Simón - Juan Antonio Alonso Costa - E-Book

Beschreibung

Simón, representa la eterna búsqueda de sentido del ser humano. ¿Quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos? Eternas preguntas que en un diálogo dramático abordan a Simón, el primer monje que ideó afrontar el combate de la fe sobre una columna en medio del desierto. Hoy esa columna truncada permanece como testigo mudo de este diálogo entre la razón y la fe. Precisamente el fundamentalismo religioso es uno de los temas que aborda la obra. El deseo de imponer a los otros nuestra propia fe. Las guerras que enarbolan las banderas de un credo religioso, sea el que sea, han acompañado a la humanidad desde su origen. Una plancha de bronce del siglo VI conservada en el museo del Louvre de París, dónde se representa a San Simón sobre su columna y en la que aparece enroscada una descomunal serpiente símbolo del Demonio, sirve al Autor como inspiración para imaginar un fantástico diálogo entre San Simón y Satanás, encarnado en el diálogo en la personificaciones del viento y del desierto que interpelan al monje sobre su fe. Es el combate interior de la fe al que llama San Pablo en sus Cartas y es al mismo tiempo el combate de Simón y del propio Autor, y al que se invita también al lector del libro.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 193

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO DEL AUTOR

DIÁLOGO DE SIMÓN CON EL VIENTO DEL DESIERTO

EL AUTOR

1ª Edición: Enero de 2018 © 2018 Simón – Un columna en el desierto – Juan Antonio Alonso © Portada: La bona Trama

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de cárcel y/o multa, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, por los quién reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin autorización.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Tarannà edicions

Tel/ 932 800 390

e.mail: [email protected]

http://www.taranna.es

Depósito legal: B 29798-2017

ISBN formato papel: 9788494560835

ISBN formato ebook: 9788494560842

“Todas las grandes verdades son al principio blasfemias”

PRESENTACIÓN

El presente ensayo tiene como marco lo que se conoce como ascetismo, práctica surgida en la antigua Grecia, pero milenaria también en Oriente, donde está presente en el budismo anterior al cristianismo y posteriormente en el Islam, que lo considera un tipo de ascética unida a la mística del sufismo, viniendo el ascetismo del griego askesis que significa la práctica, el ejercicio corporal y más especialmente, el entrenamiento atlético.

El ascetismo, como el anacoretismo o vida de anacoreta, surge como consecuencia de una corriente espiritual de la iglesia de Cristo a inicios del siglo IV: la espiritualidad monástica. Esta corriente espiritual buscaba la limpieza de corazón la cual la conseguían mediante el desprendimiento de todo lo creado (apartamiento del mundo) y la práctica de la caridad. La limpieza de corazón era el requisito para la posesión del Reino de Dios, que en este mundo se obtiene por la contemplación divina y cristalizada en una forma de vida que se denomina vida contemplativa.

En el cristianismo, el ascetismo sirvió a los llamados Padres del desierto o padres del yermo o también padres de la Tebaida, para tratar de alcanzar de acuerdo a sus creencias, una unión más perfecta con Dios al alejarse de cualquier contacto con lo profano por medio de una vida de privaciones, penitencia y oración por la que optaron algunos monjes, eremitas y anacoretas como san Antonio. La primera manifestación de importancia de la vida anacoreta se dio en Egipto en torno a San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251-Monte Colzim, Egipto, 356), quien congregó a su alrededor un gran número de discípulos que poblaron desiertos como los de Nitria y Scete. De acuerdo con los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo, Antonio fue reiteradamente tentado por el Demonio en el desierto. Se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Su modo de vivir se caracterizaba sobre todo por la soledad y el silencio. Los anacoretas habitaban cuevas o cabañas, bien aislados o en grupos de dos o tres, dedicados plenamente a la oración, la penitencia y el trabajo manual.

El autor, se sirve de la figura de Simón o Simeón el Estilita (Sisan, Cilicia c. 390 – Alepo, Siria, 27 de septiembre 459), para fabular en un continuo enfrentamiento o disquisición a tres voces: el viento, el desierto y el propio Simón, que en realidad son una misma cosa, reproduciendo la eterna lucha del hombre que mantiene consigo mismo y las pasiones propias de su condición humana y que hacen que, queriendo ir hacia Dios, sin embargo sus inclinaciones le lleven justamente en sentido contrario. San Pablo refleja magníficamente esa tragedia humana, cuando nos dice: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico.” (Romanos 7, 19)

Pero ¿quién era Simón el Estilita? Su fama radica en el hecho de haber elegido como penitencia pasar 37 años en una pequeña plataforma de madera, dispuesta en lo alto de una columna cerca de Alepo, en Siria, muriendo a finales del siglo IV. Dedicado al pastoreo en su infancia, a los 15 años ingresó en un monasterio donde aprendió de memoria los 150 Salmos de la Biblia, rezándolos cada semana, a razón de 21 salmos cada día. Se le considera el inventor del cilicio. Fue expulsado de un monasterio por su rigor absoluto, así que decidió ir al desierto para vivir en continua penitencia; allí, después de vivir en una cisterna seca y en una cueva, y a causa de la continua molestia que le suponían las muchas gentes que venían a visitarle, apartándole de la vida contemplativa y la oración y acercándole a la tentación, decidió que le construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete y por último pasó a una de 17 metros para vivir subido en ella y alejarse del tráfago humano. Sobre esta columna pasó sus últimos 37 años de vida, por lo que se ganó el sobrenombre de “el Estilita”. Murió en el año 459.

Posteriormente y dentro del cristianismo, el cartujo fray Bernardo de Fontova, llegará a desarrollar el ascetismo como procedimiento para acercarse a Dios, exponiéndolo en su “Tratado de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva”, constando en general de dos vías, purgativa e iluminativa, de acercamiento a Dios, y de una tercera, la unitiva, que no era en realidad tal, puesto que se daba ya una vez realizada la unión mística.

Llegará incluso a desarrollarse una escuela ascética española que va desde la baja Edad Media hasta el siglo XVII. Al existir una íntima relación entre ascetismo y misticismo, a pesar de su diferencia conceptual (ascética es el intento de llegar a Dios por diferentes vías, especialmente la oración y la penitencia mediante una vida austera y la privación de la satisfacción de las necesidades corporales, mientras mística es la consecución de la unión con Dios); hace que buena parte de los personajes que la componen se denominen místicos españoles y que tanto en su aspecto de corriente religiosa como en su aspecto de escuela o movimiento literario se les identifique también como mística española. Han habido distintas doctrinas ascéticas según la orden religiosa que la inspirara: una ascética franciscana, otra carmelitana, otra dominica, otra agustina, otra cartuja (Bernardo Fontova), otra jesuita (inaugurada por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola), etc. Grandes ascéticos españoles han sido San Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, Fray Francisco de Osuna, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Fray Pedro Malón de Chaide, Fray Antonio de Molina, etc.

Volviendo a la obra que tratamos de prologar, el autor teatraliza en los diálogos que se suceden en la mente del pobre Simón, la lucha llevada a cabo en cada creyente cristiano en su eterno enfrentamiento con el diablo y de la que no se escapó ni la condición humana del propio Cristo, cuando lo tienta, tratando de confundirle y diciéndole: “Te daré todo este poder y su gloria porque me han sido entregados y los doy a quien quiero” (Lc 4, 5-6), desfigurando el maligno la promesa del Padre al Hijo recogida en el Salmo II: “Pídeme y te daré en herencia las naciones” (Sal 2, 8). Un diálogo en el que todo creyente se siente identificado, al verse asaltado cotidianamente por las mismas dudas que atribulan a Simón, y que el autor sabe describir sabiamente, entre otras razones porque él mismo, en tanto que creyente y en su condición humana, no deja de verse asaltado por los mismos o parecidos cuestionamientos.

Sin embargo, finalmente la fe del creyente prevalece por encima de todo razonamiento humano y Simón termina –y con él el texto– en la esperanza por la resurrección.

Ramón Martí Blanco

Plancha metálica que muestra a Simón el Estilita sobre su columna. La serpiente representa al demonio, tratando de tentarlo (siglo VI, Louvre).

PRÓLOGO DEL AUTOR

Escribir el prólogo de un libro no es tarea fácil, quizás más difícil que la propia obra. A modo de introducción el prólogo es una justificación de lo escrito, responder en cierta manera a la pregunta de por qué se ha escrito este libro y lo que se pretende con él. La génesis de esta obra titulada “Simón” habría que buscarla en mi perenne búsqueda del sentido de la vida y por tanto de la verdad en sentido amplio. Esta búsqueda acompaña al ser humano desde los albores de su existencia en este planeta que llamamos “Tierra” y que órbita en torno a una estrella que llamamos “Sol”. Desde que el primer homínido tomó conciencia de sí mismo y de su relación con otros semejantes a él, y del entorno vital en que se encontraba, comenzó un lento proceso de consciencia que puso en marcha su incipiente capacidad de raciocinio que ya jamás se detuvo. Las eternas preguntas de aquel remoto pasado siguen sin respuestas definitivas y quizás jamás las tengan. ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, y ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Tiene un sentido el cosmos o carece de él? Estas preguntas que originan y son exponentes de una angustia vital por buscar la verdad, están en la base de las filosofías y de las religiones que han existido y existiran. Todas han pretendido dar respuesta a estos interrogantes, también la ciencia lo hace, consciente o inconscientemente. El ser humano necesita seguridades, respuestas que aquieten su espíritu y calmen su angustia ante lo desconocido, ante todo aquello que escapa a su control, y en definitiva, necesita una respuesta que dé sentido a la presencia del mal, del dolor y de la muerte. El Hombre necesita unas verdades consoladoras ante la brevedad de su existencia y del porqué de tantos hechos en apariencia sin sentido que le rodean. La Filosofía las busca a través de la razón, la Religión a través de la fe, la Ciencia a través de la experiencia. Todas se proclaman poseedoras de la Verdad pero ninguna de sus verdades satisfacen plenamente al común de los hombres. Es una búsqueda eterna por cuanto es imposible encontrar verdades universales que satisfagan a todos. Comprender esto nos hace verdaderamente libres pero al mismo tiempo infelices, pues nuestro más íntimo y profundo deseo desde que comenzamos como especie a existir y a tomar conciencia de ello, es vivir para siempre, sin dolor ni angustia y ser felices; y sin embargo hemos tenido que ir aprendiendo a buscar la felicidad a pesar del dolor y la angustia, y de la brevedad de nuestra vida. La filosofía busca la “inmortalidad” a través del conocimiento, la religión de la espiritualidad y la ciencia de la técnica. Todas pretenden dar respuestas definitivas sin conseguirlo. Este libro es también un reflejo de mi propia búsqueda del sentido y de respuestas a estos interrogantes perennes. La vida de Simón el Estilita y este imaginario diálogo me sirven de ayuda para exponer mis propias dudas y tentaciones, y también mis certezas. Con él pretendo que el lector se interrogue sobre las mismas y busque por sí mismo la Verdad o quizás más bien, su Verdad. Hay muchas verdades que se dicen a sí mismas absolutas y que proclaman su exclusividad frente a otras. ¿Hay una sola Verdad o ninguna? Quizás ninguna de ellas sea absoluta y aunque existiese la Verdad, así, con mayúscula, cada uno de los hombres la conocería siempre parcialmente de acuerdo a su capacidad y deseo; la asumiría en distinta forma y conformaría su vida con ella en grado diverso, porque cada ser humano es un mundo. Por eso es muy importante el no tener miedo a cuestionárselo todo, a carecer de red cuando nos lanzamos en la búsqueda del sentido de la vida. No dar nada por supuesto, replantearnos nuestras propias creencias, huyendo de dogmatismos de cualquier signo. ¿Por qué nuestra fe ha de ser la única verdadera y todas las demás falsas? Del mismo modo piensan los creyentes de las otras religiones de aquellas que no son la suya. “Dar razón de nuestra esperanza” y no simplemente creo porque es así y así me lo han enseñado. La fe ha de ser purificada por la razón y no al revés, pero ambas son sublimadas por el amor. La mayor blasfemia para unos puede ser la mayor religión para otros. Así comenzó el cristianismo respecto al judaísmo y a la religión del Imperio Romano que daba culto a su emperador como dios. Para los judíos Jesús de Nazareth era un blasfemo porque se decía “Hijo de Dios” y para los romanos los cristianos lo eran por que negaban el culto al César y a los dioses de Roma. Si un cristiano de la iglesia primitiva se encontrase con uno de la iglesia del Concilio Vaticano II, seguramente se tacharían uno a otro de blasfemo o hereje. Cuando las piedras comiencen a caer de las manos y las llamas de las hogueras se extingan para siempre, podremos al fin “adorar en espíritu y en verdad” a Aquel que nos ha dado el ser y que está por encima de todas las religiones y habita en todos los corazones y en todo cuanto existe. A lo largo de la historia humana quienes se han formulado preguntas de índole trascendente sin acomodarse a lo “políticamente correcto” o a la teología predominante en su tiempo, no han tenido precisamente un camino de rosas y han sufrido, por ironías del destino, persecución, precisamente por aquellos que dicen representar a Dios en la Tierra; un Dios que definen como la Suma Bondad, el Clemente y el Misericordioso o sencillamente el Amor. Este libro puede, siendo el mismo, ser tachado de herético o de místico, de blasfemo o profundamente religioso. No pretendo ni lo uno ni lo otro. Léase sin prejuicio y que cada lector decida por sí mismo. Mi deseo es, con toda humildad, el del mismo Sócrates: buscar con otros, en una ayuda mutua, la Verdad, haciendo muchas veces de “abogado del diablo”.

La plancha metálica del siglo VI que se encuentra en el Museo del Louvre y que muestra a San Simeón el Estilita sobre su columna a la que se enrosca una gran serpiente que simboliza al Demonio tratando de tentarlo, y que ilustra este Prólogo, ha sido la que ha inspirado, a demás de todo lo expuesto anteriormente, esta obra; también un libro que cayó en mis manos y que se titula “La desconcertante vida de los monjes sirios. Siglos IV-VI” de Ignacio Peña. Luego, hablando del libro que tienes en tus manos con un buen amigo, Ferrán Juste, me habló de la película de Luis Buñuel “Simón del Desierto” (1965), lo que me hizo recordar que la vi hace muchos años de adolescente, que si no ha influido directamente quizás en el subconsciente ha jugado su papel. Corrigiendo el texto de “Simón” y al hilo de una búsqueda bibliográfica, me encontré con la obra del gran Gustave Flaubert “La tentación de San Antonio” (1874), cuya inspiración para escribirla le llegó después de ver el cuadro de Brueghel, y en la cual muestra al hombre enfrentado a las tentaciones del espíritu y de la carne. Coincidencia fortuita e inesperada, ¿será cosa de la Providencia o del destino? Admito mi imperdonable ignorancia y entono el mea culpa por no haberla leído todavía.

Pero conviene que digamos algo de Simón el Estilita nacido en Sisan cerca de Tarso en Siria el año 390 y muerto en el año 459 mientras rezaba de rodillas a la edad de 69 años, según sus biógrafos. Es el iniciador de una vida singular dentro del monacato primitivo, la vida en lo alto de una columna (columna en griego se dice stylos, de ahí lo de estilita) como retiro del mundo, dedicado a la oración y la penitencia. Hasta él, nadie jamás había imaginado semejante modo de ascetismo. ¿Locura espiritual desmedida o inspiración divina?, es difícil de saberlo, lo que sí es cierto, que en vida del propio Simón, contó tanto con simpatizantes como con detractores de su estilo particular de vivir los consejos evangélicos para alcanzar la perfección cristiana que le abriera las puertas de la santidad. Ciertamente, loco o cuerdo, inspirado por Dios o tentado por Satanás, acertado o equivocado, la Iglesia tanto de Oriente como de Occidente lo proclamó santo y su fiesta se celebra el cinco de enero. La plancha del Louvre a la que antes he aludido me inspiró para imaginar el combate ascético de Simón allá en lo alto de su columna durante tantos años, el diálogo consigo mismo o quizás con el espíritu del mal que lo tentó con fuerza, y las dudas de fe que lo atenazaron como hombre así como el narrar lo que sabemos de su vida a través de este largo diálogo o ¿más bien monólogo de Simón? El combate de Simón es el combate de todo hombre que intenta descubrir la respuesta a ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy? Es la eterna búsqueda por descubrir la verdad de su existencia. ¿Existe Dios? ¿Somos algo más que animales que piensan? ¿Tenemos alma y en tal caso pervive tras la muerte de alguna forma? ¿El hombre es fruto del azar o de un plan divino? ¿La religión es un invento de los hombres ante el miedo a la muerte? … Muchas preguntas que irán aflorando a lo largo de esta obra y que harán plantearse al lector cuestiones fundamentales que quizás nunca tendrán respuesta satisfactoria pero que todos nos deberíamos plantear como antídoto ante todo fundamentalismo sea religioso o de otro tipo. En cierto sentido este libro es fruto de mis propias reflexiones en torno a la existencia y el ser del hombre. En ellas se refleja mi propia lucha interior entre la fe y la razón, entre la realidad y la necesidad, entre lo ortodoxo y lo heterodoxo, entre la certeza y la duda. Simón, el desierto y el viento son la misma cosa, el yo que se piensa a sí mismo y dialoga consigo, el hombre que razona porque es hombre y está en su misma naturaleza el hacerlo para ser más plenamente hombre. Simón es el personaje que representa la ortodoxia cristiana, con sus luces y sombras, con sus certezas y dudas. El viento y el desierto son las voces exteriores e interiores que nos hacen cuestionarnos nuestra propia fe como cristianos. El Autor habla por todas ellas y se siente reflejado en cada una. Escribir este ensayo a modo de novela sobre la Fe, ha sido desnudarme interiormente y sacar a la luz la intimidad de mi conciencia. Ejercicio purificador que aconsejo vivamente a los alquimistas del espíritu. Espero que el lector en parte se sienta identificado con la lucha de Simón que es su propia lucha pues todo hombre es una guerra civil en sí mismo. Mi intención es a la manera de los Diálogos de Platón, bucear en búsqueda de respuesta a todos éstos interrogantes existenciales del hombre, también en cierta medida moverme sin tabúes ni censuras, porque en el corazón de cada uno de nosotros y en nuestra conciencia, nadie está legitimado para intervenir. Es nuestro propio y personal “sancta sanctorum” del cual, sólo nosotros, somos su sumo sacerdote. La lectura de Nietzsche, especialmente su obra “Así habló Zaratustra”, la obra de Teodoreto de Ciro “Historias de los monjes de Siria”, también la obra de Celso “El Discurso verdadero contra los cristianos”, la Biblia, a veces expuesta libremente, citándola de memoria al uso primitivo de los primeros cristianos, y trastocada en forma antitética cuando la usa el adversario de Simón, citas de los Padres de la Iglesia, de místicos cristianos o de otros credos, especialmente sufíes, guiños al mundo clásico con su mitología, así como otros autores y pensadores, creyentes o ateos, de todos los tiempos, según quién los juzgue o se juzguen a sí mismos como lo uno o lo otro, conforman y me han servido de fuentes de inspiración y estilo para este diálogo entre Simón y Satanás, encarnado en las voces del viento y del desierto, o quizás de Simón consigo mismo, como único y definitivo personaje. Todas esas citas y textos están ahí, sin entrecomillados, formando parte del texto, sin notas a pie de página, ni referencia alguna, para dar viveza al diálogo. El avisado lector sabrá descubrirlas y seguirles el rastro porque el diálogo entre la fe y la razón atraviesa el tiempo y el espacio y trasciende la época de Simón para situarse en la conciencia del ser humano de todos los tiempos.

Por mi parte quedaré satisfecho si logro que al menos su lectura sirva al lector para plantearse las grandes cuestiones de su existencia desde el punto de vista de la fe. Por eso advierto que mi intención ha sido el de conmover en sentido propedéutico la fe de los creyentes pero no para destruirla, pues una fe verdadera no puede quebrarse, sino para ayudar a poner los cimientos de una fe madura y purificada, que sea fruto no de lo aprendido escolásticamente, sino de un verdadero trabajo personal fruto de nuestra experiencia vital ante el Gran Misterio. Sólo he expresado libremente lo que cualquiera puede y debería cuestionarse a lo largo de su vida en torno a ella. La fe que no se prueba es una fe débil, pues el combate siempre la fortalece. Ese es el combate de la fe del que nos habla Pablo en la Primera Carta a Timoteo, capítulo 6, versículo 12: “Pelea el buen combate de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos.”

Ese y no otro fue el combate de San Simón el Estilita y nuestro propio combate. Como cristiano convencido creo en Cristo y en su Iglesia, pero en sentido pleno y amplio, universal, católico en su sentido verdadero, el que supera, por el pecado de los hombres, las rupturas y divisiones que han rasgado la túnica inconsútil de Cristo y han creado, dónde sólo existe Una, multitud de iglesias cristianas que se combaten y excluyen mutuamente, arrogándose el ser la única y verdadera Iglesia de Cristo. Existen y han existido muchos cristianismos, pero un solo Cristo que no es patrimonio de ninguna Iglesia sino de todos los hombres y mujeres que existen, han existido y existirán antes y después de nosotros, al igual que ocurre con el mensaje universal del Evangelio, una Buena Nueva para toda la Humanidad.

Al mismo tiempo me siento plenamente identificado con el pensamiento del místico sufí, Ibn Arabí, murciano de nacimiento como yo, cuando afirmaba: “Hubo un tiempo en el que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Pero ahora mi corazón es capaz de asumir todas las formas: es pasto para las gacelas, monasterio para el monje, templo para los ídolos, la Kaaba del peregrino, las tablas de la Torah, el Libro del Corán. El Amor es mi credo; dondequiera que vayan sus caravanas, El sigue siendo mi religión y mi fe.”

Finalmente agradecer a mi hermana María Belén, amiga y compañera inseparable de vida y de viajes, el haber sido mi primera lectora y haberme animado a seguir adelante. Siempre está ahí cuando se la necesita, trabajadora infatigable y adalid de causas justas y nobles. A mi hermano Fran, por ser mi otro yo, hermano, amigo, cómplice, compañero de juegos y aventuras, y sufridor paciente en tantas ocasiones de mi genio y rarezas. Lo admiro aunque no se lo haya dicho nunca. El también me ha servido de inspiración. A mi buen y querido amigo Ramón Martí por prologar esta obra y haberme ayudado a poderla publicar, y por otras muchas cosas que ambos sabemos. A mi editor Jaume Salinas por haber creído en este libro y hacer posible el darle a luz. Y sin olvidar a mis padres, Antonio y Conchita, que me han enseñado tantas cosas y me siguen enseñando, con su sencillez, honestidad y alegría, y con su fe, limpia y clara, como lo es su propia vida. ¡Ojalá fuese algún día un creyente parecido a ellos!