Repensamiento, comunidad y cultura de acompañamiento en la universidad - Ángel Barahona Plaza - E-Book

Repensamiento, comunidad y cultura de acompañamiento en la universidad E-Book

Ángel Barahona Plaza

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Beschreibung

La Universidad Francisco de Vitoria está embarcada en una singular tarea. Repensamiento, comunidad, cultura de acompañamiento, con el fin de buscar puntos de conexión entre las disciplinas universitarias. Como decía John Henry Newman, no basta con «recombinar» las distintas disciplinas, sino que es necesario fomentar en los profesores y en los estudiantes una actitud que no se refiere en particular a ninguna ciencia sino a lo que él mismo denomina con diferentes términos como «conocimiento liberal» o «filosofía primera» o «ciencia de las ciencias» que permite comprender la relevancia de una ciencia para las demás, así como sus distintas conexiones. Además, dada la evolución que ha tomado el pensamiento científico y filosófico, y la superación de las reticencias decimonónicas que lo venían lastrando, gracias a la crisis epistemológica en la que estamos, cada vez se hace necesario ese diálogo abierto y honesto entre disciplinas que buscan la verdad con la teología. El libro intenta llamar la atención sobre la necesidad de retomar ese debate abiertamente, sin prejuicios, asumiendo riesgos y con sinceridad, porque «los tiempos están cambiando».

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Colección Razón Abierta serie Estudios

Director

Leopoldo José López Prieto (Universidad Francisco de Vitoria)

Comité Científico Asesor

Daniel Sada (Universidad Francisco de Vitoria)

Federico Lombardi S. J. (Fundación Joseph Ratzinger)

Stefano Zamagni (Fundación Joseph Ratzinger)

Paolo Benanti (Pontificia Universidad Gregoriana)

Andrew Briggs (Universidad de Oxford)

Rafael Vicuña (Pontificia Universidad Católica de Chile)

Javier Prades (Universidad San Dámaso)

 

 

© 2021 Ángel Barahona Plaza

© 2021 Editorial UFVUniversidad Francisco de [email protected] // www.editorialufv.es

Ilustración de cubierta cedida por el Estudio Campo Baeza

Primera edición: septiembre 2021

ISBN edición impresa: 978-84-18746-09-3

ISBN edición digital: 978-84-18746-10-9

ISBN Epub: 978-84-18746-11-6

Depósito legal: M-16792-2021

Preimpresión: MCF TEXTOS, S. A.

Impresión: Producciones digitales Pulmen, S. L. L.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Esta editorial es miembro de UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.

Este libro puede incluir enlaces a sitios web gestionados por terceros y ajenos a EDITORIAL UFV que se incluyen solo con finalidad informativa. Las referencias se proporcionan en el estado en que se encuentran en el momento de la consulta de los autores, sin garantías ni responsabilidad alguna, expresas o implícitas, sobre la información que se proporcione en ellas.

Impreso en España - Printed in Spain

ÍNDICE

Prólogo

Florencio Sánchez, LC

Introducción

Necesidad de repensamiento para responder a la pregunta por el sentido de la vida

Necesidad de ser comunidad para ser universidad

Necesidad de acompañamiento para ser comunidad

Una universidad para el siglo XXI

Acompañamiento, repensamiento y comunidad para salir al encuentro de la verdad

Bibliografía

PRÓLOGO

Florencio Sánchez, LC

Universidad Francisco de Vitoria

Es verdad que en la UFV tratamos de ser una universidad católica, de manera clara, inteligente, honesta. Nos hemos inspirado desde el principio en la Ex corde Ecclesiae, la Fides et ratio y en el magisterio de Benedicto XVI sobre la universidad. Cada día, vamos tratando de comprender lo que se espera de nosotros y corrigiendo el rumbo hacia una meta tan apasionante como difícil en esta España posmoderna y poscatólica.

Lo de poscatólica no es porque ya no queden católicos en el mundo, sino porque la cultura dominante, dentro y fuera de la universidad, no tiene más que una mínima huella, si acaso, de aquello que la Iglesia aportó a la cultura de otras épocas sobre el hombre, el mundo y Dios.

Esa difícil y apasionante tarea de ser católicos en el mundo universitario, con fondo y formas respetables por su racionalidad y atractivos por su fuerza vital, según aquello de que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, es la tarea que hemos asumido en la UFV. Ese desafío pertenece a la Iglesia toda, compuesta de muchos carismas y formas de presencia eclesial, pertenece a todas las realidades y espiritualidades eclesiales. Y eso lo tenemos bastante claro en esta universidad.

De ahí que un cristiano que se ha fraguado al fuego del carisma del Camino Neocatecumenal viva con pasión el quehacer cotidiano de una universidad nacida bajo el carisma de la Legión de Cristo y el R. C. Esa pasión compartida es posible porque todo es, o intenta ser, presencia de la Iglesia en el mundo de la universidad. Este cristiano es Ángel Barahona, hermano en la fe y compañero de camino.

Este escrito nos ofrece su mirada sobre lo que durante años ha venido aportando para que la misión de la Iglesia se cumpla en esta casa. De ahí brota su grito y llamada a una radicalidad de la buena, de un amor honesto y exigente. Barroco en algunas formas, pero con una línea conductora de fondo que no deja lugar a indiferencias cómodas.

Este escrito es la lección inaugural del curso 2019-2020 ampliada para esta publicación. Nos aporta hondura, fundamentación y exigencia en la misión compartida. Podemos aplicarle lo de «el que tenga oídos para oír que oiga» o, más bien, ojos para leer y corazón para escuchar. Que lea, escuche y ponga en práctica. Dios lo quiera.

INTRODUCCIÓN

Decía Romano Guardini:

El cristianismo siempre puso a la vida que lucha por la verdad interior y por el máximo amor por encima del propósito de una acción exterior, incluso la más cara y excelente. Él siempre consideró el silencio más elevado que las palabras, la pureza de intención más elevada que el éxito, la magnanimidad del amor más elevada que el resultado del trabajo.1

A partir de aquí, deberíamos callar e irnos a casa y guardar silencio, pero hemos de seguir la llamada del amor a las jóvenes generaciones de estudiantes que nos vienen encomendados de lo alto.

La Universidad Francisco de Vitoria está embarcada en una singular tarea. Repensamiento, comunidad, cultura de acompañamiento son tres términos talismán que o van acompañados de radicalidad, o son conjuntos vacíos. Radicalidad evoca el ir a la raíz, al origen de todas las cosas. Los métodos que las ciencias humanas nos aportan para ayudarnos a llevar adelante esta tarea ingente delatan su importancia, pero puestos en ejercicio apenas rozan lo que realmente anhelamos.

En todas las instancias educativas, congresos, encuentros internacionales, se habla de escucha integral, presencia plena, diálogo auténtico, ponerse en juego, atender la alteridad, abrirse a la realidad, buscar la verdad, compartir experiencias, crear comunidad, pero, con el paso del tiempo, la evaluación a posteriori de esos objetivos y sus métodos para alcanzarlos nos dice que se quedan en eufemismos y buenos deseos para evadir el significante originario que tratamos de hallar: el encuentro con el otro no es un deseo, sino una necesidad. Frente a las prevenciones del existencialismo, que han cuajado en el humus vital del siglo XXI, de que «el infierno son los otros»,2 nosotros afirmamos que vivir para uno mismo es el infierno, vivir para el otro es aprender a vivir.

La muerte voluntaria del propio ego es el paso escandaloso que da la vida al otro y, de rebote y paradójicamente, nos la devuelve, aunque no sea esta la pretensión oculta. Todo lo que hacemos radica en esta búsqueda originaria de ser-no-siendo-para-mí. Lo sabemos en lo íntimo, pero no lo verbalizamos porque nos da vértigo el abismo que nos separa del otro, y porque superar ese vértigo nos hace sentir cercanos a la muerte, al menos a la que supone renunciar al orgullo.

Para poder convivir con los otros y superar la angustia de necesitarnos, pero no encontrarnos, y poder seguir afirmando la vida sin rendirnos, inventamos decenas de métodos. Nuestros recursos son casi infinitos, pero a la postre se convierten en rutinas, se vuelven monótonos. La inflación de palabras, herramientas a que estamos sometidos por la urgencia de ser innovadores, creativos y competitivos, buscando la novedad y el reconocimiento, tratan de tapar el agujero abisal que se abre bajo nuestros pies.3 Son una derivada de lo que llamaremos síndrome de Fukushima, un desastre nuclear en Japón que todavía sigue irradiando muerte hoy en día.4

Todos hemos detectado las carencias en el sistema educativo, los abismos que se levantan en las relaciones con los demás, las limitaciones que nos impiden penetrar en la esfera del otro, las radiaciones perniciosas del egoísmo. Diagnosticar es lo más fácil.5 Tenemos escáneres, tomografías, radiografías, encuestas, evaluaciones, bisturís finísimos…, todos ellos son el resultado de la búsqueda de recursos eficaces para que las relaciones que ponen en juego tiempos, personas, dinero rindan algún tipo de beneficio, incluso intangible.

Pero todas esas fórmulas se reducen a la lucha que los hombres encaramos atendiendo al instinto de conservación del propio yo. Nos resistimos a diluirnos en la nada del igualitarismo y de la indiferenciación porque amamos nuestra singularidad y unicidad, pero es ahí donde nos arrastran sin querer la globalización y los medios. Como antídoto contra esta disolución del yo, tratamos de afirmar la diferencia con todos los recursos que están a nuestro alcance.

Los métodos actuales de acompañamiento tratan a la desesperada de reconfigurar la singularidad perdida de cada individuo, pero sin tocar el sentido trascendental de la vida de un ser personal: entrenadores personales, mentores, coaches, maestros particulares, psicólogos, asesores, gurús, counselors. Tarea encomiable, pero infructuosa. Al final, siempre nos dejan ante nosotros mismos, hundiéndonos cada vez más en un narcisismo sin más salida que el anegamiento en un yo, mí, me, conmigo; jugando con estos pronombres personales sin persona, como islas en medio de un océano de incomunicación.

No obstante, hay motivos de esperanza. La importancia que está adquiriendo este término en todas las universidades del mundo, con nombres diferentes, nos induce a pensar que todas están buscando lo mismo: cómo ayudar o acompañar a los estudiantes a dar lo mejor de sí mismos. Cuando todos buscan ese «lo mejor de sí mismos» es porque se siente su ausencia y su urgencia.

La búsqueda patentiza los fracasos: el burnout en los médicos, las bajas de los maestros, cada vez más largas, la depresión como enfermedad del siglo, la rutina que desmotiva, las crisis de los límites que llegan con la edad, la tristeza derivada de las frustraciones de expectativas (todos nacimos para ser príncipes). El absentismo laboral, la soledad y otras formas más dramáticas de expresión de la carencia de ser-para-alguien que los hombres experimentamos están tomando dimensiones alarmantes que señalan un problema al que, como siempre, solo se dan explicaciones y soluciones periféricas.6

Alrededor de esta sintomatología, crece la saturación de palabrería, el tedio de las encuestas y las evaluaciones interminables. Nadie sabe lo que pasa. La fórmula inmediata es señalar chivos expiatorios, culpables de la situación. Así, los pedagogos cargan sobre nuestras espaldas el fracaso educativo (nos imputan semiveladamente la culpa de lo que pasa por nuestra falta de preparación o incompetencia o de método), los políticos se echan la culpa unos a otros, y los profesionales analizan dónde se rompió un eslabón que hizo que no funcionara la catenaria.

La sociedad está en crisis porque el hombre está en crisis. Aunque, ante la palabra crisis, lo que nos viene enseguida a la mente, a los que estamos llenos de confianza y esperanza en la santidad de todas las cosas, es la proactividad, la oportunidad, el aprovechar las circunstancias.

Se detectan fácilmente las consecuencias del cáncer educativo. Los ministros europeos de educación están alarmados: violencia, fracaso escolar, revitalización de ideologías radicales, populismos extremistas (que buscan dar sentido al sinsentido), por no decir adicciones, manías, etc. Por todas partes, nos asaltan noticias en los periódicos, congresos en las universidades, artículos dedicados a la detección y el tratamiento de nuevas y antiguas patologías, duras o suaves, en nuestra juventud, pero no se atreven a ir a la metástasis originaria para no tener que decir al enfermo «está usted fatal y no sé lo que le pasa». No suena bien ser tan pesimista en los días de la proactividad y mostrar públicamente la ignorancia.

Pero todos los métodos, las palabrejas en inglés, las pedagogías posmodernas y los instrumentos ultratecnológicos que se usan para paliar el problema son un pobre intento de tapar ese agujero abisal que se lo traga todo, de apagar el reactor radioactivo de nuestros respectivos Fukushima. Los métodos tratan de encontrar sustitutos a los dones perdidos: la plenitud de sentido del tiempo, de la historia, la confianza en la bondad del Dios creador y de todas las cosas creadas. Los métodos son sucedáneos de lo sagrado que quieren suplir la pérdida del sentido. Pero los sucedáneos de lo sagrado primitivo que vuelve a nosotros reclaman nuestra sangre: horas y horas de trabajo infructuoso desde el punto de vista del ser personal, que no se siente realizado, insatisfacción laboral, frustración de las expectativas de futuro, mecanismos de evasión del compromiso, destrucción paulatina de la vida familiar. La gratuidad, esencia de lo sagrado verdadero, se disipa por la búsqueda de la eficacia y el rendimiento.

NECESIDAD DE REPENSAMIENTO PARA RESPONDER A LA PREGUNTA POR EL SENTIDO DE LA VIDA

El corazón de todo hombre, especialmente del hombre contemporáneo, por muy confuso que pueda ser su vagar por los caminos de la vida, grita esperando una salvación encontrable en un rostro humano. ¿Qué enigma es mi propio «yo»? Hoy existo, ayer no y mañana dejaré de existir. Al comienzo del tercer milenio, en nuestras sociedades en transición y con expresiones muy diferentes entre sí —incluso contradictorias y violentas—, el hombre contemporáneo está atravesando por algunas preguntas radicales que no dejan de cuestionarle.7

ANGELO SCOLA, 2018

Ante estas preguntas no vale un discurso. Los alumnos están saturados de palabras a las que no dan credibilidad porque los prejuicios se les imponen o porque todos los discursos les suenan de igual valor, como meras opiniones sobre las cosas. Pero urge repensar por qué estamos haciendo lo que hacemos, qué pretendemos, cuál es el fin último que orienta nuestra acción como universidad.

Decía John Henry Newman que es imprescindible buscar puntos de conexión entre las disciplinas universitarias. Para él, esa tarea fracasaría si no se arraiga en lo que llamaba hábito filosófico, que al entender de Javier Prades es lo siguiente:

No basta con «recombinar» las distintas disciplinas, sino que es necesario fomentar en los profesores y en los estudiantes una actitud que no se refiere en particular a ninguna ciencia sino a lo que él mismo denomina con diferentes términos como «conocimiento liberal» o «filosofía primera» o «ciencia de las ciencias» que permite comprender la relevancia de una ciencia para las demás, así como sus distintas conexiones.8

Pero aún hay que hacer una consideración más, porque nos movemos, querámoslo o no, en el ámbito de lo discursivo fragmentario.

Afecta al hombre en su capacidad de reflexión sobre sí mismo, de descripción de sí mismo. […] Vivimos fragmentados en una infinidad de informaciones, conocimientos y saberes hasta el punto de que, cuando afrontamos un aspecto de nuestra existencia, es como si nos olvidásemos de todos los demás.9

Ante esta situación, hacer la síntesis de saberes es muy complicado. Hace falta, pienso, la coherencia entre lo que se dice (ciencia investigada), lo que se hace (ciencia asimilada) y lo que se cree (ciencia atestiguada). Javier Prades habla de la importancia de atestiguar, pero advierte que esto no puede ser solo una cuestión de emotividad o de sentimientos, sino que hay que hacer o incluir el carácter razonable de aquello que atestiguamos. También de evitar que la recombinación sea un maquillaje meramente cuantitativo de la relación interdisciplinar. Citando la reciente constitución apostólica Veritatis gaudium, comentando el proemio, afirma lo siguiente: