Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
No hay experiencia más universal que la muerte, a la que tarde o temprano todos nos enfrentaremos. Y, al mismo tiempo, es un episodio que nos llena de temor: cuando alguien muere, quedan las preguntas, ninguna certeza. Pero lejos de ser un hecho devastador, tenebroso e incierto, puede ser visto como una evolución, un pasaje a una nueva vida, a una nueva existencia. Como la posibilidad de vivir plenamente, de aprovechar nuestro tiempo en este plano, de conectar y sanar. Para ello, en vez de escaparle a la muerte, hay que aceptarla. Noelia Pace, la médium, se propone en su libro dar respuesta a esas preguntas que nos invaden al momento de enfrentarnos a la pérdida: ¿qué pasa con nuestros seres queridos cuando mueren? ¿Hay forma de contactar con ellos? ¿Morir es el final? ¿O solo es un inicio? Sean bienvenidos a esta Sesión abierta, en la que las almas.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 230
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
No hay experiencia más universal que la muerte, a la que tarde o temprano todos nos enfrentaremos. Y, al mismo tiempo, es un episodio que nos llena de temor: cuando alguien muere, quedan las preguntas, ninguna certeza.
Pero lejos de ser un hecho devastador, tenebroso e incierto, puede ser visto como una evolución, un pasaje a una nueva vida, a una nueva existencia. Como la posibilidad de vivir plenamente, de aprovechar nuestro tiempo en este plano, de conectar y sanar. Para ello, en vez de escaparle a la muerte, hay que aceptarla.
Noelia Pace, la médium, se propone en su libro dar respuesta a esas preguntas que nos invaden al momento de enfrentarnos a la pérdida: ¿qué pasa con nuestros seres queridos cuando mueren? ¿Hay forma de contactar con ellos? ¿Morir es el final? ¿O solo es un inicio?
Sean bienvenidos a esta Sesión abierta, en la que las almas conectan y el espíritu sana.
Noelia Pace es médium, vidente, especialista en espiritismo y esoterismo, tanatóloga, terapeuta transpersonal, gemoterapeuta, tarotista y estudiante de Psicología.
Su vida como médium comenzó a los seis años, cuando descubrió el don que le permite conectar con las almas, con los espíritus y, sobre todo, con la energía que somos.
Hoy cumple su propósito brindando su don a aquellos que quieren saber qué pasó con sus seres queridos, en qué plano se encuentran, cómo cerrar los ciclos, cómo sanar y liberar tanto al alma como al espíritu.
Siempre me gusta saludarlos así, cada vez que ingresan a alguna de mis sesiones o me visitan en los teatros. Gracias ante todo por permitirme entrar en sus vidas… y en sus muertes. Cada experiencia de conexión es, para mí, un nuevo mundo que habitar, donde soy parte de sus vivencias, de sus dolores, de sus amores y odios, de sus miedos y anhelos. Hoy quiero que conectemos de una manera diferente: a través del papel, a través de este libro que ha llegado a sus manos.
Como médium mi tarea es conectar con las almas que se ponen en el lugar y momento necesarios, pero son ustedes, mi gente linda, los que me permiten ayudarlos, acompañarlos y, sobre todo, contenerlos, para así juntos perder el miedo a la muerte, para convertirla en parte de nuestra existencia y derribar mitos, tabúes, que a lo largo del tiempo solo nos alejaron y no nos permiten vivir lo bello que se esconde tras el último aliento.
Deseo que en este libro encuentren respuestas. Van a poder hallar consuelo a la hora de atravesar un proceso tan temido como es el duelo. Vamos a hablar del alma, del espíritu, de las formas de conectar y de lo que nos pasa a los médiums cuando ingresamos en esos planos que escapan a lo terrenal, que no vemos, pero que están ahí. Y van a sorprenderse al leer también que todos podemos conectar, para que luego les presten atención a las señales que pueblan la vida diaria de cada uno, a los sueños que impregnan nuestras noches, a las experiencias que nos marcan.
Van a poder leerlo como me gusta a mí, por donde quieran: según lo que les atraviesa en un momento dado, de final a principio, empezando por el medio y hacia atrás… Un recorrido que se irá armando según el momento vital que atraviesen, y que espero que sea una ayudamemoria para esos momentos de ausencias, de dolor, de incertidumbre.
En sus páginas les propongo una experiencia única, irrepetible, como la vida misma. Y al final, les puedo asegurar, habrá una muerte. La muerte de los tabúes que nos limitaron, la muerte del miedo a la muerte. El inicio de una nueva vida.
Naces y mueres.
La muerte te transforma.
Hacia el final, una existencia plena, infinita.
Una existencia donde nadie se pierde.
Espero desde lo más profundo de mi ser que se atrevan a conectar, a ser parte de la existencia, con la muerte incluida, para así transformarse cada día, cada instante, y evolucionar.
Pero antes… quiero que comencemos con una meditación. Porque este libro es una sesión abierta, como las que hago en los teatros, donde participamos todos. Pueden leer la versión escrita o una parecida escaneando el código QR de la página 9, ver aquí.
Buscamos un lugar cómodo, seguro, que en lo posible tenga algún objeto del ser a quien deseamos conectar. Apoyamos nuestra espalda derecha y relajada; el lugar debe estar en silencio. Nuestras manos las llevamos a las rodillas para poder anclar la materia. Podemos poner a cada lado de nuestros pies, o debajo de ellos, ónix negro.
Cerramos los ojos y vamos a comenzar. Primero con una respiración profunda y lenta, el reconocimiento de nuestro cuerpo de pies a cabeza. Inspiro profundo y lento, exhalo suave y lento.
Una vez que hicimos esta respiración tres veces, comenzamos a ser parte de su ritmo y a ser conscientes de ella, que es el porqué de nuestra existencia.
Ingresa el aire en mí. Al exhalarlo, permito que el Universo transmute todo lo negativo, bloqueante, doloroso y limitador, para dar paso a una conexión plena, liberadora y sanadora.
Así, mi cuerpo, inmerso en la respiración, se siente expandir, se agranda mi campo energético, mi espíritu se siente liberado.
Coloco en mi entrecejo la imagen de ese ser con quien deseo conectar o simplemente permito que la conexión acerque a quien lo desee.
Continuamos respirando profundo, lento, inhalo y exhalo, y así, hacia mi ser interior, te confieso que te extraño, que te necesito, que este es nuestro momento, nuestro instante de conexión, donde nadie nos limita ni nos aleja, donde energéticamente somos uno. Inspiro y, en la exhalación, extiendo mis brazos y manos para recibirte y dar amplitud a nuestro campo energético, donde nos fundiremos en conexión y amor…
Inspiro… Exhalo…
Y en una inspiración profunda me abrazo, te abrazo, estás en mí, estoy en ti… Inspiro. Tu alma se entrega en conexión a mi espíritu y ahora estás aquí, conmigo.
Te siento, te transmito lo que me pasa, lo que me pesa, lo que me duele, lo que me calma. Te transmito amor puro y eterno.
Inspiro… Exhalo…
Y así, lentamente, voy abriendo mis brazos para permitir que sigas evolucionando; abro y estiro mis brazos a la altura de mis hombros, haciendo un sutil balanceo de lado a lado, agrandando mi campo energético, y visualizo que estás en el todo, acompañándome, pero te libero…
Inspiro… Exhalo…
Agradezco mientras hago este proceso. Vuelvo mis brazos y manos a mis rodillas.
Inspiro… Exhalo…
Y te repito y me repito que siempre seré tu hogar, hogar de tu energía, donde habitarás de forma eterna e infinita.
Inspiro… Exhalo…
Profundo y lento… Suave y lento…
Y me despido, repitiendo en voz alta y sosteniendo el ritmo de la respiración: “Gracias por existir, gracias por habitar en mí, gracias porque somos uno...”.
Inspiro… Exhalo…
Hecho está.
Ver aquí
Estamos inmersos en un mundo donde creer es cada vez más difícil; en el que la inmediatez se ha devorado la solvencia de aquellos procesos que requieren tiempo pero nos aseguran paz.
Entregamos nuestra vida a los mandatos que nos han impuesto conceptos absolutos e interpretaciones de la muerte que nos encierran entre muros de ausencia, lágrimas, enojo y finales inexorables.
Nos vemos sumergidos en una realidad en la que corremos todo el tiempo en busca de algo que solo hallaremos si nos detenemos a mirar lo verdadero y a observar nuestro interior.
En medio del caos cotidiano en el que pocas veces valoramos el tiempo que nos es dado, nos alejamos de la capacidad concreta de disfrutar cada día, en favor de lo que suponemos que vendrá o deseamos que llegue.
Entonces, alguien muere y nos quedamos con más preguntas que respuestas, con más miedos que certezas. Nos enojamos porque nos enfurece la impotencia de no poder revertir la realidad.
En ese momento, sentimos que todo se desvanece y que nada nos motiva. No hay explicación que justifique el dolor y menos aún el arrebato impune de las pérdidas.
Justo, ahí, en ese momento, es crucial la lectura de Sesión abierta, este libro sanador que nos enfoca en el presente, en el “aquí y ahora”, que nos enfrenta a la muerte como trayecto y, también, como causa, para vivir la vida con más plenitud y propósito, sabiendo que cada momento es valioso y que partir hacia la eternidad es solo una parte del viaje.
Noelia Pace nos da la posibilidad de irnos de ese lugar que nos estanca en el dolor para plantearnos la muerte como una transformación, donde el alma se libera del cuerpo físico y continúa su recorrido en otro plano de existencia. Nos muestra la chance de interpretar señales y sentirnos mejor, a través de una comunicación entre espíritus y almas que desean sanar.
Porque la vida manda, los destinos suceden y tenemos que encontrar el modo de seguir, estas páginas clarifican las ideas y nos permiten redescubrir lo que sabemos: “Lo único seguro es la muerte”. La clave es aceptarlo para aprender a vivir y devorarnos cada instante con la intensidad de cada latido. Porque hay que ir a dormir sin pendientes, pues hay que construir recuerdos a los que regresar con gratitud. Porque la muerte no nos roba la vida, sino que nos cambia los escenarios.
Leí este libro, elevé mi mirada al cielo, agradecí haber coincidido con personas que amé y, hoy, en horas sin tiempo, esperan por mí en otro plano del mapa de la existencia. Derramé alguna lágrima de emoción y pensé: “Es así, nada empieza con la vida ni concluye con la muerte. Ya hemos estado aquí, ya nos hemos ido y, quizá, regresemos porque todo es una cuestión de energía y evolución hacia niveles más profundos”.
Con amor y el deseo de que sume a sus vidas, recomiendo que se sumerjan en esta sesión abierta con el alma entregada al infinito.
Gracias, Noelia Pace, por tu generosa manera de dar paz.
Corría el mes de septiembre de 2018. Eran las nueve de la mañana y manejaba atenta al tráfico, camino a la Ciudad de Buenos Aires. En la intersección de Montevideo y Viamonte frené porque un joven pretendía cruzar y la fila de autos no se lo permitía; este muchacho, de altura media y cabello castaño claro, me sorprendió por sus ojos y la remera que al día de hoy recuerdo: era de color rosa, con unas líneas en el centro que simulaban una bandera color verde agua. Se paró frente a la trompa de mi vehículo y me agradeció con la mirada. Avancé unas cuadras más para estacionar en la calle Lavalle, dejé el auto y me dispuse a caminar hasta mi consultorio en la calle Montevideo. Me recibió Luisa y, luego de comunicarme las sesiones del día, me dijo que había agendado a último momento a una familia que volvería en un rato. Me dispuse a comenzar con las consultas.
Cuatro horas después, Luisa golpeó a mi puerta y me dijo: “Noe, llegó la familia”. Como buena ariana que soy, no me gusta que me interrumpan; levanté una ceja y Luisa, que me conoce, interpretó el gesto a la perfección: “Ya sé, les digo que esperen”. En eso vuelven a golpear. Me levanté muy nerviosa, abrí y ahí estaba el chico de la remera rosa. Apoyó su mano derecha en mi hombro y me dijo: “Por favor, ¿nos podrás atender?”. Lo miré fijo y el frío de las almas se apoderó de mí, ese “frío” que se da cuando las almas conectan, cuando es en realidad mi espíritu, que se separa de mi cuerpo, el que establece una conexión. Le dije: “Aguardame. Termino la sesión y los hago pasar”.
Pedí disculpas a mis pacientes por las interrupciones, los despedí y, como siempre suelo hacer, dije en voz alta: “Vamos, vamos, ¿quién sigue?”.
Se acercaron por el pasillo una señora de estatura baja y cabello castaño, un señor alto y dos muchachos: un adolescente y el que me había interrumpido antes. Mientras ingresaban, me giré para abrir la ventana y, sin mirarlos, les dije: “Entren los cuatro”. La señora me dijo: “Somos solo nosotros tres…”. Y, como no podía abrir la ventana, le respondí sin mirar: “El chico de la remera rosa también”. Se hizo un silencio y ella rompió en llanto. Me di vuelta, notando el efecto que mis palabras habían tenido en el grupo y, luego de unos momentos, la mujer se dirigió a mí nuevamente: “Es Santiago, llevaba puesta esa remera cuando murió”. Me quedé en el lugar mientras él me miraba desde la puerta. “Gracias, te los dejo”, me dijo. “Por favor, deciles la verdad, aunque duela”. Cerré la puerta y les describí lo que había visto; su mamá lloraba y asentía ante cada una de mis palabras. Agregó: “Fue difícil para mí venir hoy. Él trabajaba en la esquina de Montevideo y Viamonte, y pasar por ahí fue terrible”. Luego les conté la verdad, como Santiago me había pedido. Y aunque fue una verdad dolorosa, algo que el joven había previsto, sé que le di paz a la familia, y aún espero poder volver a verlo a él para decirle lo mucho que me conmovió su encuentro.
Al terminar el día de trabajo le pregunté a Luisa si recordaba a la familia y me respondió que sí. Quise indagar un poco más y le pregunté cómo eran los chicos. Ella me mencionó que le había llamado la atención el de remera rosa porque le había parecido verlo por el barrio.
Como médium y espiritista puedo entrar en contacto con las almas de aquellos que ya no están en su cuerpo físico. Esto es algo que me sucede desde mis seis años, cuando comencé a experimentar este tipo de conexiones. Luego, y con el paso del tiempo, a mis doce años, comencé a profundizar en las prácticas del desprendimiento y el desplazamiento astral. Comenzó con mi papá Miguel; corría enero de 1996 y había viajado a mi otra casa, a Uruguay, en donde vivían mis tíos. Estando allí empecé a sentir fuertes dolores de cabeza y una parálisis terrible, por lo que le pedí a mi tía que llame a mi casa. Fue en esa parálisis que, incluso estando mi cuerpo físicamente en Uruguay, mi espíritu logró ver lo que estaba ocurriendo en Buenos Aires: a mi papá lo habían estafado con uno de sus negocios y, a la distancia, pude sentir cómo descubría la estafa, así como también la miríada de emociones y sentimientos que lo atravesaban. Ni bien mi tía me puso al teléfono, le dije a mi papá lo que estaba viendo, que era tal cual él lo estaba viviendo en ese preciso instante.
Con los años he usado mis dones para asistir a personas en situación de internación, con el objetivo de ayudarlas energéticamente; un trabajo hermoso y gratificante, gracias al que he pasado por muchos lugares. También he usado mis poderes para la contención. Hoy en día acompaño a los secuestrados en Gaza, a través de una persona hermosa a la que, porque le da vergüenza, llamaré Romi. Nunca olvidaré el momento, muy fuerte para mí, en el que le di el primer listado con los nombres de aquellos secuestrados de los que iban a tener noticias. Días después, los noticieros confirmaron aquello que yo había logrado transmitirle a Romi.
Todo esto es posible gracias a la práctica de la Mediumnidad. La Mediumnidad es la práctica que realiza el médium, que actúa como conector entre planos, como por ejemplo entre el plano astral y el plano terrenal. Es muy diferente conectar con entidades superiores y del bajo astral a con almas desencarnadas, y algo completamente diferente es desentrañar las vidas pasadas de un alma en particular. La tarea del médium es transmitir y conectar, dar claridad al mensaje del alma y permitir el tránsito del duelo a quienes quedan en este plano. En este sentido, el médium no interfiere ni manipula la información recibida, y no debe mostrar prejuicios frente a las diferentes religiones que puedan acercarse a él. Del mismo modo, cuando trabaja en investigaciones policiales no puede interferir en ellas: su objetivo es el de transmitir la información, sin importar a quién, haciendo cumplir la voluntad del alma o del espíritu. Desde la Mediumnidad debo ser muy abierta y respetuosa frente a lo que el otro y el alma necesitan, así como también imparcial, para poder transmitir con objetividad los mensajes que recibo.
Es importante no confundir la Mediumnidad con el espiritismo. El espiritismo, fundado por Allan Kardec en el siglo XIX, se identifica con ciertas doctrinas religiosas y filosóficas que creen en la supervivencia del espíritu después de la muerte. La experiencia del espiritismo no garantiza la puesta en práctica de la Mediumnidad. En este sentido, si el espiritismo es una corriente de conocimiento, la Mediumnidad es una práctica realizada para evocar la energía de las almas. Uno es espiritista por creer en el espiritismo, pero eso no significa que uno sea médium. No todos los espiritistas son médiums ni todos los médiums son espiritistas.
Las almas, cuando lo necesitan, buscan la forma de llegar a quienes conectamos y a quienes fueron parte de su espacio. Porque, lejos de desapegarse de la existencia, las almas se aferran a ella, atraviesan los espacios que alguna vez habitaron; intentan establecer una conexión con aquellas personas y lugares que formaron parte de su experiencia cotidiana. Y muchas veces es esta conexión con los que se quedaron la que puede ayudar a atravesar los procesos más dolorosos del duelo.
La pérdida de un ser querido puede generar miedo, dudas, pérdida de fe. Puede hacernos sentir que andamos sin rumbo, que hemos perdido la posibilidad de depositar todo ese amor que teníamos por el ser querido que ya no está en nuestro mismo plano. Poner la Mediumnidad al servicio de la gente implica conectar, comunicar, dar a conocer que las almas siguen con nosotros más allá de lo que conocemos como muerte.
Por eso mi lema es que la Mediumnidad sana; porque la conexión que puede darse entre espíritu y alma, alma y espíritu, y entre espíritus, nos permite llevar adelante la evolución del duelo. De esta forma podemos reconocer el dolor y actuar sobre él para su transformación. La liberación que se produce en el ser que queda en el plano terrenal luego de la conexión brinda una sensación de paz, calma y la respuesta a las preguntas que recurrentemente vienen a la mente ante la pérdida.
La vida (del latín vita), después de todo, es energía, y es esto mismo lo que hace que los seres, al morir, nos transformemos en este Universo y sigamos existiendo. No podemos reducir la vida a su definición biológica, esa clásica definición escolar que apunta a las capacidades de nacer, crecer y reproducirse. La muerte también forma parte del ciclo, está inserta en la vida, y sus caminos son intrincados de discernir.
Algunos estudios apuntan a desentrañar estos caminos desde una perspectiva física, como es el caso de aquellos que sostienen que la muerte no es más que una pérdida permanente de la conciencia que, a su vez, no puede separarse de la pérdida de la capacidad del cuerpo para funcionar. Otras perspectivas, por el contrario, consideran que la verdadera muerte no es física, sino espiritual, y consiste en estar separado de un orden mayor. En el caso del catolicismo, por ejemplo, la muerte espiritual estaría dada por una separación total entre el hombre y Dios.
Pero hay otra mirada posible, una que no habla de finales ni de separaciones, sino de cambio: la vida es energía y la muerte es transformación. Ese proceso, la muerte, es capaz de generar la más amplia gama de sentimientos, desde el temor hasta el odio, cuando deberíamos trabajar en aceptarlo. Después de todo, es lo más concreto que tiene el ser humano en la existencia en este plano terrenal.
Aceptar la muerte.
¿Se animan a intentarlo?
¿Deberíamos vivir hasta la muerte o prepararnos para morir? El rechazo que el ser humano siente ante la posibilidad de la muerte es inmenso, intenso y constante. Es como si el miedo se desplegara como un mecanismo de defensa ante la incertidumbre de la vida. Pero ¿qué sucede cuando enfrentamos la muerte de otro ser querido, de un compañero de vida o de nuestros hijos?
Lo primero que debemos entender es que no vivimos para morir; vivimos porque la muerte es lo seguro, mientras que la vida es una incertidumbre bella que debemos atrevernos a disfrutar en todas sus facetas. Acompañar a un ser querido en el proceso de muerte es una manera de dignificar la existencia, de energizar el plano terrenal y el cuerpo físico y de enaltecer el momento cumbre de la exhalación lenta, muy lenta y prolongada, que dará paso a una nueva existencia. Porque, sí, después de la muerte hay vida. Tal vez no sea como la imaginábamos o esperábamos en esta existencia terrenal, pero te aseguro que es vida en plenitud, excelencia y vibración en dimensiones inimaginables para nuestro presente.
Para vivir y acompañar la vida de otro hasta la transformación, es necesario atreverse a sentir, vibrar, oler, escuchar y ver la muerte. En muchos años de trabajo y en la experiencia de acompañar a un buen morir he visto que, incluso en los casos más difíciles, cuando un ser da su último suspiro, su rostro puede reflejar una liberación. La muerte, en estos momentos, se encarga de que el dolor cese, de que la perturbación desaparezca y de que los temores se disuelvan.
Puede que se pregunten sobre el homicidio o el suicidio; sí, también forman parte de esta reflexión. Porque, cuando el espíritu se desprende del cuerpo físico, la materia ya no registra dolor, y es la muerte la que nos muestra que en su espacio energético no hay perturbación, salvo que el alma esté tan cargada de odio que no pueda desprenderse del ego.
Existen diferentes fases en el proceso de morir, al igual que hay diversas formas de pérdida. Acompañar la muerte de un ser querido es un honor, aunque la inasistencia en momentos difíciles es común. Sin embargo, es fundamental reconocer que en la muerte:
Se enfrenta la inexistencia de plenitud en este plano terrenal.
Se comprende el daño y el sufrimiento que causó al ser.
Se busca una finalidad para cada momento de existencia.
Se avanza paso a paso, día a día.
Se busca un final de existencia que deje prosperidad a los demás, un legado que otros puedan disfrutar, valorar y enaltecer.
La plenitud en las últimas horas es crucial. Menciono la plenitud porque el ser humano a menudo confía en su ego para tener todo bajo control, incluso la muerte, que es la única que no tiene dueño ni horarios pactados. La muerte, cuando la hemos considerado en nuestra vida, se presenta como una existencia superior y benévola.
Vivir plenamente significa vivir intensamente, que nos duela, nos realce y nos satisfaga, de manera que al final de este viaje terrenal no tengamos dudas de que valió la pena vivir, sin arrepentimientos ni pendientes. Que vivir nos haya hecho sentir tan plenos que, al inhalar la muerte y al exhalar una nueva vida, se nos abra un abanico inmenso de posibilidades y nuevas creaciones.
Si vivimos en armonía, respetándonos a nosotros mismos en primer lugar, recibimos abundancia y plenitud. Entonces, les pregunto:
¿Vivirán hasta morir o morirán a cada instante en plenitud, hasta que solo quede la muerte para darles una nueva vida digna de ser vivida?
¿Se atreverían a morir a cada instante para renacer y vivir constantemente?
La muerte afecta al ser humano en su integridad; para quienes quedan en este plano, se pierde el proyecto o el sentido de la vida. Algunos hablan de pérdida; yo, en cambio, hablo de transformación.
La muerte de un ser querido, la pérdida de su compañía, es un dolor que se siente hasta en los huesos, como decía mi abuela; un dolor total que puede hacernos perder el rumbo y despertarnos una multitud de preguntas capaces de desestabilizar nuestro eje: la muerte de alguien no solo dispara un dolor que no podemos poner en palabras, sino que, además, nos hace reflexionar, de forma inevitable, sobre qué nos pasa en nuestra propia existencia.
Pero cuando hablamos del dolor no siempre nos referimos a lo mismo. Hay muchos tipos de dolores que son acarreados por la experiencia de la muerte, y abrirse a cada uno de ellos es un desafío que debemos aceptar, afrontar y superar.
El dolor físico, que se refleja en nuestra materia y que muchas veces desencadena enfermedades y hasta afecciones psicológicas.
El dolor emocional, que implica desear la presencia del ser que falleció, el querer verlo y sentirlo; el hablar del muerto y del deseo del reencuentro; la culpa por lo no dicho o lo no lo hecho; la pérdida de la autoestima y el reclamo a los seres queridos que nos rodean.
El dolor social, que manifestamos ante quienes nos rodean o en los espacios donde tenemos que relacionarnos. Se puede experimentar una cierta sensación de aislamiento, hiperactividad, hipersensibilidad a los ruidos, el deseo de sobreprotección, la acumulación de recuerdos y hasta la negación a escuchar la mención de quien falleció.
El dolor intelectual, que provoca el aturdimiento, la no aceptación de la realidad en la que se vive, alucinaciones, dificultad para escuchar o para hablar.
El dolor espiritual, que más que dolor yo lo entiendo como la sensación de replantearnos las propias creencias, el tambaleo de esa esperanza de creer que hay una trascendencia. Se pueden ver crisis de fe, sobre todo en lo que respecta a en qué creer y en quién confiar.
Este último, el dolor espiritual, es el que comienza primero, pero el que no reconocemos hasta que nos enfrentamos con la pérdida física. ¿Por qué? Porque el ser humano no se reconoce como espíritu ni como energía. Hasta tanto no se enfrenta a la pérdida de la materia, no comprende que no solo es un cuerpo, sino que es mucho más. Y es en la búsqueda de la llamada espiritualidad donde se da cuenta de que debe comprenderse como una existencia mayor.
Así, el ser que se enfrenta al dolor espiritual, que lo abraza y acepta, con el tiempo comienza a volver a sentir la conexión con la vida, la que nunca perdió, pero que con el ritmo de lo cotidiano no nos permitimos valorar, así como tampoco nos tomamos el tiempo para alimentar el espíritu.
Hay una frase que dice: “La muerte no es algo que se supere, es algo que se acepta”, y yo concuerdo bastante con ella. Debemos conectar con el “vacío” que deja ese ser que perdemos físicamente, valorar la importancia de quien fue y de aquello que forjó en nosotros, pero, sobre todo, valorarnos a nosotros mismos, soportar el tiempo que genera sufrimiento y, muchas veces, frustración. Porque así es que comienza el duelo.
Se vuelve, en este proceso, de vital importancia expresar todo lo que se siente y no guardarse nada. Lo reprimido física y emocionalmente termina por convertirse en una enfermedad, que puede manifestarse tanto en lo físico como en lo mental y en lo emocional.