Recuperando el pasado - Melissa Mcclone - E-Book
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Recuperando el pasado E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

Era obvio que en su vida faltaba algo importante... Lo que Reed Connors necesitaba parecía estar relacionado con Samantha Wilson, su antigua novia del instituto. Afortunadamente, las Navidades estaban a la vuelta de la esquina y el perfecto ejecutivo tendría que visitar su ciudad natal. Ahora sólo hacía falta un poco de ayuda de Papá Noel y el niño que se había portado muy bien durante todo el año podría conseguir el regalo que siempre había deseado.

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Seitenzahl: 150

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Recuperando el pasado, n.º1917 - mayo 2017

Título original: Santa Brought a Son

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9672-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

La melodía de Jingle Bells sonaba por los altavoces escondidos tras el hielo falso. Se habían esmerado en recrear el Polo Norte en aquel centro comercial.

Timmy Wilson observaba indeciso la cola de niños que esperaban ansiosos a ser recibidos por Papá Noel.

Tenía casi ocho años ya. Era un niño mayor y no le parecía adecuado creer en él; menos aún, sentarse en su regazo. Pero su abuela le había asegurado que era importante para su mamá que lo hiciera.

–Dile lo que quieres por Navidad –le sugirió la anciana mujer.

–¿No debería él saber lo que cada niño espera?

La abuela suspiró.

–Eso era lo que tu padre solía decir.

Timmy echaba de menos a su padre. Llevaba en el cielo tres años y suponía que allí jugaría al béisbol todos los días.

–Ojalá estuviera aquí y pudiera enseñarme a lanzar la pelota.

–Sí, mi pequeño, ojalá. Yo también lo echo de menos.

Una chica vestida con un traje de elfo y zapatos puntiagudos lo llevó hasta Papá Noel. El hombre estaba sentado en lo que a Timmy le parecía un trono. Aquel Papá Noel tenía una barba real y gafas doradas. El traje parecía nuevo y sus botas de piel brillaban intensamente. Era mucho mejor que el de la cabalgata del día de Acción de Gracias.

Timmy miró de un lado a otro con la esperanza de que ninguno de sus colegas del colegio estuviera en el centro comercial. No quería ni imaginarse las burlas si lo veían allí.

–¿Prefieres sentarte en mis rodillas o quedarte de pie? –preguntó Papá Noel.

–Yo prefiero quedarme de pie –admitió Timmy–. Pero la foto es para mi madre y ella preferirá que me siente.

Papá Noel le prestó su rodilla.

–Ánimo. Lo haremos rápido.

Timmy se sentó. No estaba tan mal. Aquel Papá Noel olía muy bien, como a caramelo y a galletas.

La chica del traje de elfo estaba tras la cámara de fotos.

–Sonríe.

El flash hizo parpadear a Timmy. Se frotó los ojos.

–¿Qué quieres por Navidad? –preguntó Papá Noel.

–Ya le he enviado una carta –dijo Timmy inquieto. Una vez hecha la foto, lo único que quería era marcharse de allí cuanto antes.

–Tienes razón. Me has pedido una Game Boy Advance, un patinete y un libro sobre béisbol –los ojos de Papá Noel brillaron de un modo particular–. Pero yo sé que tú quieres algo más que no le has comentado a nadie.

Era imposible. No podía saberlo, a menos que tuviera poderes para leer la mente o que fuera realmente… Si era de verdad Papá Noel… Timmy se estremeció.

–¿Podría usted…?

–Es un deseo complicado –respondió Papá Noel antes de que Timmy pudiera acabar la pregunta–. Puedo intentarlo, pero necesitaré un poco de ayuda. Es una época del año con mucho trabajo. Quizás algún elfo o algún ángel pueda echarme una mano –Papá Noel se ajustó las gafas–. La Navidad es una época de milagros. ¿Tú crees en los milagros, Timmy?

–Creeré en lo que haga falta si eso significa conseguir un nuevo papá.

Capítulo 1

 

La invitación de boda llevaba ya un tiempo abandonada sobre el escritorio de Reed Connors. La tarjeta ribeteada de dorado podría haberse confundido con el resto de los papeles pendientes pero, por alguna razón, captaba desconsideradamente su atención.

Reed la había recibido hacía un mes. Su mejor amigo del instituto iba a casarse. Pero Reed había estado demasiado ocupado para contestar. Había metido la maldita invitación en el maletín y se había olvidado de ella hasta entonces.

Volvió a escuchar el mensaje de voz de su amigo.

–Hola, Reed, soy Mark Slayter –dijo la voz de su mejor amigo–. Hace mucho que no nos vemos. Sé que estás ocupado, pero necesitamos determinar el número fijo de invitados y queremos saber si vas a poder venir a la boda. Todo el mundo estará aquí. Aunque no sé si te importa, también vendrá Samantha Wilson. Sé a ciencia cierta que todavía te acordarás de ella aunque te hayas olvidado de todos los demás. Cuídate y llámame tan pronto como puedas.

Mark había mencionado a Samantha Wilson.

Nadie más se había enterado de su especial amistad con la chica más popular del Instituto de Fernville. Reed sabía que Mark no se lo había contado a nadie. Había sido un amigo leal como ninguno, y jamás volvería a encontrar otro igual.

En aquella época lejana, en la que se recordaba a sí mismo como un perdedor, Reed había estado profundamente enamorado de Samantha.

Muchas cosas habían cambiado desde entonces.

Miró su agenda y buscó la fecha de la futura boda fijada para diciembre. Tenía que realizar un viaje a Frankfurt, asistir a una conferencia en San José y a una feria en Las Vegas. Tenía varias reuniones con analistas financieros y finalizar la puesta en marcha de la campaña de márketing para el próximo año. Un viaje a Fernville era imposible.

–¿Otra vez te quedas en la oficina hasta el anochecer? –una suave voz femenina sonó desde la puerta.

No tuvo que mirar a la dueña para reconocer a Carmella López, la secretaria de dirección de Lloyd Winters, jefe supremo y dueño de la compañía.

Carmella era como una gran madre para todos los empleados de la compañía, y cocinaba el más delicioso arroz con frijoles de aquel lado de Río Grande. Sólo su impecable imagen de mujer profesional le daba el necesario toque distanciador. Quizás por su talante maternal era tan fácil confiarle secretos personales.

–No es tan tarde –dijo Reed antes de mirar hacia la ventana y darse cuenta de que casi había anochecido por completo–. La verdad es que he perdido la noción del tiempo.

–Parece que lo estás tomando por costumbre.

–No deberías decir nada, porque tú también estás aquí.

–A Lloyd le gusta que me quede en la oficina cuando él está por aquí.

–Lo tratas demasiado bien.

–Es un buen jefe.

–Por eso mismo, no quiero que mi jefe piense que soy un vago.

–Con las horas que le regalas a Wintersoft nadie jamás pensaría eso –se aproximó al escritorio y le entregó un archivador–. Lloyd quiere que revises el último informe del proyecto Utopía.

Reed lo colocó junto a la pila de trabajos pendientes.

–Lo leeré esta noche –dijo, e hizo una nota mental para llamar al día siguiente a Nate Leeman, vicepresidente del departamento tecnológico, para ver si la puesta en marcha de Utopía tenía una fecha de lanzamiento o no.

–Creo que deberías irte a dormir.

–¿Cómo voy a dormir con todo lo que me queda por hacer?

Sin duda, Reed era un ambicioso y válido profesional. A sus veintiocho años, era el directivo más joven de la compañía y, sin duda, no iba a detenerse ahí.

Carmella señaló la cartulina ribeteada de dorado que yacía sobre la montaña de papeles.

–¿Es una invitación de boda? –preguntó ella.

–Sí.

–¿Se casa otro de nuestros empleados?

–No, esta vez no –respondió Reed.

En los últimos meses, varios directivos de Wintersoft se habían comprometido o contraído matrimonio. Primero fue Matt Burke, luego, Grant Lawson y, finalmente, Brett Hamilton. Aquella especie de «epidemia» incomodaba a Reed. En lo último que quería pensar era en el matrimonio. El trabajo le dejaba poco tiempo para salir con alguien y menos aún para comprometerse.

–Espero que Brett sea el último que ha contraído la enfermedad del amor o tendré que plantearme dejar de beber el agua de esta oficina.

–Arianna tiene gemelos y veremos qué les sucede a las demás. Quizás también sea algo que está en el agua –dijo Carmella.

–Muy graciosa –respondió él sin pizca de humor.

Si el matrimonio le resultaba poco atrayente aún más indeseablele era la paternidad. Tenía una vida perfecta. ¿Por qué iba a estropearla?

–¿Quién se casa?

–Mi mejor amigo del instituto.

–Suena divertido.

A él no.

–No pienso ir.

–¿Por qué no?

–Estoy demasiado ocupado –el trabajo era el único modo que tenía de alcanzar cuanto quería. Reed había probado el dulce almíbar del éxito y quería más. Eso implicaba sacrificar su vida personal, pero valía la pena–. Le enviaré un buen regalo.

–Pero es tu mejor amigo…

Reed se encogió de hombros.

–Tenía muchos amigos, pero nos distanciamos cuando acabó el instituto.

–A pesar de todo, te ha invitado –dijo Carmella–. Eso debe de ser por algo. No creo que darle un día de tu tiempo a un amigo tenga tanta importancia.

–Si no tuviera tanto trabajo…

–El trabajo es una excusa.

Reed no supo qué responder. Carmella tenía una especial capacidad para ver dentro de la gente.

–Es la misma que utilizaste cuando te pregunté por qué no habías tenido una relación seria en mucho tiempo –insistió ella.

–Salgo con mujeres.

–Nunca dos veces con la misma.

–No veo que haya nada malo en eso.

–Lo hay si no quieres pasar el resto de tu vida solo –lo miró pensativa–. Me pregunto si no habrá algún otro motivo. El único nombre que has citado alguna vez ha sido el de Samantha. Sé que eso ocurrió hace mucho años pero, ¿estás seguro de que lo has superado?

–Sí, claro que sí. No hubo nada serio entre Samantha y yo. Sólo estuvimos juntos seis maravillosos días. La verdad es que me resultaba difícil tener una novia en el instituto. Tenía inteligencia, pero no atractivo.

–Pues debiste florecer tarde, pero lo hiciste, porque ahora disfrutas de ambas cosas.

–Gracias –dijo él sin más.

–¿Samantha estará en la boda?

–Sí –respondió Reed y su mente se fue con Samantha. Recordó su largo y sedoso pelo rubio, sus ojos azules, su risa seductora y cálida. Sintió un repentino calor–. También irá su marido –añadió.

Carmella lo miró sorprendida.

–¿Samantha está casada? ¿Cuándo se casó?

–No estoy seguro –respondió él. Lo que sí sabía era que se había casado con el hombre que había elegido en lugar de a él: Art Wilson.

Era cierto que aquella elección le había facilitado el camino. De haberse quedado con ella, seguramente no habría podido estar tan centrado en la universidad, ni habría logrado hacer de sus sueños una realidad.

–¿Cuándo fue la última vez que la viste?

–En nuestra graduación. Después mis padres se trasladaron a Boston y todos mis amigos se fueron a la universidad, así que no tenía ningún motivo para volver a Fernville.

–Esta boda lo es.

Reed miró la tarjeta. Allí estarían Patrick, Wes y Dan. Sí, la boda prometía ser divertida. Quizás…

Carmella agarró la invitación y se la entregó.

–No pierdas esta oportunidad.

Reed se quedó pensativo.

–Quizás tengas razón –dijo él.

–¿Irás a la boda?

Reed sonrió.

–Iré.

 

 

–Va a ir –le susurró Carmella a Emily Winters, al entrar en el abarrotado ascensor.

Emily supo de inmediato que se refería a Reed Connors. Guapo, ambicioso y unos años más joven que Emily, era, además, uno de los posibles candidatos a marido que su padre tenía en mente.

No estaba dispuesta a permitir que Lloyd Winters, su adorable progenitor, la subastara a su antojo entre los empleados prometedores. Tampoco estaba interesada en el matrimonio.

Cuando todos los empleados se bajaron del ascensor, Emily pulsó el botón de parada. Allí no las oiría nadie.

–¿Y aquella chica con la que tuvo una relación en su ciudad natal?

–También irá. Pero, al parecer, está casada.

Emily se masajeó las sienes, perturbada por la noticia.

–Quizás esa situación haya cambiado –continuó Carmella–. En cualquier caso, será positivo que la vea. Intuyo que Reed necesita reconciliarse con su pasado para poder construirse un futuro.

–¿Y si ya no está casada?

–Entonces todo será más fácil para ti. Las posibilidades de que quede un soltero menos, en un futuro no muy lejano, aumentan.

Emily suspiró.

–Ojalá no tuviéramos que preocuparnos de ninguno de ellos.

–Tienes razón. Al menos, ya hemos recorrido la mitad del camino.

–Sí, supongo que sí –dijo Emily con un tono extrañamente dubitativo.

–¿No era eso lo que tú querías?

–Sí. Pero me molesta tener que intervenir en la vida privada de otros.

–¿Te has parado a pensar la posibilidad de cumplir los deseos de tu padre?

–Sí. Y no voy a casarme con ninguno de los tres solteros que quedan disponibles en esta empresa –Emily alzó la barbilla, orgullosa–. Son uno tipos estupendos, pero aún no estoy preparada para el matrimonio.

–El trabajo no te reconfortará en las frías noches de invierno.

Emily sonrió.

–Suenas como mi padre.

–Te quiere mucho.

–Lo sé –dijo ella–. Por eso está tan preocupado por mi soltería. Pero ya cometí el error de dejarme llevar por sus imposiciones y de casarme con un empleado de la compañía. No quiero pasar el resto de mi vida sola, pero tampoco quiero que mi padre me imponga a la persona con quien la comparta.

–Hablando de tu ex marido, Todd ha venido a verme.

–Sí, también ha venido a verme a mí.

Carmella levantó una ceja en un gesto interrogante.

–¿Y?

–Nada –admitió Emily–. Está preocupado porque ha perdido su trabajo. El ascensor en el que se había subido se ha parado mucho antes de llegar al ático del éxito. No sabe qué va a hacer.

–No es culpa tuya.

–Pero si no nos hubiéramos casado, él seguiría trabajando para Wintersoft –dijo Emily con patente preocupación–. Me gustaría que mi padre entendiera por qué no quiero volver a verme en esa misma situación otra vez. Fue humillante y todo salió mal. No voy a casarme antes de haber encontrado a la persona adecuada y hasta que me sienta preparada.

Le dio al botón del ascensor y éste se puso en marcha.

–Y, respecto a nuestro plan de ayudar a los tres solteros restantes a encontrar a su media naranja, ¿qué me dices? –preguntó Carmella–. ¿Seguimos adelante?

Las dudas asaltaron a Emily. Pensó sobre los tres solteros: Reed Connors, Nate Leeman y Jack Devon. Nate era un brillante ejecutivo, obsesionado con el trabajo, que parecía vivir en la oficina. Jack era un casanova y, según la revista Boston, uno de los cincuenta solteros de oro de la ciudad y un verdadero misterio para cuantos lo rodeaban. Reed era un ambicioso trabajador que encajaba perfectamente en el perfil que su padre buscaba.

–Vamos a ver qué pasa con Reed.

 

 

Samantha Wilson se quedó en mitad del pasillo de la iglesia observando detenidamente la decoración floral.

Se sentía satisfecha con su trabajo.

Ya estaba todo listo. Muy pronto la iglesia estaría repleta de invitados. Mark Slayter y Kelly Jefferson iban a tener una boda preciosa.

Samantha sintió un nudo en la garganta. Aquél habría sido el tipo de ceremonia que ella habría deseado. Pero la realidad había sido que se había tenido que conformar con un matrimonio civil, un vestido estampado y la única presencia de sus suegros.

Pero, aunque no había disfrutado de la boda de sus sueños, había tenido algo mucho más preciado.

Samantha se acercó a uno de los ramilletes de flores y lo colocó cuidadosamente, hasta que la disposición fue perfecta.

–¿Sam?

Samantha se quedó paralizada al oír aquel nombre. Nadie la había llamado así desde hacía años.

Se volvió lentamente. Un hombre vestido con un traje azul estaba junto a la puerta. Se aproximó lentamente. Tenía el pelo castaño, los ojos color chocolate y una sonrisa que hacía que le temblaran las piernas.

–Sí…

–¿Eres tú? –le preguntó Reed Connors.

Cuanto más se le acercaba más difícil le resultaba respirar. Había cambiado. Su rostro había madurado, pero sin duda el tiempo lo había favorecido. Su cuerpo también había mejorado con la edad. El traje le sentaba increíblemente bien, y acentuaba sus hombros anchos y su postura perfecta.

–Reed –dijo ella con la voz entrecortada, aunque trataba de mantener la calma. Reed Connors no había escrito ni había llamado desde hacía nueve años. Sintió una extraña combinación de temor y resentimiento–. ¿Qué estás haciendo aquí?

–He venido a la boda de Mark.

Samantha había olvidado la amistad que Mark y Reed habían tenido en el instituto. Había apartado de su mente ese detalle y un millón de ellos más.

Reed miró al reloj.

–Parece que los dos hemos llegado antes de tiempo. Mark quería verme aquí antes de la ceremonia.

–Yo llevo horas –dijo ella–. Porque, aparte de ser una de las invitadas, también he hecho los arreglos florales. Tengo mi propia floristería.

Él sonrió levemente con un gesto sereno. A Samantha le resultó extraño. Reed nunca había sido tan calmado, tan seguro. Siempre había sido el tímido adorable que la ayudaba con los deberes de clase. La había hecho siempre sentir atractiva y dulce, de un modo que no se había sentido con nadie más.

El hombre que tenía delante no parecía de los que se ponen nerviosos ante nada.

Reed Connors había pasado de ser el chico listo y feo del instituto, a convertirse en un hombre increíblemente atractivo. No obstante, a ella nunca le había importado su aspecto. Lo que le había importado había sido que la amaba. Bueno, había pensado que la amaba. Pero había estado equivocada, como en tantas otras cosas.

–¿Te quedaste a vivir en Fernville?

–Yo… Sí, nos quedamos.

Esperaba que le preguntara por Timmy, por su hijo… por el hijo de los dos.