San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau - Fernando Millán Romeral - E-Book

San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau E-Book

Fernando Millán Romeral

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En Dachau, cerca de Múnich, Hitler construyó el primer campo de concentración, de los muchos donde internó a sus adversarios políticos, pero también judíos, gitanos, homosexuales y otros grupos de «hombres inferiores». Por ese Lager pasaron unos 206.206 prisioneros, de los que más de 40.000 perdieron la vida. 2.652 sacerdotes y religiosos católicos sufrieron cautiverio en Dachau. De ellos, fueron asesinados o murieron a causa de las penalidades unos 1.800, de los cuales, 1.106 polacos. El carmelita holandés Tito Brandsma ha sido ya canonizado y 57 más, beatificados. Con la guía de la figura de san Tito, su hermano en religión, Fernando Millán Romeral traza con maestría el admirable cuadro de aquel santuario del martirio del siglo XX.

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Fernando Millán Romeral

San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 139

Esta obra ha sido publicada con la colaboración del Instituto de Estudios Históricos de la Universidad CEU San Pablo

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-211-0

ISBN EPUB: 978-84-1339-544-9

Depósito Legal: M-22875-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Introducción

I. Dachau, primer Lager del nacionalsocialismo

II. Iglesia y nacionalsocialismo: dos cosmovisiones enfrentadas

III. Los clérigos en Dachau

IV. Vida sacerdotal

V. Ordenación de Carlos Leisner

VI. Dachau, ámbito ecuménico

VII. La caridad puesta a prueba: la epidemia de tifus

VIII. Incorporación a Cristo: mística del martirio

IX. Santidad percibida: martirio y testimonio

X. El Carmelo de la preciosa sangre de Dachau

Apéndice I

Los números de Dachau: globales y de clérigos

Apéndice II

Mártires de Dachau beatificados y canonizados

Bibliografía

Sobre la persecución nacionalsocialista

Sobre el campo de Dachau

Sobre y de san Tito Brandsma

Sobre otros sacerdotes de Dachau

Página Web

Introducción

El campo de concentración de Dachau, pocos kilómetros al sur de Múnich, es, por muy diversos motivos, uno de los símbolos de la barbarie nazi, de la deshumanización que esconden ciertas ideologías y del horror al que pueden llegar cuando se divinizan realidades como el Estado, la raza, el pueblo o el partido. Dachau forma parte de esa lista de nombres macabros que nos recuerdan no solo el sufrimiento y la muerte de miles de seres humanos, sino también que lo que pasó una vez puede volver a pasar1. Pero, además, Dachau tiene un significado muy especial para los creyentes, ya que por allí pasaron cientos de sacerdotes y religiosos, más de 2700 (entre los que se encontraban dos obispos: el polaco monseñor Kozal y el francés monseñor Piguet), aunque las cifras son poco fiables y pudieran ser más. Se llegó a dar incluso una ordenación sacerdotal dentro del campo, la del diácono alemán Carlos Leisner, gravemente enfermo, que fallecería poco después de la guerra y que fue beatificado por Juan Pablo II en una de sus visitas a Alemania. Todo ello ha provocado una amplísima bibliografía que podríamos calificar genéricamente de «tipo religioso» sobre Dachau.

Creemos no exagerar, ni idealizar lo vivido allí, ni banalizar el sufrimiento de miles de personas si afirmamos que Dachau es un verdadero santuario, un lugar en el que el martirio, en el sentido más pleno de la palabra, estuvo muy presente. Alguien lo ha definido como una parroquia incardinada en las mismísimas puertas del cielo, precisamente por estarlo también en las del infierno2. Con ello, no separamos a los sacerdotes y religiosos que dejaron su vida en Dachau de los millones de personas que murieron a causa del perverso sistema concentracionario, especialmente judíos, pero también gitanos, testigos de Jehová, presos políticos, homosexuales, presos comunes... El mártir no es un héroe, ni un suicida, ni un fanático que busca dar la vida por una causa, por muy noble que esta pueda ser. El mártir se incorpora al martirio de Cristo y en él incorpora también a toda la humanidad sufriente necesitada de redención y salvación.

Algo de esto, sin mayores pretensiones, hemos intentado mostrar en este libro sobre «los sacerdotes mártires de Dachau», algunos reconocidos oficialmente por la Iglesia al más alto nivel, otros en proceso de beatificación y otros cuyos nombres quizás se perderán para siempre y para todos, excepto para el corazón de Dios, desde donde interceden por todos nosotros.

Permítaseme hacer tres observaciones a modo de premisas, antes de pasar a nuestra historia. En primer lugar, quiero señalar que utilizo a veces la expresión bastante común de «literatura concentracionaria». Es una expresión que crea cierta controversia, ya que parece convertir los testimonios de los prisioneros de los Lager en una especie de género literario como puedan ser la novela policiaca o los westerns. Hablamos de «literatura concentracionaria» como el conjunto de obras y autores muy diversos (algunos de ellos ya clásicos como Primo Levi, Elie Wiesel, Etty Hillesum, Viktor Frankl o Jean Améry) que recogen y testimonian lo vivido en aquel ámbito terrible. No hablamos de novelas, sino de vidas, de sufrimiento, de personas… y este dato es importante tenerlo en cuenta cuando usamos la expresión «literatura concentracionaria»3.

Una segunda observación hace referencia también a la terminología. Como es bien sabido, la misma palabra «holocausto» es problemática y controvertida, ya que, aunque el término es anterior y en principio fue usado principalmente por autores judíos para referirse a la muerte en masa de judíos en el marco de la II Guerra Mundial, «holocausto» parece dar un sentido expiatorio (como los sacrificios del Primer Testamento) a la muerte de millones de judíos. Por ello, se prefiere generalmente el término Shoah (catástrofe, desastre, hecatombe) o el término Hurban (tragedia, desgracia). Solamente señalamos que usamos los términos de forma convencional y sin entrar ahora en esta controversia.

Por último, quisiera destacar que hemos puesto como ejemplo (incluso en el título) de los mártires de Dachau al P. Tito Brandsma, carmelita holandés, nacido en Bolsward (Frisia) en 1881 y muerto en Dachau en julio de 1942. Sacerdote, periodista, profesor de la Universidad de Nimega de la que llegó a ser rector en 1932, traductor, esperantista, pionero del ecumenismo y un largo etcétera de actividades fue realmente un hombre polifacético y muy popular en los Países Bajos en el período de entreguerras. Lo hemos hecho por dos motivos: en primer lugar, por ser el más conocido para el que esto escribe y, en segundo lugar, porque Brandsma ha sido canonizado recientemente por el papa Francisco (el 15 de mayo de 2022), por lo que su figura ha adquirido un cierto relieve en ambientes eclesiales. Su vida nos servirá de hilo narrativo para descubrir el martirio de cientos de religiosos que fueron asesinados en este campo. Al él nos encomendamos en este período de la historia para que su testimonio martirial sea semilla de paz y de reconciliación.

Sancte Tite Brandsma, ora pro nobis…

San Tito Brandsma, como rector de Nimega

I. Dachau, primer Lager del nacionalsocialismo

El campo de concentración de Dachau fue el primer campo creado por el nacionalsocialismo, concretamente el 22 de marzo de 1933, esto es, pocas semanas después de que Hitler accediera al poder, puesto que este fue nombrado canciller por el presidente Hindenburg el 30 de enero de dicho año. En principio, el campo (construido aprovechando las instalaciones de una fábrica de munición abandonada) fue pensado para presos políticos, cuyo número iría creciendo exponencialmente a medida que el NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei) fue controlando todos los resortes de poder del Estado alemán. El pueblo de Dachau estaba cerca de Múnich (a unos veinte kilómetros al noroeste de la ciudad).

Aunque su nombre aparecerá ya para siempre ligado al del campo de concentración, Dachau fue famoso porque a lo largo del siglo XIX había surgido allí un célebre grupo de paisajistas conocidos como la «escuela de Dachau». De hecho, más que de una escuela con un estilo común, se trataba más bien de una especie de colonia a la que acudían pintores de diversas partes de Alemania en busca de los deliciosos paisajes de las laderas pantanosas de aquella comarca (el Dachauer Moos) y de las tradiciones populares de los campesinos. Pintores de cierto renombre (Franz Marc, Felix Bürgers, Ludwig Dill, Adolf Hölzel, etc.) y de un estilo cercano al impresionismo al principio, aunque luego se fueron abriendo a las vanguardias en boga, conformaron aquella pléyade de artistas relacionados con Dachau.

Pero volviendo a 1933, hay que destacar que aquellos eran, sin duda, meses convulsos, frenéticos. El 27 de febrero fue incendiado el Reichstag. La autoría del hecho sigue siendo incierta. Un sindicalista holandés fue acusado y, tras ser torturado, confesó haberlo hecho. Pero todo parece apuntar a que el incendio fue causado por los mismos nazis que lo utilizaron para justificar leyes muy restrictivas de las libertades individuales y colectivas declarando el estado de emergencia. El 5 de marzo, en ese ambiente de tensión, tuvieron lugar las elecciones generales y, aunque Hitler se quedó lejos de la mayoría absoluta, tras una serie de alianzas, consiguió afianzar su poder. Pocos días después, el 24 de marzo, Hitler logró que se aprobara la llamada Ley Habilitante (Ermächtigungsgesetz), que en la práctica terminaba con el sistema parlamentario.

El 27 de abril Heidegger era nombrado rector de la universidad de Friburgo de Brisgovia. Cuatro días más tarde ingresaba en el partido nacionalsocialista. En su discurso inaugural como rector hizo una encendida defensa del dasein alemán y de la universidad al servicio de la patria.

El 10 de mayo, tuvo lugar la tristemente célebre quema de libros degenerados, organizada por las Studentenverbindungen (unas corporaciones estudiantiles afines al nacionalsocialismo), las SS y las SA. Miles de libros fueron quemados en lo que se convertiría en una macabra profecía de lo que estaba por llegar. Fue la primera (junto a la «noche de los cuchillos largos» y «la noche de los cristales rotos») de las tres «noches» que marcarían el tenebroso futuro de Alemania y el de toda Europa.

Es en ese contexto en el que surge el campo de Dachau. Teniendo en cuenta que el campo sería liberado el 29 de abril de 1945 (¡un día antes del suicidio de Hitler!), podemos afirmar que Dachau acompañó toda la historia del III Reich, desde los primeros momentos hasta el final.

Antes de seguir adelante, conviene señalar que, aunque nos referimos a todos ellos bajo la categoría genérica de «campos de concentración», hay toda una tipología de los campos. Sin especificar demasiado, podríamos hablar de tres categorías fundamentales, a saber: los campos de trabajo o de concentración (como Dachau), los campos de tránsito o Durchgangslager (como Westerbork), y los campos de exterminio (como Auschwitz). Ciertamente las fronteras entre una y otra categoría son bastante imprecisas, ya que en muchas ocasiones un campo de tránsito se convertía en la práctica en campo de trabajo con una alta tasa de mortalidad o un campo de trabajo incluía las cámaras de gas propias de los campos de exterminio. En cualquier caso, Dachau es considerado un campo de trabajo, un Arbeitslager o Zwangsarbeitslager, más aún, fue el prototipo y el modelo de estos campos.

A todo ello habría que añadir la enorme red de campos satélites que se fueron creando según las necesidades del Reich, la mayoría en los alrededores de Dachau, pero algunos de ellos más lejanos, lo que provocó que muchos prisioneros murieran en las largas caminatas, en condiciones terribles, desde el campo matriz a los campos satélites. Los más importantes fueron Kaufering (más que un campo un complejo de once campos numerados, en uno de los cuales estuvo prisionero el célebre psicólogo Viktor Frankl), Füssen-Plansee, Mühlheim an der Donau, Ottobrunn, Karlsfeld, etc.

Desde su creación en marzo de 1933, hasta la liberación en abril de 1945, el campo fue creciendo considerablemente, así como las diversas procedencias de los grupos de prisioneros: sindicalistas, comunistas, testigos de Jehová, homosexuales, romaníes, objetores de conciencia, etc., grupos a los que se añadirían desde diciembre de 1940 los clérigos, fundamentalmente católicos. En ese proceso de crecimiento fue especialmente importante el año 1937, cuando los mismos prisioneros se vieron obligados a trabajar en nuevas estancias para los presos, así como en la creación de un cuartel para las SS. En 1938, tras la «noche de los cristales rotos» y el aumento de la presión sobre la población judía, llegaron a Dachau varios miles de judíos, si bien generalmente de paso. Lógicamente —por lo señalado más arriba—, lo que buscaban los nazis no era la reeducación ni el trabajo de los judíos, sino su exterminio, por lo que eran generalmente derivados (sobre todo a partir de la conferencia de Wansee en la que se decidió la «solución final del problema judío») a otros campos más «equipados» para ello.

Con el inicio de la guerra fueron frecuentes las deportaciones de numerosos grupos de prisioneros a Dachau, a veces solamente de paso para otros campos y a veces para ser recluidos en este Lager. El número creció de manera desproporcionada y los barracones estaban saturados y en condiciones higiénicas deplorables, lo que acabó provocando varias epidemias. De hecho, cuando el campo fue liberado, el panorama era dantesco, ya que los cadáveres se amontonaban entre los barracones y la mortandad era elevadísima.

Una cuestión interesante (y terrible) es la de si en Dachau funcionaron o no las cámaras de gas. Por ejemplo, Albert Urbański en el que probablemente fue el primer libro sobre el clero en Dachau, cree que las cámaras de gas fueron utilizadas, pero, sobre todo, para la experimentación con los prisioneros y, por tanto, no con la utilidad que tenían en los campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau (la muerte en masa del mayor número de personas en el menor tiempo posible). No obstante (siempre según Urbański), en las cámaras debió morir un número considerable de prisioneros4. Sin embargo, muchos estudiosos dudan o niegan abiertamente que dicha cámara, que se encuentra junto a los crematorios, fuese utilizada como tal, algo muy frecuente en otros campos5. Otros defienden que sí fue utilizada, aunque quizás en menor proporción a las de otros campos creados expresamente para el exterminio6.

J. Rovan atribuye el que la Gaskammer no fuera utilizada al hecho de que Dachau era considerado campo modelo (campo escaparate) para mostrar a las autoridades internacionales y, además, cree que en este tema el historiador debe ser muy riguroso para no dar argumentos a los negacionismos y revisionismos posteriores7. J. Neuhäusler también indica que la cámara nunca fue usada en Dachau y añade que en los dramáticos días finales se llegó a plantear el usar la cámara para desinfectar los harapos y las ropas de los prisioneros infectados de tifus, pero no se llegó a hacer8. Nico Rost, quizás influenciado por su militancia comunista, atribuye el que la cámara de gas de Dachau no fuera utilizada (lo que da por aceptado) al heroico y continuo sabotaje de los presos destinados a su construcción9.

Dos prestigiosas publicaciones sobre el holocausto coinciden en que la cámara de gas no fue utilizada. Así, la Enciclopedia del holocausto publicada por el United States Holocaust Memorial Museum señala lo siguiente:

No existen pruebas creíbles de que la cámara de gas de la barraca X se haya utilizado para asesinar a seres humanos. Más bien, a los prisioneros los sometían a un proceso de «selección». Los que se determinaba que estaban demasiado enfermos o débiles para seguir trabajando eran enviados al centro de exterminio por «eutanasia» de Hartheim, cerca de Linz, en Austria10.

Y la no menos célebre Enciclopedia del Holocausto, publicada por Yad Vashem afirma de forma taxativa: En Dachau se construyó una cámara de gas que no llegó a ser utilizada11.

Dachau fue liberado el 29 de abril de 1942. Un día antes, el 28 de abril, Benito Mussolini había sido ejecutado y su cuerpo ultrajado y expuesto en la Piazza di Loreto de Milán junto al de su amante, Claretta Petacci, y al de otros líderes fascistas. Y solo un día después, el 30 de abril, se suicidaba Adolf Hitler en el búnker de Berlín y su cuerpo era quemado. Sin duda, fueron días frenéticos, vertiginosos que marcaron el final, no solo de un régimen, sino tal vez de una era.

En cuanto al número de prisioneros que pasaron por Dachau a lo largo de los doce años de su existencia —y teniendo en cuenta la dificultad de las cifras de la que hablábamos más arriba—, se calcula que entre 1933 y 1945 el campo acogió a más de 200.000 prisioneros, de los que más de 40.000 dejarían allí sus vidas. En cuanto los clérigos y religiosos, la cifra gira en torno a los 2.700, de los que habrían fallecido más de mil, sobre todo polacos.

II. Iglesia y nacionalsocialismo: dos cosmovisiones enfrentadas

Desde los primeros tiempos del nacionalsocialismo, y pese a que algunos clérigos pudieron simpatizar con el nazismo incipiente por su oposición al comunismo y —en el caso alemán— por el fuerte resentimiento y la humillación que pervivía desde los tratados de Versalles, hubo entre el clero y entre los cristianos en general numerosos casos de rechazo al pensamiento nacionalsocialista12. El mismo san Tito Brandsma se suma en 1935 (poco después de las tristemente célebres «leyes de Núremberg») a un grupo de intelectuales neerlandeses que escriben un librito acerca del trato dado a los judíos en Alemania. En su colaboración, el carmelita destacaba la falacia que suponía el considerar a los judíos como una raza inferior y, al mismo tiempo, el considerarlos muy peligrosos para la sociedad y el progreso. El profesor Brandsma terminaba su breve escrito de forma contundente: Lo que hoy se hace contra los judíos es un acto de cobardía13.

Es bien sabido que Brandsma en sus cursos de filosofía en la Universidad Católica de Nimega dedicó siempre algunas sesiones al análisis filosófico del pensamiento nacionalsocialista, buscando sus raíces últimas en Nietzsche y en una lectura muy parcial de Hegel. Brandsma (como hiciera Pío XI en la Mit brennender Sorge) consideraba al nacionalsocialismo como un neopaganismo que deseaba volver a tiempos precristianos. Por ello, cuando el P. Tito predica en las festividades de san Bonifacio y san Vilibrordo (evangelizadores de la Frisia, su región natal) subraya que estos propugnaban la primacía del amor frente a la mitificación de la raza germánica que representaba el rey Radboud. Con un tono sereno, pero firme, las palabras del carmelita frisón no dejaban lugar a dudas:

Vivimos en un mundo que condena el amor y lo considera una debilidad que se debe eliminar y superar. «No el amor, sino el desarrollo de nuestras propias fuerzas». «Que cada uno sea lo más fuerte posible y que los débiles perezcan». El cristianismo y su predicación del amor habrían cumplido ya su tiempo y deben sustituirse por el antiguo vigor germánico. Oh sí, vienen a vosotros con esta doctrina, y no faltan ingenuos que la aceptan. El amor no es valorado. «Amor non amatur», decía ya en su tiempo san Francisco de Asís y, algunos siglos después, en Florencia, santa María Magdalena de Pazzi tocaba en éxtasis la campana del monasterio de las carmelitas para anunciar a todo el mundo cuán bello es el amor. (…). Por más que el neopaganismo repudie el amor, nosotros, como nos enseña la historia, venceremos a este nuevo paganismo con el amor, sin renunciar nunca a él. El amor nos hará ganar de nuevo los corazones de los paganos (…). La naturaleza supera al saber. Dejemos que la teoría descarte y condene al amor, que lo considere como una debilidad… Ya la vida misma hará que su fuerza se vea, capaz de vencer los corazones y mantener unidos a los hombres14.

Su prédica no pasó desapercibida y en ciertos medios filonazis se acusó al carmelita de cuestionar los valores germánicos. Así, por ejemplo, el periódico De Knuppel (que ya se había ocupado de Brandsma con anterioridad) publicó un artículo titulado de forma muy expresiva: ¿El Rey Radboud o el profesor Brandsma? en el que mostraba su desagrado por la exaltación de aquellos dos monjes sajones, frente a la figura del Rey Radboud (que se había opuesto a la cristianización), símbolo del germanismo, de la raza... de todo aquello que con el cristianismo habría sido degenerado. Era el enfrentamiento, ya abierto y sin disimulos, entre la exaltación de la raza germánica, personalizada en este rey medieval de los antiguos frisones, y el cristianismo, presentado como fenómeno extranjero (exportado por los monjes irlandeses e ingleses) y como elemento causante de la degeneración de los valores ancestrales.