Quintana Roo - Lorena Careaga Vilesid - E-Book

Quintana Roo E-Book

Lorena Careaga Vilesid

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Beschreibung

Desde cuatro líneas conductoras arranca esta historia de Quintana Roo: la diversidad cultural y étnica, la particularidad del estado, la viabilidad y el peligro de desaparición y mutilación, el periodo de la presidencia de Adolfo López Mateos y la gubernatura de Javier Rojo Gómez, hasta la explosión social y económica que caracteriza hoy a Quintana Roo.

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LORENA CAREAGA VILIESID. Antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún, Quintana Roo.

ANTONIO HIGUERA BONFIL. Antropólogo e historiador formado en la Universidad Autónoma Metropolitana, El Colegio de Michoacán y la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Académico fundador de la Universidad de Quintana Roo, ha publicado diversos títulos y participado en eventos académicos nacionales e internacionales a lo largo de 25 años.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

QUINTANA ROO

LORENA CAREAGA VILIESID ANTONIO HIGUERA BONFIL  

Quintana Roo

HISTORIA BREVE

EL COLEGIO DE MÉXICO FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010 Segunda edición, 2011    Primera reimpresión, 2012 Primera edición electrónica, 2016

Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

D. R. © 2010, Fideicomiso Historia de las Américas D. R. © 2010, El Colegio de México Camino al Ajusco, 20; 10740 Ciudad de México

D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4069-7 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un i esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZPresidenta y fundadora delFideicomiso Historia de las Américas

INTRODUCCIÓN

SE HA DICHO QUE QUINTANA ROO es el ámbito de las primeras veces: el primer punto de México pisado por europeos; la sede del primer naufragio que se tiene registrado; la puerta al descubrimiento y la entrada de los primeros conquistadores españoles; el lugar de nacimiento del primer mestizo y, más recientemente, la creación del primer centro de desarrollo turístico integral. Hasta la geografía se confabula para que Quintana Roo sea el paraje donde primero sale el sol en tierras mexicanas.

Es también lugar de grandezas, pues en suelo quintanarroense está la cueva subacuática más larga del mundo, el cenote más hondo, la mayor reserva de la biosfera y la más extensa área protegida de humedales. Una de sus pujantes ciudades, Playa del Carmen, ostenta nada menos que el índice de crecimiento urbano más acelerado de América Latina y uno de los más altos del mundo.

Encapsular la historia de Quintana Roo en unas breves páginas es tarea titánica, pues procede de un pasado milenario, aunque su ser se concretiza hace apenas poco más de un siglo, en una avalancha cada vez más acelerada de acontecimientos. La privilegiada naturaleza quintanarroense ha sido escenario de trascendentales eventos, y muchas veces protagonista de ellos. Es lugar de primicias y grandezas, de lo más nuevo y a la vez de lo más antiguo. Tal complejidad nos llevó a visualizar el acontecer desde dos distintos lugares: el antes y el después.

Quintana Roo existe como tal tan sólo a partir del siglo XX. ¿Qué ocurrió antes de 1902? La respuesta a esta incógnita, la búsqueda de antecedentes que se pierden en el tiempo mesoamericano y cubren varios siglos, constituyen el tema de la primera parte de la obra que el lector tiene en sus manos. Hemos empezado por describir el derroche de belleza y abundancia vegetal, animal y física que constituye la naturaleza de Quintana Roo, escenario, a su vez, del mundo maya, cuya desbordante riqueza cultural ha sido y continúa siendo objeto de admiración, estudio y especulaciones. Le sigue la no menos dramática saga de navegantes y descubridores, náufragos perdidos y conquistadores europeos que tocaron tierra en un Quintana Roo que todavía no existía, para iniciar la empresa de conquistar el mosaico de culturas y regiones que devendría con el tiempo en México. Tres siglos de Colonia, rebeliones y piratería dejan una huella indeleble que no queda impune. Sus consecuencias serían el detonante de la gran conflagración maya del siglo XIX, la Guerra de Castas. De sus ruinas, cenizas y cicatrices, de sus parajes selváticos intocados, emergería Quintana Roo.

Llegados así a los albores del siglo XX, es obligado preguntar ¿cómo, por qué, para qué y quiénes crearon un territorio federal con el nombre de Andrés Quintana Roo, uno de los héroes yucatecos de la insurgencia? Y ¿cuál ha sido el devenir de esta entidad en los últimos 100 años? Difícilmente nos imaginamos hoy lo que fue tomar el control de aquella selva y pantanos, de aquella región prácticamente ignota en donde tuvo su origen Quintana Roo. Si miramos hacia atrás, vemos lo que les costó a los conquistadores españoles el solo hecho de atravesar el agreste territorio, y si miramos hacia un pasado más reciente, tenemos que honrar a aquellos primeros pobladores de Payo Obispo e incluso a los habitantes pioneros de Cancún. Quintana Roo es y ha sido una tierra precisamente de pioneros, un “lejano Oeste” en el este de nuestro país, donde hombres y mujeres de una valentía y entereza muy especiales han decidido, desde hace poco más de un siglo, sentar sus reales, y donde un aguerrido y resistente grupo indígena está presente y se hace sentir de muy diversas maneras.

Éste es el tema y texto de la segunda parte de esta obra, la referente propiamente a Quintana Roo y a su muy particular desarrollo histórico. Da cuenta de sus difíciles comienzos y de la necesidad de construir una infraestructura de todo tipo para gobernar un territorio hasta entonces hostil y todavía en gran medida desconocido. Por un lado, hacen su aparición gobernantes, poblaciones, asentamientos, instituciones públicas, vida cotidiana. Por otro, medios de subsistencia, actividades económicas, el comercio y la libre importación de artículos extranjeros, desde sus inicios, así como la naciente explotación forestal de maderas preciosas y chicle, que le daría al territorio federal fama mundial.

Décadas posteriores muestran al Quintana Roo del transporte acuático por excelencia, el de el estira y afloja de las relaciones políticas entre jefes políticos y representantes federales, el de comisiones exploradoras y viajeros asombrados. La entidad se integra a su manera a proyectos nacionales, como el reparto agrario y el cooperativismo. No menos importante sería el de afianzar a Quintana Roo como parte integrante de México. Podría parecer redundante o innecesario, pero había que acercar al territorio federal alejado, reconocerlo por lo mismo que era desconocido, y hacerlo propio por ser tan único y ajeno.

La vida moderna de Quintana Roo, una vez convertido en estado el 8 de octubre de 1974, casi se nos escapa de las manos y del entendimiento; tan acelerada fue su transformación y a la vez tan desigual en el corazón de su propio territorio. No es fácil mirar, desde la perspectiva de la historia, los acontecimientos que ocurrieron apenas ayer. Sin embargo, es evidente que la actividad turística privilegió el norte, mientras que en el sur el desarrollo continuó a un ritmo menor. Otras zonas quedaron todavía más al margen. En la actualidad, no obstante, se perciben en todos los ámbitos los patrones característicos de la era de la modernidad y de las comunicaciones globales. Son cambios que han alcanzado, incluso, los rincones remotos de la zona maya y los linderos limítrofes antes tan despoblados.

Cuando apreciamos en perspectiva y de conjunto la historia de Quintana Roo, poco a poco va apareciendo una de varias arterias conductoras: la de la diversidad cultural y étnica, que tiene que ver no solamente con un constante incremento demográfico, sino con temas tan profundos como la identidad y la pertenencia. A partir de sus inicios, Quintana Roo tomó en serio la tarea de poblarse y escogió muchas formas para hacerlo: desde la migración de los primeros trabajadores expertos en la tala y el cultivo del chicle, hasta la colonización dirigida con campesinos provenientes de todo México; desde la llegada forzada de soldados y prisioneros políticos, hasta el arribo de miles de personas atraídas por los espejismos de la industria turística; desde aquellos que hemos encontrado una tierra de promisión para vivir y crecer, hasta aquellos que vienen de todo el orbe a disfrutar por unos breves días de playas, bellezas naturales y clima envidiable. Es así como se ha ido creando, en poco más de 100 años, el crisol cultural de raíces e identidades que es Quintana Roo.

Otra línea conductora que se perfila es la de la particularidad. Cada entidad de nuestro país ha vivido la historia a su manera, pero Quintana Roo se resiste a ser encasillado en los consabidos periodos del acontecer nacional. Quizá en ningún otro lugar como en Quintana Roo rijan mejor los preceptos de la llamada historia regional o historia “matria”, es decir, la de las particularidades, la de los tiempos y eventos propios, la de los héroes/villanos originarios, la de los personajes y lugares conocidos y familiares. Las luchas independentistas no le tocaron; la Revolución de 1910 lo hizo de forma sui géneris. Este movimiento armado trajo cambios políticos y administrativos, pero difícilmente puede decirse que dejara huella.

Denominaremos a una tercera arteria conductora como la de la viabilidad y el peligro de desaparición y mutilación. Hoy en día parecen muy lejanos aquellos momentos de angustia e incertidumbre, las casi cuatro décadas del siglo XX en las que se cuestionó seriamente su capacidad de vida, las posibilidades de existencia de un territorio federal tan alejado del centro del país y que requería inversiones continuas y enormes. A punto estuvo de zozobrar la barca quintanarroense, y aun el día de hoy Quintana Roo ha debido luchar, con los estados vecinos, en la arena de las definiciones limítrofes. Todavía subsiste el recuerdo amargo de aquellos años, en la década de los treinta, en los que Quintana Roo desapareció como entidad para ser integrado a la fuerza a los estados de Campeche y Yucatán. Sus pobladores emprendieron desde entonces algunas de las mayores movilizaciones de su historia social y política en defensa del terruño, de su derecho a existir como quintanarroenses, de su voluntad de autogobernarse y, ocasionalmente, de su vocación para consolidar un estado libre y soberano.

Finalmente, una cuarta línea parece ser la que nos conduce desde la presidencia de Adolfo López Mateos y la gubernatura de Javier Rojo Gómez, hasta la explosión social y económica que caracteriza hoy a Quintana Roo: el sueño hecho realidad de directivos y colaboradores del Banco de México por transformar, a partir de 1967, el panorama turístico de México por medio de la creación de cinco Centros de Desarrollo Turístico Integral, entre los cuales destaca Cancún. Este promisorio y casi mítico lugar es la más reciente de las novedades y primicias que han caracterizado tanto la vida antigua como contemporánea de Quintana Roo. Un centro turístico creado de la nada, donde no había más que playas de fina arena, manglares, lagunas y mar; una ciudad fundada por pioneros visionarios; un complejo espacio de contradicciones y contrastes, de auténtica riqueza y de oropel, de depredación y conciencia ambiental, de crecimiento pasmoso y movilidad social.

El devenir de Quintana Roo está inserto, antes que nada, en las fundamentales fuentes primarias que son los documentos de archivo: oficios, relaciones, informes, partes militares, cartas, memorandos e incluso fotos, mapas, planos, dibujos y mucha documentación más, contenida no solamente en repositorios estatales, sino nacionales e internacionales. Este acervo es, para todo historiador la materia prima de su oficio, y a él hubimos de recurrir en primera instancia. Paralelamente acompañaron a esta documentación las publicaciones oficiales: informes de gobierno, informes estadísticos y numerosas páginas web. No se queda atrás, por supuesto, la historiografía, es decir, el producto de la investigación histórica y de la interpretación del pasado, las numerosas obras que a través de los años han publicado los historiadores, antropólogos, arqueólogos, lingüistas, sociólogos, economistas y politólogos, entre otros, acerca de los avatares de la entidad.

Sin embargo, la juventud de Quintana Roo le otorga una característica especial en relación con las fuentes de su pasado: éste se encuentra todavía en la mente y los recuerdos de muchas personas que viven o que dejaron registradas para la posteridad sus experiencias de vida. Nos referimos a las fuentes de la historia oral, esa historia viva que se construye a partir de conversaciones, relatos, entrevistas, grabaciones; la memoria de protagonistas, participantes y testigos. Son ellos quienes, a través de sus vivencias personales, ricas en detalles, particularidades e individualismo, nos han revelado el acontecer.

Con todo este bagaje hemos construido y plasmado en esta obra las transformaciones en el tiempo del estado más joven de la República Mexicana, que cuenta, sin embargo, con una historia tan antigua como la misma Mesoamérica; el lugar de lo más antiguo y lo más nuevo, desde la aparición de la Eva americana hace 13 600 años, hasta su inverosímil desarrollo y supremacía en el mercado nacional e internacional del turismo. Estas páginas dan, pues, cuenta somera de siglos de historia y de características únicas. Sean un reflejo humilde del amor de dos de sus muchos hijos adoptivos.

LORENA CAREAGA VILIESID

ANTONIO HIGUERA BONFIL

PRIMERA PARTE

por Lorena Careaga Viliesid

I. ÉRASE UNA VEZ, EN EL CARIBE…

PRIMER ESBOZO

¿QUÉ NOS EVOCA LA PALABRACARIBE? Es posible que lo primero que se nos venga a la mente sean los famosos piratas y las leyendas que se han tejido alrededor de sus temerarios ataques y tesoros enterrados. Quizá pensemos enseguida en los huracanes, fuerza destructora de la naturaleza que arrasa, inunda, deja caos a su paso y llega hasta las primeras planas de los periódicos. Para algunos, el Caribe tal vez signifique el encuentro de dos mundos, el momento y lugar en el que Europa y América entraron por primera vez en contacto, con la llegada de Colón a la isla de Guanahaní en 1492. Otros recordarán la compleja trama de rutas comerciales y navegación que se fue entretejiendo a partir de entonces, el tráfico de codiciadas mercancías como metales preciosos, azúcar, tabaco y seres humanos: esclavos africanos secuestrados por árabes y portugueses y transportados a los puertos caribeños para ser vendidos al mejor postor.

Hoy en día, la mención del Caribe nos evoca de inmediato a Cancún, Playa del Carmen, Tulum y la Riviera maya, un rosario de destinos turísticos famosos en el mundo. Quintana Roo, sin embargo, sigue siendo desconocido, aun para quienes se precian de ser quintanarroenses y de vivir en ese territorio privilegiado. Pocas veces se asociaba —y se asocia— al Caribe con el Quintana Roo que no es turístico, el Quintana Roo indígena, pionero, de luchas políticas, de chicle y madera, desaparecido y vuelto a crear.

De hecho, durante años ningún proyecto de desarrollo se enfocó en el Caribe mexicano. No era del dominio público que aquellos soleados litorales de arena fina como el polvo, mares color turquesa y largas cadenas de arrecifes, pertenecieran a México. Mucho menos se pensaba que lugares prácticamente deshabitados y tan alejados del resto del país fueran algún día a significar uno de sus ingresos monetarios más importantes. Y menos aún se tenía conciencia de que aquellas tierras bordearan una importante cuenca marítima —cruzamiento histórico, cultural y sociopolítico— y constituyeran parte de nuestra frontera sur, no sólo con Guatemala, sino con otro paraje igualmente olvidado y desconocido: la antigua colonia de Honduras Británica, que desde su independencia, en 1981, se conoce como Belice.

A Quintana Roo siempre lo ha envuelto un aura de romance y misterio, así como la fama de confín aislado y violento, de narcotráfico y corrupción. No se ha alejado del todo del estigma de prisión tropical, del escenario de rebeliones indígenas, del lugar de castigo y exilio. A sus bellezas naturales se suma una historia accidentada, de la que, gracias a sus atracciones turísticas, se conoce sobre todo su etapa prehispánica: el mundo maya. Un mundo también cuajado de interpretaciones y leyendas, de misteriosos mayas que desaparecen, como por encanto, de ciudades en ruinas, abandonadas, sin que se sepa bien a bien por qué. La realidad de Quintana Roo permanece oculta detrás de una escenografía de cuento. ¿Por dónde empezar a asomarnos a ella? Probablemente por el principio.

Quintana Roo constituye el extremo oriental de México. En sus horizontes sale primero el sol, antes que en cualquier otro lugar del país, y fue en la punta sur de Isla Mujeres donde el nuevo milenio dio inicio para todos los mexicanos. Ubicado al este de la Península de Yucatán, Quintana Roo tiene dos colindancias nacionales: Yucatán y Campeche, y dos fronteras internacionales: Belice y Guatemala. Con sus vecinos peninsulares ha tenido una historia un tanto accidentada, con varios intentos de desintegrarlo y sumarlo territorialmente a ellos, cosa que efectivamente ocurrió entre 1932 y 1934. Hoy en día todavía continúan las disputas con Campeche por considerables franjas de tierra, indefinidas desde la promulgación del decreto de creación del territorio de Quintana Roo en 1902, y con Yucatán la situación ha sido similar.

Con respecto a sus vecinos internacionales, las cosas han seguido su propio curso. La línea fronteriza con Guatemala bien podría pasar inadvertida: unas cuantas mojoneras blancas dividen sencillamente dos espacios de intrincada selva. En cambio, en la frontera con Belice, el tráfico que cruza por el puente internacional del Río Hondo demuestra a toda hora el activo vaivén de relaciones sociales, comerciales, culturales, turísticas e históricas que han existido desde siempre entre ambas entidades.

Una extensión de 50 844 km2, que representa 2.2% de la superficie total nacional, le otorga a Quintana Roo el décimo noveno lugar entre los estados del país y lo convierte en el segundo estado más grande de la península de Yucatán. Ésta podría describirse como una gigantesca losa de piedra caliza surgida del mar durante el Plioceno, hace unos 5 300 millones de años, que se distingue por carecer prácticamente de elevaciones y de vías fluviales. El paisaje quintanarroense se extiende verde y plano desde su extremo norte, en Cabo Catoche, hasta su extremo sur, a orillas de un único río, el Hondo, frontera natural con Belice. Sus principales elevaciones —los cerros de El Charro, Nuevo Béjar y El Pavo— no sobrepasan los 230 metros sobre el nivel del mar. Así pues, no hay volcanes en Quintana Roo; tampoco temblores de tierra.

A diferencia de otras regiones del país, donde la orografía y la hidrografía marcan la diversidad geográfica, en Quintana Roo son el clima y las lluvias los responsables del entorno natural. Ubicado entre el Ecuador y el Trópico de Cáncer, el clima es cálido subhúmedo en 98.9% de la superficie estatal, y húmedo en 1.1%; con abundantes lluvias en verano y temperaturas calurosas durante la mayor parte del año, con unos 27°C en promedio. Enero suele ser el mes más frío debido a la temporada de “nortes”, cuando esos vientos helados azotan a la península desde el Atlántico. Las estaciones, sin embargo, transcurren sin parteaguas visibles y sólo las temporadas de secas y lluvias definen el calendario. Estas últimas comienzan a fines de mayo y se prolongan hasta noviembre, mes que marca el final de la temporada de huracanes. Normalmente ocurren fuertes chubascos invernales durante el mes de enero.

NATURALEZA GENEROSA

Una pródiga naturaleza ha dotado a Quintana Roo enormes extensiones de selva, explotada sin medida en los albores del siglo XX. Colindando con este ecosistema se encuentra la sabana pantanosa, llamada también humedal, otro nicho de profusa riqueza animal y vegetal que desemboca en las zonas costeras. El mar, en sí mismo, junto con el arrecife coralígeno, es una región más de este exuberante entorno natural.

La selva quintanarroense y su diversidad vegetal abarcan 25.9% de la superficie total y se clasifica, en términos generales, como bosque tropical lluvioso, que es el bioma más complejo del mundo. Grandes árboles de hasta 25 m de altura coronan el dosel de la selva, sirven de apoyo a especies trepadoras y dan sombra a los árboles de menor tamaño, arbustos y plantas rastreras que conforman una rica maraña verde sustentada por las lluvias y un suelo delgado pero cuajado de nutrientes. La flora no pierde nunca sus hojas, que suelen ser elípticas y de punta alargada —“hojas de goteo”— para permitir la caída del agua de lluvia a través de cada una de las capas arbóreas. Hay lianas, más de 70 variedades de orquídeas y 18 especies de palmas (Aricaceae), de las cuales ocho son raras o están en peligro de extinción, amenazadas o sujetas a protección especial. Hay plantas epífitas, que crecen en las ramas de algunos árboles, y también epifilas, que se desarrollan en las hojas de otros. Hay ceibas de antiguo y sagrado linaje compartiendo el espacio con la caoba, el cedro rojo, la primavera, el palo rosa y el roble, especies que, hasta la fecha, constituyen dos terceras partes de la superficie arbolada del estado. Caoba, cedro, habín, mora, tzalán, xikín, pucté, yaxnic, chacah y ciricote son algunas de las maderas duras y preciosas que alguna vez le dieron a la entidad fama internacional. Otras especies menores son el ébano, el huizache y el huanacaxtle. Hay también especies comestibles, medicinales y frutales: ramón, higuerilla, saramuyo y quina o sabacché, entre otras. Extensos bosques de chicozapote (Manilkara o Achras zapota), árbol del cual se extrae el chicle, convirtieron a Quintana Roo en uno de los mayores productores mundiales de este látex en la década de 1940, y que aún hoy se sigue extrayendo, aunque en cantidades mucho menores.

En algunas áreas protegidas, como la extensa reserva de la biosfera de Sian Ka’an, todavía se escucha el rugir de jaguares, pumas, ocelotes y tigrillos, en contrapunto al ronco grito del saraguato o mono aullador. Comparten el espacio monos araña, tejones, tapires, venados, tepezcuintles, mapaches, tlacuaches, jabalíes, armadillos, serpientes cascabel y muchos otros ejemplares de la fauna selvática. Al atardecer, más de cinco especies de murciélagos abandonan en bandadas sus cuevas. Junto con sus silbidos, las noches de la selva se llenan del canto de miríadas de insectos y del croar de ranas y sapos. Durante el día, un agudo observador logra ver zorros, osos hormigueros, pavos de monte, una que otra serpiente de brillante piel verde y, dependiendo de la época del año, tarántulas que temerariamente cruzan las carreteras.

En contraste con la selva tropical, la sabana quintanarroense comprende una larga franja de terrenos pantanosos que corren a lo largo de la costa, que permanecen inundados durante semanas, meses y a veces todo el año, y que se conocen con el nombre genérico de humedales. Tradicionalmente desdeñados como regiones malsanas, carentes de valor e improductivas, que obstaculizan la construcción de carreteras y centros poblacionales, los humedales de Quintana Roo constituyen en realidad un vasto ecosistema de enorme riqueza, cuya destrucción tendría consecuencias irreparables en la pesca, el turismo y otras actividades económicas, ya que constituyen el eslabón que une la vida marítima con la terrestre. Su diversidad comprende numerosos subsistemas que, como su nombre lo indica, se caracterizan por la presencia constante de agua: ciénagas, pantanos, marismas, lagunas costeras, rías, esteros, cenagales, retenes, tintales, tulares, carrizales, selvas bajas inundables, tasistales, aguadas, sabanas y manglares. Por fortuna, México es desde 1986 uno de los 144 países que signaron la Convención de Ramsar para la preservación de los humedales, y la reserva de la biosfera de Sian Ka’an en Quintana Roo tiene la mayor superficie protegida de humedales del país.

La vegetación que puebla este ecosistema se ha adaptado a las difíciles circunstancias de un suelo permanentemente lodoso, de bajo contenido de oxígeno, en el que pocos árboles prosperan. Las aguas que anegan estos terrenos provienen directamente de entrantes y afloramientos de mar, de manantiales y de la lluvia. Ésta alimenta de agua dulce a los humedales del interior de Quintana Roo, mientras que las aguas saladas o salobres, a veces incluso más saladas que el agua de mar, definen a los humedales costeros. En estos últimos predomina la vegetación de mangles, tintóreas, tules, carrizos y zacates. Destaca, por su tradición histórica, el palo de tinte o palo de Campeche, una leguminosa cuyas raíces parecen las patas de una araña enorme, de hasta seis metros de altura, y cuya madera se utilizó desde el siglo XVII para teñir las más finas telas, con una gama de colores que van del rojo oscuro al púrpura y negro. Los tules se emplean hasta el día de hoy en la creación artesanal de petates, mientras que con los carrizos los mayas fabricaban flechas y lanzas, y con los zacates techaban sus casas.

Sin embargo, el mundo vegetal más característico de los humedales costeros resulta ser el manglar o bosque de mangles. Es el albergue más buscado por la fauna local, ya que es un complejo sistema de ambientes: su follaje, sus ramas, sus troncos, sus raíces y su suelo ofrecen las mejores condiciones de vida a la fauna asociada. Asimismo mantienen procesos de sedimentación de ríos y esteros, que sirve de filtro biológico. Es también el mejor productor del material orgánico que alimenta a moluscos, ostras y caracoles. De hecho, el manglar ayuda generosamente a mantener buena parte de la red alimenticia marina de la cual depende la pesca, gracias a su capacidad de producir nutrientes orgánicos y de servir de criadero y de nodriza a variadas especies animales.

El manglar crece y se autorreproduce en el fango del pantano y en las arenas que lamen las olas del mar. La vida que enriquece este cieno primal es tan variada como numerosa: peces, anfibios, crustáceos y reptiles pueblan y se reproducen entre las raíces palafíticas de los mangles. En sus ramas buscan resguardo garzas blancas, espátulas, aurones, pelícanos e ibis azules, y entre sus troncos se esconden los cocodrilos, las serpientes de agua, las iguanas y los cangrejos azules.

El terreno de los humedales o sabanas interiores, aunque plano, suele tener una ligera inclinación hacia el centro, lo que atrae escurrimientos de los alrededores que lo inundan durante buena parte del año. Esta agua generalmente no se filtra, sino que en la época de secas se evapora. A ella llegan a saciar su sed venados, jabalíes, tejones y otros mamíferos, así como gran cantidad de iguanas y aves acuáticas.

Además de los humedales de la reserva de la biosfera de Sian Ka’an, Quintana Roo cuenta con otras seis áreas registradas en Ramsar, que representan la enorme biodiversidad del trópico húmedo del Caribe: el Parque Nacional Arrecifes de Xcalak; la reserva de la biosfera de Banco Chinchorro; el santuario de la tortuga marina X’Cacel-X’Cacelito; el sistema lagunar Chichankanab, el Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos y el Parque Nacional Isla Contoy.

Ahora bien, si algo le da fama a Quintana Roo en México y en el mundo son sus hermosas playas, deshechas y vueltas a crear en un vaivén propio de la naturaleza violenta y a la vez previsible —casi calendarizable— del Caribe, medida cada año por tormentas tropicales y ciclones. La arena se va y regresa, se acumula donde sólo había rocas y tiempo después se va, dejándolas nuevamente desnudas y a merced de las olas. Son playas blancas, de arbustos, plantas rastreras y palmeras, donde desovan varias especies de tortugas y donde nacen sus crías bajo el cuidado protector de organizaciones dedicadas a la preservación de la vida animal.

Los 860 km de costa quintanarroense corren frente a un arrecife que se encadena con el de Belice para formar la segunda barrera arrecifal más larga del mundo después de la de Australia. Tan sólo frente a las costas de Sian Ka’an, esta cadena, conformada por millones de esqueletos acumulados de coral, alcanza una longitud de 110 kilómetros.

El arrecife corresponde a una extensión de la península de Yucatán, sumergida bajo el mar al final del Pleistoceno, cuando el deshielo de los glaciares, aproximadamente 9 500 años antes de la era cristiana, elevó el nivel del océano en todo el planeta. Fue entonces que los mangles rojos (Rhizophora mangle) y el coral (Acropora palmata) se enraizaron en los bordes que sobresalían de las aguas.

Un mundo en sí mismo, el ecosistema del arrecife coralígeno es uno de los tesoros vitales más complejos de la naturaleza y, por ello, un reto a la imaginación y una especie de soñado paraíso, al decir de los biólogos. Combina la máxima riqueza y variedad de las criaturas del mar, pues están representados todos los grandes grupos animales con sus numerosas familias y especies. También ostenta la mayor diversidad de modos de vida y conductas, pues cada especie está interrelacionada con las demás en una compleja red de interdependencias mutuas. Ello refleja no sólo la abundancia del arrecife sino también su extraordinaria fragilidad, ya que la vida del coral, alrededor del cual se entreteje esta biodiversidad, depende sobre todo de la temperatura del agua, de una exacta dosis de luz solar y de la puntualidad de las corrientes marinas. Los huracanes, la navegación, la contaminación y los turistas son sus peores enemigos.

Un universo de peces multicolores, moluscos, crustáceos, esponjas, estrellas de mar y erizos conviven a veces en armonía, a veces defendiéndose de sus depredadores naturales. Pulpos, mantarrayas, morenas y langostas encuentran en el coral perfectos escondrijos y guaridas de acecho. Los tiburones, por su parte, dormitan en alguna cueva o rondan impávidos entre la gama de especies comestibles: meros, sábalos, pargos, chiguas, sardinas, jureles, rayas, cazones, chernas, corbinas, picudas, pámpanos y bagres.

La flora arrecifal desempeña también su papel. Reinan las algas de todos tamaños, incluso microscópicas. Son la forma más sencilla en la que se manifiesta la vida vegetal del mar y constituyen el principal alimento de las especies animales. Tres grandes bahías recortan el litoral caribeño, acompañadas de numerosas puntas, quebrados, caletas y cabos. Los confines de la Bahía de Chetumal, una de las más grandes de México, se pierden en el horizonte. Su forma irregular y gran extensión son compartidas tanto por Quintana Roo como por Belice. Hacia el norte, en la parte media de Quintana Roo, se encuentran las bahías de la Ascensión y del Espíritu Santo, de poca profundidad pero de gran utilidad como puertos de abrigo para pequeñas embarcaciones. Las flanquean las puntas Allen y Herrero, respectivamente, mientras que la punta Celaraín se encuentra en Cozumel. Los quebrados son aberturas o pasos naturales en la barrera arrecifal que permiten la travesía de embarcaciones, y toman el nombre de los poblados frente a los cuales se ubican; los principales son Boca Paila, Morelos, Playa del Carmen, Xcalak y Ubero.

El Banco Chinchorro, ubicado en mar abierto a poco más de 30 km de los puertos pesqueros de Mahahual y Xcalak, es el atolón coralino más grande de México, con una superficie de casi 800 km2. A su alrededor se han tejido toda suerte de leyendas acerca de tesoros submarinos, pues está rodeado de los restos de numerosos naufragios ocurridos en distintas épocas, incluyendo 18 galeones españoles e ingleses. De su laguna interior emergen los cayos Coral, Centro y Lobos. Sobre tierra firme cubierta de mangles del cayo Centro se han edificado albergues para turistas y estaciones de investigación y supervisión pertenecientes a la reserva de la biosfera Banco Chinchorro.

QUINTANA ROO INSULAR

Las islas de Quintana Roo son como un collar de perlas frente a sus costas, una formación de guardianes, una probadita de lo que será la tierra firme: paraísos naturales, zonas de refugio, exponentes y protagonistas históricos. Comenzando al poniente de Cabo Catoche, en el norte del estado, tenemos a Holbox, isla de roca coralífera y suelos arenosos, como la mayoría de sus hermanas. El tiempo parece no haber pasado por este lugar de pescadores tiburoneros. Contoy, al oriente de Cabo Catoche, no es de habitación humana, sino refugio de aves marinas y declarada reserva federal.

Isla Mujeres, frente a Puerto Juárez y a la otrora Isla Cancún, tiene la forma romboide de la aguja de una brújula, además de que, curiosamente, apunta justo hacia el norte magnético de la Tierra. Las luces de sus numerosos hoteles se divisan en la noche, como también se alcanza a percibir, desde Playa del Carmen, el horizonte iluminado de Cozumel, la isla de las golondrinas, la más grande de México. Su extensión, de 448 km2, tiene un origen geológico distinto al de las demás islas quintanarroenses, de ahí la fertilidad de su suelo, en el que crecen frutales, palmeras, ébano, henequén, maíz y yuca. Una de sus mayores atracciones es el Parque Nacional Submarino de Palancar, un arrecife de 32 km de largo con grutas explorables y los impresionantes abismos de sus acantilados. La contraparte de Cozumel es Tamalcab, frente a Calderitas, en el sur del estado; es una isla no coralígena, habitada únicamente por las aves acuáticas de la Bahía de Chetumal.

LÍQUIDO VITAL

Como en el resto de la península de Yucatán, el agua dulce es el elemento más importante y, a la vez, más escaso y frágil de Quintana Roo. Recordemos que la plataforma caliza sobre la que descansa la entidad es porosa y no permite la acumulación del agua de lluvia, sino que más bien la filtra, y, al hacerlo, alimenta una vasta y compleja red de corrientes subterráneas. Pero a toda regla corresponde al menos una excepción.

El Río Hondo Nohoch Ucum, o Gran Río para los mayas antiguos, constituye precisamente una fractura en la roca calcárea que corre a lo largo de 209 km. Sus aguas desembocan entre islotes de manglares en la Bahía de Chetumal y está conectado con la Laguna de Bacalar por medio de canales y esteros, siendo los más conocidos el Chac y el Ucum. Más que división político-territorial con Belice, el Río Hondo ha servido como puente de enlace y vía de transporte y comunicación. Los mayas lo han recorrido en sus cayucos desde la época prehispánica; los piratas, en busca de escondite y puntos de ataque; los troncos de la caoba y el cedro, en ruta al mar y a la comercialización; las barcazas cargadas de marquetas de chicle y, desde siempre, el contrabando de diversos productos y hasta de personas, de igual forma que hoy lo patrullan barcos de la armada de México. Su parte más estrecha, casi susceptible de ser cruzada a pie, se encuentra en la Unión, punto clave de la cadena de poblaciones y otrora campamentos madereros y chicleros que puntean la ribera del Hondo. Nutren sus aguas varios afluentes así como cenotes y Río Azul, corriente acuática de cierta importancia que transita bordeando la frontera tripartita de Quintana Roo, Belice y Guatemala. Otras corrientes de menor tamaño son los ríos Escondido y Ucum.

Si bien los ríos son excepciones en el paisaje quintanarroense, no son los únicos reservorios de agua dulce. Destacan también varios espejos acuáticos de gran belleza, repartidos por todo el territorio y alrededor de los cuales se fundaron asentamientos humanos, como el prehispánico. Se trata de las lagunas Bacalar, Milagros, Guerrero, Yalahau, Nichupté, Lagartos, Chunyaxché, Chichankanab, Ocom, Om, Cobá y Macanxoc, por nombrar las más relevantes. Bacalar, llamada también la Laguna de los Siete Colores, es quizá la más conocida, aunque no es una sola laguna, sino un conglomerado de lagunas interconectadas que se extiende a lo largo de 52 kilómetros. Las mágicas tonalidades de sus aguas, que van del azul turquesa al azul profundo y verdoso, se deben al juego que se da entre los rayos solares y las distintas profundidades de su suelo blanco calizo.

Milagros, de aguas verdes y lechosas, flanquea por el oeste a Bacalar, mientras que Guerrero, al este, es el refugio donde los manatíes paren a sus crías después de recorrer los esteros que comunican a la Bahía de Chetumal con esta hermosa laguna. A orillas de las lagunas de Cobá y Macanxoc los antiguos mayas crearon una de sus más impresionantes ciudades, mientras que dentro de Sian Ka’an es posible acampar a la orilla de las lagunas Muyil y Chunyaxché.

Ya hemos mencionado los ríos y las lagunas quintanarroenses. Sin embargo, ¿de dónde proviene mayormente el agua dulce que sostiene a los pobladores de Quintana Roo? Las corrientes subterráneas, alimentadas por las filtraciones del agua de lluvia a través de la roca caliza porosa y permeable, dotan a la entidad, como al resto de la península, de este valioso recurso. El agua aflora a la superficie en los curiosos y, por ello, famosos cenotes, muchos de ellos considerados sagrados y cargados de simbolismo. Los mayas denominaron dzonot a esas aberturas terrestres, la mayoría de las veces circulares, a veces en forma de cántaros, a veces con paredes verticales, que se forman por la erosión de las rocas y los consiguientes derrumbes que dejan el agua del subsuelo al descubierto.

Los cenotes más conocidos y de mayor atracción turística de Quintana Roo son, entre otros, el Cenote Azul, unido por corrientes subterráneas a la Laguna de Bacalar, rodeado de maleza y palmeras y con una profundidad de más de 90 m. Sus aguas azul verdosas revelan las retorcidas raíces de los mangles y otros árboles que afloran desde las profundidades adonde no alcanza a llegar la luz solar. El Cenote del Cocodrilo Dorado, también conocido como Lagarto de Oro, en las inmediaciones del Río Hondo, recibe su nombre por el asombroso número de lagartos que se asolean en la orilla. Lo rodean acantilados de hasta 70 m de altura, en cuyas cuevas duermen apaciblemente, de día, los murciélagos que luego, de noche, salen a cazar insectos, devorar fruta y libar flores.

Las grutas de Quintana Roo encuentran en los cenotes su imagen revertida. Son también el resultado del milenario escurrir del agua, pero en ellas, el preciado líquido ha ido apilando en su silencioso recorrido una fantástica decoración de estalactitas y estalagmitas que las ha convertido en lugares visitados hoy por cientos de turistas. En las cercanías de Tulum se encuentra el sistema Ox Bel Ha, compuesto por la gruta subacuática y el río subterráneo más largo del mundo, con una extensión de 172 km y 133 cenotes a lo largo de su recorrido. A este sistema pertenece la caverna de El Naranjal. Le sigue el sistema Sac Aktún, cercano también a Tulum, con 158 km de largo, más de 70 m de profundidad y 111 cenotes. Por su parte, Aktún Chen, ubicada en un parque natural que incluye dos grutas más, cada una con su río subterráneo, atestigua los orígenes marítimos de la península de Yucatán en los fósiles de peces y conchas incrustados en la roca caliza.

Otro exponente de la grandeza y unicidad de Quintana Roo es el Río Secreto, constituido por un sistema de cuevas y un río subterráneo cercano a Playa del Carmen. Se le considera la cueva semiinundada y superficial más larga de Quintana Roo y de la península de Yucatán, lo que la hace accesible para ser visitada. Destaca en su impresionante decoración natural la riqueza de caprichosas formaciones geológicas. También existen otros depósitos, formados por aguadas y sartenejas que son acuíferos, generalmente temporales, ya que se trata de orificios en la roca o lechos de antiguos cenotes que se llenan de agua en época de lluvias. Algunos de estos depósitos están hechos por manos humanas, en previsión de tiempos de sequía y escasez.

Cuando se comprende que la población de la península depende de este complejo y frágil sistema de corrientes subterráneas para su abastecimiento de agua, se entiende también por qué los mayas, desde la época prehispánica, favorecían los alrededores de los cenotes como áreas de asentamiento humano, y también por qué la contaminación de este vital recurso constituye actualmente una de las principales preocupaciones ecológicas.

UN DIOS VIOLENTO Y DESMEDIDO

Ouragan era el nombre con el que se conocía al devastador dios de los vientos y las tormentas entre los grupos que poblaron originalmente las islas del Caribe, y cada año Quintana Roo corre el riesgo de toparse de frente con su arrebato destructivo, aun cuando las estadísticas afirmen que, en promedio, este encontronazo resulte ser cada dos años y medio.

De junio a noviembre, los quintanarroenses han aprendido a prevenirse, escuchar atentamente las noticias, salvaguardar sus pertenencias y contar con estrategias efectivas de evacuación en caso de que el aviso de tormenta tropical se convierta de pronto en alerta de huracán. Saben bien que los huracanes son tanto caprichosos en su nacimiento como imprevisibles en su trayectoria e inexorables en su avance hacia tierra firme; que se forman repentinamente durante el verano en el Atlántico oriental y en el propio Mar Caribe; que comienzan como depresiones tropicales; que aumentan en intensidad hasta convertirse en tormentas tropicales y que, la mayoría de las veces, éstas acabarán transformándose en manifestaciones de la aguerrida deidad caribeña.

El primer huracán del que hay mención y registro en Quintana Roo ocurrió el 20 de octubre de 1916. No recibió nombre alguno ni se supo su categoría, pero los habitantes del puerto de Xcalak y de Payo Obispo sufrieron las consecuencias. Pedro C. Sánchez y Salvador Toscano, ingenieros miembros de la Comisión Geográfico-Exploradora de Quintana Roo, organizada por la Secretaría de Agricultura y Fomento, fueron testigos de los efectos destructivos de este ciclón que arrasó con el faro del Banco Chinchorro. Pasaron luego varias décadas sin que Quintana Roo sufriera otro embate de consideración del dios furibundo. En 1955, sin embargo, llegaron dos ciclones. El primero de ellos no causó grandes estragos, pero fue un negro presagio de lo que estaba por venir.

El 16 de septiembre de 1955, Hilda pegó en las costas quintanarroenses a la altura de la Bahía de la Ascensión, en un área prácticamente despoblada. Fue uno de esos ciclones andariegos que bordeó las Antillas menores, Puerto Rico, República Dominicana y Cuba, provocando estragos por doquier antes de dirigirse hacia Quintana Roo. Tras de afectar principalmente las regiones centro y norte del territorio, el Hilda siguió su ruta sin freno, a través de la península de Yucatán y el Golfo de México, hasta tocar nuevamente tierra en Tampico, con un saldo de 200 muertos y el registro de haber sido una de las inundaciones más catastróficas en la historia de dicho puerto.

Luego, a escasos 11 días, el 27 de septiembre de 1955, le tocó su turno a Janet. Pero a diferencia de Hilda, Janet pareció tener una sola y única meta: enfilar su fuerza destructiva casi en línea recta hacia Chetumal y la costa sur de Quintana Roo. Hay quienes dicen que siguió los mismos pasos del devastador ciclón que azotara San Pedro y el Cayo Caulker, en Belice, en 1931. Fue el décimo huracán de una temporada calificada por muchos como la peor del siglo. Tras de originarse en el Atlántico y de causar graves daños en la Isla de Granada, Janet se las arregló para evitar tocar tierra nuevamente e ir ganando tamaño e intensidad. Suyo es el dudoso honor de haber provocado, por primera y única vez en la historia ciclónica del Atlántico Norte, la caída de un avión de reconocimiento o caza-ciclones, que despegó de la base de Guantánamo, Cuba, con nueve tripulantes y dos periodistas estadounidenses a bordo.

El 26 de septiembre, por la tarde, Janet era ya un huracán de categoría 4, con vientos de más de 220 km por hora que levantaban a su paso olas de hasta 20 m de altura. No le tomó mucho tiempo subir a categoría 5, pues cuando tocó tierra entre Xcalak y el Ubero, la fuerza del viento había superado los 275 km por hora. La excepcionalmente baja presión atmosférica de su ojo, a 914 milibares, establecía una nueva marca.

Con toda esta fuerza reconcentrada, Janet azotó Chetumal a las nueve de la noche, dejando a su paso una estela de destrucción y más de 90 muertos, sin contar a todas aquellas personas que fallecieron en Vigía Chico, Xcalak y otros puntos de la costa. Arrasó además con 300 000 m3 de madera y acabó con la producción de copra del sur del estado.

En la capital de Quintana Roo persiste aún el recuerdo de Janet, pues se le tiene inmortalizado en un monumento erigido frente a la bahía en honor de una valerosa ciudad que se levantó a pesar de haber quedado como tabla rasa tras el paso de este tristemente famoso ciclón. La experiencia dejó mal sabor de boca y muchos chetumaleños todavía viven de espaldas al mar.

En el norte del estado, una vivencia similar e igualmente devastadora fue la provocada por Gilberto en 1988. Éste nació frente a las islas de Cabo Verde, pero ya en el Caribe se convirtió en huracán a una velocidad pasmosa, cuando todavía se encontraba a unos 2 300 km de Quintana Roo. A pesar de que cambió de rumbo y comenzó a dirigirse rápidamente hacia la península de Yucatán, la preocupación no era excesiva, ya que, como suele ocurrir con frecuencia, cabía la posibilidad de que virara nuevamente hacia las Antillas mayores.

No obstante, Gilberto no sólo no se desvió, sino que apretó el paso y creció en tamaño e intensidad. Su rápida evolución se debió al desplome de la presión en su ojo, ya que la fuerza de los vientos huracanados está en relación directa con la diferencia de presión atmosférica entre el vórtice y sus alrededores. Así, con categoría 3 y vientos de 185 km por hora, pasó directamente por encima de Jamaica, cubriendo la isla de punta a punta y dejando a su paso 40 muertos. En República Dominicana y Haití el saldo fue de más de 30 muertos e inundaciones sin precedentes.

Cuando Gilberto, convertido en un monstruo de 800 km de diámetro, se encontraba a tan sólo 500 km al sur de Cozumel, las autoridades lanzaron la primera alerta. A las cuatro de la tarde del 13 de septiembre, un avión caza-huracanes penetró en el ojo —por cierto muy pequeño, de apenas 14 kilómetros de diámetro— y encontró la inverosímil presión atmosférica de 885 milibares. Se dice que jamás huracán alguno, en el hemisferio occidental, había registrado tal marca. En aquellos momentos, los vientos de Gilberto giraban sostenidamente a más de 280 km por hora, con ráfagas superiores a los 320 km por hora.

El irascible dios siguió dando pasos agigantados de 27 km por hora, para luego disminuir considerablemente su velocidad y causar así más estragos. Cuando tocó tierras quintanarroenses en la noche del 13 de septiembre, lo hizo con olas de siete metros de altura y ráfagas de 375 km por hora, haciéndose acreedor a los títulos de “huracán asesino” y “huracán del siglo”. Había rebasado la categoría 5 de la escala Saffir-Simpson y alcanzado la categoría 8 en la escala internacional de huracanes (EIH).

Janet y Gilberto han tenido otros hermanos menores no menos famosos. El 16 de septiembre de 1967, Beuhla entró por Cozumel e inclinó el faro de Puerto Morelos. Carmen azotó Chetumal en 1974 y Dean lo hizo en 2007. Por su parte, en 2005 Emily y Wilma cayeron en doblete sobre el norte del estado. Con una categoría 3, Wilma tuvo efectos particularmente destructivos al permanecer estacionado por más de 50 horas sobre Isla Mujeres y Cancún.

El mundo natural de Quintana Roo y nuestro sabio goce y aprovechamiento de su riqueza y singularidad presentan retos muy serios. Es una naturaleza poderosa y pródiga: ¿comprendemos que somos parte de ella? ¿Estamos a la altura requerida para entenderla y cumplir con nuestra parte? He aquí el desafío que deberá guiar nuestros actos y decisiones en las próximas décadas.

II. EL MUNDO MAYA

VIAJEROS

CUANDO LOS PRIMEROS VIAJEROS EXTRANJEROS del siglo XIX visitaron la península de Yucatán, se toparon con lo que parecían ser antiguas ciudades de piedra cubiertas por la verde maraña de la selva. Varios de ellos venían de recorrer Egipto y el Medio Oriente, admirados de lo que habían visto en aquellos lugares donde los primeros aficionados a la arqueología habían hecho descubrimientos deslumbrantes. ¿Le tocaría ahora el turno a los alejados rincones de México y Centroamérica?

Con los viajeros y exploradores llegaron también ilustradores y fotógrafos, y no es sorprendente que todos ellos se preguntaran, en primera instancia, cuál era el origen de esos monumentos en ruinas, quiénes y cuándo los habían construido. Las teorías no se hicieron esperar, incluso las más descabelladas. Unos afirmaban que grupos humanos provenientes del Viejo Mundo habían sido los responsables de crearlas, desde los caldeos y los celtas hasta las tribus perdidas de Israel. Otros, que habían sido los toltecas, y otros más, los pobladores de los continentes perdidos de la Atlántida y Lemuria. De su antigüedad había, asimismo, especulaciones, pues algunas ruinas parecían tener milenios, mientras que otras podrían haber estado habitadas a la llegada de los españoles.

Durante todo el siglo XIX continuaron las disputas académicas, mientras las exploraciones, excavaciones y hallazgos se multiplicaban y comenzaban a arrojar más luz sobre tan misteriosa civilización. Eran épocas en que la arqueología y la antropología estaban todavía en pañales, y quienes deseaban descorrer el velo de misterio de aquellos lejanos lugares debían internarse en la selva para llegar a ellos, mapear sus contornos, desbrozar la densa vegetación para poderlos dibujar, inventar técnicas y equipos para poderlos fotografiar, recobrar valiosos objetos con herramientas rudimentarias y sin una técnica precisa, y escribir libros, recuentos de viaje y artículos en periódicos y revistas que dieran a conocer al mundo tales maravillas.

El más famoso de aquellos viajeros fue John L. Stephens, un abogado neoyorquino que, junto con su amigo y acompañante el dibujante y fotógrafo inglés Frederick Catherwood, publicó dos libros y numerosas ilustraciones acerca de sus recorridos por Yucatán y América Central. Tales obras, en especial Incidentes de un viaje a Yucatán, publicada en 1843, llegaron a bibliotecas públicas y privadas, universidades e instituciones gubernamentales. Pronto los nombres de Stephens y Catherwood serían reconocidos en el mundo entero y estarían irremediablemente ligados a los mayas de la península de Yucatán. Y muy merecidamente, ya que en aquellos momentos, en que nadie hablaba todavía de los mayas, Stephens fue el primero en hacerlo, en proponer que aquellas ciudades en ruinas habían sido construidas por los ancestros de los mayas que él conoció en sus recorridos por Yucatán entre 1839 y 1841.