Razón y emoción - Ferran Salmurri - E-Book

Razón y emoción E-Book

Ferran Salmurri

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Beschreibung

Los seres humanos no hemos puesto la inteligencia al servicio del progreso emocional y aún vivimos sometidos a principios primitivos que nos convierten en esclavos de nuestras propias emociones. La ciencia ha demostrado que, en lo referente a gestión de las emociones, el ser humano apenas ha avanzado nada en más de mil años. Y el psicólogo clínico Ferran Salmurri defiende que un mundo con siete mil millones de habitantes que, al igual que en la Prehistoria, se rigen por el egoísmo y la emocionalidad descontrolada, es del todo insostenible. Razón y emoción es una obra clara y didáctica que nos enseña cómo utilizar la razón para gestionar mejor nuestras emociones y para entender por qué actuamos, pensamos y sentimos como lo hacemos. Nos ofrece recursos para aprender y enseñar a autocontrolar la conducta y las emociones, para vivir (y convivir) más libres y felices, mejorando nuestra autoestima, asertividad, gestión del estrés y constancia en el esfuerzo.

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© Ferran Salmurri Trinxet, 2015.

© del prólogo: Luis López-Mena, 2015.

© de esta edición digital: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2018. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO358

ISBN: 9788491871781

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

PRÓLOGO POR LUIS LÓPEZ-MENA

RAZÓN Y EMOCIÓN

1. INTRODUCCIÓN

2. DESDE LA PREHISTORIA

3. LA APUESTA POR UNA EDUCACIÓN

4. APRENDIENDO Y ENSEÑANDO A PENSAR

5. EL ESFUERZO SOSTENIDO

6. CONVIVIENDO CON EMPATÍA

7. OTRAS COMPETENCIAS SOCIOEMOCIONALES

8. ANTES DE QUE LLEGUE EL INVIERNO

NOTAS

A TODOS AQUELLOS QUE CREEN QUE UN MUNDO

MEJOR ES POSIBLE Y QUE ESTÁN DISPUESTOS

A SACAR LA CABEZA DE SU CAPARAZÓN.

La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía.

MAHATMA GANDHI

PRÓLOGO

por

LUIS LÓPEZ-MENA1

Este texto proporciona una importante y sólida muestra del avance en el quehacer de la psicología, que en este trabajo sale de la clínica para explicar de forma amigable, comprensible y aplicable a nuestras acciones cotidianas la necesidad de compartir conocimientos actualizados, con el propósito de mejorar nuestro equilibrio racional-emotivo individual.

Las emociones ayudaron a nuestra especie a sobrevivir y aún mantienen intacta su vigencia como recurso de supervivencia. Pero esta obra señala que es posible utilizar los recursos actuales del conocimiento científico para ir más allá del simple control o represión de impulsos primigenios, para contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las personas en sus interacciones sociales y familiares y lograr un mayor bienestar en estas situaciones.

La ciencia de la conducta ha alcanzado un desarrollo notable en los últimos años. Un avance significativo se ha producido gracias a las neuroimágenes obtenidas mediante técnicas como la tomografía por emisión de positrones. Los psicólogos, asociados con neurólogos y otros especialistas, han profundizado así en la investigación del funcionamiento del cerebro humano. Han identificado cada vez con mayor precisión la actuación del sistema límbico y el comportamiento de los neurotransmisores, y han descrito los procesos más activos y eficientes que contribuyen a alcanzar el equilibrio necesario en la conducta; como suele decirse, entre la cabeza y el corazón. Una nueva mirada surge sobre la vida emocional a partir de este mejor conocimiento de la psique. Como todo conocimiento, este puede ser empleado con diversos fines, y la mejor defensa contra usos antiéticos del mismo es su mejor gestión por parte de las personas que podrían verse afectadas si estos conocimientos no se emplean en su favor, sino en su contra.

Por ejemplo, la emisión de impulsos electromagnéticos dirigidos a la zona parietofrontal del cerebro, zona que recientemente ha sido identificada como la base neuronal especializada en reconocer cómo piensan los demás, es una técnica que se encuentra en fase experimental, pero es necesario difundir desde su inicio este tipo de estudios para que la sociedad tenga muy claro el profundo impacto que pueden tener, por la posibilidad de su empleo para la manipulación de personas o grupos por parte de quienes los poseen sobre quienes los desconocen.

Para contribuir al empleo y la difusión de estos nuevos conocimientos, algunos psicólogos clínicos, como el autor de esta obra, han logrado traspasarlos del mundo de los laboratorios de conducta a su práctica clínica cotidiana. Gracias a ellos, su trabajo, la atención individualizada de personas con la salud psicológica alterada, puede lograr cambios beneficiosos en la conducta de las mismas, dotándolas de una mayor cuota de bienestar; además, les permite apreciar la necesidad de ampliar la extensión de sus acciones a personas que no tienen un fácil acceso al trabajo con un psicólogo profesional.

Esta obra, por consiguiente, está empeñada en difundir técnicas y procedimientos que puedan contribuir a una inducción hacia el autocontrol de la conducta, y con tal fin contiene ejemplos cotidianos, explicados de forma amigable, que cada lector puede aplicar a su propia realidad.

Subyace a estas acciones el concepto de libertad. Las personas son realmente más libres cuando se conocen más a sí mismas, saben más sobre su funcionamiento cerebral y sobre las razones o causas de su comportamiento. Esto significa que estas personas, con los conocimientos expuestos en esta obra, serán capaces de superar el empleo de los argumentos del pensamiento mágico a la hora de explicar un comportamiento que, en ocasiones, puede ser apreciado como irracional; y , por lo tanto, podrán rechazar, por ilusoria, la falsa sensación de control sobre su conducta y sobre el ambiente que esta forma de pensamiento les proporciona. Por el contrario, gracias al aprendizaje sobre el estudio de su funcionamiento emocional, podrán comprender, explicar y gobernar su medio ambiente social y su comportamiento con mayor racionalidad.

Sin embargo, el descuido de las políticas educacionales y la exclusión en las mismas de los avances de la ciencia de la conducta sobre la vida emocional, con las implicaciones que tales saberes pueden suponer sobre el aumento de la libertad individual, pueden resultar convenientes para los intereses de determinados círculos de poder del sistema social, porque las personas con mayor desconocimiento del peso de sus emociones en su conducta resultan más fácilmente manipulables desde una perspectiva política. Es decir, puede no resultar conveniente para el poder que la educación emocional enseñe a perder el miedo a la libertad mediante los conocimientos actuales de la ciencia de la conducta. (El miedo es una emoción tóxica que puede resultar paralizante, por lo que puede derivar en posturas conservadoras cuando predomina.) O, como explicación alternativa más benévola, por ignorancia o desconocimiento, se crea que la evolución y el simple paso del tiempo nos harán emocionalmente más libres y más capaces de actuar con racionalidad. En varios miles de años de evolución humana, este avance parece mínimo.

Por consiguiente, quizás uno de los dilemas a los que actualmente se enfrenta la educación (entre otros muchos) puede no ser gratuito. Por una parte, cada vez se reconoce socialmente y de forma más destacada el avance de las ciencias físicas (quizás porque puede generar riqueza a cualquier costo) mediante los progresos en el conocimiento de lo exterior, mientras que se desconoce por otra parte, en la misma o en mayor proporción, el avance de la ciencia de la conducta y sus aportaciones a la necesaria educación emocional. Así, la educación como sistema desaprovecha la ocasión para formar personas, y se dedica a transmitir solo conocimientos.

Los resultados están a la vista. No hace falta recurrir a estadísticas. Por ejemplo, sorprendentemente, en un mundo que se enorgullece de sus conocimientos y de las aplicaciones de la tecnología a la vida cotidiana (es decir, en un mundo altamente evolucionado en ciencia y tecnología con respecto a otras épocas en la historia de la humanidad), la violencia permanece y se manifiesta en toda ocasión y lugar. Esta contradicción entre el conocimiento científico y el conocimiento de nosotros mismos hace razonable la hipótesis de que la única razón, o la razón crucial para justificar la existencia del Estado no es el desarrollo de las sociedades, sino la necesidad de reprimir constantemente los impulsos emocionales socialmente negativos de las personas o los grupos contra otras personas o grupos. Hay que reconocer que la conducta violenta ha estado presente en el sistema nervioso central desde el comienzo de los tiempos, cuando estos impulsos resultaban útiles para la especie, pero también es un hecho que han permanecido casi intactos, sin que se intervenga directa y seriamente sobre ellos.

Por el contrario, con simpleza periodística, cuando se piensa en innovación automáticamente recibimos como imagen la idea de una nueva aplicación en un ordenador. Cuando se piensa en avance científico la imagen que aparece es la de unas personas enfundadas en batas blancas utilizando matraces y probetas en ambientes limpios de contaminación. Todo esto genera conocimientos necesarios y deseables, pero estos resultarán incompletos mientras no seamos capaces de conocer y explicar, con rigor experimental, el comportamiento de personas o grupos que, arrastrados por un tsunami emocional, cometen crímenes horrendos o, en forma más frecuente y menos espectacular, perpetran pequeños asesinatos cotidianos.

Esta obra señala con claridad que la sobrevaloración de los aspectos materiales del progreso humano nos ha llevado a descuidar gravemente la necesidad del progreso emocional. Que la verdadera innovación radica en encontrar nuevas formas de trabajo que nos permitan alcanzar nuevos equilibrios en la manera de pensar y sentir. Que los laboratorios de neurociencia y los de conducta y de psicología social no reciben la atención necesaria, y que la educación emocional es una innovación imprescindible para el progreso del comportamiento humano y la convivencia respetuosa. Que el mundo ha cambiado desde los homínidos a esta parte, pero que esos cambios se han reflejado más en las cosas que nos rodean que en la conducta de las personas.

Todo un desafío para los sistemas educacionales excesivamente preocupados por los rendimientos estudiantiles en la prueba PISA, que no se preguntan si acaso una mejor educación emocional en la escuela no reportaría no solo ciudadanos más libres y mejor integrados consigo mismos, sino además mejores resultados en dicha prueba como un subproducto positivo, generado por estudiantes con un equilibrio adecuado entre su comportamiento intelectual y su comportamiento emocional.

De momento, el autor propone al lector la aventura de un mejor conocimiento de sus propios recursos para gobernarse a sí mismo, proporcionándole ejemplos ilustrados con casos reales escogidos de entre su vasta experiencia como psicólogo clínico, unos casos que ciertamente pueden tener una resonancia emocional atractiva y útil en cada uno de nosotros. Gracias a este aporte, el lector podrá comenzar a gestionar con más habilidad su mundo emocional y a generar cambios para alcanzar una mayor calidad de vida gracias a su mejor ajuste entre emociones y razones.

Santiago de Chile, junio de 2014

RAZÓN Y EMOCIÓN

1

INTRODUCCIÓN

Que la civilización pueda sobrevivir o no depende en verdad de nuestra manera de sentir. Es decir, depende de lo que queramos las personas.

BERTRAND RUSSELL

Ante la eficacia de los tratamientos psicológicos del malestar del estado de ánimo y del dolor emocional es fácil sentirse atraído por la idea de divulgar los conocimientos que puedan ser útiles para prevenir el sufrimiento emocional de las personas. De ahí al otro extremo, es decir, a divulgar métodos para sentirse mejor, solo hay un paso. Y es que todos los seres humanos deseamos disfrutar de un mayor bienestar emocional. Sabemos que es posible mejorar nuestra manera de hacer, pensar y sentir. Fue el interés por hablar de estos temas en un contexto diferente al de las aulas de las facultades de psicología y de las consultas de los psicólogos clínicos lo que me movió a escribir mi anterior libro Libertad emocional. Estrategias para educar las emociones (Barcelona, Paidós, 2004). Creo que aún queda por divulgar mucha información que sigue encerrada en los ámbitos universitarios y clínicos, especialmente en lo que concierne al campo cognitivo Este interés divulgativo es la razón que me ha llevado a escribir el presente libro.

El beneficio individual inmediato ha dominado, constantemente, las acciones de los hombres y mujeres del planeta. Al mismo tiempo y por los siglos de los siglos se ha creído y se nos ha enseñado que los seres humanos somos los «animales racionales», se supone que en comparación con los demás seres del reino animal. Nada más lejos de la realidad. Puede que nos cueste aceptarlo, pero los seres humanos estamos tan dominados por las emociones como cualquier otra especie del reino animal. A lo largo de los siglos, con frecuencia hemos actuado bajo creencias e ideas erróneas, tal como iremos viendo a lo largo de los próximos capítulos. Heredamos una manera egoísta de ir por la vida y, a pesar de que nos ha permitido subsistir como especie, hoy en día ya no puede sostenerse como motor del andar humano. En un mundo de más de siete mil millones de personas ya no es sostenible la idea de «si lo quiero y puedo, lo he de tener», puesto que aunque podamos lograrlo individualmente ya no es soportable ni conveniente para el colectivo humano.

Necesitamos una nueva cultura, lejos de los parámetros primitivos bajo los que vivimos y convivimos en la actualidad. Y es necesario que este cambio se realice con urgencia y de forma generalizada en el mundo global del siglo XXI. Y necesitamos una sociedad en la que las diferentes personas, sin perder la individualidad, aprendamos y ejercitemos una forma más humana y menos primitiva de pensar, sentir y actuar. No podemos permitirnos seguir patrones y valores anticuados que solo nos conducen a la autodestrucción y a la extinción de los humanos como especie. Necesitamos utilizar la razón para una gestión más adecuada de nuestras emociones. Y también necesitamos liberarnos de muchos prejuicios y, de este modo, dejar de convertir la vida en un juicio permanente o de transformar la normalidad del ser humano en una medicalización creciente, en lugar de aprender a cambiar aquello que sabemos, podemos y debemos cambiar. No podemos seguir escondiendo la cabeza bajo el ala mientras la tormenta no nos afecte directamente. Una sociedad que se dice civilizada no se puede permitir un silencio cómplice que conduce indefectiblemente al sufrimiento y, en último término, a la decadencia. Hoy disponemos de conocimientos suficientes para revertir esta situación, herramientas útiles para cada uno de nosotros y para que tanto nosotros como nuestros hijos dejemos de ser esclavos de nuestras emociones más primarias.

No hace mucho que nos hemos percatado de la imperiosa necesidad de cambiar los antiguos patrones para ir por la vida y los valores primitivos del andar humano. Nos podemos educar y podemos enseñar a nuestros menores mediante patrones de conducta que, sin negar la individualidad de cada uno, tengan en cuenta la pertenencia a la colectividad y, por tanto, nos permitan tener presente lo que para la especie humana es sostenible y conveniente a la hora de preservar su amenazada supervivencia. Necesitamos utilizar nuevas estrategias que nos permitan tanto aprender, tengamos la edad que tengamos, como enseñar, tengan la edad que tengan. Por este motivo el lector encontrará en las páginas de este libro referencias indistintas para el aprendizaje y para la enseñanza, pues todos, a cualquier edad, necesitamos y podemos mejorar nuestra educación para la vida.

Este libro pretende contribuir a la divulgación de estrategias que nos conduzcan a estos fines no solo poniendo de relieve lo que debemos aprender y mejorar, sino sobre todo cómo hacerlo. Si para alguna persona estas líneas son de utilidad, seguro que el esfuerzo habrá valido la pena. Que así sea.

Quiero expresar mi agradecimiento a muchos compañeros y colegas de diferentes ámbitos profesionales con los que he discutido algunas de las ideas expuestas en este libro. De entre todos ellos quiero destacar mi agradecimiento a Anna Carpena, Luis López-Mena y Salvador Rodríguez por el tiempo que han dedicado a revisar el manuscrito y por su crítica inteligente que ha enriquecido algunos de sus capítulos.

2

DESDE LA PREHISTORIA

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

La libertad no es cara por escasa, sino escasa porque se ha de ganar.

JOAN SALVAT-PAPASSEIT

Como dice el poeta, los tiempos están cambiando, aunque deberíamos reconocer que esto ocurre desde tiempos inmemoriales, más allá de donde alcanza nuestra memoria. La evolución de los seres vivos ha estado marcada por la necesidad de adaptación, pues la especie que no lo ha logrado ha sucumbido. Pero la evolución de todas las especies de seres vivos no necesariamente ha sido la misma. Siempre ha venido determinada por el entorno en el que se ha desarrollado cada especie, por la variabilidad de hábitats y por las necesidades de cada una de ellas.

Si nos centramos en la adaptación de los mamíferos vemos cómo distintas especies de animales predadores han evolucionado de forma diferente. Así, por ejemplo, los lobos adultos han tenido que enseñar a los lobeznos a cazar en grupo, pues de lo contrario habrían puesto en grave peligro su supervivencia como especie. En cambio, en su proceso evolutivo el guepardo ha tenido que aprender a cazar en solitario, a mejorar sus habilidades de carrera y salto, y a desarrollar mejoras en sus estrategias de caza. Incluso siendo de la misma especie, ciertos animales han ido desarrollando habilidades y competencias diversas en función de entornos diferentes, y no solo en las estrategias cinegéticas sino también en otros aspectos como la búsqueda del apareamiento. Es conocida la gran cantidad de especies que se han extinguido y que cada día que pasa siguen desapareciendo de la faz de la Tierra por falta de adaptación al medio cambiante. Sabemos que en muchos casos ese cambio lo provocamos los seres humanos con nuestra manera de vivir agresiva con el entorno que no permite a esas especies la evolución necesaria para adaptarse a esos cambios.

Obviamente, el ser humano también ha tenido que ir evolucionando para adaptarse a los cambios ya sean climáticos, geográficos o fruto de sus propias maneras de afrontar la vida. Los adultos han ido adiestrando a sus menores en esos aprendizajes. En los grupos sociales más primitivos se ha formado a los menores en la elaboración de herramientas para la práctica de la caza y de cómo manipular materiales para hacer lanzas, arcos y flechas. Es del todo evidente que con la aparición de las armas de fuego esos conocimientos dejaron de ser los más útiles para la supervivencia. A partir de ahí las habilidades para la caza han sido otras. Y hoy en día las competencias cinegéticas ya no son necesarias como antaño para la perduración de la especie.

Los cambios tecnológicos y económicos se desarrollan cada día a mayor velocidad. En los últimos años se han producido grandes transformaciones sociales y se siguen produciendo. Los intercambios culturales y de información se suceden de forma continuada en los cinco continentes. Sin ningún lugar a dudas los cambios en los últimos años han sido espectaculares. Con frecuencia se escucha a alguien decir aquello de «si mi abuelo levantara la cabeza, no entendería casi nada y seguro que se volvería allá de donde vino». Bromas aparte, todo lo que hoy está aconteciendo nos lleva a la imperiosa necesidad de evolucionar, de adaptarnos a estos vertiginosos cambios y a los que a buen seguro se seguirán produciendo y, posiblemente, a velocidad creciente.

A poco que observemos la evolución de los seres humanos y de sus aprendizajes adaptadores, que han sido y son muchos, una conclusión de las más evidentes es que en el aspecto emocional los cambios han sido mínimos. Nos hemos creído diferentes de las demás especies animales por nuestra capacidad para el lenguaje y, por añadidura, por nuestra capacidad para razonar y pensar. Tanto es así que a lo largo de los tiempos hemos relegado los sentimientos y emociones al grado de cuarta división. No nos hemos percatado, o lo hemos hecho casi sin advertirlo, de dos cuestiones básicas en la vida de todos los seres humanos. Primera: vivir es aprender a ser más feliz y, por tanto, a disponer de una mayor y mejor gestión de las emociones y sentimientos. Este y no otro es el objetivo de todos los seres humanos. Segunda: no estamos equilibrando los cambios que se han ido produciendo en todos los terrenos con los cambios imprescindibles en la gestión emocional. En este sentido, seguimos anclados en el pasado. Hay estudios que demuestran que hoy en día somos tan esclavos de nuestras emociones como hace mil años. Nos hallamos en la prehistoria emocional, tanto en lo que se refiere a la presencia y control de las emociones y sentimientos negativos como en lo que respecta a los positivos.

Este primitivismo y esta falta de evolución en la gestión de los sentimientos y las emociones ante las cambiantes circunstancias de la vida nos conducen indefectiblemente, como primera consecuencia, a un creciente padecimiento emocional, y en último término a sucumbir como especie. La necesidad de disponer de unas habilidades emocionales más adecuadas y de mejores competencias sociales es imperiosa. Ello nos lleva a la también imprescindible tarea de aprender, para poder enseñar a nuestros menores todo aquello que les tenga que ser de utilidad en este sentido. No hay otra opción, pues, que pasar de la educación primitiva que se ha mantenido por los siglos de los siglos a una educación humana que nos permita gestionar nuestras emociones y sentimientos de forma más adecuada para la consecución de nuestros objetivos. Es decir, para adquirir un mayor bienestar emocional y, por tanto, la disminución del sufrimiento anímico o, lo que es lo mismo, un mayor grado de felicidad, así como la supervivencia final de la especie humana.

LAS ZAPATILLAS ESTÁN EN EL COMEDOR

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.

WILLIAM SHAKESPEARE

En casa de la familia Puig viven los padres, Mariona y Esteve, con sus dos hijos. Júlia tiene siete años y Sebastià quince. Hoy, Mariona ha llegado a casa después de su jornada habitual. Ha ido al trabajo, no sin antes haber dejado la casa recogida, a sabiendas de que hasta bien entrada la tarde no volvería al domicilio. De camino a casa, en su cotidiano trayecto en autobús, va repasando lo que aún le queda por hacer antes de poder descansar unos minutos. Cuando llega a casa y entra en el comedor observa con fastidio que está todo desordenado y fuera de sitio. ¡Con lo que se había esforzado en recoger y ahora vuelta a empezar! «¡No soporto este desorden, pero con estos hijos no hay nada que hacer! —pensaba, mientras su enfado iba subiendo de tono—. ¡Sebastià, quieres recoger tus zapatillas del comedor! ¡No hay derecho! ¡Cada día estamos igual! ¡Siempre te tengo que estar diciendo lo mismo! ¡Estoy harta de tu desorden!».

A Mariona la invade una sensación de desespero e impotencia. En el mejor de los casos es consciente de que «siempre estamos igual», pero no cae en la cuenta de que, si esto es así, su enfado y su mensaje son altamente ineficaces a la hora de lograr el objetivo de que su hijo adquiera unos hábitos de orden adecuados. Es más, no solo no le conduce a nada positivo, sino que los aspectos negativos son de gama amplia, tanto para ella como para el niño. En su caso, el grado de infelicidad que a diario sufre, la subida de tensión, la enorme sensación de no saber educar a sus hijos, con el consiguiente sentimiento de frustración, culpa e impotencia y, a menudo, soledad, son algunas de las consecuencias que la afectan día tras día.

Sin duda, la situación también afecta negativamente a Sebastià. Los reproches de su madre, a veces a gritos, no le sirven para recordar al día siguiente su obligación de colaborar en el orden comunitario. Esta escena cotidiana le lleva, en no pocos casos, a experimentar sentimientos de culpa, afecta su autoconcepto, rebaja su autoestima y lo aleja afectivamente de su madre, complicando la posterior comunicación con ella; y, en fin, quizás un día de estos se le ocurra echarle la culpa al perro, con tal de evitar una nueva bronca.