Rivales y amantes - Cara Summers - E-Book
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Rivales y amantes E-Book

Cara Summers

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Beschreibung

Desde que la seductora Lily McNeil había aparecido en su hotel, la vida de Tony Romano ya había corrido peligro en dos ocasiones. Tony necesitaba un poco de ayuda para evitar que su hotel se viniera abajo y Lily tenía magníficas ideas al respecto. Pero la empresa de la familia de Lily no dejaba de presionarlo para que vendiera y la llegada de la joven resultaba demasiado sospechosa... ¿Quién podría haber imaginado que acostarse con el enemigo era lo mejor que podría haber hecho Tony? No tardaron en darse cuenta de que se necesitaban el uno al otro... dentro y fuera de la cama.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Carolyn Hanlon

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rivales y amantes, n.º 139 - octubre 2018

Título original: Early to Bed?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-092-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

«Puedes conseguir lo que te propongas».

Lily McNeil repitió la frase en silencio, tal y como le habían enseñado a hacer en el seminario sobre éxito al que había asistido en Tahití.

«Tu futuro no tiene que ser igual que tu pasado».

Esa era la frase número dos de su mantra diario. De algún modo, la idea de que podía convertirse en una persona que su familia podría respetar le había resultado más fácil de creer en una playa soleada con olas de agua azul rompiendo en la orilla.

Por supuesto, el monzón que estaba sobre Manhattan provocaba un efecto debilitador sobre su peinado y sobre su ego. Y el hecho de que el taxista la hubiera dejado al otro lado de la calle del hotel donde se alojaba era un problema menor. La lluvia y el viento arremetían contra ella mientras esperaba en la acera para cruzar.

«Vives bajo una nube negra».

«No». Agarrando la maleta de ruedas con fuerza, Lily cruzó la calle. Tenía diez años cuando su hermanastro Jerry Langford-McNeil le hizo burla sobre lo de la nube negra por primera vez. Y desde entonces, la imagen de una nube oscura cargada de agua y sostenida sobre su cabeza la perseguía allá donde fuera.

Nunca más. De ninguna manera. Las nubes negras formaban parte del pasado, y el futuro no tenía por qué ser igual que su pasado. En el pasado, su padre nunca había aprobado nada de lo que ella hacía. Pero eso estaba a punto de cambiar.

Era cierto que su confianza había disminuido cuando la compañía aérea no la había recogido en Tahití. Pero ella había conseguido tomar otro avión que la llevara a Nueva York. Y allí estaba. Misión cumplida. Empapada, entró por la puerta giratoria de Henry’s Place. Entonces vio su reflejo en el cristal.

La vieja Lily estaba mirándola, insegura, sin ir a la moda y con sobrepeso.

No. Ella ya no era esa persona. Lily se detuvo al pie de la escalera que llevaba hasta el recibidor, enderezó la espalda, respiró hondo y se imaginó cómo quería ser. La visualización era la clave del éxito. Eso era lo que el gurú de la energía de la motivación le había dicho en su isla. Quizá, su peinado de quinientos dólares no estuviera muy mantenido. Se miró de reojo en el espejo que estaba en la pared y sintió un nudo en el estómago. De acuerdo, nada mantenido. Y su ropa… Cerró los ojos y contuvo un escalofrío. Podría ponerse otra.

Miró otra vez, para asegurarse de que no había recuperado los doce kilos que había adelgazado con mucho esfuerzo durante los últimos seis meses. Al ver que era así, se sintió aliviada. Quizá tuviera un aspecto terrible, pero al menos estaba delgada.

«Tu futuro no tiene que ser igual que tu pasado». Enderezó la espalda, abrió los ojos y se miró en el espejo. Había cambiado por dentro, y eso era lo importante. Más importante, su padre, J.R. McNeil de McNeil Enterprises, le había dado un trabajo y tenía que demostrarle que podía hacerlo.

—Ten cuidado con los idus de marzo.

Sobresaltada, Lily se volvió y vio a una mujer que estaba en lo alto de la escalera. Vestía un caftán de gasa de color azul y tenía una melena cana que caía sobre sus hombros. Se parecía a una bruja sacada de un libro de Harry Potter. Lily la miró a los ojos y se estremeció.

—Ten cuidado con los idus de marzo —repitió la mujer.

La mera mención de los idus de marzo hacía que Lily recordara dos cosas. El quince de marzo era su cumpleaños, y acababa de celebrarlo dos semanas atrás. Y cualquiera que hubiera estudiado latín en el colegio reconocería la advertencia que el adivino le dio a Julio César cuando entró en Roma. Por supuesto, la profecía del adivino se había cumplido. En ese mismo momento, un trueno hizo vibrar las puertas de cristal.

Lily se sobresaltó.

—¡Date prisa! —apremió la bruja, levantando una mano llena de joyas—. El desastre está a punto de llegar.

Lily subió por las escaleras hasta el recibidor. Si ésa era la forma en la que el hotel recibía a sus clientes, no le extrañaba que Henry’s Place tuviera grandes apuros económicos. Y tenía tanto potencial. Estaba situado cerca de Central Park y de la zona de los teatros.

Aunque su padre le había mostrado el archivo del hotel que la familia Romano regentaba desde hacía casi cincuenta años, el aspecto que presentaba el recibidor era mucho más descriptivo que las miles de palabras que se utilizaban en el informe. «Decadente» fue la palabra que se le vino a la mente. ¿Por qué diablos Anthony Romano, el portavoz de la familia, se negaba a vender el hotel a McNeil Enterprises si era evidente que no podía cuidar del lugar?

Al final, la respuesta a esa pregunta no importaría. Durante la semana que se quedara en el hotel, su trabajo era recoger la máxima información para asegurarse de que no rechazarían la siguiente oferta que hiciera McNeil Enterprises. «Tengo que encontrar sus puntos débiles para poder explotarlos».

—Deje aquí sus cosas —dijo la bruja señalando un mostrador de caoba en forma de L.

Lily dejó la maleta y el maletín y siguió a la mujer. Se habría sentido mucho mejor acerca del trabajo que le había dado su padre si no hubiera tenido que mentir sobre el verdadero motivo por el que había ido a Henry’s Place. Le había dicho a Anthony Romano que dirigía un nuevo departamento de consultoría en McNeil Enterprises, y que podía ofrecerle un análisis del lugar que le permitiría revitalizar el hotel. Incluso se suponía que iba a ofrecerle un plan de financiación. Por supuesto, sería uno falso. Su verdadero trabajo era sonsacarle la información que permitiría que su padre forzara la venta.

La antigua Lily habría evitado el engaño y habría considerado el trabajo de espionaje. Pero la nueva Lily tenía que demostrarle a su padre que era completamente capaz de asumir un puesto directivo en McNeil Enterprises.

Además, quizá estuviera haciéndole un favor a la familia Romano. Parecía que el hotel no podía aguantar mucho en aquellas condiciones. Mientras seguía a la bruja o adivina hasta una esquina lejana del recibidor, no pudo evitar fijarse en que los suelos de mármol estaban agrietados en algunos lugares, y que las alfombras que los cubrían necesitaban cambiarse. En cuanto a los muebles, el asiento de madera tallada crujió con fuerza cuando la adivina se sentó en él.

Fue entonces cuando Lily se fijó en las velas blancas y en la bola de cristal que había sobre la mesa frente al asiento.

—Siéntate —dijo la mujer, y señaló una silla que estaba frente a ella.

Lily obedeció, y se preguntó cómo esa voz tan grave y poderosa podía salir de un cuerpo tan frágil.

—Dame la mano.

Lily dudó un instante.

—Deprisa. No tienes tiempo que perder. El futuro es todo tuyo.

Lily miró a la mujer. Sus palabras eran tan parecidas a las de su gurú, que extendió la mano sin pensarlo. En cuanto la mujer le agarró la mano para colocarle la palma hacia arriba, ella se estremeció. Durante un instante, el recibidor quedó en un silencio tan sepulcral que Lily podía oír cómo el viento silbaba en la puerta como si tratara de encontrar una manera de entrar.

—Aquí está el problema —la mujer recorrió su palma con un dedo—. La línea del engaño. Hoy comenzarás toda una red de mentiras que pueden llevarte a la infelicidad, a ti y a los demás.

Lily sintió que se le encogía el estómago. ¿Cómo podía saber aquella mujer que había ido a Henry’s Place para espiar? ¿Había fracasado antes de empezar? Eso haría que su madrastra y su hermanastro se pusieran muy contentos.

—¿Por qué lo haces?

¿Por qué? Era una pregunta que se había hecho a diario durante su retiro en la isla. Pero la respuesta siempre era la misma. Era la única oportunidad de conseguir la aprobación de su padre.

—Mira qué corta es la línea —la mujer miró a Lily a los ojos—. No se te da muy bien esto del engaño.

«Quizá no». El problema era que nunca se le había dado nada bien en la vida. No había sido el hijo que su padre hubiera preferido. Dos años atrás, no había sido capaz llevar a cabo el matrimonio que habría fusionado McNeil Enterprises con Fortescue Investments.

—Ah —dijo la mujer—, esta otra línea es la del amor. Tienes un amante en tu futuro, es alto, de cabello moreno y atractivo.

«Bien». Por primera vez desde que entró en el hotel, Lily se relajó un poco. Las adivinas siempre encontraban amores cuando leían las manos. Era evidente que aquella mujer era una embaucadora.

—Los amantes de mundos distintos nunca lo tienen fácil. Pero si tienes el valor de entregarte a él, él te amará tal y como eres —dijo la mujer.

«Una fantasía», pensó Lily, pero no podía apartar la vista de los ojos de aquella mujer. ¿Cómo podía saber una persona a la que acababa de conocer que encontrar a alguien que la amara tal y como era era su fantasía más secreta?

—Dame Vera, aquí está. Sir Alistair y yo estábamos preocupados porque no la encontrábamos.

Lily consiguió dejar de mirar a la mujer y se fijó en las dos personas que se acercaban. La mujer joven tenía el cabello oscuro, casi negro, y le caía sobre los hombros. En la camisa llevaba una etiqueta con su nombre, Lucy. El hombre al que había llamado Sir Alistair era alto y tenía rasgos aristocráticos que hacían juego con la chaqueta del esmoquin color vino que llevaba. Lily decidió que su edad estaba entre los sesenta y los cien años. Le resultaba familiar, como si fuera un viejo amigo al que no había visto en años.

—No esperarían que me quedara en mis aposentos. El baño está inundado —se volvió hacia Lily y le susurró—. Hace una hora pensaba que estaba en la película Titanic.

—He arreglado la fuga temporalmente —dijo Lucy—. Tony la arreglará a primera hora de la mañana. Y por supuesto, traeremos a un equipo de limpieza —hizo una pausa y sonrió a Lily con cara de disculpa—. Dame Vera es una de nuestras huéspedes permanentes, y le encanta decir la buenaventura.

Vera se puso en pie.

—No digo la buenaventura. Veo el futuro. Es un don que conlleva mucha responsabilidad. El desastre está cerca y el futuro de Henry’s Place pende de un hilo.

¿Dame Vera? El nombre también le recordaba algo.

—No tiene que preocuparse. Aquí siempre tendrá su sitio —dijo Lucy en tono tranquilizador.

—Puede que un dueño nuevo no lo vea de esa manera.

Lily apartó la vista de la mirada penetrante de Dame Vera y se volvió a tiempo de ver la cara de asombro que puso Lucy.

—Tony nunca vendería este lugar. Le prometió a su tío Henry que lo mantendría. Es nuestra casa familiar, y la suya también.

—El tiempo lo dirá —dijo Dame Vera—. En cualquier caso, no era necesario molestar a Sir Alistair.

—Ella no me ha molestado, querida —dijo el hombre—. Yo vine a ver si…

—Vino a controlarme —Vera lo miró—. No necesito un guardián.

Sir Alistair. El nombre, junto con el acento británico, hizo que una campanita sonara en la mente de Lily. Sir Alistair Brooks era un actor de cine británico al que ella había visto en numerosas películas. ¿Y Dame Vera? Lily miró a la adivina de cerca.

—El día que no pueda encontrar el camino hasta los aposentos que he estado alquilando durante media vida, puede reservarme una habitación en Bellevue —continuó Vera.

—Llamé a su puerta porque ponen una de sus películas en la sesión de noche —dijo Alistair—. Blithe Spirit. Elvira fue uno de sus mejores personajes, y tengo una buena botella de Merlot.

Vera resopló.

—Lo que tiene es una mente libidinosa. Y sabe que prefiero el champán.

—Algún día me permitirá que le eduque el paladar.

Vera le acarició el brazo.

—He bebido champán desde…

—Lo sé, lo sé… desde que Sir Richard Harris lo bebió de su zapatilla. Él ya se marchó, pero yo sigo aquí. Y no creo que tengan habitaciones en Bellevue —dijo mientras la guiaba hasta el ascensor.

—Si ésa es su manera de sugerirme que me mude a vivir con usted, puede seguir soñando.

—Siempre, querida —contestó Alistair.

Lily tuvo que contenerse para no aplaudir cuando la pareja entró en el ascensor.

—Espero que no la haya molestado —dijo Lucy mientras apagaba las velas—. Había una fuga en su habitación y yo soy la única que trabaja esta noche.

—No se preocupe —dijo Lily—. Ése era Sir Alistair Brooks, ¿verdad? ¿El actor británico? —puesto que se había criado en internados había pasado muchas horas viendo películas antiguas mientras los otros niños se iban a casa durante las vacaciones.

—Sí —contestó Lucy, y la miró con cara de sorpresa.

—Y Dame Vera Darnel. No me he dado cuenta hasta que no los vi marchar. Aparecían juntos en Taming of the Shrew y en A Midsummer Night’s Dream. He visto esas películas como veinte veces. Y como hace diez años actuaron juntos en Day by Day —la serie de televisión era una de las favoritas en el colegio al que ella había asistido.

Lucy sonrió.

—Ya no hay mucha gente que los reconozca.

—¿Son clientes del hotel?

—Permanentes. Sus habitaciones están en la octava planta, justo encima de las habitaciones familiares, que están en la séptima. Fueron los primeros clientes de mi tío Henry, y el hecho de que firmaran un contrato de diez años de alquiler hace cincuenta años fue lo que le dio la seguridad económica para abrir el hotel. Viven aquí desde entonces.

—¿Y la gotera es importante? —preguntó Lily.

Por primera vez, la preocupación sustituyó a la sonrisa en los ojos de Lucy.

—Estoy segura de que Tony podrá arreglarla. Las tuberías están dando más problemas que nunca. Siento no haber estado para recibirla cuando llegó.

—No pasa nada —dijo Lily. Pero se le ocurrió que tendría que incluir el incidente con Dame Vera y el problema de las tuberías en el informe que le entregaría a su padre. Sintiéndose culpable, se puso en pie y siguió a la mujer joven hasta recepción.

Una vez detrás del mostrador, Lucy sonrió de nuevo.

—¿Por qué no comenzamos desde el principio? Cuando yo digo, me llamo Lucy Romano. Bienvenida a Henry’s Place.

—Yo soy Lily McNeil y tú debes de ser la hermana de Anthony Romano.

—La prima —dijo Lucy—. Pero es casi como un hermano para mí. He pasado toda mi vida en este hotel. Normalmente trabajo en la cocina, pero esta noche han salido todos los hombres de la familia. Mi primo Sam se casó hace un mes y se han ido a jugar al póquer a su casa nueva.

—Hablé con Anthony por teléfono —Lily sacó una tarjeta del bolso—. Tengo una cita con él por la mañana para hablar sobre la reforma del hotel, y me ha hecho una reserva para que pase aquí la noche.

Lucy buscó en el ordenador.

—Me alegro de que tengas la reserva. Estamos a tope. Debido al problema con las tuberías, no hay ninguna habitación libre. Ahora… —Lucy se apoyó en el respaldo de la silla—. Lo único que tenemos que hacer es esperar al ordenador más lento del mundo. Siempre le digo a Tony que tiene que comprar un nuevo equipo. Y él me dice que lo tiene anotado en la lista.

Mientras Lucy continuaba hablando, Lily miró alrededor del recibidor. Era una pena que hubieran permitido que se deteriorara tanto. Al menos, cuando su padre se hiciera cargo del hotel, el recibidor recuperaría su belleza original.

—Oh, oh —dijo Lucy frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—He comprobado tu reserva, pero hay una anotación de que ha sido cancelada.

—Eso es imposible —dijo Lily mientras trataba de apartar la imagen de una nube negra sobre su cabeza. Primero un monzón y después su reserva cancelada. Ésa era la clase de suerte que tenía la antigua Lily, pero ella ya no era esa persona—. Tu primo hizo la reserva en persona.

—También fue él quien la canceló. Hay una nota que dice que esta tarde llamó alguien de McNeil Enterprises diciendo que habías cambiado de planes.

¿Quién podía haber llamado? ¿Su padre habría cambiado de opinión acerca del trabajo que le había dado? Sin duda, la habría llamado a ella para contárselo.

—Debe de haber alguna confusión en la oficina. ¿Por qué no me das otra habitación?

Lucy la miró a los ojos.

—No tengo otra habitación. Puedo buscarte algo en otro de los hoteles de la ciudad.

—Seguro que tienes algo —Lily sabía que en los hoteles siempre se guardaban habitaciones para una emergencia—. Tu primo Anthony y yo hablamos de lo importante que era que me hospedara en Henry’s Place. Es la única manera de hacerme una idea del lugar.

—Tendría habitaciones libres si no fuera por el problema de las tuberías. La habitación de Dame Vera no ha sido la única afectada.

—Aceptaré lo que sea —dijo Lily.

—Te diré una cosa —dijo Lucy—. Tengo una habitación en el ático. Mi tío Henry solía vivir allí, y sólo se utiliza para la familia —salió de detrás del mostrador, agarró la maleta de Lily y se dirigió al ascensor—. Estoy segura de que Tony querría que te acomodara allí. Sé que está deseando reunirse contigo.

Lily suspiró y siguió a la chica. A pesar de lo que le había dicho Dame Vera, su futuro no sería igual que su pasado.

 

 

—Tres —Tony dejó las cartas boca abajo sobre la mesa y deseó haberse descartado de toda la mano.

Al ver la sonrisa de complicidad que compartían sus hermanos mientras Sam le daba nuevas cartas, les advirtió:

—No os hagáis ilusiones. Mi suerte va a cambiar. Dame Vera me leyó la mano justo antes de marcharme.

—¿Te dijo el día en que sucedería el cambio? —preguntó Drew.

—Esta noche —dijo Tony. Al menos, esperaba que fuera esa noche.

Drew y Sam se miraron de nuevo.

—No creo que tengamos que preocuparnos todavía —dijo Sam—. No has ganado una mano en toda la noche.

Aunque no solía ser pesimista, Tony veía sus cartas como un símbolo de la suerte que lo había acompañado últimamente. El hotel, la casa de su familia, amenazaba con caérsele sobre la cabeza. Hasta el momento, había conseguido ocultarle la situación a sus hermanos. No necesitaban agobiarse. Ni saber que dos grandes empresas hoteleras, McNeil Enterprises y Fortescue Investments, lo estaban presionando para que lo vendiera. No pensaba hacerlo, y menos a McNeil Enterprises. Su padre y J.R McNeil tenían su historia. Eso era todo lo que Tony sabía, pero su padre le había advertido que nunca se fiara de nadie de esa empresa.

Aun así, a Tony le habría gustado discutir los problemas del hotel con alguien. Pero Sam era un recién casado y Drew había estado trabajando como agente secreto en un caso importante. La única persona a quien podía habérselo contado, su primo Nick, estaba adaptándose a la paternidad en Boston. Tampoco necesitaba que alguien lo amargara. Además, dirigir el hotel era su trabajo. Ése era el encargo que le había dejado su padre.

—Sólo quiero una —dijo Drew, y tiró una carta sobre la mesa.

—Yo voy bien —dijo Sam.

Sam tenía mucha suerte. No sólo estaba ganando al póquer aquella noche, sino que desde que se había casado con A.J., toda su vida había cambiado. La empresa de seguridad para la que trabajaba lo había nombrado vicepresidente, y A.J. estaba esperando un bebé para verano.

—Apuesto veinte —dijo Drew, empujando las fichas hacia el centro de la mesa.

—Las veo y apuesto treinta —dijo Sam, y colocó sus fichas junto a las de Drew.

Drew añadió más fichas a su montón y ambos miraron a Tony expectantes.

—Siempre puedes plantarte ahora —dijo Sam—. De esa forma podrás mantener tu penoso montón de fichas delante de ti.

Tony se volvió hacia Drew.

—Me parece que se está echando un farol. Apuesto a que no es para tanto.

—¿Cuánto? —preguntó Drew.

—Diez dólares —dijo Tony.

Drew sonrió.

—De acuerdo.

Sam negó con la cabeza.

—Esto es como aceptar el dinero de un bebé. Chicos, no suponéis ningún reto.

Tony sonrió despacio.

—Esas tres cartas que acabas de darme pueden darme un full.

Drew se rió.

—No con la racha de suerte que estás teniendo.

—Te lo dije. Está a punto de cambiar —dijo Tony, arrastrando las cartas sobre la mesa. Estaba convencido de que la suerte de una persona podía cambiar en un segundo.

Y las predicciones de Dame Vera habían reforzado su sensación de que la suya estaba a punto de cambiar. La sensación le había empezado una semana antes, cuando Lily McNeil lo llamó para ofrecerle sus servicios de consultora.

Ella había sido la tercera persona de McNeil Enterprises que se había puesto en contacto con él. Primero, lo había invitado a comer J.R. Después, había recibido una visita personal de Jerry Langford-McNeil. Y Lily no sólo había sido la tercera persona, su número de la suerte era el tres, sino que además él sentía que ella era diferente. Su padre y su hermanastro eran tiburones persuasivos. Su impresión era que Lily se parecía más a un pececito.

Por supuesto, no se había creído ni una palabra de todas las tonterías que le había dicho por teléfono. Le había contado que acababa de crear un nuevo departamento en la empresa y que quería ayudarlo a conseguir un préstamo con buenas condiciones para que realizara las mejoras que siempre había querido realizar. Además, le ofrecía un análisis gratuito y un plan para aumentar los beneficios de forma que pudiera devolver el préstamo en poco tiempo.

No había sido su oferta, demasiado buena como para ser cierta, lo que lo había intrigado, sino su voz ronca y sexy, que contrastaba con la dinámica presentación de su oferta. Y por algún motivo, le había hecho pensar en toda una noche de sexo apasionado y acalorado, del tipo con el que fantaseaba cuando era adolescente.

—¿Vas a recoger esas cartas o no? —le preguntó Sam.

—En un segundo —Tony continuó frotándolas contra la mesa. Estaba deseando encontrarse con Lily McNeil. Los contrastes siempre lo habían intrigado. Y cuando ella se reía…

Deseaba conocerla, y no sólo para hablar de negocios. Quería hacerla reír otra vez. Y quería ver cómo se le iluminaban los ojos al reírse. No recordaba cuánto tiempo había pasado desde que una mujer le había llamado la atención igual que Lily McNeil había hecho durante su conversación telefónica.

Pero ese día, habían llamado de su despacho para cancelar la cita. Ella había cambiado de opinión acerca de ayudarlo y ni siquiera había tenido la delicadeza de llamar en persona. Tony acercó las cartas a su cuerpo.

—Sin duda, es hora de cambiar de suerte.

—Seguro que podrías utilizarla en el hotel —dijo Drew—. Cuando pasé por allí para ducharme, Lucy estaba subiendo cubos a la octava planta. La última gotera apareció allí y ha inundado las habitaciones de Dame Vera. ¿Cuándo vas a cambiar las tuberías?

—Está en la lista —dijo Tony. Pero la lista era muy larga. Un ordenador nuevo, unos fogones nuevos para la cocina, alfombras para el recibidor. Pero la gotera de la planta superior tendría que ser la prioridad. Si no la arreglaba, todas las habitaciones inferiores corrían peligro. Miró el reloj. Las once y media. Esperaría media hora más para marcharse.

—Ya está —le dijo Sam a Drew—. Ahora dirá que tiene que irse para mirar la gotera.

—No hasta que gane esta mano y los diez dólares que me deberá Drew cuando muestres las cartas que llevas —Tony empujó sus fichas al centro de la mesa.

—Ni siquiera has mirado tus cartas —le dijo Sam.

—No hace falta. Dame Vera dijo que mi suerte está a punto de cambiar —agarró la primera carta y contuvo una sonrisa. La reina de corazones era un buen comienzo. Después, agarró las dos últimas cartas y se apoyó en el respaldo de la silla. Mantuvo el rostro inexpresivo y permitió que sus hermanos subieran la apuesta.

2

 

 

 

 

 

Lily nunca había visto nada como la habitación del ático. La habían construido en una mitad de la buhardilla del hotel, y tenía dos niveles, el inferior que se había habilitado como salón y, el superior, en el que se encontraba la cocina y el comedor. La parte más espectacular era la cristalera desde la que se veía una vista panorámica de Manhattan. Incluso con lluvia, la ciudad era maravillosa.

—Perfecto —dijo Lily mirando a Lucy—. ¿Cómo es que este espacio no se utiliza? ¿Por qué no está reservado todo el tiempo?

—Nunca lo hemos ofrecido a los clientes —le explicó Lucy—. Mi tío Henry construyó este sitio para Isabelle Sheridan, la mujer que amaba. Eran la clásica pareja que tiene las estrellas cruzadas. Ella dirigía una importante empresa de inversiones en Boston, y su familia destacaba socialmente. Habrían mirado a mi tío por encima del hombro, por decirlo con delicadeza. Y para él, este hotel era su vida. Nunca lo habría abandonado para marcharse a Boston. Ella no podía darle la espalda a su familia y a su empresa para mudarse aquí.

—¿No se casaron?