Salto de Eje - Ana Sánchez - E-Book

Salto de Eje E-Book

Ana Sánchez

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Beschreibung

De niño jugó con lápices de colores para dibujarte, de joven intentó representar muchas veces tu imponente figura. Quiso convertirse en el pintor impresionista que captara toda tu majestuosidad. (…) Probó atraparte de mil maneras, pero una dolorosa impotencia fue siempre el resultado, hasta que descubrió que una cámara sería para el resto de su vida la posibilidad genuina de una simbiosis perfecta entre tu corazón y el suyo. Asociación íntima de organismos diferentes. Acto vital que le permitió descubrir su camino.

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Seitenzahl: 278

Veröffentlichungsjahr: 2022

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ANA MARÍA SÁNCHEZ

Salto de Eje

Sánchez, Ana María Salto de eje / Ana María Sánchez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3394-4

1. Autoayuda. I. Título. CDD 158.1

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Acercamiento al lector

Salto de Eje

Sinopsis

Acercamiento al lector

He intentado expresarme a través de varias maneras, pero con ninguna sentí la plenitud que me produce escribir.

No es esta forma de comunicación un camino que me conduce hacia el interior más profundo, el cual he recorrido muchas veces, sino por el contrario, es desde ese lugar interno, muy íntimo y propio que permito que mis emociones, deseos y fantasías dejen su clandestinidad para entrelazarse en el maravilloso mundo de las palabras y así ser compartidas. Se trata de tomar la decisión de mostrarse, de decirse, de desnudarse y de asumir riegos.

La realización de esta primera novela me ha permitido comprender que es escribir, sin duda, la forma que define esta etapa de mi vida.

Mariana, la protagonista, corre detrás de sus deseos como cualquiera de nosotros y trata de lograr sus objetivos con estrategias humanas, pero la vida, el destino o como gusten llamarlo, muestra su intromisión inesperada, su salto de eje, para recordarnos su finitud.

Así como la naturaleza cuenta con sus cuatro estaciones para renovar la vida, las personas también tenemos la posibilidad de recomponernos, no sin esfuerzo, para seguir escribiendo nuestra historia y así, si lo deseamos, tener la oportunidad de trascender.

El grabado para la ilustración del libro me lo obsequió espontáneamente mi nieto Santiago Mignogna. La alegría que me produjo fue inmensa. A mi pedido, su mamá, Cecilia Huarte materializó ese deseo creando el diseño de la tapa y contratapa. El tener representado a cada uno de ellos en un parte de esta obra es un gusto que me permití.

Hay una palabra que lo representa por completo y es “generosidad”: gracias escritor Antonio Gordillo.

La Autora

Muy cerca de la Plaza y de la famosa Catedral de estilo gótico de San Isidro, se encuentra un grupo de viejas casonas, típicas de las construcciones antiguas que pertenecieron a las familias adineradas de Buenos aires a fines del siglo XVIII.Para observarlas, el caminante tiene que serpentear sus callecitas empedradas, sombreadas por enormes tipas características de ese rincón mágico, que sin duda lo transportarán en el tiempo.

Son pocas ya, las familias que allí viven, esos muros sobrevivieron a varias generaciones que las fueron recibiendo como herencia. En una de ellas, es frecuente ver una mujer sentada todas las tardes junto al ventanal. Es principio del verano y eso permite que permanezca abierto, dejando percibir a través de sus rejas la antigüedad de los lujosos muebles que visten la sala.

No se revela la expresión de su rostro, solo su figura recortada, pues la amplia galería que se derrama hacia el jardín impide observarla con detalle. Los naranjos y limoneros perfuman el lugar y las columnas de la galería que la rodean apenas se adivinan invadidas por los rosales. El pasado siempre es presente y el futuro incierto, se desvanece ante lo perdurable y por años indestructible del paso del tiempo. Decir que esas paredes desbordan de historias es aclarar lo obvio. Mejor guardar silencio y que la mente las recoja.

—Señora, ¿le preparo su café?

—Sí, por favor– contesta la mujer.

A pesar de estar cercana a los ochenta años su aspecto es muy cuidado. Se mantiene delgada y su postura erguida.

—¿Avisó si viene? – le dice a Carmen, descontando que sabe de quién se trata.

—Sí, señora, vendrá como siempre– le contesta sonriendo. Le aclara que llegará con un invitado y que esa visita la reconfortará.

La mujer asiente con un gesto y se incorpora con dificultad apoyándose en el brazo del sillón. Al verla, Carmen le pregunta si necesita ayuda, ella le agradece con un gesto negativo y comenta sobre el malestar que está sintiendo en la cadera que hasta ahora, ha podido manejar con algún analgésico.

—No olvides de sacarme un turno con el doctor Funes– le pide a su compañera, como le gusta llamarla.

—Debo ver qué pasa con este dolor antes de que empeore– continúa diciendo.

Sale a la galería y lentamente la recorre para aspirar el aire de la tarde. De lejos Javier, el jardinero, la saluda; ella levanta la mano como respuesta.

Hace algunos años que decidió mudarse a San Isidro, precisamente a esa Casona que recibió como herencia de un familiar. Necesitó invertir en ella para reacondicionarla, pero valió la pena. Ya no deseaba vivir en el torbellino de la capital y la paz de esa zona le pareció en ese momento el lugar ideal para iniciar una nueva etapa en su vida. Se apoya en una de las columnas y se queda mirando el jardín.

En silencio visita sus recuerdos.

* * *

Mariana va a llegar tarde a la Empresa, le costó levantarse. Pensó en los temas que tenía para resolver y eso le dio pereza. Decidió darse una ducha rápida. Cuando terminó se preparó un café exprés y con el pocillo en la mano regresó a su dormitorio para maquillarse cuidadosamente. Prestó especial atención a la elección de su ropa, después de vestirse se miró al espejo. Al mediodía iba a tener la reunión con los empresarios, el ingeniero Augusto Mendizábal estaría presente. Suspiró pensando en su sonrisa.

Salió rápidamente de la cochera. Cómo todos los días el tránsito estaba muy complicado, cada vez era más difícil trasladarse por la ciudad. Los autos se detuvieron en la esquina, trató de ver lo que sucedía. Un grupo de manifestantes estaba pasando justo en ese momento, son miles, pensó. Miró nuevamente el reloj, mientras la paciencia la abandonaba. ¡Qué falta de respeto! se dijo alterada.

Cuando la marcha lo permitió volvió a retomar el camino. Finalmente llegó, dio vuelta por la rotonda que se encontraba al frente del edificio de It Solution Informatics y se dirigió a una velocidad imprudente hacia el estacionamiento.

Al entrar a la Empresa saludó a los empleados que cruzó por los pasillos camino a su oficina, ninguna sonrisa de su parte, ninguna sonrisa y ellos presintieron que no sería un buen día. Pasó junto a Lucía, su secretaria, y le preguntó si había alguna novedad, ella le contestó que ninguna. Le recordó que a las doce horas tenía la reunión con los profesionales que integraban el nuevo proyecto. Mariana esperaba que concretaran finalmente, porque ya habían tenido suficientes encuentros. Le pidió a su secretaria que le avisara a Diego que le alcanzara un café. Abrió la puerta y agradeció que no compartía ese espacio con nadie, respiró profundamente para recomponerse, se sacó el abrigo y lo dejó en el perchero. Al darse vuelta le llamó la atención un ramo de flores rojas que estaba sobre su escritorio, buscó alguna referencia para saber de quién era el remitente, pero solo vio una tarjetita que decía: Te amo.

Sorprendida tomó el teléfono y le preguntó a Lucía quién las había enviado y por qué no se lo había comentado. Le respondió que no conocía su procedencia y que no vio a nadie entrar en su despacho. Volvió a interrogarla, ya que era la encargada de filtrar todos los contactos telefónicos o personales. La secretaria le aclaró para justificarse, que tuvo que ir varias veces a otras dependencias a llevar documentos que ella misma le había encargado, que no sabía quién pudo dejarlas ahí.

Lucía era muy buena secretaria, extremadamente eficiente, pero en ese momento tanta formalidad la irritó; parecía que ese día no le salían las palabras. Necesitaba algún dato que le aclarara esa situación. era su responsabilidad que alguien hubiera entrado en su oficina sin anunciarse. Trató de pensar quién podría haber dejado allí las flores, sintió que se le aceleraron las pulsaciones. ¿Habría sido Augusto Mendizábal? Esa posibilidad la ilusionó. Nunca hizo ni dijo nada que directamente le demostrara su interés, pero a lo mejor no se había animado y encontró esa forma de expresarlo, la elección del color de las flores tenía sin duda un significado. Seguro que fue él, pensó. Se puso nerviosa como si fuese una adolescente, solía pasarle cuando intercambiaban algunas palabras al encontrarse casualmente en la empresa.

Su secretaria le anunció que tenía una comunicación telefónica, al mismo tiempo que apoyaba el pocillo de café sobre el escritorio. Mariana quiso saber por qué Diego no había cumplido con su trabajo, Lucía le aclaró que ella había querido alcanzárselo. No le dijo nada, no tenía ganas de escuchar sus explicaciones. Atendió el teléfono, era su amiga Cecilia que le reclamaba su falta de atención al celular, en ese momento recordó que lo había dejado en la cartera. No le permitió seguir protestando, antes que le explicara el motivo de su llamado le contó lo que pasó y la posibilidad de que hubiese sido Augusto quien le enviara ese ramo. Cecilia no la apoyó, sus palabras se grabaron en su mente.

—Si nunca te dijo nada, si ha pasado tanto tiempo y a pesar de que te le has insinuado varias veces, ni se acercó, no es Augusto. Me inclino a pensar que puede ser tu ex marido que sigue intentando comunicarse con vos y si es posible, reconciliarse.

Mariana no quiso pensar en esa probabilidad. Para no seguir hablando del tema le preguntó sobre el motivo de su llamado, ella le contestó que la reunión de amigas la habían programaron para el sábado a las diez de la noche y que por whatsapp le iba a mandar la dirección del encuentro, porque todavía no se habían puesto de acuerdo sobre ese punto. Típico de nosotras las mujeres, pensó; al menos haber acordado el horario era un avance.

Comenzó a trabajar después de terminar la comunicación con Cecilia, aunque le costó concentrarse. Firmó algunas resoluciones y contestó con esfuerzo varios mails. Seguía intrigada por lo sucedido y a la vez ilusionada.

Augusto era una persona muy correcta, extremadamente prolijo y elegante en su manera de vestir. Tenía una sonrisa que la desequilibraba. Lo conoció cuando lo invitaron a participar en la elaboración del proyecto sobre la creación de la nueva empresa en la ciudad de Córdoba, aunque nunca tuvo la oportunidad de relacionarse íntimamente con él. Sólo coincidieron en algunas reuniones. Sabía que era casado, pero se rumoreaba que su matrimonio no duraría mucho tiempo, ese dato desencadenó en ella un sinfín de motivaciones: Era separada y él, decretó en ese momento, lo sería pronto.

Salió de la oficina, al pasar junto a Lucía, no la miró. ¡Qué rara estaba hoy! Consideraba que había tenido un descuido y eso la mantenía enojada; ella lo percibió. Se trasladó al primer piso donde se encontraba Inés, la Directora General de la Empresa, con la cual tenía confianza y con frecuencia compartían temas personales. Le contó lo sucedido y esperó ansiosa su opinión. Inés le comentó que, al dejar su auto en la cochera, se había encontrado con Gustavo Giménez Oyola, le hizo saber que le llamó la atención, en ese momento, que el empresario hubiese llegado con tanta anticipación para concurrir a la reunión. Le recordó que en varias ocasiones había preguntado por ella, por este motivo pensaba que él había traído las flores.

A pesar de lo entusiasta de su observación, Mariana insistió con su teoría, su interlocutora la miró sin decirle nada. Para salir de ese silencio y de esa situación que empezó a transformarse en perturbadora, le comunicó algunos aspectos de la reunión que debían consensuar. Rápidamente se pusieron de acuerdo y Mariana salió del lugar algo incómoda.

Cuando la puerta de su oficina se cerró Inés se sintió aliviada. Prendió un cigarrillo, nunca fumaba en presencia del personal jerárquico de la empresa y mucho menos delante de los empleados, pero en ese momento necesitó hacerlo. Estaba tensa, imaginó que así se debía sentir el acusado después de declarar frente a un juez al cual le ocultó el hecho principal. Y en esa oportunidad el hecho principal era que ella también estaba interesada en conquistar a Augusto. De cualquier manera, creía que había logrado disimularlo bastante bien y eso lo estaba pagando con su cuerpo.

Se puso a rememorar lo conversado con Mariana, sobre todo cuando insistió con el tema de las flores y su vinculación con Mendizábal. Hizo lo posible para sacarla de esa idea, pero se dio cuenta de que casi no la escuchó. Fue un monólogo. Estaba obsesionada con él y eso le molestó. ¿Le provocaba celos? Cómo no tenía idea de que había pasado con esas flores, trató de ensayar en ese momento una explicación que le sirviera para que evaluara otra posibilidad sobre lo que había ocurrido. Quiso entusiasmarla con Giménez Oyola, pero ni reparó en su comentario. Él le había confesado directamente su interés por Mariana y le había preguntado si estaba comprometida con alguien. Inés le contestó esa tarde, rotundamente que no, para que no le quedaran dudas y se atreviera a acercarse. A Mariana sólo le dijo que había preguntado con cierto interés por ella, pero no dándole demasiados detalles porque temía que ocurriera un efecto contrario al que deseaba. Estaba especialmente interesada que se produjera una mutua atracción.

—Hacen linda pareja– le dijo observando su reacción. Al instante le devolvió una sonrisa que le dio rigidez a su rostro.

Mariana volvió a su oficina sin dejar de pensar en el tema. Lo primero que hizo al entrar fue volver a mirar el ramo y nuevamente buscó en el escritorio alguna señal sobre su procedencia. La perturbaba no tener control sobre las cosas, no servía para lo impredecible. Después de terminar de controlar unas liquidaciones consultó su reloj, se acercaba la hora de la reunión, salió para no llegar última al lugar. Se encontró con Lucía que salía del salón de audiencias, notó que ella la seguía con la mirada. No le dio importancia y entró. Mientras la puerta se fue cerrando le pareció escuchar una voz que, susurrando, dijo: Te amo.

* * *

Despertó como si no hubiese dormido durante toda la noche, se sintió agotada. Miró una serie hasta tarde y eso provocó que los personajes no la abandonaran durante sus horas de descanso. En el sueño se mezclaban y adquirían roles aterradores. Más que un sueño, había sido una pesadilla.

Soledad advirtió que Augusto no estaba a su lado. ¿Se habría levantado sigilosamente para no despertarla? ¿O para evitar una conversación? Se inclinó por esta segunda opción. Intentó volver a dormirse envolviéndose en las sábanas desordenadas de la cama, pero no lo logró.Se quedó pensando, no en ella, no en él, sino en ambos. Hacía bastante tiempo que casi no hablaban. Sólo se comunicaban por temas relacionados con sus hijos o por asuntos cotidianos. No fue precipitada esa falta de interés entre los dos, ocurrió lentamente, en equilibrio casi perfecto. A diferencia de otras parejas en las que uno se va alejando y otro sufre ese abandono, en la suya ocurrió al mismo tiempo, coincidente, armonioso, casi sin sufrir daños insuperables. Simplemente se dio, así tenía que ocurrir.

Decidió levantarse y se arrojó bajo la ducha para poder recuperarse. Esa fue la sensación, de arrojo. Necesitó que el agua corriera por su cuerpo y arrastrara los fantasmas de esa noche turbulenta. Reconfortada dentro de lo posible, se vistió y bajó. Augusto estaba sentado en el comedor untando una tostada, le dio los buenos días casi dibujando una sonrisa. Soledad le respondió de igual modo. Se sentó frente a él y se sirvió un té. En ese momento Mónica se acercó para recordarle que debían organizar las compras del día. Era la señora que vivía con la familia, cuidaba a los niños y realizaba las tareas domésticas.

Mientras desayunaban intercambiaron algunas palabras sobre las actividades que desarrollarían durante el día. Soledad le aclaró que por la noche se iba a reunir con un grupo de la oficina para festejar un cumpleaños. Augusto le dijo que aprovecharía entonces, para llamar a una amiga de Rosario, con la cual se había reencontrado después de muchos años y la invitaría a cenar. Luego compartieron el silencio. De vez en cuando levantaron la vista y se miraron. Mucho para decir, pero por ahora mucho para callar.

Se había enamorado de Augusto en los años de Universidad. Se lo presentó Luciana una compañera de estudios, una noche en un bar al que habían ido a festejar después de rendir exámenes finales. Le llamó la atención en ese momento su modo educado y atento de relacionarse y la paz que irradiaba. Se lo notaba muy transparente, sin segundas intenciones. Enseguida pegaron onda como dirían los jóvenes. Fue una buena noche y cuando se despidió lo hizo sólo físicamente porque no pudo dejar de pensar en él. No hubo pase de números de celulares y su amiga tomó con naturalidad aquel encuentro, por eso no se animó a hacerle ningún comentario. No sabía si iba a volver a verlo.

Cuando llegó el verano fue a pasar unos días a Pinamar con sus padres en una casa que ellos tenían en ese lugar. Habían programado encontrarse allí con Valeria quien iría de vacaciones a esa misma ciudad. Luciana Rodríguez y ella Soledad Rodríguez Conti. Siempre bromeaban sobre la coincidencia de los apellidos y tejían historias sobre sus padres.

A la semana de estar en Pinamar recibió un mensaje de Luciana avisándole que ya estaba instalada en el departamento que habían alquilado con una compañera de la facultad. El haber podido compartir esos días anteriores con sus padres con dedicación exclusiva, la habilitaba a partir de ese momento a disfrutar con sus amigas libremente. Esa noche la pasaron a buscar por su casa y fueron a tomar un trago en un boliche de moda de esos tiempos. Cuando la conversación estaba animada y sus ojos ya habían escaneado el lugar para ver si algo se presentaba, de la nada, apareció Augusto. Pensó en ese momento que había sido de la nada y así se reflejó en la expresión de su rostro; mezcla de asombro y rigidez mortuoria.

—¿Te acordás de Augusto? – le dijo Luciana como al pasar, sólo le salió un ¡Hola! mientras trataba de reponerse. Su amiga notó su perturbación y sonrió.

Augusto y Luciana planificaron ese encuentro sin ella saberlo y supo después, sin necesidad de comentarios, que había acertado al ayudarlo. A partir de esa noche no se volvieron a separar, compartieron sus números de celulares y encuentros apasionados. Al año ya vivían juntos y pasado otros dos, se casaron. Tuvieron dos hijos Agustina y Joaquín, son pequeños todavía. Esos recuerdos le produjeron nostalgia.

Mónica cumplía muy bien el rol de sustituta, debía reconocer que en ocasiones asumía el de ambos. Sus hijos la adoraban y a veces esa relación tan estrecha los ponía celosos. Pero los dos tenían en claro que sus profesiones eran muy importantes y dedicarse a ellas les llevaba mucho tiempo; a pesar de todo eran agradecidos con Mónica.

Valeria trajo ese pasado al presente la primera vez que Soledad le confesó la situación por la que estaba pasando su matrimonio; ella hizo un gran esfuerzo en tratar de que salvara su pareja. En esa oportunidad agradeció el intento de su amiga. Resolver los conflictos por los que cada persona atraviesa no está en manos de quienes nos quieren, sino únicamente de nosotros, los protagonistas, pensó Soledad en aquel momento.

Augusto se despidió de sus hijos antes de irse. Ella lo escuchó mientras bajaba lentamente la escalera para no volver a cruzarse con él. Después de darle las indicaciones a Mónica como se lo había pedido, se fue a trabajar.

Ese día fue bastante complicado a nivel laboral, eso hizo que volviera a su casa más tarde que de costumbre. Cuando llegó, Augusto ya había regresado. Mónica estaba preparando a los niños porque se iban a quedar a dormir en la casa de su tía, noche especial para ellos porque la adoraban. Fue a la cocina a prepararse un té y le ofreció a Augusto un café porque sabía que lo prefería. Él lo rechazó porque iba a darse un baño. Soledad se sentó en un sillón del living y prendió el televisor para escuchar las noticias del día. Augusto bajó al rato y se fue. Aprovechó entonces y subió a su dormitorio para cambiarse. Cuando estuvo lista se despidió de los pequeños que jugaban bajo la mirada de Mónica, que trataba con esfuerzo de que no se ensuciaran antes de salir.

Cuando Soledad llegó a su destino bajó del auto y miró el número del edificio que tenía agendado. Sólo tuvo que caminar unos metros para encontrarlo. Estaba en Caballito. Se sentía rara, pero a pesar de eso, quería estar allí. Para lograrlo tuvo que mentir y no le resultó fácil. Buscó el departamento 5° B y llamó. Eran pasadas las nueve de la noche. Se encontraba en una situación nueva; nunca se había imaginado tener el coraje de vivirla.

Ramiro le respondió que ya bajaba. A pesar de que ella podría haber subido él prefirió venir a su encuentro. Cuando llegó sólo existieron miradas, ninguna necesidad de palabras, se besaron en el ascensor como preludio de lo que sin duda iba a suceder. Cuando Ramiro cerró la puerta de su departamento, se desató una catarata de besos apasionados, la ropa cayó prácticamente arrancada y los dos cuerpos se unieron apasionadamente con una química que les quitó el aire, de esas que no permiten pensar y dejan al amor en segundo plano. El engaño había sido consumado en mente y cuerpo.

—Hola– le dijo a Ramiro y los dos rieron.

Una llamada entró al celular que estaba dentro de su bolso. Le corrió un escalofrío, ¿Sería capaz de disimular y ser creíble? ¿O sería mejor no atender?

Ramiro tiró de su brazo para retenerla. Él jugaba despreocupado. El pulso de Soledad se aceleró. Sabía que debía responder.

Respiró aliviada al comprobar que era Mónica avisándole que su hermana ya había venido a buscar a los chicos. Le explicó además que después de dejar todo en orden se había retirado. Al otro día era domingo y tenía franco. Volvió a los brazos de Ramiro.

—¿Te quedás esta noche conmigo?

* * *

Lucía llegó a la Empresa a la hora convenida para realizar la entrevista. Nunca pensó que resultaría tan agotadora. No bastó con la entrega de su CV, que era muy adecuado al cargo de secretaria que la empresa necesitaba, sino que la entrevistadora le hizo un extenso interrogatorio. La mujer que lo realizó escuchó cada una de sus palabras con una amabilidad distante y observó todos sus gestos. Lucía contestó cada una de las preguntas en forma concisa para no enredarse con explicaciones innecesarias. Además, era de hablar poco, algo tímida diría su madre.

Quedó impresionada con su aspecto impecable, la calidad de las prendas que vestía era innegable, moldeaban perfectamente su cuerpo delgado. Cuando Lucía se refería a aspecto impecable, era al extremo impecable; la mujer pertenecía a ese tipo de personas que a pesar de lo ajetreado que pudiera ser su día laboral ni siquiera se despeinaban. No sabía cómo lo lograban, sentía una gran admiración por ellas, no necesitaban ser demasiado bonitas porque todo lo que lucían las adornaba, las enmarcaba. En cambio, ella no mostraba ese aspecto, aunque hiciese esfuerzos para conseguirlo.

Le llamó la atención que algunas de las preguntas tuvieran que ver con aspectos personales. Esto no le había ocurrido en ninguna de las otras dos entrevistas en las que se había presentado en los últimos días. ¿Cómo se desarrollaba una jornada de veinticuatro horas en su vida? ¿Cuáles eran sus actividades fijas y cuánto tiempo les destinaba? ¿Qué solución le daría a una situación en la que un inconveniente imprevisto le impidiera cumplir con alguna tarea pautada? ¿Consideraba que tenía buena salud? Esto último no lo entendió ya que se necesitaba un completo examen psicofísico antes de llegar a la instancia en la que estaba. De cualquier manera, era muy profesional y respondió a cada uno de los requerimientos sin que se percibiera su desagrado.

Le gustaba su trabajo actual, pero éste le daría la posibilidad de crecer en su profesión. Era extremadamente ordenada y operativa. Siempre, y no habían sido muchas veces, se fue ella de la empresa para la que trabajaba, nunca la despidieron. Cuando renunciaba lo hacía para adquirir nuevas experiencias y para aceptar desafíos de mayor envergadura. Su objetivo era conseguir este puesto de Secretaria del Área de Finanzas, además de no defraudar a la persona que le había dado el dato de esa vacante. Al terminar la reunión, aquella mujer la despidió con un “si es seleccionada, la llamaremos”. Y nada más. Se retiró con la sensación de haber dado mucho y a cambio haber recibido muy poco.

* * *

Estaba en el supermercado cuando escuchó que sonó su celular.

—Lucía Fernández?

—Sí– dijo.

—La comunico con el área de Recursos Humanos.

Esos minutos le parecieron eternos.

—Lucía, ha obtenido el cargo de secretaria para la dirección Administrativa y de Finanzas. Debe presentarse el lunes a las ocho de la mañana. Bienvenida a la empresa– terminó diciendo la persona que hablaba.

—Gracias– respondió amablemente.

Fue toda una sorpresa ese llamado, la dejó titubeando. No sabía si seguir haciendo las compras o salir del lugar. Se decidió por esto último. Buscó rápidamente una caja para abonar, donde no hubiera mucha gente. Mientras esperaba repasó en su mente el llamado que acababa de recibir. Pagó y se dirigió rápidamente hacia el estacionamiento, guardó lo que alcanzó a comprar en el baúl del auto y salió del supermercado. Realmente había desestimado la posibilidad de que la llamaran, la persona que en ese momento la había entrevistado se había despedido de forma cortante y sin darle detalle de su resolución. Sin duda, el haber logrado ese puesto significaba para ella un gran crecimiento laboral. Sabía que era un desafío, pero estaba dispuesta a llevarlo a cabo. Decidió inmediatamente comunicarse con Daniel, necesitaba darle la buena noticia ya que era su amigo más querido, en realidad su único amigo. No contestó su llamado; insistió otra vez y respondió el contestador, le dejó un mensaje para que pasara por su casa ni bien estuviera disponible y le adelantó que tenía buenas noticias que deseaba compartir con él. Al llegar encontró justo un lugar para estacionar a pocos metros de la puerta del edificio. No entró el auto a la cochera porque pensaba volver a salir. Le había prometido a su hermana que la pasaría a buscar a la tarde para ir a tomar algo. Hacía bastante que no se dedicaban una tarde para conversar. En realidad, Vanina era más comunicativa que ella. Había una parte de su vida que no la compartía con nadie, sólo con Daniel. Bajó las bolsas y se dirigió al ascensor. Cuando abrió la puerta del departamento escuchó que entró un mensaje en el celular. Era de su amigo para avisarle que ni bien terminaba un trabajo que estaba haciendo iría a verla.

Lucía empezó a estudiar Administración de Empresas en Santa Fe. No pudo adaptarse a estar alejada de sus padres, abandonó la carrera casi terminado el tercer año y regresó a su casa. Tanta sobreprotección la había dejado con una personalidad muy insegura y vulnerable, con el tiempo hizo terapia para superarlo. Cuando dejó los estudios decidió hacer un curso muy completo de Secretariado Administrativo y Comercial en Rosario, su ciudad, que sumó a los conocimientos que había adquirido en la Universidad. Una vez que obtuvo su diploma y ya viviendo en Buenos Aires, estudió una carrera de Informática. Decidió irse a vivir a la Capital Federal aconsejada por su psicoterapeuta que estimulaba en ella la idea de independencia, trabajando sobre su autoestima para lograrlo.

—Tenés que animarte Lucía. Estás en condiciones de hacerlo. Trabajamos mucho para ello– la alentaba.

Cuando les comunicó a sus padres que se mudaría, tuvo que enfrentar las presiones que trataron de ejercer, presiones con amor, pero presiones al fin. Pudo superarlas y eso aumentó su confianza. Reconoció con el tiempo que por comodidad había aceptado alquilar el departamento de unos amigos de la familia. Era la primera vez que iba a vivir sola. Al principio siguió recibiendo el apoyo de su psicóloga una vez por semana, pero de a poco le fue soltando la mano. Pasado un tiempo necesitó retomar la terapia, entonces, la volvió a llamar y convinieron que la atendería una profesional de Buenos Aires que ella misma le recomendó. Cuando empezó en el primer trabajo, todavía se sentía vulnerable, pero la aceptación que tuvo de sus superiores sobre todo por su dedicación, disipó el desasosiego que la embargaba y aumentó su seguridad. Aunque siguió siendo algo tímida y solitaria como un modo de protegerse, reconocía que estaba haciendo muchos avances.

—Los seres humanos deberían aceptar como desafíos lo que les produce incertidumbre. Se sorprenderían de cuánto pueden lograr– le dijo en una oportunidad su terapeuta y ella no olvidó esta frase.

Un cliente de la empresa le comentó de la posibilidad de otro trabajo con mejor sueldo y de mayor responsabilidad y la alentó para que se presentara. Así lo hizo y logró el puesto. Entonces fue cuando tomó la decisión de mudarse a otro departamento. Quiso un lugar elegido por ella, que rompiera todo lazo de agradecimiento y relación con la familia amiga de sus padres. Eso le dio la posibilidad de evitar cualquier explicación sobre su vida. La terapia había dado sus frutos.

Su hermana era seis años menor que ella y tenía una personalidad muy distinta. Más segura, extrovertida, siempre se las arregló para poner límites a las imposiciones de sus progenitores. Rebelde, diría su padre; Lucía sabía que no era así. Simplemente se negaba a lo que no tuviera que ver con sus deseos y la mayoría de las veces a su modo lo lograba. Cuando terminó sus estudios secundarios se mudó también para estudiar en la UBA la carrera de Abogacía. A pesar de que Lucía ya estaba instalada en la ciudad, pidió vivir con una amiga de la infancia. Sus padres accedieron ya que su compañera era hija de unos amigos muy íntimos. Además, les daba tranquilidad el saber que su hermana estaba cerca para ejercer control sobre ella y ayudarla en caso de que lo necesitara. Se querían mucho, Vanina lo sabía, aunque le demostraba poco sus sentimientos. Agradeció en ese entonces la decisión de su hermana de negarse a vivir con ella. Le había costado muchos años de diván lograr esa todavía imperfecta independencia. Su hermana terminó sus estudios y se casó con Santiago, abogado también y tuvieron una hijita, Sol, quién movilizó en Lucía sentimientos de ternura y era la única a la que se los lograba expresar, sin esa necesidad extraña que sentía siempre por ocultarlos.

Sonó el portero. Daniel acababa de llegar.

* * *

—Hola. Vine lo más rápido que pude porque estoy intrigado– detrás de él le sonrió Leonel.

—No pude evitar que me acompañara– siguió diciendo Daniel con mirada suplicante para que a ella no se le notara su desagrado.

Sabía que le molestaba cuando no le dedicaba su exclusividad. Leonel era la pareja de Daniel desde hacía un tiempo. Los hizo pasar y le comentó a su amigo que tenía listo el cappuccino que le gustaba.

—Qué bueno– dijo Leonel como si ella lo hubiese invitado. Ambos se sentaron en el sillón del living. Mientras que caminaba hacia la cocina sintió que conversaban animadamente y eso le dio unos minutos para reponerse. Había proyectado estar a solas con su amigo y pedirle algunos consejos. Estaba molesta. La buena noticia se había teñido de un aire invasivo.

Cuando regresó, Daniel la interrogó con la mirada. Apoyó la bandeja en la mesita, y se sentó para contarle sobre la llamada que había recibido hacía un par de horas, en la cual le comunicaron que había obtenido el puesto en la empresa donde se había presentado. Daniel se levantó y la abrazó. Ese momento de amistad sincera e íntima provocó una expresión rara en el rostro de Leonel. Ella lo percibió porque estaba frente a él.

—Qué buen dato te dio tu amigo – comentó.

—Sí, es cierto, pensar que yo quería desestimarlo– le recordó.

—¿Porque ibas a perder esa oportunidad? – preguntó Leonel.

—No sé, sentí que me excedía la propuesta, pero Daniel insistió para que me animara.

—No tenía dudas de que estabas preparada para hacer un buen trabajo. Por eso te insistí.

Mientras le seguía contando detalles de la comunicación, Leonel se levantó y fue hacia al ventanal.

—Qué buena vista tenés desde acá– dijo interrumpiendo la conversación.

—Daniel también se levantó y se acercó a él para contemplar a lo lejos los bosques de Palermo.

—Sí es muy bonita– le contestó molesta por su actitud.

Su amigo regresó a terminar su cappuccino, seguramente frío ahora.

—¿Programaste algo para hoy? Podríamos salir los tres a tomar algo a la noche a modo de festejo– propuso Leonel todavía parado frente al ventanal.

—Quedé en salir con mi hermana, mañana me parece mejor– aclaró Lucía sabiendo que Leonel no estaría en Buenos Aires ese fin de semana.

El desagrado que la respuesta de Lucía provocó fue evidente tanto para Daniel como para ella.