Sade - Natalia Zorrilla - E-Book

Sade E-Book

Natalia Zorrilla

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Beschreibung

Enfrentarse a la lectura de la obra del marqués de Sade (1740-1814) implica descender hacia la mazmorra más infecta de la historia de la filosofía. Irreverente y revulsivo, Sade como filósofo desarrolla una visión del mundo que resulta intolerable para la mayoría de las figuras hegemónicas de la disciplina: nada existe en el universo más que el puro mecanismo ciego de la materia en movimiento. Se trata de un todo increado donde la noción de Dios no tiene lugar, ya que esta no es más que una ficción estúpida cuyo éxito da cuenta de la debilidad psíquica de la humanidad. Si bien para fines del siglo XVIII, la conjunción entre materialismo y ateísmo ya había sido planteada, el marqués radicaliza la posición de sus predecesores y convierte ese materialismo ateo en una filosofía amoralista y anti-jerárquica, que dramatiza a través de sus tramas crueles y obscenas. En ello consiste justamente su revuelta: en haberle dado vida al amoralismo, articulándolo en sus escritos como una filosofía triunfante.

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Sade

SadeEstudio preliminar, selección y traducción de textos de

NATALIA ZORRILLA

Índice de contenido
Portadilla
Legales
Estudio preliminar
La revuelta de Sade
I. Filosofía obscena contra la jerarquización de los goces
En tinta invisible
La circulación de los saberes filosóficos clandestinos en el Siglo de las Luces
Un ateísmo cruel: crítica y parodia
Gozarlo todo hasta que la especie humana se acabe
Filosofía para corderos
Filosofía para lobas
II. Materialismo ateo contra las jerarquías en el mundo natural
La sobriedad sadeana contra las quimeras
Fabuloso, irónico, festivo: el ateísmo sadeano contra la sobriedad
Mutilaciones y suturas filosóficas: un materialismo monstruoso
Una Naturaleza dinámica e imperturbable
El sistema de la nada
La insurrección de la voracidad y la anarquía del movimiento perpetuo
Bestiario filosófico-político
III. Legados
Divinización, campos de exterminio, mierda que no d/huele
Sade en Hispanoamérica: un marqués y una marquesa vernáculos
Selección de textos
I. Contra la jerarquización de los goces
La intimidad de un filósofo
El autor de Justine
El monstruo Sade
Estéticas del vicio
Mente y cuerpo: el golpe del tambor
La fiesta de los goces; el ocaso del amor
El consuelo de la apatía
Alcances y límites de la filosofía
II. Contra las jerarquías en el mundo natural
La nocividad de la religión
Explicaciones naturalistas y razonadas de las religiones
Te invocamos, Señor
Paridad axiológica
Las nadas de Sade
El culto libertino de la destrucción
Fuertes y débiles
Biopolítica y gobierno
Cuando Sade quiso ser revolucionario
III. La digestión póstuma del banquete sadeano
La noche ética que nos fue legada
Manes sadeanos hispanoamericanos
Bibliografía
Agradecimientos

Colección La revuelta filosófica

Dirigida por Lucas Soares

Marqués de Sade

Sade / Marqués de Sade ; Compilación de Natalia Zorrilla. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-556-879-6

1. Filosofía Moderna. I. Zorrilla, Natalia, comp. II. Título.

CDD 194

Corrección: Martín Felipe Castagnet Diseño de tapa e interior: Margarita Monjardín ©2022, Natalia Zorrilla ©2022, RCP S.A.

Digitalización: Proyecto451

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

ESTUDIO PRELIMINAR

LA REVUELTA DE SADE

En la prisión de la Bastilla, Sade habitaba la llamada “torre de la Libertad”. Más de doscientos años después de su deceso, su voz reverbera aún dentro de la torre de marfil de la historia de la filosofía. Para poder dialogar con él, es necesario descender a las mazmorras de la disciplina, desde donde el marqués produce sus ideas.

Sade como filósofo resulta ser una figura controvertida, amada y despreciada, pero sobre todo indefinible bajo los mismos criterios con los que identificaríamos a un filósofo perteneciente al canon occidental. Él desarrolla en muchas de sus obras una visión de mundo que resulta intolerable para la mayoría de las figuras hegemónicas de la disciplina, una visión que estas figuras se resisten a considerar abiertamente y contra la cual erigen sus sistemas de pensamiento. Podríamos sintetizarla de la siguiente manera: nada existe en el universo sino el puro mecanismo ciego de la materia en movimiento; todo es devorado por el dinamismo sin sentido del cambio.

En una historia de la filosofía signada por la exaltación y la divinización de lo inmaterial, lo corpóreo solo se tolera en tanto esté sometido a un principio inteligible superior, distinto de él, que lo cree, lo rija o lo ordene de alguna forma. Sade subvierte esta valoración negativa de la materia y el cuerpo, liberándolos de su tradicional amo conceptual: Dios. Este no será en sus escritos más que una ficción estúpida, cuyo éxito da cuenta de la debilidad emocional e intelectual de la humanidad.

Consecuente con la matriz teórica materialista que pregona, el marqués propone una filosofía encarnada: nos invita a concebir las ideas teórico-filosóficas como expresiones de múltiples personajes ficcionales, surgidas cada una de ellas de la materialidad de sus cuerpos; sus contenidos y su formulación se determinan a partir de la configuración misma de la corporalidad en donde se originan. Así entendidas, las ideas son siempre provisorias, imperfectas, productos de las circunstancias: excreciones, desechos que luego serán digeridos por otras mentes. De aquí que Sade haya elegido géneros como la novela o el diálogo filosófico para dar a conocer tal matriz teórica materialista, que se manifiesta en su obra ante todo como una poética filosófica.

Si bien él se identificaba a sí mismo como “filósofo” (philosophe), solía hacerlo con un insoslayable humor irónico, propio de su escritura. Como hombre, tampoco es sencillo definirlo. A este polifacético personaje ni siquiera puede identificárselo con un único nombre o un único título –síntoma de sus múltiples identidades–. Al nacer, en 1740, sus padres lo llaman Louis Aldonze Donatien. Luego, por algún error administrativo durante su bautismo, se lo registra como Donatien Alphonse François (es con este nombre cristiano y sus iniciales, D. A. F., con los que firmará algunas de sus obras). Durante sus años de juventud, desarrolla una furiosa y proterva sexualidad y una pasión incontenible por el teatro y las letras. Tras su paso por el ejército, se casa en 1763 con Renée-Pélagie de Montreuil. Unos meses después, una mujer llamada Jeanne Testard lo acusa de blasfemia y sodomía; la denuncia, en la que Sade aparece nombrado como “el susodicho particular”, constituye una de las primeras referencias a este en lenguaje policial.

Los “affaires” sexuales penales se multiplican y el joven libertino alterna entre relativamente breves períodos en prisión y la libertad, obtenida en algunos casos por medio de erráticas fugas. Durante su huida a Italia con su cuñada y amante Anne-Prospère se hace llamar “Conde de Mazan”. (1) Esta transgresión (entre muchas otras) le vale la ira de su suegra y una orden del Rey por la que lo encierran por tiempo indeterminado y sin necesidad de juicio en las prisiones de Vincennes y la Bastilla desde 1777 hasta 1790, con un sustancioso prontuario criminal ya consolidado. (2) El marqués se aferra durante su encierro a la lectura y la escritura: desarrolla su ensayística filosófica y su escritura de ficción. Uno de los cuadernos borradores de la época de Vincennes anuncia en letra manuscrita: “Estas notas son de la mano del infame Marqués de Sade”.

La Revolución lo libera para luego volver a condenarlo. Entre 1790 y 1793, vivirá con su desde entonces pareja, Marie-Constance Reinelle (viuda del Sr. Quesnet), en una de las secciones más radicales de París: Piques. Allí interviene comprometidamente como secretario y presidente y redacta varios escritos políticos a favor del movimiento revolucionario. Se hará llamar entonces “Louis Sade” y “ciudadano Sade”. El dossier de acusación por el que lo encarcelan en diciembre de 1793, liberándolo posteriormente a la caída de Robespierre casi un año después, se titula “Aldonze Sade Ex Noble y Conde / Hombre de letras y oficial de caballería / Acusado de conspiración contra la República”. (3)

Por razones aún indeterminadas, elude la guillotina. En 1795 es liberado y se dedica de lleno a las letras, aunque sin demasiado éxito. Su economía y su salud empeoran significativamente. Durante este período, crea las obras filosóficamente más incisivas a las que tenemos acceso hoy en día.

Para entonces, el declive de la reputación de Sade era imparable. Pocos años antes de su nuevo arresto en 1801 se publica en un periódico titulado El tribunal de Apolo, en 1798, un falso obituario que lo supone fallecido:

SADES (el ex-Conde de). El solo nombre de este infame escritor expide un olor cadavérico que mata la virtud e inspira el horror. Es el autor de la atroz novela Justine o las desgracias de la virtud,en 4 vols. in-18, fig. No se sabe cuál merece más ser quemado, si la obra o el autor. Ambos merecen ser destruidos, y desgraciadamente no lo serán ni uno ni otro. Es entonces verdadero que

¡El crimen como la gloria

conducen a la inmortalidad! (4)

El título “Conde de Sade” reaparece en el inventario de sus pertenencias, redactado en Charenton, el asilo para pacientes psiquiátricos en donde lo encierran definitivamente desde 1803 hasta su muerte en diciembre de 1814. (5) El motivo oficial que se alega para justificar este nuevo encarcelamiento es “demencia libertina”, aunque en realidad se debía a que lo habían descubierto in fraganti entregando a su editor manuscritos licenciosos varios, entre los que se encontraba el de Juliette.

En efecto, a pesar de que esta novela pornográfica se publica anónimamente, la autoría de Sade era un secreto a voces. Esa descripción del marqués como “asesino de la virtud” por parte de sus contemporáneos y contemporáneas no apunta a denunciar únicamente las terribles escenas de sus ficciones libertinas, en donde personajes crueles cometen las peores vejaciones sobre inocentes víctimas. La acusación alude sobre todo a las ideas filosóficas, materialistas y ateas, que se transmiten en estas obras y que justificarían un estilo de vida criminal como el que se sospechaba llevaba adelante su autor.

Así, el mito del “monstruo Sade” comienza a construirse en vida de este personaje. Al marqués se lo acusaba de haber organizado orgías multitudinarias, de haber drogado, torturado y abusado sexualmente de mayores y menores de edad y de atraer prosélitos a través de su literatura. (6) ¿Admitiremos como filósofo a un criminal patológico?

He aquí una de las primeras fases de la revuelta de estómago y de espíritu a la que nos somete Sade. Pues quienes en principio respondan a nuestra pregunta por la negativa encontrarán que sus escritos han sido diseñados para cuestionar y enturbiar todas nuestras certezas morales. Y si, por el contrario, se decide leerlo como un filósofo, las circunstancias biográficas de este personaje no pueden sernos indiferentes. Siempre sospecharemos, durante nuestro recorrido por la obra del marqués, que quizás la reflexión filosófica no sea en ella más que un instrumento de persuasión maquiavélicamente plantado en el texto, esto es, una trampa al servicio del goce cruel del autor para confundir al lector o a la lectora, quien se convierte así en su objeto de irrisión, en el mejor de los casos.

A “Sade-filósofo” no se lo lee entonces desde la admiración sino desde el recelo –puede que desde cierta fascinación pavorosa–, pero definitivamente con frialdad en la mirada, frialdad que él mismo cultiva a través de la “jovialidad helada” (7) de su prosa. Y siempre recordando que el recelo comporta asimismo cierta forma de goce. Podríamos incluso imaginar una lectora o un lector que disfrute despreciando al marqués (“Precio del goce del desprecio: el goce del poder del otro sobre mí, pero no sobre mi goce”). (8) Sin embargo, prestándose a la lectura, ya se somete, se fija, se ata al espectáculo del desate libertino que ofrece la obra de Sade. Tal como sugiere Severo Sarduy: “Es explicable que la historia del sadismo […] esté atravesada, lacerada, por el fantasma de la fijeza. Fijar, impedir el movimiento. De allí su retórica de la atadura, del nudo, de lo que priva al Otro y así, por ley de contraste, restituye al sádico su total arbitrio, lo devuelve al estado inicial de posible absoluto, lo libera, lo ‘desata’”. (9)

Intérpretes de Sade como Annie Le Brun han optado por observarlo como un puro fenómeno de la naturaleza. ¿Qué sentido tendría rendir homenaje a un volcán? –se pregunta ella–. (10) ¿Qué clase de veneración ameritaría el extinguido “astro del desastre”, (11) el estallido de la oscuridad a fines del Siglo de las Luces? Sade-filósofo se plantea así como un vehículo expresivo de potencias imperantes, esto es, como la manifestación sintomática de la ansiedad axiológica que genera el ocaso de la Ilustración. De aquí, por cierto, la vigencia de su pensamiento.

Continuar leyendo y sobrellevar la nausea que provoca el “arte revulsivo” (12) del marqués con su escritura grotesca y violenta tiene entonces su recompensa. Nos permite ponderar ciertas reflexiones e ideas que la historia de la filosofía ha predominantemente soterrado: el materialismo y el ateísmo. Para fines del siglo XVIII, esta lacerante conjunción ya había sido planteada por algunos autores, aunque era fervientemente repudiada. Sade da un paso más, radicalizando la posición de sus predecesores y convirtiendo ese materialismo ateo en una filosofía amoral, anti-jerárquica y nihilista. En ello consiste justamente su revuelta, en haberle dado vida al amoralismo, articulándolo en sus escritos como una filosofía triunfante.

Este libro es una invitación a explorar ese amoralismo, que no se expresa como un pensamiento sistemático sino como una pluralidad de enseñanzas y visiones filosóficas que se unifican en la lectura misma de la secuencia de episodios que propone el marqués en sus relatos. En ese amoralismo se respira la total indeterminación e inestabilidad de los valores morales que regirían en el mundo, y la imposibilidad de privilegiar (justificadamente) unos por sobre otros. Conforme a ello, la primera parte de este estudio aborda la resistencia que opone Sade a la jerarquización de los goces. Recorreremos en ella la matriz teórica materialista sadeana, concentrándonos en las consecuencias de la materialidad de los cuerpos con respecto al goce y en la radicalidad del filosofar obsceno del marqués. La segunda parte examina la manera en que este pensador corroe filosóficamente las jerarquías en el mundo natural. Aquí intentaremos dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué implica un ateísmo materialista amoral? ¿Cómo es un universo que no está regido por una entidad creadora que lo supera y lo trasciende? En la tercera y última parte, dedicada a la historia de la recepción de la obra de Sade, examinaremos algunos de los legados filosófico-ideológicos del marqués que ha reconocido la posteridad.

1- En Mazan se encontraba una de las residencias de la familia Sade (situada en la región de Provenza).

2- A Sade se le conocen diversos episodios sexuales criminales. En primer lugar, el de Testard, quien lo acusa de haberla obligado a profanar una cruz y de haber solicitado sexo anal (lo que en aquella época se denominaba “sodomía” y acarreaba pena de muerte). Luego, sucede el affaire “Rose Keller”, el domingo de pascuas de 1768. Keller relata cómo el marqués la conduce engañada hasta su residencia en Arcueil, donde la mantiene atada y secuestrada, propinándole latigazos y vejaciones varias. El tercer episodio, ocurrido en 1772 en Marsella, involucra a un grupo de trabajadoras sexuales que denuncia a Sade alegando que este las habría envenenado (el marqués les habría ofrecido un afrodisíaco llamado “mosca española”, que les generó severos malestares digestivos), además del cargo de sodomía. Se suman a estos episodios rumores de adolescentes secuestrados y forzados a participar de orgías varias.

3- Sade (OC [L], t. II: 412). Las siglas utilizadas en las citas de Sade que aparecen tanto en el ESTUDIO PRELIMINAR como en la SELECCIÓN DE TEXTOS remiten a las obras del marqués consignadas en la sección FUENTES de la BIBLIOGRAFÍA.

4- Sade (OC [L], t. II: 465).

5- Posteriormente al fallecimiento de su padre, a Sade le hubiese correspondido el título de “Conde”, pero nunca quiso utilizarlo por respeto a este.

6- Sade recoge estas acusaciones y esboza una autodefensa a la que él llamaba “Ma grande lettre” (“Mi gran carta”). Véase al respecto la carta del 20 de febrero de 1781 (Sade, OC [L], t. XIII: 264-282).

7- Blanchot (1990a: 60-61).

8- Lo dice Néstor Perlongher respecto de Glauco Mattoso pero lo extrapolamos aquí para pensar el pacto de lectura que propondría Sade (Perlongher, 2013: 136).

9- Sarduy (1987: 230-231).

10- Le Brun (2014: 14).

11- Blanchot (1990b: 45).

12- Amícola (2015: 19).

I

FILOSOFÍA OBSCENA CONTRA LA JERARQUIZACIÓN DE LOS GOCES

En tinta invisible

Durante sus años en la prisión de Vincennes, el marqués le pide a su esposa en quejosas cartas que le procure diversas obras de “segunda lectura”. (13) Con esto, el recluso se refiere a obras entretenidas, livianas, en oposición a aquellas de “primera lectura”, producciones serias de autores y autoras consagradas. Ambas serían cruciales para la tarea del escritor en tanto se complementan unas a otras en su obra.

El espectro de esta problemática duplicidad acecha los escritos de Sade. Se suele distinguir, por un lado, su obra “exotérica” (pública) y, por otro, su obra “esotérica” (clandestina). (14) ¿Cuál de estas sería la “seria”, la de “primera lectura”, y cuál estaría destinada a ser una mera distracción? Mientras que los denominados textos exotéricos fueron diseñados para el gran público, los esotéricos transmitían contenidos prohibidos y por eso circulaban furtivamente. Los primeros respetaban cierto nivel de decoro y no desafiaban del todo los cánones estéticos y morales de la época. El marqués solía reforzar en ellos cierta exaltación en muchos casos tosca de la virtud, desplegando en general una escritura más elusiva y menos explícita que aquella que caracteriza a sus novelas pornográficas (a estas últimas las llamaremos esotéricas o libertinas).

Usualmente publicaba los textos exotéricos con su nombre cristiano y buscaba procurarse a través de ellos la imagen de un respetable “hombre de letras”. Se jactaba asiduamente de haber escrito Aline y Valcour o la novela filosófica,publicada finalmente en 1795 después de un largo proceso de escritura. También podríamos incluir en su obra exotérica la serie de cuentos y nouvelles que se tituló Los crímenes del amor (1799/1800), aunque con reparos. (15) Su dramaturgia también formaba parte de este “corpus oficial”. (16) Muchos de estos textos de índole “exotérica” permanecieron inéditos hasta las primeras décadas del siglo XX: es el caso de las crónicas de sus viajes a Holanda e Italia (Viaje por Holanda,Viaje por Italia) y sus Historias breves, cuentos y fábulas.

Más difíciles de clasificar sontextos como Los infortunios de la virtud, la primera versión de la historia de Justine; el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo;y las novelas históricas. Dos de estas últimas, Adelaida de Brunswick, princesa de Sajonia e Historia secreta de Isabel de Baviera, reina de Francia, fueronredactadas en 1812 y 1813, respectivamente. La restante, La marquesa de Ganges, se publica anónimamente un año antes de su muerte. Los opúsculos políticos de Sade, discursos y proyectos cívicos varios elaborados entre 1791 y 1793, serían un buen ejemplo de intento de corrección política por parte de su autor, si no fuese por el hecho de que proponen ideas aun más extremas (ateísmo, cierta forma de democracia directa) que aquellas que promovían los jacobinos más radicales.

En el imaginario de gran parte de sus intérpretes (y también de sus enemigos en vida), la verdadera identidad de Sade se plasmaría en su obra esotérica o clandestina. Reservada únicamente para unas pocas iniciadas e iniciados, ella resguardaría la auténtica sabiduría filosófica que este infame escritor buscaba transmitir. El corpus clandestino del marqués comprende principalmente sus piezas obscenas o libertinas;todas ellas sostienen el mismo tono sombrío, pornográfico y cruel, en el que el ultraje de la virtud y el ulterior fortalecimiento y diversificación del goce criminal se convierte en el ritual episódico que hace avanzar la trama. Publicada a principios del siglo XX, Las ciento veinte jornadas de Sodoma o la escuela del libertinaje, cuyo manuscrito su autor creía perdido, constituiría una primera sistematización de estos esfuerzos en pos de lograr una prosa obscena. Deberíamos mencionar asimismo La filosofía en el tocador (1795); las dos versiones más extensas de la historia de Justine, Justine o las desgracias de la virtud (1791) y La nueva Justine (1799), junto con su continuación, Historia deJuliette (1801). (17)

Finalmente, contamos con un considerable epistolario redactado por Sade y sus afectos y sus conocidos, además de notas y comentarios que él realizaba en sus cuadernos borradores. Estos son valiosos documentos que nos permiten seguir paso a paso el proceso de escritura de este autor y conocer sus preocupaciones más mundanas, así como sus más libres reflexiones filosóficas. No obstante, no debemos fiarnos demasiado de su presunta “veracidad”; el marqués a menudo miente en ellos, particularmente al ensayar sus defensas. Sin dudas está consciente de que, tal como sus ficciones, estos esbozos no dejan de ser creaciones literarias, al menos en potencia.

Si bien la producción exotérica de Sade no se ha explorado tan detallada y profundamente como la clandestina, ambas presentan una incontrovertible continuidad. En los diversos guiños y pasajes de una a otra, se pone en evidencia cómo él se vuelca hacia la literatura para pensar y representar allí una serie de hilos conductores filosóficos que lo ocupan y que se hilvanan a lo largo del tejido de su obra. Por ejemplo, las inquietudes filosófico-políticas que surgen una y otra vez en Juliette podrían condensarse en una de las preguntas cruciales que Sade registra en su Viaje por Italia y sobre la cual reflexiona en su Discurso sobre Marat y Le Pelletier: ¿deben los seres humanos ser librados a su egoísmo? También en algunos cuentos de Los crímenes del amor encontramos formulaciones más breves de discusiones filosóficas que se desplegarán más detalladamente en las novelas libertinas. (18)

Ahora bien, el materialismo ateo sadeano que abordaremos aquí se desarrolla principalmente en sus novelas libertinas o esotéricas. Es en estas producciones extraoficiales donde predominantemente encontramos las disertaciones filosóficas que dan sentido al crimen y que promueven una mirada amoralista sobre el cosmos. En ellas se plasma con mayor claridad, a través de la construcción de personajes extremos, la antropología filosófica sadeana, que clasifica subjetividades de acuerdo con dos grandes sistemas de goce. Dentro de este marco, encontraremos una pluralidad inextinguible de voces, perfiles, fuentes y argumentaciones que colman la diégesis novelística.

Con todo, el carácter esotérico de estas obras no se debe simplemente a la forma en que eran distribuidas y comercializadas; la escritura sadeana siempre ha rendido culto al secretismo. De junio a diciembre de 1777, Sade y su esposa Renée-Pélagie intercambiaron mensajes ocultos en sus cartas utilizando leche o jugo de limón a fin de evitar la censura de sus carceleros. En ellos, el recluso le transmitía a su esposa su ubicación y le preguntaba cuándo saldría de la prisión. El diálogo era inútil y frustrante, ya que Madame de Sade respondía, también en “tinta invisible”, que muchas de sus frases eran ilegibles y que no tenía noticias del presunto proceso judicial en su contra, aunque le sugería ser obediente y permanecer tranquilo. (19)

De la misma manera, el saber filosófico se presenta en las novelas libertinas del marqués como un secreto que debe preservarse y que solo es apropiado revelar en determinadas circunstancias, bajo determinadas condiciones, esto es, ante iniciadas, entre cómplices y ante víctimas que no verán la luz del día –que serán asesinadas antes de poder hacerlo público–. Se trata de un saber prohibido al que solo podemos acceder a través de una lectura “espía” y paradójica, como voyeurs cuya presencia pasa desapercibida para las protagonistas-filósofas.

A pesar de que en la obra de Sade adquiere matices terribles, esta dramatización de la filosofía está imbuida del espíritu libertino de la época. El ánimo liberador que se manifiesta fuertemente en muchas de las novelas licenciosas durante el período ilustrado proyecta el siguiente mensaje: el saber sexual y moral heterodoxo experimental debe reservarse para la esfera privada, manteniendo en público una prudente apariencia de castidad. Este conocimiento esotérico se resumía en la frase “intus ut libet, foris ut moris est” (“interiormente como te plazca, exteriormente como es costumbre”). (20) Del mismo modo, la filosofía de Sade se monta sobre esa forma paradójica de expresión: la de publicar aquello que pertenece al ámbito de lo privado y lo íntimo, revelando una forma de pensar arcana y prohibida, despojando a la condición humana de todos sus ropajes. De aquí, en parte, su obscenidad.

Adicionalmente, la práctica filosófica, en la ficcionalización sadeana, exhibe una cualidad didáctica que se transmite sobre todo hacia las lectoras y los lectores. Aun cuando existe en estas obras un hilo conductor filosófico dominante, que es el del materialismo amoralista, cada personaje libertino expone con sus propias palabras un matiz o una tonalidad distinta de este. Así, esta forma de reflexionar filosóficamente a través de diversos personajes de manera polifónica es menos un enmascaramiento tras el cual se esconde “lo que genuinamente piensa el autor” o “el verdadero sistema de Sade” que un ejercicio de variación lúdica, ensayística y literaria de esas ideas nucleares. ¿Cómo sería una filosofía hecha “desde el tocador”, una vez que las barreras morales han caído y que la política se ha vuelto mera impostura cínica? ¿Cómo ven realmente el mundo los verdugos, o las damas más poderosas, desde su confesa hipocresía? Este es el desafío que asume Sade y que escribe en tinta invisible.

13- Carta de mayo de 1779 (OC [L], t. XII: 208) y carta de junio de 1780 (OC [L], t. XII: 243).

14- Véase Delon (Œ: xxii) y Genand (2014).

15- Ciertos cuentos que forman parte de esta obra abordan temáticas indecentes, aunque en general con un desenlace trágico. Por ejemplo, en “Eugénie de Franval”, se dramatiza el incesto entre un padre y su hija.

16- Solo unas pocas obras se representaron en vida del autor, entre ellas: Oxtiern o las desgracias del libertinaje, El corruptor y La unión de las artes; la mayoría se publicó póstumamente. Esta última se representaba en Charenton, en donde Sade dirigía además la troupe de actores y actrices que interpretaban los distintos roles, integrada por pacientes del establecimiento en cuestión.

17- Otras obras perdidas o destruidas póstumamente, cuyos magros extractos, notas o descripciones documentadas nos indican que habrían pertenecido a este mismo grupo, son Las jornadas de Florbelle o la naturaleza al descubierto y La teoría del libertinaje.

18- Algunas obras pornográficas de Sade son directamente elaboraciones obscenas de ciertas tramas “decentes”, como sucede con La filosofía en el tocador y

El tocador o el marido incrédulo.

19- Véase SELECCIÓN DE TEXTOS, I: La intimidad de un filósofo.

20- Esta frase fue además el lema del libertinismo erudito, corriente de pensamiento que durante la primera mitad del siglo XVII revitaliza el naturalismo renacentista y las filosofías de la Antigüedad Clásica (véase al respecto Bahr, 2005: 19).

La circulación de los saberes filosóficos clandestinos en el Siglo de las Luces

El marqués tenía una obsesión por el copiado. Cuando se encontraba recluido en Vincennes, él le hacía copiar a su esposa los manuscritos de sus propias creaciones. (21) En el nosocomio de Charenton, durante su senectud, solía manipular a otros pacientes para que hiciesen lo mismo, con el objetivo de generar múltiples ejemplares de sus obras y que al menos alguna de ellas, eludiendo los controles y las inspecciones de la institución, pudiese llegar a una casa de edición para ser publicada. De esta manera, Sade siempre buscaba montar, por más frágil que fuese, una organizada mecánica de reproducción de sus textos, para garantizar así su supervivencia a lo largo del tiempo. En esta manía se respira el espíritu subversivo de la época. Durante el llamado “Siglo de las Luces” tanto las obras filosóficas ilustradas (particularmente las más radicales y rupturistas) como las ficciones eróticas y libertinas estaban constreñidas a una circulación furtiva. A causa de esa interdicción, estaban conminadas a reproducirse profusamente, a como dé lugar, debido a la guerra ideológica que llevaban adelante.

A fines del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, los cambios de mentalidad que trae aparejada la difusión de las ideas de la Ilustración en Francia y otras naciones europeas contribuyeron al florecimiento de la literatura licenciosa. El movimiento ilustrado fue una empresa filosófica emancipadora que pregonó el conocimiento de la naturaleza, aunando los esfuerzos de las distintas ciencias, y que buscó erradicar la superstición religiosa y los excesos del autoritarismo oscurantista. Así, logró debilitar poderosamente la tradicional cosmovisión religiosa monoteísta cristiana. Se produjo entonces un desencantamiento generalizado que se expandió hacia todos los ámbitos de la vida. Uno de ellos fue la sexualidad. Aquella mirada moralizadora del cuerpo y de los deseos como inherentemente impuros perdió fuerza y estos pasaron a ser objetos de estudio de la fisiología y de la medicina.

El movimiento ilustrado impulsó una visión alentadora de la Razón como herramienta clave para el progreso humano. También se atrevió a concebirla como un instrumento de cálculo aplicado a la obtención del placer. Esto generó una profunda reconfiguración de los vínculos amorosos y sentimentales. A la par de la liberación sexual (particularmente centrada en el cuerpo y la sexualidad femenina), la seducción, la sofisticación y el artificio adoptaron un rol protagónico.

Es por eso que una novela erótica o pornográfica (22) del período ilustrado solía ofrecer a sus consumidores y consumidoras algo más que escenas de lujuria. Se estilaba incluir en estas novelas lascivas diversas críticas a las Sagradas Escrituras, además de representaciones satíricas del clero y de otras figuras políticamente relevantes. Más aun, algunos de los personajes que protagonizaban estas narraciones picantes proponían también consideraciones filosóficas varias dentro de la misma ficción, no solamente acerca de la temática de la sexualidad sino también acerca de la naturaleza humana y de la existencia de Dios, entre otras.

Esta composición filosóficamente enriquecida de los textos eróticos se realizaba a través de la incorporación de pasajes enteros, en muchos casos transcritos palabra por palabra, de distintas obras radicales ilustradas. Algunos de estos textos “plagiados” o “reescritos” habían sido previamente editados y publicados como libro (aunque ilegalmente). Otros, en cambio, se distribuían en formato manuscrito a través de circuitos clandestinos a fin de evitar ser evaluados (y censurados) por los organismos oficiales. (23) Esta Ilustración subterránea ofrecía todo un abanico de propuestas teóricas. Promovía el ateísmo, que en el siglo XVIII incluía la negación de la existencia de Dios y también el gesto de no pronunciarse acerca de esta (algo similar a lo que actualmente llamamos “agnosticismo”). Oponiéndose a los rasgos antropomórficos que las religiones reveladas atribuían a la divinidad, estas obras ilustradas difundían asimismo concepciones heterodoxas de Dios. Por ejemplo, equiparaban a Dios con el Todo (la Naturaleza), según una posición filosófica que en aquel entonces solía denominarse “spinozismo”, ya que se la vinculaba con la filosofía de Baruch Spinoza.

Este fenómeno de “viralización” intertextual puede observarse, por ejemplo, en La nueva Justine, donde el libertino Bressac repite de forma exacta, en uno de sus discursos, los parágrafos 38, 39 y 40 de la obra El buen sentido de Paul Henri Thiry, barón d’Holbach. Por su parte, el personaje de la abadesa Delbène, tutora libertina de Juliette en la homónima novela sadeana, reproduce, en una de sus lecciones filosóficas, pasajes de la Carta de Trasíbulo a Leucipa (1765) atribuida a Nicolas Fréret. (24)

Las producciones licenciosas funcionaron, durante el período de expansión iluminista, como un vehículo de difusión de las ideas más intransigentes vinculadas a este movimiento. Historiadores como Robert Darnton otorgan un marcado protagonismo a estos bestsellers prohibidos, debido a que funcionaban como un dispositivo subversivo de “democratización” de la reflexión filosófica. Quienes leían literatura erótica del período no iban solamente en busca de escenas de sexo explícitas sino que también consumían estas ideas heterodoxas. Al escribir sus novelas obscenas, Sade se monta sobre este pacto de lectura que se forjaba desde hace más de un siglo. Él reproduce, complejiza y usurpa el mismo procedimiento que al menos en parte aseguró el triunfo del movimiento ilustrado: conjugar escenas lascivas (descriptas a través de un lenguaje no velado) con disertaciones filosóficas incendiarias; pero agregando, a su vez, una cuota descomedida de atrocidad en su representación de la sexualidad, lo que hace a la novedad de sus escritos.

No obstante, el carácter ecléctico de la obra de Sade no se reduce a la mera inyección de teorías “ajenas” dentro de una narración. Existen otras formas de apropiación más sutiles (y aun más perversas) a través de las cuales se compone el palimpsesto sadeano. Los personajes libertinos, principales filósofos y filósofas de las novelas obscenas del marqués, suelen adaptar y distorsionar libre y originalmente ideas varias de una plétora de intelectuales de la tradición, cuya referencia o bien se indica indirectamente o bien se disimula. Los materialistas ateos del siglo XVIII no son la única fuente de inspiración de Sade. Todos aquellos saberes filosóficos clandestinos y contrahegemónicos que podían utilizarse para debilitar la creencia en una entidad sobrenatural superior y trascendente, capaz de regular nuestros destinos, son evocados y transformados en sus discursos, particularmente aquellos provenientes de la Antigüedad Clásica y de las escuelas de filosofía helenística, como el estoicismo, el epicureísmo y el cinismo, entre otras. (25)

Ahora bien, todo acto de reescritura supone un proceso de transformación a través del cual un determinado texto fuente o hipotexto se convierte en una nueva creación o hipertexto. (26) Esta última creación resulta ser distinta de aquel texto al que refiere (aun cuando cada palabra y cada coma coincidan en una y otro), (27) ya que se dan en contextos de producción y de recepción diferentes. Ambos quedan, no obstante, unidos en esa relación de remisión. Las reescrituras que Sade realiza de textos filosóficos producen un ostensible viraje en la manera en que se leen tales fuentes, puesto que dentro de la diégesis sadeana estos contenidos teóricos se representan como las ideas y las creencias de personajes crueles, depravados y sedientos de poder. ¿Busca el marqués de esta manera parodiar tales textos o difamar o elaborar una sátira de los predecesores aludidos? Aun cuando él reproduzca sin alteraciones, frase por frase, diversos extractos de obras filosóficas en sus novelas esotéricas, el gesto de encarnar estos saberes en personajes de estas características ya implica un primer nivel de corrupción del sentido primigenio de estas obras ilustradas.

Pero la pluma de Sade no se detiene aquí, sino que suele asimismo introducir modificaciones y deformaciones a los textos teóricos de los que se apropia, a fin de que sirvan para probar la nulidad del crimen y la indiferencia axiológica entre el vicio y la virtud. En este sentido, cualquiera sea el nivel de heterodoxia atribuido a estos escritos filosóficos, ninguno de ellos ataca tan radical y abiertamente el sistema de valores y jerarquías de la moral de la virtud como sus reescrituras sadeanas. Estas explotan ciertas tensiones internas o ciertos supuestos no elucidados de sus fuentes, subvirtiendo su objetivo original.

Aguzar y afilar discursivamente nociones presuntamente inofensivas, encender la pólvora desatendida en ellas para disparar contra nuestra conciencia moral, he aquí la originalidad de la prosa filosófica de Sade.

21- “Amo con locura ver copias hechas por tus manos […]. Cuando son versos míos, ello me provoca aún más placer” (OC [L], t. XII: 256). Carta del 14 de diciembre de 1780.

22- Si bien los términos “erótico” y “pornográfico” en la actualidad no son usualmente sinónimos, en lo que concierne a los textos ficcionales del siglo XVIII que

se abocan a narrar relaciones sexo-amorosas, se suele distinguir entre la literatura “erótica” y la literatura “libertina”. La primera contiene descripciones explícitas de actividad sexual, mientras que en la segunda se velan estas escenas ya que el énfasis está puesto en representar el juego de seducción entre un seductor y su víctima. Véase al respecto Goulemot (1996).

23- Para una introducción al fenómeno de la literatura filosófica clandestina, véase Paganini (2018).

24- Se considera que la Carta de Trasíbulo a Leucipa fue redactada a comienzos de la década de 1720 y circuló desde entonces durante el siglo XVIII como manuscrito clandestino. Publicada en 1765 por los esfuerzos editoriales del barón d’Holbach (1723-1789), se la suele describir como una obra atea, aunque con matices agnósticos y escépticos.

25- Analizaremos estas evocaciones del estoicismo y del epicureísmo en secciones posteriores. Respecto del cinismo antiguo, es menester señalar que el gesto en el que incurren los personajes libertinos de Sade de buscar exhibir la arbitrariedad de las convenciones que regulan la vida en sociedad nos lleva a considerar el pensamiento del marqués en toda su potencialidad cínica. Para el cinismo antiguo, en efecto, el componente narrativo (la acción y su relato), lejos de resultar un elemento estético o teóricamente opuesto al ejercicio filosófico, se encuentra esencialmente incorporado en él. Esto se torna evidente en las anécdotas sobre estos filósofos y filósofas cínicas, en donde vemos que el comportamiento funciona como un campo simbólico en sí mismo, a través del cual se transmiten las enseñanzas filosóficas. Véase al respecto Mársico (2019).

26- La distinción entre “hipotexto” e “hipertexto” proviene de Genette (1989).

27- Véase en este sentido el cuento de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote” (Borges, 1974: 444-450).

Un ateísmo cruel: crítica y parodia

No es común observar que a Sade se lo describa como un filósofo. No obstante, el hecho de que sus publicaciones funcionaron a fines del siglo XVIII como un dispositivo de difusión y de representación crítica del materialismo ateo ilustrado (28) difícilmente podría ser discutido. Pero, ¿qué imagen produce este pensador de la matriz teórica del materialismo ateo ilustrado? ¿Cómo impacta el amoralismo drástico que recrean sus personajes libertinos en el proyecto ilustrado?

Las fuentes clandestinas que el marqués retoma en sus novelas obscenas y que le sirven de inspiración para sus notas y ensayos filosóficos no son absolutamente homogéneas ni coinciden en todas sus proclamas. Sin embargo, todas ellas suscriben en líneas generales una concepción inmanentista del universo. Según esta concepción, todo lo que existe forma parte de la Naturaleza –no hay un “afuera” de ella–. Todo lo que es integra esa única totalidad inmanente. De aquí se deduce la imposibilidad de lo sobrenatural, es decir, de un ámbito separado o trascendente a ella, y por ende también la imposibilidad de un dios creador, que intervenga en ella o que dispute de alguna forma su autosuficiencia metafísica. Desde este punto de vista, la Naturaleza no está sometida a ninguna otra entidad: es eterna e increada. Este inmanentismo suele adoptar en la textualidad sadeana un cariz materialista: esa única totalidad inmanente se compone (solamente) de materia en movimiento.

Más allá de sus posibles ambigüedades, los textos fuente o hipotextos evocados en la obra esotérica sadeana justifican y promueven una moralidad secular de la virtud, exaltando valores como la reciprocidad y la convivencia pacífica en la sociedad civil. La reescritura subversiva que Sade realiza de estos textos tiende a modificarlos y a deformarlos de manera tal que sirvan para demostrar que vicio y virtud son axiológicamente indiferentes. Más aun, el marqués construye un universo literario en el que el vicio es recompensado (por cierta Fortuna misteriosa) y la virtud es castigada. De aquí la dupla protagonista de Justine y Juliette, dos hermanas que quedan huérfanas al fallecer sus padres. La primera resulta ser la eterna víctima virtuosa, inquebrantable en su pureza y compasión, pero sumisa y fácilmente engañable; la segunda, por el contrario, se convierte en una amante cruel que disfruta libremente de explorar su sexualidad criminal.

La representación que el marqués ofrece del materialismo ateo como una filosofía de la crueldad, es decir, como punto de partida teórico para la justificación del crimen, desestima todos los esfuerzos de sus predecesores ilustrados radicales, ya que, inspirándose en sus ideas, construye una filosofía amoralista. Él exhibe de esta manera los posibles desprendimientos ético-políticos de tal cosmovisión atea y materialista que define al ala más revolucionaria de la Ilustración. Estos desprendimientos socavan la apuesta de este movimiento por fundamentar una moral universal laica.

La propuesta filosófico-ideológica sadeana admite así al menos tres interpretaciones. En primer lugar, puede argumentarse que Sade, en tanto philosophe, se esforzó por ridiculizar a las filosofías inmaterialistas y por publicar y difundir las tesis materialistas ateas ilustradas. Pero también se habría abocado a mostrar críticamente los “puntos ciegos” de estas últimas en el ámbito práctico. Desde esta perspectiva, podríamos describir al marqués como un instrumento crítico de radicalización pero a la vez de clausura del ateísmo materialista ilustrado. A diferencia de lo que sucede con las posiciones ateas y materialistas anteriores, la matriz filosófica sadeana no admite sentimiento o uso de la razón alguno que decante en el reconocimiento del otro u otra como un/a igual. La virtud no es ya preferible en sí misma al vicio (ni viceversa), pues no hay un fundamento o principio universal que establezca la superioridad de uno de estos polos morales por sobre el otro. De esta forma, Sade no promovería entonces ni la virtud ni el vicio, sino que se limitaría a poner en evidencia su indiferencia y su equipolencia, relativizando y neutralizando el sentido moral de las acciones humanas. Este amoralismo sadeano constituiría el ocaso nihilista de los ideales ilustrados.

En segundo lugar, el marqués puede ser identificado como un autor que promueve la inmoralidad. Esta acusación se funda en la idea de que sus novelas pornográficas funcionarían como dispositivos que instigan a hacer el mal y corrompen a quienes las consumen. Posiciones exegéticas de este tipo avalan que se lo utilice aún hoy como “mala publicidad” para sus antecesores ilustrados, confirmando aquel prejuicio de los censores y las personalidades contrailustradas de aquel entonces, que sostenían que una filosofía materialista atea se volverá necesariamente una defensa del libertinaje entendido como desenfreno sexual que pervierte las costumbres.

En tercer lugar, podría identificarse al mismo Sade como un contrailustrado. Desde esta perspectiva, él actuaría como un moralista que busca denunciar en sus escritos la corrupción y los abusos del sistema político y judicial de su época. Se trata de una visión de la obra del marqués que parecería seguir al pie de la letra (acríticamente) sus descargos. En ellos, este se defiende de las acusaciones de inmoralidad que le propinan sus enemigos, quienes lo identificaban como el autor de Justine. Él negaba públicamente ser el autor de tal novela (aunque lo confiesa en su correspondencia). Sostenía que si incurría en obscenidades y crueldades en sus textos (exotéricos) era justamente para exaltar en mayor grado la virtud y ofrecer, en el contraste, un retrato más fidedigno de la naturaleza humana. (29)

La obra de Sade permite así tal pluralidad de interpretaciones que resulta un arma de doble filo para la difusión y el debate de las ideas ilustradas. Particularmente las discrepancias entre las dos primeras lecturas (Sade amoralista vs. Sade inmoralista) se deben, en buena medida, a la tensión que generan dos grandes procedimientos que el marqués despliega a lo largo de toda su prosa obscena, a primera vista contrapuestos. Por un lado, la neutralización teórica de las diferencias entre el vicio y la virtud. Por otro, la exaltación narrativa de todo aquello que es inmoral, monstruoso, criminal y aberrante. Este último procedimiento no suele desarrollarse en sus textos exotéricos, los cuales representan cómica o trágicamente las consecuencias de actuar inmoralmente. En ellos, los personajes “malvados” no suelen ser caracterizados como figuras victoriosas sino que suelen ser ridiculizados o descriptos como caídos en desgracia.

Las novelas pornográficas de Sade nos ofrecen un panorama distinto. Los discursos filosóficos de los despiadados personajes libertinos despliegan una visión amoral del universo en la que virtud y vicio son igualmente variables (relativos al espacio y al tiempo en los que se los define); por ende, ninguno es universalmente preferible al otro o más valioso que su opuesto. Sin embargo, en el relato ficcional, estas figuras sanguinarias se inclinan claramente a favor del vicio, desarrollando un estilo de vida criminal. Las tutoras y los tutores de las novelas libertinas del marqués recomiendan a sus discípulas “revolcarse en la porquería” (30) de la corrupción y la inmoralidad, e incluso ofrecen recetas prácticas para lograr realizar estos actos de manera impune, esquivando la condena social y judicial. Algunos de estos individuos libertinos dan razones acerca de por qué, dada su particular constitución fisiológica y su inclinación hacia placeres extremos, se realizan a sí mismos mediante el ejercicio de estas transgresiones. De todas maneras, asumen que no se trata de un estilo de vida adecuado para todo tipo de personas, es decir, que no es universalizable. Pero al ser tan impactante la representación de escenas orgiásticas brutalmente violentas no sería inesperado que se perdiese de vista el núcleo teórico amoral que intentamos reconstruir aquí. Es tal núcleo teórico, no obstante, el que da sentido a la propuesta filosófica integral de Sade.

Por último, existen otras maniobras interpretativas que culminan en el menoscabo del pensamiento filosófico del marqués. Algunos comentadores sugieren que, en realidad, las disertaciones teóricas sadeanas no son sino meramente paródicas. Ellas se agotarían en este gesto burlesco y se limitarían a parasitar otros discursos. Si bien es cierto que Sade es un pensador sumamente revulsivo que intenta subvertir el espíritu optimista de la Ilustración, su amoralismo constituye, sin embargo, un cuerpo de ideas original en sí mismo, el cual nos proponemos examinar aquí. Sea como fuere, la apelación a que se trata simplemente de “novelas pornográficas escandalosas” o bien de “meras parodias” no es suficiente para explicar la especificidad del despliegue filosófico que este autor incisivo realiza en su obra.

28- Warman (2002) examina la manera en que Sade se apropia del sistema de pensamiento del “materialismo sensacionista” (sensationist materialism). Según esta autora, el marqués se habría basado en los fundamentos teóricos y estéticos de tal matriz materialista para ofrecer una dramatización y literalización de esta que culmina en la representación pornográfica.

29- Véase SELECCIÓN DE TEXTOS, I: El autor de Justine.

30- Sade (HJ: 817).

Gozarlo todo hasta que la especie humana se acabe

Recorriendo distintos discursos filosóficos libertinos pertenecientes a la obra de Sade, podemos identificar tres principios teóricos “integrales” que dan sentido a las acciones. Al primero lo llamaremos “hedonismo generalizado”: se trata de comprender toda acción en términos de goce, es decir, motivada por la búsqueda del placer, del deleite y de la satisfacción personal en sentido amplio. Denominaremos al segundo “la variabilidad de goces”: no todos ni todas disfrutamos de la misma manera; lo que alguien percibe como placentero o satisfactorio puede no serlo para otras personas. Por último, el tercero, el principio de “la equivalencia de las formas de goce”, postula que no es posible establecer justificadamente una jerarquía incondicionada (universalmente válida) entre las distintas formas de goce que existen.