Sal - Rebecca Manley Pippert - E-Book

Beschreibung

"Fuera del salero fue uno de los libros más importantes sobre evangelización de mi generación. Sal podría ser el mejor libro sobre evangelización para la próxima generación. No conozco un libro más lúcido o penetrante sobre el testimonio cristiano". Timothy Keller "Becky y su marido Dick han evangelizado y enseñado sobre evangelización en seis continentes, y además han vivido siete años en Europa, la región más secular del mundo. Sal combina toda la experiencia de Becky con su profundo conocimiento bíblico. Este es uno de los mejores libros para animarnos a evangelizar de forma fiel en el siglo XXI. Compra varias cajas y distribúyelo tanto como puedas". Donald A. Carson "Este libro no solo es inspirador y conmovedor, sino que renovará tu asombro ante el evangelio y ante el privilegio de compartirlo". Lindsay Brown "Fresca, natural y directa, Becky Pippert es una de las comunicadoras más fructíferas de nuestros tiempos y convierte la evangelización en lo que debería ser: las mejores noticias de la historia para todos los que las conocen y para compartirlas con todos los que no las conocen". Os Guinness

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ÍNDICE

 

Introducción

SECCIÓN UNO: LOS MEDIOS

01 Oposición en el campus

02 Celebrar nuestra pequeñez

03 Gloria en la debilidad

04 Caminar con el Espíritu

SECCIÓN DOS: EL MENSAJE

05 Tenemos una historia mejor

06 La creación: La vida tal como fue diseñada

07 La caída: El problema de este mundo

08 La cruz: El remedio de Dios

09 La resurrección: Todo ha cambiado

10 El regreso: Lo mejor está por llegar

SECCIÓN TRES: EL MÉTODO

11 Por qué, qué y quién

12 Mostrar el amor de Cristo

13 Declarar la verdad de Dios

14 Depender del poder del Espíritu

CONCLUSIÓN - Un momento crítico

EPÍLOGO - Unas palabras para los líderes

Notas

Bibliografía

Agradecimientos

 

 

Introducción

Si hay algo que une a todos los cristianos, ahora y a lo largo de la historia, es nuestra gozosa seguridad de que lo más grande que ha sucedido en nuestro planeta es el nacimiento, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesucristo. ¡El mensaje del evangelio es la mejor noticia!

Entonces, yo me pregunto: si esto es así, ¿por qué a tantos cristianos les cuesta horrores compartir la gloriosa noticia del evangelio? ¿Cómo podemos creer que no hay mejor noticia en el mundo y, sin embargo, sentirnos incapaces o poco dispuestos a contarla a los demás?

Mi marido Dick y yo llevamos muchos años dedicados al ministerio de la evangelización en EE. UU. y en todo el mundo. Hemos trabajado en todos los continentes y recientemente hemos vivido siete años en Europa, donde se encuentran algunos de los lugares más seculares de la tierra.

Hace dos años, cuando volvimos a instalarnos en EE. UU., me entrevistaron en un programa de radio nacional que incluía un tiempo de preguntas por parte de los radioyentes. El productor dijo antes de la entrevista: “Becky, sé que tú y tu marido habéis viajado por todo el mundo hablando de evangelización y que recientemente habéis vivido y servido en Europa. Tienes que saber que las cosas han cambiado en EE. UU. Siendo honesto, los cristianos estadounidenses parecen estar mucho más interesados en vivir el evangelio y dar testimonio sirviendo a los necesitados de su ciudad que en cualquier expresión verbal de la fe. Siendo muy honesto, creo que no hay interés por ese tipo de evangelización. Así que no te preocupes si nadie llama por teléfono”.

¿Qué pasó después de la entrevista? ¡Todos los teléfonos empezaron a sonar! ¡Llamó gente de una punta a la otra del país!

Los comentarios que hicieron fueron muy reveladores. Todos los que llamaron hablaron de alguien que les importaba mucho y que no era cristiano, pero reconocieron que sentían temor ante la idea de entablar una conversación sobre cuestiones espirituales. Dijeron que anhelaban que sus amigos conocieran a Cristo, pero que se sentían incapaces de hablar de la fe y por eso oraban para que otro cristiano lo hiciera por ellos. Todos sus miedos eran similares: ¿Cómo puedo plantear el tema de la fe de forma natural? ¿Qué pasa si los ofendo o me rechazan? ¿Qué pasa si plantean preguntas que no sé responder? Casi todos dijeron que ojalá sus iglesias les enseñaran a evangelizar, no con fórmulas que tenían que memorizar y usar por igual con todas las personas, sino de la forma que yo había descrito en la entrevista.

Una cosa tengo clara: nunca ha habido tanta necesidad de compartir a Cristo con el mundo, empezando por nuestros vecinos, y nunca los creyentes se han sentido tan poco equipados para ello.

¿Por qué a los cristianos, especialmente en Occidente, les cuesta compartir su fe? Mientras que en casi todas las partes del mundo el cristianismo está creciendo de forma espectacular, ese no es el caso en Occidente. Europa y Canadá son seculares, poscristianas. Las estadísticas sugieren que los EE. UU. avanzan con paso decidido en la misma dirección. Cada vez hay más voces influyentes que se muestran hostiles y opuestas a la fe cristiana. Las principales corrientes que dan forma a nuestra cultura presentan enormes desafíos para el evangelio: el colapso de la verdad absoluta; el cambio de la autoridad objetiva por la preferencia personal; el crearse una “religión a conveniencia”, escogiendo qué creer y qué no creer; la revolución sexual… La lista continúa.

Ante esta realidad, algunos cristianos se sienten enojados.

Algunos cristianos se sienten intimidados.

Algunos cristianos se sienten derrotados.

Yo me siento esperanzada.

Porque, aunque vivimos en tiempos difíciles para el evangelio, también vivimos en tiempos extraordinarios llenos de oportunidades para el evangelio. Como mi amigo Os Guinness, el conocido crítico social, ha escrito:

“Esta época es simplemente la mayor oportunidad para el testimonio cristiano desde los tiempos de Jesús y los apóstoles, y nuestra respuesta debería ser aprovechar la oportunidad con imaginación y valentía. Si alguna vez la ‘puerta grande y eficaz’ de la que Pablo escribió se ha vuelto a abrir para el evangelio, es ahora” (Fool’s Talk, p. 16).

Fruto de una tierra estéril

Sin duda, el paisaje en Occidente ha cambiado mucho desde que escribí mi primer libro sobre evangelización Fuera del salero en 1979. En aquel entonces era bastante radical plantear un enfoque encarnacional del testimonio, desafiar a los cristianos a salir del salero para ir al mundo: es decir, animarlos a no vivir en una burbuja cristiana, sino a entablar una amistad genuina con personas no creyentes, y a compartir el evangelio como parte de una relación y no como si fuera un torpedo —lo lanzo y me voy corriendo—.

Ahora, 40 años después, escribo mi segundo libro sobre evangelización porque necesitamos aprender de nuevo a compartir nuestra fe con confianza, compasión y de forma convincente en este nuevo mundo poscristiano. Recuerdo que, cuando planeábamos mudarnos a Europa, algunos amigos bienintencionados nos aconsejaron que no lo hiciéramos:

“Es tierra infértil para el evangelio, Becky”.

No lo era. La tierra secularizada de Europa resultó ser muy fértil para el evangelio. El fruto fue tremendo. Y este libro es realmente el resultado de las lecciones que aprendimos.

Lo que hemos visto en nuestro ministerio es que incluso cuando nuestro paisaje cultural se vuelve cada vez más secular, el secularismo no tiene el poder de borrar nuestros anhelos humanos de significado y valor. En todo caso, los incrementa. Dios ha puesto el anhelo de identidad, significado y propósito en todos los corazones humanos; así que, incluso si la gente no es capaz de explicar qué le falta, el anhelo y la añoranza están ahí. Pero no sabrán dónde buscar a menos que los cristianos vivan y cuenten las buenas noticias de lo que Dios ha hecho por todos en Cristo.

Predícate a ti mismo

Cuando regresamos a vivir en EE. UU., me vi cada vez más identificada con Lesslie Newbigin, el difunto teólogo, autor y misionero británico. Después de vivir en la India durante años, Newbigin regresó a su hogar en Inglaterra y se sorprendió por dos cosas: primero, el grado de secularización de Inglaterra; y segundo, el impacto que la cultura secular estaba teniendo en los cristianos.

Se dio cuenta de que el desafío no era solo cómo llegar a los no creyentes con el evangelio, ¡sino también cómo llegar a los creyentes con el evangelio! Y ese es, creo, el desafío para los cristianos en todo lugar. En Occidente, el desafío se produce por vivir en una cultura posverdad y poscristiana que refleja las distorsiones de la posmodernidad.1 Esto significa que tenemos que crecer en nuestro amor por Jesús y descubrirlo con ojos nuevos: permitir que la verdad del evangelio tenga pleno efecto en nosotros y encontrar formas eficaces de comunicar el evangelio para un momento como este.

Nuestro problema, sin embargo, es que estamos mucho más influenciados por la cultura secular de lo que pensamos. Corremos el gran peligro de creer el evangelio con nuestra mente, pero vivir como escépticos porque hemos adoptado una visión más secular de la realidad, sin darnos cuenta. Necesitamos recuperar la confianza en que el evangelio es realmente relevante para la gente secular de hoy, que Dios y su evangelio aún tienen el poder de cambiar vidas. Necesitamos ver por qué debemos involucrarnos en la evangelización aunque no nos sintamos dotados para ello. Necesitamos recordar por qué merece la pena pasar por situaciones en las que podríamos ser rechazados.

Si vamos a predicar el evangelio a los demás, también necesitamos predicárnoslo a nosotros mismos: a nuestros propios corazones y mentes. Este es nuestro doble desafío. Para ser mensajeros creíbles del increíble mensaje del evangelio, ¡nosotros mismos tenemos que entender y creer de verdad el evangelio! Nuestro énfasis nunca debe estar en los números o las técnicas, las fórmulas o la manipulación, sino en la autenticidad, la credibilidad y el poder espiritual. Así que este libro pretende entusiasmarnos con la profundidad y la belleza del evangelio, mientras a la vez nos equipa para compartirlo.

Después de hablar y escuchar a miles de cristianos alrededor del mundo, ayudándolos a entender el evangelio y a compartirlo de manera atractiva, casi siempre mencionan tres razones por las que les cuesta hablar del evangelio o por las que eligen no sacar el tema.

Esas tres razones dan forma a la estructura de este libro.

Nos sentimos incapaces

Continuamente oímos del profundo sentimiento de incapacidad que los cristianos tienen en cuanto a compartir su fe. Se preguntan cómo podría Dios usarles en estos tiempos que corren. Es otra forma de decir que temen que Dios no vaya a obrar. En otras palabras, están luchando con la incredulidad. También suponen que la evangelización es un llamamiento especial y no es para personas como ellos. Aunque no se dan cuenta, lo que realmente están diciendo es que la evangelización depende solo de ellos y por eso les entra el pánico.

Así que empezaremos este libro mirando los medios para el testimonio. Veremos que Dios nos ha dado todos los recursos divinos que necesitamos para la vida y para el testimonio; veremos que la clave no es si somos grandes evangelistas, sino darnos cuenta de que Dios ha dado poder a todos sus hijos a través de su Espíritu para ser sus testigos. Aceptar nuestras limitaciones y disfrutar de nuestro Dios ilimitado es el punto de inflexión no solo en nuestro caminar con Cristo sino también en nuestro testimonio.

Pensamos que no sabemos lo suficiente

Otra área de inseguridad para los cristianos es sentir que les falta conocimiento. Temen no entender el evangelio lo suficientemente bien como para explicarlo o defenderlo. No saben cómo responder a las preguntas que los escépticos plantean. Tampoco saben cómo ayudar a los no cristianos a ver la belleza y la relevancia del evangelio para sus vidas.

Es por eso por lo que la segunda sección se centra en el mensaje. Miraremos cuidadosamente cada aspecto del evangelio: la creación, la caída, la cruz, la resurrección y la segunda venida de Cristo. Recordaremos qué significa cada aspecto del evangelio y por qué es tan maravilloso. Veremos las objeciones que recibiremos de los escépticos y posibles formas de responder a sus preguntas. Y, esto es clave, entenderemos cómo podemos usar cada parte del mensaje para conectar el evangelio con las preocupaciones y prioridades tanto de buscadores como de escépticos, y hacerlo de maneras que muestren la belleza y la relevancia del evangelio.

Nos falta confianza

Lo que oímos repetidamente es “No estoy seguro de cómo hacer esto. Sí quiero compartir mi fe, pero no sé por dónde empezar”. Así que la última sección se centra en el modelo: lo que podemos aprender de Jesús y de la iglesia primitiva sobre el “cómo” del testimonio. Veremos cómo podemos compartir eficazmente el evangelio tanto con personas que están espiritualmente abiertas como con aquellas que están cerradas.

El propósito de este libro es ayudarnos a estar a la altura del desafío de nuestro tiempo: hablar en nombre de nuestro Señor de una manera que refleje la maravilla de quién es Dios; comunicar la belleza, la profundidad y la relevancia del evangelio que él nos ha confiado; llegar a depender del Espíritu para que, a través del Espíritu de Dios, podamos abrir una brecha en la resistencia y la obstinación de las mentes y los corazones que todavía no creen. En resumen, ayudarnos a encontrar maneras eficaces de compartir nuestra fe incluso, o especialmente, con todos los desafíos que presenta el mundo de hoy.

 

 

 

SECCIÓN UNO: LOS MEDIOS

 

 

 

01 Oposición en el campus

No provengo de una familia cristiana. De hecho, mucho tiempo no fui cristiana.

Durante varios años me habría descrito como agnóstica nostálgica. Sentía que me faltaba algo: había en mí un anhelo al que no lograba poner nombre, una sed que no podía saciar, una añoranza de algo que no alcanzaba a visualizar.

Recientemente encontré algo que escribí para una clase de literatura en mi último año de secundaria. Me sorprendió ver lo claramente que aquel texto revelaba mi búsqueda de significado. Aquí va un fragmento: “Yo también me identifico con lo que el autor aborda en esta novela. Esa añoranza, esa sensación de que hemos sido creados para algo más, de que se nos promete algo más, ¿tiene alguna respuesta desde la realidad objetiva? ¿Existe alguna respuesta a esa ‘sed inconsolable’ de la que escribe?”.

El instituto de secundaria al que asistí era un instituto público; es decir, no era una escuela cristiana. Sin embargo, mi profesor escribió en el margen: “Becky, estás en el viaje más importante que cualquier ser humano puede hacer. Aunque no lo sepas, estás buscando a Dios. No te conformes con sustitutos baratos. Llama a todas las puertas y sigue llamando hasta que obtengas una respuesta. Hagas lo que hagas, ¡no te rindas!”.

 

En esa búsqueda de significado exploré otras religiones y otras filosofías. Todo lo que leí me dejó insatisfecha. Sin embargo, nunca había investigado el cristianismo, ni leído una sola página de la Biblia, porque asumí que, como había crecido en EE. UU., ya lo entendía.

Entonces leí dos libros que me cambiaron la vida. El primero fue la novela La caída, de Albert Camus, el existencialista y ateo francés que me reveló que yo era pecadora. Afirmar que llegué a esa conclusión gracias a un autor ateo puede sonar extraño, pero su valiente análisis del corazón humano era tan devastador que ahogó toda esperanza de que llegara a ser una humanista optimista que solo veía el lado bueno de la naturaleza humana. No obstante, yo tenía un problema con Camus: aunque era profundamente realista sobre el lado oscuro de la naturaleza humana, no tenía respuestas satisfactorias para explicar el bien que vemos.

Entonces me encontré con un libro de C. S. Lewis, Mero cristianismo. Lewis me introdujo en el cristianismo. Aunque a un nivel superficial veía similitudes entre las principales religiones, me sorprendió lo diferente que era la fe cristiana de todo lo que había leído. Lewis también despertó mi interés por la Biblia. Empecé a leer los Evangelios y Jesús me cautivó. Al final me rendí y entregué mi vida a Jesucristo, una historia de la que hablaré más en el próximo capítulo.

Encontrar la sed

Poco después de convertirme al cristianismo me marché de casa para ir a la universidad. Era una joven cristiana con muy poco conocimiento de la Biblia, pero sabía que los cristianos debían hablar de Jesús a los demás. El problema era que me faltaba el valor para hacerlo. Como muchos cristianos hoy en día, asumí que compartir mi fe significaba proclamar el mensaje a todas las personas que me encontrara, sin respiro. No tenía ni idea de cómo sacar el tema de la fe de forma natural. Me preocupaba ofender a la gente y no poder responder a sus preguntas. Así que nunca decía nada, esperando que la gente viera algo diferente al observar mi vida.

En mi primer año en la universidad tuve dos experiencias muy significativas. En el primer semestre asistí a un encuentro cristiano. El tema del mismo era la evangelización, y fui con la esperanza de que disipara mis miedos y me diera la valentía que me faltaba. La primera charla fue sobre el imperativo bíblico de la evangelización y me sentí inspirada y retada. En la segunda charla, sin embargo, empecé a pasarlo mal. El tema era “Cómo ser un testigo” y el conferenciante presentó tres puntos:

Comparte el evangelio con tantas personas como sea posible en un día. Nos dio algunas frases útiles para introducir el tema.Apunta siempre a que se entreguen a Cristo. Si no están interesados, entonces pasa a otra persona.Piensa en sus preguntas como cortinas de humo: cosas que la gente usa para no considerar la fe. Responde a sus preguntas si es posible, pero entiende que sus preguntas probablemente indican una falta de apertura espiritual.

Nos enviaron a un centro comercial con instrucciones para hablar con la mayor cantidad de gente posible sobre Jesús. No debíamos perder el tiempo conversando, sino que debíamos tratar de llevarlos a Cristo.

Sin embargo, decidí seguir mis propios instintos y pasé toda la tarde charlando con una sola persona, con quien tuve una conversación espiritual muy estimulante. No la presioné para que entregara su vida a Cristo porque me pareció prematuro. Al final de nuestra conversación intercambiamos direcciones para continuar nuestro diálogo espiritual.

Cuando regresamos, tuvimos un tiempo para compartir cómo nos había ido. Me di cuenta de que el “éxito” se definía por la cantidad de gente que había hecho profesión de fe, y por esa regla de tres, yo había fracasado. No obstante, seguía muy contenta por la conversación espiritual que había tenido esa tarde.

Aquellos conferenciantes eran creyentes fieles que amaban al Señor de forma sincera. Sin embargo, ¡salí del encuentro confundida y con más preguntas que cuando llegué! ¿Qué significa ser testigo de Jesús? ¿Cómo hablaba Jesús a la gente sobre la fe? ¿Es la conversión la única medida del “éxito” evangelístico? ¿Son los “resultados” algo que nosotros podemos provocar?

Salí de aquel encuentro convencida de dos cosas: sí, era evidente que Dios nos llama a ser sus testigos, pero ahora tenía que averiguar cómo hablaba Jesús a la gente sobre la fe.

Así que empecé a estudiar los Evangelios. Me impresionó profundamente la tremenda compasión que Jesús tenía por la gente. Mostraba respeto escuchando atentamente a los demás. Hacía preguntas sugerentes y era tan atrayente que despertaba la curiosidad de la gente y querían escuchar más.

No importaba lo apremiantes que fueran las demandas que rodeaban a Jesús: nunca tenía prisa por pasar a la siguiente persona. Nunca trataba a la gente como “proyectos” evangelísticos. Tampoco compartía el evangelio siguiendo el mismo patrón con todos. La forma en que Jesús hablaba de la fe, las metáforas e ilustraciones que usaba, dependían de la persona con la que hablaba. Ni siquiera “predicó el evangelio” a todas las personas que se cruzaron en su camino.

No descubrí ninguna fórmula, pues Jesús no tenía una serie de preguntas que usaba siempre, hablara con quien hablara. Aprendí mucho observando cómo Jesús hablaba sobre la fe, pero también me quedó claro que daba testimonio de forma personalizada.

Quería aprender a compartir mi fe de la manera en que Jesús lo hizo. Así que le pedí a Dios que me guiara a las personas que él estaba buscando: en mi residencia, en mis clases, allí donde mi vida se cruzaba de forma natural con otras personas. Siempre dejaba abierta la puerta de mi habitación. Llegué a todo tipo de personas: personas que parecían muy lejos del reino de Dios y personas muy diferentes a mí.

Cada día le pedía a Dios que me llenara de nuevo con su amor y compasión por los demás. Invitaba a gente no creyente a hacer cosas conmigo. Les hacía preguntas para entender mejor quiénes eran y cuáles eran los obstáculos que les mantenían alejados de la fe. Comencé a mencionar a Dios si venía a cuento para ver si eso despertaba su curiosidad por la fe, como había visto hacer a Jesús. Oraba para que Dios me usara. Sobre todo, le pedía a Dios que les abriera los ojos y les hiciera ver la belleza y el asombro del evangelio.

En poco tiempo había entablado amistades auténticas con escépticos que compartían sus vidas conmigo, al igual que yo compartía la mía con ellos. Gracias a las muchas conversaciones, descubrí sus puntos de vista sobre diversos temas, lo que me permitió entender mejor sus creencias. Poco a poco, comenzaron a preguntarme sobre mis creencias. Les expliqué por qué Jesús era tan irresistiblemente atractivo y cómo había llegado a creer que el cristianismo era verdad.

Cuando me preparaba para ir a casa por Navidad, tres estudiantes de mi residencia se me acercaron y me dijeron: “Becky, la forma en que hablas de la fe nos provoca mucha curiosidad. Ninguno de nosotros ha leído la Biblia antes. ¿Estarías dispuesta a leer la Biblia con nosotros? Queremos entender qué viste que cambió tanto tu vida”.

Les dije que ni hablar.

En contra de lo que predico ahora, les dije que era muy nueva en la fe e incapaz de dirigir un estudio bíblico. “¡Yo misma sé tan poco sobre la Biblia!”, les comenté. A lo que respondieron: “¡Entonces aprenderemos juntos!”. Después de que me lo pidieran tres veces, acepté a regañadientes.

Durante las vacaciones de Navidad estuve muy preocupada y oré mucho. La única conclusión a la que pude llegar fue que Dios había provocado aquello. Ya de regreso en la universidad, esa misma semana nos reunimos los cuatro para leer una historia sobre Jesús.

Decir que yo era inepta como líder de estudios bíblicos sería quedarse corto. Nunca había estado en un estudio bíblico, ¡mucho menos dirigido uno! Escoger los pasajes ya fue todo un desafío para mí. Para mi asombro, ellos lo disfrutaron… ¡y yo también! La segunda semana un estudiante más se unió a nosotros y la tercera semana éramos seis.

Si me hubieran preguntado entonces qué pensaba de la evangelización, habría dicho: “Me sorprende decir esto, ¡pero la evangelización no es tan difícil! Si oras, si eres auténtico y te preocupas de verdad por las personas, y si escuchas respetuosamente y tratas de entender sus preguntas y dificultades con la fe y estás dispuesto a compartir tus creencias... ¡descubrirás que tener conversaciones espirituales es algo que ambos disfrutáis! ¡La verdad es que la evangelización es mucho más fácil de lo que pensaba!”.

Todavía lo creo. Incluso hoy, cuando nuestra cultura occidental es cada vez más hostil a la fe y los desafíos en la evangelización son mayores, creo que compartir nuestra fe es más fácil de lo que solemos pensar. Por lo general, los escépticos responden de forma positiva al amor genuino y aprecian nuestro deseo de mantener un diálogo respetuoso. La verdad es que la gente está sedienta de algo a lo que no le acaban de poner nombre, pero que está ahí.

Entonces llegó la segunda experiencia. Las cosas iban a ponerse más difíciles.

Experimentar la hostilidad

La noche de nuestro tercer estudio bíblico regresaba a mi habitación y oí, al igual que todos los demás, un anuncio por los altavoces pidiéndome que fuera inmediatamente a la oficina de la encargada de la residencia. La encargada de la residencia era una mujer de mediana edad que vivía en un apartamento en la planta baja. Cuando entré en su oficina y vi su cara, supe que fuera lo que fuera, era algo serio.

“Becky, ¿es verdad que diriges un estudio bíblico en la residencia?”, preguntó.

“Sí”.

“Pues va en contra de la política de la residencia, y un estudiante ya ha presentado una queja”, dijo.

Me quedé atónita. “Pero yo no he coaccionado a nadie a que viniera. De hecho, ¡otros me pidieron que lo dirigiera!”.

“Becky, ya he tenido reuniones sobre esto con mis colegas de otras residencias. Te lo advierto: ¡Cancélalo AHORA!”.

“¿Pero por qué? ¿Es una violación de la política de la residencia dirigir un estudio bíblico que los propios estudiantes han pedido?”. No estaba siendo arrogante. Estaba aterrorizada, pero también sorprendida.

“Escucha, Becky”, dijo. “Eres joven. No sé cómo te has metido en esta cosa religiosa. Me caes muy bien, pero podrías tener serios problemas. De hecho, si persistes en ello, podrían echarte de la universidad. Así que, por tu propio bien, ¡déjalo estar!”.

“¿Podrían expulsarme de la universidad?”, pregunté incrédula.

“Eso es”, respondió.

Enseguida me vinieron a la mente dos cosas. Primero, mi padre no era cristiano. De hecho, en ese momento, aparte de mi hermana, yo era la única cristiana comprometida en mi familia. La vergüenza que iba a sentir si llegaba a casa de esa manera era insoportable.

Segundo, me di cuenta de que no había orado. Así que clamé en silencio al Señor pidiéndole ayuda. Nunca olvidaré la paz que me inundó de repente. Entonces dije unas palabras que sabía que venían de Dios.

“Quiero honrar a esta universidad y obedecer sus reglas. Realmente quiero ser respetuosa. Pero no puedo detener este estudio bíblico. Debo hacer lo que siento que Dios me ha llevado a hacer. ¿Cómo puedo no hablar de lo que sé que es verdad?”.

“Siento mucho oír eso, Becky”, respondió la encargada de la residencia. “Ahora tendré que llevar esto a mis superiores. Me pondré en contacto contigo pronto. Pero estás siendo una insensata. ¿Me aseguras que no invitarás a ningún estudiante más hasta que volvamos a hablar?”.

“Recuerda que nunca he invitado a nadie. Pero, sí, te lo aseguro”, dije.

Volví a mi habitación, me tiré en la cama y empecé a llorar. Recuerdo haberle dicho al Señor: “¡Señor, eres invisible! La gente no puede verte, pero pueden verme a mí. Y si me expulsan de la universidad, ¡tendrás que ser tú quien se lo explique a mi padre!”.

Una amiga, Paula, vino a mi habitación porque quería saber por qué me había llamado la encargada de la residencia. Se lo conté y, viendo mi angustia, me dijo: “Becky, mi padre es anciano de nuestra iglesia. Ven a casa conmigo este fin de semana y coméntalo con él”.

Ese fin de semana su padre escuchó mi historia con gran compasión y dijo: “Becky, no creo que puedan expulsarte. Pero te lo han hecho pasar bien mal. Esta tarde quiero que leas el libro de Hechos de principio a fin. Te ayudará. Y luego lo comentamos”.

Dejando de llorar, anoté obedientemente el título y le pregunté dónde podía comprar ese libro.

“Esto... Becky, el libro de Hechos está en la Biblia, justo después de los Evangelios”, dijo. Luego, con una sonrisa irónica, añadió, “¡Menudo debe ser el estudio bíblico que estás dirigiendo!”.

Esa tarde, por primera vez en mi vida, leí el libro de Hechos. Nunca olvidaré el momento en que leí Hechos 4:18-21, cuando Pedro y Juan fueron arrastrados ante las autoridades judías y amenazados por predicar el evangelio:

Los llamaron y les ordenaron terminantemente que dejaran de hablar y enseñar acerca del nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan replicaron:

—¿Es justo delante de Dios obedeceros a vosotros en vez de obedecerle a él? ¡Juzgadlo vosotros mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.

Después de nuevas amenazas, los dejaron irse.

Cuando leí la respuesta de Pedro y Juan, mis ojos se abrieron como platos. Me levanté de la silla y dije en voz alta: “¡Señor, es casi lo mismo que le dije a la encargada de la residencia!”.

Mi primera reacción al leer Hechos fue la sorpresa de descubrir que mi experiencia no era nueva. Los cristianos siempre han sufrido persecución. Mi segunda reacción fue de vergüenza profunda. Los apóstoles no solo fueron perseguidos por compartir el evangelio, sino que todos menos uno morirían por ello. Experimentaron un nivel de persecución que yo nunca había sufrido y que probablemente nunca sufriré. Confesé mis temores a Dios y le pedí que me fortaleciera para ser obediente y fiel fuera cual fuera el resultado.

Regresé al campus con nuevas fuerzas. El martes por la noche, mientras caminaba hacia la sala donde nos reuníamos para el estudio bíblico, me sorprendió ver el vestíbulo lleno de estudiantes. “Perdón”, dije. “Necesito pasar porque tengo una reunión”.

“Nosotros también queremos entrar”, dijeron. “Solo que la sala no es lo suficientemente grande. ¡No cabemos todos!”.

¡Todos querían asistir a mi estudio bíblico!

Estaba horrorizada. A pesar de lo que me había dicho el padre de Paula, no estaba segura de que no me podían expulsar de la universidad. Aunque estaba decidida a ser obediente, todavía tenía la esperanza de que, como se trataba de un estudio bíblico pequeño, no habría más problemas. ¡Pero solo en el vestíbulo había más de diez chicas!

¡¿Qué había pasado?! Bueno, estábamos a finales de los años 60, el apogeo de la “protesta revolucionaria” entre los jóvenes de EE. UU. El mantra de la época era: “No confíes en nadie mayor de treinta años”. Así que mi historia se había propagado como el fuego. La noticia de que la administración quería suprimir algo iniciado por los estudiantes —¡aunque fuera un estudio bíblico!— alimentó el espíritu revolucionario de la época. A la semana siguiente vinieron más estudiantes. Al final tuvimos que reunirnos en la sala más grande de nuestra planta. Aquel interés probablemente estaba más motivado por el deseo de plantarse ante la universidad que de considerar las afirmaciones del cristianismo. Sin embargo, allí estaban, escuchando sobre Jesús.

Obviamente, la encargada de la residencia estaba furiosa y me llamó a su oficina.

“¡Becky, te dije que no invitaras a nadie más hasta que volviéramos a hablar!”.

“¡Pero yo no he invitado a nadie! ¡Los estudiantes empezaron a invitar a más estudiantes!”.

No parecía convencida, y lanzó más amenazas, diciendo que mi expulsión de la universidad era ahora casi inevitable.

Lo irónico es que yo esperaba mantener el estudio como algo reducido para que la cosa no trascendiera. Pero cuanto más me amenazaba la encargada, más avivaba la llama de la protesta de los estudiantes. ¡Aquel estudio bíblico, en un campus en pleno Cinturón Bíblico, había terminado siendo algo contracultural y revolucionario! Pero, eso es precisamente lo que cualquier estudio de las Escrituras debería ser, en cualquier época y lugar.

Unos días después, cuando pasaba por la cafetería del edificio de estudiantes, una estudiante del estudio bíblico me llamó y me presentó a un hombre mayor que nosotras. Dijo que le acababan de contar la situación en torno al estudio bíblico y me pidió que le explicara lo que había pasado. Después de escuchar mi historia dijo: “Becky, soy el pastor de una iglesia unitaria de la ciudad. ¿Querrías venir este domingo y contar tu historia en lugar de mi sermón?”.

Intenté negarme, pero él insistió tanto, que al final decidí aceptar. Pero me quedé preocupada. Los unitarios niegan la existencia de la Trinidad, uno de los pilares de la verdadera fe cristiana. Fui a hablar con una estudiante cristiana madura, Lydia, y le pregunté si había cometido un error al aceptar.

“Becky”, dijo Lydia. “Creo que el Señor te ha dado una oportunidad de proclamar el evangelio. Así que no solo compartas lo que pasó. Asegúrate de compartir tu testimonio también”.

“Lo haré”, respondí. “Pero... ¿qué es un testimonio?”.

“Es explicar cómo conociste a Cristo. Cuenta lo que nos has contado: que eras agnóstica y tenías muchas preguntas intelectuales, que estuviste investigando en otras religiones antes de fijarte en el cristianismo… ¡Y explica qué te hizo concluir que el evangelio tenía sentido!”.

Llegó el domingo por la mañana y estaba más que aterrorizada. Pero cuando empecé a hablar, sentí la misma paz que había experimentado cuando la encargada de la residencia me confrontó. Después del servicio dominical descubrí que muchos miembros de la iglesia trabajaban en la universidad. Cuatro profesores se me acercaron y me dieron sus tarjetas, diciéndome: “Te ayudaremos en todo lo que podamos. Llámanos si tienes algún otro problema”.

La encargada de la residencia y yo tuvimos una última reunión, pero esta vez sabía que sus amenazas eran huecas. Nunca sabré qué motivó sus acciones.

Más fácil y más difícil a la vez

¿Qué aprendí en mi primer año de universidad, hace ya tantos años? Primero, que cuando la evangelización se hace como Jesús lo hacía, es mucho más fácil de lo que imaginamos. Algunas de las personas menos inimaginables resultaron ser las más sedientas espiritualmente hablando.

En segundo lugar, aprendí que compartir el evangelio es extremadamente serio. Me preocupaba ofender a algún escéptico o que me acusaran de ser antiintelectual. Nunca imaginé que me tendría que defender ante la encargada de la residencia, que me prohibirían invitar a nadie más al estudio bíblico y que me amenazarían con expulsarme de la universidad.

¿Qué estaba pasando, incluso en pleno Cinturón Bíblico y hace ya cuarenta años? Estaba experimentando algo de lo que nunca había oído hablar: la guerra espiritual. Me sentí como si me hubiera metido en medio del fuego cruzado de una batalla que yo no había iniciado. Había leído sobre Satanás en la Biblia, pero ahora sabía de primera mano que hay un ser malévolo que se opone ferozmente a la proclamación de Cristo y que amenazará, intimidará, acosará y usará todas las tácticas intimidatorias posibles para detenernos. Y conmigo, casi había funcionado.

Aprendí otra lección de un valor incalculable: Dios no solo se alegra cuando damos a conocer el evangelio, sino que multiplicará nuestros esfuerzos, ¡incluso cuando no queremos que lo haga!

 

 

“ Dios no solo se alegra cuando damos a conocer el evangelio, sino que multiplicará nuestros esfuerzos”.

 

Recibir una amenaza de expulsión fue una experiencia aterradora. Aunque elegí obedecer, confiaba poder “manejar” el peligro manteniendo el modesto tamaño del estudio bíblico. ¡En cambio, Dios abrió las compuertas! Todas las tácticas que Satanás usó para ahogar el evangelio, Dios las utilizó para hacer que el evangelio llegara a más personas.

Las lecciones que aprendí por medio de esa experiencia me han sostenido y moldeado a lo largo de todo mi ministerio. Aunque muchas cosas han cambiado desde finales de los años 60, hay algo que continúa siendo cierto:

Compartir el evangelio sigue siendo más fácil de lo que pensamos y más difícil de lo que imaginamos: es a la vez emocionante y extremadamente serio.

Para ser testigos eficaces en los tiempos que corren necesitaremos valentía, perseverancia y capacitación práctica. Pero también debemos hacerlo con confianza y expectativa. Como dice el evangelista británico Rico Tice:

“[Hoy] somos testigos de mucha más hostilidad hacia el mensaje del evangelio. Pero eso no es lo único que está ocurriendo. También hay mucha más sed. Esa marea creciente de secularismo y materialismo que rechaza la idea de una única verdad y se ofende ante las normas morales absolutas está resultando ser una manera de vivir vacía y hueca. Y eso es emocionante, pues significa que te vas a encontrar con más y más personas que, aunque no lo verbalicen, ansían lo que el evangelio ofrece” (Honest Evangelism, p. 20).

Sobre todo necesitamos empezar con Dios, porque todas las luchas que tenemos a la hora de evangelizar —nos sentimos incapaces y débiles, vemos nuestros miedos, nuestra falta de compromiso en la oración, dudamos de que el evangelio realmente tenga poder para transformar vidas, que Dios pueda usarnos, y en el fondo

OPOSICIÓN EN EL CAMPUS

no queremos asumir riesgos y ponernos en las situaciones donde Dios podría usarnos— nos frenarán hasta que no entendamos quién es Dios realmente. Saber que Dios está con nosotros, que va delante de nosotros y que desea usarnos, incluso a pesar de nuestros miedos y nuestra poca fe, es lo que marca la diferencia. Como dijo el predicador del siglo XIX Charles Spurgeon: “Algunos son bebés y otros son gigantes. Pero... un poco de fe es fe. Y una esperanza trémula es esperanza” (Faith’s Checkbook, crosswalk. com/devotionals/faithcheckbook, devocional del 21 de febrero, visto el 23/12/19).

Lo cierto es que no necesitamos confiar más en nosotros mismos. Lo que precisamos, más que nada, es confiar en Dios. Confiar en el Dios verdadero es lo que nos permite ver que nuestra debilidad no limita al Dios vivo y poderoso. A él le complace usarnos, mientras damos pequeños pasos de obediencia.

Jesús nos manda que seamos sus testigos. Será más fácil de lo que pensamos y más difícil de lo que imaginamos. Pero Jesús no nos envía con las manos vacías. Nos da los medios divinos que necesitamos para obedecer ese mandamiento divino; y de esos medios hablaremos en esta primera sección del libro.

Para reflexionar

Piensa en las veces que has intentando compartir el evangelio con otros. ¿Cómo han marcado esas experiencias tus expectativas y cómo te sientes en cuanto a la evangelización?¿Qué has aprendido de Becky sobre la forma en que Jesús se acercaba a la gente con el evangelio? ¿Cómo podrías aplicar el acercamiento de Jesús en tu propio testimonio?“No necesitamos confiar más en nosotros mismos. Lo que precisamos, más que nada, es confiar en Dios”. ¿Tiendes a avanzar confiando en ti mismo o a dudar de ti mismo y no avanzar? ¿Cómo influye eso tu actitud respecto a compartir tu fe?

02 Celebrar nuestra pequeñez

Cuando era agnóstica, constantemente le daba vueltas a la misma pregunta: “¿Cómo puede el ser humano finito afirmar que conoce a Dios? ¿Cómo sabe que no está siendo engañado?”.

Un día soleado de verano estaba tumbada en el césped de nuestro jardín cuando vi que unas hormigas estaban ocupadas construyendo un hormiguero. Se me ocurrió redireccionar sus pasos usando ramitas y hojas. Y, sin más, cambiaron de ruta y empezaron un nuevo hormiguero. Pensé: “¡Esto es como ser Dios! ¡Estoy redirigiendo sus pasos y ni siquiera se dan cuenta!”.

En un momento dado, dos hormigas se subieron a mi mano y pensé: “Sería gracioso que una hormiga se volviera hacia la otra y le dijera: ‘¿Crees en Becky? ¿Crees que Becky existe?’”.

Me imaginé a la otra hormiga respondiendo: “¡No seas ridícula! Becky es un mito, un cuento de hadas!”. ¡Qué cómica la arrogancia de esa hormiga diciendo que no existo, cuando podía tirarla de allí con un simple soplido!

Pero, ¿y si la otra hormiga le dijera “Yo sí creo que Becky existe”? ¿Cómo lo resolverían? ¿Cómo podrían saber que soy real? ¿Qué tendría que hacer yo para revelarles quién soy?

De repente, me di cuenta: la única forma de revelarles quién soy, de un modo que ellas me pudieran entender, sería convirtiéndome en una hormiga. Tendría que identificarme por completo con el ámbito de su realidad.

Me senté y recuerdo que pensé: “¡Qué pensamiento tan asombroso! ¡Reducir mi tamaño para reflejar con exactitud quién soy en forma de hormiga! ¿Pero cómo sabrían las hormigas que se trataba de mí en forma de hormiga? Ya lo sé: ¡tendría que hacer trucos! ¡Cosas que ninguna otra hormiga podía hacer!”.

Entonces caí en la cuenta: acababa de resolver el problema de cómo los seres humanos finitos podríamos descubrir a Dios. Para ello, Dios tendría que venir del exterior y revelarnos quién es.

En aquel momento, yo aún no había analizado el cristianismo, pero sí había buscado en otras religiones del mundo y no me había encontrado con ningún fundador o profeta que dijera a sus seguidores: “¿No lo entendéis? Cuando me veis a mí estáis viendo a Dios, porque yo soy Dios”. En vez de animar a sus seguidores a que les miraran a ellos, les hablaban de la importancia de seguir ciertas reglas y realizar ciertas prácticas espirituales para lograr, tal vez, que Dios les aceptara o les salvara.

Ahora bien, necesitaba averiguar si la Biblia afirmaba que Dios vino a la tierra en forma humana. No pude encontrar una Biblia en nuestra casa, así que busqué cualquier libro que tuviera en el título la palabra “cristiano”. ¡Y encontré uno! Se trataba de un ejemplar intacto de Mero cristianismo, así que me senté y empecé a leer vorazmente.

¿Qué descubrí? ¡Que la premisa central de la fe cristiana es que Dios irrumpió de forma sobrenatural en el planeta Tierra! El cristianismo es la religión de la revelación. ¡Dios vino a nosotros! Así como yo tenía que convertirme en una hormiga mientras seguía siendo Becky si quería comunicarme con las hormigas, ¡Cristo había adoptado naturaleza humana mientras seguía siendo Dios para así poder comunicarse con nosotros!