R-evolución. aprende a avanzar en la carrera de la vida - Chema Martínez - E-Book
SONDERANGEBOT

R-evolución. aprende a avanzar en la carrera de la vida E-Book

Chema Martínez

0,0
7,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aprende a avanzar en la carrera de la vida. Descubre el camino a tu mejor versión. Si eres de los que quieren seguir creciendo, ¡este es tu libro! ¿Te gustan los retos? ¿Superarte? ¿Buscar cada día la mejor versión de ti mismo? Atrévete a convertirte en lo que quieras y renuncia de una vez a vivir del pasado. La vida es una evolución constante. Una R-Evolución. No acaba a los 20, ni a los 30, ni a los 40. No acaba nunca, siempre y cuando estés dispuesto a reinventarte. El atleta olímpico Chema Martínez te descubre, a través de su propia experiencia, que los errores y fracasos no son derrotas, sino la llave del éxito. Aquí tienes las claves que te van a permitir dar un giro definitivo y encontrar las herramientas para superar las dificultades, porque cambiar de vida es posible. ¿Te unes a mi R-Evolución? Es verdad que he competido en las pruebas de atletismo más importantes del mundo. Pero voy a serte sincero, he dejado de ser deportista de alto nivel no porque yo haya querido, sino porque el deporte profesional decide por ti, te echa, te elimina de su jerarquía. Sin embargo, creo que yo he ido evolucionando. Sigo siendo deportista, sigo siendo persona y creciendo, aunque mis capacidades y mis talentos hayan mermado, he encontrado y descubierto otros que me hacen feliz. Y de ahí el sentido de esa evolución, de ese paso más, de esa necesaria huida de vivir del pasado. Del ayer se aprende, pero no se puede vivir. Hay que sacar a flote ese poder ilimitado que tenemos de reinventarnos y llegar a esa revolución interior que mejore cada vez más nuestra versión. Yo te acompaño en ese proceso.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

R-Evolución. Aprende a avanzar en la carrera de la vida

© 2021, José Manuel Martínez Fernández

© 2021, HarperCollins Ibérica, S.A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Diseño de cubierta: Rudy de la Fuente

Ilustración de cubierta: Jesús Sanz

Foto del autor: Marcos Cabrera. @marcosphotosport

 

I.S.B.N.: 978-84-9139-572-0

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

En un triunfo caben muchas derrotas

1 Definir el momento presente

2 La trascendencia de hasta dónde llegar

3 El talento oculto

4 Un monstruo de cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros llamado maratón

5 La honestidad y la confianza, dos condiciones inseparables

6 La espada de Damocles que nos quieren contar que es la edad

7 Lo conveniencia de desconectar

8 Energía y pasión para aprender

9 Los procesos mentales

10 Herramientas ante las dificultades

11 La necesidad y el hambre

12 La digestión del fracaso: las setenta y dos horas interminables

13 Las supersticiones y la cabeza rapada

14 Soñar, ¿es bueno o malo?

15 Saber atravesar los muros

16 La felicidad en etapas y el vértigo del triunfo

17 Llegar lejos con un buen equipo

18 Asumir las etapas pasadas

19 La dinámica de la sonrisa que todo lo puede

20 Debilidades que son fortalezas

21 La familia, palabras mayores

22 Nivel de exigencia

23 Gestión de la mochila

24 Las espirales negativas

25 El camino del éxito

26 La importancia de crear una marca personal

27 La R-Evolución

Epílogo

 

 

 

 

 

 

Para los que se atreven y no renuncian a su propia R-Evolución.

La vida es como nosotros queremos que sea.

Avanzar, crecer, evolucionar, adaptarse,

transformarse sin dejar de superarse.

La mejor manera de comenzar es dando el primer paso, así de simple, lo realmente complicado es atreverse a hacerlo.

Si te esfuerzas ganas. ¡Cuando lo das todo eres invencible!

Prólogo

 

 

 

 

 

Muchas veces he escuchado que los deportistas estamos hechos de otra pasta. Pero más bien de lo que me he dado cuenta con el paso del tiempo es de que los entrenamientos y las competiciones nos preparan para los baches del camino que, antes o después, llegan.

Tanto Chema Martínez, en su vida como atleta, como yo, en la portería, hemos vivido momentos gloriosos, pero también muy complicados, y son esos los que nos han forjado para superar los obstáculos. De todas estas cosas nos habla Chemita en este libro, del que para mí es un honor ser prologuista.

Se ha hablado mucho de la soledad que marca la vida de un portero, y creo que se puede hacer extensible al deportista en general, porque, aunque tengas equipo, hay una parte, quizá muy íntima y muy profunda, que es la mental, que si no la tienes bien trabajada estás perdido. Es ese primer punto de partida, el primer peldaño, para poder avanzar y llegar a esa R-Evolución de la que se habla en estas páginas.

Recuerdo todavía cómo cuando era pequeño, apenas con cuatro años, ya jugaba con los chicos del barrio que tenían ocho. No me importaba que me doblaran la edad, porque tenía confianza en mí y sabía que se me daba bien. En ese momento ya me gustaba estar en la portería. Era un niño ágil que tiraba la pelota contra la pared, que emulaba las paradas de los porteros que estaban de moda y que soñaba con ser algún día como ellos. Creo que cuando tienes un talento acaba saliendo a la superficie, pero no es suficiente con tener esa cualidad, luego hay que potenciarla y trabajarla para no perderte en el camino.

Ahora las cosas han cambiado, ya soy padre, otra de las grandes R-Evoluciones de mi vida, y me doy cuenta de lo importante que es reforzar las habilidades de los hijos, apoyarlos, escucharlos y generarles esa confianza para que ellos también puedan desarrollar sus gustos y aficiones. Centrarnos en lo que hacen bien, ayudarles a llevarlo al máximo y no tanto en aquello que les cuesta más. Es decir, sacar brillo al talento de las personas, y en eso yo fui muy afortunado.

Hay varios puntos de inflexión que han marcado mi vida. Uno lo sitúo a los dieciséis años. Después de ese runrún que me acompañaba de poder formar parte del Real Madrid, me convocaron y todo lo que llevaba escuchando desde hacía años de pronto se hizo realidad. Supuso un cambio tremendo. Una carga de responsabilidad muy grande a una edad muy temprana, y ya ahí, de pronto, tuve una evolución distinta a la de mis amigos. Ellos empezaron a salir y yo ya estaba metido en otra película, consciente de que, según cómo jugara mis cartas, así sería mi futuro. Y mis sueños.

He tenido la fortuna de estar bien rodeado y mantener a mis amigos, los de siempre. Eso te ayuda a ser fiel y a que no se te olvide de dónde vienes ni quién eres, a estar centrado a la hora de disfrutar las victorias y preparado, como buen portero, cuando vienen los golpes.

Hay muchos desafíos y altibajos en la vida de un deportista: el vértigo de los sueños, el propio peso de la victoria… Son momentos que hay que saber encajar. Pasas de ser una persona anónima a que estadios enteros coreen tu nombre, y casi ocurre de la noche a la mañana. Saber que un gesto tuyo, que seas capaz de parar un balón, puede hacer llorar de alegría a mucha gente. Pero toda luz tiene sus sombras. Y un fallo te puede llevar a los infiernos. Por eso, en esa soledad en la que vivimos, es tan importante mantener la cabeza fuerte, bien amueblada, y ver siempre el vaso medio lleno. Me gusta pensar que todo es para bien.

La vida es un proceso evolutivo constante. Ocurre que te lesionas o de pronto tienes un problema de salud y te obliga a parar en seco, a recuperarte. Son esos momentos en los que sientes la soledad, en los que te entran todas las dudas a la vez, pero tienes que decirte «arriba y apuesta por tu potencial» y toca reinventarse y ponerse otra vez en marcha. Los sinsabores, las críticas, las lesiones y los instantes duros que he tenido en mi vida han sido grandes maestros. De pronto estás en lo mejor y te sacan de tu zona de confort, todo se tambalea y tienes que pelear por mantener el equilibrio como un buen funambulista. He de decir que me han gustado los retos, las lesiones fueron los grandes muros que me permitieron hacerme también con la victoria de una lucha mental y de destruir mis miedos.

Algo clave para avanzar es el optimismo. Siempre me he sentido muy querido, el cariño de la gente me ha llevado en volandas tanto en los momentos buenos como en los menos buenos, de ahí mi eterna lucha por ser la mejor versión de mí.

Además, los deportistas tenemos una enorme responsabilidad: ser el espejo en el que mucha gente se mira. En mi carrera deportiva he recibido numerosas cartas de personas que estaban pasando situaciones realmente duras, historias complicadas en las que sus protagonistas me tomaban como referente para salir adelante. No podemos permitirnos el lujo de quedarnos atrás, no podemos estancarnos, hay gente que cree en nosotros. Para mucha nuestra profesión hace que su mundo sea un poquito mejor. No hubiese sido justo que en alguno de estos momentos difíciles me hubiese quedado lamiendo mis propias heridas y hubiera tirado la toalla, no. Aunque sea por toda esa gente a la que, por unas horas, conseguimos sacarles de su tristeza, tenemos que responder haciendo lo que mejor sabemos hacer y hacerlo de la mejor manera posible. Seguir funcionando mientras se pueda, saltando obstáculos, reparando averías y adaptándonos a los nuevos tiempos.

El factor suerte también influye, pero la suerte ha de ir acompañada del trabajo. He trabajado mi suerte y, además, he creído en ella, incluso cuando parecía que me abandonaba. Por ejemplo, con mi problema de salud, hay muchos que se quedan por el camino y yo, por suerte, sigo aquí. Veré qué nos encontramos mañana, pero sea lo que sea, por muy alta que sea la montaña, trataremos de escalarla, de aprender de cada obstáculo y, seguramente, una vez llegue a la cima, sea una persona nueva. Mudar la piel como las serpientes tantas veces como sea necesario para adaptarse a los nuevos tiempos, esta es la verdadera R-Evolución.

Ahora estoy inmerso en un nuevo punto de inflexión en mi carrera deportiva. Soy consciente de todos estos aspectos que han sido fundamentales en mi vida: la responsabilidad, el optimismo, el compartir… Y me doy cuenta de que tengo que agarrar el timón y coger, quizá, un nuevo rumbo que me permita continuar en el que ha sido mi hábitat durante tantos años: el fútbol. Es en este medio donde me gustaría seguir reinventándome. Empezar a trabajar desde otro plano diferente, aportar mi granito de arena en el ámbito deportivo, fuera de la portería. Un reto en el que ponga en práctica todo lo que he aprendido durante estos años. Encarar un nuevo desafío dentro de la gestión del deporte que me permita aprender más aún y seguir caminando, en esta ocasión, dejando atrás mis guantes de portero. En definitiva, me gustaría devolver al mundo del fútbol todo lo que esta disciplina me ha dado, que ha sido mucho.

Mi filosofía de vida es dejar de lado los miedos y decir siempre sí a los retos, y, si no los encuentro, no cesar en su búsqueda. Uno tiene que tener siempre una pasión que le sirva de motor y ahora mi motor es ayudar al mundo del fútbol de una forma diferente, plasmar mis ideas en el juego, aplicar lo vivido como jugador y mi experiencia como espectador, que también lo soy. Me gusta ver el juego, disfrutar y que haya un reto o una diversión, que haya un esfuerzo.

Hoy puedo decir que estoy contento conmigo mismo, con todo lo conseguido tanto en el club como en la selección, y ahora he llegado a un punto en el que tengo que reinventarme. Tengo la experiencia acumulada de haber estado escuchando con los ojos siempre muy abiertos, atento a lo que me decían los profesionales y amantes de este mundo. Para aprender, uno tiene que estar dispuesto a escuchar, y yo lo estoy. Además, creo que siempre he estado muy bien acompañado, tanto en el fútbol como fuera de él, y de estas personas sigo aprendiendo día a día. No debemos pensar que ya lo sabemos todo. Hemos de ser humildes y ver la vida como el eterno aprendiz. El que cree que todo lo sabe, nunca aprenderá nada nuevo.

Hay otro sentimiento que me ha acompañado a lo largo de mi carrera: el agradecimiento. Tengo que dar las gracias al fútbol, a los que han estado junto a mí en mi trayectoria, a las victorias y a cada una de las piedras con las que me he topado en mi vida porque han hecho de mí lo que hoy soy.

En esta ocasión quiero darle las GRACIAS, con mayúsculas, a Chema Martínez por pensar en mí, por poner este libro en mis manos y por ser un referente en el arte de reinventarse, con sus locos retos deportivos para muchos de nosotros.

 

IKER CASILLAS

En un triunfo caben muchas derrotas

 

 

 

 

 

Se habla mucho del éxito. Y de la felicidad. Ahora, en estos tiempos que corren, nos hartamos de darle la vuelta, del derecho y del revés, a las palabras, de ponerlas en valor y de analizarlas.

¿Sé yo lo que es la felicidad? Diría que, si se pudiera tocar, la he tocado. La he tocado en forma de medalla, de podio, de meta inalcanzable, de superación, de hacer posible lo imposible, de cambiar la vida en décimas de segundo, o menos, porque la de un corredor cambia en milésimas de segundo. Las que son infinitas, eternas y a la vez fugaces, y capaces de transformarlo todo. Las mismas que abren la llave mágica al triunfo más absoluto con el que llevas soñando desde siempre o te cierran la puerta al esfuerzo, al sacrificio de años, y te quedas fuera de la que creías la competición de tu vida. Así, microfracciones de tiempo, microsecuencias de tiempo, que serían imperceptibles en una vida normal, en el tiempo real.

Sé que las cosas se viven de manera distinta a como las proyectamos. Y sé, eso seguro, que en la juventud a mí la felicidad me vino sola, como las sonrisas, de forma natural y espontánea por el camino del deporte.

Pertenezco a una generación que se crio en la calle. De chaval recuerdo esa niñez unida al deporte y el deporte entendido como un juego continuo, donde la imaginación tenía un papel fundamental porque nos hacía infinitos. No teníamos otro entretenimiento. Así que jugábamos al hockey con un palo que encontrábamos en el parque y que usábamos también con una pelota de tenis para jugar al béisbol.

Como todos los niños de entonces jugué al fútbol. A tantos de esos partidos interminables que como era lógico —¡lo más lógico del mundo!— al final ganaba el último que metía gol, aunque fuéramos dieciséis a uno.

Tuve la suerte de vivir una época en la que la tecnología no se había apoderado de nosotros y la imaginación nos hacía alargar todo lo que podíamos las tardes de verano.

Fútbol, baloncesto, balonmano… Nunca, nunca jamás en aquellos años, se me pasó por la cabeza que pudiera dedicarme al deporte de alto nivel. Lo que sí sabía era que me hacía feliz. La paradoja de la felicidad. Cuanto más la sentimos, menos conscientes somos de ello, y cuando nos apartamos de ella —normalmente al crecer y llenarnos de otras preocupaciones—, es cuando la queremos conseguir y más complicado se vuelve. Esa espiral eterna.

A los once años gané mi primera carrera. La primera de muchas, pensarás. Es lo que uno cree cuando se trata de un atleta profesional, pero en un triunfo caben muchas derrotas. Como en la vida. Es la primera lección que, una vez aprendida, te hace crecer y ser fuerte. Te da la perspectiva vital imprescindible.

 

Quien vive en el éxito constante, se destruye con más facilidad.

 

Durante aquellos años correr fue un juego, una manera de ponerme la capa de Superman y volar dentro del rol que adquiría entre los chicos, como niño que era. Muy curioso. Los años felices, los días felices, explorando un mundo sin saberlo, porque no lo sabía.

Jugaba a correr y crecía. Era un muchacho con cuatro hermanos, en una familia en la que el deporte no se vivía en casa. Era un hogar de fumadores en el que nunca se respiró el amor por el ejercicio. Ahora me resulta más sorprendente todavía todo lo que vino después.

Mi padre murió hace dos años y aún recuerdo que hubo un tiempo en el que le costó asimilar mi pasión por el atletismo, la entrega absoluta, sin límite en ocasiones, porque lo cierto es que en mi caso se volvió una obsesión. Cuando quiero algo soy exageradamente disciplinado porque lo quiero todo, no me vale con una parte, y eso tiene sus consecuencias. Recuerdo también que cuando llovía no me dejaba salir a entrenar. Tengo muchas anécdotas como esta que ahora rememoro con cariño. En la última etapa de su vida fue cuando más valoró todos mis esfuerzos, cuando de verdad puso en valor lo que significa ser un deportista de alto nivel, quizá cuando entendió esos años en los que yo me dediqué a entrenar, a cuidarme… Me agrada que ahora parte de la familia tenga gusto por correr. Y ni te cuento mis hijos, aunque los dejo libres. No puede ser de otra manera.

Llegué al deporte tarde, pero de la misma forma que mis padres no lo impulsaron, tampoco lo frustraron. Esa fue la clave. Y cuando llegó mi momento, ese talento estaba íntegramente por explorar.

Me acerqué a lo que después sería mi primer sueño por la parte académica, porque estudié INEF, y allí se me abrió un universo que me atrajo como un imán. Había una fuerza imperiosa que se hizo conmigo. Me deslumbró lo que vi; cómo se preparaban aquellos deportistas, el mundo que todavía no me pertenecía, pero que día a día tuve más claro que era el que quería para mí.

Habían pasado siete años desde aquella primera carrera ganada. Mis amigos andaban explorando otros ambientes, tomando sus copitas, corriéndose sus juergas, alargando las noches… Mi camino era otro, aunque no tenía claro qué sería lo que vendría después.

Según avanzaba la carrera se fueron descompensando los tiempos que dedicaba a cada cosa. Saqué la licenciatura, sí, pero cada vez empleaba más horas a entrenar y menos a los estudios. Y así empezó todo.

Vinieron después años compitiendo como deportista de alto nivel. En ellos, e incluso antes, la vida se fue encargando de marcarme a fuego. En mi caso me fue delimitando las experiencias vitales con los números, como si los hubiera ido tejiendo por fascículos, atando los cabos a etapas muy determinadas a unas emociones y a unas experiencias que definirían claramente mi carrera y mi vida.

Empezó todo por el once. Es el número que me hace viajar a mi infancia, a aquellos tiempos en los que correr era jugar, el despertar de los sentidos, jugar era divertirse y disfrutar del tiempo libre, que era una eternidad.

Ya te he dicho que once fue la edad con la que gané mi primera carrera sobre asfalto y once fue con el dorsal que corrí. Quizá ahí ya se me metió dentro y muy hondo el veneno de la competición, pero todavía no lo sabía. Aún no tenía la menor idea de lo que serían sueños cumplidos y frustraciones, ni una dedicación tan exclusiva a lo que en principio comenzó de esa manera tan casual, tan innata, a ese darte cuenta de que te ponías a correr y dejabas a los demás atrás. Esa íntima diversión de verte ganador jugando.

Era feliz de forma espontánea, natural, cuando la felicidad no necesita ser procesada porque la tienes en tus manos, de una manera lúdica, corriendo y en diferentes deportes mientras iba descubriendo, poco a poco, ese talento que latía a pesar de que le quedaba tiempo para florecer.

Te he comentado que el cambio de mentalidad me llegó cuando empecé a estudiar INEF. Lo deportivo le ganó la partida a lo académico y la balanza se dio la vuelta. Aquello fue un flechazo. Jamás pensé que lo iba a ver con tanta claridad. Fue mi toma de contacto con el Centro de Alto Rendimiento y digamos que, de alguna manera, entró en mi vida el número veintisiete —justo el número de capítulos que tiene este libro. No podía ser de otra forma—.

En la prueba que más he encajado ha sido en la de diez mil metros. En ella es donde he encontrado mi gran talento. Soy un corredor de veinticinco vueltas a una pista de cuatrocientos metros. Es donde más cómodo me he sentido y donde he sido capaz de mostrar todo mi potencial. Una prueba que he dominado tanto que me he convertido en el atleta de raza blanca que más veces ha bajado de los veintiocho minutos. Algo que es tremendo, dado que hoy en día casi ningún deportista español consigue esa proeza.

Siempre me ha gustado aceptar retos, y en 2002 me propusieron echar una carrera a un autobús de la EMT —por supuesto, de la línea 27—. Y es curioso porque, aun habiendo sido campeón de Europa de diez mil, ahora soy más conocido por haber ganado a un autobús que por haber sido corredor.

El veintisiete se convirtió en otro tatuaje de mi vida, aunque no lo llevara impreso en la piel. Este número no solo eran los minutos que transcurrían en las carreras de diez mil, sino el broche de atreverme a hacer la carrera con el autobús, de alguna manera el afán de intentar compartir mi mundo con la gente y una forma de transmitir el amor por el deporte, de intentar llevarlo a la calle y recomendarlo como modelo de vida sana.

Mi vida continúa hasta el cuarenta y dos. Dejé de ser corredor de diez mil y me hice corredor de maratón. Cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros. Curiosamente me retiré con cuarenta y dos años. ¿Y dónde me retiré o dónde se supone que me retiro? En la maratón de Nueva York. ¿Y qué dorsal me dieron? El número cuarenta y dos. ¿Y con cuántas internacionalidades me retiro? Ahí está: con cuarenta y dos.

Mira que he sufrido unas cuantas perrerías a lo largo de mi carrera: campeonatos a los que no he ido, ocasiones en las que no he podido acudir porque estaba lesionado… ¡Y me tengo que retirar justo con cuarenta y dos internacionalidades! Así que este número se ha convertido a la fuerza en otro afín a mí.

En la Cope, que es una emisora referente, llevo once años trabajando en un programa, Km42, y forma parte también de esas huellas que tengo en la piel. Terminó mi vida en el más alto nivel, aunque luego te contaré con más exactitud cómo, porque una cosa es lo que tú planteas y otra lo que el destino tiene reservado para ti.

Una vez que cerré esa etapa, la más costosa de mi vida, a la que me dediqué al doscientos por cien, comprendí que detrás de esa había otras. Solo había que tener la capacidad, la ilusión y las ganas de seguir descubriéndolas. Seguir avanzando en ese proceso de aprendizaje constante que es la vida, que nos hace darnos cuenta de que, cuando nos creemos que lo tenemos todo aprendido, hay que volver a empezar. Y al revés, cuando todo acaba, hay un hilo del que tirar para comenzar de nuevo.

Lo cierto es que soy una persona que me muevo por datos, lo cronometro absolutamente todo. Los lugares donde corro los tengo marcados a la perfección y sé dónde está el kilómetro uno, el kilómetro dos… Me pasa lo mismo en cualquier ciudad a la que voy. Tengo en mi cabeza los kilómetros que hay de distancia, el tiempo que tardo en llegar a un punto determinado. Todo lo establezco con estas coordenadas, y ante la pregunta que me hicieron hace mucho tiempo ya, cuando acababa mi vida deportiva en el alto nivel, de cuántos kilómetros había podido recorrer a lo largo de mi carrera, les contesté que no lo sabía, pero que lo podía llegar a contabilizar porque lo tenía todo apuntado.

En esa labor de recopilar y sumar datos salió una cifra de ciento sesenta mil kilómetros en los dieciocho años que había estado compitiendo en el alto nivel. Es una cifra importante. Para que te hagas cargo de lo que supone, la vuelta a la tierra son cuarenta mil kilómetros. Es decir, que hice durante ese tiempo cuatro veces la vuelta al mundo corriendo. Esto tiene un problema cuando se lo intento explicar a mis hijos, que mi hija Daniela me lo pregunta y lo que más le interesa es saber qué hacía cuando cruzaba el Atlántico… ¡Cuatro vueltas al mundo y otra más desde que dejé el alto nivel hasta hoy! Es decir, ya he superado los doscientos mil kilómetros.

Y no ha acabado ahí, porque mi próximo destino es la luna. Si el hombre pisó la luna, yo también estoy convencido de que puedo hacerlo. Si hay cerca de trescientos mil kilómetros, me mueve la ilusión, la eterna ilusión, de poder llegar a ella. Fue un gran paso para el hombre y sería uno bonito para mí. Así que próxima parada: la luna. Es un objetivo más de esos que están en el horizonte.