

Llegados a este punto, conviene hacer una importante aclaración: nuestro esfuerzo como padres no consiste sencillamente en que nuestros hijos hagan lo bueno, porque bien podría ocurrir que actúen correctamente por miedo al castigo o por interés en la recompensa. Nuestro mayor interés debiera ser que amen lo bueno. En palabras del apóstol Pablo, nuestro ideal es que los niños crezcan amando “todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio” (Filipenses 4:8, NBD).

El carácter va más allá de la apariencia y la conducta; tiene que ver con los principios, los atributos, los rasgos distintivos, los valores; con lo que somos en lo más íntimo de nuestro ser.

En otras palabras, aquí estamos hablando del carácter y de la labor que como padres debemos cumplir para su edificación.

¿Qué es la edificación del carácter?

Cuando hablamos del carácter, ¿a qué nos estamos refiriendo? Simple y sencillamente, a lo que somos. Mucha gente confunde el carácter con la personalidad (la imagen que proyectamos) o con la reputación (el buen nombre o prestigio del que goza una persona), pero el carácter va más allá de la simple apariencia o la conducta exterior: tiene que ver con los principios, los atributos, los rasgos distintivos, los valores; es decir, con la persona completa, con lo que somos en lo más íntimo de nuestro ser.

Y dado que se relaciona con la persona completa, el carácter abarca las tres dimensiones del ser:

la cognitiva: saber qué es lo bueno;la emocional: desear lo que es bueno;la conductual:hacer lo que es bueno.

Hablar del carácter en términos de la persona completa –o de “lo que está por dentro”–, de los principios y valores que dan vida a las acciones, significa que la tarea que enfrentamos como padres y madres no es nada fácil, porque estamos hablando de la excelencia moral de nuestros hijos. Y hablar de excelencia moral es nadar contra la corriente en una sociedad en la que la oferta que se nos quiere vender gira alrededor de “ser feliz” y “tener éxito”.

Hablar de excelencia moral es nadar contra la corriente en una sociedad que gira alrededor de “ser feliz” y “tener éxito”.

Si nuestra misión fuera prepararlos simplemente para una vida de éxito, como se entiende hoy en día, o para “que sean felices”, entonces la receta ya está a nuestra disposición. Sencillamente, asegurémonos de que estudien en las mejores universidades, obtengan un título académico y luego acumulen todo el dinero y el poder del que sean capaces. O que, aunque no obtengan un título universitario, se las ingenien para destacar en el mundo de los deportes, de la farándula o de los negocios. Pero como tú y yo bien sabemos, la responsabilidad que tenemos como padres y madres va mucho más allá de conducirlos a una “vida de éxito”. Se trata de prepararlos para que sean hombres y mujeres de bien, de principios sólidos, que distingan el bien del mal, que deseen en lo más íntimo de su ser hacer el bien y, sobre todo, que tengan el valor de hacer lo correcto aunque eso los coloque del lado de la minoría.

El puente de Brooklyn, construido entre 1870 y 1883, y que hoy une los distritos de Manhattan y Brooklyn en la ciudad de Nueva York, ilustra muy bien esta difícil tarea. Cuando se inauguró este puente, muchos le auguraron una vida efímera. Se decía que no era lo suficientemente sólido, y que en poco tiempo colapsaría. En su artículo “Dual Citizenship” [Doble ciudadanía], Lowell C. Cooper escribe que, para tranquilizar a la gente, se contrató a un circo para que hicieran cruzar el puente a más de veinte elefantes al mismo tiempo. El puente pasó la prueba sin ningún tipo de problemas. De hecho, ya por más de un siglo ha cumplido su misión de servir como una importante arteria vial en el corazón de una de las ciudades más populosas del mundo.4

¿A qué se debe la durabilidad de esa obra de ingeniería, edificada en un tiempo en que los niveles de exigencia para este tipo de construcciones no eran tan elevados? A varias razones:

A los materiales de construcción, entre los que estaba el acero, toda una novedad en ese entonces. A los arquitectos, que lo diseñaron para que fuera seis veces más fuerte de lo que era necesario en aquel tiempo. A los ingenieros –he aquí lo más importante–, que se esforzaron para que la fortaleza del puente radicara en los pilares; es decir, en la parte de la estructura que no se ve, la que se encuentra debajo de la superficie.

¿No es esta una apropiada ilustración de la obra que se espera que hagamos con nuestros hijos? ¿Qué clase de “materiales” estamos usando en la edificación de su carácter? Es decir, ¿qué valores y virtudes les estamos transmitiendo? ¿Los estamos preparando para hacer frente a todas las vicisitudes de la vida?

Así como el puente de Brooklyn es una sólida estructura que lleva más de un siglo en pie, la educación de nuestros hijos debe hacerse con miras a que tengan un carácter sólido.

En una época en que la publicidad y los medios de comunicación quieren vendernos la idea de que lo que cuenta en la vida es la imagen, vamos a esforzarnos para que en el proceso de edificación del carácter de nuestros hijos lo más importante sea lo que no se ve, “lo que está por dentro”:

los buenos hábitos, cultivados desde temprana edad; y los valores, que en su momento nosotros recibimos de nuestros padres y abuelos, y que ahora queremos que pasen a la siguiente generación.

Ahora bien, si el carácter es “lo que está por dentro” –la clase de persona que soy, no lo que aparento ser–, ¿cuál es “la materia prima” de la cual está hecho el carácter?

El “contenido” del carácter

¿De qué está “hecho” el carácter? Continuando con la figura de la edificación que venimos usando, podemos decir que los “materiales de construcción” que hemos de usar en la edificación del carácter son las virtudes.

¿Qué viene a tu mente cuando escuchas la palabra virtudes? Si estás pensando en, por ejemplo, la responsabilidad, el respeto, la honestidad, la gratitud, el dominio propio o la compasión, estás en lo correcto. Según el Diccionario de la Real Academia Española, dos de las acepciones de la palabra “virtud” son “recto modo de proceder” y “disposición para obrar de acuerdo con determinados ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza”.

En esta época en que lo que cuenta es la imagen, vamos a educar el carácter de nuestros hijos para que lo más importante sea lo que no se ve.

El profesor Thomas Lickona, a quien con mucha razón se le conoce como “la Biblia de la educación del carácter”, escribe en su obra Character Matters [El carácter es lo que importa] que las virtudes son “objetivamente buenas”.5 Con esto quiere decir que son buenas independientemente de la opinión o el gusto de la gente. Tú y yo podemos diferir en relación con nuestras preferencias políticas, religiosas, musicales, deportivas o de cualquier otra naturaleza, y eso es normal, incluso deseable. Sin embargo, muy probablemente estaremos de acuerdo en que, por ejemplo, la honestidad es buena; como también lo son la justicia, la responsabilidad y el servicio al prójimo.

Las virtudes, por ser “objetivamente buenas”, trascienden fronteras y sirven al bien común, no importa el contexto sociocultural en el que se manifiesten. Lo que esto significa es que son universales. Pensemos, por ejemplo, en las virtudes cardinales, así llamadas porque alrededor de ellas se agrupan todas las demás virtudes: la prudencia (sabiduría), la justicia, la fortaleza, la valentía y el dominio propio. ¿Habrá habido alguna época en la historia de la humanidad en que estas virtudes no fueran necesarias?

Por otra parte, ¿podemos pensar en desarrollar un carácter noble e íntegro si falta alguna de ellas? ¿De qué serviría, por ejemplo, que nuestros hijos supieran lo que es justo pero carecieran de valor para defender a alguien que es acusado injustamente? ¿De qué serviría si tuvieran ese valor pero carecieran de la sabiduría para discernir cuál es la mejor manera de actuar en favor de lo que es justo?

¿En qué consiste, entonces, nuestra labor en la edificación del carácter de nuestros hijos? Consiste en asegurarnos de que interioricen esas virtudes. En otras palabras, que las vayan integrando en su repertorio moral hasta que se conviertan en hábitos propios, en algo así como su segunda naturaleza. Es decir, que llegue el tiempo en que las sientan como plenamente suyas.

¿Por qué son buenas las virtudes?

El profesor Thomas Lickona afirma que las virtudes son universalmente buenas porque:

Definen lo que significa ser humano. Cuando, por ejemplo, pudiendo engañar, preferimos actuar de manera honesta; cuando, en vez de mentir, elegimos decir la verdad; cuando, en lugar de ignorar la condición del que sufre, decidimos aliviar su dolor, estamos poniendo de relieve lo que es esencialmente humano.Promueven el bienestar individual. Una buena acción (por ejemplo, una obra de caridad), beneficia tanto a la persona que es objeto de la buena obra como al sujeto que la realiza.Sirven al bien común. Porque, por una parte, contrarrestan lo malo que ocurre en una comunidad; y por otra, porque las buenas acciones inspiran actos de la misma naturaleza.*

* Thomas Lickona, ibíd.

Mientras nuestros hijos son pequeños, los valores paternos están, por así decirlo, “fuera” de ellos; son algo “externo”. Nuestra tarea consiste en transmitirles esos valores de modo que, en lugar de estar fuera de ellos, pasen a estar dentro. En otras palabras, se conviertan en la base de su manera habitual de proceder. Esto se llama interiorización. Aquí está la esencia de nuestra labor; por cierto, una labor que no se produce de manera automática, lo cual significa que hemos de esforzarnos por transmitir esos valores intencionalmente. Como bien expresan los esposos John y Millie Youngberg, “los ideales no sobreviven por el hecho de ser buenos; sobreviven cuando son cultivados en el carácter de nuestros hijos; es decir, cuando los interiorizan”.6

El jardín y las semillas

La declaración anterior de los esposos Youngberg contiene dos elementos dignos de consideración.

Por una parte, señala la gran verdad de que la transmisión de valores es un procesodeliberado por parte de los padres. Por la otra, indica la manera en que se debe realizar ese proceso: cultivando las virtudes.

Me gusta la palabra “cultivar” en este contexto de la transmisión de valores, por la riqueza de imágenes que trae a la mente. Por ejemplo, nos hace pensar en el diligente cuidado que el sembrador debe ejercer para que la semillita crezca y a su tiempo dé una abundante cosecha. Un cuidado muy similar al que debemos tener los padres y educadores al “sembrar” nuestros valores en el corazón de nuestros niños.

Hablar de la siembra y del cultivo de valores me recuerda una fábula de Wayne Dosick.7 Una mujer soñó que estaba en el mercado cuando de repente llegó a una tienda que nunca había visto. Para su sorpresa, un ángel estaba detrás del mostrador. Sin pérdida de tiempo, la mujer le preguntó qué vendían allí.

–Aquí vendemos todo lo que tu corazón desee –respondió el ángel.

–¿Todo lo que mi corazón desee? –replicó la mujer, emocionada–. ¡Qué maravilla! Entonces, por favor, véndame paz, amor, sabiduría, felicidad…

–Disculpe, señora –interrumpió el ángel–, siento mucho decirle que aquí no vendemos los frutos. Solo vendemos las semillas.

¡Muy interesante! Qué bueno sería que nuestros hijos nacieran con un carácter ya desarrollado, con buenos hábitos y, además, virtuosos. Pero no funciona así, por supuesto. Como bien nos recuerda esta fábula, el desarrollo del carácter es un proceso que comienza con la siembra de las buenas semillas: el respeto, la responsabilidad, el dominio propio, la generosidad y solidaridad, la honestidad, la gratitud… ¿Quiénes son los responsables de la siembra? Es verdad que los tíos ayudan, y también los vecinos y los maestros. Pero no nos equivoquemos en este asunto tan crucial: el hogar es el huerto, y nosotros, los padres, somos los principales sembradores.

El desarrollo del carácter es un proceso que comienza con la siembra de las buenas semillas: el respeto, la responsabilidad, el dominio propio, la generosidad y solidaridad, la honestidad, la gratitud...

Una apropiada ilustración de todo lo bueno que puede suceder cuando, temprano en la vida, los padres siembran buenas semillas la encontramos en la vida de John Wooden. Es muy probable que este nombre no te resulte familiar, pero si haces una rápida búsqueda en Internet te darás cuenta de que John Wooden es considerado el mejor entrenador estadounidense de baloncesto universitario de todos los tiempos. Entre los logros de Wooden se cuentan sus diez campeonatos, ¡siete de ellos seguidos!, obtenidos en un período de doce años (entre 1964 y 1975) y las 88 victorias consecutivas que su equipo logró durante ese tiempo. Por si fuera poco, fue nombrado seis veces mejor entrenador de la liga; y fue incluido en el Salón de la Fama del baloncesto universitario, primero como jugador (1961) y luego como entrenador (1973).

¿Qué factores se combinaron para que este joven criado en una granja de Indiana tuviera tanto éxito en la vida, y para que llegara a ser muy apreciado y admirado por sus jugadores (entre ellos, hombres de la talla de Kareem Abdul-Jabbar y Bill Walton), y por toda una nación? ¿Y de dónde obtuvo las enseñanzas que lo llevaron a desarrollar su conocida “Pirámide del éxito”?

En su libro Character is Destiny [El carácter es el destino], John McCain y Mark Salter explican que fue su carácter y su ejemplo lo que hizo de John Wooden una persona tan especial, y le permitió dejar una huella indeleble en la vida de sus jugadores.8 Un carácter en cuyo desarrollo sus padres ejercieron una influencia decisiva. Por ejemplo, con frecuencia John Wooden mencionaba tres de las lecciones más importantes que le enseñó su padre (bien podríamos decir, tres de las muchas semillas que su padre “sembró” en su corazón):

Nunca mientas, nunca hagas trampa, nunca robes. No te preocupes por el pasado, porque no puedes cambiarlo; más bien, trata de que cada día sea algo así como tu obra maestra.No trates de ser mejor que nadie; sencillamente, trata de ser la mejor persona que tú puedas llegar a ser.9

Con enseñanzas como estas, no sorprende saber que Wooden definía el éxito como la paz mental que resulta de saber que uno ha hecho lo posible para ser la mejor persona que se pueda llegar a ser.10 “Hagan siempre lo mejor que puedan, y no se preocupen del marcador”, decía Wooden a sus jugadores. ¡Con razón formó triunfadores, tanto en la cancha de juego como en la de la vida!

Tampoco sorprende saber que en la base de su Pirámide del éxito se encuentran la laboriosidad, la amistad, la lealtad, el compañerismo y el entusiasmo. Pero es que un edificio nunca será más fuerte de lo que son sus pilares. ¿Recuerdas lo que dijimos anteriormente con relación al puente de Brooklyn? ¡Era seis veces más fuerte de lo necesario! ¿Por qué? Porque quienes lo diseñaron estaban mirando hacia el futuro. Esta es la clave para que cualquier edificación resista el golpe de las tormentas y la prueba del tiempo. También es la clave en la edificación del carácter de nuestros hijos: las virtudes han de ser los pilares y los buenos hábitos deben estar a lo largo y ancho de toda la estructura. El resultado será, sin duda alguna, un carácter noble, una vida de éxito.

“Los ideales no sobreviven sencillamente por el hecho de ser buenos. Sobreviven solamente cuando son cultivados en la vida y el carácter de los niños y jóvenes”.

John y Millie Youngberg

Ahora, te hago una pregunta: la forma en que estos padres formaron a John Wooden, ¿no fue, en cierto modo, lo que nuestros padres hicieron contigo y conmigo? ¡Y pensar que nuestros “viejos”, dicho con todo cariño y respeto, realizaron esa labor sin libros, y sin ayuda de expertos!

Por eso no me cansaré de decir: ¡Mejor, imposible!

1 Real Family Values [Valores familiares reales] (Sisters, Oregón: Multnomah, 2000), p. 154.

2 Too Much of a Good Thing: Raising Children of Character in an Indulgent Age [Lo bueno en exceso: Cómo criar hijos con carácter en una era tolerante] (Nueva York: Hyperion, 2001), pp. 3, 5.

3 The Book of Virtues:A Treasury of Great Moral Stories [El libro de las virtudes: Un tesoro de grandes relatos morales] (Nueva York: Simon & Schuster, 1993), p. 11.

4 Adventist Review, 9 de diciembre de 2010, p. 24.

5 (Nueva York: Touchstone, 2004), p. 7.

6