Sobre el síndrome populista - Giacomo Marramao - E-Book

Sobre el síndrome populista E-Book

Giacomo Marramao

0,0

Beschreibung

Las estrategias de calumnia y deslegitimación son una constante en el debate político contemporáneo. Versiones últimas de la falacia ad hominem, aunque reconocidas como el argumento parlamentario por excelencia, contaminan el espacio público y constituyen el síntoma esencial del peor síndrome de que se aqueja hoy la democracia: el síndrome populista. Esta forma vaga de neopopulismo reduce al ciudadano a opinador y hace, de la comunidad, una masa acrítica y hastiada de espectadores. Giacomo Marramao se alza en esta obra contra la inquietante fuerza de despolitización del neopopulismo mediático, y recupera el pensamiento crítico de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para repensar el problema de la legitimación política y reinventar el concepto de autoridad. Solo una democracia centrada en hacer pueblo y desprendida de fetiches identitarios logrará promover la acción colectiva y el debate social, un augmentum de la potencia simbólica desde la que un espacio de lo común se vuelve pensable.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 54

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Giacomo Marramao

© Del prólogo: Íñigo Errejón

© De la traducción: Francisco Amella Vela

Corrección: Marta Beltrán Bahón

Primera edición, octubre 2020

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avenida del Tibidabo, 12, 3º

08022 Barcelona, España

[email protected]

www.gedisa.com

eISBN: 978-84-18193-76-7

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma.

Índice

Prólogo Por un populismo republicano

Íñigo Errejón

1. Del poder legítimo al poder deslegitimado

2. Deslegitimación y estado de excepción

3. Del pluralismo al politeísmo de los valores

4. El Pueblo y su doble

5. La comunidad y el vacío de la ciudadanía

6. Populismo político

7. Antiesencialismo: el Pueblo como construcción política

8. Poder sin autoridad: el doble régimen de la memoria

Prólogo Por un populismo republicanoÍñigo Errejón

Sin duda el signo de nuestro tiempo, ya antes de la covid-19 y mucho más a partir de la pandemia, es la incertidumbre. Las seguridades y certezas tradicionales en las que descansaban los proyectos de vida individuales y las aspiraciones colectivas se han ido evaporando sin que aparecieran sustitutos sólidos o confiables. El resultado ha sido una explosión de ansiedad social, de miedo y de sensación de precariedad de la propia existencia: no tenemos muy claro a qué pertenecemos ni qué nos protege de las inclemencias de una vida cada vez más acelerada y despiadada. Donde antaño había sociedades hoy parece haber tan solo conjuntos dislocados, fragmentación y una ciega lucha del «sálvese quien pueda» que nos enfrenta a todos contra todos y a todos contra el planeta, en una guerra que sólo podemos perder como especie. La pandemia encontró a las sociedades europeas debilitadas por las enormes brechas de desigualdad social, por los ataques a los servicios públicos —en primer lugar a la sanidad pública—, por la destrucción de los ecosistemas naturales y por la desindustrialización. De pronto nos hemos descubierto frágiles y desnudos, y regresa en consecuencia, aún si a menudo en formas monstruosas, la discusión sobre la comunidad y el bien común.

Tras décadas de ofensiva cultural e intelectual neoliberal contra la misma idea de la comunidad y del Estado (no para reducirlo en modo alguno, sino para subordinarlo de manera plena al mando despótico de los más ricos) hoy comprobamos que la disolución de los vínculos sociales es la principal amenaza a la libertad de los ciudadanos y a la sostenibilidad de nuestras sociedades. No es cierto que al estar más aislados, más libres de compromisos sociales o de identidades comunitarias seamos más libres. Es precisamente al contrario: estamos más solos; como consumidores-deudores de mercancías que nunca son suficientes; como usuarios de plataformas y redes sociales en las que a menudo la mercancía somos nosotros pero que nos exigen una carrera frenética por «sacarnos más partido», mostrarnos más «tal-y-como-somos»; como dependientes de sustancias para despertarnos, para dormirnos, para vencer la ansiedad o la depresión —prueba en sí misma de lo insostenible del «lobo solitario neoliberal», un individuo deshecho solo sostenido por la industria farmacéutica—; como electores abrumados por un exceso de datos que, a falta de principios ideológicos ordenadores, se amontonan unos sobre otros como en un trastero donde no se puede encontrar más que desorientación y repliegue hacia la vida privada —«todo está fatal», «nos engañan» y, por fin, «no hay nada que hacer»—; finalmente como trabajadores en condiciones cada vez más precarias, en entornos laborales donde reina el miedo y la sensación permanente de poder ser desechado. La disolución de los vínculos comunitarios deja a los individuos más solos, más asustados, y más impotentes frente a los grandes poderes privados, entramados empresariales cada vez más grandes y poderosos capaces de someter a las instituciones públicas y, con mucha más facilidad, a los individuos.

El problema del cambio climático es muy revelador al respecto: hay un gran acuerdo científico y un creciente consenso social sobre lo que deberíamos hacer para detener la destrucción de nuestro medio natural, y sin embargo parecemos incapaces de hacerlo. ¿Por qué? Porque un acuerdo de individuos espectadores no es nada si no dispone de la fuerza organizada y las instituciones para convertirse en la modificación de unas pautas de desarrollo que sabemos positivamente que atentan ya contra las posibilidades de la vida en la Tierra. Somos menos capaces de garantizarnos seguridad y autonomía porque nuestras instituciones para la búsqueda del bien común son débiles, ineficaces y están secuestradas por los intereses de las oligarquías y sus intermediarios.

El discurso neoliberal llama machaconamente a emprenderse y a superarse, fundiéndose con el género de autoayuda, pero en un contraste cada vez mayor con la desigualdad disparada y con la inseguridad vital de la inmensa mayoría funciona principalmente como un hilo musical desmoralizador de quienes sufren los vaivenes de una economía política desbocada y depredadora. O como incitamiento a una permanente lucha entre pobres y para culpabilizar a cada uno, privadamente, de los fracasos y frustraciones que comparten con tantos.

Por todas partes, pues, se extienden las demandas de pertenencia y de protección como las dos grandes necesidades de las poblaciones de nuestro tiempo. Pertenencia a algo más viejo, más duradero y más grande que la mera precariedad individual y la existencia incorpórea de las redes sociales; pertenencia para tener raíces y orgullo y afecto comunitario, imprescindible para construir sociedades con confianza. Protección para tener alguna oportunidad más en la vida ante un golpe de mala suerte, para poder legar bienestar a tus hijos o para no vivir pendiente del arbitrio de los señores de las finanzas. Sin estos dos elementos, pertenencia y seguridad, la libertad como no dependencia del capricho de otros, como «no tener que pedir permiso a otros para mi propia existencia», que decía Antoni Domènech, simplemente es imposible. La libertad en tiempos del neoliberalismo es derecho absoluto a hacer su capricho —asistidos incluso por el Estado— para unos pocos, e incertidumbre y violencia social para la inmensa mayoría.

En este escenario, se han multiplicado por doquier fenómenos políticos, movimientos o climas sociales que han sido calificados como «populistas», a menudo con un uso del término como etiqueta que, precisamente porque vale para todo, acaba no sirviendo para designar nada. En unos casos se usaba para reunir a cualquier fuerza que desafíe el sistema de partidos políticos establecido —por dispares que sean los ejemplos contenidos en el conjunto—, en otros para denigrar como «demagogia» cualquier pretensión niveladora que cuestionase el fanatismo de mercado. En este último uso subyacía un viejo prejuicio conservador y antidemocrático: el pueblo llano —curiosamente nunca las élites— tiene «bajos instintos» que no deben ser exaltados , incluso en ocasiones ni satisfechos, pues hay una lógica de gobierno superior a la voluntad popular.