¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas? - Jacques Le Goff - E-Book

¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas? E-Book

Jacques Le Goff

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Beschreibung

En este breve ensayo Jacques Le Goff inquiere y reflexiona sobre los grandes períodos en que se divide tradicionalmente la historia de Occidente: la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad. Si el tiempo, materia de la historia, se da sin cortes en la experiencia, ¿cómo es posible comprender la noción de periodización, más allá de una justificación pragmática? Éste es el cuestionamiento que despliega Le Goff en estas páginas, en las que, partiendo de una disquisición sobre una "larga Edad Media", reflexiona sobre la forma en que se hace la historia en los albores del siglo XXI.

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Jacques Le Goff (Tolón, 1924-París, 2014) fue uno de los historiadores más importantes del siglo XX, reconocido como destacado representante de la Nouvelle Histoire y especialista en la historia de la Edad Media. Fue director de la École des Hautes Études en Sciences Sociales y coeditor de la revista Annales. En 2004 fue galardonado con el Heineken Prize por el Instituto de Historia de la Real Academia Holandesa de Artes y Ciencias. Entre su amplia obra sobresalen La Civilisation de l’Occident médiéval (1964), El nacimiento del purgatorio (1981), Los intelectuales en la Edad Media (1985), Mercaderes y banqueros de la Edad Media (2001), Héros et Merveilles du Moyen Âge (2009) y A la recherche du temps sacré: Jacques de Voragine et la Légende dorée (2011). El FCE publicó en 2014 Hombres y mujeres de la Edad Media, obra coordinada por él.

Traducción

YENNY ENRÍQUEZ

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

¿REALMENTE ES NECESARIO CORTARLA HISTORIA EN REBANADAS?

JACQUES LE GOFF

¿Realmente es necesariocortar la historiaen rebanadas?

Primera edición en francés, 2014Segunda edición en español, 2016Primera edición electrónica, 2016

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

Título original: Faut-il vraiment découper l’histoire en tranches?© 2014, Éditions du SeuilColección La Librairie du XXIe Siècle,dirigida por Maurice Olender

D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4257-8 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Prólogo

Preludio

Antiguas periodizaciones

Aparición tardía de la Edad Media

Historia, enseñanza, periodos

Origen del Renacimiento

El Renacimiento hoy

La Edad Media se vuelve “la edad oscura”

Una larga Edad Media

Periodización y mundialización

Agradecimientos

Bibliografía

PRÓLOGO

Ni tesis ni síntesis, este ensayo es el resultado de una larga investigación: es una reflexión sobre la historia, sobre los periodos de la historia occidental, cuya Edad Media ha sido mi compañera desde 1950. En ese entonces acababa de obtener mi agregación ante un jurado presidido por Fernand Braudel y donde la historia medieval estaba representada por Maurice Lombard.

Se trata, por tanto, de una obra que llevo conmigo desde hace tiempo, nutrida por ideas que para mí son de gran interés y que he podido formular en distintas partes y de diversas formas.1

La historia, como el tiempo que es su materia, aparece en principio como algo continuo. Sin embargo, también está hecha de cambios. Y desde hace mucho tiempo los especialistas han procurado señalar y definir esos cambios dividiéndolos, dentro de esa continuidad, en secciones a las que en un primer momento llamaron edades y, posteriormente, periodos de la historia.

Escrito en 2013, justo cuando los efectos cotidianos de la mundialización se hacían cada vez más tangibles, este libro-recorrido vuelve sobre las diversas maneras de concebir las periodizaciones: las continuidades, las rupturas, las formas de pensar la memoria histórica.

Ahora bien, el estudio de esos diferentes tipos de periodización permite, me parece, deducir algo que podría llamarse una “larga Edad Media”. Ello especialmente si se reconsideran tanto las significaciones que, desde el siglo XIX, le han querido atribuir al Renacimiento como la centralidad de ese Renacimiento.

Dicho de otro modo, al abordar el problema general del paso de un periodo a otro, analizo un caso en particular: la supuesta novedad del Renacimiento y su relación con la Edad Media. Este libro destaca las principales características de una larga Edad Media occidental que podría ir desde la Antigüedad Tardía (del siglo III al VII) hasta mediados del siglo XVIII.

Esta propuesta no elude la conciencia que ahora tenemos de la mundialización de las historias. El presente y el futuro invitan a cada sector de la historiografía a actualizar los sistemas de periodización. Y es precisamente con esa necesaria labor como esta obra exploratoria espera poder contribuir.2

Si bien la “centralidad” del Renacimiento es el punto esencial de este ensayo, que incita a renovar nuestra visión histórica, por lo común bastante estrecha, de esa Edad Media a la que he dedicado con pasión mi vida como investigador, los interrogantes que suscita corresponden principalmente a la concepción misma de la historia en “periodos”. Pues aún falta saber si la historia es una y continua o está seccionada en partes. O incluso saber si realmente es necesario cortar la historia en rebanadas.

Al explicar estos problemas de la historiografía, este libro pretende ser una contribución, por modesta que sea, a una nueva reflexión asociada a las historias globalizadas.

PRELUDIO

Uno de los problemas fundamentales de la humanidad, surgido a la par de su nacimiento, ha sido el de controlar el tiempo terrestre. Los calendarios le han permitido organizar la vida cotidiana, puesto que casi siempre se asocian al orden de la naturaleza, teniendo como principales referencias el Sol y la Luna. Pero los calendarios, en general, determinan un tiempo cíclico y anual, por lo que resultan ineficaces para pensar en periodos de tiempo más largos. Puesto que hasta ahora la humanidad no ha sido capaz de prever con exactitud el futuro, se ha vuelto importante para ésta tener control sobre su largo pasado.

Para organizarlo, se ha recurrido a diversos términos: se ha hablado de edades, épocas, ciclos. Pero me parece que el más adecuado es el de periodos. Periodo viene del griego περίοδος, “periodos”,1 que designa un camino circular. Entre los siglos XIV y XVIII, este término adquirió el sentido de “lapso de tiempo” o “edad”. En el siglo XX produjo la forma derivada periodización.

El término periodización será el hilo conductor de este ensayo. Éste indica una acción humana en el tiempo y señala que su corte no es neutro. Se tratará aquí de evidenciar las razones, en mayor o menor medida expuestas y más o menos reconocidas, que tuvieron los hombres para dividir el tiempo en periodos. Razones frecuentemente acompañadas de definiciones que destacan el sentido y el valor que éstos le confieren.

Cortar el tiempo en periodos es necesario para la historia, ya sea que en un sentido general ésta se entienda como estudio de la evolución de las sociedades o de un tipo particular de saber y enseñanza, o incluso como el simple paso del tiempo. Sin embargo, ese corte no es un simple hecho cronológico, sino que expresa también la idea de transición, de viraje e incluso de contradicción con respecto a la sociedad y a los valores del periodo precedente. Los periodos tienen por consiguiente un significado particular en su propia sucesión, en la continuidad temporal (dentro de) o en las rupturas que tal sucesión evoca, y constituyen un objeto de reflexión fundamental para el historiador.

Este ensayo examinará las relaciones históricas entre lo que comúnmente llamamos Edad Media y Renacimiento. Y puesto que ambas son nociones que nacieron a su vez en el curso de la historia, prestaré particular atención a la época en la que surgieron y al sentido que entonces trasmitían.

Muchas veces se pretende asociar periodos y siglos. Este último término, empleado en el sentido de “periodo de 100 años” y que comienza teóricamente por un año que termina en “00”, apareció en el siglo XVI. Antes el vocablo latino saeculum designaba ya fuera el universo cotidiano (“vivir en el siglo”) o un periodo bastante corto, mal delimitado y que llevaba el nombre de algún personaje importante que lo hubiera dotado de esplendor, por ejemplo: el “Siglo de Pericles”, el “Siglo de César”, etc. La noción de siglo tiene sus deficiencias. Un año que termina en “00” rara vez es un año de ruptura en la vida de las sociedades. Se dio entonces a entender o incluso se afirmó que un determinado siglo comenzaba antes o después del año de transición y se prolongaba más allá de 100 años, o que, por el contrario, se interrumpía antes: así, para los historiadores, el siglo XVIII comienza en 1715, y el siglo XX, en 1914. A pesar de tales imperfecciones, el siglo se convirtió en una herramienta cronológica indispensable no solamente para los historiadores sino también para todos aquellos, muy numerosos, que se refieren al pasado.

Sin embargo, el periodo y el siglo no responden al mismo propósito. Y si en ocasiones coinciden no es sino por comodidad. Por ejemplo, una vez que la palabra Renacimiento —introducida en el siglo XIX— se convirtió en el distintivo de un periodo, se intentó hacerlo coincidir con uno o varios siglos. Ahora bien, ¿cuándo surgió el Renacimiento? ¿En el siglo XV o en el XVI? En más de una ocasión pondremos en evidencia la dificultad para establecer y justificar el inicio de un periodo. Y más adelante se verá que la manera de resolverla no es anodina.

Si bien la periodización ofrece una ayuda para el control del tiempo, o más bien para su empleo, en ocasiones hace surgir problemas de apreciación del pasado. Periodizar la historia es un acto complejo, a la vez cargado de subjetividad y de esfuerzo por producir un resultado aceptable para la gran mayoría. Es, a mi parecer, un tema apasionante.

Para terminar este preludio, me gustaría señalar, como hizo en particular Bernard Guenée,2 que aquello a lo que nosotros llamamos “historia”, “ciencias sociales”, tomó tiempo para convertirse en el objeto de un conocimiento, si no “científico”, por lo menos racional. Este saber relativo al conjunto de la humanidad no se consolidó realmente sino hasta el siglo XVIII, cuando se introdujo en las universidades y escuelas. La enseñanza constituye, en efecto, la piedra angular de la historia como conocimiento. Es importante recordar este antecedente para comprender la historia de la periodización.

ANTIGUAS PERIODIZACIONES

MUCHO ANTES de haber obtenido su derecho de ciudadanía en la historiografía y la investigación histórica, la noción de “periodo” ya se utilizaba para referirse a la organización del pasado. Esta división del tiempo había sido sobre todo obra de los religiosos, quienes la empleaban en función de criterios religiosos o como referencia a personajes sacados de libros sagrados. Puesto que mi propósito es mostrar cuál ha sido la aportación de la periodización al saber y a la práctica social e intelectual de Occidente, me limitaré a evocar las periodizaciones adoptadas en Europa —otras civilizaciones, por ejemplo los mayas, utilizaban sistemas diferentes—.

En la extraordinaria obra colectiva publicada recientemente bajo la dirección de Patrick Boucheron1 e inspirada por la ola de la mundialización se confronta la situación de diferentes países del mundo en el siglo XV sin insertarla necesariamente en una periodización de la historia. Entre los numerosos intentos actuales de revisar la periodización histórica a largo plazo —creada e impuesta por Occidente—, para lograr establecer ya sea una periodización única para todo el mundo o diferentes periodizaciones, señalaremos las observaciones finales y sobre todo el cuadro sincrónico de las principales civilizaciones del año 1000 antes de la era común hasta nuestros días, presentado como conclusión de la obra de Philippe Norel, L'Histoire économique globale.2

La tradición judeocristiana propone esencialmente dos modelos de periodización; cada uno de ellos utiliza números simbólicos: el número 4 corresponde al número de estaciones y el número 6 corresponde a las seis edades de la vida. Se ha observado no sólo un paralelismo sino también una influencia recíproca entre la cronología individual de las edades de la vida y la cronología universal de las edades del mundo.3

El primer modelo de periodización es el propuesto por Daniel en el Antiguo Testamento. En una visión el profeta ve cuatro bestias que son la encarnación de cuatro reinos sucesivos cuyo conjunto constituirá el tiempo completo del mundo desde su creación hasta su final. Las bestias, reyes de esos cuatro reinos, se devoran sucesivamente. El cuarto rey intenta cambiar los tiempos y blasfema contra el Altísimo poniendo a prueba sus designios. Llega entonces, con las nubes del cielo, un Hijo del Hombre a quien el Anciano de Días confiere imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirven. Su imperio, eterno, no pasará ni será destruido.4

Como ha señalado Krzysztof Pomian, fue sobre todo a partir del siglo XII cuando los cronistas y teólogos retomaron la periodización propuesta por Daniel5 y propusieron la idea de translatio imperii que hacía del Imperio romano germánico el sucesor del último Santo Imperio de Daniel. En el siglo XVI, Melanchthon (1497-1560) dividió la historia universal en cuatro monarquías. Y en 1557 aparece nuevamente otra periodización en la misma línea de Daniel en los Trois Livres des quatre empires souverains, à savoir de Babylone, de Perse, de Grèce et de Rome, de Johannes Sleidanus (¿1506?-1556).

El otro modelo judeocristiano de periodización, que prevaleció al mismo tiempo que el de Daniel, viene de san Agustín, la principal fuente del cristianismo medieval. En el libro IX de la Ciudad de Dios (413-427), san Agustín distingue seis periodos: el primero va de Adán a Noé, el segundo de Noé a Abraham, el tercero de Abraham a David, el cuarto de David al cautiverio de Babilonia, el quinto del cautiverio de Babilonia al nacimiento de Cristo, y el sexto es el actual, que habrá de durar hasta el final de los tiempos.

Para sus divisiones del tiempo, tanto Daniel como san Agustín se inspiran en los ciclos de la naturaleza. Los cuatro reinos de Daniel corresponden a las cuatro estaciones, mientras que los seis periodos de san Agustín remiten, por un lado, a los seis días de la Creación y, por otro, a las seis edades de la vida: la primera infancia (infantia), la infancia (pueritia), la adolescencia (adolescentia), la juventud (juventus), la edad madura (gravitas) y la vejez (senectus), aunque cada uno confiere a sus periodizaciones un significado simbólico distinto. Dentro de la concepción del tiempo de un pasado lejano, los periodos no pueden ser secuencias neutras, sino que expresan diversos sentimientos respecto del tiempo y lo que, después de una larga elaboración plurisecular, se llamará la “historia”.6

Daniel, que expone al rey persa Nabucodonosor la serie de cuatro periodos, indica que cada reino verá un declive en relación con el precedente, hasta el reino creado por Dios al enviar a la tierra al Hijo del Hombre7 (ahí donde los Padres de la Iglesia quisieron reconocer a Jesús), quien conduciría al mundo y la humanidad a la eternidad. Esta periodización combina, por tanto, la idea de decadencia nacida del pecado original y la fe en la posteridad de una eternidad que será, Daniel no lo dice pero se sobrentiende, una bienaventuranza para los elegidos y una desventura para los condenados.

Agustín de Hipona insiste, a su vez, en la decrepitud progresiva semejante a la vida humana cuando llega a la vejez. Su periodización contribuyó a reforzar el pesimismo cronológico que comúnmente predominaba en los monasterios de la Alta Edad Media. Aunado a la desaparición progresiva de la enseñanza de lenguas y literaturas griega y latina, el sentimiento de declive prevaleció, y la expresión mundus senescit, “el mundo envejece”, se volvió de uso común en los primeros siglos de la Edad Media. Esta teoría del envejecimiento del mundo impidió, hasta fines del siglo XVIII, que naciera la idea de progreso.

Sin embargo, el texto de Agustín de Hipona deja entrever una posible mejora del tiempo en el futuro. En la sexta edad, entre la encarnación de Jesús y el Juicio Final —que sugieren la redención ante el envilecimiento del pasado y la esperanza ante el futuro—, el Hombre, pronto corrompido y corruptor del tiempo humano por el pecado original, sigue creado, a pesar de todo, “a imagen y semejanza de Dios”. Así, la Edad Media encontrará siempre en él los dones de renovación del mundo y de la humanidad, a los que más tarde se llamará renacimientos.

En este análisis sobre los esfuerzos de la humanidad por dominar el tiempo cabe señalar un suceso con una relevante influencia: la propuesta hecha en el siglo VI d.C. por Dionisio el Exiguo —escritor escita instalado en Roma— de hacer un corte fundamental antes y después de la encarnación de Jesucristo. Lo cierto es que, según los cálculos hechos posteriormente por expertos estudiosos del Nuevo Testamento, Dionisio el Exiguo probablemente se equivocó, y lo más seguro es que Jesús haya nacido cuatro o cinco años antes de la fecha que propuso. Pero eso poco importa. Lo trascendental es que desde entonces en Occidente, y a nivel internacional con el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el tiempo del mundo y de la humanidad se cuenta primordialmente “antes” o “después” de Cristo.

En estos inicios del siglo XXI se llevan a cabo investigaciones en diversos puntos del globo para —aprovechando lo que conocemos como mundialización— mundializar el tiempo que impone la periodización occidental a otras civilizaciones en muchas instituciones e intercambios entre las diferentes culturas y religiones. Esta situación y esos esfuerzos legítimos aparecen en el centro de las incertidumbres que pesan sobre la periodización de la historia, un trabajo que, a pesar de todo, es esencial para la humanidad.

Entre los grandes pensadores que retomaron en la Edad Media la teoría agustina de las seis edades hay que mencionar a hombres tan influyentes como Isidoro de Sevilla (hacia 570-636) y su Crónica —además célebre autor de las Etimologías—; el anglosajón Beda el Venerable (637-735), gran teólogo del tiempo, en particular en su obra De temporum ratione, que termina con una crónica universal que abarca hasta el año 725, y el dominico Vincent de Beauvais (hacia 11901264), que trabajó en Royaumont y dedicó al rey Luis IX (san Luis) una triple enciclopedia, en cuyo tercer volumen, Speculum historíale, utiliza la periodización agustina.

La Edad Media conoció otras concepciones del tiempo dentro de la continuidad de las periodizaciones religiosas. Sólo me concentraré sin duda en la más importante, si se considera la influencia tanto de la obra como de su autor: la que expone en la Leyenda dorada el dominico genovés Santiago de la Vorágine (hacia 1228-1298). En una obra precedente intenté mostrar que la Leyenda dorada no era, como durante mucho tiempo se afirmó, una obra hagiográfica.8 Más bien trata de la descripción y explicación de los periodos sucesivos del tiempo creado y dado por Dios al Hombre teniendo como punto central el nacimiento de Cristo.

Según Santiago de la Vorágine, este tiempo está definido por dos principios, el “santoral” y el “temporal”. Mientras el santoral se basa en la vida de 153 santos —número que corresponde al de los peces de la pesca milagrosa en el Nuevo Testamento—, el temporal se organiza mediante la liturgia y lo que ésta refleja, la evolución de las relaciones entre Dios y el Hombre. El tiempo de la humanidad es para Santiago de la vorágine el tiempo dado por Dios a Adán y Eva, pero que mancharon con el pecado original. Este tiempo fue en parte redimido por la encarnación y la muerte de Jesús convertido en hombre, y, tras ésta, conduce a la humanidad hacia el fin del mundo y al Juicio Final.

De este corte del tiempo resultó una división en cuatro periodos. El primero, el tiempo del “extravío” que va de Adán a Moisés. El siguiente tiempo, que va de Moisés a la natividad de Cristo, es el de la “renovación” o del “llamado”. El nacimiento de Cristo hizo surgir un tercer periodo, corto pero esencial: el de la “reconciliación”, entre Pascua y Pentecostés. Y, finalmente, “el periodo actual” es el de la “peregrinación”, un tiempo de peregrinajes sobre la Tierra del Hombre, cuyo comportamiento y piedad conducirán, en el Juicio Final, ya sea al Paraíso o al infierno.

La más asombrosa periodización de la historia mundial en cuatro periodos es sin duda aquella propuesta por voltaire. He aquí lo que escribe en El siglo de Luis XIV (1751):

Todos los tiempos han producido héroes y políticos, todos los pueblos han conocido revoluciones, todas las historias son casi iguales para quien busca solamente almacenar hechos en su memoria; pero para todo aquel que piense y, lo que todavía es más raro, para quien tenga gusto, sólo cuentan cuatro siglos en la historia del mundo. Esas cuatro edades felices son aquellas en que las artes se perfeccionaron, y que, siendo verdaderas épocas de la grandeza del espíritu humano, sirven de ejemplo a la posteridad.9

Voltaire recurre aquí al término de siglo no en el sentido relativamente nuevo para su época de “periodo de 100 años”, que, si bien apareció a fines del siglo XVI, no se difundió hasta el siglo XVII, sino como época que corresponde a un tipo de apogeo. El primero de esos cuatro siglos es, para voltaire, el de la Grecia antigua, de Filipo ii de Macedonia, Alejandro Magno, Pericles, Demóstenes, Aristóteles, Platón, etc. El segundo es el de César y Augusto, ilustrado por los grandes escritores latinos de su época. El tercero es el que siguió “a la toma de Constantinopla por Mehmed II” y que se manifestó principalmente en Italia . El cuarto es el siglo de Luis XIV, y voltaire considera que “quizá sea éste el que más se acerque a la perfección”: los principales avances se lograron en el ámbito de la razón, la filosofía, las artes, el pensamiento, las costumbres y el gobierno.