Sexy y rebelde - Jane Sullivan - E-Book
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Sexy y rebelde E-Book

Jane Sullivan

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Beschreibung

Ella respetaba las reglas… pero los chicos malos no jugaban de acuerdo a ninguna regla… La psicóloga Sara Davenport había escrito un libro sobre "chicos malos". Un día su publicista le propuso acudir al programa de radio de Nick Chandler a hablar del libro, pero Sara rechazó la idea de inmediato. Más tarde consideró que la entrevista con aquel famoso chico malo sería una gran publicidad para su obra. Discutir con la doctora Davenport era maravilloso, pero Nick quería más. Sí, quería seducir a la mujer que tanto criticaba a los chicos malos… así demostraría a su audiencia y también a ella lo bueno que podía llegar a ser…

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Seitenzahl: 141

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Jane Graves. Todos los derechos reservados.

SEXY Y REBELDE, Nº 1542 - febrero 2012

Título original: When He Was Bad…

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-530-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Es un temerario sobre la moto, un rebelde con su propia causa, un rompecorazones o un hombre misterioso.

Es diabólicamente atractivo, con un cuerpazo de los que hacen temblar o un chico malo lleno de tatuajes que busca pelea. Es un seductor que despertará lo mejor de ti.

Y lo peor.

Es un solitario, ensimismado, celoso y posesivo, que te atrae con el encanto de diez hombres y que, al mismo tiempo, te mantiene a distancia.

Emocionada, intentas ganarte su corazón y su alma… para ver que se te escapa como la arena entre los dedos.

Y aunque sabes que deberías resistirte, con una sola sonrisa, con un solo gesto, vas tras él, convencida de que podrás domesticar a este hombre enigmático. Y cuando te tiene derretida, a sus pies, cuando has perdido la cabeza por él, entonces es cuando te deja como una sombra en medio de la noche, para no volver a verlo nunca más…

Sara Davenport conocía bien a hombres como aquél. Sabía todos sus trucos de memoria, sus mentiras, sus falsedades. Después de todo, había escrito un libro sobre chicos malos.

Literalmente.

Sara tomó un sorbo de café y miró su agenda. A su lado, Karen, su publicista, miraba su propia agenda para preparar el trabajo de la semana.

–Tienes una firma de libros el miércoles y otra el jueves por la tarde –le dijo–. Las dos aquí, en Boulder, así que no tendrás que viajar. También tienes una entrevista por teléfono con una revista de Charleston. El periodista te enviará un e-mail para decir a qué hora. Y el viernes por la noche tienes una entrevista por Internet con un grupo de lectores de Spokane.

Sara tomó nota.

–No me dejas ni un segundo libre.

–Eso está bien. Dentro de nada tu nombre será conocido en todo el país.

Sara no lo dudaba. La habilidad de su amiga como publicista era la razón por la que su libro estaba siendo un éxito. Incluso le había conseguido una entrevista en Cosmopolitan. Pero le resultaba difícil creer que a la tierna edad de treinta años todos sus sueños se hubieran hecho realidad.

Inicialmente, había imaginado que el libro sería una extensión de su tesis doctoral, un serio examen de las razones psicológicas, sociológicas y emocionales por las que las mujeres se enamoraban de hombres que no estaban dispuestos a comprometerse. Pero en un año, después de tres revisiones y una portada de escándalo, se había convertido en una especie de libro de autoayuda, con un título que la ponía enferma: Buscando al chico malo.

Seguía sin gustarle, pero no podía negar el éxito que estaba teniendo. Iban por la tercera edición y su editor quería otro libro ya. Y su mensaje estaba siendo recibido por miles de mujeres. Algo que no podía hacer a través de su consulta de psicología o sus seminarios.

–Ah, una cosa más –siguió Karen–. He llamado al director de programación de KZAP esta mañana.

–¿Para qué?

–Para que te entreviste.

–¿En la radio? No, no. No me gusta la radio.

–Pero a través de la radio se puede llegar a muchísima gente. Y tiene una ventaja que no tienen los anuncios de prensa.

–¿Cuál?

–Es gratis.

–No, la radio es impredecible. Es muy fácil decir algo sin pensar…

–Venga, Sara. Tú hablas en público continuamente.

–Sí, haciendo seminarios, un territorio que conozco bien. Tengo mis notas, controlo lo que voy a decir…

–Pero conoces el tema y eres una buena oradora. ¿Qué te preocupa?

–Es que no quiero… espera un momento. ¿KZAP? ¿No es ésa la emisora de la doctora Frieda?

–Sí.

Ah, entonces podría no estar tan mal. Hablar de su libro con un médico… quizá charlar sobre los aspectos psicológicos de la atracción, responder a preguntas de los oyentes. Eso no podía ser tan difícil.

–Pero te van a entrevistar en el programa de Nick Chandler.

Sara intentó hablar, pero no le salía la voz.

–¿Qué has dicho?

–Espera, ya sabía que te ibas a asustar. Pero…

–Nada de peros. No pienso acercarme a ese hombre.

–Pero sería una publicidad estupenda.

–¿Publicitar mi libro en su programa? Lo dirás de broma.

–Sí, sé que suena un poco raro, pero…

–¿Un poco raro? ¿Sabes que una vez entrevistó a un hombre que decía haberse acostado con mil mujeres y tenía las muescas en su cama que lo demostraban?

–Sí, bueno, pero…

–Y a una camarera que sirve copas en topless.

–Sí, eso me han dicho, pero…

–Y a un hombre que ha creado una página web para enseñar a los hombres a «ligar con las titis».

Karen levantó una mano.

–Lo sé, lo sé, demasiada testosterona, pero…

–Yo también leo las columnas de cotilleo. Conozco la reputación de Nick Chandler.

Su amiga se encogió de hombros.

–Sí, bueno, le gustan bastante las mujeres…

–¿Bastante? ¡El tipo de las muescas en la cama es un aficionado comparado con él!

–Y ésa es precisamente la razón por la que debes ir a la emisora.

Sara negó con la cabeza. Nick Chandler era un neandertal que seguramente arrastraría las manos por el suelo, tendría pelos en la espalda y dibujos de bisontes en su apartamento.

–Lo siento, Karen. No pienso dar esa entrevista. Llama al productor y dile que se olvide.

–¿Aunque Nick Chandler tenga cien mil oyentes?

–¿Estás diciendo que cien mil personas escuchan esa basura?

–Sí.

–Pues no creo que a esa gente le interese nada mi libro. Sólo serán hombres.

–No, el treinta por ciento son mujeres de dieciocho a treinta y cinco años. Eso son treinta mil mujeres que pondrán la emisora el jueves estés tú allí o no.

–¿Y por qué escuchan ese programa? ¿Les gusta sentirse mujeres objeto?

–Cariño, lo que quieren es oír la voz de Nick Chandler.

–¡Venga, por favor! ¿Qué puede una mujer encontrar atractivo en un hombre así?

–Me parece que la respuesta a esa pregunta está en tu libro.

–Sí, bueno, pero…

–Tengo la impresión de que no has visto nunca a Nick Chandler.

–Pues no, no he tenido el placer.

Karen dio la vuelta al ordenador portátil que había sobre la mesa y buscó una página web. Luego lo colocó frente a Sara.

–Mira.

La madre de Dios.

Nick Chandler, sentado en un estudio de radio, con el micrófono en la mano, con una sonrisa… una sonrisa de cine… Llevaba el pelo un poco largo y sus ojos eran de un azul tan profundo que todas las aguamarinas del mundo debían de llorar de envidia.

Sí, un hombre muy guapo. Pero, por muy guapo que fuera, intuía en él una exagerada confianza en sí mismo. Y esa confianza mostraba la verdad: en lo que se refería a las mujeres, Nick Chandler era de los que ganaban siempre.

Pero, aunque estaba claro que era un seductor, Sara no se engañaba a sí misma. Una sola mirada a aquel hombre podía ser peligrosa para la salud de una mujer.

–Sí, bueno, no está mal.

–Lo dirás de broma. Yo cambiaría todos los juguetes sexuales que tengo en el cajón de la mesilla por quince minutos con él.

–¿Ah, sí? ¿Y qué harías después de esos quince minutos?

–No lo sé, soñar, supongo.

Sara levantó los ojos al cielo.

–No he dicho que quiera casarme con él. Sólo quince minutos de sexo multiorgásmico.

–Muy bien. Espero que entiendas la diferencia entre un tipo que vale para un revolcón y un hombre con la cabeza sobre los hombros. La mayoría de las mujeres no se enteran. Creen que van a cambiar la manera de pensar de esos hombres sobre el amor, sobre la vida… y eso no va a pasar.

–Pues díselo.

–¿Y que Nick Chandler me contradiga en todo?

–Con un poco de suerte, eso es lo que hará.

–¿Cómo?

–La controversia vende –dijo Karen–. Si discutes con él tendremos muchas más entrevistas. La chica buena enfrentada con el chico malo y esas cosas, ya sabes.

–Ya te he dicho que no me interesa.

–¿Por qué? ¿Temes que se te eche encima? –sonrió Karen.

–Por favor, déjate de insinuaciones.

–¿Escribiste ese libro por hombres como Nick Chandler y ahora te da miedo enfrentarte con él?

–No me da miedo…

–Mejor. Tú eres mucho más lista que él.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque tú eres más lista que nadie.

–Gracias por el voto de confianza, pero no pienso ir.

–Bueno, si ésa es tu decisión…

–Es mi decisión.

Karen golpeó la agenda con los dedos antes de levantar la cabeza.

–Claro que es mucho más seguro predicar a los conversos…

–¿Qué quieres decir con eso?

–No, nada. Que tienes dos opciones: puedes seguir haciendo seminarios para mujeres que están de acuerdo contigo o puedes rescatar a las almas perdidas… de las garras del mismo demonio.

Sara lo pensó un momento. Karen tenía razón. ¿Qué tal si intentase abrirle los ojos a las mujeres que más lo necesitaban?

–¿Seguro que hay treinta mil mujeres que escuchan ese programa?

–Más de treinta mil.

–Pues Nick Chandler es precisamente el tipo de hombre del que esas mujeres deberían alejarse.

–Pero si están locas por él… eso significa que te necesitan. Todas ellas. ¿Te imaginas una audiencia mejor?

Sara dejó escapar un suspiro. Debía admitir que, por el momento, Karen siempre había dado en la diana. Su creativa promoción no tenía límites.

Ni sus poderes de persuasión.

–Yo iré contigo, claro –dijo su publicista entonces–. Para darte apoyo moral.

–Muy bien, de acuerdo.

–Gracias a Dios. Te lo has tragado.

–¿Qué me he tragado?

–Eso de que vas a convencer a las mujeres… lo único que yo quería era conocer en persona a Nick Chandler.

–¿Para qué, para ver si tienes oportunidad de lograr esos quince minutos? –rió Sara.

–No te preocupes, dejaré que lo intentes tú primero. Si decides que no te gusta, para mí.

–Venga ya, Karen. Las dos somos más listas que eso.

–Sí, es verdad. Pero a veces me gustaría ser una rubia tonta –suspiró su amiga, mirando el reloj–. Bueno, tengo que irme. Hay un taburete en Kelly’s que lleva mi nombre. ¿Por qué no vienes conmigo?

–No puedo. Tengo que seguir trabajando. Aún no he dado con una idea para mi próximo libro.

–¿El mismo tema?

–Sí, eso es lo que quiere mi editor, pero no sé…

–Puede que un par de martinis te ayuden a ver las cosas con más claridad.

–No, paso.

–Venga, Sara. ¿Cuándo fuimos a tomar una copa juntas por última vez?

–No he podido salir por ahí, he estado muy ocupada. Tú me has mantenido muy ocupada.

–Pero también hay que divertirse, mujer. Además, creo que necesitas un buen revolcón.

–Ya sabes que a mí los ligues de una noche no me gustan.

–Pues que sean dos noches –rió la publicista.

–De verdad, no entiendo cómo hemos podido hacernos amigas –sonrió Sara.

–Yo sí. Sufrimos las penas del infierno en el instituto. Y hablando de las penas del infierno, ¿cómo está tu madre?

–Comimos juntas hace un par de días. Nos llevamos bien desde que se vino a vivir aquí.

–¿Entonces, de verdad ha dejado a ese imbécil de St. Louis para siempre?

–Eso parece. Van a ser unas buenas fiestas, Karen. Cenará en mi casa en Nochebuena y pasaremos juntas todo el día de Navidad.

–Me alegro –dijo su amiga, con una sonrisa que no parecía sincera del todo.

En el pasado, esa sonrisa podría haber estado justificada, pero ya no.

–Han pasado tres meses. Creo que mi madre por fin ha visto la luz.

–Eso lo has dicho muchas veces.

–Lo sé, pero esta vez es diferente. Se ha dado cuenta de que repite un patrón de comportamiento equivocado y está decidida a cambiar.

–En fin, tú eres la psicóloga. Si tú crees que por fin se ha espabilado con los hombres, te creo –Karen miró su reloj–. Bueno, me voy.

–Gracias por tu ayuda.

–Sigue conmigo, querida, y te convertiré en una estrella.

Con un par de besos teatrales lanzados al aire, Karen salió de la consulta y cerró la puerta. Sara suspiró, mirando la pantalla del ordenador. ¿Había aceptado concederle una entrevista a aquel cafre?

Nick Chandler parecía mirarla, tentarla, retarla a meterse en su guarida, donde la esperaba para comérsela a bocados.

Él era de réplica fácil, ella no. Él sabía cómo llevar una conversación por donde le interesaba, ella era más directa. Él tenía unos ojos que podían hacer que una mujer se desmayase, mientras ella no tenía nada que pudiera distraerlo.

Lo que sí tenía era una misión. No había llegado tan lejos en la vida saltando todo tipo de obstáculos para dejarse amedrentar por aquel cavernícola. Treinta mil mujeres escuchaban ese programa todos los jueves y esas treinta mil mujeres necesitaban su ayuda.

Nick Chandler no iba a asustarla. Cuando el programa terminase, descubriría que había encontrado la horma de su zapato.

Capítulo Dos

Cuando llegó el jueves, Sara seguía tan convencida como antes de que iba a hacer lo que debía. Desgraciadamente, su estómago no parecía pensar lo mismo. Y, además, estaba nevando cuando Karen y ella subieron al coche para dirigirse a la emisora. Iban sin tiempo y Sara no parecía capaz de serenarse, de modo que era un manojo de nervios.

–No te pongas tan seria –le dijo Karen, mientras esperaban en la recepción de la emisora.

–Ya te dije que esto no me parecía buena idea.

–No dejes que Nick Chandler te vea sudar.

–He usado un desodorante extra antitranspirante esta mañana. Espero que eso sea suficiente.

–¿Quieres calmarte de una vez? Tienes que soltarte el pelo un poco, mujer. Cuenta lo que tienes que contar, pero hazlo de forma divertida.

¿Divertida? Sara se sentía como si fuera a la horca.

Unos minutos después, un hombre de unos cuarenta y tantos años, con poco pelo, pantalones caqui y camiseta apareció en el vestíbulo.

–Debe de ser el productor –murmuró Karen–. Enseguida estarás en antena. Asegúrate de hablar despacio y de forma que todo el mundo pueda entenderte…

–¿Qué quieres decir?

–Que cuando te pones nerviosa empiezas a soltar términos médicos y no hay quien te entienda.

El hombre se presentó como Butch Brannigan y mientras abría la puerta del estudio, el corazón de Sara empezó a latir como si estuviera a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Creía estar preparada para enfrentarse con Nick Chandler. Desgraciadamente, la fotografía de la página web no le hacía justicia a aquel pedazo de hombre.

Llevaba vaqueros y un jersey de cuello de pico sobre una camiseta blanca. Y unas botas que parecían haber estado en alguna zona de guerra. No había visto la máquina de afeitar esa mañana y seguramente tampoco la mañana anterior, pero pocos hombres podrían ir sin afeitar y seguir siendo tan increíblemente atractivos.

Y qué ojos. En la guerra entre los hombres y las mujeres, esos ojos podían ser un arma letal.

–Hola, tú debes de ser Sara.

–Sí –contestó ella, ofreciéndole su mano–. Encantada de conocerte.

–No, el placer es todo mío –respondió Nick, con una sonrisa cautivadora–. Siéntate. Empezaremos enseguida. Ponte los cascos, por favor.

Su voz profunda, masculina, armonizaba perfectamente con su personalidad y su increíblemente atractivo rostro, creando un paquete que era una pura tentación. Aquel hombre podría hacer que una mujer con baja autoestima se convirtiera en su esclava en un minuto. Afortunadamente, Sara no era una mujer con baja autoestima, de modo que Nick Chandler iba a tener que buscarse a su esclava en otro sitio.

Butch salió del estudio y se colocó tras una mampara de cristal.

–Treinta segundos, Nick –le avisó.

–¿Nerviosa? –preguntó él.

–No, en absoluto –contestó Sara.

–¿Has dado alguna entrevista en la radio?

–No, es la primera.

–Ah, entonces eres virgen –sonrió él–. No te preocupes, seré muy suave contigo.

El corazón de Sara dio un saltito ante la imagen mental que había creado esa frase.

–No pasa nada. He hecho muchas entrevistas. Ésta es sólo una más, ¿no?

–Eso es.

Un agradable tono de voz. Una expresión amable. Todo en él parecía decir «puedes confiar en mí». Entonces, ¿por qué estaba tan asustada?