Roma, la del fondo - Belén Nargang - E-Book

Roma, la del fondo E-Book

Belén Nargang

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Beschreibung

En un mundo dominado por la inteligencia artificial y la ausencia de amor, Jacky, Marcos y Abigail se unen en el misterioso Plan Nido, un programa gubernamental destinado a repoblar la Tierra. Este plan involucra la creación de seres llamados embriones, generados mediante fertilización in vitro. Cuatro nidos secretos, cada uno enfocado en aspectos distintos como el cálculo, la fuerza, el universo y el amor, albergan a estos seres especiales. En una época en la que las máquinas abundan y las familias con hijos biológicos son una rareza, Jacky, Marcos y Abigail son considerados tesoros. Por eso, son encerrados bajo tierra, sin ver la luz natural del sol, durante al menos treinta años, hasta que los embriones criados estén listos para enfrentar el mundo exterior. Sin embargo, ocurren sucesos imprevistos afuera. Treinta años resultan ser demasiado tiempo para estar separados de la familia. A medida que se enfrentan a dilemas y desafíos, el misterio se intensifica. ¿Lograrán superar las dificultades y encontrar la verdadera razón de su existencia en este mundo controlado por la inteligencia artificial?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Nargang, Belén

Roma, la del fondo / Belén Nargang. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

190 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-449-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Nargang, Belén

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Roma, la del fondo

I

Hace algunos años, se puso en marcha el Plan Nido, en el que varios líderes debían hacerse cargo de ciertas cápsulas o embriones, como eran llamados, y albergar en ellos individuos desde su concepción hasta que fueran lo suficientemente maduros como para valerse por sí mismos en la superficie.

El Plan Nido nada tenía que ver con siglas ni iniciales, sino con la palabra. Un nido, como el de las aves. Un espacio donde cuidábamos de bebés desde su etapa embrionaria y le enseñábamos a vivir con una filosofía de vida que nos marcaban desde un principio.

Cada nido era privado. Nadie entraba ni nadie salía durante treinta años. Eso era lo que había entendido.

La estrategia del plan era crear líderes basados en cuatro personalidades que eran necesarias para sobrevivir afuera. Y hablo del afuera porque los nidos estaban todos bajo tierra. No podíamos subir hasta que nuestro prototipo hubiera pasado, por lo menos, ciertos exámenes. Como mencioné antes, esto dependía de su maduración cerebral y su estado emocional.

Cuidaba mi nido según los modales, el amor y la honestidad. Cuidar del prójimo, sin importar el qué o el cómo. Ser amables y amorosos con los demás y con nosotros mismos. Enseñar y aprender desde la humildad. Era el nido llamado Nido delAmor.

Otra personalidad se refería al ingenio, razonamiento lógico y trabajo manual; elaboración de maquinarias, androides y sistemas. Era el nido llamado Nido delIngenio.

Otra era fuerza en general, equilibrio mental y fuerza corporal para la generación de guerreros de elite. Estos, a pesar de que no lo pensáramos, eran necesarios. Por lo general, este grupo nos mantenía a salvo de los ataques de losOlvidados. Tenían mucha técnica racional a la hora de elaborar planes y estadísticas. Se trataba del nido llamado Nido de la Fuerza.

A los últimos los llamábamos GeoCosmos. Estudiaban todo lo relacionado con la Tierra: fauna, flora, habitantes, sociedades, además del cielo, las estrellas que se veían desde aquí, las lluvias. Eran un poco excéntricos y a veces predecían situaciones por las posiciones de los astros. Nunca pensé que esta comunidad tendría su propio nido, y, a decir verdad, eran muchos los que pensaban de esta manera. Estos seres elaboraban su propia medicina natural, pero rara vez enfermaban.

Antes de entrar al nido que debía proteger, tenía que hacer ciertos estudios de cómo funcionarían las máquinas y a quién debía acudir en casos extremos o en caso de muerte. En una primera instancia, nos enviaban solos al nido, pero el riesgo que corríamos entre máquinas era alto. Podíamos morir por alguna enfermedad o de tristeza, probablemente. No me imaginaba estar sola y cuidando un embrión.

Los embriones llegaban en una cajita de metal cubierta por otras cajas. Antes de formar el embrión, se elegían ciertos tipos de ADN compatibles para el nido donde serían enviados. Dentro de la caja, venía un informe con los datos de los padres, que en realidad daban una firma de conformidad, cesión de derechos sobre el embrión y la posibilidad de que este último conociera a sus progenitores en caso de que lo deseara.

Yo había pedido esto último, porque pensaba que en algún momento el embrión estaría feliz de saber quiénes eran sus padres.

El nido se cerró un 3 de enero sobre nuestras cabezas. Una puerta de plomo de varios centímetros de espesor nos quitó la posibilidad de ver el sol otra vez y nadie sabía durante cuánto tiempo exactamente. La escotilla podía abrirse desde afuera, pero no por dentro. En cuanto tuviéramos los resultados del embrión y fueran enviados para el control, esa entrada volvería a abrirse. Si se daban ciertas condiciones, el portal podía abrirse antes. Existía una cláusula en el contrato que mencionaba que, si el embrión pasaba ciertos exámenes de maduración cerebral y psicofísica, el nido podría abrirse, aun si tuviésemos otros embriones “no maduros”.

Mientras tanto, despedía sobre mi cabeza al sol, las nubes y la catástrofe dejada en la superficie para dar lugar al nuevo hogar que compartiría con otras dos personas más.

En silencio, ese día, caminamos por unas pasarelas de metal mientras luces led amarillas nos acompañaban. El espacio era suficiente para que nosotros tres formáramos una hilera. Nuestros zapatos no emitían ruido alguno, solamente nos escuchábamos al bajar las escaleras que unían otra pasarela y, así, hasta terminar el último andar. Unos veinte metros sobre nosotros.

Pisar el último escalón me llevó automáticamente a mirar arriba mientras me sostenía de la baranda de metal negro. Volvía a observar la escotilla cerrada sobre nuestras cabezas minutos atrás. No sentía necesidad de retractarme.

Abigaíl era enfermera y Marcos era médico. Mi corazón me decía que algo bueno iba a salir de esto, que estuviera tranquila. Una parte de mí pegaba brincos, otra parte se sentía amenazada. El tiempo me diría cuál de las dos partes prevalecería. Y esperaba que Abigaíl y Marcos pensaran igual que yo.

Después de las pasarelas y las escaleras que dejábamos atrás, otra puerta de plomo gruesa se interpuso ante nosotros con una pantalla donde nos chequearon huellas dactilares y voz. En un celular también teníamos una aplicación donde registrábamos cambios de voz por enfermedad o nos sacábamos una fotografía del rostro pasada cierta cantidad de días.

Me decían Jacky. Era más fácil que Jackeline. Era doctora especialista en células madre, obstetra y ginecóloga.

Había conocido a Abigaíl el día de la selección, entre las horas y horas de evaluaciones de aptitud y actitud que determinarían quiénes serían ayudantes y titulares de los nidos. De nosotros dependería la próxima evolución humana.

Abigaíl y yo pensábamos casi parecido, era como mi hermana separada al nacer.

A Marcos lo conocí días antes de la selección, en un pasillo, cuando me chocó y no se disculpó. El hombre era callado y parecía medio loco. Lo escuché varias veces hablando solo, pero, según comentarios de pasillo, era el mejor médico cirujano de la Región Norte.

Sinceramente, a veces le temía y muchas veces me había preguntado a mí misma: «¿Por qué una persona así estaría en un lugar como este?».

No había tenido oportunidad de preguntárselo, pero tenía treinta años para hacerlo.

Nuestro nido tenía varios espacios de recreación útiles y necesarios, basados en nuestras preferencias y habilidades. Hasta un sector de vestimenta se habilitaba una vez al mes para simular un centro comercial donde podíamos comprar ropa con dinero falso. Ropa confeccionada por robots detrás de grandes placas de aluminio y plomo.

Pasar de una casa en la superficie a un nido debajo de la tierra llevaba un proceso largo. Por más de que tuvieras fortaleza mental o desapego por las cosas, la ansiedad y el pánico podrían aparecer.

En mi caso, yo estaba agradecida de que mi nido fuera lo más familiar y amable posible.

La voz de un robot se escuchaba detrás de cada área cuando sentía que llegábamos. Tenía monitoreado cada lugar, desde afuera, sobre la manija de la escotilla y, adentro, en nuestros cuartos.

Por lo menos, yo había pedido no saber sobre las cosas que sucedían allá afuera. Por el momento, no me interesaba. Marcos y Abigaíl, en cambio, querían mantenerse informados de todo lo que ocurría afuera o lo que pasaba en cada nido. Pero todos los nidos, según el robot, habían pedido no enviar informes sobre qué estaba haciendo cada cual y esto terminaba de ofender a ambos.

El plan de Marcos y Abigaíl por querer comparar los demás nidos podía llegar a hartar. Hablaron de eso por lo menos unas treinta y cinco veces en menos de un par de horas, y ni siquiera había pasado un solo día.

Mi enfoque estaba puesto en el embrión. Es más, no sabía en cuánto tiempo podría llegar el primero. Nosotros podíamos ir pidiendo los embriones que quisiéramos a medida que corría el tiempo. ¿Sería necesario? ¿Era posible criar a varios embriones de una sola vez?

No lo sabía. No sabía cómo. ¿Cómo saberlo cuando también fuiste un embrión?

II

Como si fuese ayer, mi vida retrocedió frente a mis ojos. Y, tras esa vida, muchas preguntas.

Probablemente, he tenido padres alguna vez. Alguien que me ha engendrado. Se necesitaban dos células. O, por lo menos, dos ADN diferentes para dar lugar a otro ser. Esa sería la explicación más simple.

Recuerdo una casa blanca en su totalidad, muebles blancos, yo con ropa blanca, personas adultas también de vestimentas claras. Conocí los colores por los alimentos que consumíamos y por las flores que crecían afuera, en el pequeño patio, además de la pantalla gigante donde ellos me explicaban y me enseñaban sobre la Geografía, Matemática, los sistemas de comunicaciones y el amor.

Viviana y el Sr. S, mis padres. Desde el comienzo, viví con ellos, hasta hace unos meses, cuando decidí que era mi momento de comenzar a cuidar de otra persona, como ellos hicieron conmigo.

Viviana y el Sr. S habían querido ser padres a lo largo de toda su vida. No pudieron serlo de la manera biológica. Hasta que recurrieron a la Clínica Biotecnológica FyC (las siglas en inglés significaban Find your Child).

En fin, en esas épocas, lo más normal era eso. Ante el primer intento de no quedar embarazada, la gente optaba por buscar embriones de la clínica. Era lo más rápido, pero era costoso. Hasta que esto se salió de control, porque la gente criaba embriones como mascotas y los abandonaba a cierta edad.

Antes de entregarte un embrión, firmabas un documento de cientos de hojas según el que, por lo menos hasta los veinticinco años de edad de tu embrión, debías hacerte cargo de él, dándole sustento, apoyo, alimento y todas las cosas necesarias y básicas que se supone que deben dar los padres que quieren de verdad a un niño o una niña.

Por moda o por envidia, la gente firmaba papeles sin querer tanto ser padres, sino, por el simple hecho de que el vecino había firmado. Fue tan masivo que ahora existían personas con mucho odio ahí afuera, llamados Olvidados.

Ellos eran personas-embriones que habían sido abandonadas, echadas, ignoradas y se habían sentido refugiadas bajo el ala de Lucio, una persona que usaba a estas otras para cometer atrocidades a familias con hijos propios, con hijos que sí habían sido concebidos de manera biológica.

Él era un Olvidado más. No lo culpaba, daba lástima. Pero no existía nadie que lo hiciera cambiar de opinión al respecto. Y ahora resultaba que ahí afuera había grupos de personas basadas en el odio y la traición. Por eso, había que crear embriones nuevos con todo el aprecio y bajo diferentes modalidades de aptitudes y conocimientos.

Se suponía que estar aquí abajo nos salvaría de los Olvidados. Se suponía que criaríamos aquí abajo un grupo de personas que no conocería los peligros en la infancia.

Por lo menos, eso era lo que yo esperaba. Igual, estaba llena de preguntas y miedos.

¿Qué garantía tenía de que este plan era lo más sensato para todos?

III

Éramos tres personas sentadas en un comedor enorme, con mesas largas y cuadradas, todo planeado para que en algún momento no fuéramos solamente tres. En la esquina derecha de la sala, nos encontrábamos Marcos, Abigaíl y yo. Tres bandejas de alimento se elevaban delante de nosotros. Yo me ubiqué frente a Marcos y Abigaíl a su lado. Mirábamos la bandeja, tenía un envoltorio plateado y en ella los porcentajes de proteína, grasas y vitaminas que necesitábamos dependiendo el esfuerzo mental o ejercicio que hubiéramos hecho en el día. Estábamos recién llegados, así que un plato de vidrio, con pollo teriyaki y verduras hervidas, se presentaba frente a nosotros.

Esto era un manjar, hacía mucho tiempo que ninguno de los tres comía algo tan delicioso. La vida se había puesto tan veloz allá afuera que consumíamos solamente suplementos que cumplían la misma función del alimento. ¿Indigestión? También. A veces tomábamos las pastillas como caramelos y era fácil sufrir de una indigestión. Lo bueno era que no servían para suicidarse, como varias de las otras que circulaban por ahí.

El bajo costo de las pastillas era para desconfiar. Hubo una época en que los Olvidados comercializaban pastillas vitamínicas, pero eran solamente drogas en sobredosis y venenos que aniquilaron a buena parte de la población. Era una gran masa de terroristas que iba en aumento. Y podía llegar a comprenderlos parcialmente. Su dolor más grande era el haber sido abandonados por personas que los habían querido.

Pasaban delante de mis ojos situaciones que había vivido frente a los Olvidados. Mi mamá estuvo por morir en un ataque por una bomba casera que voló en nuestra dirección, disparada porque sí. Escuchar los gritos de mi mamá lanzándose sobre mí para que no me quemara fue algo que hasta ahora me costaba procesar, añadida la sensación de culpa que me dejó esa situación. Mamá perdió parte del cuero cabelludo y su espalda quedó quemada en gran porcentaje por cubrir a su hija de doce años en ese entonces. Lo que fue una salida a la plaza se convirtió en un atentado en el que habían muerto varias personas.

Esa historia del día en que estuve por morir no era un relato que quería mencionar, pero en su contradicción era algo que tampoco podía olvidar.

El nido nos simplificaba la existencia, los platos de vidrio se lavaban y el robot nos preguntaba qué nos había parecido. Él asumía el elogio como propio y a nosotros nos parecía divertido que fuéramos cuatro en vez de tres.

En mi casa teníamos la costumbre de quedarnos un rato más sentados en la mesa, charlando de situaciones o eventos cotidianos. Pero, por lo visto, Marcos no la tenía. Apenas terminó de comer, agarró su teléfono y comenzó a indagar qué podía encontrar en las redes.

Abigaíl lo observó y automáticamente procedió a hacer lo mismo. Me quedé charlando con el robot, que probablemente tenía respuestas predeterminadas, pero para mí funcionaba como compañía. Le pregunté qué actividades disponibles tendría para hacer y desglosó frente a mis ojos un holograma con una vista aérea de nuestro nido. Cada sector tenía nombre y se veían fotos de lo que incluía cada uno.

Por lo general, estos cuartos cambiaban dependiendo los gustos y necesidades. Por lo menos, yo me consideraba una persona a la que hacer todos los días lo mismo la agobiaba.

Cuando decidí ir al cuarto de pintura, Abigaíl pidió acompañarme y asentí. Veía en Abigaíl una emoción como la mía. Su carácter era alegre y comprensivo. Se podía hablar de casi todo con ella y, a su vez, aprendía bastante.

Marcos se quedó en el comedor, sin darse cuenta, quizás, de que nos habíamos ido.

Las paredes del pasillo cambiaban de tonalidades púrpuras a rosas y se escuchaba de fondo música clásica que me parecía interesante.

Cualquier cosa de los años 2000 o 1990 era maravilloso para mí. Casi mil años después, seguíamos escuchando canciones de esa época. Abigaíl tarareaba ciertas canciones a su paso, como si hubiera reencarnado en ella un alma de mil años.

El cuarto de pintura tenía absolutamente todo: pinceles, acuarelas, bastidores y ciertas fotos para hacer copias. Algunas pinturas del pasado se proyectaban en las paredes: Da Vinci, Rafael Sanzio, Donatello, Van Gogh y otros pintores se veían iluminados de forma aleatoria. Personas desnudas, princesas, reyes y dioses griegos se dejaban ver cada tanto. Era hipnótico verlos, me sacaban concentración hacia mi propio dibujo. ¿Qué más podría pintar? Si ya todo se había pintado a lo largo de los años.

Abigaíl me dijo que pintara lo que llevaba adentro. Nunca nadie pintaría como yo, porque nadie era como yo. Así que decidí pintar a mi futura hija.

IV

Daba por sentado que mi embrión sería ella. Mi cuadro reflejaba una niña jugando de espaldas, con un globo, en el suelo. No se le veía el rostro, pero tenía cabellos enrulados en abundancia, como la copa de un árbol. Manos con dedos largos; se la veía apoyada en un brazo sobre el piso, mientras con la otra mano intentaba sujetar la soguita del globo.

El cuadro de Abigaíl era un cuadro negro con un punto blanco en el centro, algo irregular. No llegaba a ser un círculo perfecto.

Pusimos los dibujos en medio de la mesa sin decir nada, nada más observando lo que hicimos.

—¿Por qué tu personaje tiene la piel de color gris? —se me adelantó a decir.

—Creo que lo hice a modo de no saber exactamente el color de piel de nuestra hija. Ella puede ser morena, blanca o asiática y así la voy a ver, como una niña jugando.

—¿Te dibujaste a ti o de verdad dibujaste a alguien que no conoces?

—¿Cómo podría dibujarme a mí? Yo no me veo así.

—Yo creo que te has dibujado a ti misma. Fíjate bien, una niña sin rostro, jugando con un globo. ¿Te da pena haber dejado a tus padres para venir aquí abajo?

—¡Claro que no! —Mi cara me ardía, ¿qué le pasaba a Abigaíl? ¿O siempre había sido así y nunca lo había notado?

—No te sientas mal por extrañar a tus padres, Jacky. Eso está bien. El globo representa a tus padres y, por lo que veo, tienes ganas de aferrarte a eso.

—¡Dios, Abigaíl, es solamente una nena intentando atrapar un globo!

Ya no dijimos nada más sobre mi cuadro. No le encontraba tanta vuelta psicológica al asunto. Me adelanté a que siguiera hablando y le dije:

—Veamos lo que tú dibujaste. ¿Solo un punto en un fondo oscuro?

—No es solo un punto en un fondo oscuro. ¿Qué más puedes ver?

—Solo eso. Es un punto en un fondo negro, ¿o no?

—No es solamente un punto blanco en un fondo negro. Puede tener varias interpretaciones y, depende tu estado de ánimo, vas a ver cosas diferentes.

—Está bien. Yo veo un miedo inminente en quedarte aquí, pero a su vez, en el fondo, ves la luz. Es como un túnel. Es como si tuvieses miedo, pero sabes que dará sus frutos el tiempo que permanezcas aquí.

—Jacky…

—¿Qué? ¿Estoy en lo cierto?

—Jacky… Eso es solo un punto blanco en un fondo oscuro.

V

Saliendo del cuarto de arte, nos dirigimos a buscar a nuestro compañero, con ayuda del mapa holográfico y de la voz del robot que, por el momento, no tenía nombre.

Marcos deslizaba el dedo en el celular sentado en un sillón blanco inmaculado que, por lo visto, acababa de estrenar dentro del cuarto de descanso. Este, a su vez, tenía algunos libros con hojas de papel amarillentas de escritores de antaño.

Aparecimos por atrás sin emitir ruido alguno. Logré ver que observaba una foto de una pequeña de no más de cuatro años. Ojitos chinos por una sonrisa de dientes pequeños, cabello castaño oscuro y una fiesta que podría ser de cumpleaños.

No se me cruzó por la mente asustarlo, pero Abigaíl no pensó como yo.

Lo agarró de los hombros y Marcos gritó, añadiendo una mala palabra. La que se sintió culpable de ello fui yo.

Una disculpa por parte de Abigaíl no logró que Marcos le sacara la mirada furiosa de encima, mientras sostenía su teléfono con la imagen de la niña aún en el aparato.

Antes de que la situación terminara mal, le pedí al robot que pusiese una canción cualquiera, pero, antes de que comenzara a sonar, ya Marcos se había marchado sin decir nada.

Su vida había sido tocada por algún Olvidado. Yo también solía estar así.

Abigaíl ocupó el lugar en el sillón donde reposaba antes Marcos y me preguntó a mí qué le pasaba, como si yo pudiera saberlo. Lo sospechaba, pero no lo tenía confirmado.

Sin decir nada, salí al pasillo y le pedí al robot que me dijera dónde estaba Marcos: el hombre se encontraba en su cuarto.

Caminé, pensando en alguna disculpa de la cual no debería hacerme cargo. No quería que el primer día de nido nos tuviera de esta manera.

Una puerta blanca brillante se separó delante de mí y vi a Marcos aún con su teléfono frente a sus ojos, acostado en su cama. Escuché un ruido que hizo con la nariz y me puse nerviosa al saber que estaba llorando. Me senté en el suelo, a los pies de la cama, para observarlo.

—Marcos, lo siento… Solamente quería pedirte disculpas por lo de la sala y decirte que… —Pero él dijo enseguida.

—No quiero escuchar una disculpa donde nunca hubo nada que disculpar.

—Pensé que podría venir y hablar contigo de lo ocurrido y de tu reacción.

De repente hubo un silencio incómodo. Marcos ya no tenía el celular en el rostro, pero miraba el techo, como buscando algún hilo que pudiera unir todas sus palabras en una sola oración.

—La nena de la foto era Valeria, mi hija de cuatro años. La mataron hace casi dos años en un ataque de los Olvidados. Entraron a nuestra propia casa y la asesinaron solo porque sí… Nada más que eso. Esa mañana, salí temprano a trabajar al hospital y, a la tarde, ya mi vida dejó de ser la misma, hasta el día de hoy. Los Olvidados odian a los hijos amados, a los hijos biológicos. No importa si son niños pequeños, ellos lo liquidan todo.

Esta vez, una lágrima bajaba desde su ojo izquierdo para esconderse dentro de la oreja.

—¿Y hoy por qué decidiste estar acá?

—Ya no tengo nada allá arriba por lo cual deba luchar. Prefiero estar aquí abajo, con una oportunidad de ver crecer a alguien de nuevo.

—¿Eres hijo biológico de tus padres?

—Sí. Valeria también lo era.

—Yo… soy un embrión.

Otra vez, otro silencio incómodo. Esta vez, Marcos giró y su cabeza se apoyó en un brazo, para verme, esta vez él a mí.

—Personas como tú mataron a mi hija —lo dijo en un tono tranquilo, pero que me dio miedo.

—Marcos, yo no soy como esas personas.

Volvió a acostarse de nuevo, boca arriba, mirando al techo, de nuevo buscando la manera de hilar sus palabras. Yo me adelanté a hablar.

—Mi mamá y yo sufrimos un accidente hace muchos años por culpa de los Olvidados. El fuego producido por una bomba casera hizo que hoy mi madre tuviera el cuero cabelludo y la espalda quemados casi en un setenta por ciento. Fue mi especie contra mi especie. Así que creo que no merezco tu desprecio, porque vine a hacer lo mismo que tú viniste a hacer.

Cada vez que uno de los dos iba a decir algo, la conversación se pausaba por unos treinta segundos.

—No puedo sacarme de la cabeza el no haber pasado más tiempo con mi familia. Es un castigo que llevo en el pecho y que dudo que pueda acabarse.

—La señal de tu familia es que hoy estés acá en busca de una nueva oportunidad. Abigaíl y yo seremos tu familia. Obviamente, no es lo mismo, lo sé. Pero nos vamos a ayudar entre todos para sanar. Creo que nos eligieron a los tres por algo, para estar acá. ¿No estás ansioso por saber cómo será la persona que vas a cuidar?

—Me da miedo…

—Todo comienza con un miedo.

VI

El día dos de nuestra convivencia comenzaba a ser más animado. Marcos y Abigaíl se levantaron a media mañana. Yo no podía dormir desde las cinco. Una tenue luz led amarillenta coloreaba las molduras de la habitación, simulando que el sol salía por el horizonte. A menos de que no se lo pidiera a Robot (como decidimos llamarlo), él no la quitaría. Pero creo que era un lindo efecto.

Me levanté y vi en el mapa holográfico que todo iba en orden. Mis compañeros, entonces, se encontraban cada uno en su habitación. Mientras chequeaba que todo estaba bien, tomé mi teléfono y les envié un mensaje a mis padres.

La separación con mis padres había sido dura, pero ellos ya tenían a Víctor, otro hermano embrión que había llegado hacía unos años a casa. Mi hermano no me perdonaba que hubiera dejado a mis padres, pero eso no cambiaba el amor que le tenía.