Quinto y último libro de Pantagruel - François Rabelais - E-Book

Quinto y último libro de Pantagruel E-Book

François Rabelais

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Beschreibung

En los últimos capítulos del "Quinto libro", Pantagruel y su inseparable compañero Panurgo llegan al lejano oráculo de la divina Botella, viaje proyectado en el capítulo 47 del Tercer libro y emprendido en el "Cuarto". El "Quinto y último libro" prolonga el tema del viaje marítimo que hunde sus raíces en la Antigüedad, en la Edad Media y en las crónicas de viajes reales de la época del autor. Pantagruel, heredero de Ulises, viaja por mares desconocidos y descubre mundos fantásticos, en el relato de un viaje hacia lo exótico y desconocido.

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Seitenzahl: 580

Veröffentlichungsjahr: 2014

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François Rabelais

Quinto y último libro de Pantagruel

Edición de Alicia Yllera

Traducción de Alicia Yllera

Contenido

Introducción

Una obra póstuma

Una época conflictiva

La autenticidad del Quinto libro de Pantagruel

Viajes marítimos imaginarios

Las tres versiones de la obra

Esta edición

Bibliografía

El quinto y último libro de los hechos y dichos heroicos del buen Pantagruel

Prólogo de Maese François Rabelais

Capítulo primero

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Epigrama

Apéndices

Apéndice 1

Apéndice 2

Apéndice 3

Créditos

Introducción

UNA OBRA PÓSTUMA

En el último capítulo de la primera obra publicada por Rabelais, el Pantagruel (1532)1, Rabelais prometía una continuación de la historia para las próximas ferias de Fráncfort, donde se contaría cómo casó Panurgo y le hicieron cornudo en el primer mes de su boda y cómo Pantagruel, entre otras hazañas, navegó por el mar Atlántico. Este anuncio respondía a una vieja técnica, presente, por ejemplo, en diversos cantares de gesta que prometían una continuación. Unos dos años más tarde publicó su Gargantua2, en el que, lejos de cumplir lo anunciado, contaba la historia del padre de Pantagruel, rehaciendo la leyenda de un gigante popularizado por una serie de «crónicas» aparecidas unos años antes3. Después de aproximadamente doce años de silencio, en 1546, publicó el Tiers livre4, en el que las consultas de Panurgo sobre si sería afortunado o no en su matrimonio sirven de eje vertebrador de la obra. Descontento con todas las respuestas recibidas, interpretando en este sentido la indicación de un loco, Panurgo propone a Pantagruel embarcarse en busca del oráculo de la divina Botella, creando el pretexto para la obra siguiente.

Finalmente, en el Quart5y Cinquiesme livre6, Pantagruel se convierte en el viajero por mares desconocidos y en el descubridor de mundos fantásticos, heredero de Ulises, anunciado al final del Pantagruel. Ambos libros constituyen una Odisea bufa, el relato de un viaje hacia lo exótico y lo desconocido.

* * *

En los últimos capítulos del Quinto y último libro de Pantagruel, los alegres compañeros llegan al lejano oráculo de la divina Botella, viaje proyectado en el capítulo 47 del Tercer libro y emprendido en el Cuarto. En el Quinto libro culmina la historiade Pantagruel y Panurgo, su inseparable compañero. La obra prolonga el tema del viaje marítimo del Cuarto libro, un viaje marítimo que hunde sus raíces en la Antigüedad (especialmente en el viaje paródico de Luciano de Samosata, los Relatos verídicos) y en la Edad Media, pero también en las crónicas de viajes reales de la época, como la de Jacques Cartier7. Sin embargo, no hay que olvidar que el Quinto libro es una obra publicada años después de la muerte de Rabelais.

Rabelais murió en los primeros meses de 1533, tal vez en la primera semana de marzo, según muestra un documento notarial, fechado el 14 de marzo de ese año, en el que aparece su hermano Jamet Rabelais, comerciante de Chinon, como heredero de sus bienes8. Se ignora la edad del autor en el momento de su muerte, pues las dos fechas que más se han barajado para su nacimiento a lo largo del último siglo, 1483 y 1494, carecen de un apoyo documental seguro9.

* * *

En sus últimos años de vida, Rabelais desarrolló una extraordinaria actividad literaria. En 1552, publicó en París, en la imprenta de Michel Fezandat, una edición corregida y revisada del Tercer libro, obra inicialmente publicada, también en París, por Chrestien Wechel, en 1546. Era9su primera obra firmada con su nombre y acompañada de un privilegio real, fechado el 19 de septiembre de 1545. Chrestien Wechel era uno de los grandes libreros parisinos, pero parece que las relaciones entre autor y editor fueron muy tensas, mediando incluso un proceso entre ambos10.

Ese mismo año de 1552 apareció la versión definitiva del Cuarto libro, también publicada por el editor Michel Fezandat. Era una nueva versión, revisada y muy aumentada, de la precipitada edición, publicada en Lyon, en el taller de Pierre de Tours, en 1548.

Nueve años después de su muerte, en 1562, apareció L’Isle Sonante, sin nombre de editor ni lugar de impresión11. Es una edición parcial de lo que será el Quinto libro, conservada en un único ejemplar de la Biblioteca Nacional de Francia. Contiene los quince primeros capítulos, sin el prólogo, de lo que constituirá la edición completa y añade un último capítulo, la visita a la isla de los apedeftos12.

Dos años más tarde, en 1564, vio la luz la edición completa del Quinto y último libro de Pantagruel, también sin mención de editor ni de lugar de edición. Consta de un prólogo y cuarenta y siete capítulos. Un año después se publicaron cuatro nuevas ediciones13. La edición de 1567 (Lyon, Jean Martin) añade el capítulo de los apedeftos, situado como capítulo 7, dentro del episodio de la isla Sonante, colocación a todas luces desafortunada.

La Biblioteca Nacional de Francia conserva un manuscrito14 del siglo XVI15, no autógrafo, descubierto en 1840 por Paul Lacroix (el bibliófilo Jacob), que contiene un fragmento del prólogo y cuarenta y seis capítulos, algunos numerados de forma sorprendente y otros sin numerar. Faltan los capítulos 24 y 25 de la edición y se añade un nuevo capítulo16.

Es posible que existiese una edición del Quinto libro anterior a la de 1564, ya que la edición de 1571 ofrece algunas lecturas más próximas a las de la Isla Sonante o a las del manuscrito que a las del texto de 156417.

* * *

No fueron la Isla Sonante y el Quinto libro las únicas obras publicadas a nombre de Rabelais después de su muerte. En 1565, el editor Richard Breton le atribuyó una colección de dibujos de seres monstruosos, inspirados fundamentalmente en Brueghel el Viejo, los Songes drolatiques de Pantagruel (Sueños divertidos de Pantagruel), muy probablemente obra de François Desprez18.

Ya en vida de Rabelais había aparecido un Quinto libro19 que no era sino una superchería de un editor avispado y poco escrupuloso. A pesar del revuelo que levantó al descubrirse en 1900, es una superposición literal de capítulos tomados de la traducción francesa en prosa de La nave de los locos de Sebastián Brant, publicada anónimamente en 1529 o 1530, y de Les Regnars traversant les perilleuses voyes des folles fiances du monde, composées par Sebastien Brand (Los zorros atravesando las vías peligrosas de las locas confianzas del mundo, compuestas por Sebastián Brant), obra del amigo de Rabelais, Jean Bouchet, publicada en París por Antoine Vérard hacia 1503, bajo el nombre de Brant20.

Por otra parte, diversos editores, entre otros Étienne Dolet, publicaron, entre las obras auténticas de Rabelais, textos que no habían salido de su pluma, como Le disciple de Pantagruel (El discípulo de Pantagruel). Se trata de una obra de tono popular, que cuenta un viaje marítimo fabuloso, emprendido por Panurgo con un equipo de malhechores desorejados. Recoge numerosos elementos de inspiración folclórica, como las navegaciones fantásticas, las islas flotantes (que en realidad son ballenas), los encuentros con gigantes y hombres lobos, el país de Jauja, etc., con algunas alusiones eruditas (a Plinio, Solino, Estrabón, Luciano, Mandeville, Ptolomeo o Aristóteles). La más antigua edición conservada es de 1538 y su título varía en las diversas ediciones. Se inspira en las «crónicas» anteriores de Rabelais e influyó a su vez en el Cuarto y en el Quinto libro de Pantagruel21.

* * *

La tardía aparición del Quinto libro y las oscuras circunstancias que envuelven su publicación explican que se haya estudiado en él principalmente la crucial cuestión de su autenticidad y que, en cambio, se haya atendido poco a su valor literario, salvo alguna excepción, como el coloquio celebrado en Roma, en octubre de 199822.

UNA ÉPOCA CONFLICTIVA

El año de la muerte de Rabelais, 1553, puede considerarse, en Francia, un momento de relativa tranquilidad, especialmente en lo que se refiere a la cuestión religiosa. En abril de 1552 ha quedado zanjada la crisis galicana, el grave conflicto entre el papa Julio III y el rey Enrique II, ocasionada por la decisión papal de hacer regresar el concilio a Trento y sobre todo por la cuestión del ducado de Parma, que la monarquía francesa prefiere ver bajo la autoridad de la familia Farnesio. Había alcanzado su paroxismo en julio de 1551 y se reflejaba en el episodio de los papimanos del Cuarto libro, probablemente redactado, al menos en parte, hacia esa fecha.

Los disidentes en materia religiosa siguen siendo perseguidos en Francia: para la monarquía, la disidencia religiosa es considerada una sedición. Se mantiene vigente el sistema de delaciones que otorga los bienes del condenado al delator, pero, pese a la dureza de la represión23, las condenas a muerte se reducen casi a la mitad en el periodo comprendido entre 1550 y 1554, comparado con el de 1545-154924.

A partir de mediados de los años 50, aumenta considerablemente el número de conversiones protestantes, especialmente entre la gran nobleza, y los hugonotes empiezan a salir de la clandestinidad y a organizarse en comunidades estructuradas.

El Tratado de Cateau-Cambrésis, firmado en abril de 1559, ponía fin a las guerras de Italia y preveía dos matrimonios reales. En las justas organizadas para celebrarlos, un imprevisible accidente ocasionó la muerte del rey Enrique II, dejando al frente del país al joven Francisco II (cuyo reinado no alcanzó el año y los seis meses). El nuevo rey entregó el poder al duque François de Guise y al cardenal Charles de Lorraine, tíos de la joven reina, María Estuardo. La casa de Lorena era considerada «extranjera», lo que suscitó el descontento de numerosos nobles que se unieron en la conjura de Amboise (1560), que revistió un carácter político y no religioso, aunque interviniesen numerosos reformados. Los conjurados pretendían establecer un Consejo de Regencia, del que formarían parte los príncipes de sangre real. Pero Antoine de Bourbon, rey de Navarra por su matrimonio en 1548 con Jeanne d’Albret y padre del futuro Enrique IV, se negó a hacer valer sus derechos y a reclamar una convocatoria de los Estados Generales25, en los que se estableciese un Consejo de Regencia26. La conjura fracasó, pero persistió el malestar de gran parte de la nobleza por el poder adquirido por la casa de Lorena.

El año en el que aparece la Isla Sonante (1562) es el año en el que se desencadena la primera guerra de Religión, que se extiende de marzo o abril de 1562 hasta el 19 de marzo de 1563, en que se firma el edicto de pacificación de Amboise. El año se había iniciado, sin embargo, con un intento de apaciguamiento del conflicto religioso: un edicto de 17 de enero, firmado en Saint-Germain y llamado «de Enero», suspendía la prohibición del culto protestante, aunque establecía que sus celebraciones habían de realizarse de día y extramuros de las ciudades, al mismo tiempo que les imponía la obligación de restituir las iglesias ocupadas. Los protestantes aceptaron bastante bien el edicto, salvo algunas ciudades sureñas que se negaron a devolver las iglesias tomadas. Los católicos más moderados se resignaron, pero los más intransigentes consideraron la legalización de los protestantes y el reconocimiento de la ruptura de la unidad religiosa como una traición. Diversos Parlamentos27 se negaron a registrar el edicto. Algunos gobernadores no lo aplicaron. Se publicaron libelos contra el edicto y sus instigadores. De hecho, unos meses más tarde se iniciaban las hostilidades.

Para los calvinistas el detonante sería la masacre, perpetrada por las tropas del duque François de Guise, de camino hacia la corte, el 1 de marzo de 1562, en Wassy (ciudad de Champaña), residencia habitual de los Guise, que contaba con una pujante Iglesia reformada. Para los católicos lo sería la toma de Orleans por el príncipe de Condé, Louis de Bourbon, el 2 de abril del mismo año.

Esta coincidencia entre la aparición de la primera parte del Quinto libro, es decir, de la Isla Sonante, y el desencadenamiento de la primera guerra de Religión, así como la virulencia de la sátira dirigida contra las órdenes monásticas y el papa, llevó a pensar que acaso su editor (o su autor) fuese un protestante que buscaba apoyar la causa calvinista por medio de una obra atribuida a un escritor de gran renombre28. En cambio, cuando en 1564 aparece el Quinto libro, que recoge el texto de la Isla Sonante, con variantes no importantes para decidir el ideario religioso del autor, es un momento de calma en el conflicto religioso. No se reanudarán las hostilidades, con la segunda guerra de Religión, hasta septiembre de 1567.

Todo esto nos lleva a plantear la espinosa cuestión de la autoría del Quinto libro.

LA AUTENTICIDAD DEL «QUINTO LIBRO DE PANTAGRUEL»

La cuestión de la autenticidad del Quinto libro es el problema más debatido de la obra de Rabelais. Ya medio siglo después de la muerte del autor surgieron voces que pusieron en tela de juicio su autoría. Desde que Le Duchat, a principios del siglo XVIII, publicó, intentando refutarlos, los dos principales testimonios de principios del siglo XVII en contra de su atribución, estos argumentos se han repetido hasta la saciedad, aunque no siempre teniendo en cuenta el conocimiento que estos dos autores podían tener de la obra de Rabelais29.

En la reedición póstuma (1604), muy considerablemente aumentada, de la Prosopographie, de Antoine Du Verdier (1544-1600), se decía que la Isla Sonante había sido «hecha por un escolar de Valence»30. Louis Guyon escribía, a propósito del mismo texto, que Rabelais no lo había compuesto, «pues se hizo mucho después de su deceso; yo estaba en París cuando fue hecho y sé bien quién fue su autor, que no era médico»31. Por desgracia, guardó para él el nombre de ese autor que dice conocer.

Pero ninguna de estas afirmaciones tardías proporciona una prueba irrefutable. «Hacer» podría aludir a la mera reunión de textos para enviarlos a la imprenta. La atribución al «escolar de Valence» tal vez se deba, escribía Le Duchat, a una confusión con la obra atribuida a Guillaume Des Autels, la Mythistoire barragouyne deFanfreluche et Gaudichon (Mithistoria jeringonceada de Bagatela y Godichón, 1559), en la que se imita a Rabelais32.

De hecho, Du Verdier, en su obra póstuma, alababa la cultura de Rabelais y la elegancia de su estilo en latín. Defendía tímidamente su memoria, convencido de su arrepentimiento final, a la vista de la bula papal, que lo absolvía de su «apostasía» (abandono del convento) e irregularidades, y de otros testimonios. Sin embargo, años atrás lamentaba, en su Biblioteca, tener que ocuparse de un autor como Rabelais, para dar a su obra el carácter de universalidad deseado. Pues «se burlaba de Dios y del mundo y, aunque docto, sembró sus escritos de rasgos de impiedad e incluso me atrevo a decir que hacen pensar abiertamente en el ateísmo»33. Añade que la memoria de autores semejantes debería quedar sepultada en las más profundas tinieblas del silencio y totalmente cubierta de las aguas del olvido. No parece familiarizado con su obra y se deja arrastrar por la leyenda sulfurosa que envolvía tanto la obra como la vida de Rabelais. En todo caso, su información sobre el autor es muy deficiente34.

Es cierto que Guyon estaba en París en 156335, pero su declaración responde a un intento de defender a los médicos de la acusación de ateísmo e irreligiosidad36.

Por otra parte, Cooper37 añade el testimonio de Antoine Leroy, sucesor de Rabelais en Meudon38, quien, en sus Rabelæsiana elogia (Elogios rabelaisianos), de 1640-1650, conservados en manuscrito, tampoco se inclina por la autenticidad de este Quinto libro.

Unos años antes de que Du Verdier y Guyon afirmasen que la Isla Sonante era apócrifa, Étienne Tabourot, hablaba del Quinto libro «atribuido al inimitable Rabelais»39. Tabourot era un buen conocedor de la obra de Rabelais, cuya abundancia léxica, acumulación de acrobacias verbales y fantasía onomástica intentaba imitar.

A finales del siglo XVII se lanzó la hipótesis de que el Quinto libro era una obra auténtica con posibles interpolaciones de otros autores. Otro admirador de Rabelais, el también médico Jean Bernier, comenta el Quinto libro del mismo modo que las cuatro obras anteriores del autor, lo que justifica diciendo que, aunque algunos críticos hayan considerado que no es obra de Rabelais, «el estilo y ciertos pasajes me hacen creer que es, al menos, de Rabelais con interpolaciones de libertinos y hugonotes»40.

Los alegatos a favor o en contra de su autenticidad se multiplican durante la segunda mitad de siglo XIX y a lo largo del siglo XX. En 1975 y 1976, respectivamente, dos autores, Glauser y Petrossian, creyeron haber llegado a una conclusión definitiva, de tipo opuesto, basándose en distintos procedimientos.

Alfred Glauser multiplicó los argumentos para intentar demostrar su tesis de que el Quinto libro es, indiscutiblemente, obra de varios falsificadores. ¿Por qué, si era una obra de Rabelais, se esperaron nueve y once años, respectivamente, para que viese la luz? El texto carece de la ambigüedad y dinamismo de los libros anteriores. Los personajes son un pálido reflejo de lo que eran antaño. Existen, entre esta obra y los cuatro primeros libros, diferencias temáticas, etc. Pero todos estos argumentos son rebatibles. Una obra auténtica puede publicarse años después de la muerte de su autor. La supuesta debilidad de la obra podría responder a la fatiga o senectud del autor, a no haber sido supervisada la edición por el mismo, a la precipitación de su composición, etc. Glauser se basaba en argumentos impresionistas, ya antes muchas veces utilizados, y no en pruebas objetivas.

George A. Petrossian no quiso ser tachado de falta de objetividad, al intentar demostrar la autenticidad del Quinto libro41, y recurrió al método estilístico-estadístico establecido por Gustav Herdan en 1960. Analizó con medios informáticos la frecuencia de cierto número de categorías gramaticales seleccionadas (adjetivos en -ique, adverbios en -ment, etc.), de palabras y de «expresiones narrativas» (adonc, c’est-à-dire, de sorte que, etc.) en los cuatro libros anteriores y comparó la frecuencia que en ellos presentan con la que tienen en el Quinto libro y en tres textos de autores contemporáneos de Rabelais (Les navigations de Panurge [Las navegaciones de Panurgo]42, las Nouvelles récréations [Nuevos entretenimientos], de Bonaventures Des Périers, y los Propos rustiques [Charlas rústicas], de Noël Du Fail). Añadió la comparación de la frecuencia de los diez nombres propios más empleados en los cuatro primeros libros y en el Quinto. Llegó a la conclusión de que existen diferencias estilísticas importantes entre el Pantagruel y el Gargantúa, por una parte, y las restantes obras de Rabelais, por otra. Para el autor, el Quinto libro sería auténtico, salvo acaso el capítulo de los apedeftos; es una obra heterogénea y es muy probable que la Isla Sonante se escribiese al mismo tiempo que se componía el Cuarto libro o después, mientras que los treinta y dos últimos capítulos se escribieron en el tiempo que media entre la redacción del Tercero y la del Cuarto libro. Estudios estilístico-estadísticos posteriores han matizado, sin embargo, los resultados de Petrossian43.

La cuestión de la autenticidad o inautenticidad del Quinto libro puede resumirse en diversas posturas.

Unos niegan toda autenticidad a la obra, que no sería sino una falsificación realizada por uno (o varios) hábil(es) imitador(es). En el pasado se pensó que el imitador sería un panfletario hugonote, pero no son mucho más virulentas las sátiras contra los monjes del episodio de la isla Sonante de lo que lo eran las burlas contra los acérrimos ultramontanos de los capítulos dedicados a los papimanos en el Cuarto libro.

Otros consideran que la obra fue enteramente escrita por Rabelais, salvo alguna alusión posterior a su muerte, que pudo ser interpolada. Es la culminación de la epopeya pantagruelina, destinada a cerrar el ciclo inaugurado con el Pantagruel.

Un tercer grupo sostiene que la mayor parte del Quinto libro salió de la pluma de Rabelais, aunque el autor no le diese una forma definitiva. Sin embargo, se trataría no de textos destinados a constituir un último libro que coronase la epopeya pantagruelina, sino de textos descartados o no utilizados por el autor.

Para un cuarto grupo, algunos capítulos aislados son sin duda de Rabelais, pero la mayor parte de la obra carece de la fina sátira y de la sutil imaginación de los libros anteriores. Hay que mantener, por lo tanto, la duda acerca de su autenticidad, mientras no se encuentren pruebas más objetivas, concretas y convincentes.

El Quinto libro forma parte de todas las ediciones de las obras de Rabelais desde la edición de Lyon, 156644. Lo incluyen incluso editores, como Pierre Jourda, que emiten serias dudas acerca de su autenticidad.

La autenticidad parcial de la obra es, sin duda, la hipótesis que cuenta en la actualidad con mayores apoyos. Raros son los que sostienen hoy la total autenticidad del Quinto libro45, es decir, que es, salvo algún detalle añadido o modificado por el editor, la obra dispuesta por Rabelais para coronar el periplo marítimo de sus personajes, que la muerte le impidió publicar. Pero una hipótesis más moderada, que consistiría en pensar que es esencialmente una obra proyectada por Rabelais, aunque no llegase a recibir su forma definitiva y fuese alterada en mayor o menor medida por los editores, conserva sus partidarios. El autor tendría la intención de componer un Quinto libro que quizás se hubiese llamado Quint livre y no Cinquiesme46.

A. Lefranc sostenía que una parte muy considerable, salvo la intercalación evidente de algunos capítulos, las modificaciones y adiciones de detalle o las alteraciones del texto, obra del editor, era de Rabelais47. Sainéan decía que la mayoría de los episodios principales nos habían llegado casi en el estado en que los dejó Rabelais. Estas páginas póstumas responderían perfectamente al plan del itinerario anunciado en el Tercer libro. El Quinto libro sería la quintaesencia y el desenlace de la obra, la coronaría de forma extraordinaria y, tal como nos ha llegado, es digno del genio de Rabelais48. En opinión de Leo Spitzer, las últimas escenas del Quinto libro eran «uno de los más bellos fragmentos de la prosa francesa, que no puede haber sido escrito sino por Rabelais»49.

El estudio de la música en el conjunto de su obra llevaba a Carpenter a pensar que Rabelais era, al menos en gran medida, el autor del Quinto libro. No solo esta última obra está en consonancia con los libros anteriores, sino que constituye su conclusión racional y artística. Culmina el proceso por el que el autor pasa del realismo de los primeros libros a un mundo de ideas filosóficas a partir del Tercer libro50. De su análisis de los diversos temas de la tradición platónico-hermética deduce Masters que el Quinto es la conclusión lógica y necesaria de los cuatro libros anteriores y que existe una unidad temática entre los cinco51. En esta última obra alcanza su desarrollo completo el tema platónico de la apariencia y la realidad. El episodio de la divina Botella muestra, más que ningún otro, la deuda de Rabelais con la tradición hermética asociada a Platón52. En opinión de Saulnier, nada permite sostener que el Quinto libro no es sino un conjunto de capítulos abandonados por Rabelais e hilvanados por un editor. La obra es auténtica (salvo, a lo sumo, algún detalle) y nos ha llegado como Rabelais la dejó o casi53. En cuanto a Gaignebet, la «paternidad espiritual» de la obra es más importante que su redacción misma y lo esencial es que la intención secreta de los cuatro libros anteriores halla en este su coronamiento natural. Además, su «sentimiento», tras haber frecuentado la obra quince años, era que Rabelais la redactó casi en su totalidad54.

El Quinto libro sería la clave quintaesencial de la obra, como decía Pinchard55, aunque unos años después56 aceptaba que acaso no perteneciese a Rabelais, pero correspondía al pensamiento «pantagruélico», entendido como un saber sobre el hombre distinto de las tradiciones humanistas dominantes.

No es nuestro propósito establecer una relación exhaustiva de los autores que consideran auténtico todo (salvo algún detalle) o la mayor parte del Quinto libro y ven en él la culminación del proyecto de Rabelais. En líneas generales, estos autores apoyan su creencia en la autenticidad de la obra en las cualidades literarias de sus mejores capítulos, en que el autor, de gran erudición, conocía bien la región de Chinon, lugar natal de Rabelais, en la alusión del capítulo solo presente en el manuscrito57 a Pierre Lamy, su compañero en el convento franciscano de Fontenay-le-Comte, que compartía con él su afición por el griego, en el epigrama de la edición de 1564, firmado Nature quite (Naturaleza libre), firma tras la que se esconde la del médico Jean de Mayerne, llamado Turquet, e incluso en que la escena del oráculo de la Botella encierra su testamento espiritual.

Otros autores, por el contrario, rechazan plenamente la autenticidad del Quinto libro o, al menos, lo excluyen de sus estudios. Plattard prefería descartarlo para basar su estudio en un «terreno seguro»58. Villey se mostraba escéptico, puesto que no se había demostrado su autenticidad59. Años más tarde, prescinden de él, entre otros muchos, Coleman (1971), Antonioli (1976), Berry (1979), Zegura (1982) o Screech quien, en el prefacio redactado en 1991 para la traducción francesa de su estudio sobre Rabelais60, negaba que Rabelais fuese el autor ni de la Isla Sonante ni de la edición publicada bajo el título de Quinto libro. Denuncian igualmente su carácter totalmente apócrifo Glauser (1975) y Rigolot (1977), etc. Los partidarios de la inautenticidad de la obra se basan en los testimonios de Du Verdier y Guyon, en que diversos capítulos o fragmentos muestran una imitación demasiado servil de la obra de Francesco Colonna61 o del Preludio. Dioniso de Luciano de Samosata y en la debilidad de la mayoría de los episodios centrales. En realidad, ninguno de estos argumentos constituye una prueba fehaciente, pues ya en el Gargantúa Rabelais reproducía un enigma de Mellin de Saint-Gelais y párrafos menos afortunados pueden hallarse igualmente en sus obras indiscutiblemente auténticas.

Pero tanto Villey62 como Plattard63 no descartaban la hipótesis de que el Quinto libro se basase en «borradores» dejados a su muerte por Rabelais y reunidos por un editor, sin constituir, en el pensamiento del autor, un verdadero quinto libro.

La hipótesis de los borradores, textos o pre-textos auténticos, refundidos por un editor o imitador, no era nueva. De hecho, había cobrado gran fuerza a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX con la edición de las obras de Rabelais realizada por Marty-Laveaux64 y los estudios de Stapfer65, Boulenger66, W. F. Smith67, Tilley68, etc. Esta hipótesis de la autenticidad parcial de la obra se ha convertido en la opinión más extendida en la actualidad a raíz de la publicación de la tesis de Mireille Huchon en 198169.

En realidad, aun aceptando la autenticidad parcial del Quinto libro, que procedería en su mayor parte (o en gran parte) de unos borradores o pre-textos de Rabelais, quedan pendientes diversas cuestiones que hasta hoy no han recibido una respuesta convincente ni tal vez la reciban nunca: ¿pueden distinguirse los textos auténticos de las interpolaciones de los editores?, ¿estaban, al menos algunos de ellos, destinados a un eventual Quinto libro o eran meros «borradores» desechados por el autor?

Es casi unánime la creencia en que existió alguna interpolación, aunque solo fuese la alusión, en el capítulo 1870, a una obra de Escalígero publicada años después de la muerte del autor. Además, casi todos los partidarios de los «borradores» de Rabelais consideran que existieron interpolaciones de mayor extensión, lo que no sería extraño, pues estas son frecuentes en las obras del siglo XVI publicadas póstumamente.

Los que piensan que existieron interpolaciones, obra de quienes recogieron los textos que Rabelais no publicó en vida, no logran ponerse de acuerdo en qué capítulos deben ser considerados como totalmente apócrifos. Para algunos deben descartarse los capítulos en los que existe una servil imitación del Discípulo de Pantagruel o del Sueño de Polífilo de Colonna, como el baile en forma de torneo de ajedrez (capítulos 23-24)71. Pero no falta quien defiende que la partida de ajedrez, tomada de Colonna, es auténtica, pues hay que tener en cuenta las teorías de la imitación del Renacimiento y que un genio puede enriquecer cuanto toma con elementos propios, etc.72. Otros consideran el prólogo apócrifo porque reproduce numerosos párrafos de prólogos anteriores, lo que no habría hecho Rabelais73, otros ponen en tela de juicio los capítulos sobre los hermanos canturrones (Fredons) (capítulos 26-28)74, el episodio del país de Satén75, etc.

Hoy se piensa, en general, como muchos pensaron a fines del siglo XIX y principios del XX, que el Quinto libro es, en su inmensa mayoría, una hábil recopilación de papeles dejados por Rabelais a su muerte. Nada permite afirmar que estuviesen destinados a concluir la epopeya marítima de Pantagruel y sus compañeros, alcanzando Panurgo la palabra del oráculo que debía dar respuesta a su dilema y que no es otra que la solución que ya le ofrecía Pantagruel, en el Tercer libro, de buscar dentro de él mismo la respuesta a si le convenía casarse, según sus deseos, o si el matrimonio no sería sino la antesala de la ridícula situación de marido burlado.

Muchos críticos consideran que el Quinto libro se basa en varias series de manuscritos, redactados en momentos diferentes, pero no existe unanimidad en torno a su fecha de composición, aunque suele considerarse que los capítulos que forman la edición de la Isla Sonante son posteriores a los restantes capítulos. En 1906, W. F. Smith76 sostenía que los textos más tardíos eran los que constituían la Isla Sonante, aunque casi todos77 se redactaron entre 1537 y 1542, por lo que serían anteriores a la composición no solo del Cuarto libro, sino también del Tercero, del que habrían formado parte de haber sido publicados inmediatamente78. Petrossian consideraba que los treinta y dos últimos capítulos habían sido escritos entre la composición del Tercer libro y la del Cuarto, mientras que la redacción de la Isla Sonante sería contemporánea o posterior a la del Cuarto libro79. Huchon llegaba a conclusiones en cierto modo semejantes. Establecía la existencia de dos series de «borradores»: una, formada por el prólogo y los capítulos 17 y siguientes, que podría ser anterior a la redacción del Cuarto libro. El primer viaje hacia el país de la Botella conduciría a los viajeros a Turena80. Unos años después Duval sostenía que los capítulos 33-47 de la edición de 1564 eran la conclusión inicialmente prevista por Rabelais para el Tercer libro81.

Por el contrario, los capítulos correspondientes a la Isla Sonante, salvo el capítulo de la isla de los apedeftos, apócrifo, y el capítulo XVI de la edición, formarían, en opinión de Huchon82, un grupo diferente de borradores, en lo esencial contemporáneos de la elaboración del Cuarto libro en su versión definitiva de 1552, y constituirían una navegación inspirada en los relatos de expediciones francesas a las costas del norte de América. Muchos críticos aceptan la existencia de esta doble serie de manuscritos83.

Diversas coincidencias con obras anteriores permitirían conjeturar la época aproximada en la que se compusieron algunos capítulos de la obra, aunque existen divergencias entre las tres versiones conservadas. Así, por ejemplo, en la Isla Sonante y en la edición de 1564 del Quinto libro de Pantagruel, el viaje se presenta como una continuación del emprendido en el Cuarto libro. En cambio, en la versión del manuscrito se dice que los protagonistas se hacen a la mar y navegan unos días con viento favorable, lo que sugiere el comienzo del viaje84. Por otra parte, el comienzo de la Isla Sonante coincide exactamente con el del capítulo 2 de la versión de 1548 del Cuarto libro. Es así posible que esta parte fuese un primer episodio del Cuarto libro de 1548, desechado por Rabelais. En todo caso, lo único que puede afirmarse es que los episodios incluidos en la Isla Sonante parecen haber sido redactados después que los restantes capítulos que constituyen la edición de 1564.

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En resumen, el Quinto libro estaría compuesto, en su gran mayoría, por textos redactados por Rabelais, aunque no se trataría de un libro preparado como tal por el autor. Rabelais revisaba muy cuidadosamente sus obras, como puede comprobarse comparando la edición precipitada y parcial del Cuarto libro de 1548 con la versión definitiva, aparecida en 1552. El autor no dio su forma definitiva a estos borradores, textos desechados o pre-textos que no publicó en vida85. Ignoramos si preveía publicar un Quinto libro y no podemos estar seguros de que algunos de estos capítulos estuviesen destinados a un proyecto de conclusión para el Tercero luego abandonado, pero, en todo caso, si hubiese compuesto un último libro no sería como el que nos ha llegado. Es muy posible que el Quinto libro sea en buena medida de Rabelais, pero las circunstancias de su tardía publicación hacen que la obra, después de haber hecho correr ríos de tinta, siga conservando buena parte del misterio que envolvió su publicación.

VIAJES MARÍTIMOS IMAGINARIOS

El texto de la Isla Sonante responde solo parcialmente a su título. Es cierto que el episodio situado en esta isla ocupa gran espacio (capítulos 1-8), pero la edición incluye, además, el episodio de la isla de Mezquimicifuz (Grippeminault, Grippe-minaud en la edición de 1564), las más breves visitas a las islas de las Herramientas (Ferremens) y de Pujitrampa (Cassade) y la estancia en la isla de los apedeftos (Apedeftes)86.

Ateniéndonos a la más completa versión de la edición de 1564, el Quinto libro de Pantagruel consta de un prólogo en el que, a través de un enigma burlesco, se introduce la alabanza de los libros llenos de pantagruelismo y una defensa de la propia obra contra los que la calumnian. Pues sus detractores la atacan movidos por el deseo de ser los únicos en disfrutarla. Esta defensa de sus obras anteriores es comparable a la que Rabelais introducía en el prólogo a la versión de 1548 del Cuarto libro y en la dedicatoria al cardenal Odet de Châtillon de la versión definitiva de 1552 de la misma obra. De hecho, este prólogo contiene párrafos enteros del prólogo del Tercer libro de 1546 y del que precede al Cuarto libro en la edición de 1548. Ahora bien, en el prólogo del Tercer libro se alababan los esfuerzos defensivos franceses, mientras que aquí se ensalza la literatura francesa de los tiempos de Francisco I. El autor intenta demostrar que la lengua francesa no es tan pobre, indigente y desdeñable como lo proclaman algunos jóvenes escritores. En esto coincide con la Deffence et illustration de la langue françoyse (Defensa e ilustración de la lengua francesa), de Joachim Du Bellay, publicada en 154987. Pero posteriormente, aparentando defender a los mejores poetas modernos de los ataques de unos severos censores, Du Bellay expone lo que considera sus defectos y, aunque no los nombra, alude a Clément Marot, Antoine Héroët y tal vez a Mellin de Saint-Gelais, poetas admirados por Rabelais y ensalzados en el Quinto libro88. De hecho, el desdén de Du Bellay hacia los poetas de la generación anterior provocó la reacción del Quintil Horatian sur la Defence & illustration de la langue françoise (Quintil horaciano sobre la Defensa e ilustración de la lengua francesa)89, atribuido a Barthélemy Aneau90. Es probable que, al redactar lo que sería el prólogo del Quinto libro, el autor tuviese en mente la polémica que surgió a raíz de la publicación de la Defensa91.

La primera isla en la que descienden los viajeros es la isla Sonante, donde, antes de abordarla, escuchan un incesante campaneo, que anuncia la sátira contra las numerosas órdenes monásticas, las cuales regulan la vida de los hermanos a toque de campana, tema recurrente en la obra de Rabelais92. Ya en la abadía de Télema del Gargantúa, convento opuesto a todos los existentes, se proscribían los relojes y las campanas:

Et par ce que es religions de ce monde tout est compassé, limité, et reiglé par heures, feut decreté que là ne seroit horrologe ny quadrant aulcun.

Mais selon les occasions et oportunitez seroient toutes les œuvres dispensées.

«Car (disoit Gargantua) la plus vraye perte du temps qu’il sceust, estoit de compter les heures. Quel bien en vient-il? et la plus grande resverie du monde estoit soy gouverner au son d’une cloche, et non au dicté de bon sens et entendement».

(Gargantúa, capítulo 52. Rabelais, 1994a, 138)93.

Pantagruel, desconfiando de lo que les espera en tan extraña isla, decide descender en una pequeña roca, antes de abordarla. Allí encuentran a un ermitaño que, antes de alcanzar la isla, los somete a un ayuno de cuatro días.

En esta virulenta sátira del mundo clerical destacan los elementos fúnebres y opresivos. Antaño la isla estaba habitada por los siticines, es decir, los que tocan en los funerales con un tipo especial de trompetas, convertidos en pájaros que viven enjaulados y cantan sin cesar, a toque de campana, mientras las hembras se lamentan con cantos lúgubres y tristes94. Aquí vienen a parar, como ya se denunciaba en el episodio de la abadía de Télema95, los tullidos, los que huyen del hambre, del trabajo o de la justicia, o bien aquellos de quienes se deshacen sus familiares para evitar el excesivo reparto de los patrimonios. Es un mundo funesto, poblado por seres glotones y holgazanes que viven a expensas de los demás, donde los viajeros son recibidos con un festín que dura cuatro días en compensación por los cuatro días de ayuno precedentes. Para animar el sombrío relato, el autor introduce la divertida historieta, puesta en boca de Panurgo, del corcel y del asno. Es el único cuento insertado en toda la obra96, mientras que estos relatos —en general picantes— eran frecuentes en las obras anteriores97.

Es posible que exista un recuerdo de la isla de los pájaros, a la que se aludía en el relato de la exploración de 1534 de Jacques Cartier, que describía algunas especies de aves que allí habitaban, como señaló Lefranc98. Pudo inspirarse en la isla de los pájaros («el Paraíso de los pájaros») del Viaje de San Borondón, leyenda medieval muy conocida en el siglo XVI99. El episodio es esencialmente una sátira del clero y de la corte papal, que viven en la abundancia y ociosidad gracias a los bienes recibidos del «otro mundo», del mundo en el que se trabaja. Una crítica semejante aparecía ya en el capítulo 53 del Cuarto libro.

Sigue al episodio de la isla Sonante la visita a dos islas, brevemente descritas, de sentido muy distinto. La isla de las Herramientas (capítulo 9) es una especie de país de Jauja en el que el autor reelabora un episodio del Discípulo de Pantagruel100. Los árboles proporcionan todo tipo de armas y herramientas. Pero esta facilidad no está exenta de peligro, puesto que estos objetos punzantes se desprenden de los árboles y caen sobre las personas, por lo que la isla está desierta.

La isla de Pujitrampa (capítulo 10) es la isla del juego y del engaño. Está poblada por los demonios del azar, a los que invocan los jugadores, y alrededor de ella se producen más pérdidas de vidas y bienes que en ningún otro lugar. Incluso la sangre del Santo Grial que les muestran no es sino otra forma de engaño, pues, pese a las ceremonias con las que se la enseñan, no ven sino el rostro de un conejo asado.

La isla de Postigo (capítulos 11-15), donde reina Mezquimicifuz, archiduque de los gatosforrados (Chats-fourrés), es una negra pintura de la arbitrariedad e insaciable codicia de la justicia, en la que se recurre a la vieja imagen de la tela de araña que deja escapar a los grandes, pero atrapa a los pequeños. Se recupera la visión maléfica medieval del gato como ser infernal, del mismo modo que, al final del Cuarto libro (capítulo 67), Panurgo creía atrapar a un diablo cuando en realidad había cogido un gato. Si los alquimistas hablaban de la quintaesencia como último grado de sutileza, los gatosforrados habían descubierto una sexta esencia que les permitía adueñarse de todo. Solo la astucia y los sobornos de Panurgo les permiten escapar de tan siniestro lugar.

Es frecuente en la época la crítica de la justicia, presente en las novelas anteriores de Rabelais, debido a la venalidad de los cargos, comprados por abogados y jueces deseosos de recuperar cuanto antes el dinero invertido. El nombre de Grippeminauld está asociado a los usureros y acaparadores de bienes ajenos, a los que se niega la entrada en Télema101. Reaparece en una fábula de La Fontaine102.

La isla de Ultraodre (capítulo 16), en la que se juega con la homonimia en francés de outre «odre» y «ultra», es la isla del exceso materialista103.

En el Cuarto libro cobraba gran importancia la tormenta, episodio muy frecuente en las epopeyas marítimas. En el Quinto queda reducida a un furioso torbellino que hace encallar sus naves en unas arenas, pero permite, como en la obra anterior, contraponer la valentía del hermano Juan a la cobardía de Panurgo. Se anuncia el país de la Quintaesencia en el encuentro con el navío de Enrique Cotiral, de regreso a Turena, que desencalla su nave (capítulo 17). En el Cuarto libro el encuentro con los mercaderes de Saintonge, que volvían del país al que se dirigían los pantagruelistas, daba lugar a una escena de farsa cruel. En este caso el encuentro ocasional con el navío de los ocultistas les permite seguir su viaje al liberar su navío. Aparecen dos fiséteres (cachalotes) que no tienen el carácter peligroso del fiséter del Cuarto libro, al que Pantagruel vencía, sino que se limitan a inundar el navío de Cotiral.

El episodio en el reino de la Quintaesencia (capítulos 18-23) es uno de los más desarrollados de la obra. Contiene rasgos críticos, pero sobre todo simbólicos. Los viajeros descienden en el puerto de Mateotecnia, en griego de «las cosas vanas». Es un país dirigido por una reina y la presencia de gobernantes mujeres supone una novedad dentro de la obra de Rabelais. Más tarde aparecerá la reina de las linternas e incluso la Botella es una figura femenina a la que asiste una pontífice. Se describe, no sin tintes irónicos y satíricos,la brillante corte que rodea a la reina Entelequia104, quien comparte con los reyes de Francia sus poderes curativos, superándolos con creces105.

La reina cura cantando una canción apropiada a las distintas enfermedades, acompañándose con un órgano construido con madera de plantas medicinales. La curación de los enfermos no incurables corre a cargo de sus oficiales. Es posible que en estas curaciones extraordinarias exista una sátira del médico, alquimista y astrólogo Paracelso (fallecido en 1541), quien se jactaba de curar también a los desahuciados, pero la terapéutica musical era ya conocida en la Antigüedad e interesaba a los médicos humanistas. En todo caso, los viajeros quedan admirados por tan extraordinarias curaciones.

Los servidores de la Quinta realizan también diversas acciones inútiles o absurdas, como blanquear a los etíopes, arar la playa arenosa, recolectar uvas de los espinos e higos de los cardos, ordeñar la leche de los machos cabríos, recogiéndola en un cedazo, o sacar agua con una red, etc., y discuten acaloradamente cuestiones baladíes. Toda esta serie de esfuerzos descabellados, inspirados en los Adagios de Erasmo106, son en su mayoría una interpretación literal de un dicho griego. Recuerdan los ejercicios sin sentido a los que se dedicaba el joven Gargantúa (Gargantúa, capítulo 11), basados también en el mismo procedimiento de lectura «ingenua» de una expresión figurada. En esta serie de despropósitos parece existir una burla de ciertas operaciones alquimistas: el reino de la Quintaesencia sería el mundo de la falsa alquimia. De hecho, las alusiones a las ciencias ocultas son una constante en la obra de Rabelais: figuran ya en sus primeros libros, en los que el narrador se presenta bajo la figura de Alcofribas Nasier, «destilador de quintaesencia». Reaparecen en los últimos capítulos del Quinto libro, donde a la falsa alquimia, que busca la obtención material de oro, se opone la auténtica, que tiene un sentido alegórico e intenta alcanzar la luz y la verdad.

El episodio satiriza también las sutilezas hueras. Se inspira en la novela de Francesco Colonna Hypnerotomachia Poliphili107, que, en 1499, había publicado Aldo Manucio en Venecia, una de las más bellas ediciones renacentistas, con numerosos y magníficos grabados. Es una novela amorosa alegórica, al estilo de ciertos «sueños» y «visiones» medievales como el Roman de la Rose (Libro de la Rosa), en la que el autor, además de narrar detenidamente su viaje en busca de su amada, expone su teoría sobre las artes, especialmente sobre la arquitectura y las ciencias, y vierte su vasta erudición, sobre todo en arqueología y epigrafía. Fue la primera obra que insertó jeroglíficos y un cierto número de inscripciones griegas y latinas. Renovó el viejo fondo alegórico medieval con numerosos elementos del mundo antiguo por entonces redescubierto y simbolizado en el personaje de Polia. Está escrita en una lengua híbrida y artificial, con una sintaxis basada en diversos dialectos italianos (lombardo, toscano y veneciano), a la que se añade un léxico en gran medida latino con voces griegas. Este lenguaje, que hoy dificulta su lectura, suscitó sin duda el interés y la curiosidad de Rabelais, aficionado al plurilingüismo y que se había interesado también por el latín «macarrónico» de Teófilo Folengo. De hecho, la obra de Colonna tuvo gran éxito en Francia y la Biblioteca Nacional de Francia conserva un ejemplar con el escudo de Francisco I108. En 1546, Jean Martin publicó una adaptación francesa, tras la segunda edición italiana de 1545, con grabados de gran calidad y más numerosos que los de la edición original109.

Rabelais menciona la obra en el capítulo 9 del Gargantúa110 y se alude de nuevo a ella en la Breve declaración111, aunque no es seguro que este glosario de términos saliese de su pluma112. Se inspira en ella en el episodio de la abadía de Télema113, en el nombre mismo de este convento de nuevo cuño, ya que Thelemia es una de las dos ninfas que la reina Eleuterilide da a Polífilo para que lo acompañen en su camino hacia su amada Polia114, y en algunos aspectos de su descripción de la abadía, como en la de la fuente de las tres gracias115, etc. En el capítulo 25 del Cuarto libro, existe también un recuerdo de Colonna en la visita a las ruinas y en las inscripciones antiguas que Macrobio muestra a los viajeros116, así como en el banquete en Papimania, narrado en los capítulos 51-53 del mismo libro117.

Las reminiscencias del Sueño de Polífilo son aún más abundantes en el Quinto libro, a partir del episodio de la Quintaesencia y hasta el final del mismo. El banquete que la reina Entelequia ofrece a los pantagruelistas recuerda la recepción de Polífilo en la corte de la reina Eleuterilide. La descripción del baile a modo de juego de ajedrez (capítulos 23 y 24) es una recreación muy amplificada del mismo baile en el Sueño de Polífilo, pero en modo alguno es un plagio o unas meras notas de lectura. La descripción del templo y de su maravillosa lámpara, las ceremonias que en él se desarrollan, etc., presentan numerosas coincidencias con la obra de Colonna, en algún caso con párrafos traducidos casi literalmente. Existen también otras semejanzas en diversas alusiones118.

La siguiente isla visitada, la isla de Odos (en griego, «caminos») es un pequeño intermedio humorístico, basado en una interpretación literal de expresiones como «¿Adónde va este camino?». Presenta un mundo en movimiento, puesto que los caminos caminan, lo que permite deducir «a un bachiller» que es la tierra la que se mueve en torno a los polos y no el cielo como nos parece, recogiendo una vieja hipótesis a la que las teorías de Copérnico (1473-1543) habían dado nuevo impulso119.

El episodio de la isla Sonante satirizaba la holgazanería y glotonería de los monjes, así como la proliferación de órdenes religiosas. A estas acusaciones se añaden las de liviandad e hipocresía en la isla de los Esclavos (capítulos 26-28), en la que el autor juega con la homonimia entre esclot «zueco» y esclau «esclavo». El rey del lugar muestra a los viajeros una orden recién fundada, la de los hermanos canturrones (Fredons)120, cuyo nombre rivaliza en humildad con el de otras muchas órdenes. El episodio se vincula al de la Quinta (esencia), pues se dice que de ella han recibido sus estatutos y se juega con el doble sentido (uno de ellos musical) de muchos de los términos empleados.

Estos extraños monjes todo lo hacen al revés y atienden siempre a la letra y no al espíritu de la ley121. Su lascivia se desvela en el interrogatorio al que Panurgo somete a uno de ellos, interrogatorio presentado a modo de réplicas dramáticas y que tal vez satirice los interrogatorios de los penitentes en la confesión. De paso se critica la institución de la cuaresma, aunque se precisa que, si se suprimirse, los médicos perderían todas sus ganancias.

En la isla de Frisa, nombre que designa una tela de lana (capítulos 29-30), donde se encuentra el país de Satén122, los viajeros ven un mundo cuya única existencia es su representación en unos tapices. Gran parte del episodio es una écfrasis o descripción de una representación artística (pictórica, escultórica, bordada, etc.), como lo será más tarde la descripción de la conquista de la India por Baco representada en los mosaicos del templo. Aquí animales reales se codean con monstruos mitológicos, como los centauros, tomados todos ellos de fuentes librescas. Sin embargo, las maravillas de la isla alimentan los ojos de los viajeros, pero no sacian su hambre.

Adentrándose en el país, descubren a un ser monstruoso, ciego, imposibilitado, la cabeza llena de orejas, como antaño Argo la tenía de ojos, y una enorme boca con siete lenguas, cada una de ellas capaz de mantener un discurso diferente y en un idioma distinto. Supera en habilidad a los habitantes de la isla maravillosa en otro tiempo visitada por el griego Yambulo y su compañero, quienes, entre otras particularidades, poseían una lengua bífida que les permitía imitar todo sonido humano y el canto de los pájaros, así como mantener simultáneamente dos conversaciones distintas123. Tan singular personaje no es otro que Deoídas (Ouy-dire) y de él aprenden en poco tiempo un sinfín de personas que hablan con la mayor seguridad de lo que nunca vieron ni comprobaron. Entre sus discípulos, reconocen a numerosos autores de la Antigüedad (como Heródoto o Plinio), medievales y renacentistas, entre los que no faltan navegantes, como Jacques Cartier y Pedro Álvarez Cabral. Se plantea el tema de la «verdad» científica e histórica, pues incluso el relato de lo que se vio puede verse tergiversado por los conocimientos previos o los prejuicios del observador. Los sentidos pueden engañarnos, como se decía en la isla de Odos cuando se tenía la impresión de que la tierra avanzaba y era el barco el que se movía en un viaje fluvial. Deoídas es un gran divulgador de relatos maravillosos, de viajes de autenticidad dudosa, de testimonios amañados y de viejas tradiciones a las que su antigüedad misma vuelve venerables124.

El autor se divierte lanzando una mirada irónica sobre gran parte del saber de su época, pone en entredicho los libros «de autoridad» y, como hacía Luciano en los Relatos verídicos, exige a los escritores veracidad en medio de una historia insólita y fantástica, burlándose de los que escriben de oídas, sin una experiencia personal de lo que relatan o describen. Pero la gran paradoja es que refuta teorías de autores muy respetados y polemiza con ellos, basándose en el testimonio de unas representaciones bordadas en unos tapices.

En el país de Satén, los viajeros ven representado el Mediterráneo abierto, con los abismos al descubierto, y a una serie de autores, capitaneados por Aristóteles, que observan los peces. A pesar de las deformaciones de copistas y editores, la lista es menos incoherente de lo que parecería a primera vista, ya que todos los autores, según el testimonio de autores antiguos y sobre todo de Ateneo, trataron en mayor o menor medida de temas de ictiología125.

En el capítulo 8 del Cuarto libro, Panurgo enviaba a los mercaderes de borregos, a los que ahogaba en el mar, a este país inexistente, de maravillas y encantos solo para la vista, al país de Satén, si acaso encontraban una ballena que, al tercer día, los devolviese sanos y salvos, como ocurrió a Jonás126. En este episodio del país de Satén, como en el siguiente, en el país de Linternés, el Quinto libro desarrolla un elemento apuntado en el Cuarto o en obras anteriores.

Luciano hablaba, en sus Relatos verídicos (I, 29), de una ciudad de las Lámparas, donde el narrador reconocía la suya y le pedía información sobre los asuntos de su casa. En el capítulo 14 del Discípulo de Pantagruel, Panurgo y sus compañeros llegaban al país de las linternas, donde eran invitados a un gran banquete. Después de aludir a este país quimérico en libros anteriores127, los viajeros llegan en el Quinto libro (capítulos 31-32) al país de los licnobianos, gentes que viven de linternas, donde Pantagruel reconoce la «linterna» de La Rochelle (la torre de la Linterna)128 y las de Faros, Nauplia y la Acrópolis de Atenas. El manuscrito añade un capítulo en el que se enumeran los sorprendentes platos que se sirvieron en la cena y los bailes que siguieron al festín, inspirado en los capítulos 14-16 del Discípulo de Pantagruel. Al final, los pantagruelistas eligen como guía a la linterna amiga de Pierre Lamy, antiguo compañero de convento de Rabelais en Fontenay-le-Comte (Vendée)129.

Provistos de una linterna que les servirá de guía, como la Sibila a Eneas en su descenso a los infiernos (según se anunciaba en el capítulo 47 del Tercer libro)130, pero también como Beatriz a Dante en su visita al Paraíso, los pantagruelistas llegan a una isla cuyo nombre se omite; solo se dice que es la isla deseada donde se encuentra el oráculo de la divina Botella (capítulos 33-47)131.

Según se apuntó anteriormente, el final de la obra se inspira en el Sueño de Polífilo, salvo la écfrasis en la que se describe el triunfo de Baco en la India, representada en el mosaico del templo (capítulos 38-39) con tanto realismo y perfección que incluso pueden oírse los gritos y ruidos producidos por los invasores, que se toma de la obrita de Luciano, Preludio. Dioniso. Baco, escasamente presente en las primeras obras de Rabelais132, cobra relevancia en el Tercer libro, dedicado a los bebedores y enfermos de gota, a los que se interpela en el prólogo, y sobre todo al final del Quinto libro. Bacbuc, pontífice de la Botella en esta última obra, parece ser el equivalente femenino del dios del vino, lo que simbolizaría su nombre. Pues, si Baco no está muy presente en las primeras obras de Rabelais, lo está en cambio el vino, del que es el símbolo. El vino es fuente de alegría y de comicidad en la obra de Rabelais133. Es también fuente de veracidad134 y sabiduría: ya en el capítulo 8 del Tercer libro, Pantagruel, en un lapsus lingüístico, equiparaba bebedor y filósofo135, lo que parece remitir al Banquete de Platón136.

Lo que en Colonna era una iniciación erótica de Polífilo se convierte en una iniciación báquica de Panurgo. El Quinto libro se cierra con una exclamación que remite a las primeras palabras de Gargantúa al venir al mundo («¡A beber!»)137 y a la invitación con la que concluía el Cuarto libro («¡Bebamos!»)138, invitación, por otra parte, ya presente en el cierre del Elogio de la locura,de Erasmo139, y en el Discípulo de Pantagruel140. Como todo oráculo que se precie, el de la Botella, reducido a una palabra, Trinch141 «¡Bebe!», requiere una interpretación, que no se consigue escuchando o leyendo, sino bebiendo; no penetra por los oídos o los ojos, sino a través de la boca, como un alimento más. Se juega aquí con la identificación entre «breviario» (libro) y «botella», como ya se hacía en el coloquio de los muy borrachos del Gargantúa142.

La bebida que se absorbe y causa el furor poético, como ocurre a los pantagruelistas, es al mismo tiempo una metáfora de la obra misma de Rabelais, ya presente desde el Tercer libro, cuando el autor prometía abrir su tonel para presentar a los lectores nuevos textos comparables a su Pantagruel y a su Gargantúa. El descenso a los subterráneos en los que se encuentra el templo de la divina Botella, contrapunto del jocoso descenso a los infiernos realizado por Epistemon en el capítulo 30 del Pantagruel, se acompaña de una serie de ritos iniciáticos. Los viajeros van acompañados de una linterna que los abandona ante las puertas del templo, al que no le está permitido acceder, como Virgilio abandonaba a Dante ante las puertas del paraíso143. El subterráneo es oscuro y tenebroso, lo que causa el pavor de Panurgo. Se compara a una tumba, al hoyo de san Patricio en Irlanda y a la fosa de Trofonio en Beocia144, lugares de descenso a los infiernos, por lo que no es extraño que Panurgo imagine que es el Ténaro por donde descendió Heracles. Pero ha de dominar su miedo para alcanzar un saber que no es otro que la necesidad de conocerse y de dominarse a sí mismo.

Recogiendo una vieja tradición de viajes infernales subterráneos145, de los que el más cercano es probablemente el del Baldo de Folengo, los pantagruelistas regresan para dar testimonio de las riquezas y cosas admirables encerradas bajo tierra, donde también se encuentran las cuevas (como las «cuevas pintadas» de Chinon) en las que fermenta el vino. Es todo cuanto han aprendido de este viaje a las profundidades, pues la respuesta que Panurgo alcanza no es otra que la que ya Pantagruel le proporcionaba en los primeros capítulos del Tercer libro: hay que buscar dentro de sí mismo la solución de los problemas, sin esperar una ayuda sobrenatural ni confiarlos a una fuerza externa.

Tal como nos ha llegado, aunque no sea la obra proyectada por Rabelais, sino debida al azar de unos editores que recogieron y armonizaron unos borradores y pre-textos del autor, el Quinto libro cierra de forma convincente la gran saga de los gigantes alegres y benéficos ideada por el autor.

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Los editores de estos textos se esforzaron por presentar la obra como una continuación del Cuarto libro. Sin embargo, el narrador olvida a muchos de los personajes que formaban parte de la expedición.

En efecto, en el primer capítulo del Cuarto libro, al contar cómo Pantagruel se hizo a la mar para visitar el oráculo de la divina Bacbuc, se enumeran los principales personajes que forman parte de la expedición. En la edición de 1552 son Panurgo (Panurge), el hermano Juan de los Tajos (frere Jan [o Jehan] des Entomeures), Epistemon, Gimnastes (Gymnaste), Eustenes (Eusthenes), Rizótomo (Rhizotome) y Carpálimo (Carpalim). En la edición de 1548 el narrador olvidaba a Eustenes, pero citaba a Ponocrates (Ponocrates), al que la edición definitiva no mencionaba hasta el capítulo 9. El grupo de compañeros del gigante está formado por diversos personajes aparecidos en el Pantagruel (Panurgo, Epistemon, Eustenes y Carpálimo) y otros presentados en el Gargantúa (el hermano Juan de los Tajos, Gimnastes, Rizótomo y Ponocrates), obviando la diferencia generacional entre la historia del hijo y la del padre, además del gran viajero Jenomanes (Xenomanes), mencionado en los capítulos 47 y 49 del Tercer libro, que les sirve de guía.

El número de los personajes secundarios se reduce sensiblemente en el Quinto libro. Solo Panurgo y el hermano Juan conservan un importante papel y, en mucho menor medida, el antiguo pedagogo de Pantagruel, Epistemon, que aparece fugazmente en los capítulos 1, 25 y 27, pero desempeña un importante papel en el capítulo 28 y en el de los apedeftos146. Carpálimo solo es mencionado en una ocasión y Jenomanes, que tenía una gran intervención en el Cuarto libro, desaparece completamente, así como Gimnastes, Eustenes, Rizótomo y Ponocrates. Algún crítico ha visto en esta reducción una prueba de la inautenticidad de la obra147. Es cierto que es mayor el número de personajes secundarios que participan, o al menos se citan como grupo, en el Cuarto libro que en el Quinto, pero durante los trece primeros capítulos del Tercer libro (es decir, en la cuarta parte de la obra, que consta de cincuenta y dos capítulos), los únicos actores son Pantagruel y Panurgo, y en el resto de la obra, fuera de Epistemon, que también ocupa cierto lugar en el Quinto libro, los restantes personajes tienen una presencia muy reducida (Rizótomo, Gimnastes y Ponocrates) o son inexistentes (Eustenes)148.

Los personajes responden a los rasgos que presentaban en las obras anteriores y, sobre todo, en el Cuarto libro. Pantagruel no es ya el alegre y despreocupado joven de numerosos capítulos de la obra que se conoce bajo su nombre. Es el jefe prudente149, sensato y moderado, aunque también se contagie al final de la obra del «furor poético» emanado de la divina Botella y componga versos. Panurgo sigue siendo el personaje cómico por excelencia, desprovisto de moral, el hombre astuto y de los mil recursos como Ulises, el único capaz de librar a sus compañeros del terrible reino de Mezquimicifuz y los gatosforrados. Es un maestro en el arte de la persuasión por medio de la palabra y conserva su habilidad para contar anécdotas e historietas. Presenta los rasgos de cobardía que ya apuntaban en el Tercer libro y se manifestaban abiertamente en el Cuarto, para servir de contrapunto al intrépido y temerario hermano Juan, que conserva la fogosidad de la que hacía gala en su primera aparición en el Gargantúa.

LAS TRES VERSIONES DE LA OBRA