Retrato de una ausencia - Nyliam Vázquez - E-Book

Retrato de una ausencia E-Book

Nyliam Vázquez

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Beschreibung

Una historia tan conmovedora, como lo es la de nuestros cinco cubanos presos injustamente en Estados Unidos hace ya dieciséis años, ha sido referida de diversos modos. Los autores, Nyliam Vázquez y Oliver Zamora, jóvenes periodistas, apuestan con Retrato de una ausencia por la narración testimonial. El libro es resultado de la consulta de una amplia bibliografía, entre la que se encuentran entrevistas, documentales y programas de radio. Retrato de una ausencia, cuyo diseño recibió la asesoría de Pedro García Espinosa, Premio Nacional de Diseño (2013), cuenta con cubierta y piezas plásticas del destacado artista Ernesto Rancaño. Inauguran el libro las palabras de Fernando González Llort, uno de los héroes cubanos ya de regreso a la Patria, quien convoca a la lectura "desde una nueva circunstancia". Luego, para afirmar que "amordazarlos ha resultado imposible", siguen las impresiones de Nancy Morejón, Premio Nacional de Literatura (2001). Las más actuales fotografías, documentos y obras realizadas por los propios héroes, antes inéditas, acompañan la historia de las razones de la lucha, la lucha misma, el proceso de condena, el dolor de las familias y las actividades de solidaridad por el regreso.

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Título original: Retrato de una ausencia

Nyliam Vázquez García

Oliver Zamora Oria

Obras plásticas realizadas por

Ernesto Rancaño

Edición y corrección: Vivian Lechuga Rodríguez

Diseño y diagramación: Yeilisell García Pérez

Fotografías de archivo y de Ismael Francisco Arceo

© Todos los derechos reservados

© Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2014

isbn: 978-959-211-454-8

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Desde una nueva circunstancia

Desde una nueva circunstancia

El jueves 27 de febrero de 2014, al cumplir de forma íntegra mi sentencia, salí del Centro Correccional Federal en  Safford, estado de Arizona, en Estados Unidos.  Al siguiente día, tras un operativo de treinta y seis horas ejecutado por las autoridades de inmigración de ese país, aterrizaba a las doce y cuatro minutos del mediodía en el Aeropuerto Internacional «José Martí», en La Habana, Cuba.

 Al lector de estas líneas no le resultará difícil comprender las emociones intensas, la alegría aún mayor experimentada por mí al llegar a Cuba, por el recibimiento que se me brindó, el encuentro con familiares, con mi tierra, después de quince años, cinco meses y quince días en prisión en un país extranjero, por causas muy injustas.

A esos momentos iniciales de indescriptible intensidad emotiva, mientras me adapto a las nuevas circunstancias de mi vida, a diario se adicionan experiencias que me proporcionan satisfacción. Entre ellas, encontrar en proceso de edición y haber leído una copia del libro Retrato de una ausencia, escrito con talento y profesionalidad por los jóvenes periodistas Nyliam Vázquez García y Oliver Zamora Oria y prologado con gentileza por Nancy Morejón.
El lector de este libro va a encontrar en sus páginas una historia de lucha, de resistencia, sufrimiento y también de amor, hermandad y solidaridad. La historia de cinco cubanos presos inmoralmente en cárceles estadounidenses por luchar contra el terrorismo. Una realidad aún poco conocida en Estados Unidos a pesar del esfuerzo por darla a conocer de incansables activistas en ese y otros países.
De que ese esfuerzo sea exitoso y que la experiencia relatada en este libro llegue a la mayor cantidad posible de individuos en Norteamérica, dependen la vida y el futuro de tres hombres y sus familias cuyas historias se relatan en este interesante y bien elaborado trabajo.
René González y yo, que junto a los tres compañeros a los que me refiero, conformamos el grupo que se conoce como los Cinco, disfrutamos hoy de nuestra libertad no sin antes haber cumplido hasta el último minuto de nuestras sentencias.
Por razones que al lector le quedarán esclarecidas al concluir la lectura de este libro, no se puede permitir que Ramón y Antonio tengan que cumplir también sus sentencias completas. Mucho menos que Gerardo pase el resto de su vida en prisión, de acuerdo a la condena ilícita que le impusieron.
Los tres enfrentan su realidad con honor y dignidad, sin perder el optimismo, al igual que sus familiares que desde hace ya mucho, son también los nuestros.
Como individuos de conciencia, revolucionarios cubanos y personas honestas de todo el mundo; seres sensibles sea cual fuese nuestra procedencia y país de origen o de residencia, debemos sentirnos indignados ante la arbitrariedad del proceso judicial a través del cual ellos fueron condenados, el tratamiento que han recibido y el despótico hecho de que, a más de quince años  de haber sido arrestados, aún se encuentren en prisión.
Si eso no fuera suficiente, habría que tratar de comprender el dolor de los familiares, los años de separación y de ausencia de esos padres para sus hijos, o la falta de esos últimos en el caso de Gerardo y Adriana, debido a una colosal infamia.
Son motivos más que suficientes para movilizarnos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance hasta lograr que Gerardo, Ramón y Tony disfruten de la libertad que se merecen y estén de regreso junto a sus familias que ansían tenerlos entre ellos como lo desea el pueblo que defendieron con sus acciones.
La población de Estados Unidos, también beneficiada de la labor antiterrorista llevada a cabo por esos hombres, tiene el derecho de conocer la historia de los Cinco cubanos presos en cárceles de ese país por luchar contra el terrorismo y por qué su causa ha despertado la solidaridad de miles de hombres y mujeres en el propio territorio estadounidense y en casi todos los países.
Esa historia, recogida con sensibilidad y apego a la verdad por los autores de Retrato de una ausencia, le ha sido negada al público norteamericano. Los medios de comunicación en Estados Unidos han impuesto un silencio total  premeditado sobre todo lo relacionado con el caso de los Cinco.
El libro que usted tiene en sus manos es una contribución importante a la permanente lucha por desmantelar esa «conspiración de silencio» y llegar con la verdad, desde todos sus ángulos, a quienes merecen y hasta ahora les ha sido negado conocer los hechos y el contexto del caso al que nos referimos, así como el costo humano que para las familias ha significado la indecorosa acción cometida con sus seres queridos.
En la descripción y relato más abarcador que yo tenga conocimiento exista sobre este tema, los autores de Retrato de una ausencia, hilvanan una historia en la cual van entretejiendo hechos, historia que brinda contexto, documentos legales que ilustran la arbitrariedad del caso y el muy importante aspecto humano; el sufrimiento familiar, el costo que para ellos tiene la situación que con dignidad y sin quejas, enfrentan Gerardo, Ramón y Antonio.
Se enriquece el relato y se completa esa historia, que es de resistencia y  lucha, con la arista de la solidaridad que ha crecido y se ha fortalecido alrededor del caso de los Cinco con el decursar de los años en el afán de lograr su liberación. Sin ese ángulo de la historia del caso, esta no sería completa.
Estoy seguro de que la lectura de este libro y por el cual agradezco a los autores, sumará voluntades a la lucha por traer de regreso a Cuba a Gerardo, Ramón y Antonio, y será un instrumento en las manos de todos los amantes de la justicia.
Fernando González Llort,
marzo 19, 2014

Amordazarlos ha resultado imposible

Amordazarlos ha resultado imposible

Como una inmensa ola de mar, indetenible, echada a las costas de los Cinco continentes por obra y gracia de un número infinito de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, decididos a ejercer su buena voluntad a favor de una de las causas más nobles de finales del siglo xx, el nombre de los Cinco cubanos ha alcanzado una notoriedad asombrosa, una innegable visibilidad y un espacio, ya irreversible, en la nueva conciencia de aquellos que hemos trabajado en busca de un mundo mejor que, como sabemos, es posible.  

Este libro muestra, con ojo perspicaz, decantada información y devota entrega, los pormenores de una lección de gran heroicidad humana que protagonizaron  estos hombres desde el 12 de septiembre de 1998, en que Gerardo Hernández Nordelo, Fernando González Llort, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez y René González Sehwerert fueron arrancados de su seno familiar, de sus colegas, de sus amigos, de sus vecinos, de su cotidiano quehacer para ser encarcelados de forma arbitraria y violenta. En medio de tantos avatares, fue creándose una familia excepcional compuesta, básicamente, por sus madres, hijos y esposas.  

Alrededor de todos estos acontecimientos se ha tejido el valor primordial de las familias que han sufrido pérdidas irreparables como la de Carmen Nordelo, madre de Gerardo, y Roberto González Sehwerert, hermano de René, entre las más sensibles. Como espartanas del siglo xxi, blandieron su escudo desde finales del xx, Mirta Rodríguez, madre de Antonio Guerrero; Adriana Pérez, esposa de Gerardo Hernández; Elizabeth Palmeiro, esposa de Ramón Labañino; Rosa Aurora Freijanes y Magali Llort, esposa y madre, respectivamente, de Fernando González; Olga Salanueva, esposa de René González Sehwerert. 1

En el primer mensaje de los Cinco al pueblo de los Estados Unidos–incluido de manera íntegra en este libro–, el lector advierte ese factor familiar que ha constituido un motorcito imprescindible no solo para la difusión de la causa sino para el conocimiento real de los valores de la familia cubana. En aquellas páginas ejemplares, se afirma: «Nuestras familias comprenden el alcance de las ideas que nos han guiado y sentirán orgullo por esta entrega a la humanidad en la lucha contra el terrorismo y por la independencia de Cuba».

Tal como afirmaron en una de sus primeras alocuciones, desde entonces fueron silenciados. «Bajo un verdadero diluvio de propaganda malintencionada y fraudulenta», fueron sometidos a un proceso judicial condicionado por los secretos poderes de una ciudad, activamente hostil y, sobre todo, escondieron, taparon y manipularon el caso ante la opinión pública de Estados Unidos, es decir, ante los ojos y oídos del pueblo norteamericano.

Los quisieron amordazar pero ha resultado imposible.

Este libro registra todos los pormenores de un proceso judicial plagado de irregularidades haciendo énfasis en el recurso moral de cada gesto, cada acción, cada riesgo, cada anécdota vivida por estos cinco cubanos quienes, de entrada, fueron sometidos a un aislamiento descomunal, nunca visto en casos semejantes; un aislamiento programado con ingredientes de tortura y sadismo como lo fueron los diecisiete meses que, cada uno por su cuenta, vivieron en el hueco y pasan a testimoniar con objetividad deslumbrante a través de estas páginas.

Solo por haber considerado importante salvar la vida de seres humanos inocentes, en primer lugar la de sus compatriotas, en franca batalla contra las prácticas evidentes del terrorismo anclado, organizado y financiado en el sur de la Florida, por mercenarios sin escrúpulo alguno, estos hombres–que hoy sabemos son héroes en su dimensión ejemplar–han arriesgado sus vidas por las nuestras, por las del planeta Tierra, casi en peligro de extinción por ese espíritu depredador que nos amenaza día a día.

La novedad de los materiales ofrecidos en el presente volumen, mediante un conmovedor acto de creación colectiva, radica en la descripción de esa historia desde el instante de su nacimiento–un día de septiembre de 1998, con la foto que Olga Salanueva le tomó a su esposo René González, acostado en la cama del hogar y teniendo sobre su pecho a Ivette, su hija más pequeña–, hasta la experiencia de su retorno a Cuba, en fecha reciente, 2012, aún con libertad condicional, para establecerse en la Isla y, desde su territorio y aliento vital, poder observar, analizar y estudiar todo lo que había ocurrido. René llevó un diario cuyos fragmentos redondean la amarga experiencia de sus compañeros, todavía en las prisiones estadounidenses.

No por el retorno de René González a Cuba, sin haber podido apenas reponerse de la muerte, primero de su hermano Roberto y luego de su padre Cándido, han dejado de ser los Cinco cubanos un emblema de transparente resistencia, un símbolo patrio que, con su insólita energía, ha desbordado con creces todos los presupuestos ideológicos conocidos y que la solidaridad internacional ha reconocido como un hecho excepcional de la escena política de Occidente cuando le han reclamado al presidente Barack Obama, en nombre de la paz, la devolución de Antonio, Fernando, Ramón y Gerardo, a su hermosa Isla del Caribe.

No por azar, el escritor Gore Vidal sentenciaba que, el caso de los Cinco, «es una prueba más de que tenemos [en Estados Unidos] una crisis de derecho, una crisis política y una crisis constitucional».2

El caso de los Cinco Héroes, como son conocidos internacionalmente, confirma que la lucha y el coraje de esos cinco hombres han alcanzado una indiscutible visibilidad en numerosos medios masivos, en el ciberespacio, en audiovisuales, en publicaciones periódicas y, como una hermosa lección de historia, a través de redes sociales que conforman un mundo inédito de posibilidades humanas, de reconocimiento de esa épica de los años 60, protagonizada por las izquierdas más honestas, que sustentaron su amor al futuro cubano forjado en medio de una guerra de rapiña en el sudeste asiático, combatida por lo mejor del propio pueblo americano.

Los Cinco cubanos no hicieron nada por dinero. En cambio, han hecho patente su derecho a la paz así como el respeto a la soberanía cubana. Han reclamado, con su ejemplo, su lugar en la Historia, su sitio permanente en esta Isla que seguiremos viendo crecer, bella e intrépida, para forjar ese mundo posible nuestro y de toda la humanidad.

Nancy Morejón

La Habana, 8 de diciembre, 2013

1 Con sus actos de fe y su devoción cotidiana, estas mujeres crearon una maravillosa espiral de cartas, mensajes, simples caricias que aliviaron la soledad y apuntalaron la esperanza de sus familias. Sobre este aspecto de la lucha de los Cinco Cubanos, debe consultarse el volumen El dulce abismo, cuyo título se inspira en un verso del trovador Silvio Rodríguez y que fuera presentado por la escritora norteamericana Alice Walker. Prólogo de Nancy Morejón. El volumen, que incluye asimismo un tesoro de dibujos de los niños de aquel entonces y de sus padres, se publicó en La Habana por la editorial «José Martí» en 2004.

2 Ver Varios autores: Desde la soledad y la esperanza; Antonio, Fernando, Ramón, René y Gerardo. Cubierta del pintor Ernesto Rancaño. Prólogo de Roberto Fernández Retamar. Epílogo de Ricardo Alarcón de Quesada. La Habana, Ed. Capitán San Luis, 2012, 246 pp.

Herederos de una historia

HEREDEROS

de una historia

Para una generación, marcada por la muerte

de miles de inocentes en actos terroristas,

la posibilidad de contribuir a evitarlos daba

cabida a una única respuesta.

—Señora, ¿usted cree en Dios?

Después de sorprenderse un poco y algunos titubeos…

—Sí.

—Entonces usted comprende muy bien que lo más importante para un hombre es salvar la vida de seres humanos inocentes.

—Sí, claro.

—Pues bien, eso es lo que yo he venido a hacer a este país: salvar la vida de seres humanos inocentes.

Diálogo de Ramón Labañino Salazar con la Sra. Deborah Spies,

asignada por la oficina de Investigación Presentencia (PSI

Pre-Sentence Investigation), en julio de 2001 durante una

entrevista en la Prisión Federal de Miami.

Cuando a cinco cubanos les propusieron viajar a Estados Unidos y trabajar para conocer y tratar de evitar las actividades de los grupos terroristas y paramilitares de origen cubano radicados en el sur de la Florida, la respuesta fue un sí rotundo, sin vacilaciones. Para los cubanos las marcas del terrorismo tienen más de medio siglo y el dolor en experiencia colectiva nacional está ahí, no se borra. Una buena parte de las familias cubanas cargan en su historia algún muerto, alguna cicatriz en la piel de los suyos provocada por acciones planeadas y financiadas desde territorio estadounidense. Y aunque algunas hubieran tenido suerte, siempre hay un amigo o un vecino que recuerda con sus heridas que el terrorismo para Cuba comenzó mucho antes del 11 de septiembre de 2001, cuando el mundo asistió horrorizado al desplome de las Torres Gemelas de Nueva York.

Sus nombres son Gerardo Hernández Nordelo, Fernando González Llort, Antonio Guerrero Rodríguez, Ramón Labañino Salazar y René González Sehwerert, pero podrían llamarse de cualquier otro modo, podrían haber sido otros cinco cubanos. Para salvar vidas hay millones de personas dispuestas en este país, pero fue a ellos a quienes se les asignó la misión, como recuerda René, el único de los Cinco antiterroristas cubanos que ha podido regresar a Cuba, después de haber cumplido hasta el último día de su injusta sentencia:

Se me acercaron y me preguntaron si estaba dispuesto a cumplir una misión para el país y dije que sí y me insistieron en que lo pensara [...]. De todos modos me volvieron a insistir me plantearon que si me negaba no había ningún problema, que era natural que una persona también se negara a cumplir una misión que le va a costar la vida, que le va a costar tantas cosas.

Pero ninguno de los Cinco se negó, a pesar de que implicaba la renunciación a buena parte de sus sueños, aunque tendrían que enfrentar gran peligro entre los extremistas que ametrallaron las costas cubanas, que mataron a pescadores inocentes, que incendiaron círculos infantiles con todos los niños dentro… no dudaron. Se trataba de evitar más pérdidas; se trataba, para una generación como la suya, que vivió en primera persona un sinnúmero de atentados terroristas para tratar de desestabilizar el país, de impedir crímenes como el del avión de Barbados o como tantos otros donde murieron o sobrevivieron mutilados muchos seres humanos, personas con nombres y apellidos, familias cubanas cuya vida habría sido distinta.

Su señoría ha dicho que este país cambió su percepción de peligro después del 11 de septiembre, desgraciadamente Cuba tuvo que cambiarla desde el 1ro de enero de 1959, y eso es lo que no quieren comprender.

Alegato de Gerardo Hernández Nordelo presentado en la vista

de sentencia, el miércoles 12 de diciembre de 2001.

Una historia de dolor

Una historia de dolor

Enero de 1959, triunfa la Revolución cubana y cae el dictador Fulgencio Batista, responsable de la muerte de unas veinte mil personas. El estrecho de la Florida se convierte en un corredor humano, algunos exiliados perseguidos por la dictadura regresan a la Isla junto a un buen número de compatriotas residentes en Estados Unidos por razones económicas; mientras, en sentido contrario, huían los asesinos y funcionarios corruptos del derrotado gobierno. Meses después, se les unió una oleada de grandes y pequeños burgueses.

Estados Unidos era el lugar ideal para refugiarse hasta que cayera «Castro», como le gustaba decir a los opositores del proyecto revolucionario. Desde allí fueron tutelados los destinos de la isla caribeña desde 1902, cuando una larga lucha por la independencia devino en una frustrada república dirigida desde Washington. La estancia sería corta, temporal, porque el gobierno estadounidense de entonces les prometió regresar. El país norteño, «mentor» de cada uno de los presidentes cubanos, instruyó a algunas de sus agencias federales como el FBI y la CIA para entrenar las fuerzas represivas de Batista durante años, antes y después del golpe de Estado de 1952.

A finales de 1951 había en Cuba varios estadounidenses entre oficiales y alistados, y ya en enero de 1958 también orientaban a la policía y al ejército de la dictadura en la lucha contra la guerrilla liderada por Fidel. Al adiestramiento, sumemos las grandes cantidades de armamento suministrado y el reconocimiento público al alto mando militar cubano por parte del entonces presidente norteamericano Dwight Eisenhower. Washington tenía el compromiso de abrir los brazos a quienes habían defendido sus intereses por casi sesenta años.

La nueva comunidad convirtió Miami en una réplica de la Cuba prerrevolucionaria, bautizaron calles, restaurantes y bares con los mismos nombres de similares en La Habana u otras ciudades del país; incluso, llegaron a agruparse según las provincias y municipios existentes en la nación caribeña. Fundaron los mismos partidos, grupos políticos y organizaciones y, por supuesto, también reprodujeron las prácticas corruptas e ilegales existentes en Cuba cuando ostentaban el poder. La Revolución cubana significó una «revolución moral». No había ya espacio para los viejos métodos de hacer política y solo quedaba unirse a los peores sectores de la sociedad norteamericana.

Fue el tráfico de drogas una de las actividades más lucrativas para el nuevo «exilio» cubano por sus conocimientos en operaciones clandestinas y los contactos con las altas esferas del gobierno. En la década del 80, el setenta por ciento de la droga en Estados Unidos entraba por Miami, un negocio de ochenta mil millones de dólares anuales. A estas actividades ilegales se les sumaron las ventajas económicas que recibieron: en 1967 la CIA desmanteló su principal unidad operativa en la ciudad floridana y las empresas fantasmas que encubrían sus actividades fueron vendidas a muchos exiliados cubanos a precio de costo.

La caída de la Revolución no se concretaba. El nuevo gobierno revolucionario demostró que no era un proyecto efímero y Washington decidió utilizar a sus «nuevos huéspedes» para derrocar a «Castro». Se combinaron para lograr ese objetivo medidas económicas, políticas y diplomáticas, pero la columna vertebral de esa nueva estrategia fueron las actividades violentas; llevarlas a vías de hecho sería el papel de muchos de los nuevos emigrados, alentados por el ambiente hostil de la guerra fría.

Pero no solo contra el gobierno revolucionario liderado por Fidel Castro, Estados Unidos también entrenó y utilizó a los mercenarios cubanos en las operaciones más sucias de la CIA en América Latina y otras partes del mundo: la operación Cóndor, el asesinato del Che en Bolivia, la penetración en el Congo. Estos grupos violentos fueron adquiriendo experiencia, establecieron vínculos directos con los poderes en Washington y conocieron secretos de la cúpula política norteamericana que después usarían para el chantaje en busca de protección.

La ultraderecha radicada en Miami logró una influencia tan grande en algunos sectores estadounidenses, que según documentos desclasificados, estuvo implicada en dos de los grandes escándalos políticos en la historia del país: Luis Posada Carriles y Félix Rodríguez estuvieron estrechamente ligados al tráfico de armas dirigidos por Oliver North para combatir las fuerzas sandinistas en Nicaragua, un escándalo político en la etapa de Reagan conocido como Irán-Contra. Con anterioridad en 1972, cuatro cubanos involucrados en actividades contrarrevolucionarias entraron en la sede central del Partido Demócrata para obtener información secreta, se trataba del famoso Watergate, otro huracán político que le costó el puesto al presidente Nixon.

Las principales acciones contra Cuba y su gobierno tuvieron como mano derecha una estación de la CIA conocida por el código JM WAVE, sus oficinas centrales se ubicaban en el Edificio 25 del South Campus de la Universidad de Miami; también se le conocía bajo los nombres de «Estación de Miami» o «Estación de Ondas» (Wave Station). La JM WAVE se convirtió en los años 60 en la base más grande de la CIA después de sus cuarteles centrales en Langley, Virginia. Se calcula que contaba con casi cuatrocientos operarios, y se les pagaban sueldos a unos quince mil cubanos exiliados en el sur de la Florida, quienes recibían entrenamiento en tácticas de comando, espionaje y navegación.

Otro ejemplo claro de este vínculo fue la creación el 6 de julio de 1981 de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) por órdenes del entonces presidente republicano Ronald Reagan. El objetivo solapado de la nueva asociación era organizar actividades terroristas, mientras, a la luz pública hacía lobby contra la Revolución cubana y cualquier iniciativa de acercamiento entre ambos países. Al frente quedó Jorge Mas Canosa, uno de los líderes de esa ultraderecha que hizo una inmensa fortuna de sus actividades políticas.

René González, uno de los Cinco condenados en Estados Unidos por defender su país de las acciones violentas planificadas en Miami, conoció de primera mano el funcionamiento de esta maquinaria extremista. René describe al «anticastrismo» como un negocio, cuyo discurso está vinculado al ambiente político de esa ciudad. Su estrategia es promover a políticos que, tras asumir el cargo, les garanticen lucrativos contratos con el gobierno local. Otros, como los miembros de Alpha 66, obligaban a los pequeños y medianos empresarios cubanos a financiarles sus actividades, de lo contrario, tomaban represalias.

«El negocio de la “libertad de Cuba” ha arrojado millones de dólares», comentó René luego de cumplir la injusta condena y estar de regreso junto a su familia:

Ileana Ros y Díaz Balart son resultado de esa dinámica. La Fundación terminó siendo una empresa, que tenía contratos, se convirtió con fondos federales en una agencia de inmigración paralela con el programa Éxodo, el cual había tomado las visas de los acuerdos migratorios; después cuando traía a la gente, los obligaba a recibir servicios que brindaba el gobierno, a través de la Fundación, pero el negocio más fuerte, y el más constante, siempre ha estado alrededor de la política local.

En 2008, año en que se cumplió el décimo aniversario del injusto encierro de los Cinco, el propio René hizo una caracterización de los personajes a los que debieron enfrentarse:

Son una especie en extinción, por suerte, minoritaria, que solo se representa a sí misma; arrogándose una representación que nadie les ha dado con su poder económico y los trucos sucios aprendidos de la CIA, aplicados a la política local de Miami.

Aunque se disfrazan de todo no son nada: son demasiado calculadores para ser fanáticos. Son demasiado resentidos para ser cristianos. Son demasiado cobardes para ser patriotas. Son demasiado cómodos para ser combatientes. Son demasiado «odiadores» para ser inteligentes. Son demasiado egoístas para ser demócratas. Son demasiado plattistas para ser cubanos.

Tras el triunfo de la Revolución, quienes perdieron sus privilegios y huyeron a Florida comenzaron a crear organizaciones terroristas y paramilitares. Comenzó así una larga y dolorosa historia de violencia contra Cuba y los intereses de la Isla en Estados Unidos que parece no tener fin y ha cobrado 3 478 vidas cubanas, más de dos mil incapacitados y millonarios daños económicos, cifras parecidas al 11 de septiembre en Nueva York, pero de forma más prolongada y sufrida con 703 acciones terroristas. A la altura de 2013, las pérdidas comerciales por la política de Estados Unidos a la Isla se calculaban en un billón ciento cincuenta y siete mil millones de dólares, más de un millón de millones.

Durante el juicio celebrado en Miami contra los Cinco, el general Edward Atkeson, ex jefe de la Oficina de Planificación de Inteligencia e instructor del Colegio de Inteligencia de la Defensa, reconocería que «Cuba necesita ojos y oídos en la Florida».

Incontables razones tuvieron Gerardo, René, Antonio, Fernando y Ramón para aceptar y vivir el sacrificio. Para quienes se hicieron hombres y mujeres frente a los desmanes del terror desde los primeros años de la Revolución, evitarlo era fuerza mayor. Ciertamente, intentar conocer de antemano los planes de las organizaciones terroristas con sede en Estados Unidos implicaba violar algunas normas, pero el beneficio se tornaba superior, pues se buscaba preservar la vida de seres inocentes. Las propias familias estadounidenses y los millones de cubanos que habitan la isla lo agradecerían.

Estados Unidos, la segunda víctima

Estados Unidos, la segunda víctima

Entre 1959 y el 2001, casi cuatro décadas, se consumaron trescientos sesenta hechos violentos en territorio norteamericano cometidos por terroristas cubanos.

Según un estudio de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, estos extremistas radicados en Estados Unidos colocaron ciento dieciséis bombas contra objetivos civiles en ese país entre 1973 y 1980. Miami recibió los mayores golpes; sin embargo, la ola de terror llegó a varias regiones de la nación. Las principales organizaciones criminales fueron el Frente de Liberación Nacional de Cuba (FLNC), Comando Cero, Alpha 66, la Coordinadora de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU) y Movimiento Nacionalista. Solo OMEGA 7, realizó cerca de cincuenta y cinco acciones terroristas dentro de Estados Unidos entre 1974 y 1983 y, seis en Puerto Rico.

Algunos ejemplos:

El 11 de diciembre de 1964, Guillermo Novo Sampoll atentó con una bazuka contra el edificio de la organización de Naciones Unidas en Nueva York, mientras el comandante Ernesto Che Guevara, representante de la República de Cuba, realizaba una intervención en el plenario.

En el año 1975, los terroristas de origen cubano colocaron bombas en Nueva Jersey y Washington. En la ciudad de Miami, cuna de estos grupos violentos, atentaron contra el aeropuerto internacional, las oficinas locales de FBI, el Departamento de Correos, agencias estatales de seguridad social, el Departamento de Justicia y el Cuartel General de la Policía; los últimos cinco hechos ocurrieron el mismo día, 3 de diciembre de 1975.

Desde esa fecha y hasta finales de la década del 70, se registraron tres acciones violentas: una explosión en una empresa en Miami que enviaba paquetes a familiares en Cuba, una bomba en un oleoducto en el estado de Alaska que causó grandes daños materiales, y otro artefacto explosivo en la sede del periódico La Prensa en Nueva York porque sus periodistas investigaban sobre las actividades de sus organizaciones. En los años 80, la violencia estuvo dirigida contra la ciudad de Chicago y los consulados de México en Miami y Nueva York, único país latinoamericano que no cedió a las presiones de Washington para romper las relaciones diplomáticas con La Habana al triunfo revolucionario.

Los aeropuertos y empresas estadounidenses de la aviación no escaparon a las amenazas de estos grupos. Además de las bombas en el aeropuerto de Miami, también atentaron contra las oficinas de las empresas aéreas Eastern Air Lines, Mackey International Airlines, y amenazaron a la línea de cruceros Carras Line. Acciones como estas iban dirigidas contra Cuba, pero también afectaron los intereses económicos de Estados Unidos… cientos de norteamericanos perdieron sus empleos y varias empresas sufrieron el descenso en sus ganancias.

A finales de 1978, la aerolínea TWA recibe la amenaza de una bomba por realizar viajes a la Isla; en marzo del siguiente año, una maleta explotó antes de ser colocada en uno de los aviones. Resultaron heridos cuatro ciudadanos estadounidenses. Grupos de cubanos en Miami reconocieron la autoría de los hechos. Solo en un mes, diciembre de 1979, amenazaron con explosiones a dos importantes aeropuertos del país: «John F. Kennedy», de Nueva York y Newark, en Nueva Jersey.

Más de treinta y cinco personas han muerto en Estados Unidos asesinadas por esta mafia, varias de las víctimas eran ciudadanos norteamericanos. Entre los fallecidos se encuentran el ex canciller chileno Orlando Letelier y su asistente estadounidense, la joven Ronni Moffitt, ambos asesinados en la ciudad de Nueva York el 21 de septiembre de 1976. Luciano Nieves Mestre corrió la misma suerte en el parqueo del Variety Children’s, Hospital de Miami, con seis disparos calibre 45. Casi cinco años después, el pequeño hijo de Eulalio José Negrín, de tan solo doce años, vio como mataban a su padre en Unión City, Nueva Jersey.

En 2002 el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, aseguró en un discurso:

Gracias a la labor de los oficiales que velan por el cumplimiento de la ley y los asociados de la coalición, cientos de terroristas han sido arrestados. Sin embargo, decenas de miles de terroristas entrenados aún están en libertad. Estos enemigos ven el mundo entero como un campo de batalla y debemos perseguirlos dondequiera que estén. (Aplausos.) Siempre que los campos de entrenamiento operen, siempre que las naciones protejan a los terroristas, la libertad está en peligro. Y Estados Unidos y nuestros aliados no deben permitirlo ni lo permitirán.

[…] clausuraremos los campamentos terroristas, interrumpiremos los planes de los terroristas y llevaremos a los terroristas ante la justicia.

Mi esperanza es que todas las naciones atiendan nuestro llamado y eliminen a los parásitos terroristas que amenazan nuestros países y los suyos propios.

Discurso sobre el Estado de la Unión, 29 de enero de 2002.

Las palabras de Bush nada tienen que ver con la realidad de Miami, donde una larga lista de terroristas caminan tranquilos por sus calles, sin un ápice de arrepentimiento por sus crímenes, algunos como simples marionetas: Cuba siempre facilitó a las autoridades norteamericanas toda la información disponible sobre estos personajes; en los contactos con el FBI en junio de 1998 se les entregó voluminoso material que incluía nombre, direcciones e historial de los sicarios radicados en Miami.

Gerardo

Gerardo

Gerardo Hernández Nordelo

El teléfono sonó. Era él por la amplia sonrisa que se dibujó en el rostro de su esposa. Los muchachos estaban expectantes. Qué casualidad que Gerardo Hernández Nordelo había llamado desde la prisión de Victorville en California. Ese día, justo a esa hora, en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) donde él había estudiado relanzaban el boletín El Chispa, un proyecto del que había sido fundador.

El aire en el teatro se hizo más denso, algunos cuchicheaban, otros sonreían sin poder creer que gracias al altavoz podían escuchar por primera vez a un hombre, salido de las mismas aulas que ellos ocupaban, que había evitado, junto a otros, la muerte de no pocos cubanos en acciones terroristas organizadas y financiadas desde Miami. Del otro lado de la línea él estaba emocionado, lleno de recuerdos de sus años de estudiante, contento porque otros jóvenes impulsaran nuevamente la publicación.

Cuando alguien sugirió que contara cómo había aceptado arriesgar su vida, dejar su carrera y viajar a Estados Unidos para tratar de conocer por adelantado los planes de los grupos terroristas, Gerardo dejó a todos boquiabiertos:

—La culpa de que yo esté hoy aquí la tiene Arnaldo Tamayo, el cosmonauta.

—¿Cómo Arnaldo Tamayo, compadre?, le espetó el interlocutor, siendo intérprete de los atónitos rostros juveniles.

—Sí, sí, siempre quise ir al cosmos, como Tamayo. Yo escuché que en aquella reunión preguntaron quién quería participar en una misión espacial y sin pestañar fui el primero en levantar la mano…

—Gerardo hizo una pausa intencional. Todo era silencio–. Lo que pasa es que, en realidad, la pregunta había sido: ¿quién quiere participar en una misión especial? Pero ya yo había levantado la mano, imagínate…

El teatro estalló en una carcajada y aquellos muchachos fueron testigos excepcionales de la naturaleza de un hombre que hasta con las situaciones más serias y complejas logra bromear. Los Cinco antiterroristas cubanos jamás se han quejado, ni en las más extremas condiciones a lo largo de más de quince años en prisión. Gerardo, además, logra sacar chistes hilarantes que lo identifican en los más disímiles ambientes como un cubano nato.

Pudo haberse negado a salvar vidas. Pudo haber ejercido la carrera que estudió durante seis años y ser hoy uno de nuestros representantes diplomáticos. Pudo haberse despedido de su madre, a quien el progreso de la enfermedad le impidió viajar en los últimos años de su vida para ver a su hijo y murió sin poder abrazarlo otra vez. Pudo haber dormido cada uno de los días de los últimos quince años en la suavidad de la cama de su casa, en los brazos de la mujer amada, con su olor impregnado en la piel. Pudo haber amanecido cada una de estas jornadas bajo el cielo cubano, bajo la agradable sensación de haber hecho el amor la noche anterior, o de haber conversado con ella, de haberla hecho reír con sus ocurrencias. Ya habría podido ser padre de esos hijos tan deseados.

Sin embargo, cuando tuvo que decidir, Gerardo prefirió anteponer el bien de muchos a su realización personal, al futuro brillante dibujado en el horizonte de su existencia. Una vez más optó por postergar su vida, participar en aquella misión especial y hacer lo único correcto. Pudo haber sido diferente, pero su acto de renunciación y de amor a sus semejantes tensó las fibras de una historia muy parecida a otras cuatro. Todas aún esperan el fin de la injusticia.

Tal vez si Gerardo no fuera cubano, ni por asomo habría tenido que dormir un solo día durante los últimos quince años en una cárcel de máxima seguridad de Estados Unidos y, mucho menos, habría pasado todo ese tiempo alejado de su esposa Adriana Pérez, de sus seres queridos. Tal vez si Gerardo no fuera cubano y los distintos gobiernos estadounidenses no estuvieran empecinados en la política de hostilidad hacia Cuba, él no estuviera condenado a morir dos veces en una prisión de Estados Unidos por evitar que se cometieran más actos terroristas contra Cuba.

No fue difícil decidirse. Cuántas madres cubanas pudieron ver crecer a sus hijos, cuántas parejas jóvenes como él y Adriana sí pudieron tener los suyos, gracias a que el equipo de antiterroristas, que él mismo coordinaba, frustró oportunamente planes violentos... Con el odio contra Cuba que se respira en Miami, la cifra es más alta de lo que las autoridades estadounidenses se atreverían a reconocer, aun con sobradas pruebas.

A esas vidas salvadas se aferra Gerardo cuando anochece y despierta otro día tras las rejas. A eso, y a los poderosos sentimientos que lo unen a su esposa. Adriana, su reina, quien ha estado en su historia vital desde hace más de veinticinco años, es sostén esencial de su fuerza inamovible, y no importa que lleven más de quince años sin dormir abrazados. Aun así, optimista empedernido, como sus cuatro hermanos, Gerardo no se deja rendir por la nostalgia, no se regodea en lo compleja que es su situación. Ellos se aman y por eso Adriana es el primer pensamiento de cada día.

«Nosotros tenemos lo más importante, mi niña, nos tenemos el uno al otro, tenemos este amor inmenso que ha superado todas las pruebas, a partir de ese punto, podemos lograr cualquier cosa», le escribió a ella en agosto de 2003. A la altura de 2014, Gerardo y Adriana siguen obligados a conformarse con la voz del otro a través del teléfono, sin embargo, continúan soñando con vivir lo que les ha sido negado, siguen esperando la vuelta a casa.

Adriana, cual Penélope de estos tiempos, no teje, lucha. Se entrega todos los días al hombre que la hace reír cuando la advierte a punto de estallar, al hombre que siempre tiene una frase para suavizarle el rostro: «Viste como está tu “mango” en la foto que te mandé, eso te da un avance de cómo está la película…». Ese hombre la enamora a cada instante en las más difíciles condiciones y le escribe invariablemente «Te amo», y como si no fuera suficiente le agrega un signo «+», porque él la ama más de lo que él mismo puede explicarle con palabras o con hechos, más todos los días. Por eso siempre escribe «Te amo +». Y ella sonríe. Le cree. Sabe que es cierto.

Gerardo Hernández Nordelo tenía treinta y tres años cuando fue arrestado. Cumple dos condenas de cadenas perpetuas más quince años de prisión. Ha pasado quince años de su vida en prisiones de máxima seguridad, primero en Lompoc, ahora en Victorville, California. En 2013 cumplió cuarenta y ocho años.

La certeza de la muerte no la admitimos

La certeza de la muerte no la admitimos

El líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, abraza a Carlos Alberto Cremata (Tin) durante el acto homenaje a las víctimas del atentado. Como ocurrió con la  mayoría de las víctimas, el cadáver de Carlos Cremata Trujillo nunca fue encontrado. Barbados, 2005.

En 1976 Carlos Alberto Cremata, actual director de la reconocida compañía de teatro infantil La Colmenita, tenía dieciséis años y estudiaba en una escuela militar junto a su hermano Juan Carlos, dos años menor. Una madrugada de octubre el director lo llamó a su oficina; ahí lo esperaba un gran amigo de su padre, uno de los hombres más alegres que él había conocido, pero esa noche tenía el rostro destrozado… le traía una noticia: su padre iba a bordo de una nave de la empresa Cubana de Aviación que había explotado en las costas de Barbados.

La información era ambigua e imprecisa. Le hablaron sobre un accidente y que algunas de las víctimas habían sobrevivido. Mientras recogía sus cosas para marchar a casa vio a su hermano de catorce años y le dijo: «Juanqui, hubo un accidente, pero tú sabes que papi ayudó a salvar a todo el mundo, y está vivo, eso tú lo sabes, tú y yo lo sabemos».

Al llegar a casa encontró un tumulto de personas y empezó a gritar: «¿Qué hace tanta gente aquí? ¿Qué cosa es esto? Van a poner nerviosa a mi mamá, si aquí no ha pasado nada. ¡Mi papá está vivo!»

Casi cuarenta años después, Cremata confesó emocionado:

Ha sido muy, muy, muy difícil y yo creo, como dicen Juanqui y mami, que nos ha salvado sobre todo lo que hacemos. Es decir, estamos tan ocupados en multiplicar lo que aprendimos de él, que no nos queda tiempo para pensar, por ejemplo, en cosas tan terribles como el odio, como la venganza, como esas cosas.

Tenemos un sueño común de que papi no ha muerto, o sea, la certeza de la muerte no la admitimos ni la admitiremos nunca.

Fragmentos de la entrevista concedida a Amaury Pérez Vidal

en el programa Con dos que se quieran,

8 de octubre de 2010.

Para este hombre, a pesar de llevar en su piel las marcas del terror, tras veinte años de extraordinaria labor pedagógica, reconocida por Naciones Unidas al otorgarle el título a la compañía de Embajadores de Buena Voluntad, su profesión es mucho más que arte: es la forma de multiplicar el amor inspirado por su padre y aliviar el dolor de su historia de vida.

El padre de Carlos Alberto Cremata trabajaba en la aviación civil. Su cadáver nunca apareció; de las setenta y tres víctimas solo se rescataron del mar los cuerpos de nueve. En la nave viajaban cincuenta y siete cubanos, entre ellos el equipo juvenil de esgrima; once guyaneses, seis de ellos iban a estudiar medicina en la Isla, y cinco ciudadanos norcoreanos. El atentado del avión cubano en Barbados es uno de los capítulos más tristes de la larga lista de hechos terroristas contra Cuba.

¿Qué dijeron los terroristas sobre el hecho?

¿Qué dijeron los terroristas sobre el hecho?

«Cuando mueren pilotos cubanos, diplomáticos o miembros de sus familias, a mí no me causa pena, la muerte de estas personas siempre me alegra».

Guillermo Novo Sampoll, entrevista concedida por error a la

publicación soviética Literatura Gaceta.

«El sabotaje fue el golpe más efectivo que se haya realizado contra Castro».

Luis Posada Carriles, El Miami Herald,

10 de noviembre de 1991.

Las autoridades norteamericanas conocían de antemano sobre los planes para derribar un avión cubano. Un documento de la CIA fechado el 22 de junio de 1976 y calificado como «fuentes delicadas de información de Inteligencia» aseguraba que un grupo extremista de exiliados en Miami planeaban un atentado de este tipo, y cita como informante a un empresario estrechamente relacionado con estos sectores. Según la fuente, en una cena de recaudación de fondos para Orlando Bosch, de ciento dieciocho mil dólares el plato, este expresó: «Ahora que nuestra organización ha salido del trabajo de Letelier bien parada, vamos a intentar algo más».

Otro documento de la agencia, fechado en noviembre de ese año, le fue entregado a catorce destinatarios del más alto nivel. El texto hacía referencia a unas declaraciones de Luis Posada Carriles, anteriores al derribo de la nave cubana en Barbados. El terrorista dijo: «Nosotros vamos a derribar un avión de Cubana, Orlando [Bosch] tiene los detalles».

Fernando

Fernando

Fernando González Llort