RE:educación - Eva Bailén - E-Book

RE:educación E-Book

Eva Bailén

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Beschreibung

RE:educación es un análisis muy personal de la enseñanza. A través de su propio recorrido como estudiante, y también de los de sus hijos, Eva Bailén analiza el ayer y el hoy de la escuela, estudia los avances y su desigual aplicación, toma la temperatura al sistema e invita a la sociedad en general a reflexionar sobre pedagogía a pie de aula.

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Primera edición digital: noviembre 2019 Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com Composición de la cubierta: Oscar Giménez Maquetación: Álvaro López Corrección: María Luisa Toribio Revisión: Míriam Villares

Versión digital realizada por Nerea Aguilera

© 2019 Eva Bailén © 2019 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-17993-01-6

Eva Bailén

RE:educación

Dedico este libro a todos aquellos que en algún momento de su vida han sentido que no encajaban en la escuela, y en especial a los niños que hoy la perciben con extrañeza, con recelo, sin sentirse parte de ella. A todos ellos, niños o ya adolescentes, les deseo que pronto encuentren motivos para ir a la escuela con alegría. Deseo que no tarden en volver a gozar con el aprendizaje y en encontrar la felicidad.

 

También quiero dedicar este libro a todos los que me educaron años atrás, mis padres, mis maestros, mis profesores, porque todos han contribuido a mi educación, configurando poco a poco la persona que soy. Y no quiero olvidarme de los que, en cierto modo, aún me educan hoy, de los que aprendo cada día: mi marido, mis hijos, mi familia y mis amigos.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Prólogo

Así empezó todo

1. Mi educación

2. Cuatro meses y una guardería

Trece años para educar

3. La primera elección de colegio

4. El salto a la Primaria

5. Queremos saber inglés

6. La agenda y los grupos de WhatsApp

7. Cuando algo no encaja

8. Los fallos del sistema

9. ¿Madre coraje o sobreprotectora? La campaña de Change.org

Decepciones y descubrimientos

10. Cambiar de colegio

11. Empezar la ESO. La adolescencia

Innovación educativa

12. ¿Qué es la innovación educativa?

13. Aprendizaje basado en proyectos y aprendizaje por servicio

14. Aprendizaje cooperativo

15. Otras alternativas

Cómo seguimos

16. Bachillerato o Formación Profesional

17. Una experiencia en el extranjero

18. Aprender y renovarse durante toda la vida

19. La escuela que quiero

Agradecimientos

#porlaracionalizacióndelosdeberesenelsistemaeducativoespañol

Mecenas

Contraportada

Prólogo

 

Lo que de verdad me ha motivado a escribir este libro es la esperanza de poder aportar algo a otras madres, padres, niños… Familias, en definitiva, que puedan estar tan confundidas como lo estuve yo en su momento respecto a la educación que quería para mis hijos. A veces, lo más difícil cuando nos enfrentamos al momento de tomar una decisión es saber qué es lo que realmente queremos. Y no podemos saber lo que queremos si no conocemos todas o la mayor parte de las posibilidades o alternativas en las que basarnos para tomar nuestra decisión.

Durante algún tiempo pensé en escribir una guía para padres con el objetivo de ayudarles a decidir qué educación y qué colegio quieren para sus hijos. Pero, finalmente, he escrito un libro que a través de mi propia historia puede ayudar igualmente a conocer y comprender este mundo tan apasionante y tan trascendente en la vida de una persona: la educación. Como dice Francisco Mora, neurocientífico al que os animo a seguir, «somos lo que la educación hace de nosotros».

Cuando escolaricé a mi hija Noa a los tres años, sencillamente seguí la inercia, sin tomar en consideración gran cosa, como por ejemplo si el proyecto educativo del centro me gustaba. Hice lo que se suponía que tenía que hacer, pero sin saber todo lo que podría ocurrirle a Noa, o a Mateo o a Aya después. No sabía nada de las dificultades de aprendizaje, o del acoso escolar, de lo importante que es la gestión de la convivencia en un aula, o de lo que el bilingüismo podría implicar. No tenía ni idea de que los deberes podrían llegar a ser tan intrusivos en la vida de un niño y de su familia como llegaron a serlo con el tiempo. Cuando escoges un colegio para tus hijos sin conocimientos profundos de lo que implica tu decisión, sin conocer la complejidad real del sistema educativo, más adelante te llevas muchas sorpresas, y personalmente no me gusta que algo tan serio como la educación quede en manos del azar.

Creo que la educación que hemos recibido marca tendencia en nosotros hasta el punto de que, si a nosotros nos fue bien en un determinado modelo de escuela, nos sintamos muy convencidos ofreciendo el mismo modelo a nuestros hijos. Con frecuencia, reproducimos el estilo educativo con el que nos educaron, tanto como padres como en el papel de docentes.

Si cuando Noa, Mateo y Aya comenzaban la Primaria me hubiesen dicho que unos pocos años más tarde iba a liderar una campaña contra los deberes escolares, no me lo habría creído de ninguna manera. Por suerte para mis hijos, sobre todo para Mateo, he comprendido que no todos los niños encajan en el sistema educativo tradicional, que la felicidad en estos años es primordial, junto al bienestar, y que la manera en la que yo me eduqué no tiene por qué ser la mejor forma de educar a mis hijos; ni siquiera las mismas metodologías tienen por qué funcionar igual de bien con todos.

Creo que los padres, antes o recién comenzada la etapa educativa de sus niños, deberían conocer todos los modelos de escuela que hay, las diferentes metodologías y modelos de enseñanza-aprendizaje, y entender que sus hijos van a contribuir a la diversidad de las aulas, en las que aceptar y respetar a los demás es clave para la convivencia. Cuando los niños comienzan la escuela, típicamente a los tres años, arranca una etapa de sus vidas importantísima, con trece años por delante para educarlos en uno o varios centros educativos, obligatoriamente, en los que se relacionarán con muchas personas, tanto niños como adultos. Al comenzar, son casi unos bebés, pero año tras año pueden cambiar muchas cosas según nuestros hijos crecen. Una de esas cosas que pueden surgir, sin que lo sepamos al comienzo, son las dificultades de aprendizaje.

Esas dificultades, que conciernen a muchos aunque cuando empiezan la escuela no saben que las tienen, pueden afectar a nuestros hijos, o no, lo que no nos exime de aceptarlas como lo que son: trabas para un aprendizaje fluido, involuntarias y desafortunadas; no es que sean vagos, no podemos pedirles esfuerzos sobrehumanos a costa de su tiempo libre y de su felicidad, ni martirizarlos con el mantra del «si quieres, puedes», porque para lograrlo realmente tienen que renunciar a mucho. Ni tampoco nos exime de empatizar con esos niños y sus familias, y apoyar las medidas que sean necesarias para conseguir su inclusión. En las aulas hay un porcentaje elevado de niños con dificultades varias, entre las más comunes el TDA o el TDAH y la dislexia, que necesitan apoyo educativo, por razones claras, y no por capricho.

Nuestro compromiso como padres respecto a la educación de nuestros hijos, el ejemplo que damos y el respeto que profesamos en nuestros comentarios hacia los maestros, los compañeros de clase y cualquier persona en general son las mejores herramientas educativas no intencionadas de que disponemos. Ser conscientes de esto nos ayudará mucho a educar a las personitas de hoy, que serán adultos más pronto que tarde. La escuela no es el lugar que era, no es como hace treinta o cuarenta años, la sociedad tampoco, y educar es una tarea compartida, que tenemos que hacer en equipo, y dando siempre el mejor ejemplo posible.

Ahora, antes de que empieces a leer el libro, quiero que anotes en las siguientes páginas las respuestas a las preguntas que te planteo. Espero que sepas responder a muchas de ellas, y ojalá cuando acabes el libro hayas aprendido algo nuevo que te haya ayudado a responder a alguna de esas preguntas que no sabías o te haya llevado a cambiar tu respuesta.

Al final del libro, encontrarás las mismas preguntas para que las respondas de nuevo. Si no has encontrado las respuestas en mi libro, te invito a que investigues un poco hasta que seas capaz de escribir una respuesta completa.

En realidad, esto que te planteo es una especie de ejercicio de metacognición conocido como rutina de pensamiento. En concreto, a este tipo de ejercicios se les llama «antes pensaba, ahora pienso», y son muy interesantes para aprender y tomar consciencia de nuestro proceso de aprendizaje.

Espero que este libro te ayude a aprender algo nuevo sobre la educación.

Preguntas para comenzar

¿Cómo definirías la innovación educativa? ¿Qué es el proyecto educativo de un centro?¿Qué es el aprendizaje basado en proyectos?¿A qué edad crees que debemos enseñar a leer a un niño?¿Es mejor competir o cooperar?¿Qué dificultades de aprendizaje conoces?¿Sabes qué son las altas capacidades?¿A quién crees que beneficia la educación inclusiva?¿Se puede explicar el proceso de aprendizaje desde la ciencia?¿Deben los niños hacer deberes?¿Crees que aprender inglés a través de las asignaturas de ciencias es una buena idea?¿Era mejor la EGB que la Primaria y la ESO?¿El abandono escolar es un fracaso de los estudiantes?¿Qué piensas de la Formación Profesional?¿Qué escuela quieres para tus hijos o a qué escuela te gustaría haber ido a ti?

Así empezó todo

 

1. Mi educación

 

Soy consciente de que entre mi infancia y la de mis hijos, con unos treinta años de diferencia, hay un abismo. Yo me crie en un entorno rural, del que me llevé muchos aprendizajes que no me enseñaron en la escuela, como, por ejemplo, un vocabulario rico en términos relacionados con la agricultura y la ganadería, cientos de palabras curiosas y casi olvidadas de ese dialecto derivado del panocho que hablamos en mi pueblo, Dolores, en la Vega Baja del río Segura, al sur de Alicante, y también muchas experiencias al aire libre. Ahora pienso que mi infancia en el pueblo se asemejaba a ir a una escuela Waldorf o Montessori. Aunque a veces recoger algodón en invierno, o melones en verano, era bastante pesado y muy poco divertido.

Con la escolarización de mis hijos he echado de menos aquellas tardes al salir del colegio, sin deberes, jugando a la rayuela (la chulapa la llamábamos en mi pueblo), a la comba o al escondite. No tuve ni una sola extraescolar en mi vida, no me presionaron para aprobar exámenes o para sacar mejores notas que otros compañeros de clase. Ni mis padres ni los de mis amigos parecían estar tan sumamente preocupados por la educación de los niños de mi generación como lo estamos ahora, al menos no en las familias más humildes. Supongo que había otras necesidades más primarias de las que preocuparse.

Tampoco creo que nuestros padres y maestros tuvieran unas expectativas altas sobre nosotros, con todo lo bueno y lo malo que eso pueda suponer. De hecho, más de un compañero acababa su educación en sexto o séptimo de EGB (Educación General Básica), sin conseguir siquiera el graduado escolar. Entiendo que todo esto hacía de la escuela un entorno mucho menos competitivo de lo que lo es ahora, aunque, desde luego, abandonar el sistema educativo a tan temprana edad era un fracaso rotundo.

Actualmente, somos muchos los padres que vivimos sorprendidos por el nivel de esfuerzo exigido en las escuelas, por la cantidad y prematuridad de exámenes en niveles como primero o segundo de Primaria, por la competitividad que se respira, especialmente respecto a las pruebas de evaluación externas en algunos entornos, y por el nuevo rol que los padres hemos adquirido en la educación formal de nuestros hijos: controladores, vigilantes, implicados en mayor o en menor medida, participando, a veces con ilusión, a veces con resignación, pero sin entender qué ha pasado en estos treinta años para que haya cambiado tanto la escuela, la educación, la sociedad y el papel de los niños.

En mi caso, puede que el choque sea mayor precisamente por las propias diferencias que existen entre la vida en un entorno rural y uno urbano. También porque las familias, mayoritariamente, ahora no cuentan ya con una persona que se dedique al cuidado del hogar y los niños, como ocurría antes, cuando muchas madres ejercían ese rol, por lo que el problema de la conciliación de la vida laboral y familiar no existía apenas.

El abismo entre mi propia infancia y educación y la de mis hijos se justifica pues por dos circunstancias: por haber nacido y vivido en un pueblo de agricultores en la provincia de Alicante y porque mi madre estaba siempre en casa, disponible para lo que necesitara.

Entre mi casa, en plena huerta de la Vega Baja, rodeada de bancales de alcachofas y patatas, y el colegio San Francisco de Asís, al que asistí durante varios años, había una distancia de poco más de un kilómetro que tenía que recorrer en bicicleta. El primer tramo del camino, por la Vereda del Pozo, desde mi casa hasta el pueblo, estaba sin asfaltar, por lo que muchas veces había barro, y llegaba a la escuela con las perneras de los pantalones sucias y mojadas.

No era cómodo ir a la escuela en esas condiciones: llegaba con las manos heladas en invierno, o con los ojos rojos porque se me había metido algún mosquito en primavera. Pero aún así, cuando remoloneaba más de la cuenta en la cama por la mañana, mi madre sabía qué tenía que decirme para que me levantara de un salto. Me insinuaba: «Eva, hoy no vas a la escuela, ¿verdad?», y entonces yo salía de la cama como un resorte diciendo: «Sí, sí que voy». Aborrecía que me dijera eso, no soportaba perderme las clases. Era feliz yendo al colegio.

Siempre fui a la escuela pública. Era una niña habladora, por eso en clase, a veces, me castigaban de cara a la pared o me expulsaban al pasillo. Aunque en esto poco han cambiado nuestras aulas: los niños siguen hablando demasiado para el gusto de los profesores y seguimos mandándolos fuera de la clase. Me parecía humillante el castigo de cara a la pared, y lo padecía con dolor.

Hice la EGB en dos colegios diferentes: el San Francisco de Asís y el Cardenal Belluga, los dos en Dolores. Me cambiaron de colegio por necesidades de reubicación de alumnos al aumentar la población de la localidad y construir un nuevo centro.

La principal preocupación que nos supuso el cambio de colegio, que recuerde yo, fue dónde dejar la bicicleta. Cuando iba al San Francisco de Asís, solía dejarla en casa de mi tía, pero el nuevo colegio, más alejado aún de mi hogar, no quedaba cerca de la casa de ningún familiar. No sé si mis padres se preocuparon por si tendría problemas para hacer nuevos amigos, la verdad; creo que le damos más importancia a la socialización ahora que entonces, al igual que también hemos tomado consciencia del acoso que sufren algunos niños en los centros educativos. Pero, a pesar del cambio, mis notas eran buenas, hice algunos amigos nuevos, aunque otros me llamaban «empollona» y se metían conmigo —al fin y al cabo, nunca fui muy popular—, y acabé octavo convencida de querer ir al instituto.