Redes vistas panorámicas - Mario Lucas Kiektik - E-Book

Redes vistas panorámicas E-Book

Mario Lucas Kiektik

0,0

Beschreibung

Es muy distinto ver lo que sucede desde la ventana de tu habitación a salir a dar vueltas en bicicleta y captar rápidamente lo que se aparece y vas dejando atrás. Y el problema es, justamente, que muchos libros han sido escritos en una habitación, utilizando la mente como si fuera la mirada que enmarca ese rectángulo vidriado que deja ver todos los días el mismo paisaje.   Por ello, en Redes vistas panorámicas te invitamos a explorar nuevas perspectivas, a ponerte unos anteojos que te permitan ver las cosas que te rodean como si estuvieran hechas de redes, capturando la esencia del fenómeno redológico como una nueva forma de entender que todo esta conectado y compartirlo con tu comunidad.    De la mano de su autor, Mario Lucas Kiektik, reconocido conferencista sobre la temática de redes, médico psiquiatra, doctor en ciencias sociales, docente universitario y emprendedor biotecnológico, podrás descubrir el poder de las redes para transformar tu visión del mundo.    ¿Estás listo? Tu nuevo y emocionante paisaje te espera en estas páginas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 493

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

REDES

VISTAS PANORÁMICAS

Mario Lucas Kiektik

Es muy distinto ver lo que sucede desde la ventana de tu habitación a salir a dar vueltas en bicicleta y captar rápidamente lo que se aparece y vas dejando atrás. Y el problema es, justamente, que muchos libros han sido escritos en una habitación, utilizando la mente como si fuera la mirada que enmarca ese rectángulo vidriado que deja ver todos los días el mismo paisaje.

Por ello, en Redes, vistas panorámicas te invitamos a explorar nuevas perspectivas, a ponerte unos anteojos que te permitan ver las cosas que te rodean como si estuvieran hechas de redes, capturando la esencia del fenómeno redológico como una nueva forma de entender que todo esta conectado y compartirlo con tu comunidad.

De la mano de su autor, Mario Lucas Kiektik, reconocido conferencista sobre la temática de redes, médico psiquiatra, doctor en ciencias sociales, docente universitario y emprendedor biotecnológico, podrás descubrir el poder de las redes para transformar tu visión del mundo.

¿Estás listo? Tu nuevo y emocionante paisaje te espera en estas páginas.

Kiektik, Mario

Redes : vistas panorámicas / Mario Kiektik. - 1a ed. - Villa Sáenz Peña : Imaginante, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6578-26-6

1. Redes Sociales. 2. Dinámica de Redes. 3. Internet. I. Título.

CDD 302.231

Edición: Oscar Fortuna.

Conversión a formato digital: Estudio eBook

© 2024, Mario Lucas Kiektik

© De esta edición:

2024 - Editorial Imaginante.

www.editorialimaginante.com.ar

https://www.instagram.com/imaginanteditorial/

www.facebook.com/editorialimaginante

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito del titular del copyright.

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroCréditosPresentaciónPrólogoCapítulo 1. La perspectiva de redesCapítulo 2. El secreto de las noticias falsasCapítulo 3. Los debates fundacionalesCapítulo 4. Historia del pensamiento en redCapítulo 5. Del fin de lo analógico a la pauta que conectaCapítulo 6. El prisma de néticoCapítulo 7. Redes y escalasCapítulo 8. Algoritmos, inteligencia y redesCapítulo 9. Motivos y dinámicasCapítulo 10. Redes sociales de máquinas y memes a velocidadCapítulo 11. Resistencia a la perspectiva de redesCapítulo 12. Juegos, ganadores y perdedoresCapítulo 13. La maldición de la éliteCapítulo 14. El futuro de la ciencia de redesGlosario

Presentación

Tengo el gusto de presentar este libro Redes, vistas panorámicas. El autor me ha invitado a hacer una presentación de estas páginas, lo cual me honra y agradezco.

El Análisis de Redes Sociales (ARS) es un corpus conceptual y metodológico de interés en el abordaje, intervención y estudio en problemas tecnológicos, sociales y científicos.

Kiektik nos propone un viaje conceptual por algunos aspectos de la historia y las posibilidades a futuro del análisis de redes. Por supuesto, en esta presentación voy a intentar transmitir el entusiasmo por emprender este viaje. El autor nos explica: “No espere el lector mucho más que aquel material de clases más o menos ordenado, no espere tampoco las grandes novedades en el campo del análisis de redes, más bien lo que encontrará son ideas algo más pulidas que en los artículos disponibles en las plataformas y aún mejorables, capaces de convertirse en piezas del rompecabezas redológico”.

“Rompecabezas mágico” es una buena metáfora para entender el texto, que busca unificar los distintos abordajes como si fuesen piezas de un todo. Las piezas provienen de tradiciones científicas, problemas teóricos, lógicos y prácticos; y ellas son creadas por personajes de distintas ciencias, generalmente mentes brillantes que descubren soluciones a problemas específicos mediante el análisis de relaciones en red.

Es interesante la propuesta del autor de analizar el contexto social, las voluntades y las historias de estos científicos e intelectuales que aportaron a este corpus conceptual.

Los abordajes redológicos exigen interdisciplinariedad y un horizonte de convergencia entre las ciencias exactas y las ciencias sociales. En el análisis de redes, la matemática computacional y el análisis de grandes masas de datos, se unen en una interfaz extremadamente productiva.

Este tipo de métodos son exponentes de un futuro donde la distinción entre ciencias exactas y sociales es cada vez más difusa. En general, se vislumbra en los desarrollos redológicos uno de los tantos caminos de integración entre ciencias naturales y sociales.

En las ciencias sociales, en particular, los temas abiertos por el ARS parecen ser muy interesantes. Lo que incorpora como novedad metodológica el ARS es lo que llamamos la “matriz relacional”. En lugar de variables y unidades de análisis (en el modelo clásico de la base de datos atributiva) se analizan individuos (u otro tipo de nodo) con sus relaciones, y esto implica el desarrollo de softwares específicos como UCINET, el Igraph de R, Pajek, Gephi y otros. Estos nuevos softwares y su enfoque relacional deben integrarse al bagaje de enfoques, métodos y softwares clásicos atributivos (como el SPSS, SAS y otros).

Los enfoques y métodos del análisis de redes sociales (ARS) se vislumbran como sumamente relevantes para el futuro. Por ejemplo, en el análisis de la estructura social. Cuando se habla de la clase obrera el uso habitual es cuantificar, y luego, en el mejor de los casos, asignar misiones históricas a ese colectivo. Pero, ¿tiene esa clase social dirigentes, líderes? En término de redes, nodos centrales, ¿qué grado de cohesión tiene? Si hablamos de pobreza en Argentina, más allá de su estimación cuantitativa, surgen nuevas preguntas: ¿cómo es ese grupo?, ¿hay líderes?, ¿existen agrupamientos o clústers no detectables con las encuestas de hogares oficiales y privadas que captan pobreza por ingreso?

En el mismo sentido, como plantea Granovetter, imaginemos contrafácticamente que no hubiese relaciones de amistad y familias, ¿cómo serían las empresas o la política en ese contexto? En la historia, ¿cómo serían las dinastías y reinos sin los lazos familiares?, ¿cómo hubiese sido la herencia del poder en los reinos, o la herencia económica del patrimonio familiar?, ¿por qué estas redes suelen seguir patrones de vinculación genéticas (padre–hijo, por ejemplo)?

Sin duda, y disgregando un poco, también parece haber un aporte desde el análisis redológico a la discusión de la idea de “sistema social”. El concepto de sistema suele estar asociado con organismos biológicos con una equifinalidad (finalidad común), como en un organismo vivo donde los distintos órganos o miembros (brazos, ojos, piernas) no tienen voluntad propia, sino que son parte de una orientación común del organismo. La teoría de sistemas presenta limitaciones para el análisis de las sociedades, latentes en la metáfora organísmica de Spencer (1898), quien literalmente considera que “una sociedad es un organismo”.

Tanto el enfoque funcionalista como el sistémico (a pesar de las ideas incorporadas por Merton y la reformulación teórica de Luhmann) no han despertado la pasión de los investigadores sociales o la política. En ese sentido, la idea de “red social” parece más adecuada para analizar la estructura social. Posiblemente la idea de “sistema social” se asocia con mecanismos teóricos anonimizantes de la descripción social (en forma similar al concepto de “mercado”), donde es difícil identificar agentes, ambiciones, liderazgos o culpables. Un peligro parece ser que un enfoque de redes sin agentes, voluntades o historia no logre despertar las pasiones que merece en los investigadores sociales; y tampoco en la política y las políticas públicas en general, que siempre suelen ser intervenciones sociales en “red”.

Es posible también que el enfoque de red nos permita de alguna manera ir zanjando la difícil relación teórica entre micro y macro sociología, planteada por lo general como una falsa opción dicotómica. La distinción entre micro (0) y macro (1) no es binaria, sino una cuestión de grado.

Volviendo al libro que nos ocupa, este texto está pensado con una intencionalidad didáctica y de acercamiento a los problemas. En el capítulo 1 encontrarán un viaje por las culturas mayas, desde una perspectiva de redes históricas y liderazgos. En el capítulo 2 se analizan desde esta perspectiva la difusión de noticias falsas (fake news). En el capítulo 3 hay descripciones de la aplicación a la medicina de los enfoques de red. En el capítulo 4 se analiza la historia del pensamiento en red, retomando entre otros temas las visiones y polémicas entre Tarde, Durkheim y Tönnies; y sus visiones sobre la vida social y el papel de las interacciones y la imitación en el cambio social. En el capítulo 5, el autor nos lleva del “fin de lo analógico a la pauta que conecta”. El capítulo 6 revisa temas como el mundo pequeño de Duncan y Watts y el modelo de Watts y Strogatz para comprender las redes de mundo pequeño; se tratan, por otro lado, conceptos como la entropía, la información y la irreversibilidad. En el capítulo 7 encontrarán diálogos entre Tarde y Pareto sobre cambios sociales, y el papel de la imitación y el conflicto; y entre otros autores, los aportes de Albert-László Barabási, quien ha realizado investigaciones significativas en el campo de las redes complejas y la teoría de grafos. En el capítulo 8 se habla de algoritmos, inteligencia y redes, diversas aplicaciones a estos temas de la inteligencia artificial y el teorema de Bayes. El capítulo 9 presenta conceptos y autores referidos a las redes dinámicas, y una perspectiva evolutiva de redes. En el capítulo 10 se presenta una semblanza de los nuevos desafíos en la redología en virtud del desarrollo de la inteligencia artificial, la Internet de las cosas (IoT), Internet de los vehículos (IoV) y las novedades tecnológicas del mundo moderno. En el capítulo 11 se presenta la resistencia a la perspectiva de red, centrando la presentación en la vida y producción del gran sociólogo Simmel. El capítulo 12 habla de juegos y redes. El capítulo 13 trata del problema de las élites desde la perspectiva redológica; y el último capítulo, el 14, nos habla del futuro de la ciencia de redes.

En este viaje se proponen relaciones (algunas provisorias) entre los trabajos científicos de Barabási, Durkheim, Tarde, Moreno, Watts, Strogatz, Euler, Gauss, Laplace, Pareto, Prigogine, Freud y Jung, entre otros. Acá aparecerán configuraciones de neuronas en red, luciérnagas, la propagación de los virus, Bobby Fischer, el astrónomo Herschel, el periodista Locke y las fake news de habitantes en la luna (humanoides de orejas grandes) en 1830. Se menciona el uso del análisis de redes para aplicación médica en las enfermedades como el VIH o la tuberculosis. Aparece también el clásico problema del puente de Königsberg planteado por Euler. También aparecen los nuevos desafíos de la inteligencia artificial desde las perspectivas redológicas, y el desarrollo del Internet de las cosas y la Internet de los vehículos (IoV).

Como suele ocurrir, los estudios de métodos se parecen a estudiar un instrumento musical como el piano; la utilidad real de ese instrumento no aparece clara hasta que suena la música. Desde el uso del análisis de redes sociales al estudio de fenómenos sociales, este paradigma aporta nuevas ideas y métodos. El sociólogo americano Linton Freeman indicaría que el futuro de la sociología está en el ARS.

El desarrollo actual de esta metodología amerita el intercambio y la discusión entre investigadores dedicados al tema en América Latina, y la difusión de diversas áreas de trabajo y aplicaciones de este tipo de análisis. Asimismo, es clara la importancia de difundir y fomentar la incorporación de estos temas en las áreas de metodología de investigación de las carreras relacionadas con las ciencias sociales en nuestros países. Desde diversas universidades, asociaciones y redes académicas, hemos fomentado estas discusiones en los cursos de doctorado en la UBA, en publicaciones en la revista especializada AWARI, en el Centro Interdisciplinario de estudios avanzados (CIEA) de UNTREF, en las reuniones de la REDMET (la Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales) y ALARS (la Asociación Latinoamericana de Redes Sociales), en ASRA (Asociación de Sociólogos de Argentina) y muchos otros ámbitos académicos y profesionales.

Estas técnicas abren nuevas áreas de complementación y cooperación mutua entre académicos, científicos y técnicos. Es una tarea difícil; inventar o fusionar conceptos de ciencias diversas es un esfuerzo sobre el cual no hay tanta experiencia o recursos.

Sabemos que el ARS es un área de conocimiento dinámica que tiene amplias y variadas posibilidades de aplicación y, sin dejar de lado todo el bagaje conceptual y metodológico de la investigación científica más tradicional, aumenta la relevancia y la potencia analítica de las ciencias. Esperamos que este libro entusiasme en estos enfoques a otros investigadores, y a aquellos que nos seguirán en el camino de la investigación social.

Dr. Miguel Oliva

“Conocemos el Universo como un conjunto de relaciones incesantemente variables”

 

José Ingenieros 1919

Prólogo

Antes que nada, me presento. Sí, lo reconozco, soy psiquiatra, y ante todo pido las disculpas del caso. Ese es mi problema. Es mi problema porque mis amigos sociólogos me dicen “Ah… eso lo decís porque sos psiquiatra”. Es divertido que también me suceda lo contrario. Mis amigos psiquiatras me dicen “Y bueno, eso se te ocurrió porque estás con esas ideas de los antropólogos y los sociólogos”. Pero entonces les digo que también me dedico a la biología molecular, y los comentarios del tipo se reciclan, se repiten, insisten y la verdad es que generalmente tienen mucha razón.

Acto seguido mis amigos genetistas me discriminan por venir de las ciencias humanas, pero estos últimos lo hacen por ser demasiado empírico y naturalista; unos y otros ven cosas muy distintas en las redes con las que se encuentran, pero quiero decir algo desde el principio: este libro intenta ayudar para que todas puedan dialogar y al menos proponerse un contrato, un acuerdo de comprensión y entendimiento. Porque de redes se trata este texto, de una perspectiva, de un modo de procesar los datos sensibles del mundo; casi de una forma de vida y prácticas sociales compartidas, una manera que podría ayudar a enlazar los contextos en los que nos comunicamos.

He intentado con la cría de pavos –de hecho, tengo en algún cajón el certificado de criador de pavos que me dio el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria– pero el problema se repite; los criadores me dicen que no voy a poder dedicarme a la cría de pavos porque soy psiquiatra, y la rueda empieza a girar de nuevo. He observado detenidamente, como un antropólogo de aves de corral, cómo se relacionan los pavos entre sí y puedo afirmar que pensar en red puede ayudar mucho a entenderlos. Entonces escribí estas líneas.

¿Cómo fue que me metí en semejante lío? En realidad, yo mismo me había buscado el problema hacía bastante tiempo: urgueador adolescente de Gregory Bateson –a quien descubrí gracias a la revista Mutantia1 – y luego minero de todo lo que se relacionara con Ilya Prigogine y Rene Thom, tuve la suerte de que alguien me prestara a principios de siglo el libro Linked2, que si bien era el texto de un físico que ya conocía por sus ideas sobre fractales, este caso se arrojaba al no tan líquido mundo de las ciencias sociales con herramientas extraídas de las matemáticas, la geometría, el álgebra matricial y la teoría de grafos. Realmente en un primer momento quedé anonadado, sin embargo, debo reconocerlo, me dio también una excusa perfecta que se terminó convirtiendo en este libro.

En mi caso en particular, hay que aclarar algo más. Mi formación como psiquiatra hubo de suceder en un hospital donde una de las ramas del psicoanálisis francés (el llamado lacanismo) se había convertido en una narrativa hegemónica, al punto que otras formas de abordaje de los problemas de nuestros consultantes eran simplemente ignoradas, cuando no canceladas.

Como no me habían educado en el aceptar las cosas así como así, al poco tiempo comencé mi formación como terapeuta sistémico en otro centro de salud y, no conforme con eso –aún continuando con las actividades programáticas para mi formación como psiquiatra–, iba varias veces por semana a cursar la licenciatura en comunicación social, de la que egresé al tiempo que terminaba la otra; con lo cual, casi recibí los dos diplomas el mismo día.

Con ese bagaje me había incorporado, dentro de la diplomatura de Ciencias de la Comunicación, en el equipo de la cátedra de Sergio Caletti, en una materia que se llamaba Comunicación III, pero bien podría haberse llamado epistemología de la comunicación humana. Fue un lustro muy intenso pero que me permitió crear una visión de los diferentes programas de investigación vigentes, el lugar que tenía cada uno en relación a otros y sorprenderme en el hecho de que, en aquel primer hospital –donde ya había egresado como psiquiatra–, buena parte del marco epistémico general estuviera invisibilizado detrás del escenario psicoanalítico, lo cual no dejaba de ser una extraña paradoja.

Hice un recorrido por las terapias de grupo con los popes de la época como Tato Pavlovsky, Hernán Kesselman, Luis Herrera, Ana María Fernandez y consumía regularmente la revista Lo Grupal, donde aparecían las ideas de Eliseo Verón, Umberto Eco, Gilles Deleuze y de Félix Guattari por acá y por allá, que también picoteaban a veces en las perspectivas basadas en relaciones.

En aquellos años me integré al equipo de terapias breves de la Licenciada Regina Szprachman, que tenía un denso recorrido epistemológico dentro de la perspectiva sistémica, que nos enseñaba a volcar aquel abordaje en familias en crisis, luego tomé cursos con Carlos Srebrow sobre análisis organizacional sistémica y me integré al grupo de GESI, donde conocí a Charles François y Enrique Herrscher, dos importantes exponentes del pensamiento sistémico en Argentina.

El GESI (Grupo de Estudios Sistémicos) fue un grupo de estudio e investigación argentino dedicado al desarrollo y la difusión del pensamiento sistémico en el país.

Charles François era un ingeniero y filósofo belga que se radicó en Argentina en la década de 1960 y había sido profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata que se especializaba en el estudio de la cibernética y la teoría general de sistemas y Enrique Herrscher era un sociólogo especializado en epistemología.

El GESI organizaba periódicamente seminarios, jornadas y publicaciones y además de contribuir con sus ideas e investigaciones al desarrollo del pensamiento sistémico en Argentina le daban espacio a médicos nóveles, como era mi caso, para que hicieran sus primeros pininos y se relacionaran con figuras de fuste, como los que formaban aquel grupo.

En esa época había varias publicaciones sistémicas, como los “Cuadernos del GESI”, “Terapia Familiar” y “Perspectiva Sistémica” a las que uno se suscribía y le llegaba todos los meses en soporte de papel. Fueron esos años de principios de los 90 en lo que ingresé en la internet gracias a un enlace que existía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, por la que ingresamos a eso que se llamaría después la web y que comprendería unas tres décadas de predominio del link, de la cultura del hipervínculo hasta llegar al primer cuarto de siglo, tiempos ya de respuestas únicas de la inteligencia artificial y la wikipedia.

Sea como fuere los senderos universitarios me llevaron por otros caminos –inclusive algunos por fuera de la Universidad de Buenos Aires–, donde pude ampliar mi mirada incorporando campos que inicialmente consideraba alejados pero que pude ver enlazados de los modos más intrigantes como, por ejemplo, sociología de arte electrónico, (una materia que tuve el atrevimiento de dictar en la Universidad de Tres de Febrero), la geografía, la teoría de las plataformas, la climatología o la historia de los pueblos originarios en la América pre europeizada; todos fueron en su momento incorporados en programas sobre teoría de redes que fui teniendo a cargo o que hube de coordinar. El profesor Pistelli me prestó a principios de siglo un libro reciente, en el que se proponía una mirada de estos temas humanos desde la física, justo en el momento en que me dedicaba a entender las ideas de Bergson sobre duración (ese día había intentado decir balbucear algo sobre el asunto), sin embargo esos días me influyó mucho “H2O y las aguas del olvido” del filósofo e historiador francés Ivan Illich, un pequeño libro que exploraba la historia y la simbología del agua en la cultura occidental, desde la Antigua Grecia hasta la época moderna. Illich argumentaba que el control del agua había permitido a estas élites controlar el acceso a la vida y la muerte, así como la salud y la enfermedad pero sobre todo a la memoria, a pesar de ser un elemento fluido y cambiante que se asocia con el olvido. Pensar en un fluido inespecífico que sostenía fuera del tiempo a las élites era algo demasiado intrigante como para que pudiera dejar pasar así nomás.

Dentro de todo el caleidoscopio de lecturas, conversaciones, talleres, textos blogueados o tuiteados, poco a poco fui entreviendo que existía un abordaje transversal; una convergencia, una perspectiva que permitía rastrear elementos que aparecían una y otra vez más allá de que estuviera trabajando en una terapia familiar, con los empleados de un geriátrico o con una plataforma de ventas online –por no decir colaborando con un biólogo marino dedicado a los delfines o un antropólogo especializado en transporte urbano–.

Y eso que fue apareciendo fue la perspectiva de redes, más que una teoría de redes, que no es otra cosa que decir que lo que percibimos del mundo son nodos o seres que siempre aparecen vinculados, linkeados, enlazados con otros. Que como en el basketball o en el tráfico, nada puede decidir un jugador, sino su conexión con los otros3.

Es decir que no importaba si se trata de conglomerados económicos o boyas marinas, si son pescadores noruegos semicongelados o comerciantes mayas que recorren sus caminos en sandalias, si son dispositivos maquínicos con inteligencia artificial o las internas de un reformatorio de niñas rescatadas de la prostitución a principios de siglo XX: simplemente empecé a comprender que ver a los elementos conectados era mucho más enriquecedor que verlos aislados.

Es que, desde entonces, tuve a mi disposición una metateoría accesible; no una verdad trascendental, no un superaxioma indiscutible sino una lente, la llamada “perspectiva de redes” o “nética”; gracias a la cual desde ese momento pude contar con argumentos más válidos en al menos cuatro de los territorios en los que había decidido moverme, que no eran otras que la psiquiatría, las ciencias sociales, la biología molecular y cría de pavos. El recorrido que siguió es lo que quiero compartir ahora con el lector.

Podemos decir entonces dos cosas. La primera, es que acá comienza este libro, y la segunda, es que si bien algunos libros empiezan con un gran evento que en el fondo tienen causas simples, este no será el caso. Es a veces un truco de magia del autor al lector, un guiño, una especie de iluminación inesperada.

Veamos un ejemplo: se desata un apagón eléctrico gigantesco en casi todo un país que resulta estar motivado por una rama de un árbol que creció de más o que fue podada de menos; esa parte del árbol tocó involuntariamente el cable de electricidad que colgaba cerca y, desde entonces, una cadena de situaciones desgraciadas y conectadas, una tras otra, con la amplificación suficiente, terminaron poniendo fuera de servicio los cables mayores de transmisión de electricidad, desde las centrales hidroeléctricas hasta unas urbes con millones de habitantes en las que luego se desencadenan todas las crisis inimaginables.

Esto a los lectores nos encanta, porque nos hace creer que un día uno puede andar por ahí paseando con un serrucho durante sus vacaciones y con un golpe certero salvar a la humanidad. Pero no es así lamentablemente. Y es que no estamos solos, como es bien sabido. Y eso quiere decir que no podemos resolver ni crear problemas serios como seres individuales desconectados, por más serruchos que llevemos en nuestros paseos de verano. Los humanos somos una especie social, grupal, que vive enlazada para subsistir y complejizarse. Tanto es así que, cuando estamos privados del contacto social, los científicos han demostrado que cargamos con un riesgo mucho mayor de mortalidad por todas las causas4.

Este libro entonces no empieza así, con el gran evento que se resuelve con gran facilidad, aunque sí comienza con una pequeña historia, nada épica por cierto. Una anécdota personal, simple y por lo demás olvidable. Pero voy a contarla igual, porque seguramente el lector tiene muchas semejantes en su memoria y podrá entenderme; y, cuando lo haga, empezará a comprender qué es pensar en red.

Arranquemos entonces. Resulta que, aficionado al club Vélez Sarsfield, había observado durante varias temporadas un ombú que florecía detrás del estadio, camino a las canchas de tenis y basket; una tarde recogí algunas semillas y con unos vasitos de yogur que había acumulado en la alacena hice el pequeño experimento de rellenarlos de tierra y ver qué sucedía con las semillas ahí colocadas. El resultado fue muy favorable, y en el verano siguiente tenía una veintena de pequeños ombúes que había progresado dignamente. Como no soy afecto a los bonsáis y, al mismo tiempo, me sentía responsable de estas nuevas vidas, empecé a pergeñar donde trasplantarlos.

Así que me puse en contacto con un tío que vivía en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires y lo visité. Después de contarle lo que me había propuesto, me sugirió recorrer algunos caminos de campo cercanos a su villa y dejar en lugares más o menos aptos mis adolescentes arbustos. El tío me acompañó con gusto y no sin dificultad, porque ya tenía casi noventa años en aquel entonces. Desempolvó un mapa, una vieja pala que llevaba un buen tiempo guardada, una libreta anillada y salimos de expedición a recorrer el territorio.

Íbamos en la camioneta por los caminos de polvo y estío conversando de las generaciones que ya no estaban, pero cada tanto él me decía “¡Acá, acá!”, entonces yo me detenía bruscamente, me bajaba con la pala y el vasito de yogur con su ombú adentro, mientras él iba anotando prolijamente lo que hacíamos en sus hojas cuadriculadas. Así nos pasamos una linda tarde y por la noche fuimos a una cantina cerca del río, donde discutimos qué sería de esas plantas que de ahora en más deberían vérselas con la vida silvestre.

Al día siguiente nos despedimos con la satisfacción del deber cumplido, y nunca volvimos a hablar de aquella vivencia. Los años pasaron, el tío partió y yo me olvidé de los ombúes. Pero las casualidades, quizás las redes de historias que ignoraba, me arrimaron una tarde el comentario de alguien que había juntado hojas de ombú para fabricarse un veneno que sirviera para ahuyentar las hormigas negras, y entonces volvió a mi memoria aquella tarde de los ombúes. Me intrigó que algo así hubiera sucedido, y como mi tío había dejado anotados los caminos de campo y los lugares adonde habíamos dejado nuestros especímenes verdes, pedí las anotaciones y repetí aquel recorrido más de una década después, descubriendo que de los veinte que habíamos plantado dos habían logrado prosperar, lo que para mí fue una grata sorpresa.

Todo hubiera quedado ahí si no fuera porque en otra conversación, un amigo ingeniero agropecuario, me hizo referencia a que en mi anécdota aquellos ombúes no estaban desconectados como yo pensaba, sino que, por tratarse de plantas con sexos separados, el polen debía ser llevado por el viento desde unos ombúes a otros y que el viento era un posible nexo entre ellos. En seguida me recordé que los ombúes –al menos los que yo conocía– son unos verdaderos ermitaños, y de pronto me imaginé decenas de esos arbustos gigantes conectados unos con otros por el viento, como si este fuera una gran wifi de aire moviéndose.

Mi contertulio también me hizo mención a que él usaba hojas del ombú para desinfección en su jardín, pero que le disgustaba arrancarlas de la planta y prefería recoger las que caían naturalmente. Estaba convencido que en ese estado deberían estar repletas de sustancias tóxicas, que sino el ombú no las hubiera expulsado.

Entonces concluí que ya tenía dos conexiones entre ombúes: el viento y los viajes de los recolectores de hojas de ombú. Como el ejemplo me servía en mis cursos para empezar a enseñar de qué se tratan los enlaces entre nodos, en este caso los ombúes, le propuse varias veces el tema a mis alumnos, y así encontraron los enlaces más increíbles entre estos arbustos que viven en la pampa, muchas veces alejados a kilómetros unos de otros. Algunos de los links que encontraron fueron los celulares y plataformas en las que estaban fotografiados, los tordos que iban de uno a otro consumiendo y dispersando sus semillas, los zorros que iban de madriguera en madriguera para refugiarse, los sistemas de comunicación radicular de la pampa, los escarabajos, las mariposas y las hormigas que aprovechan los recursos disponibles en el entorno del árbol, los libros con fotos de diferentes ombúes, los laboratorios de biotecnología, los ingenieros agrónomos o los herbolarios, entre otros.

Con el correr de las conversaciones, con los alumnos pudimos encontrar que prácticamente todas las especies arbóreas funcionaban como “poblaciones” de árboles y que podíamos investigar las interacciones entre ellos, así como para comprender la conectividad y las lógicas de su distribución espacial. Es verdad que algunas conexiones tenían efectos muy diferentes a otras: mientras unas servían para propagar a los ombúes, otras servían para difundir la idea del ombú de las pampas; pero todas tenían, de algún modo, el punto de paso lógico y crítico en el nodo “ombú”.

Eso nos llevó a entender cómo la polinización, la dispersión de semillas, la competencia o la simbiosis nos podían ayudar a identificar los árboles claves en las poblaciones, es decir, aquellos que desempeñaban un papel importante en su estructura y dinámica; pero también a considerar la idea de que los poemas épicos nacionales, que recurrían una y otra vez a la imagen del ombú, solo podían hacerlo en una red de narrativas que se daban continuidad en una insistencia del ombú en las pampas.

Por ejemplo, Sarmiento menciona el ombú como un árbol representativo de la barbarie, los caudillos y la violencia. Su gran porte sin leña, sus gordas ramas bajas inútiles, ilustraban para él los aspectos negativos de la sociedad argentina de su época, caracterizada por la falta de orden, la violencia y el atraso.

“Yo veo, señores, que en la campaña se ha formado una especie de árbol simbólico, el ombú. El ombú no es un árbol cualquiera; es un árbol imponente, de anchas y espesas ramas, que da sombra a una gran extensión de terreno. Bajo su sombra se reúnen los gauchos; allí deliberan sobre sus malones, sus robos y sus asesinatos. El ombú es el árbol de la barbarie.”5

En cambio, para José Hernández, en El gaucho Martín Fierro el ombú aparece como un árbol característico de la pampa argentina, símbolo de la resistencia frente a la adversidad y como protección en medio de la vastedad y la dureza del entorno pampeano.

 

“Después de mucho sufrir

tan peligrosa inquietú,

alcanzamos con salú

a divisar una sierra,

y al fin pisamos la tierra

en donde crece el Ombú”6

 

Pero estas diferencias no nos deben hacer perder de vista que entre ambos autores, o entre ambos textos, el ombú aparece como un conector. Y a otros autores argentinos, como Leopoldo Lugones, que en El payador se refiere barrocamente al ombú

“A la siesta, sobre los campos que la llamarada solar devora, mientras el caminante percibía tan solo a largos trechos el ombú singular, con su sombra de capilla abierta, el delirio luminoso de los espejismos, transparentaba olas remotas y siluetas inversas de avestruces, que eran motivo de cuentos fantásticos, urdidos en gruesa trama de color como los tejidos locales.”7

Entonces, el ombú puede ser un atributo de un texto-nodo; es decir, una característica de textos en los que se menciona al ombú o un nodo en sí ligado por mariposas, pero también puede ser un enlace, siendo el ombú una unidad de sentido que se mueve de texto en texto, conectándolos en su circulación.

Simultáneamente, pensar en el ombú nos lleva a otras ventanas por las cuales mirar a las redes. Por ejemplo, para comprender la conectividad entre los ombúes y evaluar cuánta fragmentación de las poblaciones de esa especie puede tolerarse sin poner en peligro a la misma, los investigadores forestales calculan distancias, y posiciones y características del ombú, y con eso evalúan la prosperidad de la especie, al mismo tiempo que distribuyen el meme “Ombú” en papeles y archivos digitales.

¿Cómo se podría recuperar una población de ombúes después de una perturbación, como un incendio forestal o una enfermedad?, se preguntan los biólogos, geógrafos y los bomberos. ¿Cuán enlazados están ese ombú digital y el que descansa ahora en la pampa? ¿Cuántas veces aparece la palabra “ombú” en Radiografía de la Pampa8 en el mismo párrafo que la palabra “Argentina”?

Como se podrá ver, desmontar estos asuntos u obtener una entrada simple a este abordaje no parece ser tarea tan fácil; pero, al mismo tiempo, hacerlo implica abrir las compuertas a la percepción de un mundo en red.

Se podría decir que había llegado a la idea de red, a pensar en red, más allá de una postsistémica o una neosistémica. Esto ya no era pensar más allá de los bordes de la sistémica, del caos y del control9. Ahora bien, el concepto de “red” es sin duda heterogéneo y polisémico. Se presta a cierta inflación significante cuando la sobreoferta de ideas sobre “redes” en la literatura se encuentra con una demanda limitada, en buena parte porque desconfía de que, a lo largo de su recorrido, descubrirá que nadie sabe muy bien que dice cuando dice red. A los efectos de este texto, aceptaremos provisoriamente que “red” puede merecer un significado metafórico o analítico.

Así el concepto de red se puede utilizar como una metáfora que permite describir pictóricamente diferentes dimensiones e interacciones, ya sea sociales, biológicas o maquínicas como contactos personales –grupos de delfines interactuando, prácticas sociales normalizadas, jugadoras de hockey o relaciones bacterianas emergiendo con configuraciones previsibles–, siempre en condiciones contextuales. Este punto es crítico, porque las redes siempre pueden extenderse más allá o más acá, y es el observador el que al definir sus bordes establece un conjunto de abordables y de no abordables.

Entonces se dice “la red de” tal o cual, “en esta red” vemos a, “se teje” la red o metáforas semejantes que pueden aludir a prácticamente todo, desde hábitos, transportistas urbanos, músicos de jazz, ensayos antropológicos, plataformas, alumnos que no hacen bullying, narcotraficantes, días de la semana, periodistas, escribanos y hasta recorridos de un asesino serial. Y esto por nombrar solo artículos científicos en mi mesa de trabajo, pero casi cualquier fenómeno que el lector se trajera a la cabeza también podría ser visto como una red.

Dicho esto, pensar en red puede ser también un proceso analítico, empírico. El enfoque central del análisis de redes es un examen formal y sistemático de las relaciones entre diferentes nodos. A diferencia de la metáfora de la red, este enfoque tiene la ventaja de definir y describir las relaciones analizadas en una forma más abstracta, lo que permite una comparabilidad más general entre objetos de estudio alejados epistemológicamente, como el sistema nervioso de una lombriz y una antigua red de caminos romanos.

Además, el enfoque metodológico formal ofrece la oportunidad de hacer bypass a suposiciones firmemente establecidas dentro del discurso hegemónico en un campo de investigación, concentrándonos en las relaciones de los actores, desde una perspectiva relativamente neutral epistemológicamente. Imagínese investigar a los actores de la élite política no por sus declaraciones sino por sus enlaces en fotos de plataformas. El político A y el B los consideraremos relacionados si aparecen en al menos 5 fotos en tales plataformas, entre los días tal y cual. Y luego en otro período y luego en otro. Podríamos sorprendernos de cuán distintas son las redes que visualizamos con fotos a las que encontramos en las declaraciones radiales o en los hashtags de Twitter. Además, este análisis formal permite hacer seguimiento de cambios temporales dentro de la red, haciendo emerger líneas temporales o trayectorias de red que pueden revelar cambios, muchas veces sutiles, que no serían necesariamente perceptibles cuando simplemente se realiza una lectura densa de los materiales de trabajo habituales.

Así, las visualizaciones permiten sacar conclusiones sobre las estructuras de la red, su evolución e inclusive articularla en investigaciones híbridas con investigaciones cualitativas clásicas; por ejemplo, relacionadas con análisis del discurso, enriqueciendo las posibilidades de comprensión y predicción.

El análisis de relaciones específicas también permite hacer afirmaciones sobre la importancia de ciertas características de los nodos, que facilitan la identificación de la acumulación de ciertos tipos de relaciones o de atributos de los actores en subgrupos de una red; lo que es especialmente útil cuando de analizar élites se trata.

Sin embargo, debe quedar claro que el análisis de redes no reemplaza las investigaciones tradicionales –al menos por ahora–, no obstante, ofrece una alternativa metodológica complementaria y un enfoque teórico que promete nuevas perspectivas. En general, existe consenso en que las ventajas del enfoque analítico de las redes son particularmente notables cuando se hibridan con herramientas tradicionales de investigación10.

Tenemos así un enfoque, una perspectiva, una lente que, como veremos en adelante, se viene ensamblando lentamente de un modo que es diferente y hasta divergente respecto al que utiliza el concepto de red de un modo metafórico.

Hay que aclarar que el análisis de redes no se limita a campos de fenómenos singulares ni a épocas específicas, ni a ciertas temáticas o tipos de preguntas. Su riqueza radica en que proporciona indicaciones y puntos de partida para posteriores abducciones, además de ofrecer nuevas perspectivas, que habilitan nuevas formas de crear comportamientos humanos y no humanos.

Pero volvamos a nuestros cursos de redes, de cuyos borradores surge el material de este libro. Desde ya los trabajos de nuestros alumnos de teoría de redes investigaban estas ideas de un modo generalmente lúdico. Las mismas herramientas se fueron utilizando para comprender grupos musicales, dispositivos electrónicos conectados a la red, personas que intercambiaban cartas en el siglo XIX o jugadoras de ajedrez enlazadas por partidas, entre otros tantos focos de atención a los que se iban dedicando los alumnos en sus actividades de taller con el correr de los años11.

De aquellos cursos quiero traer un trabajo práctico que en su momento tuve que evaluar y que a decir verdad se me ha perdido, como también el nombre del alumno. Era un joven estudiante estadounidense que se había inscrito en uno de los seminarios en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Él se había propuesto realizar su trabajo monográfico con una base de datos más bien extraña: llevaba registrando desde un tiempo atrás sus sueños y pesadillas de un modo metódico y estaba dispuesto a analizar esos datos con alguna formalidad, y justamente eso es lo que le brindaba el análisis de redes. Pacientemente anotaba, cada mañana, en la columna de los nodos, a quienes se le habían aparecido mientras dormía y luego los atributos: si eran conocidos o no, si eran del presente, del pasado o del futuro, así como características de los espacios en los que se les presentificaban, los colores, los temas de los que se hablaban, su poder adivinatorio, su capacidad de producir efectos en el mundo vigil y todo lo que podía recordar. Luego, en la columna de los enlaces o links, conectaba a quienes aparecían en la misma noche. Mencioné la idea en cursos subsecuentes y alguno que otro se animó a repetirlo, con algunas variaciones menores. Y lo que sucedía era asombroso: cuando comenzaban a realizar visualizaciones de las conexiones que recolectaban de entre sus sueños, pronto descubrían que aparecían sinsentidos en los contenidos. Sin embargo, en todos los casos surgía una extraña matemática, o quizás una geometría, que no era más que frecuencias de aparición de elementos del sueño: algunas personas aparecían con mucha frecuencia, pero la mayoría no, lo mismo sucedía con los colores, los animales, los escenarios y aún con los tipos de guion. ¿Cómo es que de algo tan azaroso como el soñar podían emerger esos rankings? ¿Cómo era que algunos pocos nodos aparecían tan frecuentemente, mientras que otros, la gran mayoría, lo hacían esporádicamente?

Esta es la parte en la que les aseguraba a mis alumnos que los sueños eran como un gran jarrón, y es lo que voy a contar ahora. Supongamos que subimos a la azotea y arrojamos hacia arriba un jarrón, lo más alto posible, y dejamos que se estrelle contra el piso. ¿Qué es lo que vamos a encontrar luego? Indudablemente un jarrón estalló en mil pedazos. Si el experimento terminara acá no se podría justificar ningún pago por los materiales de laboratorio, indudablemente.

Pero enseguida, mediante una observación más detallada, se descubre algo más, algo no tan fácil de ver –o quizás sí–, algo que emerge cuando separamos los fragmentos, los aislamos y los agrupamos por tamaños desde los más grandes a los más pequeños, y hecho esto los colocamos en fila. Inmediatamente pueden intentar” el experimento con un jarrón barato; van a encontrar que muy pocos fragmentos grandes se ubican en un extremo, mientras que del otro lado, del lado del polvo y los pequeñísimos fragmentos, podrán encontrar cientos, quizás muchos más, según la altura a la que hayan logrado lanzar su objeto de experimentación. Tal como nuestro alumno había descubierto en sus sueños.

Describiendo los hechos con un poco de rigor, lo que veríamos serían un pequeño grupo de fragmentos grandes, supongamos 4; seguido de otro de unos más pequeños, pero no tanto, pongámosle 16 partes; y luego otro grupo, de porciones intermedias de jarrón, que sería de unos 64 más o menos; y luego otro de fragmentos muy pequeños, que serían unos 256 aproximadamente. El lector atento habrá detectado una relación intrigante entre la cantidad de fragmentos en cada grupo, puestos de mayor a menor.

Pues esa misma relación es la que había encontrado mi alumno en sus sueños, cuando se había puesto a analizar y poner en relación sus datos, que no eran más que relaciones entre nodos o elementos de sus sueños, o atributos de nodos, o tipos de enlaces entre sueños.

¿Cómo es que había surgido un vínculo tan sorprendente entre sus restos diurnos convertidos en sueños y los restos de mi jarrón? Y luego, más sorprendentemente, ¿cómo fue que nuestros alumnos empezaron a descubrir esa proporcionalidad cuando comparaban los tamaños de ciudades en Estados Unidos, los huesos de un mamífero, la intensidad de luz entre luciérnagas o la frecuencia de palabras en cartas entre próceres argentinos del año 1828?

Este tipo de cuestiones, sobre todo el vinculado a las relaciones capaces de crear espacio y tiempo alrededor de objetos o seres de cualquier tipo, fue lo que muchas veces mantuvo encendidas nuestras conversaciones en clases y luego guió múltiples de mis intervenciones con clientes, pacientes o consultantes.

Con estas ideas que he bocetado muy brevemente aquí, y que el lector podrá comprender con más detalle en los capítulos siguientes, durante más de dos décadas dicté cursos, talleres, seminarios y charlas sobre análisis de redes sociales en la Universidad de Buenos Aires primero, y luego adonde allí donde me llamaran. Al principio fueron bonus tracks, intervenciones al final de algún teórico que necesitaba algún auxilio por problemas del titular de la materia o clases especiales fuera del programa cuando faltaba alguien que tenía a cargo decir algo importante; pero más adelante, con el Licenciado Ignacio Uman, comenzamos ya más formalmente enseñando a cargar datos que recolectaban los alumnos en el querido programa UCINET para luego visualizarlo en el NETDRAW. Quedaban maravillados, tanto como nosotros, que a decir verdad no les llevábamos tanto por delante, solo es que habíamos encontrado las herramientas adecuadas y los textos un poco antes que ellos. Luego –y por suerte– aprendimos a salir del hechizo de los gráficos, a no autohipnotizarnos con las visualizaciones y los hallazgos, a desconfiar y limitar la interpretación de los resultados. Más adelante aprendimos a desconfiar aún más de lo que otros encontraban. Era lógico, aquello que todavía llamábamos “complejidad” empezaba a ser manipulable con herramientas simples y gratuitas, al alcance de un humilde profesor universitario con un sueldo de migajas, pero el premio no sería tan fácil de obtener, como veremos más adelante.

Dictamos aquel primer curso, y luego se sucedió el derrotero que describía arriba, cambiando los temas, los autores, los alumnos y los enfoques, pero año tras año conservamos el horizonte en la construcción de la lente redológica. Pensar en red, hacerlo de un modo intuitivo, sentir el mundo como una red no es gratuito, especialmente en el mundo académico.

El lente-red tiene una primera desventaja y es que se pierde algo de potencia predictora y, después de todo, la ciencia es sobre todo más que nada una herramienta para decir que algo tiene muchas probabilidades de ocurrir. Eso tiene que ver con que el análisis de redes aún viene recorriendo un camino muy parecido al de las ciencias gaussianas o lineales, pero con cierto retraso respecto a las series temporales; es decir, todavía hay un camino por recorrer respecto a la transformación de las configuraciones de red a lo largo del tiempo…

Además, tiene una segunda ventaja, y es que uno se puede alimentar con autores que se colocaron por fuera de la corriente empírica más anglosajona, donde se nutre el análisis de redes sociales, pero que igualmente usan las ideas de “red” en una zona no necesariamente metafórica. Es verdad que autores como los de la teoría del actor-red tienen una densidad académica nada despreciable, pero también es verdad que poco comulgan con los representantes del análisis de redes, y es ahí donde uno tiene que empezar a hacer un tejido que muchas veces se deshilacha y debe que convertirse en traductor e intérprete entre culturas científicas que no siempre están dispuestas a conversar.

Pero tiene una ventaja –y quizás eso tenga que ver con mi formación médica–, y es que al liberarse de las hipótesis más habituales uno puede abducir un poco más lejos, puede recurrir a un modo más táctil y seguramente a la larga más equivocado, pero con mejores preguntas. Como los ajedrecistas o los detectives, el pensar en red devuelve en algo a los científicos a ese lugar de arriesgarse a pensar de un modo novedoso.

Sea como fuere, casi todo el material que íbamos procesando en cada encuentro de los cursos, por fortuna, fue quedando disperso en las plataformas de redes sociales. Mi blog tenía decenas de horas desgrabadas, los grupos que habíamos creado en Facebook todavía estaban accesibles, muchos de los enlaces a sitios interesantísimos aún estaban vigentes, amén de los emails, los grupos de WhatsApp y de Telegram, los hashtags en Twitter, los videos en YouTube y TikTok y los apuntes sueltos en carpetas que por alguna razón no habían terminado en la basura.

Así que con ese material en la mano y con la ayuda de algunos colegas que me orientaron, corrigieron y estimularon pude terminar, provisoriamente como se hace siempre, este humilde libro. No espere el lector mucho más que aquel material de clases más o menos ordenado, no espere tampoco las grandes novedades en el campo del análisis de redes, más bien lo que encontrará son ideas algo más pulidas que en los artículos disponibles en las plataformas y aún mejorables, capaces de convertirse en piezas del rompecabezas redológico.

Hay otro aspecto personal que quiero destacar y es cómo la perspectiva de red me ayudó a comprender muchos fenómenos cotidianos, o mediáticos, o históricos o biológicos o políticos de un modo mucho más motivante respecto a mi marco mental anterior. Por ejemplo, cuando me instalé un programa muy simple en mi computadora que escuchaba y desgrababa un programa semanal de TV, redistribuido por YouTube, en el que en horario premium un periodista televisivo de mucha influencia hacía un resumen de los acontecimientos de la semana.

Ese material luego lo volcaba en otro programa de computadora, al que le había pedido que separara los nombres propios y luego estableciera simplemente relaciones de proximidad textual; es decir, dado un actor A, si aparecía en una misma oración, en la previa o en la siguiente el actor B los consideraría conectados. Luego había calculado que la probabilidad de que fueran parte de un mismo grupo político o clúster era aproximadamente del 80%, al menos para ese periodista. Es decir, si se mencionaba a fulano y luego a mengano muy cercanamente en el texto, era mucho más probable que fueran cercanos política o ideológicamente. Evidentemente se trataba de una forma muy primaria visto desde ahora, que contamos con procesadores de lenguaje natural muchísimo más eficientes, sin embargo, en aquel primer momento los resultados, cuando hacía visualizaciones, no dejaban de sorprender a los amigos con los que las compartía. Contra lo que nos decía la intuición, algunos actores aparecían mucho más cercanos o alejados de lo que creíamos intuitivamente.

Algo así ya había hecho Mark Lombardi12, cuando dibujó en una tela al presidente de Estados Unidos y a un líder musulmán, poco antes de suicidarse en extrañas circunstancias previo a los ataques a las Torres Gemelas en el 11 de noviembre 2001.

En otra oportunidad tuve acceso a una base de datos en la que había registro de esquemas de medicación. Con la autorización de los responsables de la organización, y luego de aplicar los procedimientos de anonimización requeridos, comencé a cargar matrices de esquemas de fármacos indicados por diferentes médicos a sus pacientes. Todavía no había llegado a la mitad de los datos cuando se hizo evidente que agregar más esquemas medicamentosos poco cambiaba los clústers que se iban formando y que consistían en asociaciones de fármacos.

El problema es que esas asociaciones no respondían a formulaciones de la farmacología sino a insistencias, costumbres, hábitos que pasaban generalmente de médico en médico, sin basarse en la evidencia científica. Una mismidad farmacológica que se difundía en las conversaciones de los médicos, al intercambiar consultantes o al dar continuidad a un tratamiento que ya estaba encaminado. Es decir que si daban el fármaco A era muy probable que también indicaran el fármaco B y C, pero que si indican uno prácticamente igual en cuanto a efectos al A, llamémoslo D, lo asociaban al fármaco E.

Observaciones semejantes pude encontrar en las narraciones de mis consultantes, cuando empecé a advertir que algunas creencias eran más significativas que otras, en cuanto a su capacidad de “atraer” o conectar con otras, relativamente alejadas discursivamente. Por ejemplo, encontré que algunos núcleos como “duelo”, “conflictos laborales” o “fiestas navideñas” convocaban grupos temáticos muy alejados en cuanto a su significado, y que si yo los introducía en las conversaciones conseguía efectos de extensión temática, recolectando así creencias secundarias y superficiales, pero que impactaban en el tema consultado. La pregunta “¿Qué tal pasaste las fiestas?” podía llevarme a una suegra, a un viaje a las cataratas, a la música orillera, mientras que otras como ¿qué tal están las relaciones con tu hijo? tenían recorridos previsiblemente más acotados. Es decir, algunas creencias o recuerdos estaban muy enlazados, en cambio, otros tenían un círculo de conexiones más acotado.

Algo parecido encontré también en las organizaciones humanas: puesto a tratar de comprender los problemas que motivaban las consultas, pude aplicar la perspectiva de red al momento de seleccionar intuitivamente los actores a entrevistar, que desde entonces raramente eran los jerárquicos, sino personas con vínculos extensos como el personal de cocina, recepción o secretaría; o si tenía que entender procesos en los que participaban grupos de actores alejados, por ejemplo, personal embarcado y productores de frutas, posiblemente el enlace no fuera un integrante de uno ni de otros, sino una persona del puerto que tuviera contactos con actores claves con los dos grupos.

No espere el lector otra cosa que visiones panorámicas de fenómenos que pueden ser observados desde la perspectiva de redes, como quien recorre con su mirada un paisaje desde la ventanilla de un tren y va viendo cómo van quedando atrás unos poblados que quizás nunca volverá a visitar y todo, además, sin ninguna regla de perspectiva: asuntos importantes y pequeños, elementos generales y locales, apuntes y grandes axiomas de la redología aparecerán al modo de una Rayuela en la que los números cambian en cada salto, después de todo ya hay muchísimos libros donde todo está más que bien explicado. Hay ya muchísimos libros excelentes que describen con detalle los elementos centrales de la teoría y ante esa evidencia optamos por dejar a un lado lo que podía encontrarse en ellos, especialmente a la descripción y formas de medir nodos, relaciones, flujos y configuraciones, así como la extensa lista de algoritmos a los que puede recurrirse para conseguir inteligibilidad en matrices que muchas veces son complicadas de entender.

Otra advertencia es la siguiente: el texto no aspira a abarcar una totalidad redológica por lo tanto grandes y pequeños temas del campo han quedado afuera. Además, algunos capítulos solapan temas y eso se debe a que resultan de borradores de distintos programas, de distintos años y de distintos años y no quería dejarme llevar por el capricho de que nada se repitiera.

Si bien la investigación debimos producirla en la medida en que se accedía a recursos, teniendo en cuenta que en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires no existía ni siquiera un seminario optativo sobre estos temas, poco a poco nos fuimos enlazando a un magma de colegas en los que se podía resonar y obtener feedback de las ocurrencias que íbamos encontrando o inventando. A la vez que se conformaba una mirada redológica compartida, también las experiencias cotidianas se volvieron reticulares y la búsqueda de la pauta que conectaba lo primero que aparecía en mi modo de comprensión.

Respecto al párrafo anterior quiero agradecer a muchos de los que colaboraron en este camino, a quienes presentaré a continuación sin seguir un orden temporal y quizás ninguno. Quiero empezar con Hugo Scolnik, pionero del mundo de Internet en Argentina y primer evaluador de nuestros alumnos; a Laura Tevez hub del modo red académico; a José Luis Fernández por tironear siempre más allá de donde se creía que se podía, creando nuevos espacios de trabajo; a Jorge Miceli por haber sido un gran cuestionador de muchas de mis tonterías; a Daniel Collico Savio por haber desbaratado algunos papers delante de los que me había arrodillado; al profesor Sergio Guerrero por ofrecerme ventanas nuevas; a Julio Alonso por haber experimentado el ensayo; a Rodrigo Oshiro por haber superado al maestro; a Diego Diaz Córdova por haber colaborado desinteresadamente cuando se lo pedí y a Matías Conde, Javier Bundio, Julián Paredes, Rodrigo García, Juan Olivieri, Lautaro Massolini, Alejandro Martínez, Manuel Bertelotti, Alejandro Paredes, Miroslav Pulgar Corrotea y German Silva que visitaron los seminarios que estaba dictando para que los alumnos no creyeran que yo no era un desquiciado que se había inventado un tema, o que compartieron materiales de investigación, o simplemente ideas; también a Sebastián Ackerman, que prolijamente cada año me preguntaba si podía dictar algo sobre redes sociales; y a tantos que no puedo nombrar acá por cuestiones de espacio o de mi memoria, pero que forman parte de grupos de WhatsApp, de foros de e-mail, clústers de blogs o videos de YouTube que están ahí para ser navegados, entre otros injustificadamente no mencionados que colaboraron en el recorrido; además de los colegas con los que intercambiamos en espacios de encuentro donde escuchamos y presentamos ponencias o artículos, con quienes pude mantenerme dentro de esa delicada línea de la ciencia aplicada, en la que sin adecuados compañeros de viaje uno rápidamente puede irse a la banquina sin darse del todo cuenta. No quiero olvidarme de los miembros de la lista REDES y de los grupos de whatsapp que integran los interesados en estos temas: muchas veces un posteo marginal despierta en otros nodos de esos grupos maravillosas conexiones.

No puedo nombrar a todos los alumnos que se interesaron en la perspectiva de redes, pero a todos estoy profundamente agradecido.

Quiero especialmente agradecer al Dr. Miguel Oliva por la presentación de este texto y la paciencia que me ha tenido en las clases que fuimos co-coordinando, así como algunas ideas que aparecen en este texto y al Dr. José Luis Fernández que con sus atentos y excesivamente elogiosos comentarios.

Quiero reconocer que muchas de las personas que acabo de citar llevan algunas décadas trabajando en ARS (Análisis de Redes Sociales) de un modo estrictamente científico, y cuando hacen afirmaciones son realmente para ser tomadas en cuenta, porque la mayoría de las veces surgen de procedimientos validados científicamente y sometidos a falsación.

Sé que ellos perdonarán que lo que trato de explicitar en este texto es una forma de ver, un modo de vida embebido en un marco mental redológico, una forma de privilegiar el procesamiento de sensaciones, datos, conocimientos y experiencias que el cotidiano va ofreciendo a cada cual.

Es que si deseamos una mejor comprensión pública de la ciencia, los investigadores tenemos que hacer nuestra parte para comunicarnos más allá de las estrechas audiencias académicas a las que suele dirigirse nuestro trabajo. Me encantaría ver a más académicos compartir sus hallazgos con el público en general escribiendo artículos populares, hablando en foros públicos, dirigiéndose a audiencias en radio y televisión, presentando su trabajo de manera accesible en la web y en las plataformas.

No puedo olvidarme de GEMINI, el programa de inteligencia artificial que corrigió muchos de los errores y llenó huecos que habían quedado, y de Google Scholar, por estar ahí sabiendo que llegado el momento podrían rescatarnos de alguna arena movediza en nuestra argumentación.

Este libro no hubiera nacido sin las largas horas dedicadas laboriosamente a la corrección por Carolina Peters, a la que me dirijo habitualmente como “la próxima Beatriz Sarlo” y la colaboración invalorable de Dara Montecinos.

Quiero agradecer especialmente a los amigos y colegas que leyeron los primeros borradores e hicieron tempranos e imprescindibles señalamientos y a mis hijos Uma Sofia por las ilustraciones y Lautaro por las correcciones.

Por último, quiero agradecer a mi familia y amigos por la paciencia.

Mario Lucas Kiektik

1

Revista Mutantia. Colección. Archivo Histórico de Revistas Argentinas. Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.

2

Barabási, A L. Linked: The New Science of Networks. Cambridge, MA: Perseus. Publishing, 2003.

3 Bejan A. Street network theory of organization in nature Journal of Advanced Transportation. 1996;30(2):85-107

4

Wang, F., Gao, Y., Han, Z. et al. A systematic review and meta-analysis of 90 cohort studies of social isolation, loneliness and mortality. Nat Hum Behav (2023).

5

Sarmiento, Domingo F. Obras completas. Vol. 23. Buenos Aires: Editorial Sopena, 1948. Pp. 19-20.

6

Hernández, J. (2007). Martín Fierro. Caseros, Argentina: Gradifco

7

Lugones, L. (2005). El payador. En Obras completas (vol. 2, pp. 45-60). Editorial Argentina.

8

Martínez Estrada, Ezequiel. Radiografía de la pampa. Buenos Aires. Interzona Editora, 2017.

9

Caos y control en la era de Internet fue el título de mi tesina de grado en 1995 en Ciencias Sociales

10

M. Alexander / J. A. Danowski. (1990), Analysis of an ancient network, in Social Networks 12, p. 313-335.

11

D.J. Watts (2003), Six degrees: The science of a connected age, New York.

12

Goldstone, Patricia (2015). Interlock. Art, Conspiracy, and the Shadow Worlds of Mark Lombardi. Berkeley: Counterpoint. p. 57-58.