La prometida del jeque - Carol Grace - E-Book

La prometida del jeque E-Book

Carol Grace

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Beschreibung

Ni siquiera el poderoso jeque Ben Ali pudo negarse cuando su familia le indicó que le había llegado la hora de casarse. Por eso le ordenó a su eficaz ayudante, Emily Claybourne, que le buscara una novia. Sin embargo, poco a poco fue descubriendo que la fiel Emily era perfecta para aquel papel. Sencilla y práctica, era la clase de mujer que el jeque podría manejar a su antojo. Pero nunca había esperado que su inocente novia le llegara al corazón. Cuando Emily le dio el «sí quiero», él vio una emoción brillando en los dulces ojos de ella que lo domó… y que incluso amenazaba con ganarle el corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Carol Culver

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La prometida del jeque, la, n.º 1085- mayo 2022

Título original: Married to the Sheik

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-651-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CUANDO el jeque Ben Ali estaba ausente de su despacho de San Francisco, el ambiente era relajado y tranquilo, aunque algo aburrido. Al menos esa era la opinión de su eficaz ayudante, Emily Claybourne. Sólo las noticias de su próxima llegada habían hecho que la planta superior del edificio que albergaba su floreciente empresa petrolera y, por qué no decirlo, también el corazón de Emily, hirvieran de anticipación.

Él había llamado desde el aeropuerto y estaba de camino. Las noticias se propagaron como la pólvora a través del cuartel general de la Oil International en Estados Unidos.

—Está en el aeropuerto.

—Asegúrate de estar ocupada. Él está de camino.

Las manos de Emily temblaban mientras preparaba un centro de rosas. Aquella reacción era ridícula. No había nada por qué estar tan nerviosa. Emily llevaba trabajando para él tres años y él nunca había demostrado nada que no fuera aprecio por el trabajo que ella realizaba, felicitándola por el trabajo bien hecho y concediéndole generosas subidas de sueldo sin necesidad de que ella lo pidiera.

Entonces, ¿por qué se le aceleraba el pulso al oír su voz por teléfono? ¿Por qué sentía que le fallaban las piernas al verlo salir de la limusina, diecinueve pisos más abajo? Emily se apartó de la ventana y se apretó las sienes… ¡Cómo si ella no supiera la respuesta a aquellas preguntas! Desde siempre había sabido que estaba loca y perdidamente enamorada de su jefe.

En opinión de todos, cualquier mujer que se enamorara de su jefe estaba completamente loca, pero lo estaba aún más cuando el jefe era un jeque de un reino petrolero con más dinero del que se podía imaginar. Además, había que añadir a todo esto que Ben, como él había insistido en que ella lo llamara, era tan atractivo como una estrella de cine.

Sin embargo, Emily escondía muy bien sus sentimientos. Nadie hubiera imaginado nunca que, tras sus trajes sastre, sus zapatos de medio tacón, las gafas y el pelo liso recogido tras las orejas, latía un alma apasionada que ansiaba escapar.

A las nueve y media en punto, Ben Ali abrió de par en par la puerta y la cerró de un portazo.

—Emily, ponme al teléfono con el párroco de la Iglesia de San Marcos y luego con el director del Hotel Fairmont —dijo él, que nunca perdía el tiempo en formalidades cuando tenía algo en la cabeza—. Luego quiero un listado de todas las mujeres con las que he salido en los últimos dos años, con su estado civil al día. ¿Qué pasa? ¿Qué estás mirando? —añadió, frunciendo el ceño.

—Nada —respondió Emily—. Sólo me estaba preguntando…

—Te preguntabas lo que está pasando —concluyó él, tirando el maletín encima de una mesa lacada de estilo chino que utilizaba como mesa auxiliar—. Lo que pasa es que me voy a casar.

Emily tiró el jarrón que había estado llenando de flores y derramó agua por toda la mesa de Ben. Con manos temblorosas intentó enjugar el agua con su pañuelo.

—Enhorabuena —dijo ella, con la voz algo temblorosa—. ¿Quién es… es la afortunada?

—No tengo ni idea. Pero creo que ya va siendo hora, ¿no te parece?

Emily no respondió, se limitó a quedarse inmóvil, como una estatua de piedra. En ocasiones como aquella deseaba efectivamente estar hecha de piedra para no sentir nada. Ni dolor, ni celos… nada. Ben se casaba. Siempre había sabido que, tarde o temprano, aquello acabaría ocurriendo, pero no en aquellos momentos.

Al ver que ella no contestaba, Ben levantó los ojos brevemente y la miró.

—Te estás comportando de un modo muy extraño hoy. Casi no has dicho ni una palabra desde que he regresado. ¿Qué te pasa? Estás pálida. ¿Te encuentras bien? Siéntate.

Ella le obedeció y se sentó, con la espalda muy recta, en la butaca que había delante del escritorio, mirando sin ver nada.

—Me imagino que tú no me dirías que ya va siendo hora —añadió él—, pero mi padre sí lo hizo. «Hijo, ya estás cerca de los treinta y cinco» —dijo Ben, imitando la voz más grave del viejo jeque—. «Y ya sabes lo que eso significa. Si no has encontrado una esposa para octubre, yo mismo me encargaré de proporcionártela».

Ben se dirigió a la ventana, con las manos metidas en los bolsillos, y miró pensativamente el Golden Gate. De repente, se volvió para mirar a Emily.

—¿Sabes lo que significa eso? —preguntó él. Emily negó con la cabeza—. Pues significa que me va a preparar una prima segunda, cuyo rostro no veré hasta el día de la boda y cuya familia se mudará a mi casa al día siguiente. Así que por eso, de momento, tenemos que dejar todo, la fusión, la expansión a Indonesia, hasta que encontremos una esposa para mí.

—¿Encontremos? —repitió Emily, débilmente.

—Sí, los dos —contestó él, algo impaciente—. Tú y yo. Yo nunca he hecho nada importante sin tu ayuda y no va a ser ésta la primera ocasión. Eres organizada, eficiente, con grandes conocimientos y, además, sabes lo que quiero.

—¿De veras?

—Quiero a alguien especial.

—¿Alta, baja, hermosa, con talento, lista… ? —preguntó ella. Emily haría cualquier cosa por Ben, pero no podía ayudarle a encontrar una esposa.

—Nada de eso cuenta. Claro que sería muy agradable… No, no importa. Lo que yo busco es una mujer inteligente, que conozca el por qué de este matrimonio y que sepa lo que yo quiero. Un matrimonio de conveniencia.

Emily cruzó y descruzó las piernas. Se le había hecho un nudo en el estómago mientras intentaba reunir el valor suficiente para decirle que ella no podía ayudarle.

—Aprecio la confianza que tienes en mí y me halaga mucho el que pienses que yo puedo ayudarte, Ben, pero… pero yo no puedo hacerlo —dijo ella.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Un aumento, más días de vacaciones, menos horas de trabajo?

—No, no es eso. Simplemente, no sé lo que tengo que hacer para encontrar una… una esposa.

—¿Y crees que yo lo sé? —preguntó él, inclinándose sobre la mesa mientras se remangaba las mangas de la camisa—. ¿Crees que puede ser tan difícil?

Tras dos semanas sin su masculina y viril presencia, sin su risa ni su voz profunda, Emily se sentía algo anonadada por sus bronceados brazos cubiertos de un suave vello oscuro, su altura, la anchura de sus hombros, sus profundos ojos oscuros, su, su…

—Ya sabes que no tiene nada que ver con el amor —dijo él, interrumpiéndole a Emily sus pensamientos—. Eso hace las cosas mucho más fáciles. Es por dinero y eso es algo que entiende todo el mundo. Este asunto se reduce a pagar a alguien para que se case conmigo. Tampoco tiene que ser para siempre. Después de un año, nos divorciaremos. Ella conseguirá una buena suma de dinero y así todo el mundo estará contento.

—¿Y tu padre?

—Hemos hecho un trato. Yo le dije que estaba dispuesto a intentarlo, pero que, si no funcionaba, tendría que divorciarme. Después de darle muchas vueltas, mi padre accedió y yo me comprometí a permanecer casado un año antes de considerar un divorcio. Él pareció quedarse satisfecho con eso. De hecho, parecía estar muy contento cuando le dejé. Mi padre es de la vieja escuela. Él nunca vio a mi madre antes del día de la boda y tengo que admitir que son muy felices juntos.

—Entonces, ¿por qué no…?

—Porque no quiero casarme. ¿Por qué tendría que hacerlo? Tengo las mujeres más sofisticadas y atractivas de la ciudad sin tener ninguna obligación con ellas y con total libertad. Soy la envidia de mis amigos casados. ¿Por qué iba yo a querer casarme?

Emily se encogió de hombros, reprimiendo preguntas como los hijos, la soledad y la compañía.

—Sin embargo, dado que tienes que casarte —dijo ella—, ¿por qué no haces un esfuerzo e intentas enamorarte de alguien y casarte con ella de corazón? ¿No crees que eso sería mucho más sencillo y más satisfactorio? Además, te ahorraría el problema de tener que divorciarte.

—Emily, con esas palabras me estás demostrando que eres una incurable romántica. ¿Has estado enamorada alguna vez? —le preguntó él, mirándola muy intensamente.

Emily se sonrojó. Nunca había estado enamorada, por lo menos, no hasta el día en el que entró en las oficinas de Oil International y vio a su nuevo jefe. Nunca más había estado enamorada. Ni siquiera había hecho el amor con nadie.

—Me parece que no —continuó él—. ¿Sabes por qué? Porque el amor no existe a parte de en las canciones y en las historias. En cuanto al matrimonio, bueno, yo nunca he estado casado pero creo que sé muy bien lo que conlleva. He estado a punto de hacerlo en un par de ocasiones, pero las mujeres eran o muy dependientes o muy independientes. Una se quejaba de que me pasaba mucho tiempo trabajando, de que no tenía tiempo para ella. La otra me decía que necesitaba espacio y tampoco me parecía que fuera la mujer indicada para crear un hogar. Aunque llevo en este país desde que estudié en la universidad, sigo siendo un hombre muy tradicional —admitió—. Me parece que el lugar de una mujer…

—Está en el hogar —musitó Emily.

—Tú no estás de acuerdo —admitió él, con una sonrisa—. Lo entiendo. Después de todo, tú eres una mujer de carrera. Pero es cierto que en mi país la mujer se queda en casa y el marido se va a trabajar. ¿Me entristecí cuando se terminaron estas relaciones? En absoluto. ¿Se me rompió el corazón? Claro que no. No sé por qué te estoy contando todo esto —dijo él, frotándose la frente—. Sin embargo, me gustaría que me entendieras, que sepas por qué estoy haciendo todo esto. Ahora, ¿estás conmigo o no, Emily?

Emily había estado a punto de decir no y, si no hubiera oído la sinceridad que había en su voz, el deseo que él tenía de confiar en ella, así lo habría hecho. Sin embargo, después de aquellas palabras, le resultó imposible hacerlo. Él la necesitaba.

—De acuerdo —contestó ella, con un suspiro, mientras se ponía de pie.

Ben se frotó las manos y sonrió, de la misma manera en que lo hacía cuando había conseguido cerrar un trato.

—Buena chica —dijo él, dándole un golpecito en el hombro—. No lo lamentarás. Te compensaré.

Mientras la contemplaba marcharse, observando el ligero contoneo de sus caderas bajo una falda azul marino algo grande, vio las largas y hermosas piernas que se movían bajo aquella falda y, por primera vez en tres años, se preguntó lo que Emily haría cuando no estaba en su despacho. Ben no podía imaginársela de otro modo que no fuera con un traje oscuro, ni por supuesto, riendo o bailando y mucho menos, haciendo el amor.

Ben sacudió la cabeza para librarse de aquellos pensamientos. Si no fuera por la charla que acababan de tener sobre el matrimonio, él nunca se habría parado a pensar en ello. Nunca se habría preguntado si su super secretaria tenía una vida aparte de su trabajo. Y eso que, a causa de ella, era la envidia de todos sus amigos.

—Daría lo que fuera por tener una ayudante como Emily —le decían—. Es afable, discreta, tranquila en caso de emergencias y leal y digna de confianza.

Ben solía sonreír y le concedía un aumento a Emily. Por eso le había sorprendido mucho que ella hubiera estado a punto de negarse a ayudarle en aquel asunto del matrimonio. Parecía que ella no aprobaba nada aquel tema, sin embargo, Ben desconocía el por qué. Él no quería casarse, estaba perfectamente a gusto con su situación, sin compromisos ni sentimientos. Sin embargo, a causa de su padre y de la costumbre familiar de casarse antes de cumplir los treinta y cinco años, estaba dispuesto a ceder. Pero sólo por un año. ¿Qué había de malo en eso?

De algo sí que estaba seguro. Nunca podría conseguirlo sin ella. Ben no podía imaginarse hacer nada sin Emily. Ella había hecho todo el papeleo del apartamento que él había adquirido en Telegraph Hill y se había encargado de encontrarle un decorador. Sin embargo, había tenido que pararle los pies cuando ella le sugirió un jardín en la terraza del ático. El tener plantas significaba que la persona tenía que ser responsable con ellas. Pero, aparte de aquella pequeña divergencia de opiniones, el gusto de Emily era exquisito. Parecía saber lo que a él le gustaría antes de que él supiera que le gustaba.

Emily le compraba los regalos para sus sobrinos en su país y los que estaban en Estados Unidos. Ella le hacía las reservas en los mejores restaurantes, le organizaba las citas para que él nunca dejara a nadie plantado. Emily sabía más sobre él que nadie. Ben no podía imaginarse la vida sin ella. No podía imaginarse el tener que encontrar una esposa sin ella.

 

 

Sin embargo, incluso con la ayuda de Emily, las cosas no resultaron tan fáciles como había imaginado. De la lista que ella le había preparado, Ben había salido con todas las mujeres disponibles a lo largo de las siguientes semanas. Cenaba con ellas y entonces, justo cuando estaba a punto de sacar el anillo que había comprado y hacerle la pregunta, no podía hacerlo. No sabía el por qué. Únicamente, no podía imaginarse estar casado con ninguna de ellas. Ni siquiera por conveniencia.

Así que, al cabo de las tres semanas, seguía sin tener prometida. Tenía el enorme diamante que había comprado en Tiffany´s, pero no tenía nadie a quien dárselo. Mientras el atardecer caía sobre la ciudad, apagó las luces, puso los pies encima de la mesa y, pensativamente, contempló el puerto. En aquel momento, la puerta del despacho se abrió y entró Emily con un montón de expedientes.

—Oh —dijo ella, tan sorprendida de verlo allí que dejó caer todo al suelo, extendiendo papeles por todas partes—. Pensé que te habías marchado —añadió, encendiendo las luces y agachándose para recoger los papeles.

Él se levantó y se apresuró a ayudarla. Para ser un hombre que había crecido rodeado de sirvientes, Ben era extremadamente considerado.

Mientras los dos estaban de rodillas, recogieron y clasificaron todos los papeles hasta que todos ellos estuvieron en su carpeta correspondiente. Al menos, eso era lo que Emily esperaba. Cada vez que la mano de él le rozaba la suya o que ella inhalaba el olor de su masculina loción de afeitado, Emily se sentía tan aturdida que no hubiera podido distinguir un papel de otro. Ojalá él se hubiera marchado a casa y le hubiera dejado hacerlo a ella sola.

Para cuando todo estuvo en su lugar correspondiente y Ben hubo ayudado a Emily a ponerse de pie, ella había dejado de ser la fría secretaría que había entrado en el despacho unos minutos antes. Emily era un manojo de nervios.

Apretándose los expedientes con fuerza contra el pecho, como si así pudiera protegerse del potente encanto masculino de él, Emily miró el reloj.

—¿Qué estás haciendo aquí? Tienes una reserva en Paoli´s a las ocho. ¿Acaso te has olvidado?

—Yo no me he olvidado, pero mi invitada sí. Se olvidó que esta noche no estaba en la ciudad.

—Lo siento.

—Yo no. Hay algo que no funciona o con el sistema o con la lista. Este plan no funciona. Tenemos que pensar en otra cosa.

Ella miró el reloj de nuevo. No es que tuviera ningún plan, sino que no quería pasar más tiempo hablando de la futura prometida de Ben. Especialmente, no en la tarde del viernes, tras una semana muy difícil en la que su jefe había estado de muy mal humor. Sin embargo, ya sabía el por qué. Todavía no había encontrado a la candidata perfecta.

—¿Ahora? —preguntó Emily.

—¿Por qué? ¿Estás ocupada esta noche?

—No, pero…

—Pero es tarde y tienes hambre —dijo él, terminando la frase por ella—. Yo también. Y es imposible pensar con el estómago vacío.

Rápidamente, él le quitó los expedientes de las manos y, accidentalmente, le rozó a Emily uno de sus senos. Ben no notó nada, pero ella saltó como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Mientras él ponía los expedientes encima de la mesa e iba al armario a recoger su chaqueta, Emily sintió que temblaba de pies a cabeza.

—Hablaremos de todo esto durante la cena —dijo él, metiéndose la chaqueta—. Tú y yo vamos a ir a cenar a Paoli´s. Después de una buena cena y unas copas de vino, seguro que se nos ocurrirá algo, un plan nuevo. ¿Qué te parece?

Emily se mordió los labios. ¿Qué importaba lo que ella dijera? Iba a ir a cenar a un restaurante muy caro con su jefe. Iba a tener que sentarse a discutir sus futuros planes de matrimonio a la luz de las velas. Se suponía que ella tendría que sugerirle un nuevo plan y ayudarle a encontrar una esposa a pesar de que le temblaran las manos y el corazón estuviera a punto de salírsele del pecho. No podía pensar en nada peor, a no ser que fuera la tortura.

—No puedo —dijo ella.

—¿Por qué no? —preguntó él, muy sorprendido. Emily nunca le había dicho que no—. Me parece que dijiste que no tenías nada que hacer. ¿Es que tienes una cita?

¿Una cita? No, Emily no tenía citas. Lo único que hacía era trabajar y criar rosas. Criaba rosas y era la presidenta de su club de jardinería. Aquello era lo único que llenaba su vida. Y le gustaba.

—No, no es eso. Es que no puedo, eso es todo. Ya no se me ocurre nada. Ya no sé cómo ayudarte más de lo que lo que he hecho. Tengo la mente en blanco.

—¿De qué estás hablando? Estás llena de ideas. Tú me ayudaste a convencer a la Union Oil de que se unieran al consorcio. Tú fuiste la que me sugirió usar una presentación multimedia para amarrar el trato. Tú me escribiste el discurso para la OPEC del año pasado. Tú me ayudaste a convencer a los competidores de que bajaran el precio del crudo. Y esto es lo mismo, solo que más importante. Aquellos eran sólo negocios, ahora se trata de mi familia. Y la familia es igual de importante, incluso más. Juntos podremos pensar en algo. Como siempre.

Emily quería gritar. Aquella vez no podía. Sin embargo, las cuerdas vocales no le respondieron. Ben, tomando aquel silencio por un sí, la tomó por el brazo y la acompañó a su mesa. Como un robot, ella tomó su bolso y su abrigo, con el firme propósito de encontrar una manera de salir de aquella situación antes de que llegaran al restaurante. Había sido una estupidez confesar que no tenía una cita. Sin embargo, ¿le habría creído él si le hubiera dicho que la tenía? ¿Emily Claybourne una cita? ¡Ni hablar!

Tal vez podría fingir que estaba enferma. Podría ponerse a vomitar o desmayarse. También podría abrir la puerta del coche cuando éste se parara y saltar. Podría… No, lo único que podría hacer era pasar la velada sin desmoronarse.

Una vez que estuvieron sentados en el Porsche, el olor de la piel de los asientos, la suave música que provenía de un equipo estéreo de última moda le hicieron sentirse cómoda y protegida y por qué no decirlo, rica.

Al mirar por la ventana mientras pasaban por Montgomery Street, vio la parada del autobús donde ella esperaba habitualmente todos los días. Emily nunca iba a trabajar en coche. Aparcar resultaba demasiado caro. Además, de niña, había aprendido el valor del dinero como reacción a una familia bastante poco práctica.

También miró a las personas que esperaban un taxi y las que seguían trabajando en las altas torres que flanqueaban el distrito financiero de San Francisco. Miraba a cualquier parte menos a su rico, atractivo e increíblemente sexy jefe.

El perfil imperial, de nariz aguileña, orgullosa, pómulos prominentes y la boca, con sus carnosos y expresivos labios, le hacía desmayarse. Estaba tan cerca de él que casi podía sentir el calor que le emanaba del cuerpo. Demasiado cerca.

Después de pasarse años soñando con que Ben la invitara a cenar, cuando por fin lo había conseguido, deseaba con todas sus fuerzas que no lo hubiera hecho. Aquella no era la manera en que ella lo había imaginado. Justo en aquellos momentos, hubiera dado su brazo derecho por poder estar en casa, regando las rosas y charlando por encima de la verja de atrás con su vecina de al lado. Le torturaba que aquella situación hubiera llegado a tales extremos, que no hubiera pensado mucho más rápido, por no haber podido presentar una excusa creíble.

—Realmente aprecio que hayas accedido a venir conmigo al avisarte con tan poco tiempo —dijo Ben, conduciendo el coche con maestría a través del intenso tráfico—. Sé que probablemente tienes cosas mejores que hacer que hacer horas extras, pero estoy desesperado. Se lo prometí a mi padre y tengo que hacerlo. Este matrimonio significa mucho para él. Y yo nunca dejo de cumplir mis promesas.

—Sólo espero que no pienses que se me va a ocurrir un plan magnífico. Si es así, creo que vas a sentirte desilusionado —musitó ella.

—¿Cuándo me has desilusionado?

Emily pensó que siempre había una primera vez para todo. Una primera vez para algo que se parecía a una cita, para una cena en Paoli´s, donde las luces eran tenues y las paredes estaban cubiertas de obras de arte.

—Buenas noches, señor —le dijo Robert, el camarero jefe del restaurante, vestido con una impecable chaqueta blanca.

—Siento llegar tarde, Robert, pero es que ha habido un ligero cambio de planes.

Un ligero cambio de planes y un ligero cambio en la invitada. Emily era consciente de lo diferente que era ella de las mujeres con las que Ben solía salir. Si por lo menos hubiera tenido tiempo de cambiarse, de ir a la peluquería, a una boutique para comprarse un vestido nuevo y luego arreglarse las uñas… Como si eso fuera todo lo que ella necesitaba. Necesitaría una transformación completa si quería competir con las mujeres que salían habitualmente con Ben.

Sin embargo, ella sólo era su ayudante, no una de las mujeres con las que él salía. Estaba allí para ayudarle a encontrar un plan que le permitiera encontrar la pareja perfecta. No tenía que olvidar aquello, ya que si no, tendría muchos problemas.

Ben le puso una mano al final de la espalda mientras seguían al camarero hasta su reservado. El reservado habitual de Ben, donde él seducía a las mujeres con los mejores vinos y las más deliciosas viandas.

Emily miró a su alrededor y contempló a las hermosas mujeres, vestidas con minúsculas prendas, cubiertas de diamantes y perlas, peinadas por un profesional y se dio cuenta lo fuera de lugar que ella estaba. Entonces, dio gracias al cielo por la oscuridad que rodeaba la mesa.

Después de que él hubo pedido por los dos y dio su aprobación al vino que el sumiller les trajo a la mesa, Ben se inclinó sobre la mesa y miró a Emily a los ojos.

—Dime una cosa, Emily —le dijo, con la voz tan suave como el vino que había pedido—. ¿Qué te parece a ti el matrimonio?

—¿El matrimonio? No sé, nunca me he parado a pensarlo.

—Venga —insistió él, tomándole la mano y entrelazándole los dedos con los suyos. Emily sintió que se le cortaba la respiración—. Todo el mundo piensa en el matrimonio alguna vez. Necesito comprender la mente femenina. ¿Qué dirías tú si un hombre te pidiera que te casaras con él?

—Yo… no sé —respondió ella, muy confusa.

Sabía que lo único que él buscaba de ella era su ayuda. Sin embargo, por la forma en la que estaba mirándola, tan profundamente, a los ojos, se hubiera podido pensar que la estaba pidiendo a ella que se casara con él, lo que, por supuesto, no era cierto. Pero si lo hiciera, ¿cómo podría ella decir no? Emily intentó apartar la mirada, temerosa de que él pudiera leer sus pensamientos, de que adivinara por fin el amor que ella había estado escondiendo durante tres años.

Ben seguía esperando una respuesta, pero, cuando más esperaba y más intensamente la miraba a los ojos, más le costaba a Emily pensar. Sabía que tenía que estar alerta, sin embargo, su cerebro parecía dormido. Si hubiera bebido algo más de un sorbo, podría haber dicho que era el vino, pero estaba segura de que era el hecho de que Ben seguía tomándola de la mano. Además, en aquellos momentos, le estaba acariciando la palma con el dedo. Aquel movimiento tan sensual le causó una sensación incómoda, totalmente desconocida, en las entrañas. Si aquel era el modo en el que se comportaba con sus citas, ¿cómo era posible que le dijeran que no?