Solamente muero los domingos - Carlos Salem - E-Book

Solamente muero los domingos E-Book

Carlos Salem

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Beschreibung

Carlos Salem vuelve a la poesía recopilando todas las sensaciones de sus anteriores publicaciones y mezcla alegría y tristeza, crítica social, alguna sonrisa y buena dosis de surrealismo para crear una obra en la que el protagonista es el amor como revolución. Un mensaje lleno de esperanza que convierte al amor en el desencadenante de un cambio en la sociedad que se acerca cada vez más a unas actitudes lejanas al compartir por compartir. Deja por escrito lo ridículo que puede llegar a ser el ser humano en varias ocasiones, mostrando como primer ejemplo a no seguir su propia actitud y convirtiendo la experiencia que le dan los años en una energía renovada para empezar de cero.

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Seitenzahl: 74

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Textos: © Carlos Salem Cubierta e ilustraciones interiores: © Marta Oltra © MueveTuLengua ISBN: 9788417938390 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. muevetulengua.com

Prólogo

Odio escribir prólogos. Odio los compromisos. Odio las ciudades grandes. Odio a los piratas. Odio la literatura y a los hombres. Odio el mundo. Odio escribir prólogos, ya lo he dicho. Odio escribir. Así, a secas. Odio los domingos. Odio.

Pero los lunes se me pasa.

Y amo. Amo entonces Madrid. Y Buenos Aires. Y hasta el mundo y sus hombres. Y el corazón que late tras los parches de los piratas o en los muñones de sus patas de palo. Y, sobre todo, la literatura. Y más aún la de Salem. Y hasta amo los malditos domingos. E incluso escribir este prólogo.

Hace tiempo que, a todos los que me piden unas páginas para su libro, les doy un no por respuesta. Pero, a este pirata de tierra firme, no pude negárselas. Así que aquí estoy, tras haber sucumbido a este poemario, redondo y afilado –perdonadme el oxímoron– como una pedrada en los huevos, o todo lo contrario, como un abrazo a quienes fuimos en el pasado, a quienes somos ahora y a quienes aspiramos a ser. Porque así es la poesía de Carlos: una pluma capaz de acariciarte la nuca con delicadeza de ángel, pero también de convertirse en un peso pesado castigándote el hígado hasta tumbarte de un uppercut seco en la barbilla. Como el gato de Schrödinger, que está vivo y no lo está al mismo tiempo. Su poesía sacude: ya sea desde la ternura o la brutalidad. Sus libros son pasión desatada bajo una atmósfera de surrealismo urbano: una especie de sucio realismo mágico, o de novela negra fantástica, con un humor íntimo y fiero, muy peculiar, que lo recubre todo y provoca sutiles desajustes en nuestra realidad. Y es que Salem sale a jugar en sus poemas, porque sabe que son una cosa muy seria. Es cosa de su carácter de eterno adolescente entrado en los cincuenta.

Carlos es un apátrida, un outsider: mitad argentino, mitad gato. Nómada consumado y reincidente –infinitas mudanzas dan fe de ello–, bastante mujer y más hombre que ninguno. Niño siempre. Hecho de bourbon y palabras. Exfumador empedernido y afamado cierrabares. Salem es sinónimo de bolos por toda la piel áspera de nuestro país y por los ojos verdes de Francia. Recitales en México, en Sudamérica. Es Aleatorio, y Diablos Azules y el Bukowski Club –descansen en guerra ambos–. Es pizzerías, es abrazo, es jams de poesía, es borrachera asegurada, exaltación de la vida, las piernas de Madrid bajo la madrugada hasta la aurora. Es mi compadre. Nos vemos poco, pero no es obstáculo para que se haya convertido en uno de esos pocos camaradas de verdad, los que te caben en una sola mano. Salem es antónimo del tedio y de la existencia con nudo de corbata. Salem no tiene más bandera que la libertad. Su patria es el amor porque, tras su voz rota y canalla, esconde un corazón tan grande que se lo pisa. Amigo como pocos, ya lo dije, de los que ponen la cara cuando llueven puñetazos. De los que afirman, parafraseándolo, que las novias de sus amigos tienen bigote. Un escritor perdido de romanticismo bajo una fachada de tipo duro, como el Poe de algunas de sus obras. Su patria son retazos de la Patagonia de Rayos X, la cerveza más fría de un verano en Buenos Aires, Melilla con las bragas bajadas, los tugurios de las novelas de Chandler, un puñado de bares de Malasaña, Hank y Benedetti y su adorado, pequeño, gran Cortázar, los puentes de París y el París que amanece cada noche en su cuarto, que da a un patio de luces en el corazón castizo de nuestra capital.

Y, aunque parezca imposible –yo sé que nunca duerme; otros solo lo sospechan–, a pesar de su vida ajetreada y desordenada, de viajero constante y con cien mil proyectos distintos en marcha, es el tipo más productivo y aplicado que conozco cuando se trata de literatura: escribe y escribe y escribe como si no hubiera un mañana. Como si de ese acto dependiera que el mundo no se desmorone repentinamente. Como si estuviera, con sus frases y versos, taponando la grieta por la que entra la nada, el vacío, a mares. Como si, en el fondo de él, se hubiera abierto una herida de la que brotara un material, espeso como el petróleo, que hubiera que lograr encauzar, como solo él lo hace, para evitar que las multitudes de solitarios sucumban sin esperanza a una pandemia instantánea de tristeza.

Ya es una costumbre, cada vez que piso Madrid, cenar con él y con la rubia, recorrer los bares, hablar de literatura y de los años. Y nadie cuenta anécdotas como Salem, y nadie despierta tanto cariño con su cinismo impostado, como los más inolvidables antihéroes del género negro. Su memoria prodigiosa, su verbo de gatillo fácil y certero, su poderosa narrativa, su voz hipnótica, su sempiterno pañuelo en la cabeza, te retienen junto al fuego de sus cuentos. Porque eso hace, lo observa todo en el silencio de su mente mientras nos emborracha con sus historias y más historias, que sacuden el hastío de las semanas casi iguales y nos gritan que estamos vivos y que hay que aprovecharlo.

La poesía de Salem tiene buen juego de piernas. Baila sobre el cuadrilátero de la ciudad esquivando los golpes de la realidad, o encajándolos, aunque sepa que el mundo es un púgil hostil que golpea siempre primero y más fuerte. Combate desigual. Tyson contra una criatura de seis años: nosotros. Pero es un poeta que no se rinde, sigue peleando, sacándole la lengua a las desgracias y a la vida, comiéndole el coño a la muerte ya en un par de ocasiones. Por suerte, dicen que la mala hierba nunca muere, y tenemos pirata para rato.

Salem es quizás uno de los poetas más tiernos y canallas que haya leído nunca. Y este libro da buena cuenta de ello.

En Solamente muero los domingos, tenemos al Salem más auténtico, inocente y salvaje. Salem en estado puro. Y lo vais a disfrutar como siempre, como nunca hasta ahora lo habéis gozado. Es un poemario traspasado por su característico humor, entre absurdo, dulce y corrosivo –Dios es un dron / al que se le está acabando / la batería–, como el del maestro Gila, el mejor Leo Masliah o, más atrás, el irrepetible Miguel Mihura. Pero, además de ironía, encontramos su atmósfera urbana de metáforas surrealistas, su sensualidad desbordada, su vitalismo sin fin, que busca sublimar el dolor –Dicen que murió mi padre. / Yo solo sé que estuvo vivo–, sus reivindicaciones sociales, su grito feminista, su romanticismo de tango, su R&R argentino, sus más íntimas inquietudes, su poética, su soledad de los domingos, donde todo nos parece perdido por un momento, sus nostalgias, su mirada al pasado, a su familia, a su padre, a sus hijos, a sus exparejas y examantes, sus reflexiones sobre la escritura o el hecho de ser escritor, sobre la vida, la muerte... Una obra de poemas inolvidables, como Poema sincero, Lázaro, Debo dejar el descafeinado, Y tú me lo preguntas o Harto de poetas, por poner solamente unos pocos ejemplos.

La primera parte del poemario deconstruye la figura mitológica de Lilith, como en el poema La palabra prohibida. Canta al hedonismo y la libertad. Dibuja la imagen de una mujer que transgrede los modelos tradicionales del heteropatriarcado, que cuestiona con rebeldía el prototipo impuesto durante siglos en nuestra sociedad: una nueva manera de ser mujer en un mundo fabricado por y para hombres. Es un discurso feminista con poemas tan personales y rotundos como el que dedica a su hija.

Después, aparece el amor en libertad como tema central, y también el deseo, la pasión, la felicidad de la intimidad y el sexo. Es, la segunda parte del libro, algo parecido a una crónica sentimental, donde asistimos a una disección de las relaciones de pareja y donde el amor se concibe como una manada de dos. / Loba y lobo ferozmente felices. Aunque presenciaremos, al final, su desastre. Salem mira al pasado y transforma su dolor ante la pérdida en algo luminoso gracias a una despiadada ironía para consigo mismo.

En las dos siguientes secciones, se adentra en otros temas de su vida cotidiana: nos hablará de su soledad, de la precariedad económica del escritor en un mundo que funciona a monedas, de sus sueños y miedos, de las presentaciones de libros, los viajes, las envidias y ruindades del submundo poético, de su mesa de trabajo, de los errores cometidos en el pasado, de las visitas de sus fantasmas personales... Y nos enseñará a celebrar los pequeños triunfos de la vida. Dominará en ellos un tono de alegre melancolía. Habrá nostalgia de todos cuantos fue alguna vez, parodia de sí mismo para acariciar con ternura sus heridas pasadas y aplacar la ira ante los errores cometidos. Analiza su pasado para poner en orden su existencia y dejar su lucha consigo mismo en tablas.