Soldados, indios y franciscanos en la primera frontera continental del nuevo mundo (1529-1605) - Francis Goicovich - E-Book

Soldados, indios y franciscanos en la primera frontera continental del nuevo mundo (1529-1605) E-Book

Francis Goicovich

0,0

Beschreibung

La Guerra Chichimeca fue un conflicto que a lo largo del siglo XVI puso a prueba la capacidad del Imperio Español para expandir sus fronteras en las latitudes del Nuevo Mundo. Librada en el territorio de la Nueva Galicia, unidad geopolítica emplazada al noroeste de la Nueva España, tuvo por resultado la conformación de la primera frontera continental del espacio americano, una frontera que demandó la afluencia de hombres (hispanos, indígenas y mano de obra negra) y recursos para su sostenimiento. En la gestación y perpetuación de este escenario de conflicto se confabularon las características geográficas (espacio semidesértico de grandes dimensiones y de difícil comunicación), culturales (sociedades nativas en su mayor parte recolectoras-cazadoras) y económicas (descubrimiento de ricas vetas argentíferas a partir de mediados de la centuria) de aquel espacio. La presente investigación es una oportunidad para reevaluar los condicionantes que moldearon la conformación y dinámica de un territorio de encuentro interétnico, poniendo sobre la mesa de discusión el rol jugado por sus principales protagonistas: militares y encomenderos, mineros estancieros, indígenas y sacerdotes franciscanos. La pugna que protagonizaron los indígenas con el invasor blanco tuvo su contraparte en la lucha teológica, jurídica y moral librada por los hijos de San Francisco de Asís con el propósito de imponer un proyecto de pacificación no violento, aspiración que se materializó tras un arduo proceso hacia el ocaso del Siglo de Oro español, y que habría de constituirse en un referente para el accionar de otras órdenes religiosas en los apartados rincones del continente americano.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 456

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



972.02

G615s Goicovich, Francis.

Soldados, indios y franciscanos en la primera frontera continental del Nuevo Mundo (1529-1605)

Francis Goicovich. –1a. ed.– Santiago de Chile: Universitaria, 2017.

230 p.: il. (algs.col.), mapas, tablas; 15,5 x 23 cm. – (El saber y la cultura)

Incluye notas a pie de página.

Bibliografía: p. 209-230.

ISBN edición impresa: 978-956-11-2564-3 ISBN edición digital: 978-956-11-2760-9

1. Nueva Galicia – Historia. 2. Franciscanos – México. 3. Misiones franciscanas – México. 4. Indios de México.

I. t.

© 2017, FRANCIS GOICOVICH.

Inscripción Nº 285.293, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Bembo 12/14,5

DIAGRAMACIÓN

Yenny Isla Rodríguez

DISEÑO DE PORTADA

Norma Díaz San Martín

IMAGEN DE PORTADA

Sacerdote franciscano enseñando la Pasión de Jesucristo a los indios por medio de ilustraciones.

Fuente: Fray Diego Valadés, Rhetorica Christiana. (Gentileza Centro de Estudios de Historia de México).

ESTE PROYECTO CUENTA CON EL FINANCIAMIENTO DEL

FONDO JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE 2016

DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Diagramación digital: ebooks [email protected]

En este mundo a Rosa Véliz Morales,

mi tía del alma.

Y en el otro mundo a Eduardo Francisco Goicovich Santander,

mi padre.

FONDO RECTOR JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE

El Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque fue instituido el año 2003 mediante el Decreto Universitario N° 0025.932, con el fin de “promover la edición, publicación y difusión de libros y textos de interés académico, otorgando prioridad a los desarrollados por la Universidad de Chile, que generen una contribución a las ciencias, humanidades y artes, y que signifiquen un enriquecimiento científico y cultural de la comunidad”.

Desde el año 2013 la convocatoria a postular obras se ha realizado en forma anual siguiendo estándares editoriales rigurosos estrictos. Un Comité Editorial formado por cinco Profesores Titulares de diversas áreas del conocimiento –presidido por el Prorrector de la Universidad de Chile– conduce el proceso de revisión y selección de las obras, identificando pares evaluadores que contribuyen con su opinión ilustrada y fundamentada a la decisión final sobre bases exigentes y rigurosas.

En el presente concurso el Comité Editorial del Fondo estuvo constituido por los Profesores Gonzalo Díaz Cuevas, Rafael Epstein Numhauser (Presidente), Jorge Hidalgo Lehuedé, María Loreto Rebolledo González y Ángel Spotorno Oyarzún. La convocatoria alcanzó a 37 libros, siendo seleccionados 16. Uno de ellos es el libro que usted tiene en sus manos.

Comité Editorial

FONDO RECTOR JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción: La Nueva Galicia: un laboratorio fronterizo en el margen septentrional del Nuevo Mundo español

CAPÍTULO 1 La Nueva Galicia, un escenario complejo

CAPÍTULO 2 De las raíces al contacto: panorama étnico de la Nueva Galicia

CAPÍTULO 3 Sembrando las semillas del conflicto: dinámica de la confrontación hispano-indígena

Violencia corporal: castigo físico, mutilaciones y esclavitud

Violencia económica: impacto ecológico, saqueos, enfermedades y tributo

Violencia simbólica: “derribando ídolos y levantando iglesias”

CAPÍTULO 4 De la Frontera de Guerra a la Frontera Misional

El largo camino a la paz consensuada: entre el marco jurídico y el espíritu franciscano

Fundamentos misionales de la Orden Franciscana

El desafío misionero en la Nueva Galicia: entre el celo apostólico y la gloria del martirio

Proyectos de poblamiento con colonos hispanos

CAPÍTULO 5 Cuatro actores y un escenario: mestizos, franciscanos e “indios madrineros” en la Pacificación de los chichimecas del norte de la Nueva España

Un nuevo marco de acción: El Tercer Concilio Provincial Mexicano (1585)

Una innovación de antigua data: El capitán Miguel Caldera y la diplomacia de la paz

Indios madrineros y misioneros franciscanos: la cruz y el ejemplo en lugar de la espada

Conclusión

Anexo

Tabla 2: Pueblos de la Nueva Galicia hacia 1582

Tabla 3: Provincia de Culiacán y pueblos del partido de los Cuatro Barrios

Fondos documentales

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS

Investigación financiada por la International Development Research Fellowship del Social Science Research Council de Estados Unidos, que permitió trabajar en los archivos de México y España durante el año 2012. La beca de estudios Fulbright-Mecesup2 posibilitó mis estudios doctorales en Estados Unidos de América, una de las experiencias más enriquecedoras en mi formación profesional, pudiendo forjarme en la cuna de los estudios fronterizos coloniales. Los fondos proporcionados por la beca de investigación Fulbright-Laspau brindaron la posibilidad de realizar labores de búsqueda y transcripción documental en los archivos provinciales mexicanos a mediados del año 2010. Mis agradecimientos a Pablo Cuevas Valdés y Teresa Rojas Martini, alumnos ayer y hoy colegas y amigos, por su generosa acogida en Ciudad de México. A los profesores del Departamento de Historia de la Universidad de Texas en Austin, Susan Deans-Smith, Erika Bsumek, Ann Twinam, Virginia Garrard-Burnett, y muy especialmente a Jorge Cañizares-Esguerra, por su valiosa orientación y las agudas preguntas que constantemente enriquecieron las reflexiones de este trabajo. En la misma institución merecen un reconocimiento especial los funcionarios del Harry Ransom Center y la biblioteca Nettie Lee Benson, que me facilitaron material bibliográfico y permitieron la reproducción de ilustraciones y mapas de invaluable valor histórico que he incorporado a este trabajo. En las tierras aztecas pude fotografiar las imágenes que ilustran la Rhetorica Christiana de fray Diego Valadés, gracias a la generosa disposición de las autoridades y personal del Centro de Estudios de Historia de México. En mi país no puedo dejar de mencionar al Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile, que permitió mis estudios de posgrado en Estados Unidos. Gracias a sus maestros nació mi interés por las temáticas indígenas, permitiendo desarrollar mi inclinación por los estudios fronterizos: Osvaldo Silva Galdames, Leonardo León Solís, Jorge Hidalgo Lehuedé y José Luis Martínez Cereceda, en estricto orden cronológico, dejaron una importante huella en mi formación profesional. En el Departamento de Antropología de la Universidad de Chile fue igualmente determinante el comprometido trabajo docente de Donald Jackson Squella –quien ya no está entre nosotros–, Francisco Mena Larraín, Victoria Castro Rojas, Rolf Foerster González, Fernanda Falabella Gellona, Mauricio Massone Mezzano, José Berenguer Rodríguez y Carlos Thomas Winter. A Andrea Rodríguez Silva por su apoyo y útiles comentarios. Y a Rosa Véliz Morales con eterna gratitud por su constante presencia.

Esta publicación ha sido posible gracias al Fondo Juvenal Hernández Jaque y al Fondo Sello Editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades, ambos de la Universidad de Chile.

INTRODUCCIÓN

LA NUEVA GALICIA: UN LABORATORIO FRONTERIZO EN EL MARGEN SEPTENTRIONAL DEL NUEVO MUNDO ESPAÑOL

Con la conquista del valle de México quedaron enterradas las cenizas de un grandioso imperio que jamás volvería a levantarse. El acero español, vencedor en una prolongada lid de desgaste en que jugaron en su favor la superioridad tecnológica, la velocidad y fuerza de los caballos, y la silenciosa complicidad de las enfermedades que traían los conquistadores desde el Viejo Mundo, hubiese tenido que enfrentar una tarea más ardua de no haber sido por el apoyo que le brindaron otras naciones indígenas para consolidar su empresa expansiva. Conflictos de larga data en que se trenzaban las altas culturas asentadas en la inmensa cuenca lacustre, enraizados en la tradición religiosa y cuestiones de índole económica, habían predispuesto a los señoríos y estados menos poderosos a concertar alianzas con los recién venidos, quienes compensaron de este modo su abismante inferioridad numérica inclinando la balanza a su favor.

La insaciable ambición de Hernán Cortés no se conformó con tan importante logro, a esas alturas solo equiparable con la victoria de los estandartes españoles sobre el bastión de Granada. Sus ojos, y el de nuevos inmigrantes cristianos atraídos por la fama de riquezas y el anhelo de adquirir encomiendas, se habían posado sobre el lejano norte, esperando encontrar reinos más deslumbrantes que el de los mexicas de Tenochtitlán. El rumor de ciudades fantásticas perdidas en la inmensidad del desierto fue un poderoso imán para atraer a un creciente número de hombres que habían llegado tarde al reparto del botín en bienes y encomiendas en la capital mexicana. Las informaciones que circulaban de boca en boca, acrecentando y transformando quimeras arraigadas en la mente y alma de los europeos con el condimento que proporcionaba el medio americano, convirtieron a la Gran Chichimeca en un espacio de descubrimiento y conquista en todo lo que restaba del siglo XVI y buena parte del XVII. Como bien afirma Michael Ryan, los nuevos mundos “proporcionaron pastura nueva a las viejas ideas”1.

Otros conquistadores, ávidos de emular los logros de Cortés, aprovecharon su aventajada posición familiar en la corte o sus buenas relaciones con los gobernantes de la Nueva España para emprender sus propias campañas. El primero de ellos, Nuño Beltrán de Guzmán, privó al Marqués del Valle de acrecentar su fama y riqueza cuando obtuvo la autorización para explorar las latitudes septentrionales de esa incógnita región. De ahí en adelante esa inmensa extensión, que habría de ser conocida como el Reino de la Nueva Galicia, fue cruzada una y otra vez por expediciones organizadas en el corazón del Virreinato de México. Un reguero de sangre y destrucción solía ser la marca inequívoca del paso de los exploradores.

Del mismo modo que aquel remoto territorio convocó a hombres y recursos en esos lejanos días, a partir de los siglos XIX y XX las vivencias de los oficiales reales, soldados, mineros, hacendados, comerciantes y misioneros que protagonizaron dicha expansión concitó la atención de diversos historiadores. José López Portillo y Weber2, Alberto Santoscoy Hernández3, Luis Pérez Verdía4, José Ignacio Dávila Garibi5 y Elías Amador6, entre otros, sentaron las bases de la investigación histórica de la Gran Chichimeca con trabajos que hasta el día de hoy son fuentes ineludibles de consulta para los especialistas. Sin embargo, hubo que esperar hasta mediados del siglo XX para que el historiador norteamericano Philip Wayne Powell, discípulo de Herbert Eugene Bolton, situara a las tierras del norte novohispano dentro del gran marco de los estudios fronterizos con su ya clásico trabajo Soldiers, Indians & Silver7. Este libro representó el primer esfuerzo por describir y analizar las variables que entraron en juego en la relación interétnica que enlazó a chichimecas y españoles dentro de una perspectiva analítica que excedía los límites de la historia local para situarla en un análisis de alcance regional e imperial. Sin embargo, ya desde el encabezado queda en evidencia una importante falencia del autor, cual fue limitar la dinámica intercultural a solamente tres actores históricos, el grupo militar, los indígenas oriundos del norte, y los intereses económicos que impulsaron a los mineros y hacendados enlazados directa o indirectamente en la explotación de las vetas argentíferas que proliferaban en esas regiones. Escasos pasajes dan cuenta del importante papel desempeñado por los difusores de la fe en dicho proceso, quienes fueron, a final de cuentas, los reales promotores de una política de pacificación centrada en el empleo de la diplomacia y los obsequios, cuyos frutos vinieron a conocerse recién en las últimas décadas del siglo XVI. La obra de Powell posiciona en un lugar secundario la actividad desplegada por la orden de San Francisco, la cual destacó como ninguna otra en este proyecto de acercamiento interétnico tanto a nivel teórico (por medio de sus teólogos) como práctico (a través de la acción misionera). Como nunca antes en la temprana historia del encuentro de nativos y europeos en el Nuevo Mundo, la espada y el hábito se habían situado en posiciones tan opuestas, disputando la primacía en el manejo de la relación hispanoindígena de una región americana. A pesar de su prometedor título un trabajo posterior8 no subsana esta falencia, puesto que el análisis se focaliza principalmente en la etapa prerreduccional y sin profundizar en el papel jugado por los franciscanos en el Tercer Concilio Provincial Mexicano.

Philip Powell fue un connotado investigador que dejó su mayor aporte en el estudio de un proceso histórico hasta entonces examinado desde un prisma prioritariamente positivista. Fuerzas económicas, políticas y sociales se entrecruzan en las páginas de su trabajo, dibujando un cuadro bastante acabado de la dinámica confrontacional que afectó a la por él llamada “primera frontera continental”9. Empero, una clara posición etnocentrista, muy característica en la literatura histórica de aquellos días, permea toda su obra, manifestada en una ingenua caracterización de los chichimecas como seres ávidos de bienes (ornamentos, vestimentas, alimentos) hispanos. Su acertado, aunque incompleto fundamento de la belicosidad indígena en el deseo por saldar los agravios recibidos –el anhelo de venganza–, resulta menoscabado por su insistencia en justificar los ataques a caravanas, aldeas y haciendas en una creciente dependencia por la materialidad española. En otras palabras, la estrategia establecida a fin de siglo de obsequiar a los indios para conseguir su pacificación habría sido el corolario de un proceso impulsado por la propia y creciente supeditación de los naturales a las posesiones del invasor.

En la presente investigación pretendemos caracterizar el desarrollo histórico de un proyecto de conquista que en las primeras décadas del siglo XVII habría de erigirse en referente para otras regiones del continente. Tanto por el peso de las circunstancias como por sus particularidades geográficas y culturales, la Gran Chichimeca se constituyó en un punto de inflexión en la política española de conquista, configurándose una nueva forma de acercamiento a las sociedades reacias a aceptar el sometimiento a las armas cristianas. En contraposición con la acción misional realizada hasta ese instante en otros rincones del continente, siempre limitada en sus pretensiones por el ardor desenfrenado de los conquistadores, el nuevo procedimiento de pacificación fraguado en el norte de México fue resultado de la incapacidad de someter a los nativos por la fuerza. Una diplomacia más acorde con los principios reciprocitarios del mundo indígena rindió los frutos que por décadas fue imposible cosechar con la espada. En efecto, la implementación de la política de donaciones y acuerdos interétnicos interfirió en la situación de conflicto imperante, alterando los fundamentos de la violencia indígena que, en razón de la “generosidad calculada” de los españoles, fue reemplazada por un esquema de lealtades precarias. Durante la temprana era del encuentro la negociación y acomodación fueron estrategias que siguieron tanto europeos como indios10, y en este contexto el don fue un medio para consolidar la armonía al interior de un sistema de violencia latente11.

Un segundo objetivo es destacar el importante papel jugado por los franciscanos tanto en la elaboración de este proyecto pacificador como en su implementación: los discípulos de San Francisco de Asís fueron un actor protagónico en el diseño y articulación del proyecto de acercamiento por medios no violentos desplegado en las últimas décadas del siglo XVI. Ya sea directa (la acción misional inicial entre los nativos y el más tardío levantamiento de reducciones) o indirectamente (por medio de la educación de infantes mestizos en sus dependencias, quienes pasados los años habrían de ocupar cargos de cierto relieve en el ejército, como ocurrió con el capitán Miguel Caldera), la orden franciscana fue una fuerza activa en la conformación de la frontera norte, cuya labor dejará una importante huella en sus hermanos de fe, muy especialmente de la Compañía de Jesús: las primeras artes (gramáticas) y vocabularios de las lenguas indígenas, los textos evangelizadores (catecismos, sermonarios, confesionarios y cartillas para infantes), las experiencias exitosas y los intentos fallidos plasmados en las crónicas, así como la glorificación del martirio que tiñe cada página de las hagiografías franciscanas, fueron una fuente de inspiración para los hijos de Ignacio de Loyola. La labor pacificadora de la Orden de San Francisco no se restringió a las primeras décadas de la Guerra Chichimeca ni tampoco se vio eclipsada por el trabajo de los soldados españoles imbuidos de la nueva política oficial de aproximación a las agrupaciones nómadas que por años habían asolado minas, haciendas, aldeas y caravanas: la sombra del hábito café fue omnipresente a lo largo del periodo. Poco tiempo después, cuando tuvieron su oportunidad en las más septentrionales regiones de Sinaloa y Sonora12, los jesuitas demostrarían ser unos aventajados discípulos de los franciscanos13, y desde allí cada nueva experiencia misional alimentó el conocimiento de los hombres del hábito negro, incidiendo en sus decisiones y medidas concernientes al trabajo pastoral que llevaron adelante en las regiones más apartadas del Nuevo Mundo.

Finalmente, al analizar las fuerzas e intereses que confluyeron en la región semiárida pretendo evidenciar los factores que dieron vida y mantuvieron en marcha la dinámica fronteriza. Por medio de una clasificación de factores convergentes se harán visibles los actores y la urdimbre de intereses que guiaron sus acciones. La violencia española, asiduamente tratada en las obras de los especialistas, tuvo su réplica en una organizada contraviolencia nativa, azuzada no solo por el natural impulso de resarcir los agravios recibidos, sino también de compensar las carencias gestadas por una expansión no solo militar sino también económica del orbe hispano. La vendeta, la carestía como consecuencia de la contaminación y devastación de los bosques, y la imperiosa necesidad de reconstituir los vapuleados conglomerados indígenas azotados por la espada, las enfermedades y los raptos esclavistas, fueron los pilares sobre los que se sustentó el impulso guerrero de los chichimecas.

CAPÍTULO 1

LA NUEVA GALICIA, UN ESCENARIO COMPLEJO

Situado al noroeste de la Nueva España, el territorio que el capitán Nuño Beltrán de Guzmán bautizó como “La Mayor España”14, y que por cédula real de 1531 pasó a llamarse la “Nueva Galicia”15, era una inmensa extensión que nacía administrativamente en las riberas del Río Grande de Santiago (Santiago Totolotlán), la laguna de Chiconavatengo16 o Chapala17, y el río Lerma. Hasta antes de la creación de los reinos de Nueva Vizcaya en 1562 y Nuevo León en 1580, el límite septentrional estaba en la provincia de Sinaloa18, lo que le daba una dilatada extensión de “150 leguas de longitud que tiene desde la laguna de Chapala a los últimos términos de la provincia de Culiacán”19. En parámetros actuales, equivale a unos 220.000 kilómetros cuadrados20. Hoy en día esta área incluye todo el Estado mexicano de Aguascalientes, y fracciones de los actuales Estados de Jalisco, Nayarit, Querétaro, Zacatecas, Sinaloa21, San Luis Potosí y Guanajuato.

Como un fiel reflejo de su historia, el espacio de la Nueva Galicia fue caracterizado por testimonios contrapuestos. A comienzos del siglo XVII el presbítero Domingo Lázaro de Arregui decía que era un reino “generalmente pobre… [y por] ser tierra más caliente es también de inconveniente para las crías de ganados”22. Pocas décadas más tarde el franciscano fray Antonio Tello se refirió a ella como una “provincia muy abundante de mantenimientos y la tierra muy fértil y abundante de cera y miel”23. Los matices positivos o negativos eran consecuencia de la complejidad geográfica de esta región, definida por una serie de discontinuidades ecológicas que se traducían en una gran diversidad de recursos distribuidos desigualmente en el espacio. En la segunda mitad del siglo XVI el clérigo Juan Alonso Velázquez la caracterizaba como “tierra muy fertil y de singular temple… [pero] algunas partes son muy estériles y faltas de agua”24. Arregui fue aun más explícito cuando indicó que “en menos de una legua de distancia se hallan tierras frías y calientes”25.

La gran dispersión biótica es consecuencia de una geografía marcada por los contrastes. La Sierra Madre Occidental, salpicada de volcanes, se yergue como una columna vertebral que separa a las planicies costeras, bañadas por el Océano Pacífico, de la meseta interior regada por ríos que a ratos conforman fértiles valles. Los picos montañosos son una barrera que marca el límite entre el clima Tropical de sabana en la costa (Aw) y el Templado húmedo de lluvias estivales en la altiplanicie central (Cw)26.

Como buen conocedor de la región Pedro Gómez de Maraver, primer obispo de la Nueva Galicia (1546-1561), informó al rey Felipe II de las vicisitudes del reino a mediados del siglo XVI. En las primeras fojas de su relación hace una interesante clasificación del espacio neogallego en tres áreas, ponderando las virtudes y escollos de cada una de ellas para la colonización española. La primera es la región costera, “tierra caliente umida enferma y en partes muy fragosa en la cual costa van pobladas la villa de la purificacion compostela y culiacan”27. Apreciación tan poco auspiciosa fue compartida por testigos y eruditos. La villa de la Purificación, primer enclave español en la región de Jalisco, estaba asentada en “tierra muy caliente y enferma”, según palabras de Juan López de Velasco28. Compostela, primera capital del reino, jamás gozó del beneplácito de la población para ser sede de la audiencia, ya que se encontraba “en un valle húmedo y cenagoso enfermo cercado de sierras de gran destemplanza y terror de truenos y rrayos y en la parte mas nociba y de mala situacion de todo el reyno”29. Culiacán, fundada por Nuño Beltrán de Guzmán en 1531 bajo el nombre de villa de San Miguel, fue establecida en una comarca fértil y abundosa de mantenimientos30, pero rodeada de indios “de guerra en las sierras, que como es tierra doblada y áspera, es trabajosa de conquistar”31.

Mapa de la zona occidental del Virreinato de la Nueva España, incluyendo a la Nueva Galicia.

Fuente: Willem Janszoon Blaeu, Teatrum orbis terrarum, sive Atlas novum. (Gentileza Harry Ransom Center, University of Texas at Austin)32.

El riguroso clima, caracterizado por altas temperaturas y una permanente humedad ambiental que alcanzaba su punto más alto entre junio y octubre33, hacía difícil el asentamiento humano34. Las intensas precipitaciones de verano afectaban los emplazamientos, arrasaban los sembrados y hacían invadeables los ríos. Un buen ejemplo son las inundaciones que desgastaron a la expedición de Nuño de Guzmán el 20 de septiembre de 1530. Uno de los sobrevivientes, el intérprete García del Pilar, señala que mientras se encontraban en la provincia de Aztatlán “vino un endiluvio en este pueblo, con agua e viento, que nos derribó todas las mas de las casas; fue tal el indiluvio que pensamos todos perecer, e de mas de mill indios que estaban echados en las camas dolientes, se ahogaron”35. Las consecuencias de la catástrofe no fueron menores, ya que después de tres dias de temporal

quedaron los campos en muchas partes llenos de pescados e venados e liebres e conejos e raposas e otros animales ahogados en todo lo que alcanço aquella cresciente, que era mucho de ver e nueva a los ojos de los que la miraban: de los indios amigos, que eran veynte mill o mas, las tres partes dellos murieron en el trabaxo ques dicho, e por la humedad de la tierra e por hambre e perderse todos los bastimentos36.

Intensificando las funestas consecuencias de las escasas medidas sanitarias practicadas por los conquistadores, poco dados a la limpieza diaria, el tórrido calor y la humedad desbordante se confabulaban para crear una situacion insalubre que cobró no pocas vidas, por lo que no es casualidad que los reportes de esos días afirmen que “la gente de estas comarcas por ser de costa es emferma [sic] flaca y de poco trabajo y se a consumido con pestilencias y enfermedades”37. El periodo de mayor mortandad era justo después de las lluvias, cuando se experimentaban “muchas enfermedades de calenturas e hinchazones de barriga, de que muere mucha gente”38. En este punto también debe considerarse el impacto de condiciones ambientales tan particulares sobre grupos foráneos escasamente aclimatados, como fue el caso de los mexicas, tarascos y tlaxcaltecas que acompañaron a la expedición de Nuño de Guzmán. Un testimonio anónimo informa que cuando disminuyeron las lluvias del aluvión antedicho “la tierra quedó mojada, y con aquel vapor de la lluvia, adoleció la gente de amigos que Nuño de Guzmán llevaba, naturales de México, e muriéndose en muy gran cantidad”39.

La alta pluviosidad y la naturaleza aluvial del terreno traían aparejadas tres dificultades para la colonización española. La primera eran las numerosas lagunas y pantanos que en la temporada de menor humedad solo se secan parcialmente40, entorpeciendo las comunicaciones y resultando, en muchas ocasiones, en la pérdida de los caballos, como sucedió con el arribo de la hueste expedicionaria a la provincia de Aztatlán, trayecto de gran dificultad “a causa de las muchas ciénagas que hubo en el camino, en las cuales se le ahogó un buen caballo a Nuño de Guzmán”41. Más aún, los testigos destacan que en “solo seys meses del año se camina porque en tiempo de aguas por ser los rios cabdalosos [sic] y [h]aber muchas ciénagas no se camina si no es por mar”42. Con esto se dificultaba el abastecimiento de recursos provenientes de otras regiones, como sucedía en la comarca de Culiacán, donde todo el traginar se hacía mayormente en “recuas de mulas porque la tierra es tan viciosa y montuosa que no se permite carretear allende de las muchas y hondas cienegas [sic] que [h]ay en estos caminos por tiempo de aguas que ympiden la entrada y salida a esta villa por espacio de quatro meses cada año”43.

El segundo obstáculo fue la dificultad de los cultígenos ibéricos para adaptarse a un ambiente tan distinto al de la península. Muchas variedades domésticas del Viejo Mundo no pudieron aclimatarse, y algunas tan vitales como el trigo tuvieron una expansión y producción limitadas, restringidas a nichos ecológicos específicos. El obispo de Tlaxcala fray Alonso de la Mota y Escobar, viandante incansable por los rincones de la Nueva España, escribe que “el pan que communmente [sic] comen los españoles son tortillas hechas de maiz porque trigo no se da en muchas leguas alrrededor [sic] por el temple tan cálido”44. Domingo Lázaro de Arregui agrega escuetamente que “son los aires dañosos a las semillas, ora por la humedad que padece... ora por el calor, o por ambas cosas… de manera que el trigo que se coge por junio apenas está para sembrar por octubre”45. El mismo autor agrega que las sementeras solían verse afectadas por “yerba tan espesa y tupida que ahoga los trigos sin que sea possible ayudarles con escardas ni otras cosas, porque si hoy se limpia un pedazo de tierra, como cada día llueve y hace calor, otro día está como si no se hubiera limpiado”46.

El tercer escollo era el desafío para la producción ganadera, ya que en palabras de Mota y Escobar “no [h]ay en esta prouinçia ni se dan ganados mayores de vacas ni menores de obejas [sic] por el gran calor de la tierra”47. Aunque otras fuentes como las Relaciones Geográficas de la Nueva Galicia48 permiten moderar esta apreciación tan extrema, el problema era indudablemente real. Los productos derivados de la carne eran de difícil adquisición por lo que los españoles solían recurrir a la importación desde otras regiones, obteniendo “tasajos y çecinas de vaca la qual se vende a excessibos precios”49.

Si a todos estos inconvenientes se suma la acción destructiva y a veces letal de partidas de indios que constantemente asolaban las villas, haciendas y minas de la región50, es dable preguntarse el por qué del afán español de perpetuar su presencia en una zona tan inhóspita. Los factores fueron muchos y de variada índole. La costa de la Nueva Galicia era un territorio en el que se cruzaban los intereses estratégicos de control espacial de la Corona, las ambiciones de los capitanes de conquista por alcanzar ciudades fantásticas que creían que prosperaban en latitudes más septentrionales, la exigencia de premiar a soldados con encomiendas, y la necesidad de hacer rentables las vetas de oro y plata que se iban descubriendo51. Es por esto que las privaciones o peligros eran un costo que valía la pena pagar. Es cierto, la esperanza de mejores oportunidades llevó a algunos a mudarse a otras ciudades o regiones, como sucedió en la villa del Espíritu Santo, provincia de Culiacán, que fue casi totalmente despoblada a causa de “las grandes nuevas del Perú, y también por ser los naturales gente pobre y por estar a la sazón la más parte de aquella provincia de guerra, donde mataron al alcalde mayor y a otros españoles”52. Pero a pesar de los inconvenientes, este y otros asentamientos perduraron en la región, consolidando la presencia española en la zona costera.

La inquietud generada por la presencia de naves inglesas demandó el despliegue de medidas preventivas, como el traslado del ganado a tierras interiores “en parte y lugar donde no puedan venir a manos ni poder de los enemigos”53. Esto no fue exclusivo de la Nueva España ya que en el Virreinato del Perú se tomaron disposiciones similares54. La necesidad de vedar cualquier espacio de desembarco a los rivales europeos de España consolidó el interés ibérico incluso por las costas más hostiles del Nuevo Mundo.

Es justo señalar que la barrera ecológica para la producción de cereales europeos era compensada por los abundantes recursos de costa y la pesca en agua dulce (ríos y lagunas)55. Además, la vertiente occidental de la Sierra Madre está cubierta por bosques de coníferas, destacando las encinas y robles, que se entremezclan con árboles frutales “como son zapotes, aguacates, guayabos, ciruelas, anonas, plátanos en cantidad, ates, ilamas, mameyes, piñas, pimienta de la tierra y otros muchos”56, además del cacao. Algunos árboles domésticos se aclimataron con éxito, como mangos y limas, pero “no se dan otros frutos de España”57. Estos bosques y las vegas lagunares acogían a una abundante fauna de “aves de Castilla y de la tierra, y venados, faisanes, gavilanes y otras muchas aves”58. Si se suma la agricultura nativa de productos locales, como “maiz, aji, calabaza, frijol, haba de la tierra y otras semillas”59, se configura una amplia variedad alimenticia que se sustentaba en la caza, pesca, recolección, producción agrícola y ganadera. Cada actividad estaba enmarcada en un nicho específico, por lo que la complementariedad económica de cada uno de estos espacios era vital para el sustento de las poblaciones indígena e hispana.

La segunda área definida por el obispo Maraver, ahora en el flanco oriental de la Sierra Madre, es la región norte, “tierra fría de grandes barrancas y serranías donde están poblados los cazcanes, gente robusta y muy animosa que fueron los que cometieron el lebantamiento [sic] y rebelión pasado”60. El calificativo de “tierra fría” se debe a que el territorio se encuentra a una altura de dos mil metros, llegando incluso a niveles más altos en el sector de las minas de San Martín, Sombrerete y Chalchihuites61. Un informe anónimo de 1608 señala que “el temple es frío y seco y dos o tres meses del año corren destemplados cierços. La variacion que [h]ay en el tiempo es que desde noviembre hasta abril haze frío y desde abril hasta o[c]tubre calor”62.

Con mucha menor humedad que el ámbito costero, la región septentrional solía ser descrita como “montuosa y estéril, como todas las de minas”63. Muy gráfica es la apreciación del obispo Francisco Gómez de Mendiola sobre las minas de Zacatecas, cuando escribió que “en ocho leguas de comarca no tiene poblaciones de indios por ser estéril para ellos”64. La mayoría de los contemporáneos coincide en afirmar que esta situación representó una fuerte barrera para la explotación agrícola y limitó considerablemente el establecimiento de haciendas ganaderas65, lo que obligó a una alta dependencia y encarecimiento de los productos que abastecían a las minas desde la Nueva España. Sin embargo, a diferencia de la costa, se le consideraba un territorio tan sano “que de ordinario no [h]ay enfermedades de consideración”66.

A decir verdad, el área de Zacatecas presenta una geografía compleja que desmiente cualquier caracterización simplista. La sub-región altiplánica es la que concentra la mayor parte de las descripciones y por ello no es casualidad que la imagen general sea la de tierras áridas y escabrosas, no favorables a la agricultura, aunque ricas en vetas argentíferas. Pero esa inmensa desolación es rasgada a ratos por sierras y “valles de tierras fértiles con numerosas fuentes de agua, donde predominaron las pequeñas propiedades durante los siglos XVI y XVII”67. Eran nichos ecológicos apropiados para el sustento de bosques con fauna variada y abundante68, con predominio de venados y aves como las “gallinas [de la tierra], tórtolas, ansares, patos y otras”69. De más difícil acceso y generalmente alejados de los grandes centros poblados, los cañones fueron espacios fértiles y de gran riqueza natural, donde pequeñas, medianas y grandes propiedades se abocaron a la producción agrícola y ganadera que abastecían a los centros mineros70. Alonso de la Mota y Escobar escribió que “[h]ay algunos españoles que tienen fuera de la çiudad grandes guertas ansi de frutas como destas legumbres”71.

La vegetación más común es el matorral desértico espinoso. Cactáceas, nopaleras, mezquites y palmas se alternaban con predominios variables en cada subárea. El nopal ocupaba un lugar vital en la alimentación de los grupos recolectores-cazadores que rondaban los montes y quebradas del altiplano, destacando el Tunal Grande, una vasta extensión abundante de nopales que se ubicaba en el corazón del Malpaís (que abarcaba los territorios de los modernos Estados mexicanos de Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes y Jalisco72), en el que los chichimecas alzados solían sustentarse de este fruto. Pedro de Ahumada, líder de la expedición punitiva que sofocó la rebelión de indios zacatecos y guachichiles en 1561, decía que el Malpaís “tiene más de treynta leguas de bojoto de boscaxe y peñasquería muy áspera donde los yndios tienen para su comida e sustentacion mucha tuna e palmito y caza”73. Cuando arribaron los españoles por primera vez a la región los montes circundantes de Zacatecas estaban cubiertos de “encinas, pinos y algunos cedros sin fruta”74. Sin embargo, la explotación minera fue causante de una deforestación sistemática que arrasó con gran parte de los bosques, como veremos más adelante.

En palabras de Thomas Calvo, esta fue “la región minera y pionera por excelencia”75. Los altos réditos de la actividad extractiva fueron un poderoso imán para la inmigración de emprendedores y aventureros que deseaban labrarse un futuro más promisorio. A partir del descubrimiento de Zacatecas en 1546 se fundaron otras villas y ciudades, como Nombre de Dios y Durango en 156276, y se descubrieron nuevas minas de plata como Indehe y Santa Bárbara en 1567, Mazapil en 1568 y Charcas en 157377. Así, no es casualidad que el historiador mexicano Wigberto Jiménez Moreno haya denominado a Zacatecas como la “Madre del Norte”78.

Finalmente, el obispo Maraver describe el sector más austral del reino, tierra templada y fructífera, de “gran sanidad y bondad, rica de minas de plata, cobre y otros metales”79. Destacan las minas de Guachinango, Guaxacatlan, Xocotlan y Cuytlapilco, de alta productividad aunque por detrás de las vetas zacatecanas80.

El recurso hídrico es más abundante que en la porción septentrional de la gobernación, concentrándose especialmente en valles fluviales y cuencas lacustres, como la laguna de Chapala. Esta situación, además de la proximidad al área de influencia cultural mesoamericana, significó que las comunidades locales se dividieran entre las de tecnología recolectoracazadora, y aquellas que desarrollaron adaptaciones más complejas, productoras de alimentos, caracterizadas por ser “gentes dóciles y que tienen ser y policía”81. Los nómadas solían movilizarse en las “serranías de San Pedro de Analco y Guainamota y de los Coras que son sobremanera dobladas, calientes, y estériles, y en estas hauitan como en refugio contra enemigos los yndios chichimecos bárbaros que [se] sustentan de solo raizes, frutilla, caça y pesca”82. Estas cadenas montañosas estaban cubiertas de coníferas que proporcionaron abrigo y sustento a los indígenas83.

La amplia variedad de nichos ecológicos y la disponibilidad de agua en forma de lluvias o de cursos fluviales canalizables permitió una alta producción de recursos locales y la adaptación de un gran número de cultivos provenientes del Viejo Mundo. De esta manera, frutos de la tierra como “anona, aates, ylamas, xicos, çapotes, aguacates, guamuchiles, guayabas” se alternaban con otros traídos por los europeos, como “pera, durasno, membrillo, mançana, higo, granada, vba y otras de este género”84. En el marco de la visita general de 1550, Hernán Martínez de la Marcha “hizo traer copia de parras y vides de la provincia de Michoacán para poner y hacer en toda la provincia de Guadalajara”85.

Guadalajara, que a la postre habría de convertirse en la capital de la Nueva Galicia, desplazando de esta condición a Compostela, fue el principal enclave político, económico y social del sur de este reino86. El capitán Cristóbal de Oñate, siguiendo las instrucciones de Nuño Beltrán de Guzmán, estableció su primer asentamiento en el sector de Nochistlán el 5 de enero de 1532, “en la parte más útil, fructuosa y de gran sanidad y bondad de todo el reyno”87. Sin embargo, la necesidad de estar cerca de las rutas de comunicación con las regiones circundantes, y el afán por controlar a los grupos nómadas que acosaban a los habitantes, significó que la ciudad se mudara al paraje de Tonalá el 8 de agosto de 1533, contraviniendo las disposiciones del gobernador Guzmán88. Este, viendo menoscabada su autoridad e intereses, dispuso su traslado a la región de Tlacotán en marzo de 153589. Sin embargo la Guerra del Mixtón fue una prueba de fuego para el asentamiento escogido, ya que en septiembre de 1541 fue asolado por las hordas rebeldes que “quemaron la iglesia y casas de la dicha villa”90. De esta manera, Cristóbal de Oñate, su primer fundador y a la sazón gobernador de la Nueva Galicia, determinó el traslado definitivo al valle de Atejamac, en el poblado de Tetlán, en octubre de 1541, formalizándose la fundación el 14 de febrero de 1542. Fue en este año, también, que llegaron las reales cédulas expedidas por el emperador Carlos V en noviembre de 1539, en las cuales concedía a Guadalajara el título de ciudad y escudo de armas91, pregonándose el 10 de agosto de 154292. La posición estratégica del nuevo emplazamiento, situada como lugar de paso entre México, Compostela y Culiacán, jugó a favor de su preeminencia posterior en la Nueva Galicia93.

Las tres áreas definidas por el obispo Maraver revelan que la Nueva Galicia fue un mosaico de espacios ecológicos diversos. Cada uno implicó un desafío para la adaptación tanto de los grupos nativos como de los colonos españoles y sus aliados del valle de México. La diversidad geográfica y los recursos de disponibilidad estacional conllevaron la implantación de estrategias de movilidad programada de parte de los grupos nómadas, que debían optimizar al máximo la explotación de los bienes distribuidos desigualmente en el espacio. Nichos ricos en vida silvestre se alternaban con grandes extensiones semidesérticas, configurando una frágil ecología que tuvo que enfrentar los embates de las economías de escala gestadas al alero de la actividad minera en la segunda mitad del siglo XVI.

CAPÍTULO 2

DE LAS RAÍCES AL CONTACTO: PANORAMA ÉTNICO DE LA NUEVA GALICIA

En el momento más álgido de la Guerra Chichimeca, cuando se discutían los lineamientos a seguir para la consolidación definitiva del poder español sobre los grupos nómadas de la Nueva Galicia y áreas circundantes, el clérigo franciscano Juan Alonso Velázquez hacía notar que en toda la tierra

se hallan grandes y muchas señales de pueblos que hubo antiguamente y la tierra haber sido muy cultivada, lo cual nos hace ciertos haber sido esta tierra en otro tiempo poseída de otra gente inclinada a edificar y a la cultura, de lo cual totalmente carecen los que ahora la poseen porque ningún género de edificio tienen ni labran las tierras sino en muy pocas partes y en poca cantidad94.

En su monumental Historia General de los Hechos de los Castellanos, Antonio de Herrera reafirma esta apreciación cuando escribe que

en todo lo que los castellanos han andado en tierra de Chichimecas han hallado grandes pueblos, y de que la tierra ha sido muy cultivada, lo cual hace creer que fue poseída de gente inclinada a trabajar y edificar, de lo cual totalmente carecen los Chichimecas, porque ningún edificio tienen ni labran sino poco y en pocas partes95.

La alusión a un pasado caracterizado por la vida política y la devoción al trabajo nacía de una profunda contradicción que se manifestaba ante los ojos de los españoles: gentes con costumbres tan bárbaras como los chichimecas, dadas al ocio y a las malas maneras, no podían ser los gestores de obras monumentales de las que ahora solo quedaban las ruinas. Por el contrario, para los cristianos las bandas nómadas fueron causantes de una decadencia política, económica y cultural en toda la región.

En tiempos recientes la arqueología ha encontrado evidencias que confirman esta conjetura. Lo que en el siglo XVI era la Nueva Galicia –incluyendo a sus territorios escindidos de Nueva Vizcaya, Nuevo León y Sinaloa–, en siglos precedentes había sido un espacio de interacción entre dos tradiciones culturales, la Mesoamericana y la Aridamericana96. La frontera entre ambas áreas experimentó retrocesos y avances al compás de los cambios climáticos y las oleadas migratorias que cruzaron el territorio.

El área cultural Mesoamericana, definida por Paul Kirchoff en 1943, envolvía a un conjunto de culturas de alta complejidad sociopolítica, productoras de alimentos, establecidas en ciudades (nucleadas o dispersas) con edificaciones y arte monumentales, donde las tareas administrativas, religiosas y económicas se llevaban adelante gracias al desarrollo de la escritura y matemáticas complejas, entre otras variables97. Por el contrario, como una verdadera antítesis de su contraparte meridional, el noroccidente de México ha sido definido tradicionalmente como la tierra de los “no”: “Donde no hay arquitectura monumental, donde no hay estuco, donde no hay escritura ni calendario, no hay una religión sistematizada, no hay urbanismo, etcétera”98. Esto es consecuencia de que en todo el suroeste de Estados Unidos y el norte de México se desarrolló varios milenios antes una “cultura del desierto”, muchos de cuyos elementos característicos perduraron hasta la llegada de los españoles. La arqueóloga Beatriz Braniff, una de las principales especialistas, destaca como elementos característicos

una población dispersa, pequeños grupos sociopolíticos, preferencia por la habitación en cuevas, nomadismo de acuerdo con la estación del año, explotación intensa del medio ambiente, cosecha de pequeños granos y técnicas especiales para su preparación, cestería y cordelería, confección de redes, esteras, prendas hechas de pieles, armazones de madera y red (cunas, canastas), sandalias, átlatl (lanzadardos), el arco y la flecha –en tiempos más recientes–, astas de madera como puntas endurecidas por el fuego, puntas de proyectil no acanaladas, técnicas de percusión, empleo de grandes lascas y núcleos, piedras desportilladas para fabricar muelas y manos, palo largo para escarbar, fuego producido por rotación (barreno), mazos curvos y aplanados (“palos de conejo”), pipas tubulares o tubos de succión de piedra, recipientes de vegetales, perros, inexistencia de hachas y azuelas de “garganta” y ninguna huella de agricultura99.

En otras palabras, la “cultura del desierto” fue un conjunto de estrategias adaptativas fundadas sobre el desarrollo de tecnologías de caza, pesca y recolección, con el fin de maximizar la explotación eficiente de los recursos que se repartían en un medio caracterizado por la escasez relativa de agua100. La distribución desigual de los recursos naturales se reflejaba en una distribución igualmente desigual de la población. La Sierra Madre Occidental, columna vertebral de la Nueva Galicia, brindaba un abanico de nichos ecológicos separados por cortas distancias, lo que era propicio para asentamientos relativamente estables101. En la altiplanicie central, poblada de agrupaciones mayoritariamente no agrícolas102, las actividades recolectoras seguían un ciclo anual; así, por ejemplo, en el área de San Luis Potosí la alimentación vegetal durante el verano se basaba en frutos y en invierno en raíces103. La recolección se complementaba con la cacería de venados, ardillas y, en los bordes lagunares, de aves. Juan Alonso Velázquez, al hablar de la economía de los nativos, decía que “mantiénense de caza, frutas silvestres, raíces y sabandijas”104. En la centuria siguiente Fray Antonio Tello afirmaba que los chichimecas “ni siembran, ni cojen, ni tienen otra cosa para su sustento, que raíces de yerbas y lo que cazan con el arco”105.

Los estudios interdisciplinarios han demostrado que la fisonomía ecológica de esta región experimentó cambios a través del tiempo. La “cultura del desierto” tiene una raigambre más antigua que la tradición Mesoamericana, ya que sus orígenes se remontan a unos 7.000 años antes del presente cuando en pleno Holoceno se experimentó un fenómeno global de aumento de las temperaturas conocido como Optimum Climatico o Altitermal. El resultado fue un incremento de las zonas áridas, y la aclimatación, migración o extinción de especies vegetales y animales, acarreando la consiguiente adaptación de las poblaciones humanas. En los límites de la Nueva Galicia esta adaptación se expresó bajo dos modalidades: algunos grupos se asentaron en las partes altas que detentaban mayor humedad, mientras que otros se establecieron en las zonas semidesérticas de la meseta central106.

Fue a partir de esta bifurcación en las modalidades de asentamiento y explotación del medio que se gestó la diferenciación cultural que los conquistadores apreciaron varios siglos después, vale decir, economías de apropiación o extractivas que coexistían con economías de producción de alimentos, desarrollándose también formas intermedias107. La cultura Chupícuaro, máxima expresión del Formativo Superior (500 a.C.-100 d.C.108) en las áreas de Michoacán, Guanajuato, Hidalgo, Querétaro, Jalisco, Zacatecas y Durango, nació del cruzamiento de tradiciones locales con influencias foráneas109. Representó la consolidación del desarrollo agrícola y la vida aldeana que se venían gestando desde hace siglos110, y debido a su trascendencia en la complejización cultural de la región se le ha llegado a comparar con la civilización Olmeca, ya que entregó las bases que caracterizaron a las sociedades sedentarias que le siguieron. La heredera de Chupícuaro como cultura regente fue Chalchihuites (1-1.300 d.C.)111, producto de la inmigración de agricultores sureños, probablemente oriundos del valle de México, que se incorporaron a las numerosas aldeas de la tradición precedente. Es por esto que Marie-Areti Hers propone la muy plausible idea de que la cultura Chalchihuites reuniera a numerosos pueblos que probablemente hablaban idiomas muy distintos y que quizá eran antagónicos entre sí112. El patrón defensivo de sus asentamientos da cuenta de estas rivalidades, las que además se sumaban al acoso de partidas hostiles de recolectores-cazadores, partícipes de la cultura del desierto, que asolaban las aldeas tentados por los excedentes de las cosechas113: el sitio La Quemada, con sus imponentes murallas, es el que mejor grafica esta situación de conflicto114. Su área de influencia se extendía “desde el norte de Jalisco y sur de Zacatecas hasta el norte de Durango, a lo largo del flanco este de la Sierra Madre Occidental y sierra adentro”115. Durante la etapa media (500-900 d.C. en la cronología de Hers, 300-900 d.C. en la de López Luján116) mantuvieron estrechos contactos con la urbe de Teotihuacán, a la cual proveían de minerales como ocre, hematita y turquesa para la elaboración de objetos suntuarios, constituyéndose el enclave de Alta Vista (Zacatecas) en el centro neurálgico de esta relación. De este modo, la región se incorporó marginalmente al área mesoamericana, aunque el grado de influencia que ejercieron los toltecas del valle de México sobre los grupos locales todavía es objeto de debate117.

Sea como fuere, la decadencia de la cultura Chalchihuites fue contemporánea con la desintegración de Teotihuacán, lo que sería una señal de la influencia determinante de la urbe mesoamericana, aunque no puede descartarse la intervención de posibles cambios climáticos que habrían afectado a todo el centro y norte de México118. La caída de Alta Vista no impidió que el patrón de vida aldeano se mantuviera por unos cuantos siglos, ya que Tuitlán (también llamado La Quemada), asumió la hegemonía de la región en la etapa tardía (900-1.300 d.C.), pero su exacerbado centralismo y afán por crecer a costa de sus vecinos generó una fuerte resistencia que culminó en su destrucción alrededor del 1.300 d.C119. Esto implicó la desaparición de las altas culturas en toda el área, quedando como único remanente viviente los agricultores de la sociedad cazcana, y las ruinas de las aldeas como mudo testimonio de un pasado caracterizado por la jerarquización social y el conflicto intrarregional.

Paulatinamente, la zona fue ocupada por grupos recolectores-cazadores al mismo tiempo que la frontera agrícola experimentó un retroceso a latitudes meridionales. Esta inmigración no impidió, sin embargo, una abrupta caída demográfica en la región120. Un puñado de grupos agricultores repartidos por todo el territorio, pero mayoritariamente en la frontera sur, coexistieron en una tensa relación con una gran masa de sociedades nómadas. Este fue el sustrato cultural que conocieron los españoles cuando arribaron al territorio que habrían de llamar la Nueva Galicia. Sus habitantes fueron llamados chichimecas, teochichimecas o teules chichimecas, los “chichimecas auténticos”121, término heredado de la tradición mesoamericana para referirse a las sociedades del norte que participaban de ciertos usos y costumbres que contrastaban con las propias, como el nomadismo y la atomización política. Los mesoamericanos nombraron a dicha región Chichimecatlalli, la “Tierra de los Chichimecas”, o con la más ilustrativa expresion Teotlalpan tlacochcalco mictlampa, aludiendo a un lugar de miseria, dolor, sufrimiento, sed, hambre y muerte122. Los ibéricos le llamaron simplemente la “tierra chichimeca”, aunque la revistieron con los mismos epítetos despectivos que los habitantes del valle de México. En época reciente se ha consolidado entre los especialistas la expresión “Gran Chichimeca”, haciendo alusión a un inmenso territorio que se extendía desde el río Lerma en Guanajuato, hasta el sur de Utah y Colorado123 en el paralelo 38º N124, abarcando gran parte de lo que hoy conforma el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. Los límites de este espacio geocultural fueron cambiantes a través del tiempo, como bien lo han demostrado los estudios interdisciplinarios125.

Aplicando un criterio reduccionista, los hombres de la espada y la cruz caracterizaron a los chichimecas con una serie de rasgos opuestos a los atributos del mundo cristiano y de las altas culturas que englobaba el área de influencia de la civilización tolteca. La carta de Hernán Cortés al emperador Carlos V fue el acta de bautismo del etnotérmino chichimeca en la literatura colonial. En ella el conquistador señala que “entre la costa del norte y la provincia de Mechuacan, hay cierta gente y población que llaman chichimecas; son gentes muy bárbaras y no de tanta razón como estas otras provincias”126. De ahí en adelante los calificativos con los que se buscó establecer una relación de subalteridad se fueron repitiendo en las crónicas, informes, cartas, documentación eclesiástica y oficial, aunque con diferentes matices. De esta manera, la categoría chichimeca escondía tras un único término clasificatorio “muchas diferencias de lenguas y naciones en poca distancia como son pames, copuces, samues, tzantzas, guaxavanes, macolias, guamares, guachichiles y otros muchos de diferentes nombres, aunque en las costumbres casi todos son unos”127.

Chantal Cramaussel ha demostrado cuán imprecisas y contradictorias pueden ser las fuentes coloniales al momento de distinguir y caracterizar a las sociedades nominadas como chichimecas128. El principal criterio de clasificacion fue el de nación, que incluía a los descendientes de un antepasado común, sin fundarse necesariamente en principios de arraigo territorial. Como explicita la autora,

Nación, en esa época, se refería solo a conjuntos de individuos que vivían juntos y se asemejaban entre sí, y de los cuales se suponía que provenían, por lo tanto, de una estirpe común; el grado de precisión o de conocimiento de causa con que se aplicaba ese término en la documentación era, entonces, sumamente variable129.

El lenguaje fue una categoría recurrente al momento de clasificar a los naturales, pero que se combinaba con otras variables, como la naturaleza de las relaciones intergrupales (pacíficas o violentas)130. La lingüística moderna ha determinado que la gran mayoría de las familias linguísticas de la Nueva Galicia formaban parte del gran tronco yuto-nahua131, más conocido en la literatura especializada hispanoamericana como utoazteca132. Sin embargo, el escaso y muchas veces nulo conocimiento que tuvieron los españoles de las “lenguas peregrinas”, como llamó el Conde de Monterrey a los idiomas de los grupos nómadas133, hizo que en numerosas ocasiones los peninsulares crearan fronteras ficticias al interior de una cultura que solo presentaba diferencias dialectales como consecuencia de una amplia dispersión regional.

Así y todo, y a pesar del cúmulo de imprecisiones en que incurrieron soldados, burócratas y eclesiásticos en sus descripciones de las sociedades que poblaban la Nueva Galicia y regiones adyacentes, es posible bosquejar una clasificación fundada, a ojos hispanos, sobre criterios idiomáticos, territoriales, económicos, tecnológicos y de costumbres. El agustino fray Guillermo de Santa María, en su Guerra de los Chichimecas134, uno de los tratados más frecuentados por los especialistas en el temprano contacto del norte de México, trazó una de las descripciones más minuciosas de las sociedades nativas de aquellos días. En los primeros párrafos afirma que “estos chichimecas se dividen en muchas naciones y parcialidades y en diversas lenguas”135. Repartidos entre el río San Juan y las minas de Zacatecas, distingue seis grandes grupos: Pamíes, Guamares, Copuzes, Guaxacanes, Guachichiles y Zacatecas.

Los pamíes compartían el territorio de otomíes y tarascos hacia los 20 grados de latitud, esto es, dentro de la jurisdicción de la Nueva España, inmediatamente al sur de la Nueva Galicia. Estaban repartidos en diversos pueblos, como Acámbaro (cabeza de los pueblos de San Agustín, Santa María e Yrapundario) y Xilotepeque (cabeza de El Tulimán San Pedro e Izmiquilpa), todos los cuales “son de la misma lengua”136. Se les describe como los chichimecas más dóciles, y su asentamiento en pueblos es explicable tanto por la práctica agrícola como por el contacto con los tarascos de Michoacán. Llama la atención que se les aplique la categoría chichimeca tratándose de grupos sedentarios. Es posible que esto haya sido consecuencia de los esporádicos ataques que protagonizaron contra estancias ganaderas, así como de su menor complejidad sociopolítica respecto a sus vecinos de Michoacán, lo cual demuestra que la aplicación de dicha categoría no estaba supeditada exclusivamente a aspectos de asentamiento y movilidad espacial. Finalmente, Santa María agrega que “los españoles les pusieron este nombre Pamí que en su lengua quiere decir no, porque esta negativa la usan mucho y ansí se han quedado con él”137, lo que deja en evidencia que el gentilicio es un exotérmino.

Los guamares, posible hispanizacion del etnotérmino equamar138