Romance de invierno - Raeanne Thayne - E-Book
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Romance de invierno E-Book

Raeanne Thayne

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Beschreibung

Caidy Bowman disfrutaba de una vida plena… cuando una terrible tragedia la obligó a esconderse del mundo. Ahora se conformaba con cuidar a los animales del rancho familiar, pero la llegada del viudo Ben Caldwell y sus dos hijos a Pine Gulch, le hicieron desear algo más que una vida en la sombra… Ben necesitaba un lugar en el que pasar las Navidades y en el que su familia pudiera superar su propia pérdida. ¡En absoluto estaba buscando de nuevo el amor! Sin embargo, los brillantes ojos verdes de Caidy Bowman y su dulce sonrisa le llegaron al corazón y le hicieron tener esperanza en el futuro.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 RaeAnne Thayne

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Romance de invierno, n.º 2030 - noviembre 2014

Título original: A Cold Creek Noel

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5602-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

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Capítulo 1

Vamos, Luke. Vamos, amigo. Aguanta.

El limpiaparabrisas quitaba la nieve del cristal mientras Caidy Bowman recorría las calles de Pine Gulch, Idaho, en una tormentosa tarde de diciembre. Habían caído solo unos centímetros de nieve, pero las carreteras resultaban peligrosas al estar resbaladizas. Por un momento se arriesgó a levantar la mano del volante de su furgoneta para acariciar al animal lloroso que iba sentado en el asiento del copiloto.

—Ya casi hemos llegado. Te pondrás bien, te lo juro. Aguanta, amigo. Solo unos minutos más. Eso es todo.

El pequeño border collie la miró con una confianza que no merecía, ella frunció el ceño y se sintió culpable.

Las lesiones de Luke eran culpa suya. Debería haberlo vigilado. Sabía que el cachorro era muy curioso y que no solía hacerle caso cuando se proponía investigar algo.

Caidy estaba trabajando en el problema de la obediencia, y habían hecho avances las últimas semanas, pero un momento de desatención podía ser desastroso, como había quedado demostrado en la última hora. No sabía si sería irresponsabilidad o arrogancia por su parte al pensar que entrenarlo ella sola sería suficiente. En cualquier caso, debería haberlo mantenido alejado del redil de Festus. El toro era un animal con mal genio y no le gustaba que los pequeños border collies se acercaran a husmear en su terreno.

Alertada por los ladridos de Luke y después por los gruñidos furiosos del toro, Caidy había llegado corriendo justo a tiempo de ver como el viejo Festus golpeaba a Luke con las patas traseras, lo que había provocado la rotura de algún hueso.

Apretó el volante con fuerza y maldijo en voz baja cuando el último semáforo antes de llegar al veterinario se ponía amarillo cuando ella estaba aún demasiado lejos para cruzarlo. Estuvo casi tentada de saltárselo. Incluso aunque la detuvieran por saltarse un semáforo en rojo en Pine Gulch, probablemente podría librarse de la multa, teniendo en cuenta que su hermano era el jefe de policía y comprendería que se trataba de una emergencia. Sin embargo, si la paraban, supondría un retraso inevitable y no tenía tiempo para eso.

La luz del semáforo cambió al fin y ella aceleró sin dudar.

Finalmente llegó al edificio donde se encontraba la clínica veterinaria de Pine Gulch y aparcó la furgoneta junto a la puerta lateral, pues sabía que desde ahí tardaría menos en llegar a la consulta.

Pensó en entrar ella misma con el perro, pero a su hermano Ridge y a ella ya les había costado un gran esfuerzo ponerle una manta debajo y trasladarlo hasta el asiento de la furgoneta. Decidió que los de la clínica podrían sacar allí la camilla.

—Voy a pedir ayuda —le dijo acariciándole el cuello a Luke—. Tú aguanta aquí.

El perro gimoteó de dolor y ella se mordió el labio con fuerza mientras intentaba controlar el miedo. Quería a aquel perrito, aunque fuese un cotilla.

El animal confiaba en ella para que cuidara de él, y Caidy se negaba a dejarlo morir.

Corrió hacia la puerta delantera e ignoró el aguanieve que le golpeaba la cara a pesar de llevar el sombrero puesto.

Sintió el aire caliente al abrir la puerta.

—Hola, Caidy —dijo una mujer con pijama verde mientras corría hacia la puerta—. Has tardado poco desde River Bow.

—Hola, Joni. Puede que haya infringido algunas normas de tráfico, pero es una emergencia.

—Después de que llamaras, he advertido a Ben de que venías y cuál era la situación. Está preparado. Le diré que has llegado.

Caidy esperó y sintió el paso de cada segundo a medida que pasaba el tiempo. El nuevo veterinario llevaba solo unas semanas en el pueblo y ya había hecho cambios en la clínica. Tal vez estuviera siendo pesimista, pero le gustaba más cuando el doctor Harris llevaba la clínica. La zona de recepción parecía diferente. El alegre amarillo de las paredes había sido sustituido por un blanco aburrido, y el viejo sofá y las sillas habían dado paso a unos bancos modernos cubiertos de vinilo. En un rincón había un muestrario de regalos navideños apropiados para veterinarios, incluyendo un enorme calcetín lleno de juguetes y un hueso de cuero gigante que parecía sacado de un dinosaurio.

Lo más significativo era que antes la recepción estaba abierta, pero ahora se ocultaba tras un medio muro con la parte de arriba de cristal.

Desde un punto de vista eficiente, tenía sentido modernizar, pero a ella le gustaba más el aspecto acogedor y desgastado de antes.

Aunque en aquel momento no le importase nada de aquello, teniendo a Luke en la camioneta, herido y probablemente asustado.

¿Dónde se había metido el veterinario? ¿Estaría haciéndose las uñas? Solo había pasado un momento, pero cada segundo era vital. Justo cuando estaba a punto de llamar a Joni para ver por qué tardaban tanto, se abrió la puerta de la consulta y apareció el nuevo veterinario.

—¿Dónde está el perro? —preguntó abruptamente, y a ella le pareció ver a un hombre moreno de ceño fruncido vestido con un pijama azul.

—Sigue en mi furgoneta.

—¿Por qué? No puedo tratarlo ahí.

—Sí, eso ya lo sé —contestó Caidy intentando sonar civilizada—. No quería moverlo. Temo que se le haya podido romper algo.

—Creía que había sangre de por medio.

Caidy no estaba segura de qué le había dicho exactamente a Joni al llamar para decir que iba de camino.

—Al final ha terminado debajo de un toro. No sé si eso ha sido antes o después de que el otro perro le pisoteara.

El veterinario apretó la boca.

—Un perro joven no tiene por qué andar correteando suelto cerca de un toro peligroso.

—Tenemos un rancho de ganado en River Bow, doctor Caldwell. Estos accidentes ocurren.

—No deberían ocurrir —respondió él antes de darse la vuelta y volver a entrar en la consulta.

Ella lo siguió y deseó que el doctor Harris estuviera allí. El viejo veterinario se había encargado de todos los perros que ella había tenido, desde su primer border collie, Sadie, que aún tenía.

El doctor Harris era su amigo y su mentor. Si hubiera estado allí, le habría dado un abrazo con olor a linimento y a caramelos de cereza, y le habría prometido que todo saldría bien.

El doctor Ben Caldwell no se parecía en nada al doctor Harris. Era desagradable y arrogante, y ya le caía mal.

El veterinario la miró con una mezcla de sorpresa y desagrado al ver que lo había seguido desde la sala de espera hasta la consulta.

—Por aquí es más rápido —explicó ella—. He aparcado junto a la puerta lateral. Pensé que sería más fácil transportarlo en una camilla desde ahí.

Él no dijo nada, simplemente salió por la puerta lateral que ella había señalado. Caidy fue tras él, preguntándose cómo el reino animal de Pine Gulch sobreviviría sin la compasión y el cariño por el que era conocido el doctor Harris.

Sin esperarla, el veterinario abrió la puerta de la furgoneta. Mientras ella miraba, fue como si de pronto un hombre diferente se hiciera cargo de la situación. Sus rasgos severos parecieron suavizarse y hasta pareció que sus hombros se relajaban.

—Hola, muchacho —le susurró al perro desde la puerta abierta del vehículo—. Te has metido en un buen lío, ¿verdad?

A pesar del dolor, Luke respondió al desconocido intentando agitar el rabo. No había sitio para ambos en el asiento del copiloto, de modo que ella se acercó al lado del conductor y abrió la puerta para ayudar a sacar al animal de allí. Para cuando quiso hacerlo, el doctor Caldwell ya había colocado otra manta debajo de Luke y tenía los bordes agarrados.

Se fijó en que tenía las manos grandes, y la marca blanquecina en un dedo, que indicaba que en otra ocasión había llevado anillo de boda.

Sabía algo de él gracias a los cotilleos que circulaban por el pueblo. Era difícil no enterarse cuando se alojaba en el hotel Cold Creek, regentado por su cuñada, Laura, casada con su hermano Taft.

Laura normalmente no chismorreaba sobre sus huéspedes, pero la semana anterior, durante la cena, su hermano Trace, que como jefe de policía se encargaba de averiguarlo todo sobre cualquier recién llegado al pueblo, la había interrogado con tanta maestría que probablemente Laura no supiese qué cosas había contado.

Gracias a esa conversación, Caidy había descubierto que Ben Caldwell tenía dos hijos, una niña y un niño, de nueve y cinco años respectivamente, y que era viudo desde hacía dos años.

A todo el mundo le resultaba un misterio por qué había decidido instalarse en un pueblo tranquilo como Pine Gulch. Según su experiencia, la gente que aparecía en aquel rincón perdido de Idaho, al refugio de las Montañas Rocosas, estaba buscando algo o huyendo de algo.

Se recordó a sí misma que aquello no era asunto suyo. Lo único que le importaba era cómo tratase a los perros. A juzgar por cómo movía las manos sobre las lesiones de Luke, parecía competente e incluso cariñoso, al menos con los animales.

—Muy bien, Luke. Tú quédate quieto. Buen chico —le dijo al animal con voz calmada—. Ahora vamos a moverte. Tranquilo.

Le pasó a ella la camilla a través de la cabina de la furgoneta y después agarró de nuevo la manta para hacer el traspaso.

—Voy a levantarlo ligeramente y así podrá deslizar la tabla por debajo. Despacio. Sí. Así.

Caidy tenía experiencia en trasladar animales heridos. Años de experiencia. Le molestaba que la tratara como si no supiera nada sobre ese tipo de emergencias, pero no le pareció el momento adecuado para corregirle.

Juntos llevaron la camilla hasta la consulta y dejaron al perro sobre la mesa.

No le gustaba el dolor que veía en los ojos de Luke. Le recordaba mucho a la mirada de Lucky, el pequeño beagle de su hermano Taft, después del accidente de coche que había estado a punto de acabar con su vida.

Se recordó a sí misma que ahora Lucky era feliz. Vivía con Taft, con Laura y con sus dos hijos en casa de Taft, junto al comienzo del cañón de Cold Creek, y se creía el rey del mundo. Si Lucky había podido sobrevivir a eso, no veía razón por la que Luke no pudiera hacer lo mismo.

—Tiene una perforación bastante fea. De al menos dos o cuatro centímetros de profundidad. Me sorprende que no sea más profunda.

Eso era porque había conseguido poner a Luke a salvo antes de que Festus terminara con él.

—¿Y la pata? ¿Puede salvarla?

—Tendré que hacerle una radiografía antes de poder responder a eso. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar con el tratamiento?

Le llevó unos segundos darse cuenta de lo que estaba preguntándole. Una de las cosas difíciles de la vida de un veterinario era saber que, aunque el doctor tuviera el poder para salvar al animal, a veces el dueño no podía permitirse pagar el tratamiento.

—Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario —respondió Caidy—. No me importa el precio. Usted haga lo que tenga que hacer.

Él asintió sin dejar de mirar al perro.

—Sin importar lo que salga en la radiografía, el tratamiento va a durar varias horas. Puede irse. Déjele su número a Joni y le diré que la llame cuando sepa más.

—No. Esperaré aquí.

La sorpresa que vio en sus ojos azules le molestó tremendamente. ¿Pensaba que iba a abandonar a su perro allí con un desconocido durante un par de horas para irse a la peluquería?

—Usted decide.

—Puedo ayudarle aquí. Tengo cierta… experiencia y a veces ayudaba al doctor Harris. De hecho trabajé aquí cuando era adolescente.

Si su vida hubiera salido más acorde con sus planes, tal vez habría sido ella quien se hiciera cargo de la clínica del doctor Harris, aunque esperaba no ser tan amargada y desagradable como aquel nuevo veterinario.

—No será necesario —contestó el doctor Caldwell—. Joni y yo podemos hacernos cargo. Si insiste en esperar, puede tomar asiento en la sala de espera.

Menudo imbécil. Caidy habría podido insistir. Al fin y al cabo iba a pagar por el tratamiento. Si quería quedarse junto a su perro, el desconsiderado doctor Ben Caldwell no podría hacer nada por impedirlo. Pero no quería perder tiempo y poner en peligro el tratamiento de Luke.

—De acuerdo —murmuró. Se dio la vuelta y abrió las puertas que daban a la sala de espera.

Tras enviarle un mensaje a Ridge para ponerle al corriente de la situación y recordarle que tendría que recoger a su hija, Destry, de la parada del autobús del colegio, se dejó caer en uno de los incómodos bancos grises y agarró una revista de la mesita.

Estaba hojeando la revista sin prestar atención a los titulares cuando se oyeron las campanitas de la puerta y un niño de unos cinco años entró corriendo, seguido de una niña algo mayor.

—¡Papá! ¡Estamos aquí!

—Shh —una mujer rechoncha y jovial que debía de tener sesenta y pocos años entró detrás de los niños—. Sabes que no debes gritar, jovencito. Puede que tu padre esté atendiendo a algún animal.

—¿Puedo ir a buscarlo? —preguntó la niña.

—Dado que Joni tampoco está aquí, deben de estar los dos ocupados. No querrá que le molesten. Sentaos aquí y yo iré a decirle que estamos aquí.

—Podría ir yo —insistió la niña a regañadientes, pero se sentó en el banco que había frente a Caidy.

De tal palo, tal astilla, pensó ella. Obviamente aquella era la familia del nuevo veterinario y su hija, al menos, parecía compartir con su padre algo más que los ojos azules.

—Siéntate —le ordenó a su hermano. El niño no le sacó la lengua a su hermana, pero estuvo a punto. Se limitó a ignorarla y se colocó justo delante de Caidy.

El niño tenía pico de viuda en el pelo y los ojos azules y muy grandes. Un rasgo de los Caldwell, aparentemente.

—Hola —le dijo con una sonrisa—. Soy Jack Caldwell. Mi hermana se llama Ava. ¿Quién eres tú?

—Yo me llamo Caidy —respondió ella.

—Mi padre es médico de perros.

—No solo de perros —le corrigió su hermana—. También atiende a gatos. A veces incluso caballos y vacas.

—Lo sé —dijo Caidy—. Por eso estoy aquí.

—¿Tu perro está enfermo? —preguntó Jack.

—Más o menos. Le han hecho daño en nuestro rancho. Vuestro padre está curándole ahora.

—Es muy bueno —dijo la niña con orgullo evidente—. Apuesto a que tu perro se pondrá bien.

—Eso espero.

—A nuestro perro le atropelló un coche una vez y mi padre le curó y ahora está mucho mejor —explicó Jack—. Bueno, aunque ahora solo tiene tres patas. Se llama Tri.

—Tri significa «tres» —le informó Ava con un tono arrogante—. Ya sabes, igual que un triciclo tiene tres ruedas.

—Es bueno saberlo.

Antes de que los niños pudieran decir algo más, la mujer mayor regresó a la sala de espera con una sonrisa triste.

—Parece que estamos solos para cenar, chicos. Vuestro padre está ocupado curando a un perro herido y va a tardar un rato. Iremos a comprar algo de cena y después volveremos al hotel para hacer los deberes antes de acostarnos.

—Se hospedan en el hotel Cold Creek, ¿verdad? —preguntó Caidy.

La otra mujer asintió con cierto recelo.

—Perdón, ¿nos conocemos?

—Soy Caidy Bowman. Mi cuñada Laura lleva el hotel.

—¿Eres la hermana del jefe Bowman? —Caidy advirtió en ella un tono amistoso casi de inmediato. El encandilador de su hermano tenía ese efecto en las mujeres, sin importar su edad.

—Así es. Ambos jefes Bowman —con un hermano jefe de policía y otro al frente del cuerpo de bomberos, nada excitante ocurría en el pueblo sin que alguien de su familia se viese implicado.

—Me alegro mucho de conocerte. Soy Anne Michaels, el ama de llaves del doctor Caldwell. O lo seré cuando por fin se instale en su casa. Como el servicio de limpieza se encarga de nuestras habitaciones en el hotel, no tengo mucho más que hacer. Supongo que ahora mismo solo soy la niñera.

—Ah.

—El doctor Caldwell se está construyendo una casa en la carretera de Cold Creek. Se suponía que debía terminar la semana pasada, pero el contratista tuvo algunos problemas y aquí estamos. Seguimos en el hotel. Que es precioso, no me malinterpretes, pero no deja de ser un hotel. Después de tres semanas, estamos todos un poco cansados. Y ahora parece que vamos a seguir ahí hasta después de Año Nuevo. Las Navidades en un hotel. ¿Te lo puedes imaginar?

—Debe de ser muy frustrante para todos vosotros.

—No lo sabes bien. Dos niños en un hotel, incluso en dos habitaciones, durante tantas semanas es demasiado. Necesitan espacio para correr. Les pasa a todos los niños. En San José, los niños tenían un jardín enorme, con piscina y columpios como los de cualquier parque.

—¿Entonces sois de California?

Anne Michaels asintió.

Anne observó a los niños, que no les prestaban ninguna atención mientras jugaban con una videoconsola que Ava había sacado de su mochila.

—Sí. Yo soy de California. Nací y me crié allí. El doctor Caldwell no. Él es del este. De Chicago. Pero lo dejó todo sin mirar atrás para irse al oeste a estudiar veterinaria en UCDavis. Y ahí es donde conoció a la difunta señora Caldwell. Me contrataron para ayudar con la casa cuando ella estaba embarazada del pequeño Jack, y llevo con ellos desde entonces. Los pobres niños me necesitaban más que nunca después de que su madre muriera. El doctor Caldwell también. Fue una época terrible.

—Me lo imagino.

—Cuando decidió mudarse a Idaho, me dio la opción de dejar el trabajo con buenas recomendaciones, pero no podía hacerlo. Quiero a esos niños, ¿sabes?

Caidy lo entendía bien. Quería a su sobrina Destry como si fuera suya. Había desarrollado un fuerte vínculo con ella después de que su madre los abandonara a Ridge y a ella.

—Claro que sí.

De pronto Anne Michaels negó con la cabeza.

—Mírame, divagando con una desconocida. Estar metida en ese hotel durante tantas semanas está volviéndome loca.

—Tal vez podáis encontrar algo de alquiler mientras terminan la casa —sugirió Caidy.

—Eso era lo que yo deseaba hacer, pero Ben no cree que podamos encontrar a nadie dispuesto a alquilarnos una casa solo durante unas semanas, y menos durante las Navidades.

Caidy pensó en la casa del capataz, que llevaba vacía seis meses, desde que la joven pareja de recién casados que Ridge había contratado para ayudar en el rancho se mudara a trabajar a otro rancho de Texas.

Estaba amueblada con tres dormitorios y probablemente satisfaría las necesidades de los Caldwell, pero no sabía si mencionarlo. No le caía bien el veterinario. ¿Por qué iba a querer que viviese solo a cuatrocientos metros?

—Podría preguntar por ahí. En el pueblo hay algunos lugares de vacaciones que podrían estar disponibles. Al menos así tendréis algo de tranquilidad durante las Navidades, hasta que la casa esté terminada.

—¡Qué amable por tu parte! —exclamó la señora Michaels.

Caidy se sintió culpable. Si fuera realmente amable, les habría ofrecido la casa del capataz de inmediato.

—Todos en Pine Gulch están siendo muy amables con nosotros —continuó la mujer.

—Espero que os sintáis como en casa.

—Entonces, supongo que el perro al que está atendiendo el doctor Caldwell es tuyo.

Caidy asintió.

—Ha tenido una pelea con un toro. Cuando enfrentas a un perro de dieciocho kilos con un toro que pesa una tonelada, normalmente gana el toro.

—Es un gran veterinario, querida. Estoy segura de que tu mascota se pondrá bien enseguida.

Los border collies del rancho de River Bow no eran exactamente mascotas, eran una parte vital del trabajo. Salvo Sadie, que estaba demasiado mayor para llevar al ganado.

—Tengo hambre, señora Michaels. ¿Cuándo vamos a comer? —aparentemente aburrido del videojuego, Jack se había acercado a ellas.

—Creo que a vuestro padre le queda un rato. ¿Por qué no nos vamos Ava, tú y yo a buscar algo? Quizá podamos cenar en el café esta noche. Será divertido, y además podremos comprar algo para vuestro padre.

—¿Puedo tomar un rollito dulce? —preguntó Jack con la cara iluminada.

—Ya veremos —contestó el ama de llaves riéndose—. Creo que la venta de rollitos dulces del café se ha triplicado desde que llegamos al pueblo, y todo gracias a ti.

—Están deliciosos —convino Caidy.

La señora Michaels se puso en pie con el crujido de algunas articulaciones.

—Ha sido un placer conocerte, Caidy Bowman.

—Yo también me alegro de conocerte. Y estaré atenta por si veo algo en alquiler.

—Tendrás que hablar de eso con el doctor Caldwell, pero gracias.

La mujer parecía eficiente, pensó Caidy mientras la veía llevar a los niños hacia la puerta.

La recepción se quedó más desolada cuando se marcharon. Aunque eran poco más de las seis, ya había oscurecido, pues era uno de los días más cortos del año. Caidy siguió hojeando la revista un poco más hasta que la cerró y volvió a dejarla sobre la pila.

Maldición. Su perro estaba ahí dentro. No podía quedarse allí sentada sin hacer nada. Al menos se merecía saber qué estaba pasando. Reunió valor, tomó aliento y abrió la puerta.

Capítulo 2

Ben aplicó el último punto para cerrar la herida y notó el dolor de cabeza y la rigidez en los hombros después de un día muy largo de trabajo que había empezado con una llamada de emergencia para tratar a un caballo enfermo a las cuatro de la mañana.

Le hubiera encantado pasar la noche con sus hijos y después pasar unas horas viendo el baloncesto en la televisión del hotel. Incluso, aunque tuviera que poner bajo el volumen para no despertar a Jack, la idea le resultaba apetecible.

La última semana había sido dura y ajetreada. Aunque se recordó a sí mismo que aquello era lo que deseaba. A pesar de que el trabajo fuese pesado, por fin tenía la oportunidad de construir su propia clínica, de establecer nuevas relaciones y de formar parte de una comunidad.

—Ya está. Eso debería bastar por ahora.

—Qué desastre. Tras ver lo cercana al hígado que era la incisión, no puedo creer que haya sobrevivido —comentó Joni.

Ben no quería admitir delante de su ayudante que el estado del perro seguía siendo delicado.

—Creo que lo conseguirá —continuó ella, siempre optimista—. No como el pobre Terranova de antes.

Recordó su frustración de aquella tarde mientras empezaba a vendar la herida. Había sido una tragedia. El hermoso perro había saltado de la parte de atrás de una camioneta en marcha y había sido atropellado por el coche que iba detrás.

Ese perro no había tenido tanta suerte como Luke. Sus lesiones eran muy graves y había muerto en aquella misma mesa.

Lo que realmente le había molestado era la actitud del dueño, más preocupado por la pérdida del dinero que había invertido en el animal que por la pérdida del mismo.

—Ninguno de los accidentes habría tenido lugar de no haber sido por la irresponsabilidad de los dueños.

Joni, que se encontraba limpiando el desastre que quedaba siempre después de una intervención, lo miró algo sorprendida por su vehemencia.

—Estoy de acuerdo en el caso de Artie Palmer. Es un idiota al que no debería permitírsele tener animales. Pero no es el caso de Caidy Bowman. Es la última a la que yo llamaría una dueña irresponsable. Entrena a perros y a caballos en el rancho River Bow. Nadie de por aquí lo hace mejor que ella.

—Pues a este no le ha entrenado muy bien, ¿no? Si ha salido corriendo y se ha encontrado con un toro.

—Parece que no.

Ben se dio la vuelta al oír la nueva voz y encontró a la dueña del perro de pie en la puerta. Él maldijo para sus adentros. Pensaba lo que decía, pero no hacía falta decírselo a ella a la cara.

—Creí haberle sugerido que esperase en la otra habitación.

—¿Sugerido? ¿Así llaman a eso los veterinarios de ciudad? —se encogió de hombros—. A mí no se me da muy bien hacer lo que me dicen, doctor Caldwell.

En algún momento mientras curaba a su perro, Ben se había dado cuenta de que había actuado como un imbécil con ella. Nunca insistía en que los dueños esperasen fuera de la consulta, a no ser que pensara que pudieran ser sensibles. ¿Por qué entonces había cambiado su política con Caidy Bowman?

Algo en ella le ponía un poco nervioso. No sabía qué era, pero podría tener algo que ver con aquellos ojos de un verde imposible y la dulce inclinación de su boca.

—Acabamos de terminar. Iba a llamarla.

—Entonces, me alegro de haber desobedecido su sugerencia. ¿Puedo?

Él le hizo un gesto para que pasara y ella se acercó a la mesa, donde el perro seguía tumbado bajo los efectos de la anestesia.

—Aquí está mi chico. Oh, Luke —le acarició la cabeza al animal y este abrió levemente los ojos antes de volver a cerrarlos.

—Tardará al menos media hora más hasta que se le pase el efecto de la anestesia, y después tendremos que dejarlo aquí, al menos esta noche.

—¿Alguien se quedará con él?

En su clínica de San José, un técnico y él solían turnarse cada pocas horas durante la noche cuando tenían perros muy enfermos ingresados, pero todavía no había tenido tiempo de contratar al personal suficiente.

Asintió y vio como se esfumaban sus planes de una cena tranquila viendo el baloncesto en la habitación del hotel. Últimamente se había acostumbrado al camastro que tenía en su despacho. ¿Qué haría sin la señora Michaels?

—Alguien estará aquí con él. No se preocupe.

Ella pareció sorprendida. Al principio Ben no entendió por qué, pero después se dio cuenta de que estaba reaccionando a su amabilidad. Debía de haber sido un auténtico imbécil con ella.