Seducida por un jeque - Un matrimonio imposible - Carol Grace - E-Book
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Seducida por un jeque - Un matrimonio imposible E-Book

Carol Grace

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Beschreibung

Un matrimonio imposible Sharon Kendrick Después de compartir un baile lento y erótico con un jeque de verdad, lo último que Rose se esperaba al volver al trabajo el lunes era un encargo del príncipe Khalim del reino de Maraban... Aquel jeque se llevó a Rose a un palacio en el desierto en su jet privado, y allí la trató como a una princesa y no como a una empleada. Sin embargo, ella sabía que nunca podría ser una princesa de verdad. Khalim tenía que casarse con la mujer adecuada y vivir cumpliendo con su deber de rey. Pero ahora se necesitaban el uno al otro, sin poder evitarlo. Todo lo que ella podía hacer era rendirse al jeque. ¿Podría algún día llegar a ser algo más que su amante? Seducida por un jeque Carol Grace Anne Sheridan no se habría perdido la boda de su mejor amiga por nada del mundo... pero no podía soportar todas aquellas flores. Después de tomar demasiados antihistamínicos, acabó en los brazos del irresistible jeque Rafik Harun, que trataba de ayudarla a recuperarse de la alergia... Su honor le había impedido aprovechar la ocasión para seducir a aquella irresistible belleza, pero la desesperación había hecho que Rafik le acabara pidiendo algo aún más atrevido: que se hiciera pasar por su prometida hasta que convenciera a sus tradicionales padres de que él no estaba hecho para el matrimonio... O hasta que la hermosa señorita Sheridan consiguiera hacerse un hueco en su corazón.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Sharon Kendrick. Todos los derechos reservados.

UN MATRIMONIO IMPOSIBLE, Nº 35 - julio 2011

Título original: Surrender to the Sheikh

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

© 2001 Carol Culver. Todos los derechos reservados.

SEDUCIDA POR UN JEQUE, Nº 35 - julio 2011

Título original: Taming the Sheik

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicados en español en 2002.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-657-3

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Hombre: ANDRES RODRIGUEZ/DREAMSTIME.COM

Desierto: AMABRAO/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

Inhalt

Un matrimonio imposible

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Seducida por un jeque

Capítulo 1

Capitulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Promoción

Un matrimonio imposible

Sharon Kendrick

Capítulo 1

LAS BODAS siempre tenían algo especial, algo mágico que hacía que el cinismo de todos los días se evaporara en el aire. Rose agarró con fuerza el borde de su copa de champán mientras esperaba que el padrino comenzara a hablar.

Se había dado cuenta de ello en la iglesia, donde las mujeres habían estado limpiándose las lágrimas, emocionadas. Mujeres que normalmente se reunían en cafeterías para hablar de lo descuidados y fríos que eran los hombres, pero que se habían pasado toda la ceremonia sonriendo.

¡Incluso a Rose se le había escapado una lagrimita! Ella, que no era una mujer a la que le gustara demostrar en público sus emociones.

—En mi país —anunció el padrino de boda, mirando a los novios con sus brillantes ojos negros—, las fiestas que se hacen después de una boda se empiezan con un brindis. ¡Que la alegría que compartís ahora, nunca se borre! Por ello, os pido a todos que levantéis vuestras copas para beber por Sabrina y Guy.

—¡Por Sabrina y Guy! —repitieron todos, alzando obedientemente sus copas.

Rose entonces, y no fue la primera vez, miró al padrino por encima de su copa. Era un hombre espectacular... espectacular en el verdadero sentido de la palabra. ¡Y es que no todas las personas eran tan afortunadas como para tener como padrino de boda a un verdadero príncipe!

El príncipe Khalim, le había dicho Sabrina que se llamaba antes de la boda. Un príncipe de carne y hueso. Un príncipe con un verdadero país, el maravilloso Maraban, que un día gobernaría como sus antepasados habían hecho durante siglos. El hombre era un antiguo compañero de escuela de Guy, le había confesado tímidamente Sabrina a Rose; y habían mantenido su amistad desde entonces.

Rose se lo había imaginado bajo, achaparrado y bastante feo. Pero, por una vez, sus expectativas habían sido erróneas. Porque el príncipe Khalim era el hombre más guapo que había visto jamás.

Era alto, aunque quizá no tanto como el novio, y llevaba un traje sorprendente, que consistía en una túnica de seda de color dorado y unos pantalones anchos del mismo material.

Una ropa así, pensó Rose, le habría dado a cualquier otro hombre el aspecto de estar en una fiesta de disfraces. Incluso le podría dar un aire ligeramente femenino. Pero la seda rozaba provocativamente el cuerpo fuerte y delgado de ese hombre. Un cuerpo que parecía emanar una virilidad primitiva y vibrante.

Rose dio un trago a su copa y notó el sabor amargo en su garganta. Mientras bebía por segunda vez, se fijó en que de repente aquellos ojos negros la estaban mirando.

Entonces, con una sonrisa peligrosa en los labios, el hombre comenzó a acercarse a ella.

«Viene hacia aquí», pensó Rose, comenzando a temblar. «Está viniendo hacia mí».

Las mujeres y los hombres se separaron como olas para que él cruzara lentamente la sala de baile del hotel Granchester. Su procedencia real se notaba en cada paso que daba y también en su forma de mirar. Su fuerza y poder le hacían ser el centro de atención de cada persona allí reunida.

Rose notó un nudo en la garganta. De repente, sintió miedo y deseo a la vez. Por un momento, incluso estuvo tentada de darse la vuelta y salir corriendo de allí. Pero sentía las piernas flojas y no estaba segura de si podrían sostenerla. Además, ¿por qué habría de escapar?

El hombre llegó finalmente a su lado y la miró. Su rostro, orgulloso y moreno, expresaba muchas cosas, entre ellas quizá cierta atracción por ella.

Una atracción de tipo sexual, se dijo a continuación Rose con el corazón encogido.

Parecían emanar de sus ojos oleadas de calor erótico y oscuro. Quería llevarla a su cama, se dijo ella. Lo demostraba el brillo de sus ojos negros y la curvatura de su boca.

—Hola, ¿se da cuenta de que es usted la mujer más guapa de la fiesta?

Lo dijo con un acento marcadamente inglés y Rose pensó inmediatamente en el contraste de dicho acento con sus ojos y su aspecto exótico.

—No estoy de acuerdo —contestó ella, haciendo un esfuerzo por mantenerse firme bajo el fuego oscuro de sus ojos—. ¿No sabe que la novia es siempre la más guapa en cualquier boda?

El hombre se volvió para mirar a Sabrina y, al hacerlo, Rose observó su magnífico perfil.

—¿Sabrina? Sí, es muy guapa.

A Rose le extraño sentirse celosa al oír aquello. ¿Celosa de Sabrina? ¿Sentir celos de una de sus mejores amigas?

Luego el hombre se volvió hacia ella y Rose se encontró nuevamente atrapada por aquellos ojos de ébano.

—Pero usted también es... muy guapa. ¿Qué pasa? ¿Es que no le gustan los piropos?

—¡No, si vienen de personas a las que apenas conozco! –replicó ella con una brusquedad no buscada.

Era evidente que él no estaba acostumbrado a que le hablaran de aquella manera, aunque solo un leve movimiento de sus cejas, tan oscuras como su pelo, indicó que le parecía una respuesta inadecuada.

—Entonces no debería arreglarse tanto, ¿no le parece? Tendría que ponerse algo que le cubriera de la cabeza a los pies —añadió él, con voz suave, mientras la miraba desde la cabeza hasta las uñas de sus pies, pintadas de rosa.

Rose sintió que se sonrojaba, algo que tampoco era habitual en ella. ¡Pero si nunca se ponía colorada! En el trabajo tenía que tratar cada día con desconocidos y nunca se ponía así. ¡Pero si parecía una adolescente sorprendida!

—¿No está de acuerdo? —insistió él.

Rose parpadeó. Sí, se había arreglado, pero era una boda, ¿no? Y las demás mujeres habían hecho lo mismo que ella.

Había elegido para la ocasión un vestido corto de seda y gasa de color zafiro, como sus ojos. O por lo menos, eso era lo que le había dicho la mujer de la boutique donde lo había comprado. Llevaba también unas sandalias con tacones finos de color rosa. Las había comprado, deliberadamente, de distinto color del vestido.

Lo que no llevaba era sombrero, porque le gustaba llevar su cabello, abundante y rubio, al descubierto. Particularmente en un día tan caluroso como aquel. Así que solo llevaba prendida en el pelo una orquídea rosa, que había comprado en una floristería cercana.

Rose pensó que debía estar poniéndose tan colorada como aquella flor debido a la mirada de ese hombre tan exótico. Así que, para acabar con aquella situación cuanto antes, extendió la mano y le dirigió una sonrisa amable.

—Me llamo Rose Thomas.

El hombre agarró su mano y se quedó mirándola. Rose miró también hacia abajo y se quedó sorprendida al ver lo blanca que parecía su piel contra la de él, de color aceituna. De repente le pareció algo muy erótico.

Rose trató de apartar la mano, pero él no le dejó hacerlo. Cuando ella alzó el rostro indignada, fue para descubrir que el hombre la estaba mirando burlonamente.

—¿Y sabe quién soy yo, Rose Thomas?

Era el momento de la verdad. Ella podía fingir que no lo sabía, claro, pero, ¿un hombre así no estaría acostumbrado a tener que enfrentarse al disimulo y a la falsedad?

—¡Por supuesto que sé quién es usted! Esta es la primera boda a la que asisto con un verdadero príncipe como padrino de boda! Y me imagino que a todo el mundo le pasará igual.

El hombre sonrió y ella notó que se relajaba visiblemente, así que aprovechó para intentar soltarse.

—¿Qué le pasa, Rose Thomas, no le gusta que le toque la mano?

—¿Va por ahí agarrando las manos de todas las mujeres con las que se encuentra? —preguntó ella con expresión incrédula—. ¿Es un privilegio que le otorga su título?

Era evidente que aquel hombre no solía encontrar resistencia a sus deseos. Así que, apretando la mano de Rose con más fuerza, la miró a los ojos y se encogió de hombros.

Luego le dirigió una mirada casi infantil. Una mirada que le había funcionado muy bien desde su estancia en un internado inglés, especialmente con las mujeres.

—Ha sido usted quien me ha agarrado la mano a mí. ¡Lo sabe perfectamente!

Rose trató de soltar una carcajada. ¡Eso era ridículo! Estaban discutiendo por un saludo. Además, Khalim era amigo de Guy y Sabrina, así que debería demostrar una mayor cortesía, aunque solo fuera por ellos.

—Lo siento, estoy un poco nerviosa.

—¿Por un hombre?

Ella, sin pensarlo, hizo un gesto negativo con la cabeza.

—¡Vaya conclusión! —protestó tras unos segundos.

—Entonces, ¿por qué?

—Por el trabajo.

—¿Por el trabajo? —preguntó, como si hubiera mencionado una palabra desconocida para él.

De hecho, quizá fuera así. Un hombre como el príncipe Khalim probablemente nunca había trabajado.

—Sí, he tenido una semana muy dura. Bueno, más bien un mes muy duro —se encogió de hombros—. ¡Incluso un año muy duro! —se corrigió antes de tomarse lo que le quedaba de champán—. Voy por otra copa... ¿le apetece tomar algo?

Khalim hizo un gesto de desagrado. ¡Qué poco le gustaban esas costumbres liberales de las mujeres! No era cosa de mujeres ofrecerles bebidas a los hombres e iba a decírselo, pero el brillo en los ojos de la mujer le hacía sospechar que se enfadaría si lo hacía. Y ella le gustaba demasiado para arriesgarse a...

—No suelo beber —contestó finalmente con frialdad.

—¡Santo cielo! Entonces, ¿cómo consigue hidratar su cuerpo? ¿Con infusiones intravenosas?

El hombre entornó los ojos. La gente no solía reírse de él. Las mujeres nunca hacían bromas sobre él a menos que se lo permitiera explícitamente. Y eso nunca había ocurrido fuera del recinto de su dormitorio. Por un momento, consideró irse de allí ofendido, pero solo lo pensó un momento. Porque a continuación se imaginó soltándole el cabello dorado y brillante, dejándolo caer sobre su pecho... Entonces recordó el contraste de su piel clara con la de él.

—Me refiero a que no bebo alcohol.

—Bueno, estoy segura de que también tienen refrescos —le aseguró Rose—, pero no importa. Me voy. Encantada de haberle conocido, príncipe...

—¡No! —exclamó él, agarrándola de la muñeca mientras observaba con placer cómo sus ojos azules se abrían sorprendidos y cómo su boca hacía una «o». Se imaginó las maravillas que podía hacerle a un hombre una boca así y tuvo que contener el deseo que lo invadió por completo al pensar en aquello—. Nada de príncipe. Puedes llamarme Khalim —dijo, tuteándola a su vez.

Ella hizo ademán de contestar algo sarcástico, pero lo pensó mejor.

—Suéltame.

—Muy bien —contestó, sonriendo, consciente del poder que esa sonrisa ejercía sobre las mujeres—. Pero solo si me prometes que bailarás luego conmigo.

—Lo siento, nunca persigo a los hombres.

Khalim notó cómo el pulso se le aceleraba.

—¿No vendrás, entonces?

Su voz suave era tan hipnotizadora como la pregunta.

—Tendrás que ser tú quien venga a buscarme.

El hombre la soltó, teniendo cuidado de no demostrar su felicidad.

—De acuerdo, lo haré. Y lo digo en serio.

Al ver cómo se alejaba ella, se le ocurrió algo.

La haría esperar. Le haría pensar que él había cambiado de opinión. Conocía suficientemente a las mujeres como para saber que si fingía indiferencia, ellas solían reaccionar, demostrando el deseo que sentían por él. Sí, la engañaría, jugaría con ella. Sabía de sobra que el juego haría que su apetito aumentara y, cuando llegara el momento, la satisfacción sería mayor. Rose Thomas daría un suspiro de alivio y agradecimiento cuando la tomara en sus brazos.

Rose se dirigió con piernas temblorosas al bar, esperando que su rostro no delatara sus sentimientos. A ella no le gustaban los hombres como Khalim. Le gustaban los hombres sutiles, elegantes y complejos. Y aunque reconocía que él parecía inteligente... también notaba algo peligroso en sus ojos negros y sus ropas exóticas.

Por dentro, se sentía como un flan y las manos le temblaban cuando llegó al rincón de la sala de baile, donde un hombre con esmoquin blanco servía todo tipo de cócteles y champán.

En ese momento vio a Sabrina al otro lado de la sala, hablando con una de las sobrinas de Guy.

—¿Quiere champán, señorita? —le preguntó, sonriendo, el camarero.

Rose estuvo a punto de aceptarlo, pero en el último momento cambió de opinión. Sospechaba que iba a necesitar todas sus fuerzas y que el alcohol acabaría con sus ya debilitadas energías.

—No, quiero agua mineral con gas, por favor.

—¿Estás segura? —le dijo una voz.

Rose miró hacia arriba y vio a Guy, sonriendo divertido.

A Rose le gustaba mucho el marido de su amiga. Era muy guapo, muy rico y amaba a Sabrina con una intensidad que le había enseñado a Rose que no debería conformarse con menos.

Rose había conocido a Sabrina cuando había ido a buscar un libro raro y Sabrina había sido muy amable, ayudándola a encontrarlo. Había sido el día después de que se comprometiera con Guy y le había enseñado, complacida, su anillo de pedida... un anillo sencillo, aunque con un magnífico diamante.

Sabrina no conocía a nadie en Londres, aparte de los amigos de Guy, y las dos tenían una edad similar e intereses parecidos.

—¿Es que tienes que conducir? —añadió Guy, todavía mirando el vaso de agua mineral.

—No, pero quiero mantener las ideas claras.

—Muy bien pensado —Guy bajó la voz y se acercó a ella—, porque me parece que mi amigo Khalim se ha fijado en ti.

—¿Tú crees? No, no creo. Solo hemos hablado un poco —añadió, tratando de no darle importancia.

—¿Habéis hablado un poco? ¿Khalim hablando?

¡Por ahí se empieza!

—¡Por cierto, la boda está siendo maravillosa! —exclamó Rose, tratando de cambiar de tema—. Sabrina está guapísima.

Al oír el nombre de su esposa, el rostro de Guy adquirió una expresión de ternura y se olvidó por completo de su amigo.

—¿A que sí? Te diré un secreto: me encantaría que no tuviéramos que esperar a la orquesta y que pudiéramos marcharnos ahora mismo.

Rose esbozó una sonrisa.

—¡Y dejar a tu esposa sin su día de boda! Creo que puedes esperar un poco, ¿no, Guy? Después de todo, ya habéis estado viviendo juntos casi un año.

—Sí —dijo Guy con un suspiro—, pero esta es la primera vez que va a ser... legal —dijo, mirando a Rose—. ¿Por qué te pones colorada? Lo siento, Rose, no quería incomodarte...

—No, no me has incomodado. De verdad.

Pero no le iba a decir que lo que la había puesto nerviosa habían sido un par de ojos negros que estaban mirando provocativamente en su dirección. En realidad, a ella también le gustaría que Sabrina y él se fueran, para así poderse ir ella también. De ese modo, no tendría que bailar con Khalim, lo que sin duda iba a constituir un gran peligro.

«No tienes que bailar con él», se dijo. No era una orden real. Bueno, sí que lo era. Pero aunque lo fuera, ella no era propiedad de Khalim y Londres no era su reino. Así que podía decirle que no le apetecía bailar con él.

¿Podía?

Pero al final no tuvo que hacerlo, porque Khalim no se le volvió a acercar. Pero entonces ella no pudo evitar empezar a observarlo obsesivamente, tratando a la vez de disimular.

El príncipe destacaba entre los asistentes a la boda, y no por su posición ni por su atuendo extraño. No, era mucho más profundo que eso. Rose nunca había conocido a nadie de sangre real, pero por supuesto que había oído la expresión «tener un porte real», solo que hasta ese momento no había entendido su verdadero significado.

El hombre se movía con una elegancia especial. Rose nunca había visto nada parecido. La gente se apartaba en silencio a su paso y las mujeres lo miraban con un deseo imposible de disimular.

¿Se daría cuenta él?, se preguntó Rose. Desde luego, su atractivo rostro no expresaba ningún sentimiento, pero quizá fuera porque estaba acostumbrado a ello.

La cena fue servida poco después y Rose se sentó al lado de un banquero y un oceanógrafo. Ambos eran inteligentes y divertidos. El oceanógrafo tenía un aspecto saludable, fruto claro de una forma de vida al aire libre. Flirteó descaradamente con Rose y esta incluso llegó a pensar que si hubiera ocurrido una hora antes, habría sido amable con él.

Pero no podía quitarse de la cabeza al príncipe, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, comiendo con indiferencia.

En un momento dado, Khalim alzó la vista y la miró... una mirada que la hizo temblar de arriba abajo. Para disimular, bajó rápidamente el tenedor y pinchó algo de su plato.

—¿Y tú en qué trabajas, Rose? —preguntó el oceanógrafo.

Ella se volvió con una sonrisa en los labios.

—Me dedico a contratar ejecutivos para empresas.

—¿De verdad? Ganarás mucho dinero entonces.

Era lo que la gente siempre decía.

—¡Eso querría yo!

La camarera se acercó con cara de preocupación.

—¿Está todo bien, señorita?

Rose asintió mientras se fijaba en que su plato estaba prácticamente intacto.

—Sí, de verdad. Es que no tengo mucha hambre.

La camarera parecía que no estaba acostumbrada a llevarse los platos si no estaban vacíos.

—Alguien de la cocina acaba de decir que no nos molestemos en llevar comida a la cabecera... han devuelto bastante comida de allí. Quizá debería haberse sentado con ellos —bromeó ella.

—Quizá sí —contestó educadamente Rose.

Una parte de sí pensaba que era una suerte no estar cerca de Khalim mientras que otra deseaba desesperadamente sentir su proximidad peligrosa y excitante. Se arriesgó a mirarlo otra vez y reparó en cómo la luz dorada de los candelabros resaltaba el color de la túnica de seda y el negro de su cabello.

Trató valientemente de comer unas cuentas frambuesas, pero ni siquiera la pequeña y exquisita fruta fue capaz de tentarla. Finalmente llegaron la tarta y los discursos.

Rose no consiguió entender apenas las palabras del padrino, ya que estaba hipnotizada por su rostro moreno y orgulloso. Los ojos de él registraron sus reacciones... aquellos ojos duros y brillantes, que acentuaban su expresión, dura como el acero. Sabía que debería pensar que le había tocado la lotería por haber llamado la atención de ese hombre. Entonces se fijó en que su boca tenía una forma sensual, pero el labio superior tenía un gesto duro, casi cruel. Rose se estremeció. «Ten cuidado», se dijo.

Las palabras de Guy emocionaron a todas las mujeres de la sala y a Rose le dio un vuelco el corazón al recordar la intención de Khalim de bailar con ella.

Pero no se acercó, sino que se volvió a su sitio y permaneció allí, sentado solemnemente y mirándola de vez en cuando con unos ojos llenos de luz y promesas.

Rose bailó con todos los que se lo pidieron, pero su corazón no estaba con ellos. Se movía mecánicamente mientras el oceanógrafo la tomaba en sus brazos, rechazándolo sutilmente cuando él trataba de apretarse a ella.

Se sentó y apenas había pensado que estaría bien que Sabrina y Guy se fueran ya para que ella pudiera también irse, cuando Khalim se puso delante de ella con los ojos entornados y una expresión de burla en su rostro.

—Bueno, pues te he hecho caso y he venido a buscarte —sus ojos negros brillaron—. Aunque ha sido muy fácil encontrarte, Rose. Eres como una flor dulce y sonrosada. Y ahora... ¿quieres bailar conmigo?

—¿Se supone que es una invitación que no puedo rechazar? —contestó ella, avergonzada por haber estado allí sentada, esperándolo.

—No, Rose, es una orden real —replicó él, sonriendo.

Rose abrió la boca para protestar, pero era demasiado tarde, porque él ya le había agarrado la mano con seguridad y arrogancia para llevarla a la pista de baile.

—Ven —dijo él en voz baja.

Rose se agarró a él como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento. Él colocó las manos en su cintura y ella en los hombros de él. Notó el olor a sándalo que emanaba de él y se dejó invadir por su embriagadora dulzura.

Rose se consideraba a sí misma una mujer moderna e independiente, pero en cuanto estuvo en los brazos de Khalim, se sintió tan indefensa como un cachorro.

—Bailas muy bien, Rose —le aseguró él, deslizando las manos hacia sus caderas.

—Tú tam... también. Es una boda... preciosa, ¿verdad? —comentó, suplicando en silencio por recuperar su sensatez.

—A todas las mujeres os gustan las bodas —respondió él tras unos segundos.

—Eso quiere decir que a los hombres no, me imagino —al decirlo, alzó sus ojos azules.

Khalim puso una expresión de burla y pensó que Rose tenía un pelo muy brillante y una piel muy blanca, mientras que sus labios eran de un color rosa profundo. Como las rosas que florecían en el jardín del palacio de su padre, que llenaban las noches con su perfume. Aquel pensamiento hizo que se le acelerara el pulso.

—¿Te gusta sacar conclusiones siempre?

—Querías que las sacara, ¿no? Ha sido un comentario para que yo dijera algo, ¿no fue así?

El hombre movió la cabeza y su deseo por ella aumentó ante su franca oposición.

—Ha sido un comentario sin más —aseguró él—, no un... ¿cómo lo llamáis? Ah, sí, un comentario machista.

Rose se detuvo unos segundos y notó que él la estaba agarrando por las caderas con fuerza, como si no quisiera dejar que se fuera.

—¡No finjas que no dominas el inglés, porque sé que de pequeño fuiste a un colegio en nuestro país y lo hablas con la misma fluidez que yo!

Rose tenía una personalidad fuerte, pensó él con un repentino anhelo.

—¿Y qué otras cosas sabes sobre mí, Rose Thomas?

La mujer consideró si debería mentirle y decirle que no sabía nada más. ¡Ese hombre desde luego tenía un ego enorme! Pero, ¿cuántas veces se le presentaría la oportunidad de hablar con un hombre con su poder y su presencia?

—Sé que eres el heredero de un reino en las montañas...

—Maraban —admitió él, con una voz profunda y llena de orgullo.

—Maraban —repitió ella con voz soñadora.

De repente, se dio cuenta de que estaba volviendo a comportarse como una adolescente y cambió de expresión.

—¿Y qué más? —preguntó él, intrigado por la mirada soñadora que había suavizado sus rasgos al pronunciar el nombre del país donde él había nacido.

De repente, la boca de él se endureció, pensando en que quizá fuese porque ella supiera que su país era muy rico en petróleo. Y él sabía que aquello solía atraer a las mujeres ambiciosas.

Rose, por su parte, se preguntó cuál habría sido la causa del cambio en la expresión de él. No obstante, decidió decirle algunas verdades.

—También he oído que tienes fama de mujeriego.

—¿Fama de mujeriego? —Khalim no estaba acostumbrado a las críticas y eso lo irritó ligeramente—. Explica eso un poco más, Rose.

—¿Hace falta que lo explique? Te gustan las mujeres, ¿verdad?

—¿Es malo disfrutar con lo que el sexo opuesto puede ofrecernos?

Mientras pronunciaba aquellas palabras, acarició la espalda de Rose, que se preguntó cómo sería aquello si estuviera desnuda y él... Tragó saliva.

—¡Lo dices como si las mujeres fuéramos una salón de juegos!

—Es una comparación interesante —contestó él, conteniendo el deseo de acariciar sus senos.

Él nunca había tenido que esforzarse mucho con las mujeres. Solo había habido una mujer que se le había resistido hasta el momento y había sido Sabrina.

Khalim volvió la cabeza al ver pasar a los novios. Sabrina miraba embelesada a su marido. Khalim recordó que la había perdonado en seguida, ya que había comprendido que estaba enamorada de su mejor amigo.

Hizo un esfuerzo por no acariciar los pechos de Rose y mantuvo las manos donde estaban. Porque aunque la conquista de Rose era algo seguro, sospechaba que tendría que tomárselo con calma

—Así que estoy en desventaja, ¿no es así? Tú sabes bastantes cosas de mí mientras que yo no sé nada de ti, Rose... aparte de que eres la mujer más guapa que hay en esta sala.

—Eso ya lo has dicho antes —contestó Rose con voz dulce, complacida por la expresión de enfado de él—. No entiendo por qué las mujeres siguen cayendo a tus pies con esos piropos anticuados.

—¿No lo entiendes?

Khalim la apretó contra él y notó con satisfacción cómo los ojos de ella se oscurecían mientras sus mejillas enrojecían. A través de las finas telas de las prendas de ambos, notó sus pezones, apretándose contra su pecho y de nuevo lo invadió un deseo irresistible.

—¡No! —protestó Rose, sorprendida por aquel deseo que había despertado él en ella y que jamás había experimentado con anterioridad.

Khalim sintió cómo temblaba ella y apretó los labios contra su cabello suave, a la altura de la oreja.

—¿No qué?

—No te pongas tan cerca —dijo con una voz irreconocible.

Con la habilidad del conquistador nato, él hizo lo que le pedía y, al apartarse, oyó el suspiro de protesta de ella.

—¿Así está mejor?

«¿Mejor?», pensó Rose, que se sentía de repente desnuda y fría. Sintió ganas de suplicarle que volviera a abrazarla para sentirse de nuevo a salvo, pero finalmente recuperó el sentido común.

—Mucho mejor.

Él no la creyó y se sonrió, pensando en que era una verdad universal que la parte más excitante era la conquista en sí.

—¿Por qué no me cuentas algo de ti?

—¿Qué quieres saber?

—Todo. Absolutamente todo.

—Me temo que tendrás que ser un poco más concreto.

Khalim se preguntó qué diría ella si le explicara que lo único que quería saber de ella era cómo sería su cuerpo desnudo. Lo único que quería era verla tumbada perezosamente sobre las sábanas de seda de su enorme cama.

—Dime qué haces.

—¿Quieres saber en qué trabajo?

Khalim asintió, pensando en que ella no tenía necesidad de trabajar, ya que podría ser la amante de un hombre rico. Por ejemplo, de él. ¿Por qué no la habría conocido antes?

—¿O tengo que adivinar cuál es tu trabajo, Rose?

—¡Inténtalo!

—Es fácil. ¿Modelo?

—No soy lo suficientemente alta —confesó, odiándose por el calor que su cumplido le produjo—. Ni tampoco suficientemente delgada.

—Eres perfecta —le aseguró él, mirando descaradamente la curva de sus senos y sus caderas—. Totalmente perfecta.

Rose sintió un escalofrío. No estaba acostumbrada a que los hombres le dijeran ese tipo de cosas y desde luego no cuando los conocía tan poco. La mayoría de sus amigos eran intelectuales que muy de vez en cuando podían decirle algún cumplido sutil. Sin embargo, ese hombre no trataba de disimular su deseo primitivo y poderoso.

—¡Eso es un cumplido exagerado!

—Un cumplido sí, pero no exagerado —la hizo darse una vuelta al ritmo de la música y apreció su gracia natural.

Rose también pensó que él bailaba muy bien. Ella pocas veces bailaba así y menos con un príncipe. Era una maravilla deslizarse por la pista de baile en brazos de aquel hombre.

Entonces se fijó en que Khalim la estaba mirando con gesto pensativo e inmediatamente borró de su rostro el gesto soñador.

—O sea, que te rindes, ¿verdad? Se ve que no se te da bien adivinar cosas.

—Puede que no, pero hay muchas cosas en las que soy muy bueno, Rose —respondió él provocativamente, aprovechando para meter una pierna entre las de ella.

Rose sintió la pierna de él, junto con algo duro cubierto por la túnica. De pronto, la invadió un deseo extraño y algo en su interior comenzó a disolverse. Tenía que parar aquello y tenía que hacerlo en ese preciso instante.

—Me dedico a contratar ejecutivos —dijo ella rápidamente.

El sueño de Khalim saltó en miles de pedazos.

—¿A encontrar ejecutivos? —preguntó él, frunciendo el ceño y con la mente ardiendo por miles de imágenes salvajes y eróticas.

—Sí, ya sabes... busco a ejecutivos para hacer diferentes trabajos.

—Ya te he entendido. ¿Y lo haces bien?

—Sí.

—Entonces debes de ser una mujer muy intuitiva, Rose —al decirlo, dibujó el contorno de su cintura suavemente y ella sintió un escalofrío—. Muy intuitiva.

Rose sintió en ese momento el peligro.

—Creo que ya he bailado suficiente —aseguró, casi sin aliento.

Pero cuando él le hizo caso y la soltó, no pudo evitar cierta irritación.

—Estoy de acuerdo.

El deseo que Khalim sentía se estaba haciendo cada vez más fuerte y más persistente. Quería tomarla para llevarla a la... Pero inmediatamente trató de recuperar el autocontrol que le había enseñado a tener la estricta educación que había recibido. Hacía muchos años que no tenía que luchar por nada de aquella manera. Dio un paso hacia atrás y no pudo evitar soltar un suspiro profundo.

Rose comenzó a echar de menos en seguida el tacto de la suavísima seda y el olor a incienso que desprendía él. Se llevó las manos al rostro y sintió las mejillas ardiendo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la pista estaba completamente vacía y de que todos los estaban mirando.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó—. ¡Mira!

—Me parece que, sin darnos cuenta, hemos dado un bonito espectáculo —respondió él.

La vergüenza de Rose se volvió más incómoda cuando vio que Guy había elegido ese momento para acercase a ellos y había escuchado el comentario de Khalim.

—Un espectáculo muy erótico.

Rose contuvo un gemido. ¡Habían estado comportándose como una pareja de adolescentes!

—Solo estábamos bailando —explicó Khalim, encogiéndose de hombros y mirando con complicidad a Rose.

—Si quieres llamarlo así —bromeó Guy—. De todos modos, vengo a deciros que Sabrina y yo nos vamos ya —le guiñó a su amigo uno de sus ojos grises—. Y gracias por la luna de miel, Khalim.

—Es un placer —contestó el príncipe, encogiéndose de hombros.

—Sabrina me dijo que el destino era un secreto —los interrumpió Rose.

Los dos hombres se miraron.

—Y es verdad. Tradicionalmente es un secreto que comparten el novio y el padrino. Pero no temas, te lo diré luego, mi preciosa Rose —le prometió Khalim.

—¿Luego? —preguntó ella, consultando el reloj—. ¿Quién ha dicho que vayamos a hacer algo luego?

—Pues claro que sí. Nos iremos a tomar una copa al salir de aquí.

—¿Sí? —preguntó Guy con una sonrisa.

Rose vio cómo los ojos negros de Khalim la miraban expectantes, ¡y a la vez con la seguridad de que ella iba a aceptar sus reales deseos! Pero, ¿cómo iba a culparlo, después de su comportamiento en la pista de baile?

—¿No me has dicho que no sueles beber, Khalim? —le recordó ella inocentemente.

Khalim abrió la boca para protestar, pero la cerró de nuevo. En alguna parte de su cuerpo, sintió una vibración lenta y continua. Era el pellizco dulce y penetrante del deseo, pero también reconoció la determinación de ella de rechazarlo. Brillaba en sus ojos de color azul. Daba igual lo que le dijera. Rose Thomas no iría con él a ninguna parte aquella noche.

—¿No te apetece? —preguntó Khalim.

Fue tal el tono de sorpresa de él, que Rose estuvo a punto de soltar una carcajada. Pero algo en el brillo frío de los ojos oscuros de Khalim le dijo que no sería una buena idea reírse.

—Ha sido un día muy largo —le explicó, disculpándose—. ¡Y estoy agotada! Quizá otro día.

Khalim puso un gesto distante.

—Yo no repito mis invitaciones dos veces.

Rose se arrepintió inmediatamente. «Has perdido tu oportunidad, chica», pensó, aunque su parte sensata se alegró de ello. Ese hombre era diferente, reconocía. Diferente y peligroso. Tenía el poder de convertirla en un ser frágil y con él no podía permitirse serlo.

—Es una pena —dijo alegremente.

Los ojos de él se posaron perezosamente en los labios carnosos de ella y en su piel clara.

—Sí, una verdadera pena —admitió él antes de darse la vuelta y dejarla allí en mitad de la pista de baile.

Ella lo vio alejarse con el corazón encogido.

—¡Ya se van! —decía en ese momento alguien.

Rose volvió la cabeza y vio que Sabrina se había cambiado de ropa. Se había puesto un traje de color azul plateado y se estaba yendo con un ramo de flores en la mano y acompañada de Guy.

Todos comenzaron a salir de la sala de baile para despedirse de ellos, pero Rose permaneció inmóvil. Vio que Khalim estaba hablando con Guy y no quería acercarse, consciente de la oportunidad perdida. Una oportunidad que no volvería a repetirse.

Luego se fijó en que Sabrina se volvía y tiraba al aire el ramo de lilas. Todas las chicas saltaron con los brazos extendidos, deseosas de agarrarlo. Incluso Rose extendió los brazos para alcanzarlo, pero la pelirroja que estaba a su lado fue más rápida.

—¡Es mío! —gritó, dando un salto hacia el ramo.

Rose se dijo a sí misma que no tenía que ser supersticiosa. ¿Por qué un ramo de flores iba a garantizar que serías la próxima en casarte? Además, ella no quería casarse, ¿a que no? En la actualidad, muchas mujeres a punto de cumplir los treinta elegían permanecer solteras.

Pero cuando alzó la vista, se sintió atrapada por un par de ojos negros.

«Tengo que irme de aquí en seguida», pensó aterrorizada.

Capítulo 2

SIN CASI darse cuenta, Rose salió del hotel Granchester y se puso a buscar un taxi, pero después no fue capaz de recordar nada del trayecto. Solo comenzó a ser consciente de lo que le pasaba cuando llegó al apartamento que compartía en Notting Hill y trató de olvidarse del príncipe moreno de rostro orgulloso y atractivo.

Entró en el apartamento y dejó sobre la mesa su bolso, aliviada por haber llegado a casa sana y salva.

Le encantaba el apartamento que se había comprado. Ocupaba la primera planta de una casa de altos techos. Pero había sido un capricho caro como primera vivienda y tenía que pagar unas letras muy altas cada mes, por eso estaba compartiéndolo con Lara, su compañera de piso.

Lara era una actriz enérgica que declaraba siempre ser la invitada de Rose. Pero no era cierto. Rose creía en la igualdad y trataba de respetar esa idea en todas las facetas de la vida.

—No eres mi invitada, somos compañeras de piso —insistía siempre.

Era una casa típica de mujeres solteras, llena de color en las zonas compartidas. En el dormitorio de Lara, reinaba un caos y un desorden que Rose había acabado por aceptar.

En el vestíbulo, había un perchero del que colgaban bufandas de colores vivos y por el salón, había varios jarrones con flores baratas que compraban en el mercado. En el cuarto de baño, había tantos frascos de perfume y cremas, que parecía una tienda.

—¿Hay alguien en casa?

—¡Estoy en la cocina!

Rose fue a la cocina y se encontró allí a Lara, que estaba sirviéndose un café con leche y tomando una onza de chocolate. «Su dieta básica y mi café», pensó Rose.

—¿Te apetece un café? —preguntó Lara con una sonrisa en los labios.

—No, gracias, creo que necesito una copa.

—¿No vienes de una boda?

—Pero no he tomado ni gota de alcohol en todo el día —contestó con amargura.

No había bebido para mantener la cabeza clara, ¡y mira cómo se había comportado en la pista de baile! Dio un suspiro profundo mientras se servía una copa de vino.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Lara con curiosidad.

—¿Por qué no iba a encontrarme bien?

—Pareces un poco... no sé, nerviosa.

«¿Nerviosa?», se dijo Rose, llevándose la copa a los labios. Podía ver su reflejo en el espejo en forma de cerdo que colgaba sobre la mesa de la cocina. Tenía la cara pálida, desde luego. Tenía aspecto de haber visto un fantasma.

—Sí, estoy algo nerviosa.

—¿Por qué? ¿Ha sido una boda horrible o es que te ha pasado algo?

—No, ha estado todo muy bien —fue la respuesta de Rose—. Ha sido la boda más bonita en la que he estado.

—¿Entonces por qué tienes esa cara?

Rose se sentó ante la mesa de la cocina y dejó su copa.

—Es una tontería, la verdad... —alzó la vista para mirar a Lara a los ojos—. ¿Te he contado alguna vez que el mejor amigo del marido de Sabrina es un príncipe?

Los ojos marrones de Lara se abrieron de par en par.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—No, es cierto. Es el príncipe de un país... bueno, de un principado en realidad, que se llama Maraban y está en Oriente Próximo.

—Y ahora me vas a decir que es espectacularmente rico y guapo, ¿a que sí?

—¡Pues sí! —contestó Rose, dando un suspiro—. Es exactamente así. Es el hombre más guapo del mundo. Alto, moreno y guapísimo...

—Sí, claro.

—¡No, de verdad! Es divino. He bailado con él... —no terminó la frase al recordar el cuerpo de él tan cerca del suyo—. He bailado con él y...

—¿Y qué?

—Y... —no hacía falta explicar lo que había pasado en la pista de baile. Se estremeció al recordarlo y alzó los ojos para mirar a Lara, que la estaba contemplando con la boca abierta.

—No ha pasado nada, ¿verdad?

Rose parpadeó al pensar en las implicaciones de la pregunta de Lara.

—No, claro que no. No pensarás que soy capaz de acostarme con un hombre al que acabo de conocer en una boda, ¿verdad? —preguntó indignada.

—¿Entonces qué ha pasado?

—Él... bueno, me propuso que fuéramos a tomar una copa juntos cuando los novios se marcharan —le explicó a su compañera de piso.

—¿Y cuál es el problema? Le habrás dicho que sí, claro.

—La verdad es que le dije que no.

Lara la miró divertida.

—¡No te entiendo! Es guapo, es un príncipe y le has dado calabazas. ¡Por el amor de Dios!

—No lo sé. Bueno, no es eso exactamente. O sí. Es que era tan irresistible...

—Eso normalmente es un punto a favor, ¿no te parece?

—Pero es un hombre que nunca se comprometería. Estoy segura de que no, lo llevaba escrito en la frente.

—¿Has dicho que nunca se comprometería? Creo que no he entendido bien. Espera un poco. ¿Has bailado con un hombre y ya estás pensando en compromisos? Precisamente tú, que siempre estás diciendo que no piensas casarte...

—Hasta que cumpla los treinta y cinco —aseguró Rose con expresión decidida—. Para entonces ya estaré preparada. Además, la gente en la actualidad tiene más esperanza de vida, así que es normal que nos casemos más tarde.

—Muy romántico.

—Muy realista.

—¿Entonces por qué hablas de compromiso?... O mejor dicho, de la falta de él.

Rose bebió un trago de su copa. ¿No parecería muy fantasiosa si le decía a Lara que Khalim emanaba algo peligroso que la atraía y al mismo tiempo la repelía? ¿Y no resultaría muy débil si le confesaba que tenía miedo de enamorarse perdidamente de él? Lara tendría razón si le decía que no podía conocerlo, pero Rose era muy intuitiva, y todavía más respecto a ese hombre. De hecho, estaba segura de que su intuición era cierta... aunque no sabría explicar por qué.

Había estado enamorada dos veces en su vida. Había tenido un novio en los años de universidad y luego, cuando había comenzado a buscar trabajo, había estado saliendo con un ejecutivo durante nueve gloriosos meses. Hasta que había descubierto una noche que el hombre en cuestión no era precisamente monógamo.

Desde entonces era bastante sensata y cuidadosa respecto a los hombres. Podía tomarlos o dejarlos, y lo que normalmente hacía era dejarlos...

—¿Te apetece ir al cine? —preguntó Lara, consultando el reloj de pared—. Todavía tenemos tiempo.

Rose hizo un gesto negativo con la cabeza. ¿Para qué ir a ver una película si sabía perfectamente que no iba a poder concentrarse en ella?

—No, gracias, creo que me voy a dar una ducha.

Consciente de estar siendo observado de cerca por su emisario, Khalim caminaba de un lado para otro en el ático. Parecía un gato salvaje encerrado. Fuera, las luces de la ciudad brillaban con el aspecto de una fabulosa galaxia, pero Khalim era inmune a su belleza.

Siempre que iba a Londres por cuestiones de trabajo, para lo cual solía aprovechar las épocas de mal tiempo en Maraban, se quedaba en el hotel Granchester. Tenía una habitación reservada constantemente a su nombre, aunque la mayor parte del tiempo estuviera vacía. Había sido decorada de acuerdo a sus gustos, para que fuera lo más diferente posible a su casa de Maraban. En ella dominaban la madera clara y los cuadros abstractos modernos. Y es que era así como le gustaba vivir. Le encantaba el contraste entre oriente y occidente, porque ambos modos de vida le aportaban algo.

Una vez más, perdió la mirada en las luces que poblaban el cielo de Londres.

En un momento dado, se volvió hacia Philip Caprice y levantó las manos en un gesto de frustración e incredulidad. Había sido embrujado por un par de ojos azules y por una cabellera dorada. No era capaz de sacarse la imagen de aquella mujer de la cabeza. Deseaba tenerla allí con él esa noche... en su cama, donde la poseería. La haría suya una y otra vez, pensó, dando un gemido.

—¿Señor? —dijo Philip Caprice, mirándolo preocupado—. ¿Le pasa algo?

—¡No puedo creerlo! Debo estar perdiendo mi encanto.

Philip esbozó una sonrisa, pero no dijo nada. No era su cometido dar opiniones. Su papel era el de comportarse como mero acompañante del príncipe, a menos que le pidieran otra cosa.

Khalim volvió sus ojos oscuros hacia su emisario, tratando de olvidarse de la piel clara de Rose.

—¿No dices nada, Philip?

—¿Quiere mi opinión?

Khalim dio un suspiro e hizo un gesto con la mano.

—Por supuesto —pero notó la mirada indecisa del hombre—. ¡En el nombre de Akhal—Teke, Philip! ¿Crees que tengo tanto ego que no puedo oír la verdad?

Philip arqueó sus cejas oscuras.

—Lo que voy a decirle es solo mi interpretación de la verdad. Para cada uno es diferente.

Khalim sonrió.

—Es cierto. Pareces un verdadero marabanés cuando hablas así. Dime tu opinión, Philip. ¿Por qué he fracasado con esa mujer, si no había fracasado antes con ninguna?

—Siempre ha visto cumplido sus deseos, señor.

—No siempre —contestó Khalim, entornando peligrosamente los ojos—. Aprendí lo dura que es la vida en un internado inglés.

—Sí, pero desde que se hizo adulto, no le ha sido negado nada, señor, como sabe perfectamente. Particularmente en lo que respecta a las mujeres.

Khalim dio un suspiro profundo. ¿Desearía a Rose de aquella manera simplemente porque había sido rechazado? A él, que se le habían ofrecido las mujeres más hermosas del mundo. Aunque, eso sí, su satisfacción nunca había sido plena, quizá por la facilidad con que había conseguido conquistarlas.

—Solo había habido una mujer que me había rechazado hasta el momento.

—¿Sabrina?

Khalim asintió, recordando lo fácilmente que había aceptado aquello. Luego trató de adivinar por qué con Rose era diferente.

—Pero aquello fue distinto; ella estaba enamorada de Guy, que es un amigo al que quiero y respeto. Pero esta mujer... esta mujer...

Y la atracción había sido mutua. Khalim estaba seguro de que Rose había tenido que luchar contra el deseo que también se había despertado en ella. Cuando la había tomado en sus brazos, lo había deseado con el mismo ardor que él a ella. Khalim había pensado entonces que iban a hacer el amor aquella misma noche y eso le producía en esos momentos aún más amargura.

—¿Cómo se llama? —preguntó Philip.

—Rose —la palabra le salió como si fuese un verso de alguna poesía aprendida de niño.

La palabra misma tenía un sonido dulce y suave. Aunque las rosas también tenían espinas que podían herirle a uno, se recordó Khalim con un estremecimiento.

—¿Y si está enamorada de otro hombre? —sugirió Philip.

—No, no hay ningún hombre en su vida.

—¿Te lo ha dicho ella?

Khalim asintió.

—Quizá simplemente no le resultaras... atractivo. Khalim esbozó una sonrisa de complacencia.

—Sí le gusté —aseguró, poniendo una mano sobre el corazón—. Claro que sí.

Khalim recordó el modo en que el cuerpo de ella había respondido mientras bailaban.

Y también él había reaccionado de un modo especial. ¿Cuánto tiempo hacía que una mujer no lo excitaba de esa manera? Desde que su padre había caído enfermo y él se había tenido que responsabilizar del gobierno del país, apenas había tenido tiempo para el placer. Y ninguna mujer, se daba cuenta de ello, lo había excitado antes de aquella manera.

Khalim tragó saliva. El olor de ella seguía pegado a su túnica.

—Voy a darme un baño —declaró.

Pidió al criado que le preparara un baño de sales y, una vez a solas, se quitó las prendas de seda. Su cuerpo era del color profundo de la madera y sus músculos, tan perfectos, que emanaban fuerza y poder.